Ricardo Antunes Trabajo y precarización en un orden neoliberal Es preciso que se diga de forma clara: desregulación, flexibilización, tercerización, bien como todo ese recetario que se desparrama por el “mundo empresarial”, son expresiones de una lógica social donde el capital vale y la fuerza humana de trabajo solo cuenta como parcela imprescindible para la reproducción de este mismo capital. Eso porque el capital es incapaz de realizar su auto valorización sin servirse del trabajo humano. Puede disminuir el trabajo vivo, pero no eliminarlo. Puede precarizarlo y desemplear parcelas inmensas, pero no puede extinguirlo. La sociedad contemporánea, particularmente en las últimas dos décadas, presenció fuertes transformaciones. El neoliberalismo y la reestructuración productiva de la era de la acumulación flexible, dotadas de fuerte carácter destructivo, han acarreado, entre tantos aspectos nefastos, un monumental desempleo, una enorme precarización del trabajo y una degradación creciente, en la relación metabólica entre hombre y naturaleza, conducida por la lógica social volcada prioritariamente para la producción de mercaderías, que destruyen el medio ambiente en escala globalizada. Curiosamente, mientras tanto, han sido frecuentes las representaciones de estas formas de (des)sociabilización, que se expresan como si la humanidad hubiera alcanzado su punto máximo, o su finalidad. Muchas son las formas de fetichización* desde el culto de la sociedad democrática, que habría finalmente alcanzado la utopía de su realiación, hasta la creencia en la desmercantilización de la vida social, en el fin de las ideologías. O todavía aquellos que visualizan una sociedad comunicacional, capaz de posibilitar una interacción subjetiva, para no hablar de aquellos que visualizan el fin del trabajo como la realización concreta del reino de libertad, en los marcos de la sociedad actual, vista en relación a otro momento en que era un poco más regulada y regida por relaciones mas contractualistas. Al contrario de estas formulaciones, se puede constatar que la sociedad contemporánea presencia un escenario crítico, que alcanza también a los países capitalistas centrales. Paralelamente a la globalización productiva, la lógica del sistema productor de mercaderías viene convirtiendo la concurrencia y la búsqueda de productividad en un proceso destructivo que ha generado una inmensa sociedad de los excluidos y de los precarizados, que hoy alcanza también los países del Norte. Hasta Japón y su modelo toyotista, que introdujo el “empleo vitalicio” para cerca del 25% de su clase trabajadora, hoy amenaza extinguirlo, para adecuarse a la competitividad que reemerge del occidente “toyotizado”. Después de desestructurar el Tercer Mundo y eliminar los países pos-capitalistas del Este Europeo, la crisis alcanzó también el centro del sistema productor de mercaderías (Kurz, 1992). Y cuanto más se avanza en la competitividad inter-capitalista, cuanto más se desenvuelve la tecnología concurrencial (o competitiva), mayor es el desmontaje de innumerables parques industriales que no consiguen acompañar su velocidad intensa. De Rusia a Argentina, de Inglaterra a México, de Italia a Portugal, pasando por Brasil, los ejemplos son crecientes y acarrean repercusiones profundas en el enorme contingente de la fuerza humana de trabajo presente en estos países. ¿Qué decir de una forma de sociabilidad que desemplea o precariza a más de 1200 millones de personas, o alrededor de un tercio de la fuerza humana mundial que trabaja, conforme datos recientes de la OIT? Esa lógica destructiva permitió que Robert Kurz afirmara, no sin razón, que regiones enteras están, poco a poco, por ser eliminadas del escenario industrial, derrotadas por la desigual concurrencia mundial. La experiencia de los países asiáticos como Corea, Hong Kong, Taiwán, Singapur, entre otros, inicialmente bien sucedidos en la expansión industrial reciente, son, en su mayoría, ejemplos de países pequeños, carentes de mercado interno y totalmente dependientes del occidente para desenvolverse (Kurz 1992). No pueden, por tanto, constituirse como modelos alternativos a ser seguidos o trasplantados para países continentales, como India, Rusia, Brasil, México, entre otros. Sus recientes crisis financieras son ejemplo de su fragilidad estructural. Y es bueno reiterar que estos “nuevos paraísos” de la industrialización se sirven intensamente de las formas nefastas de precarización de la clase trabajadora. Sólo a título de ejemplo: en Indonesia, mujeres trabajadoras de la multinacional Nike ganan 38 dólares por mes, por largas jornadas de trabajo. En Bangladesh, las empresas Wal-Mart, K-Mart y Sears