Resumen MacBeth

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Innovaciones en la estructura trágica
Las tragedias de William Shakespeare mantienen determinados elementos de la tragedia
clásica, especialmente en la concepción del héroe trágico y su arco dramático (el héroe debe ser
noble, debe estar en su momento de máximo apogeo al comienzo de la acción, sus acciones deben
despertar horror y compasión, el héroe debe poseer una falla o cometer un error perdonable o
comprensible que precipite su caída); mas realiza cambios con respecto a las reglas estructurales de
la tragedia clásica: no se respetan las unidades de tiempo, espacio y acción; no hay un coro
presente. Estas diferencias con respecto a la rígida estructura clásica pueden apreciarse claramente
en MacBeth: la acción se desarrolla en una multidud de espacios (el páramo, el palacio de Forres, el
palacio de Dunsisane, Inglaterra...); su temporalidad no se limita a un día (de hecho, entre el
Segundo Acto y el Tercero transcurre una cantidad no determinada de tiempo) y se representan
episodios centrados en personajes secundarios (el episodio del portero en el Acto Segundo, por
ejemplo). Shakespere se permite, además, introducir elementos cómicos en sus tragedias.
Orden, desorden
Uno de los principales elementos a tomar en cuenta en MacBeth es la idea de desorden o
alteración del orden establecido. Esta idea estaba presente ya en la tragedia griega, que comienza
con un orden determinado que es alterado por los sucesos de la obra, que culmina con una
restauración del orden. Uno de los elementos que diferencia la visión de Shakespeare de la clásica
es la noción de que el orden nunca se establece de forma permanente; el nuevo orden es tan frágil
como el anterior, y contiene en sí las semillas de una nueva alteración. Como corresponde a la
época, llena de contradicciones y conflictos, en Shakespeare se establece un sistema cíclico, una
cadena de estados que son subvertidos y devienen en un nuevo estado que, a su vez, será
subvertido, generando un nuevo estado...
En MacBeth, el orden inicial (Duncan como rey) verá una alteración violenta por las
acciones de MacBeth; al final de la obra se dará una restauración por la que el asesino es depuesto y
el orden retornará con Malcom como rey. Sin embargo este nuevo orden ya anuncia una nueva
alteración por venir: Fleance, hijo de Banquo, sigue con vida y serán sus descendientes quienes han
de ocupar el trono en el futuro.
Esta noción de orden y alteración del orden no se limita solamente al plano humano. La obra
de Shakespeare opera en tres planos interrelacionados: el plano humano, el plano natural y el plano
sobrenatural; alteraciones en uno de las planos llevan a alteraciones en los demás planos, relación
que los personajes no ignoran. La mera presencia de las brujas al comienzo de la obra ya indica una
alteración, en tanto ellas son seres sobrenaturales invadiendo el plano natural e interviniendo en el
plano humano. Su naturaleza de alteraciones vivientes, de representantes de la anormalidad, es
notable en su discurso: “Lo hermoso es feo, y lo feo es hermoso”, dicen a coro. Su ser invertido es
notable en su moral ajena a la humana. En esta misma escena, el plano natural refleja la alteración
que la presencia de las brujas significa, con truenos y relámpagos: una reacción violenta frente a
seres que plantarán la semilla de la violencia por venir en el plano de lo humano; en definitiva, un
paralelismo psicocósmico. En la tercera escena Banquo destacará la perversión contra la naturaleza
de las brujas: “¿Quiénes son esas, tan escuálidas y adrajosamente vestidas, que no parecen
habitantes de la tierra, y sin embargo sobre ella se hallan? (...) Debéis ser mujeres, y, no obstante,
vuestras barbas me impiden creerlo”.
La idea de alteración contra el orden natural se repite una y otra vez en la obra. El propio
MacBeth reflexiona sobre su deso de matar a Duncan: “...¿por qué ceder a una sugestión cuya
espantable imagen eriza de horror mis cabellos y hace que mi corazón inmóvil palpite
violentamente en pugna con las leyes de la naturaleza?”. Asesinar a Duncan atenta contra el orden
en todos los sentidos: el homicidio es una aberración moral y un acto de violencia indescriptible;
asesinar a un rey atenta contra el orden social y, dado que duncan y MacBeth son primos, matar a
Duncan significa también atentar contra la propia familia y la lealtad filial.
