LA SALUD MENTAL EN LAS INSTITUCIONES OFICIALES

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LA SALUD MENTAL EN LAS INSTITUCIONES OFICIALES DE LA SALUD
Estamos dejando de encontrarnos y de escucharnos, estamos dejando de participar; hay otros que deciden por nosotros...
La interrogación inicial sobre la salud mental en las instituciones oficiales de la salud plantea la disociación entre las intenciones proclamadas y las realizaciones efectivas, la falta de
correspondencia entre fines y medios para alcanzarlos, y la falta de cumplimiento de los
cometidos institucionales...
La salud mental no siempre designa un contenido de interpretación unívoca, pues se la
confunde con: acciones aisladas de psicoprofilaxis, investigaciones epidemiológicas (a
través de tasas de prevalecencia o de incidencia de afecciones), esquemas psiquiátricopsicológicos de asistencia, e incluso tareas “sueltas” de carácter comunitario; planteos,
todos éstos, que tienen en común las “ubicaciones” de los sectores profesionales, como
elaboradores y administradores de prácticas, y de los sectores usuarios, como verificadores
y receptores de ellas.
Este repertorio de acciones está rara vez planteado con una orientación facilitadora, asesora o inductora, acerca de la utilización de los recursos por parte de la comunidad, pues se
descarta su participación en la toma de decisiones.
Toda práctica es montada sobre un conjunto de representaciones que en conjunto constituyen la concepción o ideología subyacente.
El esquema de la salud mental se asienta sobre la concepción de un sujeto social e históricamente construído, emergente de las sucesivas tramas vinculares por las cuales atravesó.
En el año 1921, Sigmund Freud escribe Psicología de las masas y análisis del yo, postulando que en la vida anímica el “otro” se constituye como modelo, objeto, auxiliar o adversario, por lo cual concluye que LA PSICOLOGÍA INDIVIDUAL ES, AL MISMO TIEMPO Y DESDE
UN PRINCIPIO, PSICOLOGÍA SOCIAL...
Sobre la base de este y otros antecedentes, el llamado inconciente deja de ser un saco con
pulsiones de dudoso origen, para erigirse en el reservorio residual de los distintos vínculos
que marcaron a los sujetos, como un sistema “abierto” en el tiempo.
El acontecer de los individuos y grupos deviene en el marco amplio de las instituciones,
que a su vez pueden ponerse al servicio de la expansión y el desarrollo del hombre o, en
su defecto, de su limitación...
Ambos modos de funcionamiento institucional generan consecuencias y efectos disímiles,
pero, desgraciadamente, a la fecha, en la gran mayoría de las instituciones oficiales de la
salud (subsectores público y de obra social), como producto del ajuste estructural de la
economía, se prioriza un discurso instituído como inamovible, que reivindica en el “hoy”:
un deber-ser histórico-institucional, que en realidad se presenta como hilacha raída de lo
que fue...
Por tal circunstancia, DICHAS INSTITUCIONES TIENDEN A ADQUIRIR LA MISMA
ESTRUCTURA DE LOS PROBLEMAS QUE INTENTAN RESOLVER, CUANDO NO LOS
POTENCIAN.
Esto, que parece una paradoja, desborda los límites de las instituciones sanitarias, inun-
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dando distintos dispositivos institucionales.
La escuela genera analfabetos funcionales; el establecimiento psiquiátrico, psicopatologías;
el hogar geriátrico, soledad, desarraigo y aislamiento, y la cárcel es una escuela de criminales.
Ante esta conflictiva, los medios institucionales se “autonomizan” y se erigen como fines en
sí mismos.
Este primer análisis debe sumar todos los factores ligados a lo que tradicionalmente se
conoce como “cultura institucional”, es decir, la “genoestructura”, que condiciona con sus
reglas básicas todo el aparato institucional observable.
Hoy en día, muchas instituciones del campo sanitario se caracterizan por tener estructuras
con un alto grado de rigidez e incoherencia, a lo cual se suma un inevitable arrastre de
políticas con intereses que en ocasiones son divergentes.
