IV Congreso de ALAIC: Recife (Brasil), 12 – 16 / IX / 1998 La configuración mediática de la ciudad contemporánea Josep Lluís Gómez Mompart Universitat Autònoma de Barcelona Desde hace un par de décadas, a los estudiosos habituales de la ciudad (geógrafos, arquitectos, historiadores, sociólogos…) se les han unido los comunicólogos. En consecuencia, la explicación y análisis de lo que representa la ciudad desde un punto de vista social, económico, político o urbanístico, se está enriqueciendo con los estudios de comunicación. No hay duda de que dada la centralidad que ocupa la comunicación en la sociedad, el enfoque comunicativo del hecho urbano está representando una aportación imprescindible para interpretar las ciudades contemporáneas y la cultura que éstas desarrollan y representan. Coincidimos con Alfredo Mela que, entre las muchas representaciones (o imágenes y paradigmas) utilizados para interpretar la ciudad, aquella que la ve como un sistema de comunicación es probablemente la más actual y significativa. Este autor señala que toda la historia del urbanismo moderno se caracteriza por una progresiva separación entre la forma física de la ciudad y el grado de incidencia del proceso sociocultural que históricamente se ha conocido como urbanización (Mela, 1994: 7). Mela cree que el sistema urbano puede ser planteado como el resultado de la interdependencia de tres subsistemas, cada uno de los cuales está dotado de una lógica de funcionamiento y de una dinámica autónoma: 1º un sistema de localización de la actividad; 2º un sistema de comunicación física, y 3º un 1 sistema de comunicación social (1994: 10). El primer tipo de representación ha estado dominado por la economía del espacio y la programación de los espacios urbanos; del segundo se han ocupado la economía espacial y la geografía económica, y el tercero –aquel que entiende la ciudad como una red de comunicación- es central para la teoría sociológica, la psicología y para alguna línea innovadora de la geografía humana. Si la ciudad –según Mela- se identifica con un sistema de interacción comunicativa entre los sujetos sociales, la producción de una cultura y una simbología urbanas más que ser considerada como un efecto espontáneo de la estructura de la interacción social en la ciudad, es definida como un objetivo político (1994: 13). Pensemos, por ejemplo, en la política cultural de los ayuntamientos, en las campañas publicitarias locales, en la organización municipal de la fiesta urbana, en las expresiones de cultura popular y juvenil, en las manifestaciones de protesta o en las celebraciones deportivas. Un caso extremo y paradigmático para una ciudad, por ejemplo, suele ser la organización de unas olimpiadas, especialmente en los últimos cuatro lustros. Para entender la ciudad desde la comunicación podemos acudir a los desarrollos teórico-metodológicos de los que la comunicología echa mano para interpretar el mundo urbano, y que denominaremos “comunicología urbana”. Al respecto, los procesos comunicativos relacionados con los procesos urbanos se encuentran por doquier ejerciendo funciones organizativas y mediadoras: en el diseño y en la arquitectura; en el paisaje o en la decoración; en los colores; en la iconografía; en las relaciones entre las personas y los espacios, o entre los actores sociales y los modos de comunicarse de éstos (Agnew, 1984; Burnett, 1978; DaMatta, 1991; Entel, 1996; Fusco, 1970; Margulis, 1994; MartínBarbero, 1994; Reguillo, 1992; Santos, 1987; Sennet, 1997). La interacción 2 comunicativa también se establece entre los elementos físicos y los simbólicos, entre la vivencia urbana y la percepción de la ciudad, entre la versión y la recreación, entre la memoria y la constatación o entre la configuración mediática y la experiencia real (Alfaro, 1988; Augé, 1987; Calvino, 1996; Feixa, 1998; Imbert, 1990; Landi, 1990; Lynch, 1984; Reguillo, 1991; Sarlo, 1988; Silva, 1992). Por otro lado, para comprender la comunicación en la ciudad deberemos considerar aquellos estudios que, partiendo del hecho urbano y del proceso sociocultural de la urbanización en su evolución pareja a las sociedades industriales, observan la urbe como un sistema o red de comunicación al que