200 AÑOS DEL ARTE DE DENIGRAR Por Miguel Bravo Tedin En tiempos de la Independencia En un viejo diccionario castellano de 1786 se definía a la palabra denigrar como “la acción de deshonrar, infamar, quitar la reputación” y eso es justamente lo que hicieron muchos de nuestros abuelos en tiempos de la independencia como si esos años agitados y críticos hubieran promovido una alegre y cruel actividad en sus lenguas. Poco o nada se respetó. Ni próceres ni autoridades ni curas ni militares ni nada de nada todo fue sometido a la denigración. Pocos se salvaron de eso contados con los dedos de la mano. San Martín fue uno de ellos, Belgrano, Dorrego pero casi de manera absoluta quien fue victima de este curioso arte fue don Bernardino Rivadavia. El primero que lo denigró fue Mariano Moreno cuando decía: “A la verdad señores (decía Moreno hablando en un tribunal), ¿cuándo se inició este repentino comerciante en la carrera del comercio; cuál fue su giro, cuales sus conocimientos, cuáles los fondos o actos mercantiles por donde se haya hecho conocer en esta ciudad?¿Es acaso presumible que una gruesa y complicada negociación se encomendase a la administración de un joven que no conoce las calidades de los efectos, que no distingue la Bretaña de Francia de la de Hamburgo, que ignora los precios, que es incapaz de comparar los valores, y carece de los conocimientos facultativos que exigen practica y principios, que él no ha tenido? ¿Acaso la calidad de comerciante será el vil precio del que tenga bastante impavidez para aparentarla, sin haberla merecido? Sírvase Vuestra Señoría fijar la vista sobre la conducta pública de este joven: ya sostiene un estudio abierto, sin ser letrado, ya usurpa el aire de los sabios, sin haber frecuentado las aulas; unas veces aparece de regidor que ha de durar pocos momentos; otras se presenta como comerciante acaudalado, de vastas negociaciones que ni entiende, ni tiene fondos suficientes para sostener; y todos estos papeles son triste efecto de la tenacidad con que afecta ser grande en todas las carreras, cuando en ninguna de ellas ha dado el primer paso”. Y además fue el padre Castañeda famoso por sus furores contra muchos que lo calificó a don Bernardino como “Sapo del diluvio” que conociendo su aspecto personal y su enorme y gigantesca barriga no estuvo del todo mal el calificativo. En general los epítetos se distribuían con asombrosa generosidad. Decía Vicente Fidel López en su curiosa y verborráfica historia “Uno de los accidentes más chocantes y dolorosos que presentó el movimiento social durante el periodo presidencial, fue el desenfreno grosero y deslenguado de la prensa por uno y otro lado. Las diatribas personales de los diarios oficiales y de los diarios de oposición corrían como un raudal de inmundicias, de apodos, de injurias y calumnias por en medio de la vida privada y pública. Lo de bígamo, polichinela y cuantas otras difamaciones puede contener un código criminal era de regla, y no se excusaba el dictado de “ladrón de la Tesorería y del erario nacional” a personas conocidas designándolas con nombres y señales, y refiriéndose a documentos y archivos donde estaba la comprobación de los hechos. Lastimoso en alto grado es tener que tocarlo aún así por encima como lo hacemos; y eso mismo lo excusaríamos, su no fuesen los actos de venganza que en el subir y bajar de los partidos, cobraron con sangre inocente las ofensas personales que habían recibido de los mismo a quienes les habían prodigado. Pero conviene a la verdad de los hechos y el veredicto moral de la historia, dejar consignado este punto de partida para la justa explicación de atentados posteriores”. Cómo sería de notorio este ejercicio de las lenguas de esos tiempos que a pesar de los días críticos con rumores de una gigantesca invasión española al Río de la Plata, de complots de todo tipo de traiciones y espionajes “la prensa periódica se había echado de bruces en la licencia y en el escándalo; los unos para minar, los otros