Desarrollo psicológico infantil

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Introducción
El hombre ha escapado de la selva, y ha dado este gran paso con la ayuda de su inteligencia. Se ha esforzado
en salir de un orbe donde prevalece la ley del más fuerte para instaurar los derechos humanos y el derecho
internacional, que prohíben el uso de la fuerza para obtener intereses particulares. Ha dado el salto de la jungla
a la ética, y este salto no habría sido posible sin las peculiares características de la mente humana.
Sin embargo, la mente humana no es un todo perfectamente formado desde el momento del nacimiento. La
formación del cerebro culmina, parece ser, a los dieciocho años con el desarrollo total de los lóbulos frontales.
Esta culminación, además, no se va a realizar de modo similar al desarrollo de otros órganos. El hígado, los
músculos, los huesos se desarrollan asimilando nutrientes. El cerebro lo hace asimilando nutrientes e
información. Por otro lado, la plasticidad del cerebro lo hace susceptible a cambios inducidos por el entorno y
nuestra experiencia durante toda la vida, si bien es más permeable a la información exterior en la niñez.
Este desarrollo es especialmente notorio durante el primer año de vida. El peso del cerebro de un recién
nacido se estima en unos cuatrocientos gramos. Al finalizar el primer año ya ha alcanzado el kilo, lo cual es
muy significativo en cuanto a velocidad de desarrollo, porque en lo que le queda por evolucionar hasta
convertirse en un cerebro adulto, no pasará casi nunca del kilo y medio. Y que este proceso de formación esté
en parte condicionado por la información aprendida, sitúa a la educación y el conocimiento de la psicología
del niño en una posición de indiscutible privilegio en cuanto al desarrollo del individuo. Por eso, la
adquisición de algunas nociones básicas sobre evolución cognitiva y emocional en el niño, es fundamental
para cualquiera con interés en desenvolverse en un mundo que trata de dar igualdad entre individuos a pesar
de sus evidentes diferencias, ayudando a comprender el origen psicológico−fisiológico de las mismas.
Este es un tema apasionante pero complicado, veremos si no nos perdemos por el camino, porque tendremos
que dar continuos saltos de un lado para otro. Vamos a ver si consigo ponérselo fácil al lector.
Incluiré al final del texto un índice de términos que puede servir como referencia fácil para no excederse con
el uso del diccionario, y una tabla cronológica con todas las etapas del desarrollo del niño tratadas en este
resumen. Este es un tema demasiado amplio para tratarlo en tan pocas páginas, pero como tampoco soy
psicólogo tengo excusa. Trataré de lanzarme a la piscina escribiendo sobre un tema del que no sé gran cosa,
veremos si hay agua y no me descalabro.
• El desarrollo del cerebro: del feto al adulto
El cerebro humano es el gran triunfo de la evolución. Desde la aparición de los primeros sistemas neuronales
complejos en los reptiles, que se limitaban a controlar las funciones vitales, el equilibrio interno (homeostasis)
y las respuestas ante el peligro, hasta su ampliación y perfeccionamiento en los grandes simios y su
culminación en nuestra especie, ha tenido lugar toda una carrera evolutiva de ensayo y error en la que, sin
duda, hemos sido ganadores. Nuestro cerebro es una complejísima herramienta que ha aprovechado los
recursos de sus antecesores animales. Todavía hoy contamos con restos del sistema nervioso reptiliano,
paleomamífero y neomamífero que compartimos sin mucha diferencia con otras especies como los gorilas.
Pese a nuestras especializaciones sólo humanas, nuestro cerebro conserva los tres componentes básicos
presentes ya en los vertebrados más simples: el romboencéfalo, el mesencéfalo y el prosencéfalo o cerebro
propiamente dicho. Sin embargo, el margen de diferencia fisiológica con el resto de seres vivos, incluso con
los más parecidos a nosotros, marca una diferencia psicológica nada sutil.