se sirven del trabajo femenino, en la confección de ropas, con jornadas de trabajo de cerca de 60 horas por semana con salarios menores a 30 dólares por mes (1). Por tanto, entre tanta destrucción de fuerzas productivas, de la naturaleza y del medio ambiente, hay también a escala mundial, una acción destructiva contra la fuerza humana de trabajo, que se encuentra hoy en la condición de precarizada o excluida. En verdad, estamos presenciando la acentuación de aquella tendencia que István Mészáros sintetizó correctamente al afirmar, que el capital, desprovisto de orientación humanamente significativa, asume, en su sistema metabólico de control social, una lógica que es esencialmente destructiva, donde el valor de uso de las cosas es totalmente subordinado a su valor de cambio (Mészáros, 1995, especialmente parte II). Si constituye una gran equivocación imaginarse el fin del trabajo en la sociedad productora de mercaderías y, con eso, imaginar que estarían creadas las condiciones para el reino de la libertad es, entonces, imprescindible entender cuales mutaciones y metamorfosis vienen ocurriendo en el mundo contemporáneo, bien como cuales son sus principales significados y sus más importantes consecuencias. En lo que atañe al mundo del trabajo, se puede presenciar un conjunto de tendencias que, en sus trazos básicos, configuran un cuadro crítico y que tienen direcciones semejantes en diversas partes del mundo, donde tiene vigor la lógica del capital. La crítica a las formas concretas de la des-sociabilización humana es condición para que se pueda emprender también la crítica y la desfetichizacion de las formas de representación hoy dominantes, del ideario que domina nuestra sociedad contemporánea. En las páginas siguientes pretendemos ofrecer un esbozo analítico (resumido) de algunos puntos centrales de la crisis contemporánea, con particular énfasis en el universo del mundo del trabajo. II El capitalismo contemporáneo, con la configuración que viene asumiendo en las últimas décadas, acentuó su lógica destructiva. En un contexto de crisis estructural del capital, se diseñan algunas tendencias, que pueden ser resumidas: 1) El patrón productivo taylorista y fordista (3) vienen siendo crecientemente substituido o alterado por las formas productivas flexibilizadas y desreguladas, de las cuales la llamada acumulación flexible y el modelo japonés o toyotismo (3) son ejemplos; 2) El modelo de regulación social-democrático, que dio sustentación al llamado estado de bien estar social, en varios países centrales, viene también siendo afectado por la (des)regulación neoliberal, privantizante y anti-social. Por el propio sentido que conduce estas tendencias (que, en verdad, se constituyen en respuestas del capital a su propia crisis), se acentúan los elementos destructivos que presiden a la lógica del capital. Cuanto más aumentan la competitividad y la cocurrencia inter-capitales, inter-empresas e inter-potencias políticas del capital, más nefastas son sus consecuencias. Dos manifestaciones son más virulentas y graves: la destrucción y/o precarización, sin paralelos en toda la era moderna, de la fuerza humana que trabaja y la degradación creciente, en la relación metabólica entre hombre y naturaleza, conducida por la lógica volcada prioritariamente para la producción de mercaderías que destruyen el medio ambiente. Se trata, por tanto, de una aguda destructibilidad, que en el fondo es la expresión más profunda de la crisis estructural que asola la (des)sociabilización contemporánea: se destruye la fuerza humana que trabaja; se destrozan los derechos sociales; se brutalizan enormes contingentes de hombres y mujeres que viven del trabajo; se torna predatoria la relación producción/naturaleza, creándose una monumental “sociedad de lo descartable”, que deja fuera todo lo que sirvió de “embalaje” para las mercaderías y su sistema, manteniéndose, mientras, el circuito reproductivo del capital. En este escenario, caracterizado por un tripé que domina el mundo (como los Estados Unidos de América y su Nafta, Alemania al frente de Europa unificada y Japón liderando los demás países asiáticos), cuanto más uno de los polos de la triade se fortalece, más los otros se resienten y se debilitan. Por eso la crisis frecuentemente cambia de centro, aunque esté presente en carios puntos, asumiendo una dimensión mundial. En el debate cotidiano que emprenden para expandirse por las partes del mundo que interesan y también para co-administrar sus situaciones más explosivas, en suma, para disputar y al mismo tiempo digerir las crisis, acaban por acarrear todavía más destrucción y precarización. América Latina se integra a la llamada