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Acción colectiva, ciudadanía y espacio público
Por Viviana Gualdoni
Docente e investigadora universitaria (FHCS - UNPSJB). Integra la unidad ejecutora del
proyecto de investigación La constitución de las identidades sociales en el contexto de la
globalización.
Introducción
Nuestra intención es poder ordenar algunas reflexiones y debates teóricos en torno a la acción
política y la ciudadanía con miras a aclarar líneas de análisis e interrogantes para la investigación
que se está llevando a cabo sobre la vida política en Comodoro Rivadavia.
En las últimas décadas los debates teóricos en torno a la ciudadanía y la república se han visto
vivificados por los desafíos que enfrentan las democracias, ya que estos temas necesariamente
nos remiten a pensar en la dinámica de la inclusión/exclusión, en las identidades sociales y
políticas, y en los mecanismos de resolución de conflictos.
Este "auge" del interés por la ciudadanía en el caso de los países europeos debería enmarcarse en
el contexto de la crisis del estado de bienestar y la fragmentación de las identidades. La
existencia de sociedades pluralistas con un estado en retirada hizo emerger la contradicción entre
la idea de igualdad de derechos entre ciudadanos y el respeto por la diferencia que requiere el
pluralismo societal. En Latinoamérica, y particularmente en Argentina, el debate se enmarca en
el retorno a la democracia luego de años de dictaduras militares (que obturaron el desarrollo
teórico y las prácticas ciudadanas) y en la creciente exclusión social generada por la
reestructuración económica y del estado. Dicho de otro modo, el problema de las democracias
reales latinoamericanas es que no han podido generar un orden justo que no permita las
desigualdades extremas de poder y riqueza.
En estos debates van perdiendo fuerza las ideas liberales de ciudadanía que se basan en el
ejercicio legal de ciertos derechos. Dentro esta línea, podemos ubicar la ya clásica postura de
Marshall [1] quien afirma que existen tres tipos de derechos (los civiles, los políticos y los
sociales) que deben ser garantizados a cada ciudadano. Confrontando con las posturas liberales,
encontramos a los "comunitaristas" (Kymlicka y Norman, 1997) para quienes el ideal sería que el
espacio público incluyera a todos los individuos, todos lo grupos sociales y todas las identidades
colectivas, de tal modo que el direccionamiento de la sociedad implicara un orden común
deliberativamente construido Por lo tanto, consideran al ciudadano como aquel sujeto que
participa en la toma de decisiones sobre la dirección política de su sociedad.
Consideramos fértil en función de nuestro trabajo tomar el concepto de ciudadanía en referencia
a una "práctica conflictiva vinculada al poder, que refleja las luchas acerca de quiénes podrán
decir qué en el proceso de definir cuáles son los problemas sociales comunes y cómo serán
abordados" (cit. en Jelim, 1997).
Este abordaje permite superar las definiciones de ciudadanía limitadas al ejercicio legal de
derechos y deberes. Por lo tanto, permite visualizar el hecho de que el reconocimiento (o
negación) de ciertos derechos (individuales y colectivos) a ciertos sujetos (individuales y
colectivos), así como la relación Estado-ciudadano vinculada a las obligaciones, surge de un
proceso histórico-político y está en continua reestructuración. Dicho de otro modo, partimos de
la idea de que el orden social en democracia "está en permanente búsqueda de fundamentos, de
su legitimidad y es en la contestación o en la reivindicación de aquellos que están excluidos de
los beneficios de la democracia que ésta encuentra su fuerza más eficaz" (Idem). Avanza también
en visualizar al ciudadano en su práctica cotidiana como integrante de una vasta red de
asociaciones, no sólo en su relación con el estado y recibiendo la ciudadanía como un atributo de
la nacionalidad (Quiroga, 1999).
La ciudadanía en el marco de la globalización
Una sociedad pretendidamente democrática con instituciones justas no puede aceptar
desigualdades insoportables. La cuestión estriba en saber dónde se ubica el límite entre lo
soportable y lo insoportable.