El “cortoplacismo” y la exigencia política de la coyuntura conspiran abiertamente contra el
logro de adecuados sistemas de planificación estratégica, y se busca más la obtención de
resultados bizarros que cuestiones básicas de proceso y desarrollo institucionales.
La planificación que “campea” se confunde con el mero cálculo de recursos requeridos y
disponibles, sin establecer adecuados “escenarios de cálculo”, a fin de fijar la viabilidad
político-institucional de los emprendimientos y proyectos.
No se dispone de indicadores de desempeño confiables, y por ello no hay comparación
sistemática con las metas programáticas preestablecidas.
La discontinuidad de los equipos de dirección de las instituciones hace que las responsabilidades por las decisiones se diluyan, y resulta por demás dificultoso evaluar el momento en
que los objetivos dejan de cumplirse.
Cada elenco dirigente genera, a la vez, grupos de evaluación y diagnóstico institucional
cuyas recomendaciones, al poco tiempo, van perdiendo sustancia y sentido.
En razón de las discontinuidades señaladas se producen dramáticas desarticulaciones
horizontales y verticales, que van determinando una auténtica feudalización y autonomización de pseudopoderes locales (áreas, departamentos, servicios, unidades, centros etc.).
La falta de una adecuada comunicación entre los distintos niveles institucionales conduce a
recrear mecanismos “imaginarios” de control, que no hacen más que generar el incremento
de datos formales, al poco tiempo inútiles, mientras que la información básica se desplaza
por circuitos ajenos a estos dispositivos, lejos de los ámbitos de decisión.
La carencia de una conducción institucional idónea también influye en las políticas vigentes
en materia de recursos humanos.
Algunos sectores de trabajadores están sometidos a exceso de tareas, y en otros se advierte una superposición flagrante de actividades, prevaleciendo en la consideración de estos
problemas criterios meramente cuantitativos, limitados a la estimación del número de
individuos involucrados en las acciones, sin evaluar factores que atañen a la calificación,
distribución, capacitación y motivación del personal, que constituyen el aspecto “cualitativo” de dicha política.
Tampoco se tiene en cuenta la búsqueda de niveles de integración y de identificación con
las tareas que se realizan.
La capacitación no es utilizada de modo sistemático, como un instrumento imprescindible
para el desarrollo de potencialidades, que puede incluso incidir en la genoestructura.
Fernando Ulloa, psicoanalista con experiencia en temas comunitarios e institucionales,
acuerda con aquella definición que entiende que toda institución es tributaria de un previo
acuerdo o contrato.
Para este agudo pensador, cuando no se cumplen los pactos fundacionales se desencadena
lo que define como síndrome de violentación institucional.
Dicha patología surge al no dar cuenta de los objetivos institucionales, y se registra un
fenómeno “universal” de sitiador-sitiado, por el cual los grupos de mayor poder y manejo
de recursos son sitiados por aquellos de menores recursos y poder relativo (sitiadores),
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comúnmente más numerosos.
Los sitiadores “avanzan” porque no tienen dónde ir, renunciando a su expectativa de ser
entendidos singularmente por la simple aspiración de ser atendidos, aunque este “gesto”
no suponga ninguna solución a sus necesidades, y surgen frases como: “Fui al hospital”,
“Fui al doctor”, “Fui al PAMI”...
El S.V.I. también afecta a los “operadores” de la salud (auxiliares, técnicos y profesionales), los cuales comienzan a desarrollar, a causa del impacto de sus efectos tóxicos, trastornos en las áreas corporales y psicosociales, expresados como pérdida de imaginación,
cansancio, desgano, aburrimiento, desvalorización de las tareas, resignación y desesperanza.
El S.V.I. propicia el descenso de la inteligencia, de la simbolización de lo que está ocurriendo, y un “aplanamiento” de los vínculos y de los afectos. Una situación que termina
tornando lo anormal institucional como normal cotidiano institucional, negando que ello
ocurre...
Fernando Ulloa concluye que para la remisión de esta problemática hay decisiones que
superan su nivel de análisis, pero aporta, por el lado de los grupos y de los sujetos, la
vigencia de una triple apelación, referida a:
1) darse cuenta (como recupero de la memoria y de la inteligencia);
2) correr riesgos (como recupero del cuerpo);
3) sentido ético (en tanto discriminación de lo que daña a uno y a otros).
