LA FERRERÍA DE EL POBAL: SU HISTORIA

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LA FERRERÍA DE EL POBAL: SU HISTORIA
Las ferrerías son instalaciones artesanales para trabajar el hierro
aprovechando la fuerza del agua.
Esta era captada del río mediante
una presa que la enviaba a través del canal hasta una antepara o
depósito elevado, desde donde controladamente se hacía caer sobre las
paletas de las ruedas verticales que, al girar, accionaban el martillo
pilón y los barquines o fuelles.
Los orígenes del enclave ferro-molinero de El Pobal se remontan a los
primeros años del siglo XVI, fecha en la que la familia Salazar, potente linaje
encartado, decide trasladar la ferrería que tenía en El Vado, en el mismo municipio
de Muskiz. De aquella primera ferrería han llegado hasta nosotros pocos vestigios.
La investigación arqueológica identificó los cimientos del muro que limitaba el taller
original y del que todavía se pueden apreciar algunas hiladas y un portillo estrecho
y apuntado que en la actualidad flanquea la puerta de ingreso.
Junto al ingenio los propietarios edificaron su residencia, un palacete tardo
gótico que en sus volúmenes se hallaba inspirado en las antiguas torres banderizas
(casi un cubo perfecto y bastante hermético, realizado en mampuesto y sillarejo en
recercos de huecos y esquinales). En años posteriores, el primitivo palacete que
hoy tenemos a la vista se embutió en una obra de mayores dimensiones, un caserío
que venía a aumentar la capacidad residencial y de almacenaje del inmueble
primitivo y cuya función era dar cobijo a los arrendatarios de tierras de labor,
molino y/o ferrería.
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Debió ser también en el siglo XVII cuando se construyó el molino, adosado
al canal de la ferrería y en condición de subsidiario: es decir, el agua
prioritariamente se destinaba a la labranza y al hierro y, cuando había escasez, el
molino era el primero que debía cesar su actividad.
También durante esta centuria la ferrería asistió a un fuerte proceso de
renovación, que al parecer afectó no sólo al edificio y a su disposición interna, sino
también a la obra hidráulica y en especial a la antepara que se reforzó
convenientemente adosándole potentes machones a modo de contrafuertes para
darle mayor solidez.
No acabaron ahí las reformas, y a lo largo del siglo XVIII, y en especial
durante el XIX y parte del XX, el ingenio ferrón fue cambiando progresivamente de
aspecto con la adición de nuevos espacios y la supresión de otros. Igualmente pasó
de producir hierro a partir del mineral a convertirse en un taller de transformación
metálica o fragua mecanizada, que es como sería conocido en activo hasta
mediados del siglo XX.
La finca que hoy forma parte del conjunto de El Pobal es sólo una parte de
las tierras que dispuso en su época de mayor esplendor. Así, las explanadas que se
abren delante de la ferrería eran utilizadas para almacenar mineral, machacarlo y
calcinarlo. Las tierras anejas a la casa solar estaban dedicadas al cultivo de
hortalizas y árboles frutales. Sin embargo, en el pasado, El Pobal tenía adscrito
mucho más terreno que incluía montes, minas, árboles, bortales, etc. Precisamente
para el acceso al cercano coto minero de su propiedad, se debió construir en el
siglo XVII el esbelto puente que se encuentra a pocos metros río abajo y que ha
perdido parte de la obra original.
RESEÑA HISTÓRICA
Las fuentes conocidas hasta la fecha atribuyen la construcción de la ferrería
de El Vado a Lope García de Salazar, el cronista que acrecentó la torre de
Muñatones y levantó buena parte del espectacular castillo que hoy conocemos.
Su sucesor, Ochoa de Salazar, fue el responsable del traslado de la ferrería
desde ese punto, situado aguas abajo, hasta el nuevo enclave. Para su ejecución
se procedió al desmantelamiento de la vieja instalación y los materiales
aprovechables se llevaron a El Pobal.
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Si las noticias sobre su constructor son claras, no lo son tanto las que hacen
referencia a la propiedad del enclave a lo largo del siglo XVI, que entrelaza la
familia Salazar con los mercedarios de Burceña.
