Num130 016

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Las películas,
atentas a los
cambios en la
sociedad
CINE
MARY G.
SANTA EULALÍA
E
ste otoño 2003 despliega una panorámica rica en diversidad
cinematográfica: emociones,
tentaciones, críticas y debates,
un poco de rememoraciones
literarias y biográficas y mucho
acercamiento a la realidad
circundante. Veamos:
La otra dimensión de Icíar
Bollaín
Icíar Bollaín llamó poderosamente la atención del
público y de los medios de
información en el último
festival celebrado en San
Sebastián. También del Jurado,
que concedió a Laia Marull el
premio
a
la
mejor
interpretación femenina, por su
adecuación al personaje de
Pilar, y a Luis Tosar, el de
mejor interpretación masculina,
por el de Antonio, su marido,
en la película Te doy mis ojos,
de cuyo guión es coautora, con
Alicia
Luna,
la
propia
directora. En una propuesta de
argumento más concentrado e
intenso que el de Flores de
otro mundo, su anterior obra,
Bollaín profundiza, en una di-
mensión feminista, aumentando las matizaciones y la
perspicacia, sobre el tema del
maltrato a las mujeres. A las
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contradictorio que parezca,
declaran querer de veras.
Bollaín, con la sin duda
competente contribución de
Luna, respecto a este grave
problema social, expone un
caso en el que indaga muchas
cosas: motivos principales,
razones íntimas, brusquedad
desinjustificada, y deja en el
aire las dudas, sin respuestas.
¿Qué oscuro impulso origina
esos accesos de furia, de irritación, de ira destemplada, tan
generalizados, que se cuajan en
una bofetada, en un puñetazo
mortal o en otros excesos
mortificadores? Parte de esos
complejos
interrogantes
planteados
surgen
contemplando una muestra de
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se someten a sesiones de terapia con ayuda de un
psicólogo, sin entender lo que
les enfrenta a sus respectivas
cónyuges.
Víctimas
ellos
mismos de una educación
equivocada, de inseguridad,
miedo, frustraciones y, sobre
todo, de incomprensión hacia
la mujer; a la que necesitan,
pero con la que no saben cómo
proceder. Todo ello está puesto
de
manifiesto
en
la,
intermitentemente, tormentosa
convivencia de Pilar y Antonio
y en los comparativos matrimonios de su madre, modelo
de sumisión, esclavizada por
un esposo tiránico, y de su
hermana, que no acata el
sometimiento usual ni los
compromisos
ancestrales
mantenidos por la presión
machista de la sociedad.
Bollaín hace recorrer a su
protagonista, en un crescendo
gradual
perfectamente
dosificado, las fases que
atraviesa una mujer desde el
enamoramiento, que paraliza
sus defensas ante un energú-
meno propenso a desahogar sus
disgustos golpeándola, pasando
por la creencia en una
conversión y modificación del
carácter del sujeto, para
finalizar en la total pérdida de
esperanzas y cese de su
capacidad de confianza y amor.
Con
la
insuperable
colaboración de Luis Tosar, el
engranaje encaja como no se
puede pedir mejor. Caracteres
bien dibujados, hasta para los
actores secundarios: Rosa
María Sardá, Candela Peña,
Kiti Mánver. Diálogos sin
desperdicio. El resto, certero:
la fotografía de Carles Gusí, la
música de Alberto Iglesias y
los lugares de Toledo, aprovechados del modo que su
importancia arquitectónica y
ambiental merecen. Te doy mis
ojos conduce a la reflexión
mucho más que entretiene y
revela la inestabilidad de las
relaciones hombre-mujer, que
quizá date del primer encuentro
de Adan con Eva, en la noche
de los tiempos. Nos hace
percatarnos de una situación
que, según Ortega, no es
conocerla, sino darse cuenta de
que se presenta ante nuestros
ojos. Atengámonos a su comentario sobre lo femenino y
lo masculino, publicado en El
Sol, en 1917. Afirma que hay
etapas en la historia de la
humanidad en que la mujer
carece de papel y no interviene
en lo que sería vida de primera
clase. Entendámonos, afirma
Ortega: en todas las épocas se
ha deseado a la mujer, pero no
en todas se la ha estimado. La
actual debe corresponder a un
bache de mínimo aprecio por lo
femenino.
Una
cuestión
importante por analizar es si
existe un instinto de integridad
de lo masculino, excluyente de
lo femenino, tan hondo, como
lo expresa, entre otros, la teóloga italiana Adriana Zarri, en
su libro Impazienzia di Adamo,
que quizá cause perturbación
en el varón, en confrontación
con una compañera. ¿Puede
provocar ese sentimiento la
violencia que tan frecuentemente se desata contra el ser
más débil, hasta en parejas
bienavenidas?