Nuestro cerebro nos ha otorgado una inteligencia social, y su organización también puede considerarse así. De
hecho, no se puede considerar el cerebro humano como una unidad ni fisiológica ni funcional. Se trata más
bien de un complejo entramado de colaboradores, más o menos especializados en su función, trabajando
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juntos. No es un sistema que tenga una organización nítida. Se le ha comparado muchas veces con una jungla
de cien mil millones de células nerviosas, o neuronas, unos cuerpos en principio redondeados de los que van
saliendo prolongaciones (los axones y las dentritas). Cada célula nerviosa tiene un axón y hasta cien mil
dentritas. Las dentritas son el medio principal que tiene una neurona para adquirir información (aprender), y
los axones de transmitirla (enseñar) a otras neuronas. La neurona y sus miles de vecinas mandan raíces y
ramas en todas direcciones, y se entretejen y forman una maraña interconectada, con cien billones de
conexiones que no paran de cambiar. ¡Es mayor el número de formas posibles de conectar las neuronas en el
cerebro humano que el de átomos en el universo! ¡Qué maravilla! La neurología se convierte en la astronomía
de las ciencias médicas. El trabajo del neurólogo es hacer un mapa de las estrellas, un planisferio detallado de
las constelaciones neuronales y sus conexiones. Por el camino se encontrará con nebulosas y agujeros negros,
pero también con brillantes supernovas.
El desarrollo del cerebro humano comienza poco después de que el esperma haya penetrado en el óvulo. El
cigoto empieza a dividirse− dos, cuatro, ocho, dieciséis− hasta que hay cientos de células. Para el
decimocuarto día, la minúscula bola de células empieza a plegarse sobre sí misma. Recuerda a lo que pasa
cuando se aprieta un globo de agua blando: las células de la superficie exterior comienzan a moverse hacia en
interior de la esfera. Este movimiento activa los genes de las células que formarán el sistema nervioso. El
globo comprimido se alarga y sigue doblándose sobre sí mismo hasta formar un tubo. Un extremo del tubo se
convertirá en la médula espinal, el otro en el cerebro. La división celular continúa, y para la octava semana ya
ha desarrollado sus tres partes. Las primeras semanas son un tiempo de producción y sobreproducción furiosa
de células; cada minuto se crean 250.000 neuroblastos, o células nerviosas primitivas, que posteriormente
serán neuronas o células gliales.
A partir de aquí comienza un viaje en el que las neuronas deberán ir ocupando el lugar que les corresponde
para ejecutar la función que desempeñarán. No obstante, la plasticidad del sistema nervioso es tal, que una
célula nerviosa mal colocada probablemente aprenderá a realizar las funciones de sus vecinas, aunque no sean
las suyas específicas. Pero para que este ajuste funcional no sea necesario, las neuronas son guiadas en su
viaje por las glías o células gliales, que forman un andamio a lo largo del cual migran estas neuronas, una red
que soporta, guía, protege y nutre.
El cerebro, ya desde sus primeras etapas de desarrollo, es un gran ahorrador. Su objetivo es conseguir una
capacidad de procesamiento y funcionalidad casi infinitos con unos recursos limitados. Para ello va a cuidar
mucho de procurarse espacios disponibles para entablar nuevas conexiones neuronales eliminando las que no
se usan. Su lema es: o lo usas o lo pierdes. Un cerebro poco estimulado intelectualmente entabla menos
conexiones, es una red más simple que al Parkinson o al Alzheimer no les va a costar mucho deshacer si se
presentan. Por el contrario, un cerebro bien estimulado es una maraña tan compleja que dará mucho más que
hacer a estas enfermedades antes de que notemos sus efectos. Hasta este punto es importante el uso habitual y
continuo de nuestras facultades. Es famoso el caso de las monjas de Mankato, en Minnesota. Muchas tienen
más de noventa años y siguen activas. Su esperanza de vida llega a superar los cien años en muchos casos y la
incidencia de enfermedades cerebrales degenerativas como el Parkinson o el Alzheimer es mucho menor que
entre la población general. Psiquiatras y neuropsicólogos que han estudiado el fenómeno coinciden en que
esta sana longevidad se debe a sus hábitos intelectuales. Acicateadas por la idea de que una mente ociosa es el
juguete del diablo, las monjas se retan a sí mismas con ejercicios de lógica, gramática, vocabulario o debates.
