Introducción. Don Álvaro o la fuerza del sino

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Introducción.
Comenzaremos describiendo como desarrollaremos el trabajo sobre la obra literaria Don Álvaro o la fuerza
del sino, de Ángel Saavedra, conocido como el duque de Rivas.
En primer lugar, haremos un breve comentario sobre el movimiento literario en el cual encuadramos la obra
anteriormente mencionada, la corriente cultural a la que nos referimos es al Romanticismo. También
mencionaremos algunos datos sobre las circunstancias históricas.
Después daremos las características generales del genero al que pertenece Don Álvaro o la fuerza del sino: el
drama Romántico.
Posteriormente hablaremos del autor de esta obra y finalmente nos centraremos en los personajes, analizando
las características típicas de los personajes románticos y justificándolas en la obra.
Entorno histórico.
El romanticismo, fenómeno cultural correspondiente a la primera mitad del siglo XIX, se halla vinculado con
una serie de circunstancias históricas a las que es necesario aludir.
La reacción se opera en toda Europa contra el poder napoleónico hasta cristalizar en el Congreso de Viena
(1815), puede explicarnos, en parte, el matiz conservador del Romanticismo hacia estos años, ya que al
declinar la estrella de Napoleón, el espíritu liberal que éste había difundido por toda Europa, sufre un rudo
golpe. Los gobiernos de la Restauración absolutista procuraron arrancarlo de cuajo volviendo a las ideas de
tradición y religiosidad, mientras el orgullo de los pueblos sometidos al Emperador reaccionaba contra el
sentido unificador del arte neoclásico francés, afirmando sus particularismos.
Junto a este Romanticismo arcaizante, tradicionalista y cristiano, tomó incremento, años más tarde, otro tipo
revolucionario y liberal, cuya bandera de combate al constituía la destrucción de todos los dogmas morales,
políticos y estéticos hasta entonces vigentes. Su auge coincide con la revolución francesa de 1830 y el triunfo
del liberalismo en la mayor parte de los países europeos. En España, por ejemplo, el comienzo del
Romanticismo revolucionario se debe sobre todo a la vuelta de los emigrados liberales, con motivo de la
muerte de Fernando VII.
El movimiento literario: el Romanticismo.
.Se denomina Romanticismo al movimiento político y cultural que se desarrollo, aproximadamente, entre
1800 y 1850. Surge como una reacción frente a la férrea disciplina neoclásica, y los valores de la libertad: la
intuición y el sentimiento se oponen a la normativa, el equilibrio y el buen gusto del siglo XVIII.
Observamos un estrecho vínculo entre lo cultural y lo político en el origen del romanticismo. Dos impulsos
igualmente fuertes unen a los españoles durante la Guerra de la Independencia: el tradicionalismo del espíritu
popular − que defiende los valores católicos, monárquicos y patrióticos −, y el liberalismo − que defiende los
derechos humanos, confía en el progreso de la técnica y valora por encima de todo la libertad individual.
Terminada la contienda, la escisión entre ambos es total.
También en la literatura podemos separar dos tendencias románticas que conviven a pesar de ser opuestas: el
Romanticismo tradicional − cuyos paladines europeos eran Chateaubriand, Walter Scott, Novails... − al que
podríamos adscribir a Zorrilla, el duque de Rivas o Nicomedes Pastor Díaz; y el Romanticismo liberal, cuya
figura fundamental en España será Espronceda, siguiendo los pasos de Víctor Hugo y Lord Byron. Sin
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embargo, esta división no debe ser entendida de forma estricta, ya que la mayoría de los escritores españoles
la sitúan en un punto medio entre ambas tendencias.
Veamos a continuación las características más sobresalientes de este movimiento:
• Culto al yo: El alma insatisfecha del autor es siempre protagonista. Se rechaza el pudor neoclásico y
la obra literaria se convierte en el vehículo de comunicación de sus ansias amorosas, su protesta
contra la sociedad, etc.
• Nacionalismo: El cosmopolitismo neoclásico es sustituido por la exaltación de los valores nacionales,
las tradiciones locales.
• Sentimentalismo: El sentimiento se impone a la razón: lo intuitivo y lo fantástico son valores
fundamentales.
