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Nueva Sociedad
Separatas
Christopher Birkbeck / Luis Gerardo Gabaldón
Conclusión. La definición de los usos justificados de la
fuerza en el desempeño policial: propuestas para un proyecto
de investigación comparada
Artículo aparecido en
Luis Gerardo Gabaldón / Christopher H. Birkbeck (editores): Policía y fuerza física en perspectiva intercultural. Nueva Sociedad, Caracas, 2003, pp. 125-137.
Conclusión
La definición de los usos justificados de la fuerza
en el desempeño policial: propuestas
para un proyecto de investigación comparada
Christopher Birkbeck / Luis Gerardo Gabaldón
Introducción
Tanto la experiencia subjetiva como la observación sistemática (v. p. ej.,
Gabaldón/Murúa; NIJ) indican que el uso de la fuerza es un acontecimiento
relativamente infrecuente en el desempeño de la policía. Ello no debe
sorprender si pensamos un poco en las actividades que típicamente llenan
el turno de trabajo de un efectivo policial cualquiera –patrullaje, observación, entrevistas, preparación de informes, etc. Pocas son las ocasiones en
que el policía se encuentra en situaciones de urgencia, peligro o enojo,
donde recurre a medios físicos para lograr algún objetivo. La mayor parte
del tiempo, o bien no hay interacción con la ciudadanía, o esa interacción es
pacífica. Lo que sí es sorprendente es darse cuenta de que, pese a lo
excepcional, la fuerza, cuando se aplica, no siempre suscita una reacción
social, esto es, alguna actitud de evaluación de la actuación por parte de
quienes no están involucrados en el encuentro. Muchas veces, se la trata
como una ocurrencia natural –algo cuya aparición, si se registra, no sale de
los parámetros de lo esperado o tolerado. Inclusive, si le agregamos un
toque de realismo a la definición abstracta propuesta por E. Bittner (reseñada en el capítulo de introducción a este libro) podríamos concebir a la policía
como una de las agencias del Estado cuyo uso de la fuerza no se encuentra,
por lo general, sometido a evaluación ni cuestionamiento.
Sin embargo, es evidente que la naturalidad del uso de la fuerza no es
percibida ni aceptada por todos. Más allá de las quejas formuladas por los
ciudadanos que son objeto de una acción de tal naturaleza, la preocupación
por el uso, y el abuso, de la fuerza por parte de la policía se evidencia en la
acumulación de literatura académica sobre el tema (Birkbeck/Gabaldón;
Geller/Toch) y en el número creciente de informes sobre violaciones de los
derechos humanos (Chevigny; Zaffaroni 1993). Esa preocupación podría
resumirse en dos afirmaciones: a) la fuerza constituye un recurso necesario
en el inventario de acciones gubernamentales; b) sin embargo, solo ciertos
usos de la fuerza son aceptables (Bittner; CELS/HRW). El reto para los
gobiernos, y para aquellos que los fiscalicen, es especificar el uso justificado
de la fuerza y, lógicamente, el uso injustificado también.
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Este, probablemente, no es un reto que algunos reconocerían o aceptarían de inmediato, ya que los casos de exceso evidente en el comportamiento policial parecen tan notorios y llamativos que el ocuparse en asuntos de
definición podría aparecer como irrelevante o carente de sensibilidad social
(Zaffaroni 1988). Sin embargo, cada alegato de exceso implica algún parámetro bajo el cual se juzga la actuación de la policía, y aunque muchas
tragedias son fácilmente catalogables como “delitos policiales” (Huggins/
Mezquita), es muy difícil determinar la justificación de muchas otras
intervenciones con uso de la fuerza. Uno de los impedimentos que enfrentamos es la ausencia de descripciones objetivas del comportamiento ciudadano y policial en el encuentro, dado que tanto los efectivos que emplean
la fuerza como los ciudadanos que son el blanco de la misma, tienden a
elaborar relatos (Scott/Lyman) diferentes sobre lo acontecido (Troutt).
