El thriller moderno y el arte

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El thriller moderno y el arte
Lavinia SIMILARU
« Universitatea din Craiova »
Hoy en día la literatura policiaca ya no tiene detractores. Ha venido conquistando el
mundo, actualmente su dominio ya no tiene fronteras, y hasta los problemas teológicos se plantean
bajo la forma de novela policiaca.
Siguiendo a Umberto Eco (“El nombre de la rosa”) y a Dan Brown (“El código da
Vinci”), en España los autores contemporáneos de novelas policiacas prefieren mezclar la trama
policiaca con informaciones de historia, arte, etc. Una novela parece a veces un tratado de pintura,
o un manual de química. Ahora se escriben novelas policiacas muy intelectuales e ingeniosas,
polifacéticas, y que suponen intertextualidades muy variadas.
Hay muchos representantes de esta nueva tendencia. Arturo Pérez-Reverte, Juan
Manuel de Prada, José Carlos Somoza, Matilde Asensi, Carlos Ruiz Zafón, Julia Navarro, Javier
Sierra e Ildefonso Falcones.
La literatura policiaca tiene, sin lugar a dudas, una historia fascinante y gloriosa. Al
principio fue despreciada, considerada literatura ligera, y digna de ser leída sólo en los trenes. A
pesar de esto, no se le puede negar la nobleza: elementos de literatura policiaca se encuentran en
Oedipo rey de Sófocles, en Zadig de Voltaire, o en Crimen y castigo de Dostoievski.
Agatha Christie (1890-1976) estuvo a la altura de tales predecesores, vendiendo dos mil
millones de ejemplares, y convirtiéndose de esta manera en el segundo autor más leído del planeta,
después de Shakespeare.
La evolución de la literatura policiaca es también deslumbrante, a partir de la novela-enigma
inglesa a la novela negra norteamericana y al neopolar francés. Se considera comúnmente que la
fecha de nacimiento de la novela policiaca sería 1841, cuando Edgar Allan Poe publicaba El doble
asesinato de la calle Morgue. Unos años más tarde, en 1887, Arthur Conan Doyle imponía a
Sherlock Holmes, protagonista de la novela Estudio en rojo. Sin embargo, la primera novela
policiaca sería The Moonstone (La piedra lunar), escrita por Wilkie Collins en 1868, novela muy
sutil y de gran profundidad psicológica, que presenta a una niña asesina, Constance Kent tiene sólo
13 años cuando mata a su hermano. Pero los italianos afirman que la primera novela policiaca es un
folletín publicado en 1853 en Italia por el napoletano Francesco Mastriani.
A finales del siglo XIX, el género empezó a tener mucho éxito, con autores como Agatha
Christie, Georges Simenon, Raymond Chandler, Rex Stout y muchos otros.
Dos décadas más tarde, la crisis impulsó la novela negra, mientras Dashiell Hammett y
Raymond Chandler dieron el giro decisivo a este tipo de literatura. La novela policiaca tuvo
también sus dificultades, ya que desvelaba de una manera muy dura todos los males de la sociedad.
En Italia, el partido Nacional fascista impidió la difusión de tales libros. Lo mismo pasó en España,
como precisa Albrecht Buschmann:
“La historia de la novela policíaca en la España moderna empieza con un muerto
importante, porque primero tuvo que morir el general Franco, y con él desaparecer su aparato de
195
censura, antes de que quedara libre el camino para una literatura de este género, asentada en suelo
propio, que se ocupara de la corrupción, de la violencia y del asesinato en el propio país.”1
Albrecht Buschmann afirma que cierta tradición policiaca existía en la narrativa española
antes de la Guerra Civil, pero se puede hablar de la literatura policiaca española sólo después de la
muerte de Franco, ya que hasta esa fecha en España no se habían publicado más que traducciones
de autores ingleses y americanos, puesto que la censura de la época no permitía hablar de violencia
y de criminalidad. Habían surgido ya las primeras novelas del género: El inocente de Mario Lacruz
(1953) y Joc brut de Manuel de Pedrolo (1965; en castellano, Juego sucio, 1972), cuyos lectores no
fueron numerosos, y sobre todo la serie de novelas, entre costumbristas y policiacas, de Francisco
García Pavón, profesor de literatura y escritor de estilo clásico, que conserva el espíritu de
Cervantes y de Quevedo. El protagonista de estos libros es Plinio, jefe de la policía municipal de
Tomelloso, una clase de detective manchego. Entre estos títulos se pueden citar Historias de Plinio
(1968), El reinado de Witiza (1968), El rapto de las Sabinas (1969), Las hermanas coloradas
(1970), Nuevas historias de Plinio (1971), Vendimiario de Plinio (1972) y Voces de Ruidera
(1974).
