Domingo Faustino Sarmiento y San Agustín de Hipona, cristocéntricos

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SARMIENTO Y SAN AGUSTÃN, CRISTOCÉNTRICOS.−
Por Guillermo R. Gagliardi.−
−1− Cristocéntricos.
Para DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO (1811−1888), en nuestros pueblos americanos, nada es más
fácil que practicar el Bien. Nuestro Caudillo del Bien Absoluto considera que realizarlo en este Nuevo Orbe
es cumplir con un Mandato Divino. Esta nuestra América es una tabla rasa donde pueden plantearse todas
las novedades con esa admirable sencillez que distingue siempre a todas las grandes obras de la Humanidad
(17−7−1849, reproducido en el tomo 9 de sus Obras Completas).
Profesa el enérgico convencimiento de que estamos llamados por la Providencia a ser en todo un nuevo
mundo, un teatro nuevo fecundo, vasto... en qué representar sus sueños de Bien Ciudadano, sus utopÃ-as
realizables. Siente la necesidad imperiosa de hacer crecer el Bien, de difundir los beneficios de la Vida
Republicana.
Mover, animar, convencer, divulgar, es su misión, que la encuadra como un Sacramento. Pues ha llegado el
momento de hacer obra verdaderamente cristiana, instalando los beneficios de la República y la
Civilización en nuestras despobladas tierras.
En su La escuela ultrapampeana (artÃ-culo Sesenta años después. La Pompeya Americana, apart. `La
Exposición Industrial de Córdoba', 1883), se refiere a la inmutabilidad de las creencias en los católicos
antiguos, la fe del carbonero. Consigna ese apotegma lógico que los enfrenta al Protestantismo: El
protestante cambia, decÃ-a, luego es el error; el catolicismo es invariable, luego es la verdad. Seguidora de
ese `logos', la Iglesia maldijo los descubrimientos astronómicos modificatorios del sistema tolemaico,
geocéntrico , que rigió durante 14 siglos el pensamiento universal, desde el siglo II hasta la teorización
copernicana, heliocéntrica y la nueva visión newtoniana del Cosmos (siglo XVI), y las EncÃ-clicas han
clasificado como herejes a Repúblicas como la nuestra, que reconocemos la soberanÃ-a del pueblo. ¡Y sin
embargo, el sol ha dejado de dar vueltas en torno de la tierra, no obstante las decisiones de la Iglesia
prohibiéndolo, y nosotros somos antÃ-podas casi de Roma, no obstante ser palabra e idea anatematizadas
por un Papa como por error!.
Sarmiento admira a SAN AGUSTÃN (354−430) por su Religiosidad y expresión humanÃ-simas y a la vez
celestial. Lo califica y ubica entre aquellos Santos Padres, espÃ-ritus elevados que sabÃ-an que ninguna cosa
terrena puede comprometer la adoración debida a Dios; corazones puros y nobles, que otorgaban a la
humanidad lo que de ella es; porque ellos habÃ-an sido humanidad, como el fogoso y elocuente San
AgustÃ-n (en El Progreso, 30−1−1845, La Cuaresma, en sus Obras, t. 10: Legislación y Progresos).
Sobrecoge a Domingo el espectáculo conjuntamente teológico, moral y terrenal , de la vida y el mensaje
caudaloso, y el impulso de vida que bulle en el Santo. Su riqueza esencial como ser mundanal no excluyente
su ejemplaridad divina.
Estas reflexiones agustinianas del joven S. se originan en sus observaciones respecto de la necesidad y
conveniencia de las representaciones dramáticas populares en tiempo de Cuaresma. Las estima congruentes
con el más hondo sentimiento religioso. Considera que la escenificación de las pasiones humanas no
excluye las divinas, tal como lo demuestra la historia universal.
Toda la liturgia católica luce con esplendor esa condición mistérica, dramática, de representación
pasional. No sabemos por qué no podrÃ-a andar todo junto, la religión y la sociedad, la fraternidad entre
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los poderes que rigen el mundo.
S. cristocéntrico en su pensar y su discurso, vive la PolÃ-tica criolla instalado en el Mundo BÃ-blico. En
1845, identificado con el Gobierno chileno de Manuel Montt, decide alejarse de la realidad argentina y militar
progresistamente en el paÃ-s trasandino.