Sin embargo, una dificultad aún mayor en la evaluación de la actuación
policial, que fundamenta las ideas aquí presentadas, es la complejidad
potencial y la variedad evidente de las tentativas de definir el uso justificado
de la fuerza. Así, una evaluación más estricta del comportamiento policial
nos obliga a examinar los criterios con base en los cuales se juzga la fuerza
como justificada o injustificada. Solo el estudio de esa problemática en una
variedad de ámbitos o jurisdicciones nos permitirá iniciar una revisión
adecuada de nuestras propias concepciones de la fuerza justificada.
Las variaciones en los criterios para la definición de la fuerza justificada
En la sociedad contemporánea, los juicios sobre la justificación de la
fuerza empleada por la policía se basan en “la situación”. Por ejemplo, la
justificación del uso del arma de fuego depende (entre otras cosas) del
comportamiento del ciudadano. Así, disparar contra un ciudadano quien,
simultáneamente, dispara a la policía podría considerarse justificable;
disparar contra una persona desarmada que se está fugando luego de la
comisión de un delito podría considerarse injustificado. Sin embargo, la
“situación” puede referirse a muchas cosas, como por ejemplo, el estatus y
comportamiento del ciudadano, el estado de ánimo, entrenamiento y
objetivos del funcionario policial, y las características físicas del lugar
donde ocurre el encuentro. Las concepciones de esa situación podrían
variar en grado de detalle y contenido y se relacionarán, evidentemente, con
los juicios sobre la justificación de la fuerza empleada.
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Por ejemplo, la práctica (lamentablemente común) en diversos países
latinoamericanos de disfrazar muchos homicidios policiales como enfrentamientos con “antisociales” (v., p. ej., Del Olmo) se sostiene en parte sobre
una evaluación superficial de la situación, que caracteriza a los periodistas
y a la comunidad en general. Basta con saber que “un delincuente se enfrentó a tiros con el policía” para declarar justificada la muerte de aquél. En
cambio, muchos abogados y especialistas en derechos humanos elaboran y
defienden narraciones apreciablemente más detalladas del encuentro, poniendo atención, por ejemplo, a la secuencia de interacciones (¿el ciudadano
portaba un arma antes de morir, o la misma fue sembrada después?), o a la
ubicación del policía y el ciudadano (¿corría el ciudadano hacia el policía,
o estaba fugándose?) (Cano). Estas descripciones más detalladas de la
situación pretenden poner en claro el uso injustificado de la fuerza.
Los juicios sobre la justificación de la fuerza no solo varían en el grado
de detalle con que se describen las circunstancias, sino también en términos
de los rasgos de la situación que constituye el objeto de atención. Por
ejemplo, algunos usos de la fuerza se justifican en relación con el comportamiento del ciudadano (p. ej., escapaba), otros en relación con las responsabilidades asignadas al funcionario policial (p. ej., debe arrestar al delincuente). Esos modos de justificar la fuerza no son equivalentes, como se
puede apreciar en el famoso caso Tennessee vs. Garner, decidido por la Corte
Suprema de Estados Unidos en 1984, en el cual un oficial de policía mató de
un disparo a un menor que no portaba armas y que se fugaba de una
residencia donde acababa de sustraer dinero y una cartera. La opinión de
la mayoría de los magistrados consideró que el comportamiento del menor no
justificaba el uso del arma de fuego en su contra. En cambio, en opinión de
los magistrados que salvaron su voto, pese al resultado trágico en este caso,
el uso del arma de fuego estuvo justificado porque la policía de Tennessee
tenía la responsabilidad de arrestar a los sospechosos que se fugasen del lugar
de los hechos (U.S. Supreme Court).