para sostener este orden de cosas. Diariamente estaban expuestos en la picota de la vergüenza pública los nombres más visibles de la sociedad. Si había alguno que tenia la debilidad de teñir sus canas por vanidad, o la desgracia de padecer enfermedades ocultas, allá iba al viento de la publicidad, a la burla de las familias y de las escuelas con el apodo de don Hemorroides Untos, de don Magnifico Emplastos, de don Oxides, del Beato Alano, del Campanillero, del Mudo de los Patricios, de Polichinelo. De la otra parte se les contestaba al uno con el cargo de ladrón publico en todas sus letras, arrojado y encausado por haber metido la mano en la tesorería del Estado; al otro con el de bígamo; con el don Lingotes, y así con gran profusión de denuestos e injurias impresas, que me excuso de acentuar”. Pero no era solamente denigrar a individuos concretos era algo democráticamente distribuido. Y así comentaba chismoso el historiador López “Todos los incidentes del hogar, los dolores y el pudor de las familias, las debilidades de la vida privada, las pasiones particulares, las crónicas escandalosas, los deslices de todo género, tenían su tablado público de exhibición en veinte papeluchos sarcásticos, chocarreros, guarangos, sin nada que fuese siquiera chistoso o espiritual: El diablo Rosado, el Hijo del Diablo Rosado, el Nieto, el Abuelo, el Bastardo, el Granizo, la Atalaya, el Tribuno, la Verdad sin rodeos, que desnudos de propósitos confesables con honradez, sin formas, sin estilo, sin filosofía en la critica social como la que supieron hacer los folletistas de la escuela clásica francesa o inglesa, un Junius, un Paul Luis u otros, tiraban solo a injuriar, a demoler, a viciar los sentimientos comunes del trato urbano y del respeto social que es de derecho común para todos. En vano eran la ley de imprenta y el jurado. La burla era allí más hirviente y más agresiva en el tribunal. Se burlaban las represiones, y se marchaba a velas desplegadas a la guerra civil. El gobierno, que se consideraba fuerte por el apoyo de las clases medias y plebeyas, se mantenía moderado en el terreno administrativa y político; pero sus adherentes subalternos, autorizados o no, terciaban en el indecoroso pugilato de la palabra impresa. A esto se seguían, como era natural, conflictos particulares: riñas en las calles; pitoletazos en los cafés, juicios de imprenta, prisiones por escándalos, por desacatos; y por fin, una violación de todos los respetos y conveniencias sociales, en cuyo debate tomaban parte, con pasiones airadas, las damas, los hombres y las mujeres de las calles; los viejos, los muchachos de las escuelas, y hasta los sirvientes convertidos todos en entidades políticas o rebeldes, según el caso, contra los amos, los maestros y los rectores. Los padres de familia, sus esposas, y hasta sus hijas menores no soltaban de la mano, no apartaban de la conversación el periódico favorito, con una información lamentable en todas sus alegorías, reticencias, apodos, indirectas, símbolos y sentido secreto de cada lance o de las costumbres de los aludidos. Perturbada la razón por la pasión política, estaban muy lejos de pensar que los unos y los otros habían de tener que reconciliarse comiendo muy pronto el pan desabrido de la expatriación, o perdiendo la vida con heroísmo ya en los campos de batalla, ya en el suelo sangriento de las ejecuciones capitales, de las hogueras y de los degüellos. Era aquella una sociedad que tenia mucho todavía de aldea; y bien se sabe lo que son las pasiones y las rencillas en las aldeas donde los adversarios y “los incompatibles” se encuentran y se raspan codo con codo a cada instante”. Era una guerra entre pasquines no se perdonaba a nadie y además hasta algunos de estos impresentables periodistas echaban a andar su inspiración poética y dale que te pongo contra, entre otros don Bernardino que por lo que vemos y como vestía y se comportaba era bastante ridículo y fácil victima de la denigración “El señor Rivadavia vestía