Pero los acontecimientos se precipitaron, imprimiendo un giro radical a la literatura
policiaca:
“Todo eso cambió a mediados de los años setenta: la libertad del discurso literario que
creció con la muerte del dictador, y con una política de industrialización a marcha forzada, sin
frenos político-sociales, ofrecieron las mejores condiciones para que floreciera una literatura
inspirada en el modelo de novela policíaca americana del tipo «hard-boiled-school»”.2
Manuel Vázquez Montalbán publicó Tatuaje en 1974, y, Eduardo Mendoza La verdad sobre
el caso Savolta en 1975. La trama policiaca se mezclaba con elementos de novela histórica, pero
esta escritura “recuperó para la literatura española el juego con géneros populares y revalorizó
concretamente la novela policíaca como género de literatura de alto nivel”3.
Durante la transición hubo un desarrollo inesperado del género, que empezó a imponerse, y
se publicaron numerosas novelas y cuentos, cuyos autores eran perfectos desconocidos, o escritores
consagrados, seducidos por la nueva moda. Rafael Conte defiende la nueva moda y trata de evaluar
su envergadura:
“La novela policial —policíaca, decíamos en mis tiempos— parece haberse adueñado tanto
de los escaparates como de la inspiración de nuestros escritores más jóvenes, o de quienes todavía
aparentan serlo sin sonrojo.
Ya no se trata de la concesión de autores más o menos consagrados —Manuel Vázquez
Montalbán—, ni de la confesión de los técnicos —Tomás Salvador—, ni de la apelación de los
realistas —Isaac Montero—, de los que sufren la literatura y la parodian —Eduardo Mendoza—, o
de las feministas —Rosa Montero, Lourdes Ortiz—, o de los escarceos de los posmodernos —Félix
Rotaeta— o simplemente de los divertimentos de los intelectuales cansados de serlo, como
Fernando Savater o Giménez-Frontín. Es todo eso a la vez y mucho más. Se trata de la moda más
potente, eficaz y sospechosa de todas las que han surgido desde que la democracia intenta serlo y la
edición busca su difícil supervivencia en este mundo posindustrial de nuestros pecados”4.
El género encontró en Argentina un ilustre defensor: Jorge Luis Borges pronunció el 16 de
junio de 1978 una conferencia en la Universidad de Belgrano, para devolver la dignidad de la
novela policiaca, heredera de la literatura clásica más noble que las demás:
1
Buschmann, A., La novela policíaca española. Cambio social reflejado en un género popular, in: Abriendo caminos.
La literatura española desde 1975, edición a cargo de Dieter Ingenschay y Hans-Jörg Neuschäfer, Editoria Lumen,
Barcelona, 1994, p. 245.
2
Idem, p. 246.
3
Ibidem.
4
Ibidem.
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“¿Qué podríamos decir como apología del género policial? Hay una que es muy evidente y
cierta: nuestra literatura tiende a lo caótico. Se tiende al verso libre porque es más fácil que el verso
regular; la verdad es que es muy difícil. Se tiende a suprimir personajes, los argumentos, todo es
muy vago. En esta época nuestra, tan caótica, hay algo que, humildemente, ha mantenido las
virtudes clásicas: el cuento policial sin principio, sin medio y sin fin. Éstos los han escrito escritores
subalternos, algunos los han escrito escritores excelentes: Dickens, Stevenson y sobre todo, Wilkie
Collins. Yo diría, para defender la novela policial, que no necesita defensa; leída con cierto desdén
ahora, está salvando el orden en una época de desorden. Esto es una prueba que debemos
agradecerle y es meritorio.”5
Hoy en día, la novela policiaca ya no tiene detractores. Ha venido conquistando el mundo,
actualmente su dominio ya no tiene fronteras, y hasta los problemas teológicos se plantean bajo la
forma de novela policiaca6…
La literatura policial española ha incluido siempre elementos costumbristas, e informaciones
históricas, pero cambió completamente a partir de 1980. Al publicar El nombre de la rosa, Umberto
Eco torció inesperadamente el rumbo de la novela policiaca de todo el planeta, después de El
nombre de la rosa, la mayoría de los autores prefieren trenzar la trama policiaca con páginas de
historia, de historia del arte, mezclar las cuestiones teológicas, la literatura, la psicología, las
matemáticas, el ajedrez, la música… Una novela parece a veces un tratado de pintura, o un manual
de química. Ahora se escriben novelas policiacas muy intelectuales e ingeniosas, polifacéticas, y
que suponen intertextualidades muy variadas.
