El tiempo de Adviento, anticipo y esperanza

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El tiempo de Adviento
Anticipo y Esperanza
Dennis Bratcher
El Adviento es el comienzo del año litúrgico para la mayoría de las Iglesias de
tradición occidental. Comienza el cuarto domingo antes de Navidad, que
normalmente es el domingo más próximo al 30 de noviembre, y termina con la
vigilia de Navidad (24 de diciembre). Si la vigilia de Navidad cae en domingo, este
domingo se cuenta como el cuarto domingo de Adviento, y la vigilia de Navidad
propiamente dicha comienza al atardecer.
Los colores del Adviento
Históricamente el color principal del Adviento es el violeta. Es el color de la
penitencia y el ayuno, como también el de la realeza para acoger el Adviento (la
venida) del Rey. El violeta del Adviento es también el color del sufrimiento
utilizado durante la Cuaresma y la Semana Santa. Esto indica que hay una
importante relación entre el nacimiento de Jesús y la muerte. El nacimiento, la
Encarnación, no puede ser separado de la crucifixión. La finalidad de la venida de
Jesús al mundo, del “Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros”, es revelar a
Dios y su gracia al mundo, a través de la vida y enseñanzas de Jesús, pero también a
través de su sufrimiento, su muerte y su resurrección. Para expresar este aspecto
importante, originalmente el Adviento era un tiempo de penitencia y ayuno, tanto
como el tiempo de la Cuaresma y por eso comparte con este tiempo el color violeta.
Dentro de las cuatro semanas de Adviento, el tercer domingo se convirtió en un
momento de gozo por la proximidad del final del ayuno. El paso del violeta del
tiempo de Adviento al rosado de los cirios del tercer domingo de adviento reflejaba
este cambio de atención desde la penitencia hacia la celebración del tiempo
litúrgico.
En épocas recientes, sin embargo, el Adviento ha sufrido un cambio de acento, que
se refleja en un cambio de los colores usados en muchas iglesias. Salvo en las
iglesias orientales, el aspecto penitencial del tiempo litúrgico ha sido casi
totalmente reemplazado por un énfasis en la esperanza y la anticipación.
Esto no elimina el sentido de la penitencia propio del tiempo. Dado que hay un
acento en el Adviento o Venida de Jesús, especialmente como anticipación de su
segundo Adviento, debemos prepararnos para esa venida. La mayoría de las
iglesias incorporan oraciones y celebraciones penitenciales que expresan el
sentido de nuestra indignidad mientras esperamos su venida. Es muy apropiada,
aún en los servicios litúrgicos más tradicionales, la incorporación de celebraciones
penitenciales como parte de la anticipación y preparación del tiempo litúrgico.
El rojo y el verde son los colores más “profanos” de la Navidad. Aunque éstos
provienen de antiguas costumbres europeas de usar plantas perennes y acebo para
simbolizar la vida y la esperanza permanente que el nacimiento de Cristo aporta a
un mundo frío, estos colores no se usan nunca como colores litúrgicos ya que
tienen otros usos en otros momentos del año litúrgico.
Las plantas perennes y la corona del Adviento
El comienzo del Adviento es un tiempo para decorar la iglesia con coronas de
plantas perennes, ramas o árboles que ayuden a simbolizar la vida nueva y
duradera que Jesucristo trajo al mundo. Algunas iglesias tienen un oficio especial
un día de la semana, o el primer Domingo de Adviento por la tarde, o también la
mañana del primer domingo de Adviento, en el que la iglesia se decora y se instala
la corona de Adviento. Esta celebración es, a menudo, especialmente musical, con
coros, campanas y lecturas de la Escritura, junto a una explicación de los diversos
símbolos que se encuentran en la iglesia.
La corona del Adviento es un símbolo del comienzo del año litúrgico conocido en
muchas iglesias y en muchos hogares. Es una corona circular de plantas perennes
(reales o artificiales) con cinco velas, cuatro alrededor de la corona y una en el
centro. Dado que la corona es simbólica y es un instrumento para
explicar la historia de Navidad, hay muchos modos de comprender
este simbolismo. El significado exacto que se da a los varios aspectos
de la corona no es tan importante como la historia que nos invita a
escuchar y a participar.
Las pequeñas cosas y la potencialidad que hay en ellas: una reflexión de
Adviento
Vivimos en un mundo en el que lo “más grande” y “lo mejor” definen la mayoría de
nuestras expectativas ante la vida. Estamos tan enamorados del maxi tamaño, de
las súper estrellas y de la alta definición que tendemos a ver la vida a través de
estas lentes que magnifican lo que esperamos del mundo y no nos permiten ver la
potencialidad que hay en las pequeñas cosas. Pero como nos lo recuerda el profeta
Zacarías (Za 4,10), no debemos despreciar “el día de los modestos comienzos”,
porque Dios hace algunas de sus mejores obras con comienzos modestos y en
situaciones imposibles.
Releer el Antiguo Testamento y ver cuán débiles e imperfectos fueron realmente
sus “héroes” es una experiencia que lleva verdaderamente a la humildad. Abraham,
el cobarde que no puede creer en la promesa. Jacob, el tramposo que lucha con
todos. José, el inmaduro y arrogante adolescente. Moisés, el impaciente asesino que
no puede esperar a Dios. Gedeón, el cobarde adorador de Baal. Sansón, el borracho
mujeriego. David, el adúltero que abusa del poder. Salomón, el sabio insensato.
Ezequías, el rey reformador que no pudo ir demasiado lejos. Y finalmente, una
joven muchacha judía de un pequeño pueblo en un rincón remoto de un gran
imperio.