Al parecer, siendo los Salazar y Muñatones patronos de la iglesia del
Convento de Ntra. Sra. de La Merced de Burceña, Ochoa de Salazar debió otorgar a
favor de la comunidad de religiosos una jugosa renta de 80 fanegas de trigo que se
obtendrían de los beneficios que le proporcionaba la explotación de esta ferrería y
de los cercanos molinos de Santelices. Probablemente, el impago de esta renta por
parte de los Salazar, provocó que los mercedarios entraran en posesión del
usufructo de la ferrería, convirtiéndose en la práctica en los únicos beneficiarios de
toda la producción y considerándola como suya. Pero tras la coyuntura expansiva
del siglo XVI, la crisis comenzó a amenazar los rendimientos ya que las
reparaciones y arreglos se llevaban parte sustanciosa de la renta y la comunidad se
veía cada vez más desbordada por la administración del ingenio.
Manifestaron entonces su deseo de venderla en público remate, para lo que
solicitaron los oportunos permisos, momento en el cual la auténtica propietaria,
Ángela de Velasco, viuda de Pedro Salazar de Muñatones, entabló pleito con el
convento para recuperar su posesión. Finalmente, en agosto de 1619, tras largas
negociaciones, recobró la ferrería previo pago a los religiosos de 3.000 ducados y la
obligación de entregarles las 80 fanegas anuales.
El lugar les fue trasmitido por herencia sucesivamente a su hija, Juana de
Salazar y Muñatones y, posteriormente, a su nieto, Juan Francisco de Salazar y
Otañez. Precisamente éste último no fue capaz de afrontar la deuda contraída con
el convento por su abuela y, por impago, los mercedarios solicitaron y consiguieron
la ejecución de la hipoteca. En 1692 se procedió a la subasta pública del lugar de El
Pobal, adquiriéndolo por 3.000 ducados Simón de Horcasitas y Avellaneda, cuñado
de Juan Francisco de Salazar. A su muerte la ferrería sería vendida por su viuda a
Simón de la Quadra y Medrano, vecino de Muskiz. Don Simón de la Quadra se vio
obligado a hipotecar la ferrería y no fue hasta 1717 cuando su hijo satisfizo
totalmente la deuda contraída.
Precisamente será la familia de La Quadra quien procederá a la conversión
de El Pobal y todos sus pertenecidos en parte integrante de su mayorazgo, uno de
los patrimonios familiares más notables, extensos e influyentes del Señorío de
Vizcaya.
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En 1739 Sebastián de la Quadra Llarena recibió el título de Marqués de
Villarías, privilegio que a su muerte en 1766 se agregaría y vincularía al mayorazgo
del que fue titular.
Los sucesivos herederos del mayorazgo de los Villarías han contado entre
sus posesiones con El Pobal, manteniendo la propiedad en activo a través de sus
administradores o mayordomos bajo la fórmula de arriendo. La última familia
arrendataria, los Pérez Ibarrondo, compró a los Villarías el conjunto de El Pobal en
1942. Ya como dueños de pleno derecho, la siguieron explotando como fragua y
taller hasta los años 60 del siglo XX. En 1990 pasó a manos de la Diputación Foral
de Bizkaia, que dio comienzo a las primeras obras de rehabilitación.
LA INFRAESTRUCTURA HIDRÁULICA
Uno de los elementos de mayor importancia en cualquier establecimiento
hidráulico es la infraestructura que permite su accionamiento. En nuestro caso los
elementos fundamentales a considerar son la presa y el canal, comunes ambos
para molino y ferrería, la antepara, el túnel hidráulico de la ferrería y los canales de
desagüe.
La presa es un sencillo azud de mampostería, tendido transversalmente en
la corriente, que retiene y eleva el nivel de agua para desviarlo hacia el canal.
Originalmente fue de madera y fue sustituida por una de piedra ya a mediados del
siglo XVI, aunque no podemos precisar si estuvo en el mismo lugar de la que existe
actualmente.
El canal discurre por el lado izquierdo de la corriente del Barbadún, y la
toma de agua se regula mediante una compuerta. Consiste en una acequia
excavada en el terreno, de aproximadamente un metro de profundidad y 1,50 m.
de anchura, que llega a alcanzar casi los dos metros en las proximidades de la
ferrería. Dispone de dos aliviaderos, que permiten verter parte del agua en caso de
avenidas y vaciarlo totalmente para facilitar su limpieza.
