ENTORNO SOCIAL, POLÍTICO Y ECONÓMICO DE LA EDUCACIÓN

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ENTORNO SOCIAL, POLÍTICO
SUPERIOR DE ANDALUCÍA
Y
ECONÓMICO
DE
LA
EDUCACIÓN
La Universidad vive un proceso de constante cambio. A pesar del tópico de tal
afirmación, ningún análisis serio puede sustraerse a su veracidad. Se trata,
además, de un cambio desde una triple perspectiva: jurídica, sociológica y
económica.
Desde el punto de vista jurídico, las convulsiones de que fue objeto la realidad
universitaria durante la tramitación, y posterior aprobación de la Ley Orgánica de
Universidades (LOU), no suponen sino el inicio de una reforma de gran calado. A
la derogación de la vieja LRU le han sucedido, en el ámbito andaluz, la aprobación
de la Ley Andaluza de Universidades (LAU), y la de los diferentes Estatutos de las
Universidades (que, a su vez, y por mandato de la mencionada LAU, han de
modificar aquéllas de sus prescripciones que se opongan a la misma). Nos
situamos de este modo en un horizonte temporal en el que debe realizarse todo el
desarrollo normativo de la LOU (en el ámbito nacional), de la LAU (en el ámbito
autonómico), y de los Estatutos (en el ámbito interno universitario). A ello debe
añadirse que el cambio de orientación política de las Cortes Generales, propiciado
por las últimas elecciones generales, puede provocar una reforma, al menos
parcial, de la LOU.
Por lo que respecta a la perspectiva sociológica, tanto a nivel estatal como en el
ámbito andaluz, estamos asistiendo a un cambio demográfico que viene
provocando un notable descenso en el número de estudiantes universitarios.
Además, el valor que durante la década de los noventa suponía el ser
universitario, creando una valoración social positiva, se encuentra en una
auténtica crisis, motivada en gran medida por problemas de inserción laboral de
los estudiantes. En este sentido, los egresados tardan bastante tiempo en
encontrar su primer empleo, que además suele ser precario y con unos contenidos
en absoluto acordes con su formación universitaria.
En cuanto al factor económico, y ciñéndonos al ámbito de nuestra Comunidad
Autónoma, la política de proximidad llevada a cabo por los poderes públicos,
procediéndose a la creación de Universidades en todas y cada una de las
provincias, ha provocado lo que podemos denominar una sobredimensión del
sistema. Las plantillas docentes y de administración y servicios, y las
infraestructuras, han vivido un proceso vertiginoso de crecimiento que se ha
demostrado difícil de digerir; tal es el caso de la excesiva precariedad en el
empleo universitario, o el de las infraestructuras construidas y creadas para un
número de alumnos que ya no se alcanza.
Así las cosas, podemos convenir que el Sistema Universitario Andaluz parece
cerrado, al menos en lo que hace referencia al número de Universidades. Dando
tal hecho por cierto, el siguiente paso habrá de ser alcanzar en Andalucía niveles
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de calidad que sean homologables con los del resto del Estado y con los de la
Unión Europea. El Dictamen de la Comisión de Educación del Parlamento de
Andalucía coincidía en señalar lo fundamental de establecer un sistema de
financiación que corrija la insuficiencia financiera de las Universidades, al tiempo
que modifique también los desequilibrios interuniversitarios. Se hace necesario, en
fin, una mayor conciliación entre la oferta y la demanda de estudios a la hora de
diseñar el mapa andaluz de titulaciones universitarias.