correctamente y con esmero. La casaca redonda y el espadín del traje de etiqueta oficial que de diario llevaba cuando ejercía algún puesto público el calzón tomado con hebillas y la media de seda negra, ponían en evidencia la escasísima armonía de la figura, sin que él lo tomara en cuenta, porque vestía con más arreglo a su decoro que a su persona. Y en cuanto a los curas fue motivo de muchas denigraciones el asesinato del padre provincial de San Francisco Fray N. Muñoz, del fraile catamarqueño Camargo acusado del crimen de responsable de otros muchos escándalos y del fraile Florencio Rodríguez, conocido con el apodo “Lima sorda”, gran perdulario, borracho y dado a todos los vicios. Y esto que era voz pública fue una de las tantas causas para la reforma religiosa del “sapo del diluvio”. Otro al que se lo criticaba era el canónigo Gorriti, jujeño de mucha capacidad discursiva y respetado por sus antecedentes familiares y virtudes pero como era un clérigo gigantesco, frente pequeño, nariz aplastada y aspecto bastante repugnante también fue victima de la diatriba. Sarmiento humorista y denigrador Ya en tiempos de la República constituida el que cultivó con más esmero el arte de la denigración fue, sin duda, Domingo Faustino Sarmiento, quien antes, durante y después de su presidencia fue un maestro en el arte de denigrar a quien se le pusiera al frente o no simplemente porque lo divertía mucho hacerlo. Luis Alberto Murray, en “Pro y contra de Sarmiento”, rescata algunas citas que más bien se anotan en “el arte de injuriar”, pero que también podemos poner como ejemplo de humor acido, maligno o algo parecido. Sobre el dignísimo Miguel Navarro Viola: “A la lista de perros que nos han ladrado desde España, Chile y Buenos Aires, ha olvidado usted el más pulguiento, el más falso y sarnoso: Miguel Navarro Viola”. Al combativo publicista entrerriano Evaristo Carriego, abuelo del poeta de Palermo, le dedica esta saludable zafaduría: “Cagarriego hizo ayer su primera deposición en la prensa”. Sobre un tal Agustín Cabeza, “es cola y muy sucia”. Y más adelante, Murray recuerda: “Mientras sus contemporáneos leían a Moratín y se entusiasmaban con Quintana, Sarmiento escribía malas palabras como podía hacerlo un clásico. No le tentaba la elegancia cajetillista ni la otra elegancia llorona. El pensaba: “La… que los…”. Y escribía: “La puta que los parió”, porque nunca en su vida dio rodeos para nada”. Su nieto Belin Sarmiento reunió cientos de anécdotas graciosas de su abuelo. Veamos algunas: “Un clérigo español entre otros, un padre Reta, en un sermón sobre San Ramón, se excedió hasta declarar que Sarmiento tenía cola como todos los masones, agentes de Lucifer. Un día el Gobernador lo encontró a mano y lo interpeló, invitándole a que tocara donde se imaginaba que llevaba enroscada la cola. Venga padre, y toque, cerciórese bien y después predique su nuevo Evangelio”. Sarmiento fue quizás uno de los pocos hombres públicos argentinos que cultivó en toda su vida el humor, exagerado, frenético de todas las características y sobre ésto, escribía: “No, exclamaba, la risa contiene más enseñanza que la nieve (aludiendo al dicho de Emerson). El buen reír educa y forma el gusto. Jove reía. Los grandes maestros son inmortalmente risueños. Riamos nosotros, que el buen reír es humano y humaniza la contienda”. “Cuando la inteligencia sonríe, hay gloria en las alturas y paz en la tierra para los hombres”. De todos los próceres u hombres destacados de nuestra historia Sarmiento es sin duda el único que durante toda su vida practicó e hizo del humor, sarcástico, violento, negro y de todos los colores una suerte de mística militante. Alguien que quizá le podría hacer temblar dicho cetro es Eduardo Wilde que supo escribir interesantes páginas de humor y que hizo de una desgracia personal como fueron los cuernos que le puso el general Roca una suerte de juego cínico o chacotón. Cumpliendo así con uno de los postulados básicos del humorista o del que hace de