La hermana Marcela Zachman, que escribe a menudo en varias revistas, no dejó de enseñar en el convento
hasta los noventa y siete años. La hermana Mary Esther Boor, trabaja todavía en la portería a los noventa y
nueve.
El caso de las monjas de Mankato demuestra lo importante de una vida intelectual estimulante, más si cabe
cuando recientes descubrimientos parecen indicar que las neuronas, hasta cierto punto y con lentitud, pueden
regenerarse y entablar nuevas conexiones toda la vida. Snowdon mantiene que los axones y las dentritas que
suelen contraerse con la edad se ramifican y establecen nuevas conexiones si hay suficiente estimulación
cerebral, y proporcionan un sistema de respaldo mayor si fallan algunas rutas.
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Así pues, el cerebro va a eliminar aquellas conexiones y neuronas que no sirven para liberar espacio y
dedicarlo a lo útil, lo que utilizamos. De hecho, alrededor del octavo mes de embarazo, el cerebro del niño
tiene el doble de neuronas que un cerebro adulto. A medida que el cerebro envejece, las neuronas demasiado
débiles o que no se usan serán sacrificadas para dejar conexiones más eficientes. Una estimulación intelectual
en el niño será importantísima desde las primeras etapas para que este sacrificio neuronal esté bien orientado y
no suponga una perdida de capacidades cognitivas con el tiempo. Cuantas más veces se use una conexión más
fuerte será esa ruta. Lo que hacemos continuamente está, en gran medida, determinado por nuestras
conexiones neuronales, pero con nuestras acciones influimos en como esa red se teje a sí misma. De aquí
surge nuestra libertad frente al determinismo genético, nada más y nada menos que de la plasticidad y
permeabilidad de nuestro cerebro hacia nuestras experiencias. Además, el cerebro, al igual que la especie
humana, es social: donde no hay conexión no hay vida.
No obstante, esta plasticidad tiene límites. Si bien con nuestros pensamientos y acciones estamos influyendo
en la estructuración del cerebro, no podemos modelarlo del todo a nuestro antojo. Esto genera un conflicto:
¿Estamos más determinados genéticamente o socialmente? ¿Es más fuerte el poder de los genes o el de la
educación? El problema sobre la naturaleza o la crianza lleva candente dos mil años. Por un lado, los
eutenistas, opinan que la culpa de todos los males está en los malos padres y la mala educación dada a sus
hijos por ellos y la sociedad. Por otro, los defensores de la eugenesia le echan la culpa de todos los problemas
sociales a los genes defectuosos. Por mi escaso conocimiento sobre historia de la filosofía, me parece a mí
que, como casi siempre, la verdad será una síntesis de las dos posturas. Los genes ponen límites al
comportamiento humano, pero el comportamiento humano activa los genes o los duerme hasta cierto punto.
Por ejemplo, el aprendizaje activa los genes que ponen en marcha la creación de proteínas que el cerebro
necesita para solidificar la memoria. El límite de nuestra memoria lo ponen los genes, pero nuestra práctica
intelectual puede hacernos llegar al límite o quedarnos en un nivel muy bajo de su potencial. El genial
Spinoza ya lo adelantó en el siglo XVII cuando hablaba de que la interiorización de las causas nos libera del
determinismo causa−efecto. El primer paso es conocer como funcionamos y qué podemos esperar de la
realidad: conocer el mundo.