Valor para la
independencia
Otra mirada, con dimensión
femenina también, viene de las
Américas. Con más y mejores
perspectivas de lo que aparenta
su carácter de comedia de formato modesto, se nos brinda en
Las mujeres de verdad tienen
curvas. Que nadie se asuste.
Esta titulación parte de una
verdad incontestable y lleva
una dirección muy diferente de
lo que, maliciosamente, se
pudiera suponer. Encabeza el
primer largometraje de Patricia
Cardoso
una
arqueóloga
colombiana, establecida en
Estados
Unidos,
donde
adquirió los conocimientos
cinematográficos que no se
podían cursar en su país natal.
Aderezada con especias de
sabor agridulce, esta película, a
pie de vecindario de tercera
clase,
sincera,
sencilla,
entrañable y realista, somete a
un concienzudo examen, mitad
crítico y mitad humorístico, al
círculo familiar, laboral, sentimental, ambiental y de
proyección hacia el futuro, de
una joven inmigrante en USA.
El repaso resulta aleccionador,
impecable, como de la
especialista que lo ejecuta.
Parte de su encanto nace del
latido optimista que le inyecta
la realizadora, apoyada, con
seguridad, en sus propias
vivencias y en el guión de
George La Voo y Josefina
López, sobre un libro de esta
última. Después de contemplar
cómo el cerco de las
costumbres y rituales pretéritos
se estrecha en torno suyo, Ana
(América Ferrera, portentosa),
la heroína, que ve a punto de
naufragar una aspiración noble,
posible
y
ardientemente
deseada, siente un aliento de
liberación abrirse paso entre las
ataduras emocionales y raciales
—propuesta
de
sacrificio
inútil— y echa mano de todo
su valor para desafiar lo
desconocido. El mensaje tiene
mucho en común con otras
cintas programadas en estas
últimas
temporadas,
por
ejemplo, Quiero ser como
Beckham,
enfocadas
directamente al corazón de
familias conservadoras de
identidades étnicas, como la
indicada.
Las
tradiciones
locales y de parientes influyen
mucho en la formación de la
conciencia femenina y las
madres, precisamente, como en
estas películas se observa,
ejercen coacciones de todo tipo
sobre su prole, para que prosigan en su misma línea. Sin
embargo, sus descendientes ya
razonan antes de hacerlo.
Una Carmen más
CINE
Carmen, basada estrictamente,
según se insiste, en la novela
de Próspero Merimée, más que
en la ópera de Bizet, inspirada
en aquélla y generadora después de multitud de versiones,
adolece de una linealidad
cansina que procuran aliviar las
ambientaciones de época,
costumbristas y coloristas, el
vestuario folklórico y las masas
de multitudes en movimiento
que constituyen el marco del
drama. El progreso de la acción
se interrumpe muy pronto; la
tensión decrece y lo que se
exhibe en la pantalla se torna
series de estampas vistosas, en
grandes proporciones, acopladas sin pena ni gloria para la
trama, propiciando la aparición
de una sensación de tedio que
quieren
romper,
intermitentemente, secuencias
de la actriz protagonista, Paz
Vega,
desvistiéndose
en
distintas poses y circunstancias
como Carmen, esta joven que
ya ha conseguido éxitos como
protagonista en Solo mía y
Lucía y el sexo, por ejemplo,
dista de ser un ejemplar de
hembra al que corresponda la
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Leonardo Sbaraglia recrea al
militar degradado con facciones y mirada melancólicas,
más como un romántico que
como un hombre con nervios
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cegado por los celos, aunque
sea ésta la clasificación en la
que le encasillan el novelista
francés antes citado y el
cineasta
español,
Vicente
Aranda. Sus momentos más
emotivos coinciden con las
secuencias más imprevisibles,
aquellas que recogen sus
breves instantes de arrepentimiento, de pena y de piedad.
Del Carmelo a la televisión
A Teresa,Teresa, no cabe más
que considerarla como una
aportación insólita del más que
original director español Rafael
Gordon. Un artesano serio,
eficaz, esmerado y en perpetuo
estado de rebeldía, empeñado
en navegar en solitario y en
nadar contra corriente. Aquí,
suma osadía e ingenio para
asombrar al público con
efectos de magia actual, gracias
a los procesos tecnológicos de
última generación, facilitados
por la fotografía. Traslada al
siglo XXI, en alas del
fenómeno de la realidad
virtual, a la mística abulense
Teresa de Jesús. Audacia que
se puede permitir y salir
indemne del trance en virtud de
una rigurosa labor, producto de
un largo periodo de ensayos,
tan exacta y perfilada como si
la ofreciese en el escenario de
un teatro, y gracias, por otra
parte,
a
la
carismática
presencia de Isabel Ordaz, que
bate records en la especialidad
del
monologuismo.
