Vivir es decir. Reflexiones sobre un discurso JOSÉ MANUEL BLECUA * E n estos días, que se cumplen cuarenta años del discurso de ingreso del maestro en la Real Academia Española, en el que leyó un texto titulado La realidad histórica y social del uso lingüístico, creo que es necesario recordar sus ideas básicas, extraordinariamente actuales y llenas de auténtica profundidad de pensamiento. Parte Julián Marías en su discurso de la visión del decir (y del decirse) como “un ingrediente constitutivo y necesario de la vida humana, y por eso, por ser necesario, es universal [...] El decir es, pues, una determinación cuyo lugar se encuentra en la teoría universal o analítica de la ‘vida’ en el sentido que tiene esta palabra cuando la aplicamos a la vida humana”. El carácter interpretativo de la vida en su pensamiento recuerda a la concepción clásica de la y pitagórica como imagen certera de la vida humana: avanzamos por el eje de la letra en el camino de la vida y van apareciendo necesidades de elección, que corresponden a los brazos del grafema; con palabras de Marías: “sólo puedo vivir mi vida interpretándola como tal vida, eligiéndola proyectivamente como tal.” Por lo tanto, no nos movemos sólo entre realidades presentes, sino también entre irrealidades, “vivir —se lee en el discurso— consiste en tratar, tanto como con lo que está ahí, con lo que no está, sino, a lo sumo, estará: con el futuro imaginativamente anticipado. Ahora bien, esto no puede hacerse más que de una manera dicente: vivir es decir, por lo pronto y por lo menos decirse a sí mismo.” El mundo humano es un mundo lingüístico, sometido a las distintas circunstancias, en el sentido orteguiano, de otros hablantes, del yo frente al tú (no olvidemos que Marías fue excelente traductor de Bühler y que la Teoría del lenguaje del sabio vienés se apoyaba, entre otras cosas, en la estructura de los pronombres personales como ejes). Conecta con la escuela filologica española al comprender la lengua como algo real, y por ello radicado en la realidad total de la vida humana: “no hay propiamente ‘historia de la lengua’ —como no hay historia de las ideas— porque ni las formas lingüísticas ni las ideas vienen de sus semejantes, sino de * Lingüista. Catedrático Emérito de la Univesidad de Barcelona la realidad humana íntegra, uno de cuyos ingredientes son las ideas o los fenómenos lingüísticos”. De acuerdo con su título, el eje temático del discurso se basa en las consideraciones sobre el uso, concepto tan querido por la gramática y por la retórica clásicas, estudiado desde la perspectiva actual. La primacia teórica del uso lleva necesariamente al privilegio de lo descriptivo frente a lo prescriptivo como misiones del lingüista y de la RAE: “A la vieja concepción normativa de la lengua ha venido a suceder poco a poco una visión de ella predominantemente descriptiva. No se trata tanto de decir cómo deben ser las cosas como de conocer y precisar cómo son. La ‘norma’, lo ‘correcto’ van dejando su puesto al uso”. La contraposición entre ‘norma’ y ‘uso’ —advierte Marías— no es tan evidente como parece; porque el uso es normativo en alguna medida. “Los usos, realidades sociales, son vigencias”, de acuerdo con el concepto orteguiano, “que ejercen presión sobre nosotros y nos obligan a ajustar nuestra conducta a ellas o bien a resistirlas, a discrepar”. Estas consideraciones de Marías sobre el uso se extienden en la meditación sobre los problemas de su dominio. Se pregunta el académico: “¿Es comparabIe el uso de llamar ‘pan’, ‘vino’, ‘tierra’, ‘cuerpo’, ‘amor’, con el de llamar ‘carabina’ a una señora que solía acompañar a algunas muchachas?” Pregunta muy similar, incluso con los ejemplos de ‘pan, vino, tierra’, a la tradición clásica que distinguía entre palabras propias (‘pan’), aseguradas por el uso inveterado y general, y palabras impropias (como ‘carabina’). El uso lingüístico, algo extraordinariamente complejo, posee una auténtica dimensión social, en cuyo análisis utiliza Marías la teoría y el método de su obra La estructura social, que le permite investigar una estructura social concreta. Como ya se ha indicado, la historia íntegra y general preside su concepción, ya que “la realidad actual de la lengua —en cualquier momento— es inseparable de su historia, porque si los elementos o ‘datos’ que la componen están ‘dados’, sus conexiones no lo están. Y la razón de ello es que cada uno de esos elementos es un resultado o, todavía mejor, una resultante de fuerzas que actúan, las cuales vienen de un pretérito y avanzan hacia un futuro. [...] La realidad de todo lo social está intrínsecamente constituida por la presencia del pasado y el futuro, es decir, por la historia”. Al aplicar estos conceptos diacrónicos al análisis de los procesos lingüísticos, advierte Marías que la lengua, por su carácter