Ya hemos visto que el cerebro es un órgano flexible, un gimnasta del pensamiento. Y lo es especialmente en
las primeras etapas del desarrollo del niño. La actividad cerebral en estas etapas en las que toda información
es nueva para el individuo supone, además, un consumo nutritivo especial. Los cerebros de los niños de tres a
diez años consumen el doble de glucosa que un cerebro adulto, porque todavía son menos eficientes y están
atareados formando un gran número de conexiones. Como el cerebro elimina las conexiones débiles, las
señales medioambientales que un niño reciba durante los primeros años serán decisivas para su desarrollo
posterior. Parece comprobado que niños educados en ambientes donde la comunicación verbal entre los
padres es habitual, mejoran sus capacidades lingüísticas en el futuro, tendrán un mayor vocabulario y mayor
facilidad para aprender un idioma. Como decíamos antes, el cerebro es social.
• El desarrollo emocional y cognitivo del niño.
Es muy probable que los niños posean esquemas innatos para comprender las emociones. Parece comprobado
que los bebés de diez semanas entienden las expresiones faciales y habladas de sus madres, al menos respecto
de la alegría, la tristeza y el enfado. Bowlby ha señalado que la conducta del niño está organizada en dos
sistemas diferentes. Un sistema de apego, que garantiza el contacto seguro del niño con la madre, y un sistema
exploratorio, que le orienta hacia los objetos nuevos. Es un aventurero cauteloso que se arriesga solo cuando
se siente a salvo.
Su capacidad para comprender las emociones es pasmosa. Al final del primer año de vida reacciona ante la
emoción de los demás, pero no trata de provocarla. Entre los diez y doce meses los niños se comportan como
meros espectadores cuando ven una persona apenada. En ocasiones muestran algún signo de pena, pero no
intentan consolar a la persona afligida. Durante los meses siguientes aumenta el número de intervenciones
activas, los niños se acercan a la persona afectada y la tocan o acarician con indecisión. Hacia los dieciocho
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meses su afán por consolar se hace más inventivo: llevan objetos a las personas tristes, sugieren qué hacer,
expresan su compasión con palabras, buscan la ayuda de otra persona o incluso tratan de proteger a la víctima.
Como contrapartida de tanto altruismo, se convierten en sobresalientes expertos en molestar.
No todos los niños sienten con igual intensidad la tendencia a consolar o a hacer daño, y este punto debe
interesarnos como analistas del comportamiento moral. Desconocemos la razón de estas diferencias, aunque
algunos estudios muestran que los niños maltratados en sus casas nunca muestran interés por otro niño
afligido, tratándole incluso con hostilidad. Parece que los padres que maltratan a sus hijos les transmiten el
virus feroz de la violencia, una crueldad aprendida que tiende a repetirse y a perpetuarse. Los niños pequeños
no aprenden a evaluar la gravedad de una falta mirando a los adultos, sino viendo el modo en que responden
las víctimas de una acción. Todavía no distinguen por sí mismos las categorías o las magnitudes, pero si
interpretan los sentimientos.
A la edad de seis años el niño tiene dificultades para percibir la pertenencia a clases distintas como muestra la
siguiente experiencia tomada del libro de Piaget La génesis del número en el niño.
Se presenta al niño un conjunto de cuentas de madera, dieciocho de las cuales son marrones y dos blancas. A
continuación tiene lugar el siguiente diálogo entre el niño y el experimentador:
−¿Qué hay más, cuentas de madera o cuentas marrones?
−Más marrones, porque sólo hay dos blancas.
−¿Las blancas son de madera?
−Sí.
−¿Y las marrones?
−Sí.
−Entonces, ¿hay más marrones o más de madera?
−Más marrones.
A los seis años, este es el patrón de respuesta. Sin embargo, a los ocho años el niño percibe sin dificultad que
hay más cuentas de madera.
Durante el primer año la madre modula los sentimientos del niño, que vive en un mundo más afectivo que
perceptivo, en el que se dibujan atractivos y rechazos, encarnados, sin duda, pero experimentados más a través
del corazón que de los sentidos. Nace deseando hablar y con un gran interés por la voz humana, sobre todo
por las tonalidades femeninas. A los diez meses reconoce si alguien quiere entablar comunicación con él. A
partir de los doce meses los ojos de su madre se convierten en centro preferido de su atención. Y un poco
después comienza a sentir tristeza por la separación. A los seis meses, el niño, que pasa ya más tiempo
despierto y no quiere aburrirse, empieza a buscar experiencias. Sonríe vigorosamente cuando mueve un
objeto. Alrededor de los ocho meses comienza a sentir ansiedad ante los extraños.