Escribe desde Santiago de Chile a su compañero de ideas Juan MarÃ-a Gutiérrez (1809−1878, poeta,
narrador, historiador y crÃ-tico, cientÃ-fico y funcionario), el 9 de octubre de ese año, anunciándole su
venida circunstancial a la Patria: Yo pienso ir por allá a pasar unos dÃ-as, pasaré en aquella Galilea, estos
cuarenta dÃ-as con los discÃ-pulos, exhortándolos, ya que yo deserto. Afirma su imagen cristiana y
vocación de Profeta y Maestro, aludiendo a Jesús y a la comarca de Palestina, donde predicó
ardientemente y de donde procedieron sus discÃ-pulos más amados: TiberÃ-ades, Nazareth y Cafarnaúm.
Destacamos esta peculiar cualidad del estilo sarmientesco para biblizar asuntos polÃ-ticos y temas
coyunturales. Como escribió el pensador catalán Eugenio D'Ors (1881−1954, para quien Religio est
libertas, una significación meta−racional, más profunda y espiritual que el análisis cientÃ-fico), trabaja
agustinianamente el tejido histórico: trenza la historia sagrada con la historia polÃ-tica (NovÃ-simo
Glosario− 1944−45, 1946, ed. Aguilar, p. 722).
Por ejemplo, en relación con los conflictos entre Buenos Aires y el resto de las Provincias: La
Confederación y la ciudad, antes capital, realizan hoy el juicio de Salomón, para descubrir la madre
verdadera del hijo que entre dos matronas se disputaban. Partidlo por la mitad, dijo el Sabio, y dada cada una
una parte. La que era madre en verdad dijo a la usurpadora: lleváoslo a fin de que mi hijo viva... (Obras, t.
16: Provinciano en Buenos Aires.., cap. El ciudadano argentino D. F. S. reelecto diputado a la Legislatura de
Buenos Aires, a sus electores, 1854). Reactualiza el juicio salomónico en sabidurÃ-a y anchura de corazón
proverbiales, contenidos en el Primer Libro de los Reyes, 3: 16−28, a nuestros problemas de federación
provincial y estado de Buenos Aires. A Nicolás Avellaneda (1837−1885), el polÃ-tico e intelectual que
concreto en gran parte sus ideales pedagógicas durante la Presidencia, 1868−1874, lo llama el Juan bien
amado del maestro.
−2− Literatura bÃ-blica.
Con mirada agustiniana, ve S. el Progreso en tierra norteamericana. El trabajo, el orden, los maizales extensos,
los hombres felices, le hacen cantar en tono bÃ-blico, la Grandeza de Dios, y recuerda al Sermón de la
Montaña. (léase t. 5 y 29 de sus Obras).
El ojo maravillado, sacraliza los adelantos de esa Civilización. Boston Chicago,..AquÃ- Dios es más
grande que en otras partes. Dios es muy misericordioso con los pueblos que saben enriquecerse. Ved, si no,
cómo llueven sus bendiciones sobre la Inglaterra y los Estados Unidos. Hasta oro les da en los paÃ-ses que
como California estaban habitados por pueblos pobres (Obras, t. 6, 1851: El Comercio libre por Cordillera).
Los mansos y pacÃ-ficos, los laboriosos y honrados, aquÃ- encuentran la Bienaventuranza del reino celestial.
El Bien y la Belleza han encarnado por obra del sistemático esfuerzo del labrador y del legislador que
protege la utilidad de las tierras y la seguridad de las propiedades.
Celebra esos adelantos, la alegrÃ-a de la Tierra Prometida reside en ese paÃ-s: Aquella república, libertad y
fuerza, inteligencia y belleza... (carta a ValentÃ-n Alsina, en Viajes).
Alimenta su utopÃ-a mesiánica, su inconoclasia anti−gaucha, antico−colonial, su peregrinación apostólica
por mejorar material y moralmente al ciudadano sudamericano.
La multiforme barbarie americana es la encarnación del Mal. Esta entidad luciferina,
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monstruosa, ha exigido de él, todo, su vida y talento. Y significó un desafÃ-o y un acicate para enunciar
su ideario cuestionador, para extremar las medidas y desarrollar las ideas aniquiladoras y constructoras de un
nuevo orden, proyecto legalista y festivo a su vez.
Por ello el carácter operativo de su pensamiento. Pues, como lo ha establecido el filósofo Paul Ricoeur
(1913−2005) en su Fe y FilosofÃ-a, cap. VI,El Mal (luego en su El simbolismo del mal y otras trascendentes
obras, , que agrega a la descripción fenomenológica, la actividad hermenéutica, de interpretación): es
una aporÃ-a productiva, que hace continuar el trabajo del pensamiento en el registro del actuar y del sentir y
es una provocación para pensar más y otro modo.