Ya
conocemos otro alarde suyo del
mismo cuño, similar en
competencia y magnitud, el de
La Reina Isabel, en persona.
Un premio Goya no sería nada
exagerado
para
rendir
homenaje a sus facultades
excepcionales y cómo las
emplea. Secunda a esta
singular artista Asumpta Serna,
convocada para una misión
que cumple notablemente: dar
testimonio de otra edad, la
presente, y contraponer su
apariencia
displicente,
su
superficialidad laica, su vestir
de diseño exagerado, su artificialidad y su profesión sofisticada a la ascética Teresa,
envuelta en hábitos toscos, a su
palabra
poética,
simple,
auténtica y sensible. Se
advierte el combate, que es
esencialmente visual, pero no
traumático. Lo que queda sin
dilucidar es de quién es la
victoria.
Entre realidad y ficción
Gerardo Herrero, manejando
un plantel de actores de
reconocida pericia, Harvey
Keitel
(Robards), Saffron
Burrows (Muriel), Eduard
Fernández (Galíndez), como
los elementos básicos del
reparto, y otros tanto o más
importantes,
en
pasajes
complementarios,
como
Reynaldo Miravalles (don
Angelito), intenta, en El
misterio Galíndez, recuperar
los restos de la peripecia vital
de un vasco, vinculado a la
política del PNV. Jesús de
Galíndez, exiliado al término
de la guerra civil española, en
1939, residió varios años en
Santo Domingo y en EEUU.
Respecto a él, entre otros rumores y especulaciones, circuló
la de que fue secuestrado,
torturado y muerto por orden
del
dictador
dominicano
Trujillo. Nunca se pudo probar,
porque jamás se halló su cadáver ni se explicó oficialmente
su desaparición. En pos de esa
etapa postrera de Galíndez, una
estudiante
estadounidense,
encargada de escribir una tesis
doctoral sobre el mismo, sigue
sus pasos desde Madrid, País
Vasco, Santo Domingo, hasta
sentirse implicada moralmente
en averiguar la verdad. Apura
las gestiones, que cada vez se
vuelven más intrincadas, por sí
sola, en un propósito ingenuo
de descubrir lo oculto. Lo de
menos, en el propósito del
director, parece que sea trazar
un retrato fidedigno del individuo, de su personalidad, de su
activismo o de aclarar lo que le
ocurrió. En cambio, su método
de exponer ambigüedad y
peligro,
crear
incógnitas
inquietantes, cumple el fin de
hacer una película de género
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unas imágenes sugestivas, de
lugares extraños, de gentes de
dudosa
catadura,
manipuladoras y en posesión
de las claves del secreto. La
corriente de poder y control,
que emana incesantemente de
Keitel, es una de las más
importantes bazas del film, y se
transmite hasta el último
fotograma, marcando, de a un
lado, el lote de los seres
siniestros o amedrentados y,
del otro, abandonada a su
suerte, a la inocente investigadora universitaria. Un
equipo de expertos entre
guionistas y demás técnicos
han convertido la novela de
Manuel Vázquez Montalbán en
un interesante film de misterio
político.
Teatro callejero
Decidido a probar nuevos
nutrientes argumentales y
asumiendo conscientemente la
actualidad, Achero Mañas, el
aplaudido director de El Bola,
plasma la temeraria disposición
de un grupo de jóvenes actores
españoles a ejercer su pro-
CINE
fesión gratis y en la calle en
Noviembre. Tras largas y
apasionadas discusiones, hecha
la apuesta, esos jóvenes
estuvieron muy activos hacia
finales del siglo pasado, en los
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apuntado ya, un dinamismo
dramático absolutamente libre
y sin techo, cortinas ni
candilejas, sin que los actores
recibieran
recompensa
económica por su entusiasmo
ni su labor ni su dedicación.
Óscar Jaenada (Alfredo) carga
con la mayor responsabilidad
del plan en la cinta, y lo lleva a
cabo con esplendidez. Obra al
descubierto, por tanto, especial
y difícil, tiene visos de
documental, porque carece de
los ingredientes o encuadres
que, de ordinario, acotan,
ponen
márgenes
a
las
narraciones
filmadas
o
interpretadas en un escenario
preciso. El espectador, aquí,
por el contrario, ve ante sí un
conjunto difuso de seres en un
universo ilimitado (un parque,
una avenida), pues participan
en la operación actores y
peatones, como público y
extras inesperados. Tiene que
concentrarse para distinguir a
los unos de los otros. Y las
reacciones de los viandantes, a
veces, contribuyen a acentuar
la escena cómica o irónica y se
hacen cómplices del juego del
engaño de los artistas. El
proyecto dura cierto tiempo,
pero surgen las disensiones, algunos componentes del grupo
se retiran, pero no sin antes
asaltar el Teatro Real, para que
también en esa institución se
remueva el aire, se sacuda el
inmovilismo, se rasgue el telón
y se interrumpa burlescamente
el primer acto de una solemne
función de ópera con trajes de
etiqueta.