La posibilidad de concepciones variadas, en cuanto a grado de detalle
y contenido, sobre las situaciones que justifican el uso de la fuerza es
evidente si examinamos el espacio institucional que sirve de marco a los
efectivos policiales. Ese espacio generalmente contiene dos conjuntos de
reglas explícitas sobre el uso de la fuerza: a) las normas del derecho penal
y civil, por ejemplo, el derecho a la legítima defensa, que atañen directa o
indirectamente el uso de la fuerza; b) los reglamentos sobre el uso de la
fuerza elaborados y promulgados por los propios cuerpos policiales, los
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cuales suelen ser más detallados que las normas legales. Menos evidentes,
pero de igual importancia, son las reglas informales que desarrollan los
efectivos policiales en el transcurso de su trabajo cotidiano. Por ejemplo,
nuestras investigaciones anteriores en Venezuela se han centrado en la
identificación de las reglas prácticas para el uso de la fuerza, y allí hemos
encontrado que los reclamos formulados por ciudadanos descontentos, y
las réplicas de los funcionarios, constituyen una fuente de información
particularmente reveladora (Gabaldón/Birkbeck 1998).
Aunque las reglas formales e informales sobre el uso de la fuerza
podrán tener contenidos comunes, es poco probable que sean exactamente
iguales. Por ejemplo, en EEUU, M. Blumberg (1989) observó que muchos
reglamentos departamentales sobre el uso de la fuerza son más restrictivos
que las leyes estadales. En Venezuela encontramos diferencias importantes
entre las reglas prácticas manifestadas por los funcionarios policiales y el
reglamento del cuerpo al que pertenecen.
Esas y otras investigaciones (p. ej., Huggins/Mesquita) indican que las
intervenciones policiales en cualquier encuentro pueden conducirse al
margen de las normas y de los reglamentos si ello resulta más útil o aceptable para la policía y no es cuestionado por la audiencia social. Por ejemplo,
la policía podría arrestar a un sospechoso fuera de un caso de flagrancia (al
margen de lo que pauta la ley) y utilizar una fuerza física excesiva (en
contravención del reglamento vigente) si estima que de esta manera resuelve mejor el problema y si la gente o las instancias de control (p. ej., los fiscales
y los jueces) no reprueban ese modo de proceder. Y se puede suponer que,
en la medida en que una manera de emplear la fuerza se repita y llegue a ser
aceptada, hay una normalización de la fuerza.
La normalización como proceso puede implicar el desarrollo de un
marco de actuación policial, no oficial, oculto y operacional, que funciona
como un código interno de conducta, que debe ser vinculado a las reglas
oficiales a través de justificaciones inspiradas en principios generales e
imprecisos, tales como el mantenimiento de la paz social, la lucha contra la
delincuencia o la preservación de la seguridad ciudadana. Dichos principios, aunque puedan ser referidos a disposiciones o declaraciones jurídicas
amplias, son lo suficientemente genéricos para no requerir correspondencia precisa con objetivos específicos de la actividad policial, a diferencia de
los modelos que se discuten más adelante. Sin embargo, tienen la ventaja de
facilitar un discurso de justificación fácilmente asequible a la población y a
los medios de comunicación social, lo cual fomenta su difusión y acepta-
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ción, muchas veces bajo los argumentos de la inevitabilidad, la excepcionalidad, o del mal necesario.
Poco sabemos acerca de la relación entre las normas, los reglamentos y
las reglas prácticas sobre el uso de la fuerza, y varias son las hipótesis que
se podrían manejar. Podríamos especular, por ejemplo, que cuanto menos
específicos y exigibles en el desempeño ocupacional sean las normas y
reglamentos sobre el uso de la fuerza, mayor será la influencia de otros
criterios sobre la disposición de emplear la fuerza. Sin embargo, aun en
ausencia de ese conocimiento podemos afirmar que, en la medida en que las
reglas formales e informales se asemejen, estaríamos en la capacidad de
identificar una postura característica de una jurisdicción sobre la definición
de la fuerza justificada. En la medida en que unas y otras difieran, es
probable que las reglas prácticas –engendradas por la subcultura policial,
empleadas sobre el terreno, y esgrimidas como respuestas a los reclamos–
tengan mayor validez como indicadores del modo típico de justificar la
fuerza en una jurisdicción cualquiera.
Ahora bien, las concepciones de la fuerza justificada pueden variar no
solamente dentro de los confines de una jurisdicción sino entre una y otra.
