Homilía en la primera profesión de frailes dominicos. Convento San

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“Que su entrega glorifique tu nombre
y contribuya a la redención de las almas”
(Ritual)
Homilía en la primera profesión religiosa de
Fr. Martín Montesano OP, Fr. Alejandro García OP, Fr. Nicolás Pedraza OP
Mar del Plata, Convento San Martín de Porres, 24 de febrero de 2013
Querido Padre Pablo Sicouly, Prior provincial de la Provincia Argentina de San
Agustín; querido Padre Mariano Liébana, Prior de este convento;
Queridos Fr. Martín Montesano, Fr. Alejandro García, Fr. Nicolás Pedraza, que hoy
hacen su primera profesión religiosa; queridos frailes dominicos, sacerdotes,
diáconos y fieles:
En este segundo domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta el misterio de la
Transfiguración del Señor en la montaña, según el relato de San Lucas. Este
acontecimiento tiene lugar unos ocho días después del primer anuncio de su pasión (Lc
9,22). Jesús ha hablado con claridad sobre su destino y también sobre la necesidad de
que sus seguidores aprendan a llevar su cruz cada día (Lc 9,23-26).
Ahora ha subido al monte para orar, acompañado por Pedro, Santiago y Juan, los
mismos que serán testigos de su agonía en el huerto de Getsemaní. Y mientras oraba, su
rostro y sus vestiduras comienzan a irradiar gloria y esplendor. Por unos instantes
fugaces, la gloria que su humanidad tendrá en forma permanente después de su
resurrección, se deja traslucir en ese rostro bien familiar para ellos. El mismo de antes
aparece en condiciones nuevas.
Jesús está flanqueado por Moisés y por Elías, símbolo de la Ley y los Profetas, que
vienen a atestiguar que en Cristo las enseñanzas de las Escrituras alcanzan su
cumplimiento y encuentran su plenitud. De hecho, ellos hablaban del misterio pascual, o
más literalmente “de la partida (o éxodo) de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén” (Lc
9,31). Con acierto el Prefacio de la Misa afirma: “Él mismo después de anunciar su
muerte a sus discípulos, les reveló el esplendor de su gloria en la montaña santa, para
mostrar con el testimonio de la Ley y los Profetas, que por la pasión, debía llegar a la
gloria de la resurrección”.
De los apóstoles se dice que despiertan del sueño que tenían y están llenos de
fascinación y temor. La nube que los cubre es un símbolo de la presencia divina y del
Espíritu Santo. La voz del Padre es la clave principal del relato: “Este es mi Hijo, el
Elegido, escúchenlo” (Lc 9,35). Detrás de estas breves palabras resuenan antiguas
profecías. Tanto aquí como en el bautismo en el Jordán, se alude a Jesús como el
Servidor misterioso anunciado por Isaías (Is 42,1), y el nuevo y definitivo Moisés de los
últimos tiempos, anunciado en el Deuteronomio, a quien es preciso escuchar (Dt
18,15.18).
Antes de emprender el último viaje a Jerusalén, la voz del Padre vuelve a dar
testimonio a favor de Jesús, declarándolo su Hijo. Es a Él a quien hay que escuchar
siempre. Su desconcertante camino de obediencia pasa por la cruz y conduce al
encuentro de la vida verdadera. Él es el verdadero Moisés del nuevo éxodo.
Ante una comunidad de frailes dominicos, me es grato ahora recordar la enseñanza
profunda del mayor maestro de la Orden y “doctor común” de toda la Iglesia. En su
tratado sobre Cristo, en la Suma teológica, Santo Tomás de Aquino comenta el misterio
de la Transfiguración de este modo: “Para que alguien se mantenga en el recto camino
hace falta que conozca previamente, aunque sea de modo imperfecto, el término de su
andar (…). Y esto es tanto más necesario, cuanto más difícil y arduo es el camino y
fatigoso el viaje, y alegre en cambio el final” ( ST III,45,1).