esto una práctica cotidiana: el burlarse de uno mismo. Sarmiento es casi el único en el panorama de la política de nuestro país que hizo del humor y la denigración del prójimo algo así como su ADN. Cientos son las anécdotas, las crónicas jocosas, las tomaduras de pelo de este inagotable Sarmiento. Siempre creí que además de ser un excepcional hombre de cultura a Sarmiento hay que considerarlo, además, un gran humorista. Pero el sanjuanino no es sino una muestra de una época particularmente rica en el tema de la denigración especialmente en periódicos y revistas de humor que hacia la segunda mitad del siglo XIX abundaron en Buenos Aires como “El Mosquito”, “Don Quijote” y muchas más de las que trae abundante registro la “Historia del humor gráfico y escrito de Argentina de Siulnas”. En Córdoba “La Carcajada” fue una revista humorística que se encargó sistemáticamente de denigrar a los gobiernos del Autonomismo nacional. El unicato tal como se lo definía al régimen político de la época por ser uno solo quien mandaba se lo modificaba como el uñicato haciendo referencia a lo mucho que metían las uñas los políticos de ese entonces en el erario público, algo que podría prolongarse hasta nuestros tiempos. Ignacio Anzoategui el denigrador ponzoñoso En su libro “Vidas de muertos” se dedica con mucha mala leche a denigrar no sé si a todos o gran parte de los escritores del siglo XIX y a algunos del XX. A nadie perdona, a todos los trata como basura y, aunque en parte tenía razón no por ello deja de calificar como un autentico denigrador. De José Mármol el autor de “Amalia” dice “no sabía siquiera versificar. Sus recursos eran pobres, como era pobre su poesía. Estaba convencido de que la exaltación patriótica bastaba para justificar cualquier cosa: no sabia que la exaltación es la madre de todas las importunidades. Le gustaban las rimas gigantescas porque podía hacerlas rodar desde la punta de los versos y la gente se espantaba con aquellos ruidos”. De su famosa novela expresó “es, sin duda, la obra que ha hecho mayor mal a nuestra literatura. Sin ella nos hubiéramos librado de la novela romántica y tal vez hubiéramos podido empezar por los romances”. Y siguió con su veneno: “En lugar de describir la vida, Mármol se puso a describir alcobas. Eso podrá interesarle a los tapiceros, pero a mi no me interesa. La vida no tiene nada que ver con las colgaduras de las ventanas ni con los zapatos bordados que usan las mujeres para bajarse de la cama. Y es precisamente en esta especialidad donde el novelista alcanza el grado más alto de la cursilería romántica”. Sobre Esteban Echeverría escribió: “Se crió entre guitarristas y malevos, pero ni siquiera supo quedarse con ellos. Ellos hacían patria y él se puso a hacer romanticismo. Les aprendió los pecados, pero no les aprendió el carácter. Anduvo enredado en varias aventuras y después le dio por arrepentirse, de puro convencional”. Habla despectivamente de lo poco o nada que aprendió en Europa “en 1838 imprimió sus Rimas. Lo único interesante de ellas es el poema La Cautiva, porque a menudo se lo ha querido destacar como representativo de una nueva literatura. Es una descripción floja de la pampa y un relato más o menos literario de lo que eran los malones. No se ve la pampa muchos menos se ve la indiada. Se sienten brisas de jardín –porque es una pampa con pasto inglés– y se adivinan apenas las sombras de los indios. El paisaje está hecho con bambalinas, y la tragedia no alcanza siquiera a la categoría de mamarracho: es bastante inferior a eso”. Y terminaba el ponzoñoso diciendo: “Echeverría no sabía nada de arte. Parecía un analfabeto o un charlatán. Ricardo Rojas ha escrito sobre Esteban Echeverria esta frase misteriosa: “Echeverría es un gran poeta, cuya poesía es incorrecta y pobre”. Después se quedó envidiablemente tranquilo”. De Carlos Guido y Spano se ensañó sobre él y sus antepasados. Y escribió: “Su hogar era el hogar porteño que andaba mal de dinero y andaba bien de antepasados. Allí