Las condiciones de producción del acto analítico se han modificado al compás de los cambios histórico-culturales y de las catástrofes sociales. Estos cambios enfrentan al analista con los límites de su práctica proponiéndole siempre nuevos desafíos. Es por ello que, desde su creación, el Centro de Estudios Psicoanalíticos de Asunción (C. E. P. A) se ha interesado y comprometido tanto con la investigación como con la asistencia y promoción de la salud mental en el marco de la teoría psicoanalítica, asumiendo un fuerte compromiso comunitario. Inmediatamente después de la tragedia del Ycuá Bolaños, se recurrió a expertos extranjeros, quienes brindaron asesoramiento teórico, supervisiones clínicas, talleres y material especializado sobre el tema. En dicho contexto, el Dr. Fernando Weissmann, analista en función Didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina, realizó viajes quincenales a la ciudad de Asunción, brindando seminarios y coordinando Ateneos Clínicos abiertos a terapeutas pertenecientes a distintas instituciones. En el mismo sentido, a pedido de la Sociedad Paraguaya de Psicología, la Lic. María Adela Cristaldo, Directora del CEPA, coordinó un espacio destinado a los colegas que trabajaban con los afectados en el incendio, a fin de crear un ámbito que permitiera verbalizar el sufrimiento frente al siniestro. Asimismo, FEPAL (Federación Psicoanalítica de América Latina) ofreció supervisiones clínicas gratuitas, vía mail, para los terapeutas que así lo requirieran. Superada la urgencia inicial, y a partir de la experiencia adquirida en el escenario de la tragedia (supermercado, hospitales, hogares, sitios destinados al reconocimiento de los cuerpos) surgió la necesidad de disponer de un centro permanente que, ubicado en uno de los barrios más afectados por el incendio, brindara asistencia psicológica a los afectados. La misma se inició el 1° de noviembre de 2004, a cargo de profesionales que trabajan ad honorem. Se decidió que dicho Programa de Ayuda Psicológica gratuita tuviera una duración de tres años, llevándose a cabo de manera coordinada entre el CEPA y la Dirección de Salud Mental y contando con el aporte anónimo de empresarios del medio local. EL PROYECTO Luego del acontecimiento traumático, la creación de un proyecto institucional que estuviera sostenido en el tiempo, se constituyó como salida posible a los efectos del mismo. Pues la idea misma de proyecto, inaugura la dimensión temporal del futuro, invistiéndolo como promesa de vida, reanimando la fuerza vital que alienta lo humano. Frente a la experiencia disruptiva se ofreció a la comunidad la posibilidad de un ámbito terapéutico estable temporal y espacialmente. LA SUPERVISIÓN En el mismo sentido, se decidió crear un espacio de supervisión permanente para los psicoanalistas que asisten a los damnificados. Este espacio constituye un elemento fundamental dentro de la práctica clínica pues, junto a los talleres grupales y a los seminarios, cada uno desde su especificidad, han posibilitado a los terapeutas no sólo el aprendizaje de los recursos técnicos necesarios para desempeñar su labor, sino también la re-significación de la experiencia traumática por ellos también vivida. Entendiendo la importancia de aquello, el CEPA cuenta con la inestimable colaboración del Dr. Weissmann y de la Lic. Cristaldo, quienes donan sus horas de supervisión. El primero, continúa coordinando y supervisando los Ateneos Clínicos durante sus viajes quincenales; y la Lic. Cristaldo supervisa tanto en el consultorio de Zeballos Cué, como en los Talleres dirigidos a estudiantes y a nóveles profesionales. Asimismo, los terapeutas que tienen posibilidad de viajar, también toman horas de supervisión en Buenos Aires. Actualmente se están realizando entre 16 y 20 horas de supervisión mensuales. El espacio de supervisión garantizó, en gran medida, la continuidad en el tiempo de un proyecto comunitario de estas características. Las supervisiones grupales promovieron la reflexión y el intercambio con otros profesionales, contribuyendo a consolidar el lazo social frente a la catástrofe. De este modo, el encuentro de distintas miradas y decires posibilitaría la historización de lo vivido, habilitando un espacio donde es posible pensar y re-pensarse a los analistas en su práctica clínica. Es necesario que cada terapeuta