Artículo sobre el ideal griego de belleza. Unidad 9

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La acción creadora
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Ideal griego de belleza
A. Introducción
El Hipias Mayor tiene el privilegio de ser el primer texto que versa específicamente sobre el asunto
de la belleza. En él, Platón apunta que "existe una belleza por la que todas las cosas son bellas".
Se distingue así -como recordará también Platón en La República- entre "las cosas bellas" y "lo
bello en sí". Nace la reflexión puramente especulativa acerca de la belleza y, por lo tanto, la estética
entendida en sentido moderno. Sin embargo caben dos puntualizaciones básicas: a) la posición
platónica acerca del arte no se agota en el Hipias, sino que ofrece una riqueza tal de matices que
puede llegar a originar una imagen ambigua y contradictoria; b) antes de la filosofía platónica
existía ya una reflexión acerca del arte y, sin duda, ideales de belleza, tal como se colige del
carácter "anatreptikos", es decir, refutativo y destructivo, del Hipias. Si trata de combatir alguna
teoría, debemos sobrentender que ya existían en la época de Platón ideas acerca de la belleza y
del arte. Pero podemos ir mucho más atrás…
B. Aurora de la conciencia estética en la prehistoria.
Los primeros objetos artísticos de los que guardamos recuerdo y presencia proceden del
Solutrense Medio. Son representaciones murales, tanto de animales como de figuras humanas, y
algunas tallas escultóricas de figuras femeninas.
En estas representaciones destacan dos rasgos aparentemente contrarios entre si: su
sorprendente realismo y su trasfondo mágico. Pero, en realidad, son características compatibles. El
realismo del arte rupestre nace de la imitación de los objetos que plasma, de sus movimientos, de
sus gestos, de sus actitudes, incluso de sus gritos. De la minuciosidad en la representación de
bisontes, mamuts, caballos salvajes, ciervos, cabras, toros salvajes, jabalíes, lobos y alces
deducimos una gran capacidad memorística para la copia exacta sin modelo presente, pero
también indica una mágica fascinación por los objetos pintados o tallados. En realidad, las figuras
no eran tan sólo representadas sino, al mismo tiempo y sobre todo, invocados. Se pintan los
animales deseados para "actuar" sobre ellos, para llamarlos. La pintura de esas escenas sería un
reclamo propiciatorio para una fructífera cacería y las grutas, con esas imágenes tectiformes,
lugares sagrados, santuarios.
Precisamente el realismo de las figuras cumple una función mágica. De ahí que sean las escenas
de caza las que sean objeto estético predilecto. No se pintan otras escenas naturales o sociales. La
figura humana resulta esquemática, salvo cuando tratamos otro asunto trascendental para el grupo,
aparte de su supervivencia, a saber, su reproducción. Ese sentido de "realismo mágico" se
acrecienta en las Venus prehistóricas invocando la fertilidad: "senos voluminosos, vientre
prominente, región glútea exuberante, muslos adiposos y, en cambio, brazos delgados, piernas
afilándose hacia los extremos, cabeza sin rostro y cubierta de cabello. Las partes del cuerpo que,
desde el punto de vista de la representación mágica de la fecundidad femenina, carecen de
importancia fueron pues sistemáticamente descuidadas" (R.Bayer, Historia de la estética, p. 14).
C. Estética griega anterior a Platón
Según la tradición mitológica, el arte era gobernado por Apolo, dios de la poesía y la música; y
cercanas a éste se encontraban las Musas, hijas de Zeus y de Mnemosine -según algunos autoresde Urano y Gea -según otros- o de Harmonía -según algún otro-.
Para Homero, recordando las religiones primitivas, la fuente de la belleza es la naturaleza: el mar,
las fuentes, las folres, las crines de los caballos, las partes del cuerpo humano, los países (por la
belleza de sus mujeres), los varones (por su ornamento guerrero, su fuerza, su magnanimidad), de
algunos movimientos del cuerpo (de la rodilla, del brazo en el arquero o en discóbolo, en el jinete),
del rostro (de la sonrisa, de los labios, de los ojos), del lenguaje, del canto.