Ello se aprecia no solamente en las evidentes diferencias entre leyes y
reglamentos vigentes en diferentes jurisdicciones (Brown), sino probablemente también en las reglas prácticas. Por ejemplo, en un estudio comparado sobre la disposición a usar la fuerza en diversos encuentros hipotéticos
con ciudadanos, encontramos que los funcionarios policiales de Ciudad
Juárez, México, emplearían sus armas de fuego con una frecuencia significativamente menor que sus colegas al otro lado de la frontera –El Paso,
Tejas–, y esto a pesar de que los reglamentos sobre el uso de la fuerza en cada
cuerpo policial son casi idénticos. Por otro lado, los efectivos policiales de
Mérida, Venezuela, manifestaron una disposición aún menor que sus
homólogos mejicanos a utilizar el arma de fuego (Birkbeck/Gabaldón).
Estas inclinaciones diferentes a reaccionar ante la situación sugieren la
existencia de reglas prácticas alternas para abordar el encuentro, aunque no
poseemos información sobre ellas para las ciudades de Juárez y El Paso.
El significado de las variaciones en las maneras de justificar la fuerza
dentro de una jurisdicción y entre varias de ellas deriva de la probabilidad
de que las reglas que definen el uso justificado afecten la incidencia y el tipo
de fuerza empleada en los encuentros con ciudadanos. Ese es el supuesto
para aquéllos que proponen cambios en las leyes o los reglamentos, o para
quienes eliminarían reglas prácticas inaceptables mediante mejoras en los
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programas de entrenamiento para el uso de la fuerza. No obstante, debe
recordarse que esa postura no está totalmente libre de objeciones. Desde la
perspectiva sociológica de los “relatos” (Scott/Lyman), mencionados al
inicio de este capítulo, las reglas ofrecerían recursos legales o sociales para
la construcción post facto de la justificación de la fuerza, independientemente de las razones o causas que hayan llevado a su uso. Así, las reglas no
surtirían efecto alguno sobre el comportamiento policial.
Sin embargo, otros autores (notablemente Sykes/Matza) plantean una
situación menos radical, cuando sostienen que las reglas pueden servir de
guía previa a la acción. La escasa evidencia disponible sobre la relación
entre las reglas y el uso de la fuerza, proveniente de estudios longitudinales
que comparan el uso de las armas de fuego antes y después de alguna
reforma reglamentaria, proporciona algún respaldo a ese argumento. Así,
L. Sherman encontró que los cambios en los reglamentos sobre armas de
fuego en tres ciudades estadounidenses durante los años 70, aunados a
presiones administrativas y a una evaluación pública de la gestión policial,
lograron una disminución en la cantidad de disparos y las muertes de
ciudadanos. Un resultado aparentemente menos optimista se encuentra en
la investigación de W. Waegel, quien observó que un cambio en las leyes
estadales surtió poco efecto sobre el uso de armas de fuego por parte de la
policía de Filadelfia, aunque también notó poca disposición por parte de la
plana mayor del departamento a aceptar o apoyar el cambio legislativo.
Admitiendo la posibilidad de que las reglas influyan en el comportamiento policial, sostenemos que las variaciones en las justificaciones situacionales para el uso de la fuerza en las diferentes jurisdicciones ameritan
tanto investigación como evaluación. A través de su estudio se nos facilita
la comprensión de los patrones de intervención policial con aplicación de
la fuerza. Mediante su evaluación podemos trabajar en el desarrollo de
mejores criterios para la revisión y el control de la actuación policial. En lo
que sigue, proponemos un modelo para la identificación, clasificación e
interpretación de las justificaciones situacionales de la fuerza, sugiriendo el
desarrollo de una línea de investigación.
