"Algo sobre Silvia Young" por Rosa María Ravera. - No-IP

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Algo sobre Silvia Young
Siempre pensé que Silvia Young poseía un talento fuera de serie. Una artista real. No tuvo en
vida todo lo que merecía, ni el reconocimiento de sus capacidades en los momentos más
oportunos de su existencia. Sin embargo su presencia personal y artística distó mucho de pasar
inadvertida. Quizá, con el tiempo su trayectoria habría logrado imponer la fuerza de sus
invenciones.
No es fácil encontrar, hoy, un desarrollo artístico tan profundo, trágico y vital. Denso de
experiencia y de conciencia, de pasión por la materialidad estética, intuyendo allí, en la densidad
de un soporte trabajado, destruido, reconstruido, aquello que puede solicitar el aflorar de un
sentir el mundo y en éste, el sentimiento de nuestra interioridad. Sus intuiciones y convicciones
se aliaban en torno a lo real vivido, con matices sociales y existenciales en los que el dolor del
mundo y el propio vibraban al unísono.
Hace más de diez años llevé al curador de la Bienal de San Pablo, Nelson Aguilar, a ver lo de
ella en una muestra que yo organizaba, con el título de "Figuras barrocas" (‘87). Esto es cosa de
Bienal, comentó de inmediato. Eran una suerte de cables y filamentos, desflecados, atados en
círculo, negros y coloridos. Estaban colgados. Silvia desparramaba originalidad en todo lo que
hacía, sin la mínima preocupación por una eventual legitimación estética. Esto es seguro: lo que
veíamos, que no se sabía bien qué era, surgía de adentro brotando por necesidad espiritual, por
una perentoria exigencia de amor y sufrimiento.
El recuerdo de mi amiga es eso. Recuerdo. O más bien, rememoraciones, en plural, porque la
apoyé desde sus inicias. No era la única. Ennio Iommi también la quería mucho. La valoraba
enormemente. Nora Aslan fue su gran compañera. Lo que sigue son retazos de imágenes que
quedaron flotando en la memoria, sin resignarse a la desaparición.
Recuerdo 1. El de la primera visita a su taller. Asombro. Telas, papeles flotantes, más
transparentes, más corposos, siempre elementos opulentos, por lo general colgados. Había algo
que parecía latir, y que me gustaba designar como un pulmón rojo, también yo apreciaba mucho
una tela muy larga en la que había depositado, con esa paciencia que la caracterizaría hasta el
final, un precioso goteo persistente, rosado, luminoso. Por doquier exuberancia, crecimientos
incontrolados, una materia que al repeler su estatuto de resto industrial desplegaba la solicitación
de placeres desconocidos. La evidencia de una imaginación libre que se dejaba volar más allá del
nombre, de esas etiquetas que identifican – y limitan – lo real.
Recuerdo 2. Nihilismo. Cambios. La muestra en el Espacio Giesso (‘92) que le comenté en un
prólogo. Lo que sigue son algunas ideas de ese texto.
El título de la muestra es “Algo”.Alguna cosa para mirar y para pensar. Formas que han sido
trabajadas, erosionadas casi hasta la destrucción. Transformadas en la visibilidad de tela
desgarrada a modo de vendaje precario sobre el que se operaron mutaciones .Una cirugía a la
inversa. En lugar de vendas blancas e inmaculadas que cubren las carnes para su curación, las de
la muestra cumplían una misión opuesta. Hay heridas a la vista, tela carbonizada, el espesor de
grumos, estopa, un azul, el rojo, sustancia que parece musgo...
Los títulos de las obras."Algo para escribir”.Con toda evidencia hay escritura, inscripción con
marca de artista. También, “Esqueleto de algo". Una especie de ramaje despojado que proyecta
su sombra, potente. Hay fotos.
Las fotos registran lo que pudo no ser observado a simple vista, obligan a mirar de otra
manera. Sobre todo se alejan de una normal instalación. Están colgadas. No es lo habitual.
Silvia desde tiempo sentía que le interesaban las sombras. Se sentía más atraída por la
proyección de éstas sobre la pared que por los trabajos mismos. Buscaba la relación, no la
presencia. No quería el núcleo sino la red. Probablemente dudaba que hubiese tal núcleo,
simplemente. Cuestión que le ha quitado el sueño a más de un metafísica. Ella, una escultora -así
se definía en los comienzos- no aspiraba a la forma plena y autosuficiente. Se había decidido a
acosar la Presencia, a diluirla, a mediatizarla, a duplicarla, triplicarla (tres en uno, interesante).
Silvia penetra en esa muestra en el territorio incierto de lo ambiguo y relacional, de asociaciones
que son tanto conexiones como desconexiones, choque de significaciones. Donde no hay
imágenes conclusas todo se torna más opinable. Los signos fluctúan, dado que han sido
descentrados, multiplicados. Son índices, indican que allí ha andado alguien depositando traza de
producción enigmática, de carga y descarga, de desvelamientos sin palabras.