anteriormente se ha aludido, así como las posibilidades y las limitaciones diversas, la cual denominaremos “urbanología comunicativa”. Este enfoque, sin embargo, ha sido –a nuestro entender- insuficientemente desarrollado, porque los estudiosos –independientemente que sean o no arquitectos o urbanistas- se lo han planteado en términos por lo general un tanto alejados de los estudios culturales y comunicativos (Adams, 1966; Ayllón, 1995; Burker y Stucliffe, 1993; Dwyer, 1983; Glaab y Brown, 1976; Jones, 1992; Joseph, 1988; P. Hall, 1996; Mela, 1994; Rapoport, 1978; Roncayolo, 1988), salvo algunos autores de antes, quizá con una consciencia diferente, o de ahora, tal vez por razones de su especialidad “intangible”(Aceves, 1994; Balle, 1989; Benjamin, 1986; Castells, 1986; Dethier y Guiheux, 1994; Gandini, 1994; Hannerz, 1986; Kaufmann, 1967; Laborit, 1973; Mumford, 1938). Buena prueba de cuanto decimos es que un repaso a la bibliografía que se adjunta nos permite señalar que, en líneas generales, apenas hay estudios que establezcan un diálogo fructífero entre comunicología urbana y urbanología comunicativa que aborden la cultura urbana contemporánea de forma solvente, o 3 sea, en su sentido dialéctico y dinámico, es decir, de manera histórica. Sin desmerecer algunas de las monografías citadas, cuyo valor teórico, conceptual y metodológico son en algunos casos de calidad excelente por su multidisciplinariedad, en otros casos su enfoque –pese a ser muy sugerenteparece demasiado sujeto a coyunturas, cuando no a modas académicas. Pese a todo, difícilmente sin buena parte de esas investigaciones sería posible abordar el tema comunicación/ciudad y ciudad/comunicación de manera diacrónica y sincrónica a la vez. Como ya hemos señalado en otros textos (Santiago de Compostela y Caracas, 1996), plantearse la ciudad desde un punto de vista comunicativo y a lo largo del tiempo implica encarar la complejidad que entrañan la evolución de los ecosistemas sociales urbanos, preferentemente desde que las grandes ciudades contemporáneas se constituyeron en las entidades creadoras y receptoras de lo que algunos historiadores de la comunicación llaman sociedades de cultura y comunicación de masas (SCCM)1. Estas sociedades están ahora mutándose -por razones que, entre otros, Manuel Castells (1997 y 1998) ha estudiado muy biena sociedades de la información (SI) o “informacionales” como prefieren decir otros autores2. Un grupo de la Universitat Autònoma de Barcelona, integrado por Francesc Espinet, J.L. Gómez Mompart, Enric Marín y Joan Manuel Tresserras, han desarrollado esa expresión en distintas obras de carácter teórico o aplicado, entre las cuales pueden citarse las siguientes: GÓMEZ MOMPART, J.L. (1993). “Caràcter i natura de la cultura en emergir la societat de comunicació de masses”, Treballs de comunicació, núm. 4. Barcelona: IEC/SCC; MARÍN, E. y TRESSERRAS, J.M. (1994).Cultura de masses i postmodernitat. Elogi i crítica de la cultura contemporània. Valencia: Editorial 3 i 4, y ESPINET, F. (1997). Notícia, imatge, simulacre. La recepció de la societat de comunicació de masses a Catalunya, de 1888 a 1939. Bellaterra: UAB. 1 MAYÈRE, A. (1997). La sociéte informationnelle: Enjeux sociaux et approches économiques. París: L’Harmattan. 2 4 Al emplear la expresión SCCM, los investigadores Espinet/Gómez Mompart/Marín/Tresserras se refieren, al menos en su origen en los países centrales de Occidente, a aquellas sociedades donde se dan en uno otro grado las siguientes características: consolidación del capitalismo monopolista y del imperialismo; despliegue de la “segunda revolución industrial”; crecimiento y diversificación de los sectores productivos secundario y terciario; aplicación generalizada de nuevas energías (electricidad y petróleo); concentración urbana y nuevas costumbres ciudadanas; renovación de los servicios públicos de suministro; mejora de las condiciones higiénicas, sanitarias y de salubridad; vertebración y praxis de las formas modernas del estado contemporáneo; desarrollo de la sociedad civil; políticas de alfabetización y de formación profesional; establecimiento de un sistema cultural “mundial”; opulencia del mercado informativo-comunicativo; implantación de