Cerca ya de la ferrería encontramos, en un lateral y junto al molino, el
camarao, cubo o depósito del molino. Su alimentación se regula por medio de una
compuerta y tiene una planta trapezoidal, de escasas dimensiones. En el fondo de
la balsa se encuentran los agujeros que comunican con los sifones, por donde se da
paso al agua para mover los rodetes situados en la estolda. Esta estancia es
semisubterránea, y desagua por un largo canal oculto construido con lajas, que
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atraviesa por debajo de lo que fue el caserío hasta alcanzar el río detrás del actual
horno de pan.
El canal muere en un pequeño depósito de regulación que da paso a la
antepara. Esta es una balsa colgada, construida en mampostería y potente
mortero, que almacena el agua y aumenta la presión de la misma en su caída hacia
el túnel. En la zona frontal, construida con sillares de arenisca de buena calidad,
cuenta con un rebosadero, por donde se precipita el agua que rebasa el nivel de
almacenamiento. Desagua también por un largo canal subterráneo que corre
paralelo a la fachada.
Bajo la antepara se dispone el túnel hidráulico, un largo paso inferior
abovedado, construido en mampuesto, donde se alojan las ruedas y sus
correspondientes guzur-askas o estructuras que embocan el agua hacia las palas.
Cuando es necesario, desde el interior se accionan las cadenas que permiten
levantar los tapones de los chimbos, unas piezas de madera que cierran el conducto
por donde se precipita el líquido sobre las palas de la rueda.
LA FERRERÍA
Como señalábamos, la investigación arqueológica ha podido documentar
algunos elementos de la ferrería original del XVI.
En concreto, además de los muros de cierre del taller, a nivel de cimientos,
perviven el antiguo portillo de acceso y parte de un horno que precedió al que se ha
reconstruido.
En el siglo XVII se produjo una fuerte renovación, la reedificación que
reclamaban los mercedarios de Burceña a los Salazar, y los cambios sustanciales no
sólo afectaron a la ferrería y a la disposición de los espacios de trabajo, sino que se
extendieron a molino y casa como veremos más adelante.
Fue en este momento cuando seguramente se dispuso una ferrería de época
moderna, que contaba con los elementos indispensables que hoy recrea el taller. Se
dividía en dos espacios situados en paralelo al túnel hidráulico: el taller y las
carboneras, separados por un potente muro cortafuegos que impidiese la
propagación fortuita del siniestro a todo el edificio. Las carboneras eran dos,
dispuestas transversalmente al eje del taller, con una más estrecha en el fondo, a
contra terreno, que se cargaba aprovechando el desnivel del camino, entonces la
vía principal de comunicación que se adentraba en la cuenca del Barbadún.
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La delantera era algo más amplia, y se llenaba gracias a una escalera de
piedra externa (patín), adosada a la fachada. Durante el verano se procedía al
almacenaje de todo el carbón posible, para que en la temporada de trabajo (29 de
septiembre - 23 de junio) no faltase la materia indispensable ya que en buena
parte del invierno los caminos se volvían intransitables para los carros.
El taller tiene también dos estancias, separadas por el muro bergamazo o
muro en que apoya el horno o sutegi. En la parte frontal hallaremos el mazo, bien
sujeto con sus cepos al suelo del taller, y accionado por el tambor de levas que se
sitúa en el centro del eje que mueve la rueda. En este caso se ha reproducido el
sistema que idearon los últimos propietarios, con un eje de hierro de sección
circular que se sujeta y gira sobre dos cojinetes también metálicos. Lo acciona la
rueda de palas, encajada en el túnel, que entra en movimiento al tirar de la pértiga
o cigüeñal que, desde el interior del taller, levanta el tapón del chimbo para liberar
el agua.
En el extremo del martillo encontramos el yunque, superficie sobre la que
golpea el mismo cuando la rueda se halla en movimiento. Se inmoviliza en su base
con un potente emparrillado de madera, que además de sujetarlo al suelo absorbe
las vibraciones del golpe. A su lado se encuentra la pileta de agua, un ingenioso
elemento que permite disponer de un pocillo de agua fría en el interior del taller,
donde enfriar la herramienta de trabajo cuando es necesario y de donde coger el
líquido requerido para las tareas de enfriamiento brusco de la goa o masa de metal
candente.