Queridos Martín, Alejandro y Nicolás, el misterio de la Transfiguración del Señor,
ilumina este día singular para sus vidas, en que se disponen a hacer la primera profesión
religiosa dentro de la Orden fundada por Santo Domingo. La Exhortación apostólica
Vita consecrata, del beato papa Juan Pablo II, contiene afirmaciones que me complazco
en citar con extensión: “En el Evangelio son muchas las palabras y gestos de Cristo que
iluminan el sentido de esta especial vocación. Sin embargo, para captar con una visión
de conjunto sus rasgos esenciales, ayuda singularmente contemplar el rostro radiante de
Cristo en el misterio de la Transfiguración. A este «icono» se refiere toda una antigua
tradición espiritual, cuando relaciona la vida contemplativa con la oración de Jesús «en
el monte». Además, a ella pueden referirse, en cierto modo, las mismas dimensiones
«activas» de la vida consagrada, ya que la Transfiguración no es sólo revelación de la
gloria de Cristo, sino también preparación para afrontar la cruz” (VC 14).
Dentro de instantes, al pronunciar libremente sus votos de castidad, obediencia y
pobreza, ustedes están anunciando que el Maestro los llama a una intimidad mayor con
Él. Proclaman con sus vidas que Jesús los fascina y con la luz y la fuerza de su Espíritu
los capacita para imitarlo más estrechamente y asociarlos en la forma de vida mediante
la cual Él quiso salvar este mundo.
Durante su vida de consagrados, Jesús los hará “subir al monte” con él, para
envolverlos en la nube, haciéndoles sentir la intimidad de su amistad y rodearlos del
esplendor de la vida trinitaria. Pero deben saber que el Maestro también los llama a
“bajar del monte”, al encuentro de la vida cotidiana, donde deben proseguir por el
mismo camino de Cristo, que es el camino de la cruz y del amor obediente.
Jesús los llama a proclamar con sus vidas la felicidad cristiana. Pocos son llamados
a vivir la radicalidad evangélica que implican los votos de castidad, pobreza y
obediencia. Todos los cristianos, sin embargo, están llamados a participar en forma
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espiritual del misterio de esponsalidad con Cristo vivido por ustedes mediante el voto de
castidad perfecta. A todos llama Cristo para un desprendimiento espiritual respecto de
cualquier bien de este mundo, pero ustedes habrán de vivirlo en la forma de una Orden
que se denomina “mendicante”. Y en cuanto al voto de obediencia, recuerden que es el
eje conductor de la vida de Cristo, y que ustedes deberán vivir mostrando una gran
agilidad de espíritu ante cualquier expresión de la voluntad del legítimo superior.
Este programa de vida será imposible de sobrellevar si ustedes no tienen los ojos del
alma transfigurados por la fe. En este Año de la Fe, es bueno recordar que la fe es una
luz que transfigura la realidad cotidiana. Las mismas cosas de siempre son captadas en
su sentido verdadero y profundo, a la luz de la eternidad.
En este mundo tantas veces triste aporten alegría. Sean como Santo Domingo a
quien reconocen como padre, y “cuyo porte exterior, siempre gozoso y afable, revelaba
la placidez y armonía de su espíritu” (Libellus de principiis Ordinis Praedicatorum).
Las tendencias naturales al tener, al poder y al placer, han quedado desordenadas y
desfiguradas por el pecado del hombre, y más de una vez constituyen su trampa.
Transfiguren su sentido y enseñen a otros donde está la verdadera riqueza, la verdadera
libertad y la fuente de toda fecundidad. Imiten a Jesucristo “quien siendo rico, por
nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Cor 8,9). Imítenlo también
en su soberana libertad, que en Él era consecuencia de su obediencia plena: “Mi
alimento es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34).
Y tengan la seguridad de que el celibato no es esterilidad, sino fuente de gran
fecundidad, pues como enseña el Señor: “hay algunos que decidieron no casarse a causa
del Reino de los Cielos” (Mt 19,12).
Vivan siempre de estas paradojas del cristianismo, que los convierten en signos
proféticos en el mundo: la pobreza los hace ricos, la obediencia les da la libertad, la
castidad los vuelve fecundos. Amen a la Iglesia y edifíquenla cada día con su conducta.
Recen siempre por sus combates y necesidades.
A la Virgen gloriosa, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario,
encomiendo el camino espiritual de ustedes, pidiendo a Dios que se haga plena realidad
en sus vidas la oración contenida en el Pontifical: “Dios de bondad (…) que su entrega
glorifique tu nombre y contribuya a la redención de las almas” (Ritual).
+ ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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