En el momento crucial del asesinato, en el Acto II, la acción terrbile de MacBeth y su esposa
generan una alteración general en el ambiente, que es notada numerosas veces por los personajes.
En la primera escena Banquo señala que “El cielo está económico esta noche. Todas sus candelas se
han apagado”. La oscuridad ambiental refleja la oscuridad moral que vendrá. MacBeth tiene una
visión espectral, un puñal etéreo aparece frente a él, la manifestación de su inquietud ante lo que ha
de hacer: ya sea producto de su propia mente o aparición sobrenatural, es, de cualquier manera, un
evento que escapa a la normalidad: “¿Es un puñal eso que veo ante mí, con el mano hacia mi
mano?... ¡Ven que te coja! ¡No te tiento, y sin embargo, te veo siempre!(...) ¿O no eres sino un
puñal del pensamiento, flasa creación de un cerebro delirante?...”. Toda la seguna escena de este
acto está marcada por la alteración, que le da un tono pesadillesco, desde el revuelo de los animales
(“El lamento del búho y los cantos de los grillos”) a los gritos que MacBeth escucha en las
cercanías (“Ha habido uno que ha reido en sueños, y otro que ha gritado ¡asesino!”; “Y la voz siguió
gritando, de aposento en aposento, “¡No dormirás más!”... ¡Glamis ha asesinado el sueño y, por
tanto, Cáwdor no dormirá más, MacBeth no dormirá más.”). La aberración que el acto significa es
notable en la idea de que MacBeth no sólo ha matado a un hombre mientras soñaba, sino que ha
matado al sueño en sí.
El Destino
Al igual que en Edipo Rey, la noción de destino juega un rol crucial en la obra, con las
“hermanas fatídicas” (nombre que remite a las parcas griegas) vistiendo el ropaje del oráculo.
Existe, sin embargo, una diferencia crucial en la concepción de destino presentada en ambas obras.
Para los griegos, el Destino es algo que está más allá del individuo; es una fuerza externa, ajena a la
voluntad del hombre, más poderosa que ésta y, de hecho, más poderosa que los Dioses mismos. El
Destino se cumple a pesar de la voluntad y las acciones del individuo atrapado en él. En MacBeth,
sin embargo, el destino se cumple a través de la voluntad del individuo. El héroe trágico
Shakespeareano tiene libre albedrío, y su destino ocurre, entonces, por su propia forma de ser.
MacBeth tiene la opción de no cometer sus crímenes: será su propio deseo, no una fuerza externa,
lo que lo arrastre hacia el homicidio y, eventualmente, su caída.
El rol de las brujas difiere del rol del oráculo en tanto su función no es informar sobre un
destino inexorable, sino tentar a MacBeth con las palabras justas para que la ambición latente en él
se avive y sea él mismo, con sus acciones, el que precipite su caída trágica. Es notable, en el Acto I
la distancia entre el registro lingüístico que utilizan las brujas cuando hablan entre ellas, sin testigos
y coloquialmente, y cuando realizan sus vaticinios a MacBeth, donde se vuelven más solemnes y
crípticas. No sólo dicen exactamente lo que MacBeth necesita escuchar, sino que lo dicen en el tono
en el que necesita escucharlo; realizan una actuación para un público de dos personas: MacBeth y
Banquo.
Un elemento que resalta la voluntad de MacBeth de creer el vaticinio glorioso es su voluntad
de ignorar la fuente. Es claro desde el comienzo que las brujas no tienen otro objetivo que causar
daño, y Banquo le recuerda: “Pero esto es extraño; y, frecuentemente, para atraernos a nuestra
perdición los agentes de las tinieblas nos profetizan verdades y nos seducen con inocentes bagatelas
para arrastrarnos a las consecuencias más terribles...” (Acto I, Escena IV). Que más tarde MacBeth
deliberadamente busque a las brujas para una segunda predicción (Acto IV, Escena I) es una señal
clara de su caída moral.