mundializacion destruyéndose socialmente. En Asia, la enorme expansión se da a costa de una brutal súper-explotación del trabajo, de que las recientes huelgas de los trabajadores de Corea del Sur, en 1997/8, son firme denuncia. Súper-explotación que afecta profundamente a mujeres y niños. Es preciso que se diga de forma clara: desregulación, flexibilización, tercerización, bien como todo ese recetario que se desparrama por el “mundo empresarial”, son expresiones de una lógica social donde el capital vale y la fuerza humana de trabajo sólo cuenta como parcela imprescindible para la reproducción de este mismo capital. Eso porque el capital es incapaz de realizar su auto valorización sin servirse del trabajo humano. Puede disminuir el trabajo vivo, pero no eliminarlo. Puede precarizarlo y desemplear parcelas inmensas, pero no puede extinguirlo. El claro entendimiento de esta configuración actual del mundo del trabajo nos lleva a entender sus principales mutaciones, lo que buscaremos hacer de modo un poco mas detallado a continuación. En las ultimas décadas, particularmente después de mediados de los 70, el mundo del trabajo vivenció una situación fuertemente crítica, tal vez la mayor desde el nacimiento de la clase trabajadora y del propio movimiento operario inglés. El entendimiento de los elementos constitutivos de esta crisis es de gran complejidad, una vez que en este mismo periodo, ocurrieran mutaciones intensas, de orden diferencial y que, en su conjunto, acabaran por acarrear consecuencias muy fuertes en el interior del movimiento obrero, y en particular, en el ámbito del movimiento sindical. El entendimiento de este cuadro, por tanto, supone un análisis de la totalidad de los elementos constitutivos de este escenario, emprendimiento al mismo tiempo difícil e imprescindible, que no puede ser tratado de manera ligera. Vamos a indicar algunos elementos que son centrales, en nuestro entendimiento, para una comprensión más total de la crisis que se da en el interior del movimiento obrero y sindical. Su desarrollo seria aquí imposible, dada la amplitud y complejidad de cuestiones. Su indicación, entonces es fundamental porque afecto tanto la materialidad de la clase trabajadora, como su forma de ser, es decir su esfera más propiamente subjetiva, política, ideológica, de los valores y del ideario que pautan sus acciones y prácticas concretas. Comenzamos diciendo que en este periodo vivenciamos un cuadro de crisis estructural del capital, que abatió el conjunto de las economías capitalistas a partir especialmente del inicio de los años 70. Su intensidad es tan profunda que llevó al capital a desarrollar prácticas materiales de la destructiva auto-reproducción ampliada posibilitando la visualización del espectro de la destrucción global, en vez de aceptar las necesarias restricciones positivas en el interior de la producción para satisfacción de las necesidades humanas (Mészáros, 1995)(4). Esta crisis hizo que, entre tantas consecuencias, el capital implementase un vastísimo proceso de reestructuración del capital, con vistas a la recuperación del ciclo de reproducción del capital y que, como veremos más adelante, afectó fuertemente el mundo del trabajo. Un segundo elemento fundamental para el entendimiento de las causas del reflujo del movimiento obrero proviene del explosivo desmoronamiento del Este Europeo (y de la casi totalidad de los países que intentaron una transición socialista, con la ex Unión Soviética al frente), propagándose, en el interior del mundo del trabajo, la falsa idea del “fin del socialismo”. Mientras el largo plazo de las consecuencias del fin del Este Europeo sean llenadas de positividades (pues coloca la posibilidad de ser retomado, con bases enteramente nuevas, un proyecto socialista de nuevo tipo, que niegue entre otros puntos nefastos, la tesis estanilista del “socialismo en un solo país” y recupere elementos centrales de la formulación de Marx), en el plano más inmediato se dará, en significativos contingentes de la clase trabajadora y del movimiento obrero, la aceptación y asimilación de la nefasta y equivocada tesis del “fin del Socialismo” y, como dicen los defensores del orden, del fin del marxismo. Como consecuencias del fin del llamado “bloque socialista”, los países capitalistas vienen rebajando brutalmente los derechos y las conquistas sociales de los trabajadores, dada la “inexistencia”, según el capital, del peligro socialista hoy. Por tanto, el desmoronamiento de la Unión Soviética y del Este Europeo, al final de los años 80, tuvo enorme impacto en el movimiento operario. Bastaría solamente recordar la crisis que se abate en los partidos comunistas tradicionales, y