Basura para unos, tesoro para otros

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Basura para unos, tesoro para otros
Estoy en la parada del bus esperando de pie junto a una alborotada y ansiosa
muchedumbre cuando veo pasar por delante de nosotros a una mujer joven con ropas
usadas y descoloridas con una niña en brazos de no más de 5 o 6 años. Al pasar al lado
de un contenedor de basura, se acercan desviándose de su camino. La mujer baja a la
niña al suelo mientras se anuda una bufanda raída por detrás de la cabeza, tapándose la
cara, dejando únicamente sus ojos al descubierto.
La mujer pisa con gran esfuerzo la barra metálica del contenedor manteniéndola a
ras del suelo para poder levantar la tapa. Se pone casi de puntillas para poder asomarse
y, mientras observa el interior, parece estar rebuscando y seleccionando con la mirada. La
niña la mira atenta a su lado mientras juguetea y mordisquea los pompones de su abrigo.
No puede ser. Está buscando comida en la basura. Todavía es demasiado
temprano como para que el hipermercado que hay a pocos metros de la marquesina haya
tirado los productos que, aparentemente, no están en condiciones para ser vendidos. Si
fuese más tarde, habría numerosas bolsas repletas abarrotando el suelo y esperando a
que los mendigos o los gatos se aprovechasen de ellas antes de que los servicios
municipales las recojan.
La niña parece inquieta y no para de mirar a su madre cómo, mientras sigue
sujetando la barra con un pie, hurga entre los desperdicios con movimientos indecisos.
Parece que no llega donde quiere llegar, saca la cabeza y las manos y dice algo a la niña
con gesto tranquilizador pero sólo consigue ponerla más nerviosa. Acto seguido veo cómo
la madre sube el brazo y sujeta la tapa con una mano a la vez que da un salto temeroso e
introduce medio cuerpo dentro del container.
La niña cada vez parece más alterada mirando como sólo sobresalen las piernas
de su madre y, ocasionalmente, al resto de transeúntes. A la mayoría de los peatones que
pasan cerca, las prisas derivadas de su ajetreada vida no les permiten percatarse de la
escena que se está produciendo a su lado y los pocos que se dan cuenta de la situación,
las miran con gesto de repugnancia sin mostrar mayor preocupación de la que mostrarían
si estuviesen viendo a algún animal rebuscando su sustento diario.
Un tiempo después, la madre sale como buenamente puede con gesto de dolor
sacando consigo lo que parece ser una figurita decorativa de porcelana a la que la falta un
trozo y un colorido paraguas que carece de bastón. No parece muy satisfecha con lo que
ha conseguido. Se agacha y se acerca a la niña, que escucha a su madre atentamente y
asiente. La mujer deja los objetos en el suelo y vuelve a meterse de un brinco. Mientras,
veo que la chiquilla, muy avispada, corre hacia las cercanías de un árbol y coge una rama
caída no muy grande. Vuelve corriendo al lado de su madre que saca ligeramente el
cuerpo extendiendo hacia abajo una mano y coge el palo que la niña la entrega. Con lo
pequeña que es, aunque nerviosa, parece estar acostumbrada a esto.
Tras unos momentos en los que se aprecia cómo se mueve colgando con las
piernas en vuelo, la joven deja caer la tapa todo lo suavemente que puede sobre su
espalda para dejar libre su otra mano y meterla también dentro del contenedor.
Parece haberse topado con algo interesante.
Un tiempo después, que a la niña parece hacérsele eterno, sale con gran dificultad
debido a lo que saca de las manos agarrado como si fuera un tesoro. Cuando lo ve, a la
cría la cambia la cara: sus ojos parecen relucir y se la forma una sonrisa que la ilumina el
rostro.
Miro a la madre y veo lo que está dejando cuidadosamente en el suelo al lado de
su hija: un carrito de muñecas rosa ligeramente cojo pero sin más daños. La niña no
puede parar quieta: está dando saltitos y aplaudiendo al lado del juguete sin parar de
sonreír. Entonces su madre se mete la mano dentro del jersey y saca una muñeca con la
cara y el cuerpo ligeramente grisáceos de estar entre los desperdicios. La niña, que sigue
dando saltos, comienza a dar gritos de alegría abrazando las piernas de su madre
mientras ella limpia con el borde de su chaqueta la sucia cara de la muñeca.
Dudo de que la persona que tirara los juguetes de su hija a la basura pensara en
algún momento que estaba regalando a otra niña la ilusión de tener unos regalos que de
otra forma no podría disfrutar. Regalos que a su hija, al parecer, ya no la servían por el
simple hecho de estar un poco usados.
Llega el bus. Subo entre la muchedumbre y cuando tomo asiento al lado de la
ventana, veo cómo se alejan andando por la acera: la madre empuja cariñosamente de la
espalda a la niña mientras ésta lleva alegremente su nuevo cochecito con la muñeca
dentro.
De pronto algo me viene a la cabeza: mañana es 6 de enero.
Nombre y apellidos: Nazaret Martín Vela
Reseña autobiográfica:
Me llamo Nazaret Martín Vela tengo 18 años y nací en Portillo el 01/09/1994. Soy
estudiante de 1º de Enfermería en la UPV/EHU en Donostia-San Sebastián. Soy gran
aficionada a la lectura, la escritura, el fútbol y a todos los deportes en general, aunque el
único que practique sea correr en mis ratos libres. Participo en el proyecto de Excelencia
Literaria de Miguel Aranguren, en el que quedé finalista en la séptima edición y en el que
he obtenido el segundo accésit (cuarto premio) en la octava edición en la modalidad de
artículo de opinión. También obtuve el cuarto premio del concurso de microrrelatos Bólido
del centro joven de Valladolid.
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