Al lado de Umberto Eco, hay que citar como precursor de esta nueva tendencia a un autor
tildado habitualmente de “pésimo escritor”, pero a quien no se puede negar el ingenio. Provocar la
polémica que este norteamericano ha provocado requiere mucho espíritu. Su nombre es Dan Brown,
y su novela más conocida (y leída en todo el planeta) es El código Da Vinci.
Winston Manrique Sabogal7 enumera cinco escritores que “entran en el club del best seller
mundial”, gracias a los más de once millones de libros vendidos. Estos autores serían Matilde
Asensi, Carlos Ruiz Zafón, Julia Navarro, Javier Sierra e Ildefonso Falcones, creadores de “novelas
que son superventas resumidas en el thriller histórico-misterioso-cultural”, es decir de novelas
policiacas que ofrecen al lector “una pátina de cultura sobre arte, literatura, historia, geografía,
política o costumbres sociales”.
Javier Sierra pretende revelar el enigma de La última cena y confiesa: "A mí un libro me
invita a soñar, a ver con una óptica distinta algo que creía una verdad inamovible y me invita a
pensar, además de entretenerme". Añade que estas novelas cautivan a los lectores porque los
acercan al mundo de la cultura sin hacerla plúmbea o inaccesible, y hacen pensar al lector en una
dimensión que estaba reservada a las élites intelectuales8.
Los cinco escritores mencionados no son los únicos que prefieren este género. El primer
español que ha publicado este tipo de novelas policiacas es Arturo Pérez-Reverte (El maestro de
esgrima, La tabla de Flandes, La piel del tambor, La carta esférica), y en sus obras hace muchas
alusiones al arte.
La tabla de Flandes (1990) se considera comúnmente el primer thriller moderno y culto. En
esta novela, Arturo Pérez-Reverte enraíza el enigma policial en una inscripción oculta, descubierta
en un cuadro de un pintor flamenco del siglo XV. Hay informaciones técnicas sobre la restauración
de los lienzos:
“«La partida de ajedrez» […]
Estado de conservación del soporte:
No es necesario enderezado. No se observan daños por acción de insectos xilófagos.
5
Jorge Luis Borges, El cuento policial, Belgrano, 1978 (conferencia) in: Oxigen, 10 juin 2004, p. 10.
v. Dan Brown – El código da Vinci.
7
Winston Manrique Sabogal – Babelia, in El país, 2.09.2006.
8
Citado por Winston Manrique Sabogal – art. cit.
6
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Estado de conservación de película pictórica:
Buena adhesión y cohesión del conjunto estratigráfico. No hay alteraciones de color. Se
aprecian craqueladuras de edad, sin que se observen cazoletas ni escamas.
Estado de conservación de la película superficial:
No se aprecian huellas de exudación de sales ni manchas de humedad. Excesivo
oscurecimiento del barniz, debido a oxidación; la capa debe ser sustituida.”9
Y páginas de historia del arte:
“… Aunque no desdeña el bordado, la joya y el mármol del pintor de corte, Van
Huys es esencialmente burgués por el ambiente familiar de sus escenas y por su mirada positiva, a
la que nada escapa. Influido por Jan Van Eyck, pero sobre todo por su maestro Roberto Campin, a
quienes mezcla sabiamente, es la suya una tranquila mirada flamenca sobre el mundo, un análisis
sereno de la realidad[…]”10
En La tempestad de Juan Manuel de Prada (1997) hay también datos de historia del arte, la
intertextualidad con la historia del arte se anuncia desde el título: La tempestad es el cuadro de
Giorgione. Alejandro Ballesteros, el protagonista, va a Venecia para poder contemplar este cuadro,
sin saber que este viaje desatará toda una aventura:
“Había viajado a Venecia en busca de un cuadro que conocía a través de reproducciones
fotográficas y de la profusa bibliografía de los especialistas, que durante décadas o quizá siglos
habían aventurado hipótesis sobre su significado. Yo mismo había dilapidado mi juventud en la
exégesis de ese cuadro, me había abismado durante años en el enigma de sus figuras y, después de
arduas investigaciones y pesquisas, había asestado a la posteridad una especie de mamotreto o tesis
doctoral, en el que incorporaba otra interpretación más a las ya existentes.”11
J.M. de Prada no se limita a hacernos contemplar la pintura en la segunda página de su