estaba el recuerdo de las antiguas grandezas y allí también el codearse con las otras familias copetudas de estancias y de fama. Allí aprendió él a pensar cómo pensaban las familias. De ahí que su éxito como poeta sea todavía hoy un éxito de señoras. A medida que pasaban los años, el nombre de Carlos Guido había ido agrandándose. El aficionado de los primeros versos se encontraría de pronto con que la sociedad de su tiempo le había asignado una profesión altamente decorativa: la profesión de poeta. Al principio debió de asustarse un poco, pero después se consolaría pensando que aquella era una de las formas más lindas de la haraganería. Porque Carlos Guido era un haragán perfecto”. Y como no podía ser de otra manera, siguió diciendo: “Carlos Guido merecía indiscutiblemente el titulo de poeta nacional: era el gran poeta de circunstancias. Ninguno como él era capaz de escribir en tantos álbumes como tenían las muchachas de aquel tiempo, ni de mandar a las amistades de su casa tantos versos como antes se mandaban postres de familia a familia”. Y dale que te pongo no dejó pasar a Olegario Víctor Andrade del que con mucho veneno lo trató de petiso, gordo, quebracho retacón diciendo de él además “Toda su vida fue el capataz machazo de la poesía. Había nacido en una tierra dura, donde los árboles se prenden al suelo como muelas. Tierra de caudillos que se alzaban en armas y se largaban al campo con su chiripá rotoso y su camiseta de músculos. Caudillos envalentonados por su misma rudeza, que sabían lagrimear de coraje cuando el heroísmo las embarullaba el matorral del pecho corriendo contra el viento. Hombres para quienes el mayor elogio era un ¡ahijuna! Largado a la cara”. Y siguió definiéndolo “En 1857 dejo sus estudios y se largó a la vida de poeta y editorialista. Ninguna de las dos ramas de la elocuencia le debe nada. Tenía una pobre imaginación que de vez en cuando le pegaba trompadas en el cráneo y él creía que aquello se llamaba inspiración. No sabía que eran las cosas de su tierra que se le habían subido a la cabeza, porque él la tenía a la altura del corazón de los otros. Eso le sirvió para escribir editoriales. Era un editorialista forzudo. Nunca se preocupó de convencer a nadie, sino de entusiasmar. Pensaba sacando pecho, porque se le ocurría así que podría caber más aire. Ahuecaba la voz para que sus frases tuvieran ecos de grutas, y desataba palabras como su fuera un Dios que descargara nubarrones. Todo su secreto consistía en hacer metáforas con las fuerzas de la naturaleza, y para eso las dotaba de una personalidad de gente. Ahí empieza y ahí termina Andrade”. Y como algo de veneno le quedaba resumió la obra oficial de Andrade diciendo: “comprende veintiocho composiciones en verso. Arranca en 1855 y llega hasta 1881. Fue publicada por el Gobierno Nacional, previa ley del Congreso que lo autorizaba a gastar hasta diez y seis mil pesos en la compra de los originales. El volumen mide veintiún centímetros siete milímetros de largo por quince centímetros de ancho y un centímetro ocho milímetros de espesor. Lo preside un retrato del autor grabado por R. Soucup, donde la barba ostenta una prodigiosa resignación de cola de vaca rizada con tijera”. De Evaristo Carriego, al que también maltrató duramente Sarmiento decía: “Mientras el padre armaba barullos con la política, el hijo atorranteaba con la literatura. Pudo ser un cafisho de la poesía, pero era demasiado sentimental y le tenía respeto a la vida. Por eso se preocupaba tanto de la muerte. Vivió sus días entre malevos, y el coraje bruto de los otros se hizo en él cursilería. Estuvo cerca de la realidad del hembraje, y prefirió la zoncera de la costurerita que dio aquel mal paso. Es que la vida de su ciudad le quedaba grande y entonces acomodó su ciudad a su propia vida. Se amuebló su calle con árboles románticos y le puso un organito y una muchacha pobre que tosía como un perro. Detrás llegaba el último tango y la calle entera se encanallaba de tristeza