Conflicto y contradicción
Uno de los elementos centrales de la obra, como en toda pieza dramática, es el conflicto. El
conflicto en MacBeth, sin embargo, no se centra en una situación externa, sino que se desarrolla
esencialemente en el fuero interno del protagonista. El epicentro de la confrontación no es una
batalla o una rivalidad política, aunque ambos factores están presentes en la obra; la lucha se libra
en el espíritu de los personajes, y los opuestos en este combate serán el deseo y la moral; la
ambición por el poder y los actos malignos necesarios para llegar a él primero y para mantenerlo
después. El monólogo será una herramienta indispensable para transmitir el conflicto: los
personajes se hablan a sí mismos y, despojados de la necesidad de fingir para ocultar sus
intenciones, manifiestan el choque de fuerzas dentro de sí mismos.
El oxímoron, la unión de los opuestos, está presente una y otra vez a lo largo de la obra.
Situaciones, personajes y sentimientos están empapados de contradicción, de visiones a primera
vista irreconciliables. La sentencia de las brujas al comienzo de la obra (“lo hermoso es feo y lo feo
es hermoso”) sintetiza notablemente la dualidad presente en todo el texto. MacBeth considerará sus
sueños reales como algo tan bello que su presente heroico palidece ante ellos (“Ya se han dicho dos
verdades, felices preludios al argumento imperial...”); sin embargo, para alcanzar esta felicidad,
MacBeth deberá realizar un acto horrendo, y luego de logrado el trono, su reinado no le traerá
tranquilidad u honor, en tanto sufre para mantener su poder y es acosado por sus acciones. El
objetivo aparentemente bello deviene en pesadilla.
Otro ejemplo de esta unión de opuestos es el parlamento con el que vemas a MacBeth por
primera vez: “En mi vida he visto un día tan hermoso y tan feo a la par”. El día es hermoso en tanto
la batalla ha sido ganada y MacBeth se ha erigido como héroe; pero al mismo tiempo, ha sido un
día de muerte y sangre. Es notable, además, lo profético de sus palabras: por sus acciones nobles
será nombrado Thane de Cawdor, y este nombramiento prestará validez a la profecía de las brujas,
desencadenando la serie de asesinatos que culminará con su muerte. La misma acción que lo
convierte en héroe lo convierte en traidor: no es casualidad que reciba el título del Thane de
Cawdor, quien está condenado a muerte por traición. Recibe como recompensa por sus acciones un
nuevo título, pero también, indirectamente, el título del traidor.
Banquo, a su vez, también se enfrenta a una sentencia paradójica: será “Menos grande que
MacBeth y más grande”, y “No tan feliz, y más feliz”. Él no será rey, pero sus descendientes sí lo
serán; no llegará al trono pero tampoco sufrirá el tormento de culpa que MacBeth debe soportar; la
profecía le traerá la muerte, pero le asegurará honor en tanto tronco de una línea real.
Toda la obra está marcada por estas contradicciones, y la tensión entre opuestos se
manifestará dentro de la conciencia de cada personaje.
MacBeth y Lady MacBeth
El personaje de MacBeth seguirá el arco trágico clásico, comenzando en su momento de
apogeo (es un héroe admirado por todos, es recompensado con un nuevo título y honrado con la
estadía del rey en su castillo) y cayendo estrepitosamente. Es notable que la caída de MacBeth no es
solamente política y social (es abandonado por todos, considerado un tirano y finalmente muerto en
batalla) sino también ética: el personaje con el que nos encontramos al comienzo de la obra es muy
distinto al personaje que muere al final. Cada paso que da hacia el trono y cada acción que realiza
para mantener su poder corroe su ética.
Al comienzo de la obra MacBeth es un hombre heroico, que a pesar de ser un notable
guerrero se horroriza ante las atrocidades de la guerra (“En mi vida he vista un día tan feo y tan
hermoso a la par”); es un hombre leal y compasivo, mas es también un hombre ambicioso. Sus
sueños de poder se manifiestan inmediatamente después de recibir el título de Thane de Cawdor, y
MacBeth se debate entre actuar directamente para completar la profecía o mantenerse pasivo.