la sociedad del espectáculo, y estandarización de las formas de vida y consumo. La evolución de la SCCM a lo largo del siglo XX ha representado la extensión de las formas de vida y relación social urbanas, en un proceso de transformación acelerado de los propios procesos urbanos. Se ha tendido a considerar los ecosistemas comunicativos3 urbanos de Europa como modelos de referencia universal, cuando tan sólo presentan similitudes algunas urbes de EE.UU. de América, mientras que algunas de éstas, a su vez, ejercen influencias sobre aquéllas. Una primera aproximación a los procesos más emblemáticos de la definición de modelos urbanos en América y Europa pone de relieve las diferencias entre ambos (véase nuestra ponencia “Ecosistemas comunicativos en Entendemos el concepto de ecosistema comunicativo como la forma histórica en que una sociedad organiza su producción social de comunicación. Esta definición nos permite comprender cómo las metrópolis de nuestro siglo concentran la esencia de la comunicación hegemónica que rige nuestro funcionamiento cultural. Trabajar con ese término, por tanto, no supone utilizar simplemente una noción teórico-histórica, sino que se trata también de una manera de proceder y observar la realidad, o sea, de método y enfoque. 3 5 ciudades de Europa y de América: modelos y singularidades de un siglo para otro”, presentada al III Congreso de ALAIC: Caracas, octubre de 1996). Mientras que, a grandes trazos, las ciudades europeas son ciudades modelo, no se puede hablar de una ciudad norteamericana o latinoamericana única, pese a que la herencia iberoamericana todavía se percibe en algunas de ellas (Quito, Cartagena o El Salvador), al igual que también se constata la herencia de la ciudad mercantil de los siglos XVIII y XIX en Bostón, Filadelfia o Baltimore. Por otra parte, las características del estado-nación en Europa y América, así como el diferente peso de la intervención de la Administración pública y la capacidad de planificación, han condicionado diferencias significativas en cuanto al establecimiento de marcos de relación social y modelos y sistemas de comunicación colectiva. Sin embargo, los aspectos de singularidad de cada una de las grandes ciudades de Europa y de América, desde la formación y desarrollo de las SCCM a la conformación de las SI, no niegan aspectos de homología ni impiden establecer comparaciones en relación con cuestiones tales como: la tradición y modernidad en la definición de SCCM; dependencia económica, modelo económico y política de masas; ritmo de implementación de los diferentes medios de comunicación de masas, política social y alfabetización; sistema político y ecosistema de comunicación; procesos migratorios y definición del tejido social urbano; progreso económico, democracia y políticas comunicativas, etc. El estudio de las ciudades contemporáneas, en cuanto motor y reflejo de las SCCM, nos lleva entenderlas como productoras y reproductoras del mundo urbano de masas, dado que son cuerpo y alma de la vida pública y 6 posibilitan la construcción simbólica y social de la realidad. Y su comprensión es posible mediante la indagación del pasado a partir de aquellos ámbitos donde, preferentemente, se han puesto de manifiesto los aspectos que muestran el papel que la comunicación ha ejercido en el desarrollo de la vida y cultura de la ciudad, así como en qué medida la evolución de ésta ha marcado los procesos comunicativos de la misma y de sus ciudadanos. En este sentido, la dialéctica de unos y otros condicionantes nos permitirá describir e interpretar la historia comunicativa de la ciudad estudiada y la historia comunicada de la misma. En el III congreso de ALAIC (Caracas, 1996), ya apuntamos los aspectos principales4 y los campos de fuentes5 con los que convenía trabajar a la hora de estudiar la historia comunicativa de una ciudad; ahora quisiéramos completar el esquema indicando aquellas otras cuestiones que nos ayudarán a entender cómo ha sido contada (mostrada y/o representada) esa historia cultural urbana, es decir, la historia comunicada. Para alcanzar ese objetivo, sobre todo, podemos trabajar con dos tipos de documentos: unos de carácter más testimonial, como son los llamados egodocumentos (memorias, diarios, autobiografías, dietarios, recuerdos)6 y otros configurados, tales como ilustraciones, fotografías, postales, cómics, novelas, periódicos, películas, vídeos, etc. Aspectos relevantes: 1. La naturaleza de la centralidad de la ciudad en relación con su entorno; 2. La tendencia de su ritmo de urbanización; 3. El carácter de los flujos migratorios; 4. Los ritmos de introducción de las formas modernas de transporte y de las redes de comunicación; 5. La evolución de las industrias culturales y comunicativas; 6. La tipología de los estereotipos ciudadanos comunitarios; 7. Los niveles de autonomía o dependencia en materia de comunicación y cultura, y 8. El protagonismo de los procesos de mestizaje cultural y comunicativo. 4 Campos de fuentes: a) General (historia y retrato de la ciudad); b) Estructura física; c) Población y estructura social; d) Actividad económica; e) Política y administración; f) Actitudes y recreaciones (en relación con la ciudad); g) Comunicaciones, y h) Cultura urbana. 5 Una excelente investigación con abundante material egodocumental y aplicada al estudio de cómo se percibió la formación de la SCCM catalana, centrada en su capital, Barcelona, es el libro de Francesc Espinet, citado en la nota 1. 6 7 Aunque cada medio o soporte precisa de una tratamiento metodológico adecuado -a tenor de su carácter, naturaleza, comportamiento, etc.-, grosso modo las narraciones escritas y audiovisuales de la ciudad –por supuesto, mejor las de hechos que las de ficción- pueden ser utilizadas como fuente y como recurso en historia de la comunicación social: por un lado, porque a pesar de ser, por lo general, una fuente de segunda mano, complementan las fuentes directas (y lo hacen, por ejemplo, con ricos pasajes de la vida cotidiana, aspecto a menudo soslayado en muchos estudios de historia); y, por otro lado, porque nuestra idea-imagen o concepción del pasado cercano o lejano está conformada, además del conocimiento histórico, también, y muy especialmente, con novelas, películas, cuadros, fotografías, música, teatro, poesía, cuentos… de época y recreaciones referenciales7. De modo orientativo, un par de modelos de itinerarios metodológicos para extraer información provechosa de esas fuentes o recursos, que nos permiten captar el ambiente y la sensibilidad de una época / lugar, serían los siguientes: 7 narración escrita: Marco histórico y socioeconómico del período novelado (organización social; política y economía que se extrae de la obra; desequilibrios y luchas entre grupos sociales; migraciones; instituciones, asociaciones, entidades, etc.) Infraestructura comunicativa en el marco descrito (estructura, funcionamiento y contenidos de los medios; servicios de transmisiones y comunicaciones; medios de transportes, redes comunicativas, vehículos, etc.) Consumos culturales derivados de la narración (creencias, ideologías, prácticas religiosas y espirituales; enseñanza y adiestramiento; las artes; sistemas de significación y modos de producción de signos; deportes, juegos y fiestas; urbanismo, arquitectura, diseño y decoración; propaganda, publicidad y opinión pública, etc.) Aspectos de la vida cotidiana a través de los personajes y de su historia (ámbitos públicos y privados; concepción del tiempo y del espacio, así como de su ordenación; relaciones personales y sociales; vestidos, modas, costumbres, alimentación, viajes, ocio, etc.) Discursos y lenguajes (argumentación literaria e histórica; creación frente a realidad; lenguaje del autor y hablas de los personajes; cosmovisión de la época novelada; espíritu del tiempo, etc.) narración audiovisual: Estructura de la sociedad (los grupos sociales y sus relaciones; organización y dinámica económicas; estructura y actividad políticas; tendencias al cambio, etc.) 8 De igual modo como en las sociedades orales los proverbios tenían para la colectividad una importancia capital, o en las sociedades alfabetizadas la función de los textos es indudable, parece claro que en nuestra era audiovisual las configuraciones mediáticas juegan un papel primordial. Si el cine ha contribuido al imaginario colectivo de nuestro siglo, la televisión está contribuyendo a la memoria colectiva. De aquí la