Quiroga
Los efectos de la globalización sobre los estados latinoamericanos y particularmente la Argentina
han sido ampliamente reseñados en multitud de trabajos formando ya una especie de "sentido
común" dentro de los estudios sociales. Sólo resaltaré algunos de los aspectos que interesan en
particular para este trabajo:
la recomposición de los aspectos económicos, políticos y culturales locales y nacionales en un
escenario mundial con agentes supranacionales;
el triunfo del neoliberalismo, con la consiguiente exaltación del mercado y la democracia
representativa, con su lógica de resolución de conflictos basada en la negociación de intereses
particulares;
la crisis de representatividad reforzada por el distanciamiento entre el "individuo llano" y los centros
de poder;
la crisis de la subjetividad como crisis de los sujetos colectivos "fuertes" clase, pueblo, nación con la
aparición de identidades astilladas en torno al consumo (o la ilusión de consumo, o la ausencia
de consumo), las etnias, el género, la sexualidad, etc; y,
las nuevas formas de exclusión que incluyen la precarización laboral y el desempleo crónico, aunque
implican procesos más profundos.
La reestructuración que experimenta nuestra sociedad en estas últimas décadas no deja mucho
margen para las lecturas optimistas, el avance de la ideología de mercado y de la democracia
representativa, "la flexibilización (política, económica, empresaria, de la organización del
trabajo, laboral) ha tenido indudables efectos no sólo sobre la lucha de clases, sino sobre la
propia experiencia de clase, experiencia sometida a procesos de fragmentación e individuación
tan agudos (...) que puede hablarse de una lisa llana desaparición de esa experiencia" (Günner,
1997). Podemos afirmar que el mercado se transforma en un dispositivo foucaultiano, esto es "no
es sólo una mano anónima que establece leyes del juego iguales para todos y educa a los
hombres en la pedagogía del cálculo racional de costos y beneficios (...) cubre funciones de
dispositivo orientado a desarticular, a través de la competencia mutua, a los miembros de las
corporaciones sindicales y de los partidos: centrifuga en lo micro a los actores colectivos del
régimen anterior. También disciplina y resocializa a los individuos, genera un nuevo sentido que
debe penetrar en la sociedad para realizar el necesario "cambio de mentalidad" de los individuos;
rebautiza a los hombres, resignifica sus identidades anteriores" (Landi, s/f) Como ejemplo de
este fenómeno puede tomarse a los estudiantes universitarios que durante la protesta contra el
recorte presupuestario boicotearon la huelga docente presionando para recibir su "servicio
educativo". Para Grünner el mercado incluso ha subordinado a la idea de democracia, término
que actualmente "designa principalmente (aunque no solamente) al supermercado "político" al
que acudimos aproximadamente cada dos años para renovar el "stock" de programas y
dirigentes".
Estos fenómenos de descomposición de lo público y de desciudadanización no pueden ser
atribuidos solamente a los procesos globalizantes, sin embargo vemos en estas últimas décadas
un recrudecimiento del debilitamiento de la vida política. Ya en la década del setenta Sennet
(1978) afirmaba que la res - pública se había convertido en una obligación formal en tanto que
"los foros para esta vida pública, como la ciudad, se encuentran en estado de descomposición".
Este autor remarca como el narcisismo [2] propio de nuestra época lleva a un repliegue sobre el
yo que obstaculiza las interacciones y desdibuja las barreras entre lo público y lo privado pues
nos deja atrapados en nuestras propias emociones y oscurece la comprensión racional del mundo
social. El espacio público es visto como un lugar de paso entre un espacio privado y otro, un
lugar de paso que es amenazador e inseguro. Es así como la sociabilidad ante extraños se
transforma en un juego de máscaras y rituales, el silencio se va construyendo en una ciudad
pensada para circular. La obsesión por la personalidad lleva a juzgar a los otros desde categorías
aptas para la vida privada (es confiable, es autentico) incluso a la hora de juzgar ofertas políticas.
Este tipo de pensamiento "trágico" [3] es muy valioso para entender ciertos aspectos de la
realidad, en tanto que son posturas que denuncian las consecuencias de la modernidad. No puede
asombrarnos entonces, que una de las características de las sociedades democráticas actuales sea
el carácter minoritario de los comportamientos participativos de índole política, siendo
precisamente esta crisis de la subjetivación y de la representatividad la que mayor sustento le da
a la dominación.
Sin embargo, estas "agresiones" producidas por la restructuración política y económica pueden
ser resistidas o ser aceptadas con resignación. La resistencia supone haber tomado conciencia de
que existe una agresión y decidirse a tomar cierta iniciativa [4] para hacerle frente. La
resignación, por el contrario, implica el abandono a una fuerza que se supone invencibleirresistible [5] , es el orden construido por la inercia o el miedo (cf. Jelim, 1997).