Esta causal motivación se registra en su vida, en sus Conversiones de Damasco, revelaciones paulinas
decisivas en su destino, en 1826 ante el espectáculo de las hordas de Facundo en San Juan, en 1845−1847
cuando su viaje a Estados Unidos. Concibe entonces en carne viva, cuál ha de ser su tareas práctica,
pergeña su programa de acción.
Explica el citado Ricoeur: Para la acción el mal es aquello que no deberÃ-a ser sino que debe ser combatido.
La especulación sarmientina exige resultados inmediatos y miras al Porvenir. No es irrealizable, pues
previamente el radiógrafo sanjuanino, penetra en el origen de nuestros males y, médico−polÃ-tico por
antonomasia, concibe la terapéutca pertinente: su acción polÃ-tica liberadora, su lenguaje suasorio y
mÃ-stico, subjetivizado, performativo.
Una utopÃ-a escatológica realizada (T. Münzer). Las particularidades vétero y novo−testamentarias del
estilo sarmientesco, adquieren un carácter persuasivo popular, absolutamente polÃ-tico, estratégico,
sugiere la grandeza y altura de su labor y objetivos. Intenta convencer de la excelencia, de la santidad e
indiscutibilidad de sus axiomas republicanos e imponer una imagen personal religiosa, trascendente.
Ese combate feroz de S. contra la barbarie colonial y la instrumentación , ya en la vejez, de su censura
potente contra la ciudad cartaginesa y nepótica, tiene su equivalente en la Civitate Diaboli concebida por
AgustÃ-n.
−3− RevestÃ-os del Señor Jesucristo.
El Santo númida y el Santo del Alfabeto, han dedicado las más bellas páginas de su literatura a su madre:
Santa Mónica (332−387) y Paula AlbarracÃ-n (1778−1861) respectivamente; Confesiones− Libro IX y
Recuerdos de Provincia − Cap. `La historia de mi madre'.
Con respecto a AgustÃ-n, escribe G. Papini : Debe como la mayor parte de los grandes hombres, a la madre lo
mejor de su corazón, y quizá de su mente. Ha dejado escritas sobre su madre Mónica largas páginas, que
se cuentan entre las más cálidas y cordiales. Son quizá las más bellas que un hijo haya escrito nunca
acerca de su propia madre.
Precisamente recuerda el argentino al Obispo romano en su Historia de mi madre: La madre es para el hombre
la personificación de la Providencia, es la tierra viviente a que se adhiere el corazón. San AgustÃ-n elogió
tanto a la suya, que la Iglesia la puso a su lado en los altares. ¡Bienaventurados los pobres que tal madre han
tenido! . Traza una escultura clásica de Doña Paula, una beldad severa y modesta, fisonomÃ-a de matrona
romana, por la señal de decisión y energÃ-a, asiento de nobles virtudes (A. J. Bucich, Paula y su hijo,
1938; J. Ottolenghi: Imagen de P. AlbarracÃ-n, en S. ante la posteridad, ed. J. E. Jorba, Cactus, 1961, p.
17−20).
Con las analogÃ-as bÃ-blicas de su discurso polÃ-tico, S. nos deslumbra, nos arrebata. DirÃ-amos que son
estereotipos, imágenes consolidadas en su estilo de Hombre Público. Para sugestionar, contagiar
emociones, embellecer su oratoria y cartas con alusiones históricas, mÃ-ticas y literarias de linaje cultural
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importante.
Incluye en otras categorÃ-as, las espirituales, teológicas, trascendentaliza, providencializa, a hechos y
personales e ideas temporales. Platoniza a la polÃ-tica. Eleva conceptualmente, idealiza. Su formación
romana y cristiana se cristaliza de esta manera, todo su rigorismo y humanismo éticos.
Por su parte también AgustÃ-n realiza un cambio señalable en categorÃ-as de pensamiento. Asombrosa
novedad y contemporaneidad de su pensamiento: cambia la perspectiva filosófica y teológica. Piensa los
grandes temas de la Interioridad, una nueva dimensión reflexiva les otorga, iluminándolos.
Si la visión sanjuanina del gauchaje o el viaje yanqui significaron una auténtica revelación para S., para
el Santo, las enseñanzas de San Ambrosio (ca. 340−397) en Milán y su oposición al ManiqueÃ-smo
(año 387), lo decidieron a dedicarse plenamente a la difusión de la Fe Cristiana y a combatir las HerejÃ-as,
con vigor de corazón y de razonamiento, en un estilo vigoroso y vehemente. EL Cristianismo implica, para
el Doctor de la Iglesia, agonÃ-a, lucha pública.