Junto al muro bergamazo encontramos el horno bajo o sutegi, característico
de las ferrerías. Es el habitual en las ferrerías vizcaínas y cántabras, porque se sitúa
a unos 45 cm. por debajo de la cota del suelo de trabajo y tan sólo sobresale unos
25-30 centímetros de éste. Reproduce el último horno de reducir mineral con
tecnología de horno bajo que funcionó en El Pobal.
El horno se cargaba con capas alternas de carbón vegetal y mineral de
hierro. Una laboriosa operación de recocido y semi-fusión de la mena permitía
obtener metal de hierro, en forma de masas pastosas que se denominaban goas.
Extraídas estas del fondo del horno, se troceaban y se golpeaban en el mazo en
caliente, para proceder a la forja de los tochos. El forjado permitía afinar el
producto, extrayendo las impurezas que no se habían licuado con la escoria y
compactando las partículas de hierro.
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El resultado, el tocho, era el producto de la ferrería mayor o de obtención de
metal en bruto, pues ese carácter tuvo durante no menos de 350 años.
El horno, para alcanzar la temperatura necesaria, debe disponer de un
sistema que insufle aire. Para ello, la pared del fondo que está en contacto con el
bergamazo, se levanta en ladrillo refractario y se recubre con arcillas naturales.
En este murete, encajado bajo un arco de sillares, se embute la tobera,
pieza que recoge el aire que producen los mecanismos situados en la parte trasera.
En esta zona del fondo del taller estuvieron hasta mediados del siglo XIX los
barquines o fuelles. Sobre una bancada de piedra y madera se apoyaron dos
grandes fuelles de cuero, según se deduce de la documentación, que se accionaban
gracias a la segunda rueda. Su mantenimiento resultó siempre costoso por los
gastos derivados de su reparación. En otras ferrerías se adoptaron, en especial
durante el siglo XVIII, los fuelles construidos íntegramente en madera, que
resultaban mucho más caros de ejecución pero de menor coste en conservación.
En el caso de El Pobal se pasó desde los fuelles de cuero al sistema que en
la actualidad podemos ver recreado: los émbolos o barquines de piedra. El salto a
este nuevo modelo se dio a mediados del siglo XIX. Se construyeron dos grandes
cilindros huecos de piedra caliza, apoyados sobre la piedra barquinera.
En su interior tiene dos piezas circulares de 15 cm. de grosor que actúan a
modo de émbolos y cuyo desplazamiento de arriba hacia abajo comprime e impulsa
el aire hacia los cañones de metal que conducen el aire a la tobera del horno. El
movimiento se obtiene de la rueda, que hace girar el eje metálico, similar al del
martillo, y cuyos dos juegos de levas metálicas alternativamente comprimen y
liberan los brazos de biela que sujetan los émbolos interiores. Así, cuando uno
sube, tomando aire, el otro desciende, empujándolo hacia el cañón que emboca la
tobera.
Fue un sistema que se puso en práctica ya a fines del XVIII, y tuvo una
relativa difusión en el XIX en ferrerías tanto cántabras como navarras o burgalesas.
En El Pobal el mecanismo no tuvo mucho éxito, y ya para 1873 estaba en desuso.
Se debió introducir entonces el sistema de trompa o aize-arka, cuyos restos
aparecieron en el exterior del taller. Las mayor parte de sus elementos, sin
embargo, no se han conservado (cañones y caja de presión).
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Debió inyectar aire a un hogar exterior de obtención de hierro esponja,
construido hacia 1874, que marcará el abandono definitivo del horno bajo
tradicional y sus llamativos fuelles de piedra.
La ferrería contó también con un espacio de oficina o lugar donde se
pasaban las cuentas administrativas. Es la pequeña estancia cerca del horno que se
abre hacia el taller en amplio arco de medio punto y dispone de dos pequeñas
alacenas o armaritos embutidos.
Esta oficina no es singular ya que numerosas ferrerías vascas presentan ese
mismo hueco. En El Pobal este espacio se destruyó en el siglo XIX y en su lugar se
ubicaron sucesivamente, diferentes crisoles y pequeñas fraguas de afino que la
excavación arqueológica pudo documentar.