Reconocer estas tramas estructurantes no invalida la necesidad de emprender estudios empíricos
sobre la acción política, sino que por el contrario invitan a repensar la relación entre los órdenes
simbólicos, los procesos/estructuras económicas/políticas y los procesos de subjetivación. Es de
esta interrelación que surge un orden social que definirá los criterios de verdad, los horizontes de
lo deseable y lo posible, de lo legítimo y lo ilegítimo, pero tal como decíamos en la introducción
este orden no está dado de una vez para siempre, está continuamente cuestionado y/o ratificado
por la acción de los diversos sujetos políticos.
No se trata de pensar en un espacio público transparente, integrado por iguales ... sino de
entender en un caso concreto -el de Comodoro Rivadavia- quiénes están habilitados para decir
qué y en qué medida las demandas de grupos particulares son instaladas en la agenda de un
público más amplio y/o consideradas en la toma de decisiones. Por ejemplo, en Argentina, en las
últimas décadas el tema de la violencia institucional fue un tema instalado desde diversas
acciones colectivas: Madres de Plaza de Mayo y su reclamo por los DDHH, las marchas de
silencio por el caso María Soledad, las movilizaciones por el caso Carrasco, las marchas por
víctimas de abusos policiales, el caso Cabezas. Se podrían analizar estos casos desde una visión
instrumental y pensar que no lograron sus objetivos, sin embargo cualquiera que lea estas líneas
y viva en Argentina sabe que han modificado la concepción general sobre la violencia (Naishat,
1999). Por lo tanto, intentamos avanzar en lo que Bourdieu (2000) (siguiendo a Bloch) llama
"utopismo reflexivo" [6] focalizando en escenarios alternativos al gran escenario de las fuerzas
impersonales del mercado internacional que vacía de sentido el accionar político.
La acción política como acción colectiva
La "Ciudad" está en el conflicto cuando el juego de asignaciones está alterado, cuando por
ejemplo aquellos que no tienen la función de hablar empiezan a hacerlo.
Ranciere
La acción política es "el resultado de una interacción constante entre las actitudes individuales,
los valores sociales predominantes, las normas de la comunidad y las determinaciones
introducidas por las pertenencias o identificaciones sociales" (Revilla Blanco, 1996). Sabemos
que los grupos sociales cuentan con recursos políticos desiguales a la hora de hacer llegar sus
planteos y demandas al núcleo central del sistema político, por lo tanto encontramos distintos
tipos de acción en la esfera pública. La participación política puede ser clasificada en:
institucionalizada, o sea, mediante la participación en organizaciones reconocidas (partidos políticos,
grupos de presión, etc) o por el uso de canales preestablecidos para la acción (elecciones, vías
administrativas, etc);
no convencional, incluyendo a todas las acciones no institucionalizadas (movilizaciones, huelgas,
sentadas, movimientos sociales, etc).
Estas acciones tendrán distinto grado de legalidad (conformidad a las reglas y normas legales
existentes) y de legitimidad (aprobación o rechazo de la población). Tener en cuenta la
legitimidad nos remite a entender la acción política en relación a las atribuciones y
construcciones de sentido, como fenómeno de carácter colectivo en el que se ponen en juego los
valores y creencias básicas acerca del poder y de los mecanismos de resolución de conflictos.
Preguntarnos sobre qué lleva a un individuo a tomar parte en una acción colectiva, nos remite a
dos grandes "teorías":
La teoría de la privación: parte de la idea de una sociedad esencialmente equilibrada y tendiente al
orden, reduciendo la acción política a una acción instrumental que busca resolver alguna
frustración de expectativas.
La teoría de la movilización de recursos: supone al conflicto como inherente a la sociedad y a la
acción política como una expresión y manera de resolución de esos conflictos.
Ambas suponen que los individuos participan por la existencia de determinismos prepolíticos,
sin embargo la teoría de la movilización de recursos avanza en la explicación de la acción
política aportando:
una comprensión de la importancia de la organización en el desarrollo de la acción colectiva,
analizando como se desarrollan la trama de solidaridades necesarias y los recursos que se
despliegan para dotar de organización y continuidad a la acción, desestimando las ideas
espontaneístas;
una superación de la dicotomía entre acción institucional / acción no convencional, en tanto resalta
que hay un continuum político entre la red institucional y la no institucional, existiendo
mecanismos que movilizan recursos en ambos espacios;
no agota la explicación de la acción en la búsqueda racional de intereses o acción instrumental.
Este último hecho merece una aclaración: la existencia de conflictos y grupos con demandas
concretas (vivienda, empleo, reconocimiento de derechos sociales o políticos, subsidios, etc) no
garantiza que se recurra a una acción colectiva como método de expresión y búsqueda de
resolución de las demandas. Deberíamos preguntarnos como se transforma un conflicto potencial
en una acción colectiva.