pueda crear primero, un espacio interno propio para poder estar luego realmente disponible. En cierto sentido, el trabajo en situaciones de catástrofes o de crisis obliga al analista a poner en juego la propia capacidad de pensar, de simbolizar De ahí también la importancia de que el psicoanalista esté sostenido por el propio análisis personal, la formación teórica y la supervisiones clínicas. En síntesis, la supervisión y en particular las supervisión grupal permitiría resignificar la propia experiencia y elaborarla, pudiendo convertir en aprendizaje lo tanático. La institución se constituye como espacio de referencia, a través de la trama que se va desarrollando entre sus integrantes. De esta manera, frente a lo desorganizador del entorno, lo institucional de-limita espacios, ordena y por lo tanto, contiene y protege tanto a pacientes como a analistas del peligro de un voluntarismo sin organización y de actitudes mesiánicas defensivas. “HAY UN LUGAR...”1 En este contexto, el encuadre revela toda su riqueza, ya sea porque establece ciertas reglas que “ordenan”, “regulan” los vínculos garantizando cierta estabilidad y continuidad frente a lo desorganizador del medio, ya porque de-limita una territorialidad, un adentro y un afuera, un espacio, habilitándolo. Muchas veces se ha cuestionado desde distintas posturas teóricas, la eficacia del psicoanálisis para trabajar en situaciones de crisis o de catástrofes sociales. Es precisamente la existencia en el analista de un encuadre interno claro y flexible lo que le va a permitir operar ante hechos de esta naturaleza. Esto, junto con el espacio de supervisión, contribuye a prevenir actuaciones contratransferenciales y actitudes mesiánicas defensivas. En síntesis, el encuadre funciona como medio contenedor de las ansiedades e impulsos, y como organizador de un espacio interno que permite pensar, para recordar y elaborar, y cuya continuidad es en sí misma terapéutica. Por otra parte, la concepción freudiana de la temporalidad rompe con la noción unidimensional del tiempo y con el modelo de una causalidad psíquica lineal, a favor de una causalidad retroactiva. Todo esto nos permite pensar que el modo en que un suceso se inscribirá en un sujeto, estará determinado por el juego de sentidos que se genere a partir de la historia previa quedando en suspenso el destino del trauma. Las ideas más modernas de vulnerabilidad y resiliencia podrían ser pensadas con relación al concepto de las Series 1 Título de un cuento de Jorgelina Loubet. complementarias de Freud. La constante dialéctica entre pasado y presente, es lo que permitirá el trabajo terapéutico. A partir de un trabajo de elaboración y de nuevas resignificaciones, el análisis va a permitir que lo traumático ingrese en la historia, restableciendo la continuidad temporal desgarrada por el trauma. En este sentido, es importante destacar el status que adquiere la palabra, pues mediante su articulación con el recuerdo permite su recuperación, intentando ligar lo inasimilable. Eros, como principio de ligadura y, por lo tanto, principio de simbolización, ofrece al hombre la posibilidad de entramar sentidos dentro de una temporalidad histórica. Es por ello que es necesario comprender la historia no como un relato lineal de los hechos sino como un entramado entre las fantasías y las experiencias. Es en este contexto, que el Psicoanálisis revela toda su eficacia y actualidad para trabajar en situaciones de catástrofes. “Lo histórico ha de ser considerado como movimiento en el cual el aparato se despliega aún constituído, implica concebir un sistema abierto siempre al après coup, descapturado de un determinismo lineal, que tendría sólo en cuenta la acción del pasado sobre el presente, y no las recomposiciones que el presente inaugura sobre el pasado.” 