MacBeth es un individuo ambicioso pero extremadamente introspectivo, incicialmente más
concentrado en la contemplación de sus pensamientos que en la acción concreta, y es en ese mirar
hacia adentro que se horroriza de sí mismo: “¡Los temores reales son menos horribles que los que
inspira la imaginación! Mi pensamiento, donde el asesinato no es aún más que vana sombra,
conmueve hasta tal punto el pobre reino de mi alma que toda facultad de obrar se ahoga en
inquietudes y nada existe para mí sino lo que no existe todavía” (Acto I, Escena III). Nótese la
inclusión de la palabra “aún”: su ambición crece y el asesinato es una posibilidad muy real; la
promesa de la gloria futura encandila a MacBeth al punto que su presente glorioso no vale nada, y
él mismo es conciente de lo terrible de esta situación. Su deseo es enorme, pero también lo son sus
dudas y sus valores morales. Pero si MacBeth no lorga todavía encontrar la voluntad de actuar
según sus deseos sabe bien dónde buscarla, y envía una carta relatando la profecía a su esposa, Lady
MacBeth.
Lady MacBeth es el complemento perfecto de su esposo: comparte la misma ambición, pero
es menos introspectiva y más pragmática; más dada a la acción concreta que a contemplaciones
morales. Ella conoce a su marido, y adivina la situación en la que se encuentra, ofreciendo así una
presentación indirecta del protagonista: “Eres Glamis, y Cawdor, y serás lo que te anuncian. Mas
temo tu carácter: está muy empapado de leche de bondad para tomar los atajos. Tú quieres ser
grande y no te falta ambición, pero sí la maldad que debe acompañarla. Quieres la gloria, mas por la
virtud; no quieres jugar sucio, pero sí ganar mal. Gran Glamis, tú codicias lo que clama «Eso has de
hacer si me deseas», y hacer eso te infunde más pavor que deseo de no hacerlo”. Ella será la
voluntad de acción que le falta a MacBeth.
Es fácil ignorar la ambición de MacBeth y presentar a su esposa como la tentadora, pero eso
significaría desoír las palabras del Thane en la tercera escena e ignorar la facilidad con la que se
deja convencer. Si Lady MacBeth convence a su esposo es porque él desea lo que ella, y necesita a
alguien que lo espolee hacia para actuar. Lady MacBeth es voluntad pura, y su determinación es
clara: “Hasta el cuervo está ronco de graznar la fatídica entrada de Duncan bajo mis almenas. Venid
a mí, espíritus que servís a propósitos de muerte, quitadme la ternura y llenadme de los pies a la
cabeza de la más ciega crueldad. Espesadme la sangre, tapad toda entrada y acceso a la piedad para
que ni pesar ni incitación al sentimiento quebranten mi fiero designio, ni intercedan entre él y su
efecto. Venid a mis pechos de mujer y cambiad mi leche en hiel, espíritus del crimen, dondequiera
que sirváis a la maldad en vuestra forma invisible. Ven, noche espesa, y envuélvete en el humo más
oscuro del infierno para que mi puñal no vea la herida que hace ni el cielo asome por el manto de
las sombras gritando: « ¡Alto, alto!» “. Para lograr su objetivo, ella renuncia de su sexo, con los
roles de género que la época le atribuían; renuncia, también de su humanidad, apelando
directamente a la noche y el infierno. Su deseo se manifiesta también en forma de alteración, de
anormalidad.
Es pragmática, y recomienda la falsedad a su esposo de inmediato: “Parécete a la cándida
flor, pero sé la serpiente que hay debajo”, y mientras que MacBeth reflexiona sobre todos los
motivos que tiene para no realizar el crimen (Duncan es un buen rey, así que no hay justificación
social; es su invitado, así que matarlo sería violar las normas de hospitalidad; es su pariente, así que
matarlo sería un crimen contra la familia...), ella planea los pormenores del asesinato y las
coartadas.