pecadora. Desde el zaguán de su casa el poeta miraba pasar su mundo. Evaristo Carriego no fue un poeta sino un enfermo. El le puso enfermedad a su calle para que estuviera más a tono. Por eso su calle no le debe nada”. De Almafuerte nuestro denigrador comentaba: “Se parecía a Sarmiento, pero no tenia jeta de mulato. Pensaba como un negro gordo. Usaba unos anteojos de cura que le hacían cara de apostata. Toda la ilusión de su vida fue subirse alto para gritar. Los hombres que se insolentan con Dios no saben lo que hacen. Dios, que nos conoce a todos desde el principio, los obliga a nacer imbéciles. Fue un sentimental y por eso se le creyó religioso. Tuvo una vida pero no supo aprovecharla; tuvo corazón y lo desperdicio en alharacas, en lugar de usarlo en corazonadas. Se vistió de profeta para engañar a los hombres y fue el primer engañado. Desde el principio se juntó con gente de mal vivir y de mal pensar. En aquella vida aprendió la insolencia que le acompañó hasta la muerte y que les dejó después a sus discípulos. Fue el poeta de la caridad proletaria y el maestro lleno de heroísmos patrióticos, aunque de puro protestador le gustaba pasar por anarquista. Se creía parecido a Isaías, pero en vez de profeta resultaba un ventrílocuo. A las putas las llamaba señoras: hacía eso para que lo tomaran por un hombre genial. Eran los compromisos de la popularidad”. Y en esta definición porque también denigradores nos hemos hecho creo que Anzoategui no estuvo tan errado. En sus poesías que lo tuvieron como el gran poeta popular fue constante el desprecio a la mujer. “O era puta o era un misogeno remachado, la única mujer que él respetaba era la madre ¡flor de trauma del poeta popular!”. Intentando sintetizar lo que fue Sarmiento si bien no atacó mucho a su literatura quizá porque la misma constaba de 56 tomos a los que seguramente no leyó, dijo “Introdujo tres plagas: el normalismo, los italianos y los gorriones. 1. El normalismo: Sarmiento mató la cultura para fundar la instrucción. Con esa fuerza brutal que tenía para todo, hizo de la Argentina un país como los Estados Unidos, instruido pero inculto. Su aspiración era que todos los habitantes supieran leer, aunque eso no les sirviera después más que para leer Crítica; que todos fueran alfabetos aunque resultaran todos analfabetos mentales. 2. Los italianos: Sarmiento se trajo a los italianos porque él creía que entendía de trigo, y en lugar de irse al campo y fundar colonias se prendieron a las ciudades y fundaron quintas; en lugar de sembrar trigo sembraron verduras y mandaron al centro a sus hijos para que figuraran lo mismo que los hijos de los otros. 3. Los gorriones: son pájaros perfectamente radicales. Se reproducen, gritan y hasta yo creo que votan. Sarmiento los trajo para que limpiaran de bichos los sembrados, pero ellos se apoderaron de la administración del aire y en poco tiempo desalojaron de pájaros el país y se devastaron los campos. A mi me enfurece esa unanimidad insolente que tienen sus reuniones y esa manera de resolverlo todo por aclamación. Tenía grandes condiciones para la lucha. Era de pensamiento corpulento y macizo y derrotaba a sus enemigos a cabezazos. Desde chico tuvo que vivir peleando contra alguien; unos lo odiaban y otros lo querían, pero él peleaba con todos por el gusto de pelear. Sus amigos le tenían tanto miedo como sus enemigos”. De Alberdi habló bastante, mal, por supuesto y dijo como síntesis bastante ingeniosa: “gobernar es poblar” había afirmado el tucumano y se quedó soltero. Pero en verdad soltero y todo Alberdi tuvo un hijo. A Rivadavia lo calificó muy sucintamente: “En el fondo, Rivadavia era un pequeño Borbón, con sus complejos de medio pelo –de medio pelo crespo, que es el más acomplejador de los pelos– y con sus arrestos de marido de la hija de un virrey”. De José Ingenieros, al que muchos escritores vernáculos trataron mal, el adhirió fervorosamente y lo denigró sin pelos en la lengua o mejor en la pluma “José Ingenieros era un gringo