El análisis de las justificaciones situacionales de la fuerza
Tres tipos de variable aparecen de ordinario en las justificaciones de la
fuerza. La primera es el comportamiento del ciudadano, que comprende
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típicamente (aunque no siempre) hechos de agresión o resistencia al procedimiento policial. La segunda es el tipo de fuerza empleada por el policía, sea
ésta mortal o no mortal. La tercera es el objetivo del funcionario cuando usa
la fuerza, por ejemplo, parar un hecho de agresión, evitar una fuga o lograr
un arresto. La mayoría de las justificaciones incluye por los menos una de esas
dimensiones de la situación, y algunas podrían incluir las tres. También
pueden incluir otros elementos de la situación, como la edad del ciudadano
o la presencia de terceros, pero éstos tienden a ser menos frecuentes y de
diversa índole, razón por la cual los denominaremos “contingencias”.
El comportamiento del ciudadano y los objetivos del funcionario podrían restringirse al encuentro entre policía y ciudadano, o podrían extenderse hacía atrás o hacia adelante en el tiempo. Por ejemplo, algunos
reglamentos sobre el uso de la fuerza permiten disparar contra un sospechoso de haber cometido un delito grave, y quien se encuentra en fuga,
aunque el delito haya ocurrido antes del encuentro con el policía. De modo
similar, algunos reglamentos permiten el uso del arma de fuego para
prevenir la comisión de un delito grave, aunque no es necesario, para que
la fuerza sea justificada, que el hecho ocurra en el marco del encuentro. Ese
“estirar” la situación ha provocado observaciones críticas por parte de
aquellos que consideran la fuerza justificable únicamente en el marco del
encuentro entre policía y ciudadano (v., p. ej., Harper).
Si bien el comportamiento ciudadano, el tipo de fuerza y los objetivos
del funcionario representan las variables situacionales usualmente citadas
en la justificación de la fuerza, no necesariamente aparecen juntas. De
hecho, una de las razones de las polémicas sobre la justificación, o no, de la
fuerza –como era evidente en Tennessee vs. Garner– es que los defensores y
los críticos de las actuaciones policiales cuestionan un tipo de justificación
situacional, proponiendo otro de manera implícita (v. CELS/HRW). Al
amplio margen de variación en los comportamientos ciudadanos, tipos de
fuerza y objetivos policiales que se pueden incluir en una justificación, debe
agregarse la posibilidad de que ésta enfatice una cualquiera de esas categorías, privilegiándola sobre las otras. Tomando esa posibilidad como objeto
de análisis, proponemos que las justificaciones situacionales pueden conceptualizarse en términos de tres modelos, cada uno de los cuales se
construye sobre la atención preferencial al comportamiento del ciudadano,
el tipo de fuerza, o los objetivos policiales.
El primer tipo de justificación enfatiza el comportamiento del ciudadano, conteniendo descripciones relativamente detalladas de la actuación del
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sujeto en el encuentro y prestando poca atención a los tipos de fuerza
empleada o a los objetivos policiales. Dado que este modelo justifica la fuerza como una respuesta a algo que ocurre durante el encuentro, lo llamamos
el modelo causal de justificación. Por ejemplo, nuestras investigaciones
sobre las reglas prácticas de la policía del Estado Mérida, Venezuela,
indicaron que los oficiales adoptaban un enfoque predominantemente
causal para justificar el uso de la fuerza. Cuando fueron entrevistados sobre
los criterios para su uso permisible, un análisis de contenido simple de sus
respuestas indicó que el comportamiento del ciudadano aparecía con
mayor frecuencia (149 menciones), seguido por el tipo de fuerza (106
menciones) y los objetivos de ésta (60 menciones) (Gabaldón/Birkbeck
1998). Analizando 76 casos narrados por estos oficiales, encontramos que
todos se iniciaban con una referencia a la conducta del ciudadano, pero solo
24% incluyó una referencia al objetivo de la fuerza. También encontramos
que, al enfrentar los reclamos por el uso indebido de la fuerza, los oficiales
elaboraban justificaciones basadas en el comportamiento del reclamante,
estirando frecuentemente la situación para incluir hechos anteriores al
encuentro que conferían un estatus degradado al mismo.