Una posible explicación proviene del modelo de la acción estratégica (Abal Medina e Iglesias,
1997), según éste un actor decidirá su comportamiento en forma racional evaluando costos y
beneficios de su intervención. Para reconstruir esta decisión recurren a la categoría de matriz
política, que está compuesta por un conjunto de variables y representa las restricciones y
probabilidades para la realización de metas o valores propuestos por los diversos grupos que
interactúan. La matriz incluye:
los límites de factibilidad, reúne a los parámetros económico-estructurales, o las dotaciones de
recursos y capacidades con las que cuentan los actores;
los límites de legitimidad, agrupa a las variables político-institucionales, constituyen las reglas;
restricciones de razonabilidad, reúne los parámetros ideológico-cognitivos que definen lo
deseable/indeseable, lo posible/imposible, lo tolerable/intolerable, etc.
La existencia de agentes, individuos o conjunto de individuos que comparten una situación
objetiva y determinados intereses, no garantiza la constitución de actores políticos. Será a partir
de la interacción entre los agentes que podrán organizarse colectivamente y conformar un grupo
capaz de actuar estratégicamente.
Sin embargo, esta teoría es incapaz de explicar que motiva a un individuo a iniciar una acción
colectiva, momento en el que la relación costo/beneficio es deventajosa.
Por otro lado, considerar a la acción colectiva sólo en términos instrumentales deja de lado el
hecho de que los intereses y las preferencias no son fijas o preexistentes a la acción, sino que se
van (re)construyendo en el curso de la acción, por lo cual "los hombres se convierten en
escritores y no en lectores del escenario humano" (cit. en Rivera, 1996).
Recordemos que en la sociedad el régimen de verdad está en continua disputa y que las
identidades sociales y políticas se constituyen en el seno de grupos (interacción al interior del
grupo y con otros grupos). Por esto afirmamos, que la acción colectiva es productora de sentidos
para los que participan de la acción y para un público más amplio. Esto supone considerar que
"la acción no es ni instrumental para la satisfacción de objetivos dados ni expresiva de intereses
objetivos, sino que es un aspecto más en la producción de lo que se quiere y en la especificación
de los intereses objetivos" (cit. en Idem)
Un abordaje que puede resultar fértil para avanzar en estas implicancias de la acción es el de
Naishat [7], quien reúne la pragmática de la deliberación y la filosofía de la acción para analizar
la acción colectiva inscribiéndola en la democracia definida como una "realidad dialógica,
participativa e indefinidamente perfectible" . Desde este abordaje, la acción colectiva es vista
como un acto comunicativo, imprescindible para "la regeneración democrática del espacio
público" son los "aguijones que impiden el adormecimiento de las instituciones" . La acción
dotaría de fuerza ilocucionaria a un mensaje, por lo tanto actúa en la formación de la agenda
política y de la opinión pública, este logro (felicidad ilocucionaria) es independiente del éxito
pragmático del reclamo o la propuesta en particular. De esta manera se podrían superar las
limitaciones de comprender la acción colectiva en términos de racionalidad instrumental (homo
economicus que evalúa costos y beneficios) así como los problemas derivados de la lógica
macrosocial que define las identidades colectivas de los actores colectivos a partir de una trama
de valores y normas sociales (el homo sociologicus). La acción colectiva surge cuando hay un
bloqueo de la comunicación en el marco institucional vigente, es una reacción ante la estrechez
en la toma de decisiones dados por la asimetría de poder, la burocratización, etc, un intento de
dotar de fuerza ilocucionaria a un reclamo para saldar ese bloqueo inicial en la comunicación. En
el acto colectivo emerge un hablante colectivo que expresa un "nosotros" frente a un "ellos" que
gana su derecho a la enunciación a partir del mismo acto en el espacio público. Supone además
la existencia de un tercero frente al cual se eleva la demanda - por ejemplo el estado- que
reconocerá (o no) el derecho de este hablante colectivo a decir.
Conclusiones
Para decirlo con una expresión sartreana, la historia futura depende no tanto de lo que han hecho
con nosotros, sino de lo que seamos capaces de hacer nosotros con eso que nos han hecho.
A lo largo de este escrito, hemos expuesto algunas de las líneas del debate actual sobre
ciudadanía que consideramos útiles para el trabajo de investigación sobre la vida política en
Comodoro Rivadavia.
Insistimos en la necesidad de avanzar en la construcción de conocimientos teóricos
empíricamente fundados que puedan oponerse a los discursos sobre la globalización que se
limitan a constatar que las fuerzas impersonales del mercado internacional debilitan a la
capacidad de decisión de los gobiernos y astillan las identidades sociales.
