homilia sagrada familia... - Arzobispado de Corrientes

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Homilía en la Misa por la Familia y la Vida
Corrientes, 28 de diciembre de 2014
El lema: Jesús, María y José, esplendor del verdadero amor, que los
organizadores de esta celebración –que ya es tradicional entre nosotros y que coincide
con la fiesta litúrgica de La Sagrada Familia de Jesús, María y José–, coloca en el centro
de la escena el tema de la Familia y la Vida. En efecto, todos los años nos reunimos en
esta fecha para rezar y reflexionar sobre esa realidad maravillosa que es la familia y la
vida. El lema nos invita a concentrar nuestra atención en el esplendor del verdadero
amor que irradia la familia de Jesús, María y José. La Santa Familia de Nazaret, como la
llama el Papa Francisco en esa hermosa oración que él compuso para orar por el
Sínodo de la Familia.
En los primeros versos de esa oración encontramos la frase que nos acompaña
como lema para esta jornada. El texto empieza así: “Jesús, María y José, en ustedes
contemplamos el esplendor del verdadero amor”. El verdadero amor es espléndido.
¿Qué quiere decir la palabra “espléndido”? Espléndido significa bello, brillante,
resplandeciente como la luz que se expande. Por consiguiente, el verdadero amor es
abierto, generoso y desprendido. Lo contrario de espléndido sería feo, mezquino,
sombrío, lo cual inmediatamente cae fuera del verdadero amor. ¿Dónde
contemplamos realizado el esplendor del verdadero amor? ¿Cuál podría ser el modelo
del verdadero amor que ofreciera garantías suficientes para ser imitado? En un mundo
donde prevalece el criterio del ‘vale todo’ con la irónica advertencia del ‘cuidáte’, la
respuesta a esas preguntas no es tan obvia. Por eso es muy importante que nos
detengamos en el modelo, a través del cual resplandece el verdadero amor.
Ese modelo es la familia y el autor de ese modelo es Dios mismo. Él lo fue
delineando, por así decir, desde la creación. La primera lectura, del libro del Génesis,
nos muestra cómo Dios actúa en la historia de Abraham y Sara. Ante todo, los
reconoce y valora por lo que son y fueron creados: varón y mujer. Con ellos establece
una alianza de amor, de fidelidad y les promete la mayor bendición para una pareja:
una descendencia numerosa y, además, les asegura su protección: “Yo soy un escudo
para ti”; y les anuncia un futuro prometedor: “Tu recompensa será muy grande”. ¿Cuál
fue la respuesta de Abraham? El texto es muy sobrio y preciso: “Abraham creyó en el
Señor y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación”. Luego, la lectura de la
Carta a los Hebreos, hace referencia a la dura prueba a la que fue sometido Abraham
cuando Dios le pide el sacrificio de su hijo Isaac. Abraham no dudó en ningún instante,
porque “pensaba que Dios tenía poder, aun para resucitar a los muertos. Por eso
recuperó a su hijo, y esto fue como un símbolo”, concluye la mencionada carta.
La familia y el origen de la vida proceden de Dios y se hacen carne en la historia
de los hombres. Con la intervención directa de Dios en la vida de Abraham y su
compromiso fiel con la historia del pueblo de Israel, la vida de los hombres ya no
puede pensarse al margen de esa intervención. Cualquier intento por desviarla o de
negar esa intervención, compromete la verdad y el esplendor del verdadero amor.
Esplendor que fue sellado definitivamente en la encarnación del Hijo de Dios, nacido
de las entrañas de la Virgen María, por eso Jesús es resplandeciente en su divinidad y
entrañable en su humanidad. El Evangelio nos invita a contemplar algunos aspectos de
la vida cotidiana de María y José con el Niño, cumpliendo con las obligaciones
religiosas y sociales de su tiempo. Es profundamente conmovedor contemplar el
itinerario humilde y sencillo que realizó la Santa Familia de Nazaret durante la mayor
parte su vida, luego del azaroso pero relativamente breve período que pasó en el
destierro de Egipto. En Nazaret –escuchamos en el texto– “El niño iba creciendo y se
fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él”.
La Santa Familia de Nazaret habla hoy a la familia cristiana y a las diversas
realidades familiares por las que atraviesan en este tiempo el matrimonio y la familia.
