Pentecostés 2014

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PENTECOSTÉS DEL SEÑOR, 1/6/2014
Hechos 2, 1-11; Salmo 103;1ªCorintios 12, 3b-7.12-13; Juan 20, 19-23.
Terminamos las fiestas de Pascua, ya el lunes volvemos a la liturgia
del tiempo ordinario y el color será el verde, aunque todos los domingos
que quedan de junio celebremos otras fiestas importantes: la Santísima
Trinidad, el Corpus Christi y San Pedro y San Pablo.
El Evangelio que hoy proclamamos nos invita a volver al principio de
nuestras fiestas pascuales, a la Resurrección. Jesús en la aparación, la
misma tarde de su resurrección, a los apóstoles, que se encontraban
reunidos les entrega su Espíritu, y con ello, su Paz, su Misión y el poder de
perdonar. Los apóstoles estaban reunidos y encerrados, pero no para rezar
ni para celebrar un culto clandestino, sino, como bien se nos dice en el
Evangelio, por miedo a los judíos, pues no estaban seguros ni convencidos
de la Resurrección de Jesús. Resurrección y Pentecostés son dos caras de la
misma moneda, de la misma realidad: Dios es real, esta vivo, y esta
conmigo, con nosotros. Esta es la experiencia del Resucitado, y también la
de Pentecostés. La presencia de Jesús transmite en primer lugar paz, una
paz que nos lleva a superar el miedo y el temor. En segundo lugar, la
experiencia del Resucitado nos compromete en su Misión: somos enviados
por el Resucitado para hacer lo mismo que hizo Él y alcanzar también la
Resurrección, y, para cumplir esta misión es para lo que recibimos el
Espíritu Santo. Un Espíritu que nos hace capaces de poder perdonar, como
Jesús y Dios perdonan, poder perdonarlo todo, eso es ser todopoderoso, en
la medida que nosotros crecemos en esa capacidad de perdonar nos vamos
pareciendo al Padre y vamos cumpliendo en nuestras vidas la misión que
nos ha sido confiada.
Todo esto lo vemos a ver en la lectura del relato de Pentecostés. Los
discípulos se encontraban reunidos, ahora sí, en la versión de Lucas,
podemos presuponer que estaban rezando, pero eran una comunidad
encerrada, sin horizontes, cuando reciben el Espíritu, un Espíritu que los
lanza a la calle, al encuentro con los otros, con los que hablan otros
idiomas, un Espíritu que rompe barreras y que facilita el entendimiento,
para que todos escuchen el mensaje del Evangelio, un Espíritu que nos
lleva a no ver al otro como a un rival, a un enemigo, al que ha matado a...,
sino como a un hermano que necesita conocer a Jesús y su mensaje como
yo lo conozco. El Espíritu nos da valor y paz, nos lanza a la misión, nos
reconcilia con el mundo.
Esto es lo que vivió Pablo, y lo que este nos transmite en la segunda
lectura: el Espíritu es quién me hace reconocer a Jesús como Señor, y, me
lleva a formar parte de una comunidad, junto a otros, para orar con ellos y
para vivir mi fe con ellos, sabiendo que no soy yo un cuerpo, sino parte de
un cuerpo, con lo que abre mis horizontes, no permite que me encierre en
mi mismo, y me invita a salir fuera de mí, al encuentro con los demás.
Que esta fiesta de Pentecostés reavive el Espíritu que hemos recibido,
y nos permita salir de nosotros mismos para encontrarnos con los
hermanos.
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