Vanguardia Rusa: Tradición y Revolución La revolución de Octubre que tuvo lugar en Rusia en 1917, transformó radicalmente la cara del mundo contemporáneo. Tuvo además, una influencia decisiva en el mundo del arte, tanto a nivel nacional como internacional. En Rusia, la revolución cambió las ideas y contenidos del arte, su forma y sus métodos, y sobre todo cambió la audiencia a la que estaba dirigido. A partir de ese momento, el arte soviético tomaría parte activa en la lucha por la transformación nacional. Después de 1917, las palabras proféticas de Lenin, pronunciadas en la primera revolución rusa de 1905, empezaron a hacerse realidad. El mismo había insistido que, bajo el régimen socialista, el arte no serviría simplemente a la elite de la sociedad, esas “diez mil personas que sufren de aburrimiento y obesidad; serviría, en cambio, a los millones de trabajadores, al tesoro del país, su fuerza y su futuro”. Lenin estaba interesado en reconstruir la ciudad de Moscú como la capital de la nueva república. Estaba preocupado además, por establecer nuevas políticas de educación artística y por preservar la herencia cultural y arquitectónica del país contra las amenazas del vandalismo. Como consecuencia de esto, lanzó su Plan de Propaganda Monumental. Lenin se basó en el tratado Civitas Solis de Tommaso Campanella, uno de los primeros socialistas pertenecientes al Renacimiento italiano. Campanella había delineado la descripción de una ciudad ideal cuyas paredes serían todas decoradas con imágenes de escenas importantes de la historia y de la cultura, para que la gente pudiera acceder a una buena educación, y para fortalecer los sentimientos cívicos del pueblo. De la misma manera, Lenin soñaba con construir una ciudad ideal. Con ese objetivo, puso en práctica su llamado Plan de Propaganda Monumental. Los sitios arquitectónicos en donde tuvieron lugar los hechos Revolucionarios eran de una belleza y una magnificencia únicas. El Palacio de Invierno, el Instituto Smolni, los Campos de Marte, el Palacio Taurides en Petrogrado, o la Plaza Roja y el Kremlin de Moscú, siempre quedarán en la memoria popular como lugares muy significativos y cargados de una simbología especial. Basta con observar algunos de los episodios de la película Octubre de Eisenstein, para apreciar como la importancia de los acontecimientos históricos era acompañada por ambientaciones grandilocuentes. La relación entre el Plan de Propaganda Monumental de Lenin y el entusiasmo general por los festivales en los tiempos de la Revolución, es muy significativa. Muchas de las ideas del primer líder soviético se basaron en las tradiciones humanísticas del Renacimiento y en la experiencia de revoluciones pasadas, en particular la Comuna de París y la Revolución Francesa. Fue el mismo Robespierre quién, ya en 1794, había dicho que la madre patria debería educar a sus ciudadanos y utilizar a los festivales populares como un medio importante para transmitir esta educación cívica. De todas formas, estas influencias históricas no deben disminuir la importancia y la originalidad de las propuestas de Lenin. En la frase “propaganda monumental” podemos ver reflejada la nueva concepción del rol social del artista que fue introducida con la revolución socialista. Esta nueva concepción tenía además, la aspiración de unir las bellas artes con otras formas de arte propagandístico y popular con el fin de ayudar a transmitir la nueva educación. En los años que siguieron a la revolución, varias formas de arte masivo y propagandístico empezaron a adquirir importancia e interés. El poster político, la gráfica de diarios y revistas, el teatro heróico, las dramatizaciones en masa y las procesiones populares, los murales y las decoraciones de las calles en los aniversarios de la Revolución, integraron el grupo de bellas artes del nuevo estado soviético. Lenin compartía la visión de Tolstoy quién creía que el arte debe “tratar sobre temas que sean significativos para la clase trabajadora también, y no sólo para una selecta minoría”. La intención era fundamentalmente la de comunicar el. sentido de los acontecimientos históricos y sociológicos que estaban ocurriendo a los mismos protagonistas que habían, de hecho, creado esa historia: los trabajadores. Es importante destacar en este punto la relación entre lo nuevo y lo viejo, entre la innovación y las tradiciones rusas. El pueblo ruso se encontraba muy cómodo con este nuevo tipo de manifestaciones artísticas callejeras y populares. Dichos eventos formaban parte de la tradición, casi cotidiana, de los rusos. El contenido cambió con la Revolución. El argumento de las comedias que se representaban en las calles cambió, los diseños de las banderas cambiaron, pero los grandes festivales callejeros eran muy antiguos para los rusos y pertenecían a su tradición milenaria. Como casi todo en Rusia, estos festivales tenían fuertes raíces religiosas. Desde fines del siglo XV escenas y personajes míticos de la Biblia eran dramatizados en las afueras de las Iglesias Ortodoxas Rusas. Un fenómeno más conocido aún del ritual Ortodoxo eran las procesiones religiosas en las que se cargaban los iconos a través de los pueblos y de las ciudades como parte de los festividades religiosas. Estos – krestnye khody- o “Vía Crucis” aparecen representados en numerosas pinturas pertenecientes a la escuela realista del siglo XIX. Antes y después de la Revolución, estas procesiones y festivales callejeros representaban una continuación directa de esta forma religiosa original de ritual. Me