en el sindicalismo a ellos vinculado. Un tercer elemento fundamental para la comprensión de la crisis del mundo del trabajo se refiere al desmoronamiento de la izquierda tradicional de la era stanilista. Ocurrió un agudo proceso político e ideológico de social-democratización de la izquierda y su consecuente actuación subordinada al orden del capital. Esta opción social-democrática alcanzó fuertemente la izquierda sindical y partidaria, repercutiendo consecuentemente en el interior de la clase trabajadora. Esta alcanzó también fuertemente al sindicalismo de izquierda, que pasó a recorrer, cada vez más frecuentemente, a la institucionalización y la burocratización, que también caracterizan la social- democracia sindical. Es preciso agregar además (y este es el cuarto elemento central de la crisis actual) que, con la enorme expansión del neoliberalismo a partir de fines de los 70 y la consecuente crisis del Welfare State, se dio un proceso de regresión de la propia social-democracia, que pasó a actuar de manera muy próxima de la agenda neoliberal. El Neoliberalismo pasó a dictar el ideario y el programa que serán implementados por los países capitalistas, inicialmente en el centro y luego después en los países subordinados, contemplando reestructuración productiva, privatización acelerada, achicamiento del Estado, políticas fiscales y monetarias, sintonizadas con los organismos mundiales de hegemonía del capital como el Fondo Monetario Internacional. El desmontaje de los derechos sociales de los trabajadores, el combate cerrado al sindicalismo clasista, la propagación de un subjetivismo y de un individualismo exacerbado propio de la cultura “pos-moderna”, así como una clara animosidad contra cualquier propuesta socialista contraria a los valores e intereses del capital, son trazos que marcan este periodo reciente (Harvey, 1992; Mcllroy, 1997; Beyon, 1995). Véase que se trata de un proceso complejo que puede resumirse así: 1) Hay una crisis estructural del capital o un efecto depresivo profundo que acentúan sus trazos destructivos; 2) Se dio el fin del Este Europeo, donde parcelas importantes de la izquierda se social-democratizaran; 3) Ese proceso se efectivizó en un momento en que la propia socialdemocracia sufría una fuerte crisis; 4) Se expandía fuertemente el proyecto económico, social y político neoliberal. Todo esto acabó por afectar fuertemente el mundo del trabajo, en varias dimensiones. Vamos a indicar a continuación las tendencias más significativas que vienen ocurriendo en el interior del mundo del trabajo. III Como respuesta del capital a su crisis estructural, varias mutaciones vienen ocurriendo y que son fundamentales en este giro del siglo XX para el siglo XXI. Una de ellas, y que tiene importancia central, dice respecto a las metamorfosis en el proceso de producción del capital y sus repercusiones en el proceso de trabajo. Particularmente en los últimos años, como respuesta del capital a la crisis de los años 70, se intensificaron transformaciones en el propio proceso productivo, a través del avance tecnológico, de la constitución de las formas de acumulación flexible y de los modelos alternativos al binomio taylorismo/fordismo, donde se destaca, para el capital, especialmente, el toyotismo. Estas transformaciones, derivadas por un lado, de la propia concurrencia inter-capitalista y, por otro, dadas por la necesidad de controlar el movimiento operario y la lucha de clases, acaban por afectar fuertemente la clase trabajadora y su movimiento social y operario (Murray, 1983; Bihr, 1998). Fundamentalmente, esa forma de producción flexibilizada busca la adhesión de fondo, por parte de los trabajadores, que deben aceptar integralmente el proyecto del capital. Se procura una forma de aquello que llamé, en ¿Adiós al trabajo?, de envolvimiento manipulatorio llevado al limite, donde el capital busca el consentimiento y la adhesión de los trabajadores, en el interior de las empresas, para viabilizar un proyecto que es aquel diseñado y concebido según los fundamentos exclusivos del capital. En sus trazos más generales, el toyotismo (vía particular de consolidación del capitalismo monopolista de Japón del pos-45) puede ser entendido como una forma de organización del trabajo que nace a partir de la fábrica Toyota, en Japón y que se ve expandido por el Occidente capitalista, tanto en los países avanzados como en aquellos que se encuentran subordinados. Sus características básicas (en contraposición al taylorismo/fordismo) son: 1) su producción muy vinculada a la demanda; 2) ella es variada y bastante heterogénea; 3) se fundamenta en el trabajo operario en equipo, con multivariedad de