Formación de catequistas con estilo catecumenal

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Formación de catequistas con estilo catecumenal
Antes de pensar en cómo debemos encarar la catequesis y cómo organizarla en nuestras comunidades,
debemos pensar en la formación de los catequistas.
La primera convicción debe ser la comunidad es la primera formadora de sus catequistas, lo cual
implica tener un verdadero proyecto pastoral comunitario orgánico para nuestras parroquias; de éste
dependerá la catequesis que hagamos: la comunidad es origen, cauce y meta de la misma.
No le pidamos a la catequesis más de lo que puede dar: ella es parte de la pastoral y depende,
pues, de la vivencia de la fe en Cristo y del proyecto eclesiológico que se tengan en la comunidad.
Se requiere y se exige de nosotros, una clara y decidida opción por la formación de nuestros
catequistas, haciendo incluso a un lado, nuestro afán por producir materiales y subsidios o por diseñar
estructuras y modelos de organización.
Es una formación con Jesús maestro, pues solo en El podemos desarrollar las potencialidades
que están en las personas y formar discípulos misioneros, una formación experiencial, que hunde sus
raíces en la naturaleza dinámica de la persona y en la invitación personal de Jesucristo, que llama a los
suyos por su nombre, y éstos lo siguen porque conocen su voz.
Una formación que ha de integrar armónicamente en una unidad vital sus diferentes
dimensiones: Humana, y comunitaria, espiritual, pastoral y misionera, respetuosa de los procesos
personales y de los ritmos comunitarios e integrando en la práctica la acción misionera.
Una formación que requiere de nuestro acompañamiento, no solamente del diseño de planes de
estudio y apertura de centros de capacitación, sino en la vivencia compartida.
El anuncio del amor que procede del Padre toca al catequista en su persona entera y desarrolla
hacia la plenitud sus variadas dimensiones: personal, familiar, social y cultural, lo cual incluye la alegría
de comer juntos, el entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y aprender, el gozo de servir a quien
nos necesite, el contacto con la naturaleza, el entusiasmo de los proyectos comunitarios, el placer de
una sexualidad vivida según el evangelio, y todas las cosas que el Padre nos regala como signos de su
amor sincero.
Solamente cuando el catequista ha experimentado en si mismo el amor del Padre Bueno
del Cielo, es cuando puede compartir ese amor con todos los demás, comunicándoles una vida
plena dentro de un dinamismo de liberación integral, de humanización, de reconciliación y de
inserción social que le lleva a superar todo tipo de abandono, exclusión e indiferencia hacia los
más pequeños de nuestros hermanos.
El catequista tiene la certeza que Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a las
preguntas humana sobre la verdad, el sentido de la vida y de la realidad, la felicidad, la justicia y la
belleza.
RECONOCER LOS DESAFÍOS DE LA REALIDAD
Interpelados por los grandes males sociales, de alcance global, que afectan profundamente la
vida de los catequistas y la de los hermanos, cada vez más opaca y compleja: las injusticias
escandalosas, los cambios culturales, la consolidación de la democracia, la falta de desarrollo, la
corrupción estructural, el pluralismo ético, las amenazas a la vida desde la concepción hasta su término
natural, los cambios culturales que afectan el rol de cada quien en la sociedad, el consumismo, el daño
ecológico, etc.
Hacer un sano balance de la situación de la Iglesia en esta hora de desafíos, aceptando los
momentos de luz y de sombra que hemos estado teniendo.
Por un lado, el esfuerzo de los catequistas de poner la Biblia en las manos de las personas.
Con incertidumbres en el corazón, el catequista como Tomás se pregunta: “¿Cómo vamos a
saber el camino?” (Jn 14, 5) y escucha a Jesús responderle con una propuesta provocadora: “Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6) es entonces que reconociendo a Jesús como su Señor,
emprende con alegría el camino misionero para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en El, la buena
nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con
la creación.
Hacer crecer en el catequista la conciencia de la pertenencia a Cristo, con alegría crecerá
también el ímpetu de compartir con todos el don del encuentro con el Maestro.
Lograr que, agradecido comparta la experiencia de este acontecimiento con cada persona y
comunidad. Es entonces, al participar de la misión de Cristo, que el discípulo se encamina a la santidad,
dirige sus paso, lleno de ánimo, hacia las personas y horizontes que el Espíritu Santo le señala.
La catequesis ha de educar en la fe, y esto significa introducir gradualmente en el misterio de
Cristo que se vive en la comunidad eclesial. Concretamente, en la parroquia. Este es un presupuesto
fundamental y la mayoría de las veces está totalmente ausente, siendo una de las causas de la
esterilidad de muchos esfuerzos catequísticos. El cauce principal de formación de los catequistas es la
propia comunidad cristiana. En ella el catequista experimenta su vocación y alimenta constantemente su
sentido apostólico.