Los sistemas genéticos que programan el desarrollo cerebral son activados o influidos por el entorno social,
que cambia en las diversas fases de la infancia e induce la reorganización de las estructuras cerebrales. Los
lóbulos frontales se desarrollan fuera del claustro materno, y su maduración y los enlaces que forman con los
núcleos basales, sede del mundo emocional (sistema límbico) están condicionados por las experiencias
afectivas del niño. La madre modula los sentimientos del bebé, le ayuda a soportar niveles de tensión cada vez
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más altos. El niño es una inteligencia computacional que tiene a la madre como inteligencia ejecutiva. Ésta va
a transferir poco a poco este control al niño. Según Wilson, el apego seguro va a facilitar esta transferencia, al
permitirle soportar la incertidumbre. Según Bowlby la presencia o ausencia de una figura de apego va a
determinar que una persona esté o no alarmada por una situación potencialmente alarmante; esto ocurre desde
los primeros meses de vida, y desde esa misma edad comienza a tener importancia la confianza o falta de
confianza en que la figura de apego esté disponible, aunque no esté realmente presente.
El niño establece un diálogo minucioso y continuo con su madre. Entre ambos se establece una
correspondencia funcional, unas elocuentes pláticas sin palabras, una conversación silenciosa y rápida. Ocho
réplicas y contrarréplicas por minuto profiere un niño pequeño. Se sorprende, imita, sonríe, se aburre, vuelve
la cabeza, bosteza, sin romper del todo su enlace con la mirada maternal. En estas largas conversaciones, la
madre está induciendo los cambios de humor del niño, enseñándole como sentir, cuando sentir y si hay que
sentir algo sobre los objetos particulares del entorno. Según muchos autores, en este periodo pueden
establecerse la capacidad hedónica, la afectividad positiva y la intensidad afectiva. También parecen perfilarse
los aspectos del mundo que resultarán interesantes para el niño.
El niño no para. Al finalizar el primer año comienza un periodo de gran actividad. Aprende a andar y aprende
a hablar: dos gigantescas expansiones de su mundo: expansión física y simbólica. En el segundo año
aumentan sus emociones positivas, se encuentra exaltado y alegre, despliega una actividad infatigable.
Explora su entorno, lo manipula, lo maneja, y con esa actividad desarrolla inevitablemente la conciencia de su
autonomía. Se siente un yo ejecutivo y disfruta con ello. Comienza la guerra por la cuchara. El niño no quiere
andar cogido de la mano. Desde los dieciocho meses el niño perturba intencionadamente a su madre, disfruta
saltándose las prohibiciones. Lo sorprendente, escribe Dunn, es que los niños parecen anticipar el sentimiento
de la madre y encuentran placer en poder afectarles de esa manera. Se hacen expertos en chinchar.
• El desarrollo volitivo del niño.