• Culto a la naturaleza: Entendida en toda su inmensidad salvaje y misteriosa; el jardín neoclásico cede
paso a los bosques, las ruinas o las noches misteriosas y sugerentes. La naturaleza se incorpora al
estado anímico del romántico, y con él se presenta tétrica, bella, melancólica...
• Huida del mundo real: El desengaño romántico, incapaz de superar el choque entre lo anhelado y la
realidad, le lleva a pretender huir del mundo: a veces, por medio del suicidio; otras, evocando épocas
pasadas, fundamentalmente la Edad Media y el Renacimiento, que son marco ideal para las leyendas;
por último, buscando escenarios exóticos: orientales, americanos...
• Rechazo del Neoclasicismo: Las reglas neoclásicas se abandonan y se propugna una libertad total: se
rompen las fronteras entre los distintos géneros; se mezcla prosa y verso; se alterna lo trágico y lo
cómico.
Los románticos europeos vuelven los ojos a España como país romántico por excelencia. Descubren el
Romancero, el Quijote y el teatro del Siglo de Oro, y, antes aún de que empezase el movimiento en nuestro
país, visitaron y estudiaron nuestra cultura, como ejemplo supremo del nuevo ideario. De hecho, fueron los
románticos alemanes quienes revalorizaron a Calderón.
El movimiento en España fue bastante tardío. Recordemos la famosa polémica originada en 1818 por Juan
Nicolás Böhl de Faber al defender el teatro del Siglo de Oro frente a los neoclasicistas y las colaboraciones en
El Europeo, de Barcelona (1823−1824), en defensa de los principios románticos moderados. Ambos hechos
suelen citarse como génesis del Romanticismo español. De hecho, hasta bastante entrado el siglo XIX siguen
predominando los gustos neoclásicos. Al recuperar el poder Fernando VII en 1823, los exiliados españoles
entran en contacto con los románticos europeos y traen consigo sus ideas cuando regresan al país hacia 1833.
Alguien podría considerar el romanticismo español como un fenómeno de ida y vuelta: los románticos
europeos se inspiran en España y los españoles reciben de ellos el impulso para volver los ojos a su propio
país.
El apogeo del Romanticismo español fue bastante tardío − en comparación con el europeo − y muy breve.
Suele señalarse el año 1835 − estreno de Don Álvaro − como fecha clave. En verdad, muy pronto empieza a
imponerse la mesura, que trata de calmar los excesos románticos; excesos que, por otra parte, no alcanzaron
en ningún modo la virulencia de los románticos europeos. Podríamos considerar nuestro Romanticismo como
de tipo estético, más que ideológico, ya que los aspectos verdaderamente revolucionarios − panteísmo,
rebeldía... − aparecen sólo como un eco debilitado, salvo muy escasas excepciones.
Género teatral:
El drama Romántico.
Cuando los dramas románticos comienzan a invadir los escenarios madrileños, el teatro español se halla en
franca decadencia. Insulsas comedias moralizadoras de imitación moratiniana y frías tragedias clásicas a lo
Quintana, constituyen la única producción original. Fuera de ellas, sólo encontramos traducciones de obras
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extranjeras o representaciones de ópera. De ahí que la nueva escuela dramática, llena de ímpetu juvenil,
alcance un rotundo éxito ante un público que en el fondo no había aceptado nunca el teatro clasicista.
En cuanto al estilo, el teatro romántico representa una absoluta ruptura con la preceptiva del siglo anterior: se
une audazmente la prosa con el verso y lo trágico con lo cómico, se hace caso omiso de las tres unidades y se
dota a las obras de una mayor variedad y dinamismo.
Por lo que se refiere a los temas, predomina el drama histórico; la atención se centra en la tradición nacional y
los motivos épicos medievales que habían ya pasado al teatro del siglo XVII, vuelven a aflorar de nuevo para
sumarse a otros de la época de los Austrias.
En cuanto a su espíritu, el drama del Romanticismo, atento sólo a sacudida emocional, recurre a toda clase de
efectismos, contrastes y sorpresas. Todo adquiere en él un carácter estridente: las pasiones de los personajes,
arrastrados frecuentemente por un destino aciago; las situaciones, llenas de un terrible patetismo; los gestos,
desorbitados y enfáticos...; hasta la escenografía, casi inexistente en el teatro clásico, utiliza los más
aparatosos recursos para lograr un impresión intensa.
