102 西語甲組篇目 5 篇 1. Federico García Lorca 2. Delmira Agustini 3. Rafael Alberti 4. Gustavo Adolfo Bécquer 5. Pablo Neruda Granada La violeta Sueño mariner Rima LXX Poema XX 1. GRANADA Federico García Lorca Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas. Una vestida de verde, otra de malva, y la otra, un corselete escocés con cintas hasta la cola. Las que van delante, garzas la que va detrás, paloma, abren por las alamedas muselinas misteriosas. ¡Ay, qué oscura está la Alhambra! ¿Adónde irán las manolas mientras sufren en la umbría el surtidor y la rosa? ¿Qué galanes las esperan? ¿Bajo qué mirto reposan? ¿Qué manos roban perfumes a sus dos flores redondas? Nadie va con ellas, nadie; dos garzas y una paloma. Pero en el mundo hay galanes que se tapan con las hojas. La catedral ha dejado bronces que la brisa toma; El Genil duerme a sus bueyes y el Dauro a sus mariposas. La noche viene cargada con sus colinas de sombra; una enseña los zapatos entre volantes de blonda; la mayor abre sus ojos y la menor los entorna. ¿Quién serán aquellas tres de alto pecho y larga cola? ¿Por qué agitan los pañuelos? ¿Adónde irán a estas horas? Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas. 2. La violeta Delmira Agustini Hay belleza en el lirio inmaculado De majestad emblema, Hay belleza en el cáliz nacarino De la blanca azucena, Hay belleza en la rosa purpurina Y en el albo reseda, Hay belleza en la nítida corola De la nívea camelia, Hay belleza en el pálido junquillo Y en la suave diamela, Hay belleza en el triste pensamiento Y no hay flor en la cual no haya belleza, Pero hay una que es flor entre las flores Con ser la más modesta, Una flor de fragancia incomparable, Delicada y pequeña, Una flor que en un lecho de esmeraldas Oculta su belleza, Una flor que un encanto misterioso En su cáliz encierra, Un encanto ideal, indefinible, Que no hay flor que contenga, Una flor para mí como ninguna, Una flor que se llama ¡la violeta! 3. Sueño del marinero Rafael Alberti Yo, marinero, en la ribera mía, posada sobre un cano y dulce río que da su brazo a un mar de Andalucía, sueño ser almirante de navío, para partir el lomo de los mares al sol ardiente y a la luna fría. ¡Oh los yelos del sur! ¡Oh las polares islas del norte! ¡Blanca primavera, desnuda y yerta sobre los glaciares, cuerpo de roca y alma de vidriera! ¡Oh estío tropical, rojo, abrasado, bajo el plumero azul de la palmera! Mi sueño, por el mar condecorado, va sobre su bajel, firme, seguro, de una verde sirena enamorado, concha del agua allá en su seno oscuro. ¡Arrójame a las ondas, marinero: -Sirenita del mar, yo te conjuro! ¡Sal de tu gruta, que adorarte quiero, sal de tu gruta, virgen sembradora, a sembrarme en el pecho tu lucero! Ya está flotando el cuerpo de la aurora en la bandeja azul del océano y la cara del cielo se colora de carmín. Deja el vidrio de tu mano disuelto en la alba urna de mi frente, alga de nácar, cantadora en vano bajo el vergel azul de la corriente. ¡Gélidos desposorios submarinos, con el ángel barquero del relente y la luna del agua por padrinos! El mar, la tierra, el aire, mi sirena, surcaré atado a los cabellos finos y verdes de tu álgida melena. Mis gallardetes blancos enarbola, ¡Oh marinero!, ante la aurora llena ¡y ruede por el mar tu caracola! 4. RIMA LXX Gustavo Adolfo Bécquer ¡Cuántas veces, al pie de las musgosas paredes que la guardan, oí la esquila que al mediar la noche a los maitines llama! ¡Cuántas veces trazó mi silueta la luna plateada, junto a la del ciprés, que de su huerto se asoma por las tapias! Cuando en sombras la iglesia se envolvía, de su ojiva calada, ¡cuántas veces temblar sobre los vidrios vi el fulgor de la lámpara! Aunque el viento en los ángulos oscuros de la torre silbara, del coro entre las voces percibía su voz vibrante y clara. En las noches de invierno, si un medroso por la desierta plaza se atrevía a cruzar, al divisarme el paso aceleraba. Y no faltó una vieja que en el torno dijese a la mañana, que de algún sacristán muerto en pecado acaso era yo el alma. A oscuras conocía los rincones del atrio y la portada; de mis pies las ortigas que allí crecen las huellas tal vez guardan. Los búhos, que espantados me seguían con sus ojos de llamas, llegaron a mirarme con el tiempo como a un buen camarada. A mi lado sin miedo los reptiles se movían a rastras; hasta los mudos santos de granito creo que me saludaban. 5. Poema XX Pablo Neruda Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.» El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido. Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, Mi alma no se contenta con haberla perdido. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.