2 “PENSANDO, ENREDANDO SOMBRAS...”3 En experiencias como la del Ycuá Bolaños la tarea analítica puede pensarse como función continente de lo que no pudo ser contenido ni nominado. Es decir, ayudar al paciente, a poner palabras al dolor para que éste pueda comenzar a ser pensable. La empatía se sitúa en el corazón mismo del proceso terapéutico. Es importante que el analista pueda reconocerle al paciente la realidad amenazante por él vivida. Las situaciones de desvalimiento, como las experimentadas durante el accidente, reactualizan otras situaciones similares más tempranas, de ahí también la importancia de la función de reveriè desarrollada por Bion. Aquella función consistiría en que la madre (en este caso el terapeuta), pueda contener la angustia que el niño (el paciente) experimenta y se la devuelva transformada en algo con significado, haciéndola pensable, de esta manera lo sacaría del “terror sin nombre”. En el trabajo con niños que han sufrido la pérdida de figuras de sostén yoico y libidinal, donde la problemática central se estructura en torno al ser, estimo importante también el aporte libidinal que pueda realizar el analista, de igual forma en que “presta” su propia capacidad para pensar y simbolizar. H. Bleichmar enfatiza la importancia de la mirada (“cargada de deseo”) y del discurso para que se inscriba la fuerza en el desear, para vehiculizar vitalidad. De esta manera, la actividad del otro no queda sólo como representación, sino que también se convierte en función, ésta sería la fuerza de Eros. Para pensar el trabajo con este tipo de pacientes, resulta de utilidad la noción winnicottiana de “uso del objeto”. LA PENA PERDIDA “El tiempo del juego es semejante al tiempo sagrado “en donde se reiteran los gestos ejemplares de los dioses.” Es un tiempo reversible y recuperable, en él se puede morir y renacer, envejecer y volver a ser niño.” E. Fornari. Frente a la inmediatez y lo disruptivo, la clínica psicoanalítica propone un espacio de escucha de los distintos decires. El dibujo, la pintura, la escritura y el modelado en las 2 “Temporalidad, determinación, azar. Lo reversible y lo Irreversible”. Silvia Bleichmar 3 Título de un poema de P. Neruda. horas de juego implican distintos modos de poder representar, y abren la posibilidad de que la historia se recree a través de palabras, de imágenes, portadoras de sentidos nuevos. En los dibujos de un paciente4 (4 años y medio) que estuvo presente en el interior del supermercado, donde murió su madre, en la hoja en blanco suele aparecer una ausencia, algo que aún no puede ser representado; a veces me pide que dibuje los trazos que él no puede aún lograr. Las pérdidas, por tempranas, dejan vacíos de representación Los grandes blancos en la hoja o los agujeros pueden ser pensados como expresión de la pérdida experimentada al nivel del narcisismo. También podrían aludir a la “pena perdida” (del subtítulo) en tanto ésta quedó en la tierra sin nombre, en el exilio de la no representación. En los juegos gráficos también se buscaba una imagen, la suya, a través de los trazos de un otro. Es así que la representación gráfica comenzó a jugarse en ese espacio de transición. Quizás buscando representaciones se vaya intentando crear huellas, marcas, pasaje de una falta insimbolizable a una ausencia simbolizada, aunque siempre quede un “resto”. El cuerpo propio y el nombre, que este niño escribe incansablemente una y otra vez, remiten a los padres de nacimiento. A través de la hoja en blanco fue posible que fueran apareciendo imágenes, palabras, escenas. En las sesiones con este tipo de pacientes observé cómo también se repiten juegos que delatan el fracaso en la construcción de una señal como anticipatoria del peligro ante la situación traumática. Por otra parte, la producción de nuevos sentidos no sólo se genera con una palabra, una interpretación, una puntuación, también con un silencio, con una mirada, con un estar, los que crean marcas e introducen modificaciones en la escena. J. Mc. Dougall utliza al teatro como metáfora de la realidad psíquica. Sostiene que los personajes internos van en busca de un escenario donde representar sus dramas. Para ello es necesario proveer de un setting físico y emocional para que aquellas escenas se desplieguen. Asimismo, la presencia del analista es necesaria para que la obra pueda ser representada. Así, en muchas horas de juegos de estos pacientes fueron apareciendo escenas de muerte, de violencia y de control omnipotente sobre el otro, en donde prevalecía la representación de un Otro poderoso y de un sujeto impotente. En los personajes la agresión aparecía en forma de estallido impulsivo o vuelta sobre sí. Existían pocos objetos protectores y amantes, es decir, figuras de sostén yoico y libidinal, expresando la situación de desvalimiento luego que el mundo interno se vio arrasado por la experiencia traumática. La