Por lo tanto nos proponemos en síntesis revalorizar la acción política frente al fatalismo
económico y a la naturalización de las relaciones de poder, preguntándonos e investigando sobre
qué actores colectivos se encuentran movilizados en el escenario local, con qué recursos cuentan
para organizarse y vehiculizar sus demandas, hacia quiénes las dirigen, qué sentidos construyen
desde su acción .... Consideramos que esto puede hacernos avanzar en la construcción de un
"utopismo reflexivo", que no niegue las restricciones objetivas de la acción, pero que permita
visualizar un espacio público con voces múltiples que aún no se han resignado al orden único.
Notas
[1] Debe pensarse que Marshall escribe en Gran Bretaña durante 1950, cuando lo importante era
encontrar una idea homogeneizadora por encima de las diferencias de clase.
[2] En contraste con el siglo XIX, cuya enfermedad típica es la histeria.
[3] Pensamiento que nos recuerda al Weber de la "jaula de hierro" o al Marcuse de la
"colonización del inconsciente".
[4] Aunque resulte paradójico podemos incluir aquí desde el movimiento por la anulación del
voto o el movimiento "sobran políticos" de amplia circulación por comunicación electrónica,
hasta el movimiento piquetero.
[5] En una encuesta realizada durante el mes de septiembre del 2001 en el marco de la lucha
universitaria contra la Ley de Déficit Cero, un alto porcentaje de los encuestados atribuían su no
participación a la inutilidad de resistir.
[6] La función de los intelectuales hoy sería según este autor avanzar contra el "fatalismo de los
banqueros" mediante el reestablecimiento de "un pensamiento utópico con el respaldo científico,
tanto en sus objetivos, que deberían ser compatibles con las tendencias objetivas, como en sus
propios medios que, además han de ser científicamente validados".
[7] Según Naishtat (1999):
La acción colectiva surge como respuesta de índole metacomunicativa e informal a una disrupción
de la comunicación formal e institucionalizada.
La acción colectiva genera ilocucionariamente un sujeto de enunciación colectiva -un nosotros- que
interpela explícitamente a un público abierto en un acto de habla de tipo: " nosotros denunciamos
que..." "nosotros reclamamos ..." "nosotros proponemos ..." o que simplemente inscribe un tema
nuevo en la agenda pública (derechos civiles, derechos de género, ecología, derechos vecinales,
etc).
El espacio público impone condiciones para la acción colectiva (en cuanto recurso de fuerza
ilocucionaria) que son requisitos de felicidad ilocucionaria, a saber: el carácter reflexivo y
explícito del propósito de la acción.
Diferenciación, siguiendo a Ricoeur, entre identidad e ipseidad. El corolario acerca de la
responsabilidad colectiva.
Bibliografía
Abal Medina, J. - Iglesias, C. 1997. Revista Argentina de Ciencia Política. Buenos Aires, Eudeba
Bourdieu, P. 2000. "Una utopía razonada: contra el fatalismo económico", Discurso en el
Instituto Ernst Bloch. Madrid, New Left Review.
Kymlicka, W. - Norman, Wayne. 1997. "El retorno del ciudadano", en Revista Ágora, Año 3,
Nº7.
Landi, O. (s/d) Sobre lenguajes, identidades y ciudadanías políticas.
Naishtat, F. 1999. "Acción colectiva y regeneración democrática del espacio público", en
Quiroga, Villavicencio y Vermeren (comps.) Filosofías de la ciudadanía. Sujeto político y
democracia. Rosario, Homo Sapiens.
Navet, G. 1999. "La ciudad en conflicto", en Quiroga, Villavicencio y Vermeren (comps.), op.
cit.
Quiroga, H. 1999. "Democracia, ciudadanía y el sueño del orden justo", en Quiroga,
Villavicencio y Vermeren (comps), op. cit.
Revilla Blanco, M. 1996. "Participación política: lo individual y lo colectivo en el juego
democrático", en J. Benedicto - M.L. Morán (eds.) Temas de sociología política. Madrid,
Alianza.
Rivera, J. 1996. "Intereses, organización y acción colectiva", en J. Benedicto y M.L. Morán
(eds.), op. cit.
Sennet, R. 1978. El declive del hombre público. Barcelona, Península.
Fuente:
Página web de Nombre Falso
Para más información contacte a:
Viviana Gualdoni
E-mail: [email protected]
http://www.comminit.com/la/pensamientoestrategico/lasth/lasld-737.html
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