División de opiniones
La pelota vasca. La piel contra
la piedra de Julio Médem, está
firmemente construida por, al
menos, dos capas de materiales
documentales interpuestas. Una
articula un lote de secuencias
protagonizadas por setenta
personalidades, de distintas
ideologías,
que
voluntariamente exponen su
pensamiento ante la cámara.
Las manifestaciones versan
sobre la crucial situación
política del País Vasco. El tono
conseguido, en todos los casos,
resalta por la concisión,
aparente
neutralidad
y
distanciamiento con que se manifiestan. La otra capa, que
emerge de cuando en cuando
entre los rostros parlantes, y da
un respiro al candente tema de
la violencia y del terrorismo,
exhibe imágenes de exaltación
deportiva: del juego de frontón
o demostraciones de fuerza,
como arrastre de piedras, corte
de leña con hacha y
modalidades afines, de antiquísimas raíces. Julio Médem,
por nacido en tierra vasca, debe
sentirse afectado en esta encrucijada de intimidación y de
agresividad que desgarran y angustian a una mayoría de población local y de toda España.
El director pretendió la
participación de representantes
de todos los partidos, pero el
PP y el Foro de Ermua
rehusaron contribuir con su
presencia a esta alianza,
lamentablemente,
sólo
cinematográfica. Se supone a
Julio Médem sana intención,
pero no cuadran los datos de
que dispone. La obra, aun con
la ecuanimidad, la serenidad y
la reserva de que han hecho
gala todos los invitados a esta
filmación, sobre todo y más
sorprendentemente, los que son
víctimas
—mutilados
o
viudas— de agresiones, es un
documento en el que se trata de
conjugar lo imposible. Por
ejemplo, jamás se podrán
comparar penas con penas y
sufrimientos con sufrimientos y
hay una dificultad insalvable
para que florezca un diálogo
cuando, de una parte, únicamente se escucha a las armas.
Pintor sin pinceles
Jackson Pollock, se llamaba
uno de los pintores más
sobresalientes del colectivo de
los abstractos de Estados
Unidos. De acuerdo con esta
biografía fílmica, que le ha
compuesto un devoto admirador, el actor Ed Harris
padeció severas tribulaciones
hasta ganarse el pan y el
respeto público con sus obras.
Su renuncia al figurativismo y
la búsqueda de nuevos
caminos, le puso en una
situación tal de inseguridad,
que le arrastró a dudar de su
misma condición de creador.
Tachado de farsante, objeto de
burlas, no fue comprendido
durante un largo período, ni
por los críticos ni por los
aficionados,
en
general.
Particularmente independiente,
logró destacar entre los
seguidores de la escuela
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acción), quienes valoraban la
intervención del azar en su
trabajo. Se le atribuyen deudas
con los surrealistas y con Orozco y Picasso. En la película,
Harris, que aprendió a pintar
para encarnar su personaje,
presta mucha atención a la
demostración de su técnica.
Ésta consistía en dejar gotear la
pintura sobre el lienzo,
extendido en el suelo, por lo
cual no manejaba pinceles, sino
palos, trapos o las propias
manos o, sin nada, volcando
directamente la pintura desde
el bote al lienzo. Su combate
por imponerse en el mercado
del arte, le hizo pasar de
ilusiones
a
desencantos,
dedicándose a cubrir lienzos
con
ansiedad,
hasta
conseguirlo. Aun así, no tenía
la certidumbre de su talento
creativo. Su azarosa vida atrajo
al actor Ed Harris, quien no
sólo ha rendido homenaje a su
memoria, en Pollock, sino que
ha rodado su primera película
para cumplir este sueño. Además se reservo la interpretación
de su figura para relatar su
vida, como la de otros genios,
vulnerable, fácil presa de
excesos con bebida y mujeres.
Aunque a una, Lee Krasner
(Marcia Gay Garden, que
aprueba con nota, en este
cometido), con quien estuvo
casado, le debió, posiblemente,
alcanzar el triunfo, pues estuvo
a su lado, como tutora y benéfica influencia, durante los
años más difíciles. Pintora,
ella, también, tomó sobre sus
hombros la tarea de estimularle
y sostenerle en sus decaimientos y sus borracheras. Buena
interpretación la de Harris, en
la personalidad de un pintor,
Pollock, que vaciando a
chorros la pintura sobre sus
cuadros, encontró un estilo,
una nueva ruta para el arte y la
fama.
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