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Para Homero no existe nexo entre lo bello y lo bueno (en cuanto útil). Sin duda algunas cosas útiles
son bellas y hay cosas bellas que son útiles; pero la belleza se refiere al aspecto externo y la
bondad, al interno. Homero apunta ciertas relaciones entre la belleza moral (agathós) con el bien:
en referencia a la fidelidad del pacto conyugal (Penélope) o de la amistad (Eumeo). Pero, sobre
todo, identifica lo bello con lo decente desde el punto de vista social: exigencias sociales cuyo
cumplimiento no es un mérito, pero cuya omisión es una torpeza ("escuchar a quien habla", "olvidar
al anfitrión en una fiesta". En el fondo, Homero separa claramente la belleza del acto que
permanece en el exterior de la belleza interior, específicamente moral.
Para Hesíodo el adjetivo kalós se aplica primordialmente a la mujer, la cual es un kalón kakón, un
"mal hermoso" (¡nótese la vetustez de esta opinión aún hoy demasiado extendida!). Existen varios
géneros de belleza: el color, la forma, la expresión e incluso la belleza moral. Pero la belleza
fundamental se refleja en la belleza femenina, no como objeto de atracción sexual (el desnudo de
las esculturas griegas no manifiesta "deseo", sino "verdad"). Afrodita es el modelo de belleza y
tanto ella como las Nereidas han surgido del mar. Esta asociación entre mar y mujer es inseparable
(con un matiz de peligro: recordemos el canto de las sirenas de la Odisea). Según Hogarth, la
belleza del mar nace del hecho de que la "línea de la belleza", la línea más hermosa es la línea
ondulada pues responde al movimiento natural del ojo desde el punto de vista fisiológico.
Hesíodo entrevió la compleja relación entre lo bello y el bien. Por una parte, éste se refiere a la
calidad de lo útil y por lo tanto exige un medio (un objeto) y un fin; es decir, dos elementos. La
belleza no los presupone, es un acto único, total y global. Lo bueno es mediato; lo bello, inmediato.
Pero, por otra parte, presiente confusamente la inmoralidad del gusto estético opuesto al esfuerzo
por su mera apariencia. Se apunta ya la kalokagathía de los griegos.
Aparte de esta poesía épica debemos considerar a los poetas líricos, a los que clasificaremos en
eróticos, heroicos y elegíacos.
Para los primeros, el ideal de belleza ya no está ni en Afrodita ni en Penélope sino en la "muchacha
guapa y encantadora" como reflejo de frescura física y, al mismo tiempo, de donaire espiritual. Con
la belleza física se relaciona la belleza artística, que aparece por primetra vez en la música (el arpa,
la lira, la flauta) y en las danzas. Pero sobre todo, la naturaleza se espiritualiza y se humaniza: los
paisajes son "estados de ánimo". Cuando Safo le canta a la estrella de la tarde (Venus), la belleza
de la naturaleza se subjetiviza.
Para los poetas heroicos, como Píndaro, la perspectiva se invierte. El ideal humano no es ya la
heroína, sino los héroes varones: los atletas. Es una estética del triunfo. La belleza es la victoria, el
arrojo, la gloria, el éxito ya sea de actividades físicas como intelectuales, pero siempre humanas.
Jerarquizan las cualidades humanas; por ejemplo, Simónides considera como bien primero la
salud; después. la belleza; y, por último, la bondad (la hermosa sabiduría): Al mismo tiempo afirma
que lo bello no reside en la naturaleza (el parto no es estético) sino fuera de las cosas: en la idea,
en el concepto, en el intelecto humano. Asoma así la perspectiva metafísica.
