FE EN EL SISTEMA PENAL ACUSATORIO G. Augusto Arciniegas Martínez 1

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FE EN EL SISTEMA PENAL ACUSATORIO
G. Augusto Arciniegas Martínez
Exfiscal de la Unidad de Fiscalía ante la Corte Suprema de Justicia de Colombia
Profesor Universitario. Notario 9 de Bogotá
En la última década, un número importante de naciones de nuestra América
Latina, adoptaron lo que se conoce como el sistema penal acusatorio para
investigar y juzgar conductas de connotación criminal.
La historia de la humanidad, por lo menos en el mundo occidental, ha
conocido realmente tres modelos de investigación y juzgamiento de delitos.
El primer sistema fue el acusatorio, el cual tuvo sus orígenes en la antigua
Grecia como consecuencia de la democracia directa que allí se practicaba.
Ese modelo se caracterizaba porque el proceso penal realmente sólo tenía
una etapa: el juicio público y oral. Allí se enfrentaban ante un jurado
integrado por un número importante de ciudadanos, el acusador y la
defensa. Dicho sistema también fue adoptado por los romanos para la época
de su organización política como República. Sin embargo, con el nacimiento
del imperio y su expansión, empezó a decaer el modelo para implementarse,
poco a poco, características inquisitivas. Se dice que cuando muere la
República romana, con Julio Cesar y nace el Imperio, con Octavio (Augusto),
decae el sistema acusatorio y surge el inquisitivo. En la llamada Inquisición
(siglos XII a XIX), una de las páginas más vergonzosas de la historia de la
humanidad, tuvo su mayor auge el sistema inquisitivo. De esa luctuosa época
toma su nombre. El modelo de la Inquisición presumía la responsabilidad del
procesado. El fin justifica los medios, pues el hallazgo de la verdad – costara
lo que costara – se imponía. Resultaba de legítimo recibo cualquier medio
que condujera a la confesión (prueba reina) y por ello, la tortura era
inherente al sistema. Existían pruebas, jueces y testigos secretos. Los jueces
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estaban sometidos al príncipe de turno; se confundían los conceptos de
delito y de pecado. En la persona del juzgador se reunían las funciones de
acusación, defensa y decisión. Se rendía un gran culto a la escrituralidad y
para todo se hacían actas y constancias. Se afirma que el único avance (muy
importante) que trajo el modelo de la Inquisición fue introducir el concepto
de culpabilidad en la teoría del delito. Lo malo de ello era que esa
culpabilidad se presumía.
Esa fue la herencia cultural que recibimos de españoles y portugueses. Con la
Revolución Francesa y el Iluminismo, surgió el llamado sistema mixto, que
tomó características de los dos modelos para volver más “humano” el
proceso penal. Obviamente que ningún país puede pregonar que tiene un
modelo inquisitivo o acusatorio puro. Lo que se ha tenido es una mayor o
menor aproximación a esos modelos.
No obstante lo anterior, en nuestras naciones se mantuvieron, en mayor o
menor grado, los rasgos más característicos del sistema inquisitivo. Se
confundían en una misma autoridad las funciones de investigación, acusación
y juzgamiento; se continuó con el mencionado culto a la escrituralidad; se
investigaba con pruebas; el juez disponía sobre las pruebas en la
investigación y el juzgamiento; se trataba de procesos mediatos, y dispersos;
el inculpado era objeto de investigación; la detención era la regla general; la
víctima tenía un papel restringido; el objeto del proceso penal era imponer
una pena al declarado culpable; la sentencia se adoptaba con base en lo que
informara el expediente y el esfuerzo era más por instruir que por investigar.
Es más, en algunos países de la comunidad Andina fueron retomadas
instituciones del más rancio sabor inquisitivo – puramente medievales – tales
como fiscales, testigos y jueces secretos, como si la historia de la humanidad
no hubiera servido para no repetir sus más execrables y vergonzantes
errores.
La historia más reciente muestra cómo se emprendieron en nuestra América
Latina múltiples reformas en materia penal que, poco a poco, fueron
asomando el sistema procesal penal a un modelo de verdadera tendencia
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acusatoria. Por lo demás, no podía desconocerse que la incorporación al
derecho positivo de las naciones Latinoamericanas de diversos tratados e
instrumentos internacionales hacía necesaria, en forma cada vez más
apremiante, la adopción de ese modelo.
Obviamente que nuestros países no tienen un sistema procesal único e
inclusive, en las naciones federalistas, existen muchos estatutos procesales.