La inclusión de estas últimas variables supone una revisión crítica de los conceptos de
“salud” y “enfermedad”, el empleo de nuevas categorías diagnósticas y de intervención
institucionales, y la ponderación de la flexibilidad y del enriquecimiento de los marcos de
referencia.
Esta modificación sugiere la utilización de una epistemología convergente, que vaya construyendo el concepto de “salud mental” como un producto social, y también como una
suerte de meta sobre la base de la cual orientarse.
La salud mental cuestiona las definiciones negativas de la salud, como “ausencia de enfermedad”, y despunta un sentido eminentemente promocional para los sujetos y las instituciones, haciendo más hincapié en los procesos que en los resultados, e inscribiéndose en
una visión sanitaria y social.
La salud mental en las instituciones consuena con la posibilidad cierta, por parte de los
sujetos que las conforman, de enfrentar activa y responsablemente las conflictivas presentes en distintos niveles. Su participación, con el pleno uso de pautas culturales propias,
permite la posibilidad de su asunción y reconocimiento.
Se plantea el enorme desafío de adecuar recursos, comportamientos y prácticas a los hasta
ahora “pasivos usuarios”, buscando compatibilizar las intervenciones técnicas con criterios
atinentes a la aceptabilidad, la accesibilidad, la equidad distributiva y el racional uso de los
recursos institucionales.
La promoción de la salud mental es entendida como el intento de organización de individuos y grupos a fin de que sean ellos mismos quienes puedan participar y hacerse cargo
de las decisiones que les son propias por derecho.
Esta cuantiosa y difícil tarea no puede ser obra de algunos técnicos y profesionales, no
puede quedar reducida a intervenciones acotadas; por el contrario, los sectores profesionales deben erigirse, dentro de sus posibilidades, como reaseguros, para generar ámbitos de
encuentro y de resolución de problemáticas.
Las posibles intervenciones sobre problemáticas institucionales reconocen como táctica y
condición indispensable, entonces, la conformación y facilitación de espacios grupales.
Los individuos, que sufren de modo “subjetivo” los sujetamientos y, en ocasiones, la violencia institucional, hallan en los grupos el “escenario” indispensable para la elaboración de
tales reacciones.
La posibilidad “cultural” de encontrarse con otros genera condiciones para la búsqueda de
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alternativas de inserción social e institucional, formas de ejercicio de la solidaridad y canales válidos de participación.
Los grupos facilitan la salida de la anomia institucional, contradiciendo activamente la
uniformidad, dado que en ellos los sujetos recuperan sus historias, capacidades, potenciali-
dades e identidades.
Las prácticas grupales permiten la integración del pensar con el sentir y con el hacer, pasando de la rivalidad a la complementación y cooperación y de la pasividad a la autonomía
creativa, que enriquece a las instituciones y a los sujetos.
La enorme fragmentación intra y extrainstitucional presente en el campo de las instituciones sanitarias resulta interpelada y cuestionada por la instrumentación de tácticas grupales
destinadas al hombre que se construye diariamente, que recupera su palabra, que se
reconoce y se siente reconocido, en una atmósfera de solidaridad...
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ABADIE, Juan Pablo: Salud mental, atención primaria y un proyecto para la salud.
FREUD, Sigmund:
Psicología de las masas y análisis del Yo, en Obras completas.
GALENDE, Emiliano: Salud mental, relatos de las Cuartas Jornadas de Atención Primaria de
la Salud, Buenos Aires.
Reforma del Estado (Mesa redonda sobre “Estado, política y políticas sociales en la Argentina de la década de los años 90”), relatos de las Cuartas Jornadas de Atención Primaria de
la Salud, Buenos Aires.
SORIANO, Ricardo; GIMÉNEZ, Luis; ORDEN, Roberto, y otros: Anteproyecto del Programa de
Salud Mental para el Area Metropolitana, año 1990.
ULLOA, Fernando: El síndrome de violentación institucional, relato de las Primeras Jornadas
de Atención Primaria de la Salud, Buenos Aires.
* Trabajo publicado en la revista “ROLES”, nº 10, de diciembre de 1992.
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