funciones; 4) tiene como principio el just in time, o mejor aprovechamiento posible del tiempo de producción y funciona según el sistema de Kanban, placas o señas de comando para reposición de piezas y de stock que, en el toyotismo, deben ser mínimos. Mientras en la fábrica fordista cerca del 75% era producido en su interior, en la fábrica toyotista solamente cerca del 25% es producido en su interior. Esta horizontaliza el proceso productivo y transfiere a “terceros” gran parte de lo que anteriormente era producido dentro de ella (5). La falacia de la “calidad total” pasa a tener un papel relevante en el proceso productivo. Los Círculos de Control de Calidad (CCQ, por sus siglas en portugués) proliferan, constituyéndose como grupos de trabajadores que son incentivados por el capital para discutir el trabajo y desempeño, con vistas a mejorar la productividad de la empresa. En verdad, es la nueva forma de apropiación del saber hacer intelectual del trabajo por el capital. El despotismo se tornó entonces mezclado con la manipulación del trabajo, con el “involucramiento” de los trabajadores, a través de un proceso todavía mas profundo de interiorización del trabajo alienado (extrañado). El operario debe pensar y hacer por y para el capital, el que profundiza (en vez de ablandar) la subordinación del trabajo al capital. En el occidente, los CCQs tienen una variada implementación, dependiendo de las especificidades y singularidades de los países en que ellos son implementados. Esta forma flexibilizada de acumulación capitalista, basada en la (reingeniería), en la empresa enjuta, para recordar algunas expresiones del nuevo diccionario del capital, tuvo consecuencias enormes en el mundo del trabajo. Podemos aquí tan solo indicar las más importantes: 1) Hay una creciente reducción del proletariado fabril estable, que se desenvolvió en la vigencia del binomio taylorismo/fordismo y que viene disminuyendo con la reestructuración, flexibilización y desconcentración del espacio físico productivo, típico de la fase del toyotismo; 2) Hay un enorme incremento del nuevo proletariado, del subproletariado fabril y de servicios, el que ha sido denominado mundialmente de trabajo precarizado. Son los “tercerizados", subcontratados, “part-time”, entre tantas otras formas semejantes, que se expanden en innumerables partes del mundo. Inicialmente, estos puestos de trabajo fueron tomados por los inmigrantes, como los gastarbeiters en Alemania, el lavoronero en Italia, los chicanos en EUA, los dekaseguis en Japón, etc. Pero hoy su expansión alcanza también los trabajadores especializados y pertenecientes a la era taylorista/fordista; 3) Se vivencia un aumento significativo del trabajo femenino, que alcanza mas del 40% de la fuerza de trabajo en los países avanzados, y que fueron preferencialmente absorbidos por el capital en el universo del trabajo precario y desregulado; 4) Hay un incremento de los asalariados medios y de servicios, lo que posibilitó un significativo incremento en el sindicalismo de estos sectores, aunque en la actuaalidad el sector de servicios ya presencia también niveles de desempleo acentuados; 5) Hay exclusión de los jóvenes y de los “viejos” del mercado de trabajo de los países centrales: los primeros acaban muchas veces participando de los movimientos neonazis y aquellos con cerca de los 40 años o más, cuando son desempleados o excluidos del trabajo, difícilmente consiguen el reingreso en el mercado de trabajo; 6) Hay una inclusión precoz y criminal de niños en el mercado del trabajo, particularmente en los de países industrialización intermedia y subordinada, como en los países asiáticos, latinoamericanos, etc.; 7) Hay una expansión de lo que Marx llamó el trabajo social combinado (Marx, 1978), donde los trabajadores de diversas partes del mundo participan del proceso de producción y de servicios. Lo que, es evidente, no camina en el sentido de la eliminación de la clase trabajadora, pero de sí de su precarización y utilización de manera todavía mas intensificada. En otras palabras: aumentan los niveles de explotción del trabajo. Por tanto, la clase trabajadora se fragmentó, heterogeneizó, y se complejizó todavía más (Antunes,1998). Se tornó más calificada en varios sectores, como la siderurgia, donde hubo una relativa intelectualización del trabajo, pero se descalificó y precarizó en diversos ramos, como en la industria automovilística, donde el operario no tiene mas la misma importancia, sin hablar en la reducción de los inspectores de calidad, de los gráficos, de los mineros, de los portuarios, de los trabajadores de construcción naval, etc. Se creó, de un lado, en escala minoritaria, el trabajador “polivalente y multifuncional” de la era informacional, capaz de operar con máquinas con control numérico y de, a veces, ejercitar con más intensidad su dimensión más intelectual. Y, del otro lado, hay una masa de trabajadores precarizados, sin calificación, que hoy está presenciando las formas de part-time, empleo temporal, parcial, o vivenciando el desempleo estructural. Estas mutaciones crean, por tanto, una clase trabajadora más heterogénea, más fragmentada y más complejizada, dividida entre trabajadores calificados ydescalificados, del mercado formal e informal, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, estables y precarios, inmigrantes y nacionales, blancos y negros, etc., sin hablar de las divisiones que transcurren de la inserción diferenciada de los países y de sus trabajadores en la nueva división internacional del trabajo. Al contrario, mientras tanto, de aquellos que defienden el “fin del papel central de la clase trabajadora” en el mundo actual, el desafío mayor de la clase-que-vive-del-trabajo, en este giro del siglo XX para el XXI, es soldar los lazos de pertenencia de clases existentes entre los diversos segmentos que comprenden el mundo del trabajo. Y, de ese modo, buscando articular desde aquellos segmentos que están más al margen del proceso productivo, pero que, por las condiciones precarias en que se encuentran se constituyen en contingentes sociales potencialmente rebeldes frente al capital y sus formas de (des)sociabilización (Bihr: 1998). La lógica social, en sus trazos dominantes, es dotada, por tanto, de una aguda destructividad, que en el fondo es la expresión más profunda de la crisis que azota la (des)sociabilización contemporánea, condición para el mantenimiento del sistema de metabolismo social del capital, conforme expresión de Mészáros (1995) y su circuito reproductivo. En este sentido, desregulación, flexibilización, tercerización, downsing, “empresa reducida (enjuta)”, pues como todo ese recetario que se desparrama por el “mundo empresarial”, son expresiones de una lógica social donde se tiene el predominio del capital sobre la fuerza humana de trabajo, que es considerada solamente en la exacta medida en que es imprescindible para la reproducción de este mismo capital. Esto porque el capital puede disminuir el trabajo vivo, pero no eliminarlo. Puede intensificar su utilización, puede precarizarlo y mismo desemplear parcelas inmensas, pero no puede extinguirlo. Estas consecuencias en el interior del mundo del trabajo evidencian que debajodel capitalismo, no se constata el fin del trabajo como medida de valor, pero si un cambio cualitativo, dado, por un lado, por el peso creciente de su dimensión mas calificada, del trabajo multifuncional, del operario apto para operarcon máquinas informatizadas,de la objetivación de actividades cerebrales (Lojkine, 1995). Por otro lado, la intensificación llevada al límite de las formas de explotación del trabajo, presentes y en expansión en el nuevo proletariado, en el subproletariado industrial y de servicios, en el enorme abanico de trabajadores que son explotadoscrecientemente por el capital, no solo en los países subordinados, sino también en el propio corazón del sistema capitalista. Se tiene, por tanto, cada vez mas una creciente capacidad de trabajo socialmente combinado que se convierte en el agente real del proceso de trabajo total, lo que torna, según Marx, absolutamente indiferente, el hecho de que la función de uno u otro trabajador sea mas próxima o más distante del trabajo manual directo (Marx,1978). Y, envés del fin del valor del trabajo sepuede constatar una interrelación acentuada de las formas de extracción de las plus(valia) relativa y absoluta, que se realiza en escala ampliada y mundializada. Estos elementos (aquí solamente indicados en sus tendencias más genéricas) no posibilitan conferir estatuto de validez a las tesis sobre el fin del trabajo bajo el modo de producción capitalista. Lo que se evidencia todavía más cuando se constata que la mayor parte de la fuerza de trabajo se encuentra dentro de los países llamados del tercer mundo, donde las tendencias anteriormente apuntadas tienen inclusive un ritmo bastante particularizado y diferenciado. Restringirse a Alemania o Francia y, a partir de ahí, hacer generalizaciones y universalizaciones sobre el fin del trabajo o de la clase trabajadora, desconsiderando, lo que pasa en países como India, China, Brasil, México, Corea del sur, Rusia, Argentina, etc., para no hablar del Japón, se configura como un equívoco de gran significado. Vale aclarar que la tesis del fin de la clase trabajadora, mismo cuando se restringe a los países centrales en