Como derivación del pesimismo de los elegíacos, los trágicos y en especial Esquilo denunciará que
el hombre es débil y se halla sometido a las necesidades humanas. Sin embargo, Sófocles
introducirá un sentimiento nuevo (la grandeza del hombre) y asociará el problema trágico de lo bello
con el problema moral. Aparece la kalokagathía, cuya encarnación es Antígona: "Nada es más
hermoso que morir por lo que se debe hacer". Electra declara: "El único consuelo es morir por lo
que se debe hacer". La belleza se abraza a la muerte, no por renuncia a la vida, sino por dignidad
moral.
Así, en los trágicos culmina el proceso iniciado por los poetas líricos: la belleza ya no se sitúa en la
naturaleza exterior, sino que se hunde en el interior moral del ser humano.
Para los pensadores presocráticos, los asuntos estéticos no fueron parte de sus preocupaciones
filosóficos salvo para los pitagóricos, quienes ofrecen una teoría con un fortísimo carácter estético.
Es en la escuela pitagórica donde se unen y se identifican estética y ciencia, en la que se conjugan
la matemática de las distancias y la música de las esferas celestes.
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Los autores presocráticos, preocupados por la búsqueda del arché (causa, fundamento, principio)
de la realidad ofrecieron distintas respuestas a esa relación entre la multiplicidad de las cosas y su
supuesta unidad básica, subyacente y originaria. Ya fuesen causas físicas (agua, apeiron, aire,
átomo), ya fuesen inmateriales (Nous, Ser Fuego) eran realidades "objetivas", esto es, referidas a
objetos.
Pitágoras indica que ese arché es el Número-Figura geométrica, esto es, la abstracción matemática
de la realidad objetiva, que da lugar a la armonía del universo, expresada en "leyes" matemáticas:
"la armonía es la unidad de la pluralidad y el acorde de lo disonante". La belleza es expresión de
ese esquema matemático-armónico-musical que encontramos en el universo y, por lo tanto, éste es
cosmos (orden). La belleza es captada placenteramente por la vista y por el oído y cumple una
función terapéutica. Ciencia, arte y mística cósmico-religiosa van entretejidas.
Estas propuestas pitagóricas tendrán amplia resonancia en la filosofía platónica: por el formalismo y
la perfección geométrica, por la teoría del alma-armonía, la cual, en Platón, adoptará la forma moral
de control y mesura de las pasiones; por la teoría de las Ideas como reflejo del esplendor de los
modelos; y, por la participación e imitación de los Números (en lenguaje platónico, Ideas) por parte
de la cosas.
Aunque no dejó nada escrito, el pensamiento de Sócrates está recogido en los diálogos de Platón,
en los que es interlocutor habitual. De otras obras de la época también se pueden extraer
conclusiones acerca del pensamiento socrático. En referencia a la estética, podemos observar en
las Economica de Jenofonte cómo se entiende el concepto de kalokagathía: "o bien un individuo
posee un valor moral... o ambos atributos (...) La belleza se asocia con el valor moral, es belleza
moral y no física" (Raymond Bayer, p.31). Lo bello y lo bueno no son idénticos, pero ambos se
refieren a lo kromenon (a lo conveniente o útil). Por lo tanto, la belleza en sí (kalón kath´autó) no
existe sin estar asociada al concepto de kromenon, de lo útil; es el kalón pros ti (lo bello a causa
de). Lo bello es tal, en cuanto es útil. Así pues el arte no se debe limitar a ser una expresión formal,
sino que debe poseer un fin. ¿Cuál? Servir de vehículo moralizador a través de la expresión de las
pasiones. Defiende una estética antiformalista y utilitaria.
D. La ambivalencia de la estética de Platón
Los distintos posicionamientos estéticos anteriores serán el caldo de cultivo sobre el que
fermentará el desarrollo de la estética platónica y será desde esa perspectiva desde la cual
podemos apreciar en su justa medida el valor que Platón le otorga a la belleza.