Este concepto activo, es congenial con su temperamento ardoroso como el sol de su paÃ-s, sensual y
apasionado como su pueblo, rico de `vigor igneus' en el pensamiento y en la prosa según Papini.
(A. Korn: Sn. A., 1930, en su De San A. a Bergson, Nova, p. 23−34; Jean Bayet: Literatura Latina, Ariel,
1972, p. 514 y ss.; H. J. Martinotti: Hist. del saber polÃ-tico, cap. V. 3. La patrÃ-stica, 2° ed., Cultural
Universitaria, 1968, p. 67−72; E. Ventura: Sobre hechos e ideas polÃ-ticas, 1997, cap. II.4. La filosofÃ-a
cristiana: San A., p. 83−93).
Debemos señalar la importancia de Cicerón (106−43 a.C.) en la formación juvenil del Obispo,
especialmente el Hortensius según Las Confesiones.− AsÃ- como la Vida de Cicerón por Middleton,
según Recuerdos de Provincia, aquel insigne orador a quien he amado con predilección.
Para el mozo sanjuanino la introducción en el severo mundo de los grandes ideales romanos de la
República, con la que se fraguó la mejor parte de su pensamiento polÃ-tico (también el influjo largo de
Franklin, Mann, el viaje al paÃ-s del Norte...).
Para el joven de Tagaste, el diálogo cicieroniano transformó mi estado de ánimo e hizo que mis oraciones
se volviesen hacia Ti. Señor (Confesiones, Libro III). Luego las enseñanzas de su madre Mónica, asÃcomo la lectura cristiana de San Pablo, acelerarán su conversión y absoluta entrega (Ã-d., L. VII).
RevestÃ-os del Sr. Jesucristo (Romanos, XIII, 13). La escena en el jardÃ-n, bajo la higuera, la voz del niño:
Tolle et lege, el versÃ-culo paulino: en un instante se disiparon todas las tinieblas de mis dudas, como una luz
de seguridad se hubiera apoderado de mi corazón (Confesiones, VIII, 12). La higuera escenifica la
conversión final agustiniana, simboliza el templo de su renovación, el nacimiento de su nuevo y eterno Yo.
Por su parte en Recuerdos de Provincia, memora S,, a la patriarcal (matriarcal) higuera de su hogar, y su
derribamiento, como un sÃ-mbolo de un mundo que fenece y uno nuevo que se inaugura. Cada hachazo, cada
temblor del árbol que se derriba, aleja el mundo infantil de creencias antiguas, y anuncia una aurora distinta,
la entrada del impÃ-o siglo XVIII en el hogar del Carrascal.
La voz del niño en la sagrada anécdota agustiniana, el llanto de fe de AgustÃ-n y su madre emocionada, y
los golpes a la higuera descolorida y nudosa de Da. Paula adquieren una significación metafÃ-sica,
alegorizan una reforma espiritual formidable. S. lo describe como un drama de familia, en que lucharon
porfiadamente las ideas coloniales con las nuevas (ob. cit., cap.: El hogar paterno).
Hubo entonces −continúa S.− una revolución interior desacralizadora; Da. Paula se deja vencer por un
mundo nuevo de ideas, hábitos y gustos que no eran aquellos de la existencia colonial de que ella era el
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último y más acabado tipo. Sus hermanas fueron las herejes e iconoclastas del cambio hogareño:
descuelgan los vetustos retratos de San Vicente Ferrer y Sto. Domingo. Después de la higuera, éstos son
los otros objetos sacros, personificados e ideologizados en el logrado estilo sarmientesco.
Magistral prosa al sugerir el ritmo doliente del arma higuericida vibrando al unÃ-sono con el corazón de mi
madre, las lágrimas asomaron a sus ojos, como la savia del árbol que se derramaba por la herida, y sus
llantos respondieron al estremecimiento de las hojas". Romanticismo teatral, trágico y autobiografismo con
tintes melodramáticos.
−4− Construcción de La Ciudad de Dios.
El Progreso, en definitiva, es entendido por S. como un aumento de la Ciudad de Dios en la Ciudad Terrena.
Es el soplo divino, el espÃ-ritu de Dios que marcha sobre las aguas según lo expresa en 1871, en su discurso
ante la Exposición industrial de Córdoba).
Fundó el verdadero Patriotismo según el propio mensaje de San AgustÃ-n, a los romanos: la prevalencia de
las antiguas virtudes. Frugalidad, valor, desinterés, honor y laboriosidad, sólo interesaba que fuera un
Estado Justo (es decir, Ordenado) y que la virtud sea el verdadero asiento del poder.