El Sínodo sobre la familia, más allá de los debates sobre algunos temas específicos, nos
invita a recuperar la verdad y belleza de la familia y, al mismo tiempo, la misericordia
para con las familias heridas y frágiles. Por ello, la Iglesia mira con íntimo gozo y
profunda consolación –leemos en el texto de preparación al próximo Sínodo– a las
familias que permanecen fieles a las enseñanzas del Evangelio. Gracias a ellas se hace
creíble la belleza del matrimonio indisoluble y fiel para siempre. En esto la Santa
Familia de Nazaret es el modelo admirable.
Por otra parte, la Iglesia, maestra segura y madre atenta, desea identificarse
con la mirada misericordiosa de Jesús para acompañar con atención y cuidado a sus
hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo
confianza y esperanza, conscientes de que el amor misericordioso, al igual que atrae y
une, transforma y eleva. Invita a la conversión. Así entendemos la enseñanza del
Señor, que no condena a la mujer adúltera, pero le pide que no peque más. Se trata de
aprender a acoger y acompañar con paciencia y delicadeza las situaciones de tantas
personas que no viven en el espíritu del matrimonio cristiano. Para ello, es muy
importante el testimonio atractivo de las auténticas familias cristianas. Aprovecho para
agradecer el acompañamiento y la asistencia pastoral que realizan en nuestra
arquidiócesis varios movimientos y asociaciones, coordinados por el Equipo de
Pastoral familiar.
Volviendo al modelo de la Santa Familia de Nazaret, prestemos atención a la
pedagogía que nos brinda el calendario litúrgico en el tiempo de Navidad: la primera
fiesta que nos presenta, luego de celebrar el nacimiento de Jesús, es precisamente la
familia de Jesús, María y José. Con el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, se
abre un nuevo capítulo en la historia universal del hombre y de la mujer, y ese nuevo
inicio ocurre en una familia. Con Jesús, Dios se hace cercano y asume nuestra
condición humana haciéndonos sus hijos y renovando de raíz los vínculos familiares,
empezando por valorar la verdad y la belleza de la complementariedad entre el
hombre y la mujer, la estabilidad, la fidelidad y el amor fecundo, que responden a los
deseos más profundos del corazón humano.
En el discurso a los participantes en el coloquio internacional sobre la
complementariedad del hombre y la mujer, el Papa Francisco advirtió sobre la falsedad
de calificar con conceptos ideológicos y hablar de familia conservadora o familia
progresista: la familia es familia, sentenció. Y más adelante añadió: Vivimos en una
cultura de lo provisional, en la que cada vez más personas renuncian al matrimonio
como compromiso público. Esta revolución en las costumbres y en la moral ha
ondeado con frecuencia la «bandera de la libertad», pero en realidad ha traído
devastación espiritual y material a innumerables seres humanos, especialmente a los
más vulnerables. Es cada vez más evidente que la decadencia de la cultura del
matrimonio está asociada a un aumento de pobreza y a una serie de numerosos otros
problemas sociales que azotan de forma desproporcionada a las mujeres, los niños y
los ancianos. Y son siempre ellos quienes sufren más en esta crisis.
En medio de esta realidad, marcada por luces y sombras, como hace dos mil
años, también la Navidad es el sí de Dios al hombre y, en la persona de Jesús, es el
comienzo de lo nuevo. Allí resplandece el esplendor del verdadero amor. Por eso,
mirando el pesebre en esta Navidad, renovemos el mandamiento del amor aplicándolo
sobre todo a los vínculos familiares. Navidad, iluminada por la Santa Familia de Jesús,
María y José, es perdón y amor entre los esposos; es abrirse generosamente al don de
la vida y dar espacio y atención a los hijos; es hacerse cargo con amor de los ancianos;
es dar testimonio convencido y valiente de los beneficios que el matrimonio y la
familia puede dar a los hijos, a los esposos y a la misma sociedad.
Antes de concluir, comparto con ustedes un bellísimo párrafo de la alocución
que brindó el beato Pablo VI en su visita a Nazaret en el año 1964. La primer lección
que nos deja el ejemplo de Nazaret, dijo el Papa, “Es el silencio. Cómo desearíamos
que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e
indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos
por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada
vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad,
enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina
de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una vida de
formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración
personal que sólo Dios ve”. ¡Cuánta sabiduría y actualidad tienen esas palabras del
Papa!
Y para finalizar, hagamos nuestra la oración que nos regalan unos antiguos
versos de un himno anónimo: Concede, Padre, Señor, una mesa y un hogar, amor para
trabajar, padres a quienes querer y una sonrisa que dar. Amén.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes
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