El segundo tipo de justificación enfatiza el tipo de fuerza y dedica
mucho menos atención al comportamiento ciudadano o a los objetivos
inherentes a la fuerza. Este modelo define y describe, en detalle, los tipos
diferentes de la fuerza, señalando frecuentemente también algunos que son
prohibidos. Poco se dice de manera directa o coherente sobre el comportamiento del ciudadano, y los objetivos se plantean bajo la meta general del
“control”. Así, la situación se restringe al encuentro, con poco estiramiento
hacia atrás o adelante. Las decisiones sobre el tipo o nivel “apropiados” de
fuerza se dejan a la evaluación de la situación que haga el funcionario. Dado
su énfasis sobre los tipos y efectos físicos de la fuerza, denominamos éste
como modelo físico de justificación de la fuerza. La fuerza se justifica en
términos de los efectos que produce sobre el ciudadano.
Podemos señalar que un enfoque que resulta, al parecer, cada vez más
popular en el diseño de los reglamentos sobre el uso de la fuerza en América
del Norte es el “paradigma de intervención física” propuesto por J.C.
Desmedt, o propuestas similares, como por ejemplo, la escala de confrontación de Talcott Parsons, o el modelo de Charles Remsberg (Maher).
Desmedt propone una escala calibrada que empareja tipos de comportamiento ciudadano (por ejemplo, resistencia, agresión) y la respuesta apropiada, lo cual infunde su “paradigma” de una dimensión bastante mecáni-
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ca. Este tipo de enfoque es el punto de referencia aparente para los
reglamentos sobre el uso de la fuerza en El Paso, Tejas, y Juárez, México, los
cuales se resumen en un “modelo situacional de la fuerza”. Un trozo del
texto del reglamento de El Paso se lee como sigue:
...el modelo situacional de la fuerza está diseñado para mostrar que un
oficial tiene a su disposición una variedad de niveles de fuerza, y seleccionará
el medio menos violento disponible relativo a la situación. El oficial se
fundamenta en un juicio razonado para hacer la selección. La opción
elegida dependerá de muchos factores, pero generalmente se encuentra
dictada por el grado de resistencia que opone el ciudadano. Este modelo
ubica al oficial en el centro de la situación.
Mientras que las reglas prácticas en Venezuela se ocupan principalmente del comportamiento del ciudadano, este reglamento de la frontera
mexicano-americana aparentemente se centra más en la actuación del
policía.
El tercer tipo de justificación enfatiza los objetivos del efectivo policial
al usar la fuerza. Esos objetivos se expresan primordialmente en términos
de la misión comúnmente atribuida a la policía, como la defensa de la vida,
la protección de la propiedad, la prevención del delito, o el arresto de los
delincuentes. Mucho menos atención se presta al comportamiento del
ciudadano o a los tipos de fuerza empleada. Dado este énfasis, llamaremos
a este tipo de justificación el modelo funcional de la fuerza, ya que ella se
justifica en términos de las funciones que cumple. Por ejemplo, el Reglamento General de la Policía Metropolitana de Caracas (República Bolivariana de Venezuela 1995) permite el uso del arma de fuego contra las personas:
...únicamente en defensa propia o de otras personas, en caso de peligro
inminente de muerte o lesiones graves, o con el propósito de evitar la
comisión de un delito particularmente grave que entrañe una seria amenaza
para la vida o con el objeto de detener a una persona que represente ese
peligro y oponga resistencia a la autoridad, y únicamente en caso de que
resulten insuficientes medidas menos extremas para lograr dichos objetivos.
En cualquier caso solo se puede hacer uso intencional de armas letales
cuando sea estrictamente necesario para proteger una vida.
En esta redacción engorrosa, los objetivos institucionales predominan
sobre los tipos de fuerza (nada se dice sobre cómo emplear el arma de fuego)
y los comportamientos de los ciudadanos (respecto a los cuales solo se
mencionan “peligro inminente de muerte o lesiones” y “resistencia a la
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autoridad”). Como tales, las variables situacionales citadas son muy generales y quizás rebasan el encuentro, por ejemplo cuando incluyen como
blancos apropiados de la fuerza letal a los ciudadanos que “representen [el]
peligro” de “un delito particularmente grave”. El estatuto de Tennessee,
punto de conflicto en Tennessee vs. Garner, también tenía una orientación
funcional, así como los reglamentos sobre el uso del arma de fuego en las
provincias australianas de los años 70 (Elliott).