Finalmente, en la segunda mitad del siglo XIX se produjo la ampliación del
espacio edificado, adosando dos nuevos huecos o estancias a las carboneras
originales, que sufrieron algunas modificaciones. Así, a partir de los años 60 se
mencionan las lonjas o almacenes de producto acabado que son las dos salas que
ahora ocupa la exposición monográfica. Por esas mismas fechas se produjo el
relleno del suelo de la carbonera mayor, en la que se instalaron unas fraguas
tradicionales de manipulación de hierro y donde trabajaban simultáneamente
cuatro oficiales y sus aprendices. En adelante una sustanciosa parte del producto
de El Pobal será, no ya la obtención de hierro, cuanto la manipulación del mismo y
la factura de productos acabados.
En el exterior la ferrería contó históricamente con otras instalaciones:
hornos de calcinado, tejavanas… que han desaparecido o que en la actualidad no
era posible recrear con garantías. La campa delantera sirvió como parque de
material, donde se depositaba la materia prima, esto es el mineral que no
necesitaba mantenerse a cubierto. Poco antes de la guerra civil la ferrería trabajaba
ya con un horno interno de recalentamiento y había abandonado la producción de
metal en primera transformación.
EL MOLINO
Los datos sobre el molino de El Pobal son más bien escasos. Parece que su
construcción se debe a la gestión de Gimena Ángela de Salazar, en las primeras
décadas del XVII.
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Hasta los años 40 del siglo XX, la molienda se hacía en este viejo ingenio
tradicional, accionado con el concurso del agua y a él acudían a moler los
labradores del entorno, pagando el estipendio o makila correspondiente al molinero.
Desde esa fecha en adelante sufrió grandes cambios. Se construyó un pabellón
adosado, entre la casa y la antepara de la ferrería, donde se instaló una turbina.
Además de producir electricidad para sus necesidades y para el barrio, accionaba
un nuevo molino eléctrico con todos sus engranajes y elementos de servicio como
limpia, cernedora, etc. En consecuencia, el viejo molino interior de la casa se
desmanteló y algunas de sus piezas se vendieron.
Cuando la Diputación Foral de Bizkaia
acometió la restauración optó por
recrear, en el mismo lugar que existió antes, el antiguo molino fluvial de doble par
de muelas: una para maíz/pienso y otra para trigo. En la actualidad al molino se
accede por detrás de la casa, pasando a una estancia delantera donde se
encuentran la limpia o máquina que separa el grano de la paja, piedrecillas y otras
semillas, una vieja balanza y un pequeño carro manual para sacos. Todo ello
colocado sobre el banco de carga, una estructura maciza que corre a lo largo de la
estancia y permite aupar los sacos a la espalda con menor esfuerzo.
La sala de molienda ocupa toda la planta del molino propiamente dicho. Allí
encontramos embutidas en un banco de madera las piedras fijas o durmientes. Se
accionan dando paso al agua a través de los sifones o cañones metálicos que se
encuentran en la estancia inferior o estolda.
El agua golpea sobre los rodetes o ruedas horizontales de álabes y hacen
girar el eje de madera que trasmite el movimiento a las ruedas superiores o
volanderas. El grano se desliza desde las tolvas o recipientes de madera superiores,
y al pasar entre las muelas, se trituran y van convirtiéndose en harina. En la parte
frontal del banco de molienda se sitúan las askas o harineros, cajones de madera
fijos donde se recoge la harina que va rebosando de cada par de piedras o muelas.
En la parte delantera del banco hayamos embutido el pescante, una sencilla
grúa que permite manipular las ruedas y sacarlas de su alojamiento. Para ello,
retirando los cajones que protegen las muelas, las piezas metálicas se fijaban con
pasadores a los huecos de la piedra y se izaba haciendo girar el tornillo superior.
Esta operación se efectuaba periódicamente para poder avivar las aristas del dibujo
estriado de las muelas, que son las responsables de romper el grano y afinar la
harina. Igualmente se utilizaba para la reparación o sustitución de las piedras.
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Foto: La Fragua.
BIBLIOGRAFIA
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FOTOS: SANTIAGO YANIZ.
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Las Carboneras
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