Por ello rescato la imagen sarmientina que del Santo nos legó el ensayista J. L. GarcÃ-a Venturini en su
Politeia (1978, Troquel, p. 108): Frente a la barbarie, su voz fue la de la civilización, frente a la esclavitud su
voz fue la de la libertad, frente a la desintegración del Imperio su voz fue la de la restauración de las
Instituciones. (Estudios agustinianos, R. Mondolfo, en su Momentos del pensamiento griego y cristiano,
Paidós, 1964, p. 149−191; Vigencia polÃ-tica de la doctrina de San AgustÃ-n, MatÃ-as E. Suárez, en su
Defensa de la Argentinidad, 1978, p. 99−108). San A.−según juicio de Suárez, cit.− ofreció a la
Civilización Occidental una nueva vitalidad: la verdadera felicidad radica en el conocimiento de Dios.
Pensamos que, como aduce Aurelio Agust{in, nuestro Santo, en su carta a Bonifacio, sobre la vida guerrera,
su homilética patriótica que constituye toda su obra escrita, combate por la libertad y progreso de los
pueblos americanos, no disgusta a Dios, puesto que su voluntad, el norte de su beligerancia, ha sido la paz, el
adelanto de la nación y la mejora inteligente de las gentes. La doctrina sarmientina, brinda a gobernantes y
gobernadores las bases para ser felices en la sociedad constitucional. Hice la guerra a la barbarie y a los
caudillos en nombre de ideas sanas y realizables confiesa el sanjuanino. Es gravitante en el pensamiento
agustiniano el concepto de Ordo, como constitutivo de la organización social: concordia de los ciudadanos
en ordenar y obedecer, trabazón de voluntades humanas (De Civitate Dei, libro 19, cap. 13). Deriva del todo
orgánico paulino, luego Unitas Tomista. Tiene antecedente en Aristóteles (384−322 a.C.), quien sostiene
que el Estado es la sociedad perfecta, en la que la persona realiza su esencia (PolÃ-tica, libro I). Civitas est
hominum multitudo in quodam vinculum redacta concordia.
El ideario pedagógico sarmientino cumple la parábola cristiana del Sembrador: la instrucción
derramada con tenacidad, con profusión, con generalidad entre la clase trabajadora. Educación
moral como básica en la formación: el sentimiento del deber, de la regularidad de los quehaceres, de
la obediencia a la autoridad, de la interacción social y formación de los sentimientos de solidaridad,
relaciones de simpatÃ-a, etc. La instrucción popular es la base de constitución de una Legocracia.
En Educación popular confiere una cualificación humanÃ-stica a la actividad de
enseñanza−aprendizaje: la dignidad del estado, la gloria de una nación, no pueden ya cifrarse, pues,
sino en la dignidad de condición de sus súbditos. El hecho de la moralidad depende binariamente, se
produce en las masas por la facilidad de obtener medios de susbistencia, por el aseo que eleva el
sentimiento de la dignidad personal y por la cultura del espÃ-ritu, en este Ideario, de lo fÃ-sico y de lo
espiritual.
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San AgustÃ-n en su De catechizandis rudibus refiere la intención fundamentadoramente espiritual, de la
instrucción de los principiantes. Inspirar alegrÃ-a, en el acto de educar y en el alma del alumno. La virtud
del maestro consiste en la de inducir a la vibración espiritual de educando, contagiar ese eros paedagogicus
tan especial.
Educación de la interioridad. Enseñanza salvÃ-fica por la caridad: si no tengo caridad, nada soy, con amor
fraterno, paternal, material. La comunión espiritual es `conditio sine qua non' para el éxito de la
enseñanza (O. A. Toledo: La dialéctica del amor en la doctrina educativa de Sn A., rev. Inst. de Invest.
Educ., n° 38, oct. 1982).
El Cristoo interior de cada uno es el que instruye. Toda la Didáctica reside en la SabidurÃ-a Eterna de Dios.
El secreto de la eficacia educativa radica en el amor del maestro.
En Alemania, S. viajero, 1847, encomia el sistema escolar prusiano, por su racionalidad y vitalidad. Por la
educación, todas las clases de la sociedad tienen uso de la razón, porque la tienen cultivada (Obras
Completas, t. 5). Por la educación, el alumno aprende a relacionar los asuntos académicos con los deberes
diarios y los negocios de la vida (Ã-d., t. 11). El maestro sin libros, actualiza los conocimientos, según los
intereses candentes de la edad y circunstancias del escolar; la palabra y el diálogo moderno, sustenta toda
una PedagogÃ-a activa y social. Esto observa y aprovecha agudamente el cuyano alborotador.