Estos tres modelos para la justificación de la fuerza tendrían poco
interés si no entrañasen consecuencias para la actuación policial. Sin embargo, en la medida en que sean identificables en las reglas formales e
informales sobre el uso de la fuerza, creemos que reflejan y refuerzan
patrones de intervención policial. El modelo causal es, esencialmente, una
forma retrospectiva de justificación, mirando hacia atrás para dar cuenta de
lo que el ciudadano acaba de hacer, o lo que anteriormente estaba haciendo:
casi por definición, cuando la fuerza se vincula al comportamiento del
ciudadano y se divorcia de cualquier objetivo ulterior y asume un carácter
retributivo. De esta manera, la fuerza señala algo en relación con el comportamiento con el cual se vincula, y nuestras observaciones de la policía
venezolana sugieren que la fuerza se emplea para resaltar lo reprobable de
ese comportamiento. Si este es el caso, muchas de sus intervenciones con
fuerza no se calibran en términos de la necesidad de controlar la situación
o en función de los objetivos institucionales que persigue la policía, sino en
términos de censura moral. Esto ayudaría a entender algunos casos documentados, en los cuales ciudadanos pasivos fueron blancos de fuerza
extrema.
El modelo físico de intervención constituye, como hemos dicho, una
estrategia mecánica de justificación, dado que centra la atención en el
comportamiento del ciudadano durante el encuentro y en los tipos o niveles
de fuerza disponibles para el funcionario. En este modelo, ésta asume un
carácter de control físico, siendo empleada para vencer la inercia o la
resistencia del ciudadano. Por ende, la fuerza policial se relaciona estrechamente con la manifestada por el ciudadano, y la misma se justifica mediante
un marco de referencia cuantitativo que obliga al funcionario a seleccionar
el próximo nivel disponible que ofrezca una mayor cuantía que aquélla
empleada por el ciudadano. A veces, este modo de proceder lleva a consecuencias trágicas, como en Tennessee, donde el funcionario que disparó
contra Edward Garner (la persona en fuga) explicó que no podía haber
alcanzado a pie al joven y por ende optó por utilizar el próximo, y
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permisible, nivel de fuerza –su arma de fuego. La ausencia aparente de
cualquier reflexión por parte del oficial sobre el objetivo de la fuerza fue
subrayada de manera elocuente por los magistrados de la Corte Suprema
cuando observaron: “El uso de la fuerza mortal es una manera contraproducente de aprehender a un sospechoso y así poner en funcionamiento el
sistema penal” (U.S. Supreme Court, p. 10).
El modelo funcional de justificación de la fuerza se ocupa casi exclusivamente de las responsabilidades asignadas a la policía, o por lo menos
asumidas por ésta. Dentro de dicho esquema, la fuerza posee un carácter
instrumental, vinculado a la necesidad de cumplir con el trabajo. Aquí, su
uso depende no solo del comportamiento ciudadano sino también del tipo
y urgencia de la tarea que adelanta el funcionario. Por ejemplo, un manifestante pasivo posiblemente será sujetado físicamente y escoltado fuera del
lugar si la policía necesita despejar rápidamente la zona; o un secuestrador
puede resultar muerto si se requiere una resolución rápida del secuestro.
Desde esta perspectiva, sugerimos que la fuerza representa un medio para
afirmar la ley. Entre otras cosas, esto podría indicar que la policía es efectiva
y que el Gobierno funciona. Así, las fuertes presiones sobre el control social
gubernamental para que se implementen de inmediato políticas para
disminuir la inseguridad personal podrían incentivar el uso y la justificación de la fuerza como afirmación de la ley (Gabaldón 1993; Mingardi 1996).
