R - José Luis Luna

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Sahagún Mudéjar
Según asomé por las cárcavas del Camino de Santiago desde donde se divisa
Sahagún sentí haber llegado al lugar donde tenía pendiente una misión. Había
oído hablar, y no poco, de las iglesias MUDÉJARES que allí habían edificado
los ALARIFES hace ya muchos siglos, y que aún seguían en pie con esa
mezcla de elegancia y pobreza que ellos nos dejaron, mezclando los cristiano
y lo musulmán en cada paramento que levantaban ya fueran de ladrillo, adobe
o tapial.
Después de descansar, al día siguiente, la chica de la Oficina de Turismo, sería
quien me daría las ideas necesarias para dar las primeras pinceladas. Allí
mismo en el lugar que ocupa hoy en día, el auditorio Carmelo Gómez (Antigua
iglesia de la Trinidad) empecé a trazar las primeras líneas de ese arte tan
austero, con la armonía en los volúmenes, en los juegos ornamentales…,
todo ello es
un fiel reflejo de esos hombres que se instalan en territorio
cristiano para sacar de la tierra el material con el que luego construirán las
iglesias mudéjares de Sahagún.
Ya frente a los ábsides de San Lorenzo empiezo a trazar los arcos de herradura
ciegos y doblados, arcos de herradura inscritos en recuadros, bandas de
ladrillo dispuestas verticalmente a sardinel, frisos de esquinillas, ladrillos con
recortes en nacela para dar paso a los tejados, las líneas eran perfectas y de
esa manera las estaba yo trazando milimétricamente en el lienzo.
Cansada por le bochorno que se dejaba caer ese veintiuno de agosto. ¡Estaba
plena por el trabajo que tanto había soñado!
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Seguía trazando líneas, ahora mis manos dibujaban la torre que se eleva por
encima de todos los edificios, de porte macizo y a la vez de aspecto tan liviano
según va tomando altura. ¡Esos cuatro cuerpos que la hacen tan majestuosa
se me antojaban altísimos!
El cuadro no acabo de rematarlo, en el lienzo septentrional me espera una
portada ciega, compuesta por una superposición de arcos apuntados
rematada por ladrillos en esquinilla y un alfiz que enmarca todo el conjunto.
Repaso el trabajo, seguro que algo se me escapa, he seguido con atención
cada vano, cada arco, cada recuadro, y hasta los mechinales, descansando
alguna paloma, quedan dibujados en el cuadro que doy hoy por finalizado,
para seguir mañana en la Iglesia de San Tirso, La capilla de San Benito, y el
Santuario de La Peregrina.
El descanso fue largo e inquieto. Con las primeras luces del día encaminé mis
pasos hacia los ábsides de San Tirso. El segundo cuadro empezó a tomar
forma con ese juego de volúmenes, esa armonía de la piedra y el ladrillo
también conjugados. Tenía la sensación de estar dibujando una pequeña
figurilla ante una inmensa maqueta. Sigo trazando líneas para dibujar arcos de
medio punto inscritos en recuadros y arcos de medio punto doblados que se
repiten en los tres ábsides. Aquí quiero dar color a cada uno de los ladrillos
dibujados, es difícil,
cada ladrillo toma un color diferente más claro, más
oscuro, casi, casi negro, no sé el motivo de esa diferencia de colores,
enseguida alguien se acerca a ver mi trabajo y conoce la historia.
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Me cuenta: dicen que los ladrillos se cocían en hornos, a pie de obra, en forma
circular, dependiendo donde estuviera la pieza, le daba más o menos calor.
Con la respuesta en mi cabeza, sigo coloreando.
Aún me esperaba la torre, con su particular ubicación, sobre el tramo recto del
ábside central, para desde allí verla majestuosa. Su forma troncopiramidal
quiere hacer un homenaje al cimborrio del monasterio, así está escrito en la
historia.
Cuatro son sus cuerpos, y así los dibujo yo, más bajos y horadados según su
altura, el primer cuerpo macizo, el segundo, vanos geminados que reposan en
columnas de piedra, y los últimos sencillos arcos de medio punto. Observo
como la sensación visual es la de aligerar el peso de la torre con ese cuerpo
de tronco de pirámide. Una vez más recapacito de la maestría de esos alarifes
de los siglos XII y XIII, agradeciéndoles las obras que nos han dejado en la
arquitectura románica MUDÉJAR.
Y sigo, quiero empezar a dibujar el paramento exterior meridional de la Capilla
de San Benito (para
algunos de San Mancio) realizado en estilo mudéjar,
cuentan que es uno de los primeros ejemplos peninsulares de este arte. No
me detengo más, me espera altiva en el alto de San Bartolomé, el Santuario de
la Virgen Peregrina.
Allí estoy, y voy cayendo en la cuenta que el MÚDEJAR es el arte de síntesis,
de estilos de vidas diferentes, que contribuyó al fértil mestizaje que surgió de
la unión de la civilizaciones musulmanas y del mundo cristiano occidental. Así
lo percibo en cada línea que trazo de la cabecera poligonal compuesta de
siete paños con multitud de decoraciones, arcos ciegos, friso de esquinillas,
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moldura de ladrillos en nacela, ventanas ajimezadas, separadas por pilares
ochavados, todo me hace reflexionar por la endeblez de su fábrica y a la vez
por la robustez que nos han trasmitido siglo tras siglo.
Los últimos trazos del tercer cuadro ya van tocando a su fin, me espera la
fachada septentrional que corresponde al primer tramo, de los cinco que tiene
la nave, ¡Qué juego de ladrillos advierten mis ojos! Arcos ciegos tumidos, y
arcos de herradura polilobulados, de influencia toledana, así me lo relata la
guía.
El remate de las últimas pinceladas es a lo grande con las yeserías, multitud
de polígonos, racimos de mocárabes, ruedas de lazo de ocho
y dieciséis
puntas, estrellas de cuatro y ocho puntas, composiciones de sebka,
decoración de ataurique, resto de un friso epigráfico, escudos heráldicos que
portan una banda engolada en cabeza de dragón o leones y bordura
decorativa. Todo ello policromado recorre la sala dando la sensación de
estar en una mezquita.
Se acaba el día, tengo que seguir mi Camino, no sin antes anotar que me
queda por pintar en el próximo cuadro la ermita de la Virgen del Puente en
Sahagún, el Monasterio de San Pedro de las Dueñas y la iglesia de Sto. Tomás
en Arenillas de Valderaduey.
Volveré…
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