amenaza, el peligro, no aludía tanto a una mutilación (lo que comprendería el tener) como al ser, al existir. Aquellas escenas tan destructivas, pertenecerían al orden de lo no verbalizable , y muchas veces, por su valor traumático, el juego quedaba interrumpido. Se puede decir que las escenas de violencia y muerte, tienen tanto algo de repetición como de intento de elaboración; a través de ellas se expresan impulsos y fantasías, 4 R. Rodulfo realiza un análisis de las escenas de escritura. Éstas constituyen el producto final de la historia de otras escrituras. Lo dado por la anatomía habría que volverlo a dibujar para que el niño pueda adueñarse de ese cuerpo. Es decir, que la ligazón con lo corporal es algo a construir. “...Esta ligazón con lo corporal es la escritura misma del cuerpo; el niño la obtiene escribiendo a un tiempo su cuerpo propio y el cuerpo materno en el cual aquél se apuntala.” Y luego agrega que el dibujo es “un nuevo acto psíquico” en el que se vuelve a plantear el ligar su cuerpo, ligarse a su cuerpo, ligar su cuerpo a: todo eso junto.” permitiendo encontrar sentidos, recrear situaciones, interpretar roles. Los juegos, dibujos, objetos moldeados, pueden ser considerados como un intento por realizar otras escrituras de la misma historia. En el transcurso del proceso, varias de estas escenas, a veces congeladas, comenzaron a desplegarse en un argumento. Pero también fue necesario aceptar desde el comienzo que existían algunas que por el momento no podían ser verbalizables. Existe una historia traumática no rememorable, hay fragmentos que no son posibles de rescatar en recuerdos, pero cuyas huellas son posibles de recuperar lentamente a través del juego. Es en este espacio potencial, en esta zona intermedia de experiencia, en donde el símbolo se hace posible, cuando aquél puede ser sostenido. La situación analítica hace de holding, permitiendo transformar así lo traumático. Este tipo de pacientes, atraviesan la profesionalidad del terapeuta y alcanzan a su persona. Lo cierto es aquellos nos enseñan cómo el conjunto de miradas y la escucha se constituyen en soporte de la palabra, principalmente en niños que por su corta edad no poseen los recursos emocionales y cognitivos necesarios. Es por ello que, en este contexto, el compromiso corporal5 tiene un papel destacado en la producción de sentidos. Podemos pensar a dicho espacio terapéutico como aquella “...zona que no es objeto de desafío alguno, porque no se le presentan exigencias, salvo la de que exista como lugar de descanso para un individuo dedicado a la perpetua tarea humana de mantener separadas y a la vez interrelacionadas la realidad interna y la exterior.” 6 Lugar de encuentro que exige un tiempo de gestación y de elaboración, en ese entre dos de la transferencia. A. M. Gómez señala que el trabajo en la clínica “...como Alicia, pasa a través del espejo-que se ha diluido en su compacidad-para acceder a otro mundo posible. Un mundo sin espejos? Imposible. Pero sí un mundo donde los espejos estén más y mejor sostenidos en significantes que en escenas pregnantes.” ALGUNAS PALABRAS FINALES La clínica nos plantea continuamente nuevos interrogantes, que nos permiten seguir pensando. El espacio de supervisión posibilita al analista la reorganización de su mundo interno al ofrecerle herramientas que le permiten comprender y, por lo tanto, otorgar sentido a lo disruptivo, ayudándolo de esta manera a tomar distancia de la situación traumática. En este contexto, el análisis de la transferencia y de la contratransferencia revela toda su riqueza y eficacia. “Retomando la metáfora del ajedrez, las partidas jugadas por los grandes maestros deben ser estudiadas por quien quiera aprender a jugar el juego, pero no para ser solamente repetidas.” I. Gurman. Dolto sostiene que “El trabajo analítico con el niño consiste en una confrontación mutua no sólo de los lugares sino también de las velocidades, los ritmos y, de modo fundamental, de las imágenes del cuerpo. Es decir que el analista opera haciendo entrechocar y entremezclar las propias imágenes del cuerpo con las imágenes del cuerpo del niño (...) El trabajo del psicoanalista es hablar inconscientemente a través de su imagen del cuerpo el mismo código implícito en la imagen del cuerpo del niño.” Op. Cit. 6 Realidad y juego. Cap. II. D. Winnicott. 5