parece importante recordar en este punto, la referencia que hizo Hansgeorg Gadamer al tema del arte como fiesta. En La actualidad de lo bello, Gadamer dice que “la fiesta y la celebración se definen claramente porque, en ellas, no sólo no hay aislamiento, sino que todo está congregado” y, más adelante agrega: “Celebramos al congregamos por algo y esto se hace especialmente claro en el caso de la experiencia artística. No se trata sólo de estar uno junto a otro como tal, sino de la intención que une a todos y les impide desintegrarse en diálogos sueltos o dispersarse en vivencias individuales...” Creo que Gadamer nos ayuda a entender con mayor profundidad el tema del arte popular y en masse de los años posteriores a la Revolución en Rusia. El individualismo ya no tenía sentido, había que integrarse y participar con el nuevo régimen. Así como en la Rusia anterior a la Revolución era muy frecuente que los eventos de estado importantes, como la firma de tratados de paz o la coronación de los Zares, fueran celebrados mediante desfiles y ferias públicas, los mismos espacios abiertos fueron utilizados más tarde, para los festivales del período Soviético. La vieja Moscú fue siempre la ciudad elegida para celebrar las coronaciones de los Zares. De esta manera, la última coronación anterior a la Revolución, la del Zar Nicolás II en mayo de 1896, fue celebrada no solamente por un festival público en el Campo de Khodynskoe sino también mediante desfiles y decoraciones callejeros. La mayoría de la población perteneciente a la nueva burguesía de Moscú se sentía todavía muy ligada al mundo rural y estaba encantada de poder participar de estas fiestas públicas en las calles y parques de la ciudad. Como lugar del nacimiento de la revolución, Petrogrado fue decorada minuciosamente por un grupo de artistas y arquitectos muy eclécticos. Al mismo tiempo empezaron a surgir debates acerca de futuras políticas generales. Debería haber un “plan general” o se debería aceptar y difundir la creación individual? Era el “arte moderno” o “futurismo” capaz de expresar el ritmo, las experiencias y los sentimientos de las masas revolucionarias? La gran incógnita era si los artistas profesionales estaban realmente interesados en comprometerse con el proletariado y con el nuevo régimen. La exposición moscovita de 1913 del viejo arte ruso marcó el redescubrimiento de la pintura de iconos, que tuvo una entusiasta aceptación entre los artistas de la vanguardia. Ellos reconocían en el icono la verdadera pintura rusa, que se había perdido transitoriamente por la influencia occidental del naturalismo y del realismo. Los iconos no sólo formaban una parte esencial de la decoración de los templos, sino que también se encontraban en las cámaras de los zares, de los boyardos, en las casas de la ciudad y en las “izbas” de los campesinos. El objetivo del icono no era mostrar apariencias sino esencias. La posición de las figuras, el color y los gestos tenían un carácter simbólico en la pintura del arte religioso. Rodchenko escribió en su diario en 1919: “Búsqueda del color. La pintura rusa es decorativa. La cultura de pintar tiene su origen en los iconos. Eso es adorno, y por cierto decorativo, es decir, un valor en sí.” Las propiedades de la materia o la percepción del “absoluto” (Malévich), y no la subjetividad del artista, debían aparecer ahora en el trabajo con los colores. La semejanza en la “paleta” de los pintores de iconos y de los vanguardistas es muy significativa. El bermellón y el verde esmeralda saturado, junto a los tonos café, negro y blanco, eran prácticamente los únicos colores empleados. La elección de los diferentes tonos, su intensidad, la falta de un modelo basado en el claroscuro, la exacta delimitación del color y su distribución en el cuadro, son características que los vanguardistas aprenden de la vieja pintura rusa. Hubertus Gassner, en su estudio Rodchenko-Construcción 1920 o el arte de organizar la vida, considera que “los cuadros de Rodchenko y los iconos tienen en común la búsqueda de la forma absoluta y de las leyes de su movimiento, o, dicho de otra forma, la búsqueda de una ley supraindividual de la construcción y del cuadro original objetivo, al que se pueden retrotraer todas las modificaciones individuales.” En el icono se representa el rostro de la eternidad ante el observador. Los constructivistas llevaron el material a punto “cero” y edificaron una nueva realidad objetiva a partir de lo inmaterialmente espiritual. Nació así la sociedad comunista: el reino religioso de los iconos sobre la tierra y el colectivo de supraindividualidad de los hombres que trabajan, llegan a identificarse. Todos los artistas que formaron parte de la Vanguardia Rusa tuvieron que tratar de encontrar un equilibrio entre las innovaciones accidentales -el Cubismo parisino, el Futurismo italiano y el Expresionismo alemán- y sus propias raíces culturales. Esta nueva síntesis artística es la que le daría a este movimiento esa dinámica tan particular y tan difícil de volver a reproducir. Estas obras, relegadas durante tanto tiempo a los sótanos de los museos provinviales, tuvieron que esperar a que cayera el comunismo para poder ser exhibidas nuevamente. Muchos de estos artistas caminaron en las filas del partido comunista desde sus comienzos, pero más tarde fueron juzgados por el mismo régimen soviético como herejes por no “colaborar” con el sistema. Pocas veces la historia y el arte de un país han estado tan intrínsecamente unidos. Marina Georgalos Centro Cultural Recoleta