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La lucha del Che por el camino revolucionario
Hace ya 40 años, el 8 de octubre de 1967, el Che moría en Higueras
(Bolivia). En el tiempo transcurrido desde entonces, se ha convertido sin duda en el
revolucionario más popular y menos cuestionado, sobre todo entre los jóvenes. Fue
asesinado por efectivos del ejército boliviano al mando de un oficial formado en
Fort Bragg (Estados Unidos), asistidos por el “capitán Ramos”, en realidad, Félix
Rodríguez, agente de la CIA que había dirigido un escuadrón de la muerte en
Vietnam y que, más tarde, supervisaría el tráfico de cocaína en la base de Ilopango
(El Salvador) para financiar a la contra nicaragüense. La vida de Ernesto “Che”
Guevara había sido, hasta su mismo final, un combate a muerte contra el
imperialismo norteamericano.
Médico e intelectual que, desde su infancia, estudiaba literatura marxistaleninista en la biblioteca de su padre y mantenía largas conversaciones con su tío
comunista, se convertiría en el revolucionario práctico, verdadero, heroico, por el
que se le venera gracias a sus viajes por América Latina. A través de ellos, pudo
sentir directamente la opresión y la explotación que ejercen los yanquis, los
terratenientes y los capitalistas sobre los pueblos del subcontinente. En 1953, el
joven Ernesto Guevara revelaba su compromiso vital: “En El Paso tuve la
oportunidad de pasar por los dominios de la United Fruit convenciéndome una vez
más de lo terribles que son esos pulpos capitalistas. He jurado ante una estampa
del viejo y llorado camarada Stalin no descansar hasta ver aniquilados estos pulpos
capitalistas.” Intentó enfrentarse a la intervención armada estadounidense en
Guatemala contra el gobierno democrático de Arbenz y tuvo que huir a México
donde entró en contacto con Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio que éste
lideraba.
El contingente que formaron llegó en el barco Granma a las costas de
Cuba en 1956 y, a los tres años de desenvolver una guerra de guerrillas contra las
tropas del corrupto gobierno títere de Fulgencio Batista, los revolucionarios
conquistaron el poder en toda la isla.
El Che desempeñaría para el nuevo gobierno cubano las funciones de
embajador itinerante, de dirigente de la banca estatal y de ministro de industria,
hasta que, en 1965, deja sus responsabilidades en el país para incorporarse a la
lucha armada anti-imperialista en el Congo y, finalmente, en Bolivia. En todos estos
años, también peleó por los principios revolucionarios a contracorriente de la
tendencia de declive o reflujo que comenzaba a experimentar la revolución
proletaria mundial y que acabaría con la restauración del capitalismo en varios
países socialistas, destruyendo a la propia Unión Soviética.
Defendió la revolución frente al reformismo de la “vía pacífica y
parlamentaria al socialismo” y frente a la política la colaboración con los
imperialistas que predicaban los nuevos dirigentes soviéticos y sus correligionarios
revisionistas en el movimiento comunista internacional. Éstos cargaban con una
inmensa responsabilidad por desaprovechar situaciones revolucionarias que, en el
tercer mundo, llegaban a tal punto de madurez que, como se demostrara en Cuba,
podían proporcionar victorias relativamente fáciles aun sin la dirección de un partido
comunista experimentado, bastando el impulso de un foco guerrillero. De rebote,
estos éxitos podrían servir de acicate para la revitalización de muchos países
socialistas entonces en vías de aburguesamiento.
En el frente económico, el Che combatió los mecanismos corruptores de la
moral revolucionaria: el beneficio empresarial, el estímulo material, la apología de la
ley del valor, etc., que eran ensalzados por los revisionistas soviéticos. Para ello, no
duda en apoyarse en los últimos trabajos del denostado Stalin, dedicados
precisamente a combatir las tendencias de sus sucesores, tratando eso sí de ir
más lejos, con el ánimo de atajarlas de raíz.
Su formación como revolucionario no la adquiere dentro de los partidos
comunistas entonces afectados de revisionismo y de dogmatismo, sino que
participa en la reconstitución de uno genuino –el de Cuba- a partir de una
revolución victoriosa. Esto le acarreará algunos inconvenientes, pero también la
clara ventaja de encarar la realidad de manera creadora y práctica. La cuestión no
estaba para él en la expectante interpretación del proceso de surgimiento de
condiciones favorables a la revolución sino en aprovechar las ya existentes. Por
eso, incluso cuando tuvo que soportar las traiciones de los dirigentes de la URSS o
del PC de Bolivia, mantuvo la táctica de frente único antiimperialista, evitando las
rupturas en que participaron los comunistas chinos o albaneses, las cuales se
añadieron a los daños causados por el revisionismo moderno para provocar el
retroceso más grave que ha conocido el movimiento proletario internacional.
En todos estos años de derrotas, quizás nos faltó el Che y su comprensión
viva del marxismo-leninismo. Pero es hora de que aprendamos de su obra teórica y
práctica para retomar impulso: ahí está el digno ejemplo de la Cuba socialista
resistiendo a la orgía contrarrevolucionaria del imperialismo, ejemplo que empieza
a fructificar en Venezuela, en el resto de América Latina y en el mundo.
Octubre de 2007
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