S. compara, relaciona, integra. Ejerce el poder con sentido de alto servicio, a la causa Liberal Republicana.
Para la realización de estos objetivos, planifica una república cartesiana. Pero además, y en la cúspide,
cristiana por su teleologÃ-a: el Bien, la Justicia y la Verdad. Finalidad suprema de encarnación del espÃ-ritu
luminoso del Orden y la Rectitud Moral en la esfera terrenal. Traer el Edén a la ciudad americana. Derrotar
a la Barbarie: para Domingo, la de chiripá y la de chambergo y latines, para AgustÃ-n la fronteriza y la
pagana en la Roma del siglo V. La Paz de la ciudad, la ordenada concordia que tienen los ciudadanos y
vecinos en ordenar y obedecer (Civ. Dei, cap. XIX).. Mis miras son más elevadas, mis medios, nobles y
pacÃ-ficos reconoce el argentino (1848, carta al Gral J. S. RamÃ-rez).
−5−Polémica, polÃ-tica y religión.
S. lucha a brazo partido contra las tropelÃ-as de los nuevos Atilas según A. Capdevila, plantando árboles,
embelleciendo perspectivas urbanas o rústicas trabajando para el EspÃ-ritu (S., tierra viviente, BoletÃ-n S.
n° 2, 1965).
Teje el maestro una lectura religiosa de la civilización fáctica. Utiliza el léxico de las Sagradas Escrituras
para calificar y enaltecer su Yo educador: martirologio del hombre público, tribulaciones de un apostolado.
Teologiza los hechos históricos. Pues, Por una predisposición especial de mi espÃ-ritu, en las cosas más
sencillas encuentro siempre algo de providencial (1857, Discursos Populares, `El mimbre').
Participa de una peculiar fenomenologÃ-a del Poder, el eje religioso pasa por los actos de palabra (Ricoeur).
Solemniza, ritualiza los actos gubernamentales. Englóbanse en lo que Ricoeur y Mircea Eliade denominan lo
sagrado inmanente: enfocan la civilización como auspicio de Dios, como huella e influjo de la mano y del
verbo divino. (Ricoeur: Fe y FilosofÃ-a Docencia/Almagesto, 1990, cap. II: `Manifestación y
Proclamación').
Cristianiza, mitologiza, y romaniza los hechos de nuestra Historia. AsÃ- Camino del Lacio llama a la vÃ-a de
la reconstrucción nacional luego de la tiranÃ-a rosista. En tomo 26 de sus Obras, 1856, La Eneida en Buenos
Aires refiere que su amigo el Dr. Dalmacio Vélez Sársfield, luego su Ministro del Interior en su
Presidencia, y amigo personal, escritor y jurisperito consagrado (1800−1875, latinista y polÃ-tico), se lo
señaló sabiamente a este camino Organizativo de la Nacionalidad. Alusión clásica a Eneas, luego de la
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caÃ-da de Troya. Es el camino que conduce a las grandes cosas, el despliegue del paÃ-s. Del coraje
civilizador, de la esperanza en la consolidación patria. El Lacio en la Eneida de Virgilio equivale a la Tierra
Prometida para los Hebreos al salir de Egipto, significa el ideal de perfección, la metáfora de la
bienaventuranza para los pueblos americanos por la ruta, dura y esforzada, del progreso, el porvenir que se
espera venturoso.
Al inaugurar el Parque Tres de Febrero manifiesta el concepto de Felicidad popular que abona su Idea del
ParaÃ-so terrenal, a través de las instituciones del Gobierno representativas: las instituciones que nos
hemos dado, tienen por objeto proveer a la felicidad, cultura y mejoramiento del pueblo. Es un Discurso de
polÃ-tico−poeta. Sueño hecho realidad de una República embellecida, de los parques y jardines, en que el
ciudadno comú, el Soberano, cultivará el buen gusto con la combinación de bellezas naturales y
artÃ-sticas.
Ideal platónico del pioneer que ataca al Desierto, para transformarlo en patria feliz y cuna confortable para
sus hijos Ése es el gobierno de los verdaderos cristianos, de los liberales de corazón, de los que aman a su
Patria encarnada en su prójimo., tarea de levantar a un millón de individuos de los que componen el cuerpo
social, desde la nulidad en que yacen, hasta la altura de hombres racionales y susceptibles de mejora (Apertura
de la Escuela Normal, 1842, t. 4 de sus Obras).