novela; nos ofrece informaciones sobre la vida del pintor:
“Giorgione contrajo la peste, y fue abandonado por sus protectores y mecenas, los mismos
que tantas veces habían recurrido a él para que amenizara sus fiestas. Cuando supieron que había
fallecido, enviaron a sus criados al taller del artista, para que se llevaran los cuadros que le habían
encargado, pero nadie se preocupó de proporcionarle un entierro digno. Se supone que los restos de
Giorgione, confundidos con miles de restos anónimos, fueron transportados a alguna isla alejada e
incinerados allí.”12
Después de mencionar algunas interpretaciones propuestas a lo largo del tiempo, el autor
presenta una interpretación personalísima del cuadro, basada en la mitología. Giorgione habría
representado la historia de Afrodita y de Anquises:
“Una noche, mientras Anquises dormía en su choza de pastor, allá en el monte Ida, Afrodita
descendió a la tierra, disfrazada de princesa frigia, y yació con él sobre un lecho formado con pieles
de osos y leones. Cuando se separaron al amanecer, Afrodita le reveló su identidad y le hizo jurar
que guardaría en secreto el encuentro. Anquises se horrorizó al saber que había profanado la virtud
de una diosa, un desliz que estaba castigado con la muerte, e imploró el perdón de Afrodita. Ella le
aseguró que nada tendría que temer, siempre que no violase su juramento; también le predijo que su
hijo sería célebre y conmemorado por los poetas. Anquises, arrastrado por la bravuconería, no tardó
en rendirse al perjurio […] Afrodita parió al hijo que había concebido con el perjuro, lo llamó Eneas
y cumplió rigurosamente con los deberes de la lactancia, pero no quiso volver a saber nada de
Anquises: aunque el rey de los dárdanos lloró y penó, suplicando su rehabilitación, Afrodita sólo le
ofreció su desamor. […] La mujer desnuda, entonces, sería Afrodita, amamantando a Eneas; en su
actitud hay cierta indiferencia hacia el hombre que la observa, a quien ni siquiera le devuelve la
9
Pérez-Reverte, A., La tabla de Flandes, Editorial Debolsillo, Barcelona, 2004, p. 44.
Idem, p. 13.
11
Juan Manuel de Prada, La tempestad, Planeta,, 1997, p. 12.
12
Idem, p. 119.
10
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mirada […] El peregrino que la contempla con tristeza está claro que se corresponde con Anquises;
el báculo o bordón sería el símbolo de su condena. Desde el cielo, Zeus descarga su ira.”13
La novela ofrece detalles técnicos (exagerados, hay que admitirlo) sobre la falsificación de
los cuadros:
“… esa tabla y ese lienzo son auténticos. Valenzin […] se los procuraba en asaltos a
parroquias rurales; las pinturas cerecen de valor, pero el soporte le servía para, una vez retirada la
capa de óleo originaria, ensayar ahí sus falsificaciones. […] Los empapaba con una solución
alcalina, los dejaba reposar durante unos cuantos días y luego retiraba cuidadosamente la pintura ya
reblandecida con una espátula. Trabajaba sobre lienzos y tablas de la época para que no lo delatase
el carbono catorce.”14
En cuanto a Clara y la penumbra de José Carlos Somoza (2001), el thriller se convierte en
una meditación sobre el arte. Los seres humanos se vuelven “lienzos”, son “imprimados” después
“pintados”, y todo está permitido en nombre del arte. La protagonista sabe que “ser obra de arte
significaba aceptar todos los riesgos, todas las inmolaciones.”15
En este mundo aterrador y horrible, el arte es dinero, mientras las personas no importan. La
pintora Vicky Lledó confiesa: “Haría cualquier cosa por el arte […]. Cualquier cosa. Por encima del
arte no me mola nada: ni sentimientos, ni justicia, ni piedad, ni familia, ni salud, ni amor, ni
dinero… Bueno […], quizás el dinero. El dinero sí. El arte es dinero.”16 Esta definición pertenece al
“genial” creador del “hiperdramatismo” (corriente artística inventada por el autor), Bruno van
Tysch, que ha creado toda una empresa alrededor de sus cuadros humanos. Los seres humanos se
convierten en obras de arte, son vendidos y comprados por grandes cantidades de dinero. April
Wood, una joven deshumanizada que se dedica a vigilar estos cuadros humanos, lo expresa muy
claramente: “Somos lo que los demás pagan para que seamos. […] Esto fue una niña alguna vez.