En conjunto, el teatro romántico, que debe mucho al siglo XVII − no sólo en cuanto a los temas, sino en su
dinamismo escénico y en su olvido de las reglas − , está lleno de defectos: la evocación del pasado abunda en
anacronismos, la verdad psicológica se halla a veces substituida por una simple exacerbación de los
sentimientos, y el plan de las obras resulta confuso, porque a menudo no se trata sino de brillantes
improvisaciones a base de escenografía y lirismo. No obstante, gracias a unas cuantas obras se logró
desentumecer el teatro español, que desde hacía más de un siglo venía arrastrando una vida lánguida.
Además, con los años fueron moderándose los primeros ímpetus y al momento de exaltación frenética
representado por el Don Álvaro del duque de Rivas, sucedió otro en el que, plenamente asimilados los
elementos de importación, fueron desapareciendo las truculencias del comienzo, para dejar paso a una mayor
reflexión constructiva. Así lo vemos, a mediados de siglo, en las últimas obras de Zorilla y García Gutiérrez.
Duque de Rivas: el hombre y el autor.
Ángel Saavedra (1791−1865), poeta y dramaturgo español romántico más conocido por el duque de Rivas.
Pertenecía a una familia aristócrata cordobesa. Realizó sus estudios en el Real Seminario de Nobles de Madrid
y después ingresó en el Ejercito. A pesar de su juventud se distinguió en la Guerra de la Independencia contra
los franceses en 1808. Su amistad con Manuel José Quintana le orientó hacia las artes y la participación
política liberal. Fue condenado a muerte por Fernando VII pero pudo huir. Marchó a Londres donde conoció
la obra de Shakespeare, Walter Scott y lord Byron; después estuvo en Francia, Italia y Malta. En 1834 regresó
a España, tras la muerte del rey y participó de lleno en la vida política; fue embajador en Francia, presidente
del Consejo de Estado (1863) y director de la Real Academia Española de la Lengua, desde 1862 hasta su
muerte.
El duque de Rivas se inició en la literatura con un libro de poemas, Poesías (1814), de corte neoclásico, tal
vez por la influencia del poeta español Manuel José Quintana. Pero, desde su estancia en Inglaterra se volvió
un romántico vigoroso, primero apasionado y original, y en sus últimos años más convencional en el uso de la
aparatosa parafernalia romántica. En su larga oda Al faro de Malta (1828) establece la simbología de la luz del
faro (liberalismo, romanticismo) que debe servir de guía y no perderse en el oscurantismo y métodos
anticuados. El moro expósito (1834) sigue los caminos de Byron y su interés reside precisamente en haber
sido introductor del estilo en España.
Pero Ángel Saavedra es, ante todo, un dramaturgo; su drama Don Álvaro o la fuerza del sino (1835) sigue
siendo la obra romántica por excelencia del teatro español. Está escrita en prosa y verso y en ella se mezcla lo
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clásico y lo cómico al estilo del teatro de Lope de Vega, pero en ambientes exóticos y con un argumento
exagerado de muertes, pasiones y tragedias muy del gusto de la época y que dado el éxito de la obra, tal vez,
hizo que el autor siguiera escribiendo en la misma línea.
En cualquier caso la obra tuvo repercusión internacional y años más tarde el compositor italiano Giuseppe
Verdi la usó como libreto de su ópera La forza del destino.
Otras obras de este autor son Lanuza, El Duque de Aquitana, El desengaño de un sueño, Arias Gonzalo, etc.
Don Álvaro o la fuerza del sino
y
sus personajes.
Entre los protagonistas encontramos a don Álvaro: joven, bueno, noble, valiente, apuesto... pero no lleva
sangre blanca en sus venas, por lo que es inútil que se comporte lo mejor posible, el amor por doña Leonor le
está vedado en una sociedad hiper−racista y clasista. Ese es el insulto mayor que le profiere don Alfonso:
mestizo.
Las admirables cualidades con las que el autor va adornando a su héroe nada pueden hacer ante la destrucción
premeditada que del mismo va realizando desde los primeros momentos casi de su aparición, cuando
Preciosilla le dice la... malaventura.