En el Hipias Mayor, Platón había negado que la belleza se pudiese definir como aquello que se
emplea de acuerdo a una finalidad (prepon), como aquello que es útil (kresimon), o como aquello
que produce placer a la vista o al oído. La belleza en sí está emparentada con el bien. Platón
asume el ideal de la kalokagathía de los trágicos y de Sócrates.
La posición estética de Platón es ambivalente (pero no necesariamente ambigua ni contradictoria) y
dualista, pues por una parte menosprecia y denosta las creaciones artísticas en particular; y, sin
embargo, tiene en alta consideración el ideal de belleza y en gran estima el papel moralizador que
se le debe exigir al arte en general. En todo caso, será una estética "idealista", utópica, imposible
de alcanzar (pues cabe preguntarse: ¿cómo alcanzar ese ideal de Belleza cuando toda obra
concreta no es otra cosa más que mera imitación, aparente y engañosa?).
Desde el primer punto de vista, Platón considera las representaciones pictóricas, los poemas
dramáticos y los cantos como meras imitaciones (mímesis), mera imágenes no ya de las Ideas sino
de sus copias. En consecuencia, esas creaciones son simples apariencias engañosas que
confunden el alma y la desvían de su camino de ascensión al conocimiento verdadero, a la
epistéme. No es extraño que se haya deducido que Platón infravaloraba y desprestigiaba el arte.
Pero, en realidad, Platón no niega el valor del arte en sí mismo y de la belleza; todo lo contrario:
incluso podríamos defender que la filosfía platónica es un canto a la Belleza, a lo bello en sí.
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Además, Platón defiende que las artes pueden encarnar o manifestar en distintos grados la belleza;
y en El Banquete indica cuál puede ser el único guía que puede conducir a la belleza: el amor
(Éros). El camino a la belleza obligaría a pasar de la belleza corporal a la intelectual, de ahí a la de
las instituciones, a la de las leyes, a la de las ciencias, y el último peldaño de nuestra ascensión
sería la contemplación de la belleza en sí.
También indica en el Filebo cuáles pueden ser los rasgos indicativos de la belleza, a saber, la
debida proporción entre las partes mediante un cálculo matemático: "Las cualidades de medida
(métron) y proporción (symmetron) invariablemente (...) constituyen belleza y excelencia".
En este sentido cabe apuntar la fuerte influencia pitagórica que impregna la estética platónica. En el
Filebo, aparte de la belleza como pureza, como blancura, homogeneidad, transparencia y
hermosura del alama, indica que "la medida y la proporción constituyen la belleza como virtud". En
el Timeo, partiendo de la cantidad y del número culmina en la belleza de las Formas como
schémata. Concluye además la belleza geométrica del mundo, donde vemos el cascarón del
universo y los cuatro elementos: "Mirad cómo estos cuatro cuerpos se han hecho perfectamente
bellos. No estaremos de acuerdo con nadie que piense que es posible ver alguna parte de los
cuerpos más hermosa que éstos". El orden (cosmos) regenta y da belleza al mundo no sólo natural
sino también social y es así como la belleza suprema está ligada a la verdad del recto conocimiento
de la realidad natural como al bien de la correcta ordenación del individuo y de la sociedad.
En definitiva, para Platón, Verdad (Ciencia como Matemática), Bien (Ética) y Belleza (Estética)
están en relación sistémica en ese plano de las ideas y, por lo tanto, el ideal de la kalokagathía se
refuerza con la idea de la Verdad (como ya se apuntaba en el intelectualismo moral de Sócrates).
El problema es cómo hacer real, en la Tierra y no en los Cielos, esa tríada, cómo hacer que los
seres humanos tomen la senda del Eros y de la Razón en pos de ese intelectual, moral y estético;
y, al mismo tiempo, cómo garantizar la responsabilidad social del artista con su libertad creativa,
insistiendo en que su propio bien, igual que el de cada ciudadano ha de subordinarse al bien de la
colectividad.
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