-Supuesto esto, podremos pensar en el catequista.
Primero lo que importa es el ser del catequista: un hombre de fe, un hombre de Iglesia,
comprometido y responsable, que siente el llamado del Señor a dedicar su vida, sus esfuerzos, sus
desvelos a la tarea evangelizadora a través de la catequesis.
La formación del catequista deberá estar marcada primeramente por un fuerte cristocentrismo:
La finalidad cristocéntrica de la catequesis, que busca propiciar la comunión con Jesucristo en el
convertido, debe impregnar toda la formación de los catequistas.
Desde esta perspectiva cristocéntrica, para el catequista ha de constituirse en base de una
familiaridad profunda con Cristo y con el Padre en el Espíritu.
La segunda nota es la eclesiológica: El hecho de que la formación busque capacitar al
catequista para transmitir el Evangelio en nombre de la Iglesia confiere a toda la formación una
naturaleza eclesial.
La formación de los catequistas no es otra cosa que un ayudar a éstos a sumergirse en la
conciencia viva que la Iglesia tiene hoy del Evangelio, capacitándolos así para transmitirlo en su
nombre. Más en concreto, el catequista –en su formación- entra en comunión con esa aspiración de la
Iglesia que, como esposa, ‘conserva pura e íntegramente la fe prometida al Esposo’ y, como ‘madre y
maestra’, quiere transmitir el Evangelio en toda su autenticidad, adaptándolo a todas las culturas,
edades y situaciones.
La formación del catequista es entonces tarea capital.
No solamente una sólida formación catequética, sino fundamentalmente formación en su propia vida
de fe, su vida cristiana, vivida en Iglesia, y en el desarrollo de todas las capacidades y carismas que
requiere la realización de su vocación en este ministerio primordial en la vida de la comunidad cristiana.
Hoy se requiere una renovación de nuestra catequesis, dándole un sentido verdaderamente
kerigmático, iniciático, que lleve a una real integración en la comunidad.
Sin catequistas que hayan vivido y experimentado personalmente lo que es un proceso de
evangelización e iniciación en la vida cristiana, y que además sepan cómo utilizar y aplicar su
metodología, será imposible pensar en una auténtica renovación catequística.
Más aún, debemos posibilitar que muchos de nuestros catequistas que por diversas razones nunca
podrán participar de un seminario catequístico, tengan en su propia parroquia la oportunidad de una
formación básica, elemental, que los capacite al menos para hacer una catequesis de iniciación
cristiana a adultos o a niños.
Por esto es conveniente que se comenzara “de cero”, sin suponer nada.
A nuestros futuros catequistas hay que reafirmarlos en su fe, en su vocación, en su identidad
eclesial, y enseñarles cómo realizar eficazmente su tarea.
Hoy cada día debemos preocupamos y ocuparnos por formar al catequista que los nuevos tiempos
nos exigen. El catequista está llamado a ser discípulo y misionero de primera línea para que sea
formador de discípulos misioneros.
-Es muy importante poner atención en los criterios y las dimensiones en la formación de los catequistas
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Se tendrá presente el concepto de catequesis que hoy propugna la Iglesia: no solo es una
enseñanza sino una formación cristiana integral, desarrollando tareas de iniciación, de
educación y de enseñanza.
La formación del catequista laico tendrá muy en cuenta que su formación recibe una
característica especial por su misma índole secular, propia del laicado, y por el carácter
propio de su espiritualidad.
La vocación catequística y las tareas de la catequesis, confieren carácter específico a la
formación, reclamando un enfoque formal y metodológico particular, que difiere del de la
teología y otras disciplinas religiosas. En consecuencia la formación del catequista tiene un
carácter específico, distinto al de la formación teológica.
Pedagógicamente, “como criterio general hay que decir que debe existir una coherencia
entre la pedagogía global de la formación del catequista y la pedagogía propia de un
proceso catequético. Al catequista le sería muy difícil improvisar, en su acción catequética,
un estilo y una sensibilidad en la que no hubiera sido iniciado durante su formación.
Dicha formación se inspira en la originalidad de la pedagogía de la fe y conlleva las
dimensiones del proceso catequístico: situación-experiencia, anuncio, celebración y
discipulado.
FUENTES CONSULTADAS
DOCUMENTO APARECIDA. Capítulo 6
Pbro. Amando Salomón García
SEMINARIO CATEQUÍSTICO “SAN PÍO X” Diócesis de Morón
ZULLY DIAZ
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