No deja nunca de asombrarme el hecho de que Dios comience a menudo sus obras
con pequeñas cosas y con personas inadecuadas. Ciertamente parece que Dios
podría haber elegido cosas “más grandes” y personas “mejores” para realizar su
obra en el mundo. Y sin embargo si Dios puede servirse de ellas y revelarse a sí
mismo a través de ellas de modos tan maravillosos, significa que él podría servirse
de mí, así como soy, inadecuado, insensato, y a menudo con poca fe. Y esto significa
que tengo que prestar atención para no poner límites (con mi autosuficiencia) a lo
que Dios puede hacer con las más pequeñas cosas, las personas que parecen más
incapaces y en las circunstancias más desesperantes. Pienso que esto es parte de la
maravilla del tiempo del Adviento.
Estoy convencido de que una de las principales finalidades de la encarnación de
Jesús fue la de traer la esperanza. Mientras en la actualidad la mayoría de las
personas prefieren hablar de la muerte de Jesús y la expiación de los pecados, la
Iglesia primitiva celebraba la Resurrección y la esperanza que ésta encarnaba. A lo
largo de todo el Antiguo Testamento resuena la proclamación de una verdad: que
los finales no son siempre finales sino que son oportunidades para que Dios
ofrezca nuevos comienzos. La resurrección proclama esa verdad aún sobre
aquello que da más miedo a la humanidad, la muerte misma.
Los dos tiempos litúrgicos del Adviento y de la Cuaresma hablan de la esperanza.
No se trata sólo de una esperanza de un día mejor o de la esperanza de que haya
menos dolor y sufrimiento, aunque esto sea ciertamente una parte importante de
ella. Se trata más bien de la esperanza de que la existencia humana tenga un
significado y se abra a posibilidades que vayan más allá de nuestras experiencias
actuales, la esperanza de que los límites de nuestras vidas no sean tan estrechos
como parecen serlo. No se trata de que tengamos esta posibilidad en nosotros
mismos, sino que Dios es el Dios de las cosas nuevas y así todas las cosas son
posibles (Is 42, 9; Mt 19, 26; Mc 14,36).
El pueblo de Dios de los primeros siglos quería que él viniese y cambiara las
circunstancias opresivas en las que se encontraba, y se enfadaba cuando aquellas
circunstancias inmediatas no cambiaban. Pero ésta es una visión muy corta de la
naturaleza de la esperanza. No podemos poner nuestra esperanza en las
circunstancias, por malas que nos parezcan o por importantes que sean para
nosotros. La realidad de la existencia humana, contra la que lucha el libro de Job, es
que el pueblo de Dios experimenta la existencia física del mismo modo que los
otros. Los cristianos enferman y mueren, los cristianos son víctimas de delitos
violentos. Los cristianos son heridos y asesinados en accidentes de tráfico,
bombardeos, en las guerras y, en ciertas partes del mundo, mueren a causa del
hambre.
Si ponemos nuestra esperanza sólo en nuestras circunstancias, si las consideramos
buenas o como queremos que sean para que ser felices, nos sentiremos siempre
decepcionados. Por eso no ponemos nuestra esperanza en las circunstancias sino
en Dios. A lo largo de 4000 años Él se ha ido revelando continuamente a sí mismo
como un Dios de la novedad, de la posibilidad, de la redención, de la recuperación o
transformación de dicha posibilidad desde lo que parece un final hacia lo que va
más allá de cuanto podemos pensar o imaginar (Ef. 3,2). El mejor ejemplo de esto
es la crucifixión misma, después de la cual viene la resurrección. Esa sombra de la
cruz se posa aún sobre el pesebre.
Sí, todo comienza con la esperanza de que Dios vendrá y la certeza de que viene
nuevamente a nuestro mundo para revelarse a sí mismo como Dios de novedad, de
posibilidad, un Dios de cosas nuevas. En este tiempo del año contemplamos esa
esperanza que toma cuerpo, que se hace carne, en un niño recién nacido, el
ejemplo perfecto de la novedad, de lo que es potencial, de lo que es posible.
Durante el Adviento, gemimos y anhelamos esa novedad con la esperanza, la
expectación, la auténtica fe de que Dios será fiel una vez más. Fiel para mirar hacia
nuestras circunstancias, para escuchar nuestros gritos, para conocer nuestro
anhelo de un mundo mejor y de vida plena (Ex 3,7). ¡Y esperamos que como vino la
primera vez como un niño, así venga nuevamente como Rey!
Mi experiencia me dice que aquellos que han sufrido y aún así siguen esperando,
tienen una mayor comprensión de Dios y de la vida que los que no han tenido esta
experiencia. Quizás la esperanza significa esto: un camino para vivir, no sólo para
sobrevivir, sino para vivir en medio de todos los problemas de la vida con una fe
que sigue viendo posibilidades aún cuando ya no hay ninguna prueba para seguir
esperando, sólo porque Dios es Dios. En esto consiste también la maravilla del
Adviento.
ORACIÓN DE ADVIENTO
Creemos que el Hijo de Dios vino una vez a nosotros;
Esperamos que vuelva nuevamente.
Que su venida nos traiga la luz de su santidad
Y nos libere con su bendición.
R. Amén.
Que Dios nos haga firmes en la fe,
Alegres en la esperanza e incansables en el amor
Todos los días de nuestra vida.
R. Amén.
Nos alegramos porque nuestro Redentor.
Vino para vivir en medio de nosotros una vida como la nuestra.
Cuando vuelva en la gloria,
Que nos recompense con la vida eterna.
R. Amén.
Y que el Dios todopoderoso nos bendiga,
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
R. Amén.
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