importancia de prestar atención a las configuraciones mediáticas, dado que la producción y recreación de hechos pasados o presentes no sólo tienen una fuerza de evocación y seducción casi inigualables, sino que, además, suelen representar el discurso histórico contemporáneo de mayor consumo e influencia social. Si en el siglo XIX fue la novela la que creó y recreó la ciudad simbólicamente y, en los dos primeros tercios del siglo XX, lo ha hecho el cine, en el último tercio del siglo XX la televisión es la forma cultural que mejor configura la ciudad. Pese a que otros medios también cuentan a la hora de la construcción gramatical del sentido urbano, de la mentalidad urbana y de los estereotipos ciudadanos, no hay duda que la televisión impone una manera de leer el mundo, reforzada en nuestro caso porque la ciudad es presentada reiteradamente como imagen del mundo actual. Pero la televisión, a su vez, es deudora de la cinematografía en el proceso de elaboración de la fantasía urbana. Hasta el punto que aquellas ciudades profundamente cinematográficas, caso por Creación y consumos culturales (creencias, ideologías y mentalidades; los símbolos y los signos; la educación y la integración sociales; la opinión pública; la organización del espacio; las artes y las letras; espectáculos, fiestas, deportes, etc.) La vida cotidiana (privada / pública; la estructura familiar / sexual; la organización del tiempo; los consumos; las vidas personales, etc.) La comunicación social (características principales del ecosistema comunicativo; medios de comunicación social; información y comunicadores; medios de transporte, etc.) Discurso y análisis del film (el relato-argumento de la película; lenguajes de imagen y sonido; escenarios y decorados; montaje y efectos especiales; dirección e interpretación; posibles efectos sobre el público, etc.) 9 ejemplo de Nueva York, inducen a la televisión a registrarla según los patrones fílmicos, lo que refuerza todavía más la verosimilitud periodística. Si bien es cierto que muchos países apenas cuentan con ciudades cinematografiadas, si exceptuamos la capital, sin embargo otras muchas ciudades si tienen una literatura estimable. Y, por supuesto, la mayoría de las ciudades cuentan con buenas colecciones de fotografías e, incluso, con prensa local que –a través de sus crónicas urbanas- es posible reconstruir la vida ciudadana comunicada. Téngase en cuenta, además, que lo que los cronistas urbanos suelen recoger es, precisamente, los hechos y personajes más destacados del momento, con lo cuál es relativamente fácil establecer unas cronologías de las cuestiones urbanas relevantes. Evidentemente, lo tergiversado o lo soslayado habrá que intentar revelarlo y aflorarlo, a la vez que contrastarlo, mediante la crítica del discurso periodístico y la investigación histórica. La construcción imaginaria de la ciudad, producida por las industrias de la cultura y de la comunicación, entabla individual y colectivamente un diálogo con el ciudadano, quien contrasta su visión con la versión mediática, retroalimentándose mutuamente. Por un lado, “los habitantes de la ciudad `leen´ la ciudad como primera manifestación de su espacio existencial, como constructo de su expresión metalingüística y al mismo tiempo de una factible voluntad identitaria colectiva”8. Por otro, los habitantes de una ciudad negocian las lecturas y propuestas urbanas que les ofrecen los medios de comunicación con sus propias experiencias, con sus percepciones, manías, creencias, mitos, etc.; en definitiva, con sus cosmovisiones y sociovisiones. COURTOISE, R. (1995). “La ciudad como proyecto y proceso de comunicación”, DD.AA., Entelequia, nº 5, p. 31. 