Para convencer a su marido atacará su valor y destacará su inconstancia, apelando a su amor
simultáneamente: “¿Estaba ebria la esperanza de que te revestiste? ¿O se durmió? ¿Y ahora se
despierta mareada después de sus excesos? Desde ahora ya sé que tu amor es igual. ¿Te asusta ser el
mismo en acción y valentía que el que eres en deseo? ¿Quieres lograr lo que estimas ornamento de
la vida y en tu propia estimación vivir como un cobarde ...?”; su masculinidad, mostrando lo
profundo de su propia determinación en contraste con las dudas de MacBeth: Entonces, ¿qué bestia
te hizo revelarme este propósito? Cuando te atrevías eras un hombre; y ser más de lo que eras te
hacía ser mucho más hombre. Entonces no ajustaban el tiempo y el lugar, mas tú querías
concertarlos; ahora se presentan y la ocasión te acobarda. Yo he dado el pecho y sé lo dulce que es
amar al niño que amamantas; cuando estaba sonriéndome, habría podido arrancarle mi pezón de sus
encías y estrellarle los sesos si lo hubiese jurado como tú has jurado esto.”; y finalmente, calmará su
miedo explicando su plan: “¿Fallar nosotros? Tú tensa tu valor hasta su límite y no fallaremos.
Cuando duerma Duncan (y al sueño ha de invitarle el duro viaje de este día) someteré a sus
guardianes con vino y regocijo, de tal suerte que la memoria, vigilante del cerebro, sea un vapor, y
el sitial de la razón, no mas que un alambique. Cuando duerman su puerca borrachera como
muertos, ¿qué no podemos hacer tú y yo con el desprotegido Duncan? ¿Qué no incriminar a esos
guardas beodos, que cargarán con la culpa de este inmenso crimen?”. Convencer a MacBeth no es
difícil, y él cede ante cada argumento de su esposa. Ella desarma sus dudas morales
contraponiéndolas con otras virtudes: la constancia, el honor, el coraje: sabe que su marido es
virtuoso y que por lo tanto debe presentar el la acción en términos de virtudes.
El contraste entre la introspección de MacBeth y lo pragmático de su esposa se vuelve
nuevamente evidente una vez realizado el acto, y el valor simbólico de la sangrees extremadamente
ilustrativo; mientras que MacBeth es atormentado por la culpa y ve en sus manos manchadas una
mancha moral que jamás podrá ser lavada, Lady MacBeth se centra en lo concreto: sus manos están
manchadas de sangre también, pero para ella no es un símbolo, sino sencillamente una mancha que
debe ser lavada para no delatarse. MacBeth afirma en hipérbole de culpa: “¿Dónde llaman? ¿Qué
me ocurre que todo ruido me espanta? ¿Qué manos son estas? ¡Ah, me arrancan los ojos! ¿Me
lavará esta sangre de la mano todo el océano de Neptuno? No, antes esta mano arrebolará el mar
innumerable, volviendo rojas las aguas.”; Lady MacBeth, sus manos también rojas luego de
manchar a los guardias para inculparlos, sólo dice: “Mis manos ya tienen tu color, pero me
avergonzaría llevar un corazón tan pálido”.
Esta situación inicial es invertida al final de la obra. MacBeth ya no sentirá culpa, su alma
congelada por la cadena de atrocidades que ha cometido; Lady MacBeth, en cambio, en sueños
recreará una y otra vez el crimen, delatándose. El hombre introspectivo se vuelve cruelmente
pragmático, al punto que, informado de la muerte de su esposa lamenta lo inoportuno de ésta sin
entregarse al dolor pues tiene una batalla que planificar (“¡Debiera haber muerto más tarde!”); la
mujer pragmática se aleja del mundo real, cayendo en un delirio dormido que la llevará a la muerte.
El hombre para el que la sangre era un recordatorio de la culpa terminará bañándose en ella a pesar
de saber que todo está perdido (“¡Ven destrucción! ¡que al menos perezca con los arneses en la
espalda”); la mujer para la que la sangre no era sino un inconveniente la ve en sus manos entre sus
delirios sonámbulos, y nada puede lavarla (“fuera, maldita mancha...”).
Los personajes realizan arcos opuestos. MacBeth cae política, social y moralmente, dejando
atrás remordimientos, culpas y dudas éticas; Lady MacBeth es acosada por esos mismos
sentimientos a pesar de suprimirlos al comienzo.
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