El esteta democrático dogmatiza: sólo en un vasto, artÃ-stico y accesible parque, el pueblo será pueblo;
sólo aquÃ-, no habrá extranjeros, ni nacionales ni plebeyos. Su utopÃ-a republicana, su civitas dei en
territorio argentino, lo componen Cien monumentos magnÃ-ficos, como colosales colmenas en que se está
creando al ciudadano, embellecen la pampa y en Chivilcoy, veinte mil ciudadanos felices... (1867).
Las escuelas, bibliotecas, la obra agraria, son los templos consagratorios de la Repúblico Modelo de sus
sueños realizables (Cartas y discursos polÃ-ticos, Edic. Cult. Arg., ed. de J. P. Barreiro, 1963). Son
alquerÃ-as, alegres, pueblecitos felices. Son ocho millones de hombres felices que no lo son los que pueblan
un continente de tres siglos a esta parte desde Magallanes hasta Panamá (Obras, t. 29).
Su alto ojo agustiniano, interpreta a estos territorios como encarnación palmaria de la civitas dei. El viento
de la prosperidad ha soplado en los corazones. Su sueño más preciado de estadista del Progreso: La
República como institución,.El provenir del mundo, como promesa.Libertad y fuerza, inteligenca y belleza,
posible en la tierra si hay un Dios que para bien dirige los lentos destinos humanos (carta de 1847 a Adolfo
Alsina, en Viajes).
Tanto a S. como al Santo, el hjjo enciende su sentimiento de amor, y su admiración por el talento precoz.
Confesiones y Vida de Dominguito asÃ- lo atestiguan. A los quince años ya superaba en ingenio a hombres
graves y doctos. Su precoz ingenio me asista. Adeodato, su hijo adolescente en diálogo socrático con el
escritor (De Magistro, 389). Casi me daba miedo su talento (Confes., IX).
Su estilo puro Ã-mpetu y acción, su literatura de llamamiento y de provocación. SÃ-éntese sagradamente
llamado a obrar para levantar al pueblo al goce de la civilización, construyendo una colectividad seria,
responsable y consciente. He aquÃ- unas bellas cuestiones para resolver, pero en doctas disertaciones, en
pulidas frases, sino en sociedad, pensando y obrando".
Escritura pontifical, religante y visional, la del sorprendente teólogo huarpe. Su mirada mÃ-stica sigue el
método anabático, ad invisibilia per visibilia. Predominante sed uliseica caracteriza el deseo sarmientino
de goce, de aventura, conocimiento experiencial, su vocación teresiana−ignaciana, su esfuerzo fundadodor y
propagador de la mejor enseñanza.
En la personalidad sarmientesca combaten Adán y Eva, tal como los caracteriza San AgustÃ-n. Pretensioso
y a veces cruel e implacable el primero, es la razón operante (sus principios Iluministas, su yancofilia). La
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segunda, el sentimiento y la sensibilidad, el deseo de la serpiente, el espÃ-ritu de la Tierra, su conciencia de
los valores americanos, su alarma por la invasión extranjera desnaturalizadora de nuestra humanidad más
genuina y propia.
En sus extraordinarios Viajes (tomo 5 de sus Obras), en carta desde Argel, 1847, alaba el Ãfrica de la
Antigüedad, clásica provincia romana. La patria de AgustÃ-n, nacido en Tagaste. Evidencia el contraste
entre la barbarie africana que él pulsa, tierra de abrojos, espinas, escasos rebaños de camellos y cabras, a
mediados del siglo XIX, con la civilización esplendorosa de la época en que vivió el Obispo de Hipona.
...Aquella brillante Ãfrica romana, cuyos vestigios se ven por todas partes aun, y la comunidad cristiana
nunca debe olvidar el Concilio tenido por San AgustÃ-n, al que concurrieron trescientos ochenta obispos
africanos, que tantas eran las ciudades que embellecÃ-an esta tierra, granero del mundo entonces.
Domingo profesa un concepto temporal de la Espera, de la proyección de acción liberadora. Aniquiladora
de una memoria de Barbarie y Colonia, e instaladora de un presente nuevo.
AgustÃ-n, por su parte, estudia fenomenológicamente el tiempo en sus tres perspectivas: la espera, la
memoria y la atención. Aquél enfatiza en su especulación polÃ-tica el primer concepto, pretende anular
el segundo y brindar (luchar por la) consistencia y continuidad republicana al presente.