pajarón, avivado y medio inteligente. Eso le bastó para ser admirado y temido por la Argentina de su tiempo, escasa, desfatachada y craquelée”. Pero Anzoategui no se quedó denigrando a estos y a otros muchos escritores platenses porque también pues en tal sentido le sobraba veneno se dedicó a hablar pestes de Rubén Darío, Amado Nervo y otros más de América y es que la Argentina no le era suficiente para sus litros y litros de veneno de asumida víbora de cascabel. La denigración contemporánea En el siglo pasado muchos fueron los políticos a los que se denigraba. Yrigoyen pasó a la historia como El peludo por su manía de mantenerse como el bicho de marras en su despacho o en su casa. A Perón los pocos periódicos de la oposición como “La Vanguardia”, socialista lo denigraban más que los escritos los dibujos que sobre su persona se hacían. Lo mismo ocurriría con Illia al que el dibujante Faruk lo denigraba poniéndole arriba de la cabeza o una tortuga o una paloma para señalar la lentitud de su gobierno. Onganía no se salvó y Landrú en “Tía Vicenta” lo denigraría poniendo dos morsas dialogando entre sí en clara alusión al bigotazo del general que pensaba quedarse mucho tiempo en el poder y al que el cordobazo lo sacó de una patada. Como el hombre era muy necio mandó cerrar la revista más importante de humor de aquellos tiempos. Quizás de todo lo mucho que se ha denigrado en las últimas décadas el que sigue siendo el maestro indiscutido es el doctor Alejandro Nores Martínez, que fuera juez en Córdoba y además un conspicuo y absoluto denigrador profesional de políticos, profesores universitarios, y todo aquel que le motivaba a poner en funcionamiento su inspiración poética, porque poeta era al fin, para escribir cientos de “ovillejos” que eran pequeños versos que son la más perfecta síntesis del arte de denigrar. Veamos algunos ejemplos: RAFAEL BONET Un corpiño: diez noventa. Un par de medias: seis diez. Una par de aros: veintitrés. Rouge y rimmel: tres noventa. Y lo demás de la cuenta por discreción callaré, pero nunca olvidaré comentar de qué manera, cayó esto de la cartera del Ingeniero Bonet. JOSÉ CAMILO URIBURU Al Negro José Camilo, por el color y la pinta de calamar en su tinta y en lata de medio kilo; por ese aspecto tranquilo de personaje y “doctor”… por ese aire comprador de beduino traficante, hay que agarrarlo con guantes y si es con pinzas, mejor… ARTURO ORGAZ Como escrutando el ocaso, fino y esbelto de talle, vas cruzando por la calle monumento del fracaso. Y yo pienso, al darte paso, que con tu aire señorial, en el tiempo medioeval, hubieras, acaso, sido… el mismo imbecil vestido de caballero feudal! Los tres ovillejos los menos procaces que escribió estaban dedicados a un respetado rector, a un interventor federal y a alguien que no hace mucho Córdoba le dedicó una plaza y un busto. Pero como buen justicialista que era no pudo con su genio y dedicó los siguientes ovillejos al Partido Demócrata y a la Unión Cívica Radical. “¿Quién son estos señores/de guante y sombrero orión/que en toda revolución/están de conspiradores/y se erigen en rectores/de la política? ¡Cuernos!/Son los mismos, los eternos/conservadores cabrones,/que pierden las elecciones/pero ganan los gobiernos”. “Partido y del segundo afirmó: que perdió el tren/del siglo y la nueva ola,/no alcanzó el furgón de cola/y se quedó en el andén./Con Yrigoyen y Alem/se le cortaron los tientos/y sigue haciendo aspavientos/en su vidriera de olvido,/como maniquí vestido/de guapo del novecientos…”. Pero como su maldad no era total también dedicó algunos ovillejos que no eran denigratorios como el que dedicó en su: Epitafio a Jardín Florido “Nació el piropo en su voz/y en la flor de su solapa;/señor de galera y capa/que fue del gracejo en pos;/le dice Córdoba “adiós”/con nostalgia y caridad/y al evocar la bondad/de tan lírica presencia,/siguen llorando su ausencia/las calles de mi ciudad”. Muestras de un largo y prolifero arte que da para muchos y jugosos libros.