Hacia un proyecto de investigación
Las consideraciones hechas en este capítulo permiten identificar dos
grandes temas, diversos en amplitud y alcance, aunque no incompatibles,
y posiblemente convergentes, en cuanto a la investigación sobre el uso de
la fuerza física por parte de la policía. El primero de los temas podría
formularse así: ¿cuáles son las maneras de justificar el uso policial de la
fuerza en diferentes jurisdicciones? El segundo de los temas podría plantearse de la siguiente manera: ¿qué explica la convergencia y la divergencia
entre las pautas formales y la actuación de la policía?
El enfoque analítico propuesto en la sección anterior desarrolla el
primer tema de investigación y supone, pero no examina, un supuesto
metodológico: que las justificaciones situacionales para el uso de la fuerza
sean relativamente fáciles de disgregar en componentes individuales. Dado
que algunas de esas justificaciones se encuentran en leyes y reglamentos, un
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análisis sistemático de contenido probablemente arrojará resultados confiables. El acceso a las reglas prácticas es más difícil, pero no se esperan
problemas de una índole distinta al aplicarse un análisis de contenido. Bajo
el supuesto, entonces, de que las variables situacionales que conforman las
justificaciones podrán ser identificadas y clasificadas, numerosas inquietudes empíricas emanan de la propuesta anterior.
En primer lugar, sería interesante averiguar si el comportamiento del
ciudadano, los tipos de fuerza y los objetivos policiales son las variables
situacionales principales y más frecuentes que se citan para justificar la
fuerza. En segundo lugar, es necesario determinar el grado de similitud y
diferencia entre las justificaciones situacionales que se encuentran en las
leyes, reglamentos y reglas prácticas de una jurisdicción. ¿Es posible
identificar un modo típico de justificación de la fuerza en esa jurisdicción,
o existen grandes diferencias entre las reglas formales e informales? En
tercer lugar, sería interesante comparar las variaciones entre diferentes
jurisdicciones en las maneras de justificar la fuerza. ¿Cuánta variación se
observa en las reglas formales e informales? ¿Existe mayor variabilidad
entre las reglas formales, o las reglas informales? En cuarto lugar, ¿sería
posible identificar los modelos de justificación descritos en la sección
anterior? ¿Podemos encontrar orientaciones hacia la retribución, control
físico y asentamiento de la ley en las diferentes jurisdicciones? En quinto
lugar, ¿hasta qué punto podría la equifinalidad –resultados similares
derivados de procesos distintos– afectar las observaciones? ¿Podríamos
identificar tipos específicos de encuentro entre policía y ciudadano que
facilitan la identificación inequívoca de los modelos causal, físico y funcional de justificación de la fuerza?
El segundo tema de investigación requiere, entre otros supuestos, una
discusión sobre el significado y posición de las normas formales como
pautas de acción de la policía. Si bien este problema pudiera resultar
complejo, su abordaje podría indicar caminos para fomentar la pertinencia
y aplicación de las normas escritas más allá de enunciados formales de
dimensión simbólico expresiva.
Las respuestas a estas y otras interrogantes representarían una contribución importante a las explicaciones existentes sobre el uso de la fuerza
que hacen referencia a las variables situacionales (Gabaldón/Birkbeck
1995; Worden), y estimularían una reflexión más amplia sobre el significado social y cultural de la fuerza empleada por el Estado. Dichas respuestas
también proporcionarían un marco de referencia útil para la evaluación de
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los reglamentos existentes sobre uso de la fuerza y para las propuestas de
reforma. Evidentemente, el contenido de un reglamento aceptable sobre
uso de la fuerza no es ni evidente, ni inexpugnable; sin embargo, las ideas
preliminares adelantadas en este ensayo sugieren que las justificaciones de
la fuerza basadas en una sola categoría de variable situacional son especialmente problemáticas. Solo mediante la integración de tipos diferentes de
variable en nuestras justificaciones podremos mejorar las soluciones al
problema que supone la autorización para el empleo de la fuerza por parte
de la policía.
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