8 10 Ahora bien, en el medio televisivo hay que distinguir, al menos, entre la televisión general o a gran escala, ya sea una cadena de televisión nacional o transnacional, y una emisora local o regional, es decir, de proximidad. Porque la mirada de la televisión sobre el espacio próximo al respecto del lejano es que el potencial de hipnosis mediática o espejismo audiovisual, inherente a los grandes medios de comunicación –que se manifiesta en sus configuraciones mediáticas, o sea, en sus maneras de presentar y codificar la realidad-, puede resquebrajarse fácilmente, dado que se puede cotejar la propuesta mediática con la realidad inmediata urbana. De todos modos, la televisación ciudadana o identitaria (nacional/local) urbano-cultural no ha asumido cierta corporeidad hasta que los seriales autóctonos, tales como los “culebrones” o comedias de situación, se han hecho algo cotidiano. Precisamente porque la ciudad es un gran escenario de lenguajes y una esfera cultural de intercambio de primer orden y que “las ciudades tienen un dialecto” (Benevolo, 1979: 205), es posible intervenir cívicamente en la ecuación Lengua (sentido) / Ciudad / Comunicación. Paralelamente a los poderes establecidos, la sociedad civil también puede contribuir a la ciudad deseada con una política comunicativa que altere la escritura y la lectura de la ciudad, porque no debe olvidarse la capacidad e, incluso, el talento popular de construir simbólicamente la ciudad (Reguillo, 1996) o de reescribirla mediante la memoria colectiva, con o sin la ayuda de las recreaciones literarias y audiovisuales y, a veces, en contra de esas versiones –propias de regímenes autoritarios- que intentan secuestrar el pasado o el presente. Esa apropiación indebida por parte de las instituciones públicas o privadas del patrimonio cultural-lingüístico forjado por las clases populares de la ciudad es, sin duda, un acto de prevaricación cultural. Y el cuál, no sólo cabe 11 combatir sino, además, contrarrestar con políticas comunicativas que restituyan en lo posible la pluralidad cívica y, en consecuencia, protejan el ecosistema comunicativo con vistas a una modernidad forjada desde la tradición y la memoria, no ajenas al territorio y al espacio. Y la ciudad es un excelente marco para llevar a cabo esa importante labor en la fase de transición de SCCM a SI, porque en ella y desde ella es posible reconstruir la memoria colectiva y mancomunar la cosmovisión de pueblo. En una época que se vislumbra cada vez más virtual, o sea, más simulada, más aparente, y en un mundo cada vez más global, más mundializado, de algún modo más estándar, el futuro está en la esfera local, en la periferia, en la distinción, en la particularidad. El beneficio en puertas es que cada vez más es factible conjugar globalidad y diferencia. Por fin uno puede apostar por la universalidad sin tener que avergonzarse de la singularidad, porque en la actual mundialización, el localismo es una manera de proyectar el universalismo más allá de las fronteras que tienden a desdibujarse. Ante el reto de las nuevas tecnologías y en la perspectiva de trabajar por una democracia verdaderamente participativa, conviene buscar una nueva cotidianidad no exclusivamente mass-mediática, a caballo entre la vida local y el nuevo marco impuesto por los grandes complejos mediáticos y las potentes redes mundiales de comunicación, que recupere el nexo con la expresión popular. Cabe, por tanto, encontrar un nuevo terreno que no sea homólogo del modelo comunicativo transestatal, sino que pueda ser la extensión avanzada y de progreso de las tradiciones y culturas nacional-populares, aprovechándose de las nuevas tecnologías de la información-comunicación. 12 Así, pues, la redefinición del espacio nacional desde la ciudad es factible, entre otras cuestiones, porque: La cultura urbana y la vida municipal son lo que aglutina ahora a las personas de una ciudad; Las convocatorias cívicas y la regulación urbana son los referentes urbanos que juntan ahora a la gente; Las calamidades y las exclusiones humanas próximas son lo que rebela y solidariza ahora a los conciudadanos. El ocio metropolitano y los espectáculos urbanos son lo que concentra ahora a los ciudadanos; Los hitos históricos y la memoria colectiva son los imaginarios que comparten ahora los habitantes de una ciudad; y, también, porque Como un mundo propio y con sensaciones muy arraigadas son como sienten ahora la urbe los vecinos de una localidad. Según Jesús Martín-Barbero, las nuevas formas de socialidad urbana se expresan en los cambios que atraviesan los modos de pertinencia al territorio y en los modos de vivir la identidad (1994:24). En este sentido, añade, la identidad urbana podemos encontrarla en: a) el análisis de las nuevas formas