La situación actual del Sistema Universitario Andaluz se caracteriza por una serie
de notas, que sin duda han de condicionar el devenir de la educación superior en
nuestra Comunidad Autónoma. Se ha optado, como ya ha quedado dicho, por una
proximidad en la prestación del servicio universitario, contando la Comunidad con
un total de diez Universidades públicas; como consecuencia de ello, y unido a
otras causas, se ha producido un importante crecimiento de las plantillas (de PAS
y de Personal docente e investigador) y un incremento igualmente notable de las
infraestructuras y de la oferta de estudios, no sólo de primer y segundo ciclos, sino
también de tercer ciclo y de estudios de postgrado. En el debe de nuestra
enseñanza superior podemos señalar la excesiva precariedad en el empleo
universitario, un acusado acento en las titulaciones de Ciencias Sociales y
Humanidades, y una escasa planificación de la expansión. Y lo que es más
importante, se advierte una doble desigualdad: en el plano económico, en cuanto
a las subvenciones nominativas a las Universidades; en el plano académico, entre
los distintos Planes de Estudios de las mismas titulaciones en las diferentes
Universidades, lo que dificulta la movilidad estudiantil y obstaculiza la utilización de
módulos objetivos de financiación. Se advierte, por último, un muy escaso control
y participación de la sociedad en la Universidad; en este sentido, los Consejos
Sociales siguen sin cumplir la función esencial para la que fueron ideados, y las
reformas operadas por la LOU no parece que vayan a coadyuvar a la solución de
esta carencia.
Parece unánime que el Sistema Universitario Andaluz requiere una inyección de
más recursos públicos, así como una corrección del desequilibrio financiero
interno. La necesidad puesta de manifiesto en el Dictamen de la Comisión de
Educación de instaurar un sistema de financiación con pautas objetivas, y que
tenga un carácter permanente se ha convertido en realidad en el período
2001/2004, en el que se ha objetivado el modelo de reparto de la financiación
pública de la educación superior, estableciéndose una financiación condicionada a
resultados. El modelo se conecta con una magnitud macroeconómica (el PIB
andaluz), que es utilizada para la fijación de objetivos respecto a los recursos
asignados a la educación superior; la tendencia es a conseguir el 1,2 % de ese
PIB, lo que supone un proceso de convergencia con el resto de modelos
nacionales. La bajada del número de alumnos, de este modo, no influye en el
sistema, pero sí en el reparto entre las diferentes Universidades públicas.
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Las asignaturas pendientes del Sistema, más allá de los asuntos financieros, de
los que nos ocuparemos después, pueden ser las que a continuación señalamos.
Por un lado, la masificación de la Universidad en la última década provocó que
gran número de estudiantes se vieran forzados a cursar estudios no deseados, al
no ser posible cursar los de su elección debido al rigor de los numerus clausus; sin
embargo, el cambio demográfico que ya hemos apuntado no ha reducido el alto
índice de fracaso escolar. Por otro lado, el diseño del mapa andaluz de titulaciones
ha de conciliar la demanda, tanto la constituida por las preferencias de los
estudiantes, como la que se realiza desde la realidad socioeconómica y laboral del
entorno. Un tercer asunto a destacar es la aún escasa utilización de las nuevas
tecnologías aplicadas a la docencia, una necesidad cada vez más perentoria,
próxima como está la instauración del espacio europeo de enseñanza superior. En
fin, el descenso en el número de alumnos exige de las Universidades una
capacidad mayor de reorientarse hacia la formación continua, las titulaciones
propias, y las tareas de investigación.
Ya ha quedado dicho que la estructura de la planificación financiera del Sistema
Universitario Andaluz se fundamenta en dos pilares: una financiación básica, que
garantice en todo caso la prestación del servicio público al que la Universidad está
obligada, y olvide el simple incrementalismo (el Dictamen de la Comisión de
Educación señala unas ratios de 16 estudiantes por profesor, dos PAS por cada
profesor, y alcanzar el número de profesores funcionarios establecido por la ya
derogada LRU; esto es, un 80% de las plantillas docentes) ; y una financiación
afecta a resultados, orientada a la mejora de la calidad, de los resultados de la
investigación, de su transferencia y de la calidad de la docencia.