Establecimos que S. acostumbra a relacionar los temas de la realidad más candente con los asuntos más
espirituales. En 1873, en la lucha esforzada contra Ricardo López Jordán, en carta al Gral. Julio de Vedia
(Obras, t. 51) alude a una versión que Jordán se dirigÃ-a a marchas forzadas a tomar Concepción, donde
contaba con dos trincheras que se le entregarÃ-an. Considera absurda tal posibilidad, y por lo mismo la
conecta con San AgustÃ-n y su memoria del credo quia absurdum: ...y aunque ello sea tan absurdo, hechos
parecidos me traen el argumento agustiniano. Credo quia absurdum. Precisamente porque es absurdo, lo
imagino posible.
Fascina al autor de Facundo el pólemos apasionante de pneuma y sarkinos que esplenden en el luminoso
Obispo. En el Libro VI de las Confesiones, reconoce el antagonismo en su propio ser entre el hombre
espiritual y el carnal.
Justamente observa C. Palumbo que nos quedan de AgustÃ-n los recuerdos de un hombre fogoso,
sanguÃ-neo, insaciable, para la vida sensual, naturaleza dionisÃ-aca, luego para abrazarse a Dios, con la que
nuestro Domingo se vincula (autor citado, Reflexiones en torno a las `Confesiones', rev. Gladius, n° 34,
1995).
En sus últimos escritos, que integran el tomo II de Conflictos y armonÃ-as de las razas en América,
publicación póstuma, 1900, Obras Completas, tomo 38, traza comentarios de historia de la Cultura,
teologÃ-a y filosofÃ-a clásica. y reproduce fragmentos de sus serias, copiosas y eruditas lecturas.
En el cap. Bifurcación del Cristianismo hacia las dos Américas, en el subtÃ-tulo El Infierno, cita y
parafrasea a San AgustÃ-n y su negación del origen cristiano del Infierno, De Civitate Dei, libro XX, cap.
XV. San AgustÃ-n −informa S.− es un retórico romano, muy versado en los sofismas de la elocuencia
romana, y autor de muchas doctrinas teológicas que han pasado a formar parte de la creencia....
La afirmación de que existen dos infiernos delimitados, uno en el que los justos gozaban de la paz y otro , el
del tormento de las almas, el Limbo de los Justos, que Dante canta en el c. IV−V, v. 44 y ss. de su obra, es
invención agustiniana.
El racionalismo del sanjuanino, sostiene que la ferocidad de las costumbres antiguas, la crueldad primitiva del
hombre, hicieron del Infierno el teatro de las venganzas y de la ferocidad de un Dios implacable. Escribe el
Santo en el texto mencionado por S.: Con razón parece creemos que también los santos antiguos que
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creyeron en Cristo antes que viniese al mundo estuvieron en los infiernos aunque en parte remotÃ-sima de los
tormentos de los impÃ-os, hasta que los sacó y libró de aquella cárcel la preciosa sangre de Jesucristo y su
bajada a aquellos tenebrosos lugares (ob. cit., cap. XV: Qué muertos son los que dio el mar para el juicio, o
cuáles son los que volvió la muerte y el infierno).
En el Antiguo Testamento, Números, 16.32,33, se menciona el abismo, en hebreo seol, el mundo
subterráneo adonde iban las almas de los muertos, el reino del Dios Hades, entre los griegos. (Asimov,
GuÃ-a de la Biblia. Antiguo Testamento, p. 158).
El santo del siglo IV habÃ-a nacido en la provincia romana de Numidia, en la ciudad mencionada. En Cartago
habÃ-a estudiado Retórica, influido principalmente por la lectura del texto ciceroniano, y años después
establecerá una escuela de esa disciplina en esa ciudad, y posteriormente en Roma. Enseñó Retórica en
Milán en 384 y se bautizó en la fe cristiana en el 387.
Como S. desarrolló una obra escrita ardiente de combates y polémicas en polÃ-tica, educación,
literatura, etc. También San AgustÃ-n, Contra Academicos (386), De Genesi contra Manichaeos
(388−189), Contra Faustum Manichaeum (397−398), Contra Felicem Manichaeum (398), Contra Donatistam
nescio quem (406−408), Contra Sermonem Arianorum, Contra Mendacium, Contra Iulianum, Contra Duas
Epistolas Pelagianoruum, Contra Maximinum, etc.
Cuantiosa escritura de pelea por la doctrina, de dogma e interpretaciones, de acuerdo a su intelecto
doctÃ-simo y la fogosidad de sus creencias, y la vehemencia de sus gestos literarios.
Como el sanjuanino, contra Alberdi, contra Hernández, contra Mitre, contra Urquiza, contra Goyena, etc.,
etc., cañonazos de su volcánico temperamento y asunción magistral de sus ideas, y ejercicio de una
Personalidad imperial.
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