Luego le pagaron para convertirla en cuadro. Los cuadros son cuadros, y la gente puede
destrozarlos con cortalienzos portátiles igual que tú destrozarías un papel en la máquina trituradora
sin preocuparte por su nivel de conciencia. Sencillamente no son personas.”17
Los cuadros humanos son tratados como “material”, dejan de ser personas, y tienen la
obligación de soportar todas las humillaciones, todo el dolor y hasta la tortura que se les impone por
el arte. La fundación sólo se preocupa para que los cuadros no sufran “desperfectos”.
A veces se producen accidentes, la novela abunda en imágenes duras: “Lije tiene la mitad
del cuerpo carbonizado y está ingresado de por vida en una clínica siquiátrica al norte de Francia
[…] Fue un accidente ocurrido durante los art-shocks de diciembre, y en Extreme ocultaron la
noticia para no dar mala impresión a los artistas y lienzos que trabajan allí. […] En uno de los
cuadros se usaban velas para derramar cera caliente de diversos colores sobre el cuerpo de Lije,
pero alguien no los manejó bien, hubo un incendio, Lije estaba atado y nadie le ayudó a escapar.”18
En otros casos, los accidentes son provocados, para conseguir “material”: “El art-shock era
un tríptico anónimo que se titulaba La danza de la muerte. Era bueno. El material manchado era de
lujo: todo un autocar de jóvenes estudiantes de ambos sexos. Ya sabe, la clásica forma de provisión
de material manchado: el autocar cae al agua, un accidente, los cadáveres no aparecen, una tragedia
nacional… Y los estudiantes, que han sido obligados a salir del vehículo previamente, son
conducidos en secreto hacia el taller del pintor. Baldi, por aquella época, tenía catorce años y estaba
pintado como una de las Muertes encargadas de sacrificar el material manchado. Cuando yo lo vi se
hallaba desollando a dos de los estudiantes, un chico y una chica, y pintándoles calaveras sobre la
carne sin piel. Los estudiantes estaban vivos aunque en muy mal estado […]”19
13
Idem, pp. 167-169.
Idem, p. 229.
15
José Carlos Somoza – Clara y la penumbra, Planeta, Barcelona, 2002, p. 33.
16
Idem, p. 100.
17
Idem, p. 159.
18
Idem, p. 429.
19
Idem, p. 432.
14
199
Clara y la penumbra revela un mundo de pesadilla, deprimente, donde la vida y los
sentimientos no valen nada, todo se debe sacrificar en nombre del arte. Póstumo Baldi es un
criminal entrenado por el “genial” pintor Bruno van Tysch para destrozar los cuadros e inmortalizar
sus imágenes.
La novela abunda en alusiones a la pintura, el autor utiliza el lenguaje típico de los pintores,
un lienzo humano es también “tensado” e “imprimado” antes de ser “pintado” con “pinceles”. El
“pintor” Van Tysch organiza una exposición de cuadros humanos que parodia las obras de
Rembrandt: en La lección de anatomía, en vez de cadáver hay sobre la mesa de disección una mujer
guapa, en La ronda nocturna, el capitán es una mujer desnuda, con la banda roja de uniforme
pintada directamente sobre su vientre, mientras de la cintura del lugarteniente cuelga una gallina,
etc.
La conclusión que se impone es la siguiente: hay que dar las gracias a Dios porque el
“hiperdramatismo” no existe. Y esperemos que nunca se lleven a la práctica las ideas (ingeniosas,
hay que admitirlo) de José Carlos Somoza.
No se puede negar la preferencia de los autores contemporáneos de novelas policiacas por el
arte. Siguiendo a Umberto Eco y a Dan Brown, los escritores españoles incluyen también en sus
obras toda una red de informaciones sobre la historia, el arte, etc.
Bibliografía:
Borges, Jorge Luis, El cuento policial, Belgrano, 1978 (conferencia) in: Oxigen, 10 juin 2004.
Buschmann, A., La novela policíaca española. Cambio social reflejado en un género popular, in:
Abriendo caminos. La literatura española desde 1975, edición a cargo de Dieter Ingenschay
y Hans-Jörg Neuschäfer, Editoria Lumen, Barcelona, 1994, pp. 245-254.
Conte, R., Policías y ladrones o el juego que quería ser real, in: El país, Libros, 5/8/1984.
Manrique Sabogal, Winston, Babelia, in El País, Libros, 02-09-2006.
Prada, Juan Manuel de, La tempestad, Editorial Planeta, Barcelona, 2000.
Pérez-Reverte, Arturo, La tabla de Flandes, Editorial Debolsillo, Barcelona, 2004.
Somoza, José Carlos, Clara y la penumbra, Editorial Planeta, Barcelona, 2001.
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