El Sistema Universitario Andaluz se orienta de este modo hacia dos objetivos
nítidamente declarados: de un lado, el fomento de la planificación estratégica, con
la exigencia a cada una de las Universidades de establecer Planes Estratégicos
que persigan la consecución de metas a medio y largo plazo; de otro, la
consecución de una mejora de la calidad universitaria, en el triple orden de mejora
de la calidad docente, investigadora y de gestión. Estas actitudes se incentivan a
través de los compromisos derivados del contrato programa a través de la
financiación condicionada. Por lo que respecta a la estrategia de calidad, ésta se
refuerza con la creación de organismos específicos para la evaluación institucional
como estrategia de mejora de la calidad, como es el caso del consorcio UCUA o el
de la creación de la Agencia Andaluza de Evaluación de la Calidad y Acreditación.
Se introduce igualmente el principio de corresponsabilidad en la financiación, de
modo que se estimula la tendencia a la búsqueda de instrumentos para la
obtención de ingresos privados. En este objetivo han de tener un peso indudable
la organización e impartición de titulaciones propias por las Universidades, que
sean atractivas para el estudiante, y una búsqueda de la mayor concordancia
posible entre los grupos de investigación y el sector empresarial. Han de jugar un
papel esencial, por ello, los instrumentos de interfaz que consigan una sinergia
entre el sector empresarial y el investigador. Las Universidades no deben dejar de
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lado, en ningún caso, la investigación básica, pero han de sentar las bases para
conseguir que la investigación aplicada y la pre-competitiva sea conocida, y
atractiva, para el mundo de la empresa. El Sistema Ciencia-Tecnología-Empresa
ha de ser uno de los arietes que hagan confluir los lenguajes y las actitudes de
investigadores y empresas.
Un último aspecto a destacar es el del Mapa Andaluz de Titulaciones. En nuestra
Comunidad Autónoma pueden estudiarse en la actualidad la práctica totalidad de
las carreras universitarias, pero su implantación en las diferentes Universidades no
ha tenido nada que ver con un estudio previo de las necesidades sociales, de la
potencial demanda de estudiantes, etc. Si tenemos en cuenta que la financiación
básica, como ha quedado expresado, va a basarse en criterios objetivos tales
como el número de alumnos, parece evidente que, al tener que competir las
Universidades por los estudiantes, es lógico que éstas (además, amparadas en la
autonomía universitaria constitucionalmente reconocida) habrán de participar en el
diseño del citado Mapa, pudiendo modificar su oferta. Sin embargo, la
implantación de nuevos estudios (y la modificación, e incluso la supresión de los
existentes) ha de hacerse de acuerdo con la doble demanda de la que venimos
hablando: la vocacional de los estudiantes, y la socioeconómica y laboral del
entorno. Parece lógica la tendencia a mantener el principio de proximidad de los
estudios de una alta demanda, pero no ha de desdeñarse la conveniencia de
instaurar titulaciones propias “con tirón”, sobre las que se hace constante
referencia en el Dictamen, pero sobre las que nada se ha regulado (más allá del
Proyecto de Real Decreto de estudios de postgrado que quedó en el olvido tras las
elecciones generales). Más difícil de alcanzar parece el principio de “reconversión”
de los recursos humanos ineficientes, por supresión de titulaciones, a pesar de la
loable mención que de ella se hace en el Dictamen.
Podemos terminar citando a Juan A. Vázquez, Rector de la Universidad de Oviedo
y Presidente de la CRUE (Diario El País, 27 de junio de 2004), quien, refiriéndose
al tan traído y llevado tema de la endogamia universitaria, señala: “No es...menos
sino más apertura y colaboración con el sistema productivo y la sociedad y más
preocupación por la calidad, la productividad y los resultados lo que se requiere
frente a la endogamia. Para luchar con eficacia frente a ella, lo que se precisa son
Universidades abiertas, diferenciadas, competitivas, con movilidad e intercambios,
con niveles de calidad contrastados, capaces de responder a nuevas demandas y
de orientarse hacia nuevos escenarios”.
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