histórico, “es esencialmente inestable e innovadora, está hecha de futurición. Se trata de un sistema de fuerzas, presiones, tensiones, orientadas en cierta dirección: un sistema vectorial, cuya imagen podría ser la flecha. Por eso, en la medida en que la lengua es estable, no se trata de inmovilidad, sino de pasajera estabilización de tensiones operantes. Si algo no cambia no es que sea invariable, sino que dura, que resiste y conserva su figura mediante su propio dinamismo, como la mantiene el ser vivo, a fuerza de movimiento e interna variación”. Esta visión tan actual y tan importante de la lengua como un conjunto inestable, pleno de tensiones, necesariamente enlaza con la prioridad de establecer una descripción de las características que producen las tensiones y la inestabilidad , mientras la prescripción queda relegada a las posiciones que le corresponden de acuerdo con estos principios teóricos. Como ya se ha observado, la aplicación del concepto orteguiano de vigencia, sobre todo de vigencia lingüística, ejercida socialmente, permite aclarar cómo este carácter social de prestigio es el que origina la autoridad de la RAE: “Si la Academia puede en alguna medida legislar legítimamente en cuestiones de lenguaje, no es por la voluntad individual ni corporativa de los que la componen, sino por la creencia social vigente de que la Academia tiene autoridad”, creencia social compartida por España y por los países americanos de habla española. Las vigencias pueden tener un carácter dialectal, de registro, de profesión, de generaciones, de usos lingüísticos de otras épocas... “La lengua se presenta —en el diccionario, en la gramática— como una realidad actual, presente; pero si está compuesta como hemos visto de usos que integran el gran uso total que es ella misma, éstos datan de cierto tiempo; dicho con otras palabras, las vigencias lingüísticas están en distintas fases”. Meditación sobre un emblema. Creo que las reflexiones que Marías escribió en su discurso académico acerca del emblema académico y de su leyenda ‘Limpia, fija y da esplendor’ sintetizan con gran claridad las ideas centrales de su pensamiento en materia lingüística. Nuestro filósofo ve el concepto de ‘limpiar’ de manera muy cercana a la de los académicos fundadores en el siglo XVIII: “ ‘Limpiar’ —escribe— no quiere decir forzosamente desechar, eliminar, proscribir, vedar. Significa más bien depurar, distinguir, aclarar.” Se trata de añadir matices al concepto general de uso (en resumen, la vigencia del uso en dialectos, registros, usos literarios, creaciones, innovaciones...), se trata de situar cada elemento lingüístico en el lugar exacto que le corresponde en una descripción clara y científica. El segundo concepto, ‘fijar’, se apoya en el razonamiento siguiente: “La lengua es uso, y el uso exige fijeza; si no, no lo es; sólo sobre el suelo del uso lingüístico es posible la acción creadora, libre, original, innovadora del decir.” Finalmente, el ‘esplendor’; el esplendor procede y se encuentra en el estilo del escritor. “El estilo es programático, querido y buscado, y el hombre se solidariza con él, se «elige» en él, lo cual corrobora, y en ocasiones modifica, su temple. Pues bien, sólo así, desde un estilo, es posible cumplir la función capital de la lengua: la interpretación de la realidad y su comunicación. El esplendor es necesario para la plenitud de la lengua, porque se trata de presentar las innumerables facetas de la realidad, sus múltiples escorzos, posibilidades, virtualidades, haciéndolos brillar al sol. Esta es, por otra parte, la función de descubrimiento que corresponde a la verdad entendida con alétheia.” El análisis de un mundo lingüístico en el que el hablante emplea su lengua para construir su propio futuro “imaginativamente imaginado”, en una historia compartida en convivencia con otros sujetos hablantes. El uso lingüístico como concepto básico de la comunicación lleva a los estudios descriptivos en los que se pone de relieve la inestabilidad y las tensiones que aparecen en cada estado de lengua. El análisis de Marías de la leyenda académica que acompaña al crisol permite actualizar los valores de limpiar, fijar y dar esplendor y contemplar en su espejo la labor cuidada del maestro tanto en el análisis de la lengua como en su esmerado cultivo. Como escribió certeramente Lapesa: “La preocupación de Marías por el lenguaje se manifiesta en la práctica y en la teoría. Como escritor es extremado artista de la palabra; posee esa «calidad de página» que tanto estima en otros. Su prosa es pulcra, tersa y eficaz; rigurosa de concepto, sugestiva para la imaginación, con sobrias y hondas resonancias para el sentimiento. La expresión, muy elaborada sin perder fluidez, afila constantemente los biseles significativos de las palabras en giros personales que las repristinan”.