nuestra opinión, está desprovista de fundamentación empírica como analítica. Una noción ampliada de trabajo, que tenga en cuenta su carácter multifacético, es fuerte ejemplo de esta evidencia. Esto sin mencionar que la eliminación del trabajo y la generalización de estas tendencia en el capitalismo contemporáneo(en él incluido el enorme contingente de trabajadores del tercer mundo) supondría la destrucción de la propia economía de mercado, por la incapacidad de integración del proceso de acumulación de capital, una vez que los robots no pueden participar en el mercado como consumidores. La simple sobre vivencia de la economía capitalista estaría comprometida, sin hablar de tantas otras consecuencias sociales y políticas explosivas que advertirían de esta situación. Todo esto evidencia que es una equivocación pensar en la desaparición o fin del trabajo en tanto perdure la sociedad capitalista productora de mercaderías y (lo que es fundamental) tampoco es posible imaginar ninguna posibilidad de eliminación de la clase-que-vive-del trabajo, en cuanto continúen vigentes los pilares constitutivos del modo de producción del capital (6) Tal investigación asume especial importancia, especialmente de la forma por la cual estas transformaciones vienen afectando el movimiento social y político de los trabajadores (en él incluido el movimiento sindical), particularmente en países que se diferencian de los países capitalistas centrales, es el caso de Brasil, donde hay trazos particulares bastante diferenciados de la crisis vivenciada en los países centrales. Si estas transformaciones son derivadas de significados y consecuencias para la clase trabajadora y sus movimientos sociales, sindicales y políticos, en los países capitalistas avanzados, también lo son en países intermediarios y subordinados, por ende dotados de relevante porte industrial, como Brasil. El entendimiento abarcativoy totalizante de la crisis que azota al mundo del trabajo pasa, por tanto, por este conjunto de problemas que incidirán directamente en el movimiento operario, en la medida que son complejos que afectarán tanto la economía política del capital como sus esferas política e ideológica. Claro que esta crisis es particularizada y singularizada por la forma por la cual estos cambios económicos, sociales, políticos e ideológicos afectan más o menos directa e intensamente los diversos países que forman parte de esa mundializacion del capital que es, como se sabe, desigualmente combinada. Para un análisis detallado de lo que pasa en el mundo del trabajo, el desafío es buscar la totalización analítica que articulará elementos más generales de este cuadro, con aspectos de la singularidad de cada uno de estos países. Es decisivo percibir que hay un conjunto amplio de metamorfosis y mutaciones que vienen afectando a la clase trabajadora, en esta fase de transformaciones en el mundo productivo dentro de un universo donde predominan elementos del neoliberalismo. Notas: *fetiche: objeto material venerado como un ídolo Fetichismo: Veneración excesiva y supersticiosa por una persona o cosa. // Idolatría. (1) Datos extraídos deTime for a Global New Deal” (2) Entendemos el taylorismo y el fordismo comoel patrón productivo capitalista desarrolladoa lo largo del S.XX y que se fundamentó básicamente en la producción en masa, en unidades productivas concentradas y vertical izadas, con un control rígido de los tiempos,de los movimientos, desenvueltos por un proletariado colectivo y de masa, debajo del fuerte despotismo y control fabril. (3) El toyotismo expresa la forma particular de expansión del capitalismo monopolista de Japón después de 1945, cuyos trazos principales serán desarrollados mas adelante. (6) utilizamos la expresión clase-que-vive-del-trabajo como sinónimo declase trabajadoraAl contrario de autores que defienden el fin del trabajo y el fin de la clase trabajadora, esta expresión pretende enfatizar el sentido contemporáneo de la clase trabajadora (y del trabajo).Esta comprende: 1) todos aquellos que venden su fuerza de trabajo, incluyendo tanto el trabajo productivo como el improductivo (en el sentido dado por Marx); 2) incluye los asalariados del sector de servicios y también el proletariado rural; 3) incluye el proletariado precarizado, sin derechos y también los trabajadores desempleados, que comprenden el ejército industrial de reserva; 4) y excluye, naturalmente, los gestores y altos funcionarios del capital, que reciben rendimientos elevados o viven de rentas.Esta expresión incorpora integralmente la idea marxiana del trabajo social combinado, tal como aparece en el capitulo 6 (inédito), al cual nos referimos anteriormente (Marx 1978).