Saborea el desperdicio: ¡No más alimentos a la basura

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Saborea el desperdicio: ¡No más alimentos a la basura!
María Eugenia Eyras el 12/03/12 en canalsolidario
“La comida es vida. Pero tiramos más de la mitad a la basura. En su mayor parte, antes de que llegue a
nuestra mesa ¿Quién es el responsable y quién paga por ello?...” Así comienza el reportaje Taste the
Waste (Saborea el desperdicio), un documental del ecologista alemán Valentin Thurn.
Thurn ha investigado la magnitud de este despilfarro
mundial aunque los principales protagonistas sean las
regiones más desarrolladas del planeta, Europa y Estados
Unidos.
Después
de
hablar
con
administradores
de
supermercados, panaderos, inspectores de mercados
mayoristas, agricultores, ministros y políticos de la UE,
Thurn ha descubierto un sistema mundial de escandaloso
derroche de alimentos, en el que todos participan.
Más de las dos terceras partes de este despilfarro, un
70% del total (más de 500.000 camiones al año) lo llevan
a cabo los productores de alimentos y los supermercados,
ambos por tiranía del mercado y antes de que los
productos lleguen a la mesa familiar.
Sólo en Alemania, más de 20 toneladas de alimentos perfectamente comestibles se tiran cada
año al contenedor. En Gran Bretaña van a la basura 484 millones de yogures sin abrir, 1,6
billones de manzanas sin tocar (27 por persona) y 2,6 billones de rebanadas de pan.
Y la cifra va en aumento…
La sociedad de consumo fomenta el hábito hedonista y caprichoso de comprar cada vez más, para
tirarlo a la basura y volver a comprar.
Se pretende que los alimentos estén disponibles las 24 horas del día. Los supermercados tienen
constantemente toda la gama de productos en oferta; el pan en las estanterías debe estar fresco hasta
altas horas de la noche y las fresas en stock durante todo el año. Y con buen aspecto: una hoja de
lechuga marchita, una patata agrietada o una mancha en una piña hace que esos alimentos sean
retirados inmediatamente.
También hay que tener variedad de productos en casa y en abundancia, por si acaso se nos ocurre
comer algo diferente a último momento, de capricho, aunque debamos tirarlo después a la basura sin
haberlo consumido.
Los alimentos deben ser bonitos y de apariencia impecable: patatas de igual tamaño, tomates muy
rojos, manzanas brillantes… Hacemos la compra sólo una vez a la semana para regresar a casa
cargados de alimentos variadísimos que quizás no llegaremos a probar.
Este consumo desenfrenado hace que el mercado facture sumas prodigiosas, por lo que sigue
tentándonos con patatas cada vez más perfectas, tomates más rojos y manzanas más brillantes…
Cuanto más se tira, más se consume y más suben los precios.
Los supermercados retiran los productos que van a caducar antes de los seis días de su vencimiento,
porque los clientes ya no los querrán y temen decepcionarlos y que dejen de comprar.
Y, por esa misma razón, los productores tiran el 50% de lo que producen a la basura o lo dejan
pudrir en los campos, porque los intermediarios no les compran ni las patatas demasiado pequeñas ni
las demasiado grandes ni las que tengan marcas, los pepinos torcidos (porque no caben en las cajas),
los tomates no lo suficientemente rojos, etc., etc.
Sólo de pan se tiran 3 millones de toneladas al año en la UE, ya que se hornea un 20 % más de lo
necesario a fin de que el cliente no vea los anaqueles vacíos o para no decepcionar al distraído que
viene a comprar en el último momento.
Los agricultores, que saben lo que cuesta producir estos alimentos, detestan ese despilfarro. En el
filme uno de ellos dice con sabiduría: “Todo lo que comemos está vivo, hasta una lechuga. La vida
viene de la vida. Tirar alimentos es tirar vida, la vida de otros”.
Felicitas Schneider, del Instituto de Gestión de Residuos de Viena (Austria) una de las primeras en
interesarse por este dispendio, afirma: “La gente no es consciente del dinero que desperdicia, en los
hogares particulares se tiran unos 100 kg de comida comestible al año, que les supone unos 400 euros
y que representa un 30% del despilfarro global”.
Sin embargo, cada segundo que pasa muere de hambre un niño en el
mundo…
Se calcula que con los alimentos que se tiran en las sociedades desarrolladas podría alimentarse tres
veces a todos los hambrientos del planeta.
Pero eso no es todo. Nuestros hábitos de consumo salvaje no sólo son obscenamente injustos con el
resto de los humanos sino que producen efectos nocivos en el medio ambiente y desastrosos sobre el
clima mundial.
La agricultura devora enormes cantidades de energía, agua, fertilizantes y pesticidas. Se tala la selva
tropical, con lo que se provoca un aumento de más de un tercio de los gases de efecto invernadero. A
su vez, cuando la basura orgánica se pudre en los vertederos produce gas metano que envenena la
atmósfera, con un impacto sobre el calentamiento global 25 veces mayor que el del dióxido de
carbono…
A pesar de todo esto, algo comienza a cambiar. Por lo pronto, estamos tomando conciencia de este
derroche, el primer paso para evitarlo.
Y mucha gente está ya trabajando en ello: si pudiera salvarse solamente la mitad de la basura
evitable esto tendría el mismo efecto sobre el clima mundial que el quitar uno de cada cuatro coches de
nuestras carreteras.
Organizaciones como los bancos de alimentos europeos trabajan para redistribuir parte de la comida
desechada a gente sin recursos, aunque les resulta materialmente imposible hacerse cargo de las
toneladas de residuos comestibles que se descartan.
En Colonia, Alemania, se ha creado la organización Taste the Waste para combatir el derroche
alimentario. Por todos lados proliferan los dumpster-divers (buceadores de contenedores), que reciclan
alimentos para sí mismos o para otros.
Por su parte, los Freegans conforman un movimiento que propicia una vida basada en una limitada
participación en la economía convencional y el consumo mínimo de recursos. En España la organización
Basurillas.org induce al reciclaje de productos en general y de comida en particular.
¿Y qué podemos hacer al respecto nosotros, los ciudadanos de a pie?
Evidentemente, no podemos empaquetar el pan del día anterior y enviarlo a los niños famélicos del
tercer mundo. Pero sí podemos evitar tirarlo a la basura y consumirlo en forma de tostadas, por
ejemplo, con lo que evitaríamos que siga subiendo el precio del trigo hasta hacerse inaccesible a los
países sin recursos.
Otros consejos: cuando se va al supermercado, no escoger los productos de atrás con la fecha más
lejana de caducidad, sino consumir los de delante con fechas razonables; apoyar a los granjeros
locales, para evitar en lo posible la cadena de distribuidores; adquirir sólo frutas y verduras de
estación, con preferencia producidos localmente; comprar solamente lo que se necesita, dos o
tres veces por semana para calcular mejor lo que de verdad se va a consumir.
Y, en cada aspecto de la vida, practicar la frugalidad, que solía ser la regla de oro de nuestros
abuelos: consumir sólo lo imprescindible y reutilizarlo prácticamente todo.
Cuando esto se haya hecho axioma en cada ser humano del planeta, sólo entonces, estaremos más
cerca del mundo justo y sostenible con que todos soñamos.
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