La producción presentada había dejado de lado la rica sensorialidad de las realizaciones
anteriores. Ya no hay pulpa ni exceso gozoso. Otros ritmos, otras incitaciones. Como la sombra.
Capaz de contestar el estatuto del mundo. Platón consideró gran error humano el tomar por
realidades las sombras reflejadas en una caverna. Silvia resolvió las cosas a su manera. Ni lo
Real, ni la ilusión de la ficción, sino configuraciones descarnadas, sus fotos y la sombra. Nada es
"en sí”.Ella mediatizó la experiencia. Quiso que lo mostrado fuese como la vida, su vida en ese
momento, cuando todo cambia o puede cambiar en las relaciones entre ella, los otros y las cosas.
Y así inauguraba ubicuidades, descolocaba, variaba.“Algo” está en la pared (¿trepa?). Lo que yo
había visto en el pavimento. Ya “eso” me inquietaban, después más todavía. Quizá en momentos
sucesivos estará en otra parte, pensé. (Una sospecha incómoda: ¿anda?).
Nada es fijo. Todo ha sido calcinado creando nuevas direcciones. La materia duele, y gusta. Tal
vez esa acción plasmadora haya querido volatilizar algún aspecto de la experiencia para dejar,
solo, un remanente como pura relación, nutrido no de sustancia sino de fuerza. Vivencias
intransferibles.
Luego de releídas esas ideas, escritas hace mucho, me di cuenta que Silvia había llegado al
nihilismo, para renacer con otra creatividad, con otra vida. Le habría gustado mucho leer a
Nietzsche.
Recuerdo 3. El de algunas imágenes, unas pocas entre la rica sucesión de realizaciones, fruto
de un trabajo decidido y penetrante, del que solo más tarde se captará la coherencia significativa
profunda. Una producción, a mi juicio, clave, es la instalación en el Fondo Nacional de las Artes
('94), de extrema belleza de diseño. La mesita, la taza, la ventana de su propia casa, los vidrios
rotos, son elementos sobrios de una composición que ostenta el mismo mecanismo del signo, la
presencia de una ausencia. Con una peculiaridad que dejará traza en la obra, la marca leve,
insistente, de finos alfileres cubriendo la totalidad de los detalles como un ornamento cuanto
menos extraño. Adheridos cual suplemento de sentido en superficies nítidas y perfiladas, de un
sintetismo ejemplar. Otra instalación, nuevamente en el Espacio Giesso, impacta con los sillones
gastados, un grabador en el medio, el césped sintético cubierto de hojitas de gilet, la mesa, y un
juego electrizante de luz intermitente. En el Palais de Glace se muestra un ropaje sumergido en el
agua. Percibimos el agua como velo que descubre lo que está debajo, y se deja ver. Se viste y se
desviste. Se cubre para desnudar algo que ha sido vulnerado. Nuevamente la vestidura, su
personal vestimenta que reclama la mirada, y recibe el premio mayor en las Jornadas de la
Crítica (‘94). Por fin el reconocimiento. La muestra en la Fundación Klemm y el envío a Arco,
en España, por el Fondo de las Artes, son solo algunos jalones de muchas otras exhibiciones en
las que recibe la satisfacción de los premios. Se la distingue. Se la califica.
Recuerdo 4. Importa señalar que una de las más destacadas inspiraciones de la obra de Young,
vinculada a los períodos últimos, fue una tendencia abstracta de gran soltura y precisión formal,
que supo aprovechar al máximo la riqueza del material textil y a la vez explorar una nueva
determinación de las figuras, provistas de un sugestivo despojamiento simbólico. Paralelamente
proseguía aquella insistencia, aquella actitud que no renunciaba a la repetición, quizá con la
certidumbre de que ese mecanismo permitía encontrar alguna respuesta, al menos provisoria, a
sus interrogantes en torno al arte y al mundo. Los cuadros son entonces telas cubiertas por un
torrente metálico. Son cuadros rigurosamente elaborados que muestran lo que no había dejado de
aparecer desde hacía tiempo: alfileres, infinidad de esos pequeños segmentos afilados y agudos,
signo tácito, reluciente, hiriente, de una reposición que solicita la proximidad de la mirada. Su
cercanía, sin que importe su interpretación.
Cuando se realizó la muestra "Mujeres" ('98) en el Centro Cultural Recoleta, que hoy rinde un
justo y conmovido homenaje no solo a la artista sino a la persona, teniendo a mi cargo una de las
selecciones, fui corriendo a invitarla. Le elegí tres obras. Ya ella ausente por un viaje, se las
reclamé a las hijas, que enseguida me ubicaron una obra faltante. Una veladura rojiza que tapaba
una ciénaga de crines. Se exhibieron las tres. No alcanzó a verlas. Bellas. Mutaciones estéticas
testimonio del devenir conjunto del arte y de la vida.
Rosa María Ravera
Buenos Aires, 2000.
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