Sin embargo, parece que ya los modelos empiezan a tener características
esenciales que los hacen comunes: separación de funciones en lo que atañe a
la investigación y acusación con el juzgamiento; marcada tendencia a la
oralidad; pruebas en el escenario del juicio oral; intervención de un juez de
garantías constitucionales; presencia de jurados; mayor protagonismo de las
víctimas; procesos públicos; inmediación probatoria, modelos adversariales,
etc.
Los actuales momentos, con la adopción de un sistema penal de notoria
tendencia acusatoria, son de significativa esperanza para las naciones
hermanas de nuestro hemisferio. El nuevo modelo ha tenido, en todos los
países, acérrimos enemigos y, con seguridad, han sido múltiples los
problemas para su completa implementación y cabal entendimiento por
parte de todos los comprometidos.
Se parte ahora de nuevos paradigmas: la investigación se realiza sin pruebas,
pues solamente se consideran como tales, aquellas que han sido practicadas
en el juicio público y oral, ante el juez del conocimiento, con inmediación,
contradicción, concentración y con todas las garantías para los intervinientes.
La oralidad, desarrollada en audiencias, es pilar del modelo. Los roles de los
fiscales, jueces y defensores varían sustancialmente. El fiscal, a través y con el
apoyo de la policía judicial, se dedica a detectar, proteger e identificar las
evidencias o los elementos físicos de prueba y a obtener información en
relación con la conducta criminal para consolidar una teoría del caso. Los
servidores con funciones de policía judicial, bajo la dirección y coordinación
del fiscal, asumen buena parte de la responsabilidad por la investigación de
las conductas punibles, pues son ellos quienes llevan a cabo los actos
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investigativos de campo y, además, son protagonistas de primer orden en el
juicio oral como testigos. La detención no es la regla general en la
investigación y solamente puede ser dispuesta por un juez de garantías o de
control. La finalidad del proceso penal no consiste necesariamente en
imponer una pena al declarado culpable sino que el modelo busca dirimir un
conflicto generado por la violación de la ley penal y, por ello, se admiten
soluciones alternativas, que no se traducen necesariamente en cárcel.
Algunos críticos del nuevo modelo aseveran que el sistema penal acusatorio
ha sido un fracaso absoluto y aducen que la implementación del sistema no
es más que una especie de “coloniaje” de instituciones jurídicas anglosajonas
hacia las nuestras; que los recursos de nuestros Estados son insuficientes
para satisfacer la demanda que exige un sistema acusatorio; que nuestro
ancestral modo de ser, de sentir y de pensar no es compatible con la
oralidad, en fin.
No creemos en ese coloniaje jurídico, pues, como quedó visto, el sistema
acusatorio no es de origen anglosajón sino griego, lo cual implica una mayor
aproximación a nuestros más lejanos ancestros latinos. Y si los ingleses
adoptaron el modelo griego, lo desarrollaron y consolidaron como un buen
sistema – heredado luego a los norteamericanos - pues mérito del modelo y
bienvenidos sus logros. Es más, nuestros antepasados indígenas tenían
modelos de derecho procesal penal que más se acercaban a lo acusatorio
que a lo inquisitivo. Ahora, si tuvimos un sistema mixto con tendencia
inquisitiva durante 500 años, que dramáticamente fracasó, ¿no será acaso
prematuro descalificar un nuevo modelo que apenas lleva 2 o 5 o a lo mucho
10 años en su proceso de implementación?
Es cierto que las oficinas de jueces, fiscales y servidores con funciones de
policía judicial están colapsadas y que se hace necesario tomar serias
medidas para evitar esa situación que también preexistía con el anterior
sistema. Sin duda alguna se hace necesario implementar una nueva cultura
del sistema, cuestión que sólo se logrará desde las Universidades y con
mucha paciencia.
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En una eterna dicotomía se ha movido el derecho penal: eficientismo –
garantismo. Se dice que cuando los modelos son eficientes el procesado es
despojado de sus garantías y que cuando éste es rodeado de garantías el
modelo deja de ser eficiente. Nadie discute que el nuevo modelo puede y
debe ser mejorado en muchos aspectos, pero tenemos la firme convicción de
que, con seguridad, y en aras del equilibrio que debe existir en esa dicotomía,
será más eficaz y más eficiente en la lucha contra todas las manifestaciones
criminales pero, a su vez, otorgará más garantías para los procesados y para
las víctimas. Tengámosle paciencia y pongámosle fe. Mucha fe.
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