Los Calatrava son para el espectador los malos del drama que van a provocar la destrucción del protagonista
en aras de salvaguardar el honor mancillado. Sin embargo es la sociedad de la época la que los hace
comportarse así y son simples instrumentos jueces y verdugos de ella, de forma que, si se comportan de otra
manera, no serían dignos de ella.
El padre − el marqués − se opone al casamiento de su hija con un misterioso advenedizo. Lo hace desde su
posición de noble, pero ¿quién no haría lo propio, cuando a pesar de la virtudes que manifestaba don Álvaro
nadie sabe de dónde viene, quién es o cual es su cuna? Las apariencias pueden engañar, más para un padre que
de por sí se manifiesta orgulloso de su estirpe, altanero, pobre y avariento... Un simple accidente, su muerte,
desencadena el drama que conducirá a la desesperación del protagonista y a su suicidio.
Don Carlos y don Alfonso se convierten en instrumentos vengadores de la muerte accidental su progenitor y
del honor de su hermana que − hay que restarlo − no ha sido mancillado. Son impulsivos, intransigentes,
valientes y altivos. No atienden a razones, aunque sean de peso. Ni el sagrado vínculo de la amistad puede
impedir a don Carlos el deseo de cumplir su venganza. Ni el que don Alfonso sepa que don Álvaro es hijo de
Virrey puede frenar la misma. El fatal encadenamiento de los acontecimientos hace que ambos mueran a
manos de don Álvaro, cuando éste se le ha acabado la paciencia.
La protagonista femenina, doña Leonor, posee la sublimidad de las heroínas románticas. Su juventud, su
belleza, y su encanto son prendas suficientes para amar y ser amada, pero también para ser en grado sumo
desgraciada. Con su vacilación y la pérdida de unos minutos preciosos (jornada primera, escena VI) lo echa
todo a rodar, porque su indecisión impide su marcha libremente con don Álvaro. Falta comprensible al
encontrarse entre el apasionado amor indiano y el cariño y respeto filial que debe a su padre.
Al desencadenarse la tragedia, un sentimiento de culpa le invade e intenta apaciguarlo con la extrema
mortificación de las más grandes pecadoras, que arrepentidas llegaron a ser santas.
El padre guardián o superior del convento de los Angeles se distingue también por su nobleza, que corre
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pareja con su auténtica caridad cristiana. Ofrece protección a los dos protagonistas porque comprendes su
situación desesperada.
Melitón, que desempeña en cierto modo el papel de gracioso es, a diferencia del superior conventual, rudo y
envidioso.
En la obra proliferan los personajes secundarios, pues llegan a ser cerca de treinta, amén de comparsas de
soldados, arrieros y lugareños. Todos desempeñan papeles de apoyo a los protagonistas y algunos de ellos
relevantes para el desarrollo del drama, como el del canónigo o el de la gitana Preciosilla. Pero también se
hallan el de Curra, criada de doña Leonor, el Majo, el tío Paco, el Oficial, el Mesonero, el tío Trabuco, un
alcalde, un estudiante...
Como el asunto, la técnica de la obra ofrece todos los caracteres del teatro romántico: se une por primera vez
la prosa con versos polimétricos, se alterna lo trágico con rasgos de sabor cómico, y la idealización más
desaforada con cuadros realistas de costumbres; se infringen las tres unidades y en lugar de una equilibrada
estructura encontramos una vertiginosa y desordenada sucesión de escenas que terminan con un desenlace
precipitado. La escenografía contribuye con abundantes notas de color a subrayar el carácter efectista de la
obra, creándole un ambiente lleno de contrastes.
Como en el teatro barroco, lo plástico se funde con lo dramático en un conjunto plenamente teatral. Los
personajes están energéticamente caracterizados, pero en el fondo vienen a ser una mera encarnación de
tópicos del momento : don Álvaro, generoso e impulsivo, es un símbolo del hombre víctima de la fatalidad ;
doña Leonor, de la lealtad femenina y del amor purificado por el sufrimiento.
En conjunto, el Don Álvaro tiene todos los defectos de una improvisación romántica − desorden, exceso de
efectismo, inverosimilitud, caracterización primaria de los personajes − , pero el acentuado dinamismo de la
acción, sus auténticas cualidades teatrales, su fuerza trágica y su intenso lirismo hacen de él el drama más
sugestivo de la época.
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