de socialidad; b) las diferentes maneras de habitar la ciudad, y c) los modos de comunicar. Por nuestra parte, agregamos la vivencia mediática ciudadana. La consolidación de un considerable tiempo de vida mediático (y no solamente mediatizado) por los habitantes de una ciudad económica y tecnológicamente desarrollada, ha comportado para esas personas un estadio nuevo en el vivir urbano (un imaginario tangible local). Esta ocupación significa para los convecinos de una localidad un vivir desde / en / a través de… los medios de 13 comunicación de gran, mediano o pequeño alcance. Si bien ese espacio no es un territorio al margen de la vida social de cada cual y, por tanto, es consumido y recreado particularmente, es un espacio virtual de encuentro, de lucha, de negociación, de retroalimentación cultural-lingüística sobre el que se reescribe y lee la ciudad, como imagen del mundo y como mundo local, identificador. Si admitimos –en el contexto al que nos estamos refiriendo- que ahora el territorio es el mensaje, la ciudad debe ser el medio. El mensaje de esta concepción de la ciudad representa la capacidad de iniciativa de los ciudadanos para hacer de los espacios construidos y de las representaciones simbólicas de éstos unas interconexiones en sus maneras de usar, gozar, sufrir, protestar, percibir el espacio urbano. Desde esta perspectiva, la identidad urbana es la resultante dialéctica de las fuerzas, instituciones, grupos, individuos y de los bienes materiales y espirituales dentro del ecosistema de comunicación específico. Obviamente, nuestras actitudes urbanas no son ajenas a cómo se han conformado nuestras mentalidades urbanas (y aquí cabe recordar el protagonismo de los medios de comunicación como vehículos y matrices privilegiados en la contribución a la mentalidad contemporánea) y cómo esas mentalidades las expresamos individualmente y en grupo. En efecto, la lógica urbana y aquello que la urbe significa son asimilados de forma diferenciada entre los ciudadanos, y podemos establecer similitudes con las actitudes lingüísticas (de significación o de sentido). Sirviéndonos de nuevo de la expresión urbanología comunicativa, mediante las ideologías urbanólogas podremos entender cómo los ciudadanos contextualizan los discursos urbanos. Por homología del concepto de “ideologías lingüísticas” 9, SILVERSTEIN, M. (1975). “Language structure linguistic ideology”, en CLYNE, R; HANKS, W. y HOFBAUER, C. (eds.). The Elements: A Parasession on Linguistic Society, pp. 193-247 [p.193]. 9 14 podemos definir las ideologías urbanólogas así: conjunto de creencias sobre urbanología que tienen los ciudadanos como racionalización y justificación de su manera de percibir la estructura y el uso urbanos. Las diferentes ideologías urbanólogas son conformadas colectivamente a lo largo de los años y actúan como filtros de nuestra percepción de la ciudad. A través de las ideologías urbanólogas podemos detectar la génesis de las representaciones urbanas que tienen los ciudadanos. La posibilidad de intervención sobre las ideologías urbanólogas obliga a plantearse la producción de ideología urbanóloga, ya que ésta puede influir cultural y lingüísticamente a la vez que puede competir dentro del hipermercado sígnico que es la ciudad. Renunciar a proveer a la sociedad civil de mercancías identificadoras es entregar el territorio de la expresión a las fuerzas políticas y comerciales y, consiguientemente, regalarles la hegemonía de la ideología urbanóloga. Por tanto, conviene desarrollar propuestas cívicas de ideología urbanóloga identificadora para competir dentro del modelo lingüístico del mercado urbano. Bellaterra (Catalunya) Julio de 1998 15 Bibliografía* ACEVES, F. de J. (1994). “La ciudad y la comunicación. Apuntes de un encuentro con los urbanistas”, Anuario de investigación de la comunicación, I. México: CONEICC. ADAMS, R. McC. 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En general, se han excluido aquellas monografías específicas de ciudades, de carácter histórico o cultural, salvo algunas colecciones destacadas 22 y algunos estudios determinados cuyo interés radica en la singularidad de enfoque y/o metodología al combinar la perspectiva comunicación y ciudad. 23