Nacemos preparados para la voluntad, pero su fortaleza necesita un aprendizaje. El niño es un Yo ocurrente
ansioso por conocer y experimentar sensaciones nuevas. Es esclavo de los impulsos que le llegan del exterior
y de sí mismo. Con los lóbulos frontales en una fase de desarrollo tan temprana, no es capaz de inhibir su
inercia hacia las nuevas experiencias, no sabe prohibirse ni empujarse a la acción conscientemente. Necesita
ser guiado por un Yo ejecutivo que él todavía está elaborando, y a falta de uno propio será el de la madre el
que utilice. Además− y aquí es donde la madre juega el papel vital en el desarrollo volitivo del niño− ese Yo
ejecutivo de la madre modelará el del hijo. La voluntad del niño, su capacidad de empujarse a la acción y de
prohibirse, será un reflejo bastante fiel de los empujes y prohibiciones de la madre. Es un proceso de
interiorización. El niño va a asimilar como suya la disciplina impuesta por su madre. Su Yo ejecutivo es
discípulo del Yo ejecutivo que le sirvió en sus primeras etapas de desarrollo y le imitará en gran medida. Así
pues, no sólo el niño se convierte, llegado el momento, en un experto en chinchar. La madre tendrá que
hacerlo constantemente ejerciendo de mecanismo inhibidor a las desenfrenadas aspiraciones de su hijo, que
por su afán de aprender querrá, desde meter los dedos en un enchufe, hasta tirarse por una ventana. Alrededor
de una prohibición cada nueve minutos le son expresadas a un niño de entre once y dieciséis meses. El niño
aprenderá a prohibirse interiorizando las prohibiciones de la madre. Aunque pueda parecer paradójico,
construimos nuestra autonomía a través de nuestra heteronomía, dejándonos esclavizar por nuestra madre y
sus regañinas. Más tarde, cuando hayamos completado ese proceso de interiorización de la voz materna y
seamos capaces de darnos nuestras propias órdenes, cederemos nuestra libertad en favor de nuestros
proyectos, nos entregaremos a ellos con nuestra independencia para ser mucho más que libres: autónomos.
A partir de los dos años el niño va a enfrentarse con la madre en una crisis de su desarrollo. Ya posee una
cierta autonomía que quiere expresar y que, en ocasiones, chocará con las exigencias maternas. Como
decíamos antes, comienza la guerra por la cuchara. El niño quiere saber hasta que punto es dueño de sí mismo
y se lanzará a una actividad frenética. Su mundo afectivo va a sufrir rudos cambios. Aparecen otros
sentimientos en los que intervienen las normas y los juicios sobre el comportamiento propio y ajeno. Descubre
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el sentido de la responsabilidad y entran en su vida las miradas ajenas. Al comenzar a desarrollar su Yo
ejecutivo es libre de elegir sus acciones, lo que conlleva que también es responsable del resultado de las
mismas.
Cuando el niño es capaz de analizar el resultado de sus acciones surge un dilema educacional: ¿premio o
castigo? Estudios recientes parecen indicar que la estimulación en positivo, mediante recompensas, es más
efectiva que la inhibición mediante castigos. La persona que ve castigadas sus acciones puede que se corte de
ejecutarlas, pero eso no implica que decida tener comportamientos correctos. Sin embargo, quien ve
recompensadas sus iniciativas será una persona activa y emprendedora, interesada en adquirir más
gratificaciones y por lo tanto dispuesta a pasar a la acción, y menos temerosa de sus fracasos.
El tema del fracaso es también interesante. Un niño expuesto a constantes fracasos por no contar con la ayuda
materna para resolver sus problemas será temeroso a la hora de actuar. Un niño extremadamente protegido no
verá las razones para pasar a la acción porque considerará que alguien le solucionará la papeleta como ha sido
hasta ahora. La solución, como casi siempre, está en el término medio. Como decíamos antes, el niño es un
aventurero cauteloso que se arriesga solo cuando se siente a salvo. Debe percibir que puede contar con la
madre, pero no debe contar con ella en todo momento. La sensación de apego seguro hacia la figura materna
va a eliminar grandes cantidades de estrés. Sin embargo, el niño debe acertar y fracasar por sí mismo. Si se
siente protegido no necesitará que la madre le solucione la papeleta, se repondrá de los fracasos y aprenderá
de ellos. Es importante conocer temprano la existencia del fracaso, porque nos enfrentamos a él durante toda
nuestra vida.
Glosario
• Yo ocurrente: Es la parte animal de la inteligencia. Es la inteligencia computacional. Produce
ocurrencias involuntariamente.
• Yo ejecutivo: Dirige las ocurrencias. Creador. Negocia y controla, en parte, al Yo ocurrente. Es la
inteligencia más propiamente humana.
• Madre: En todo el texto he considerado a la madre como a la persona responsable del cuidado y
educación del niño, independientemente de su sexo o legitimidad biológica.
• Heteronomía: Antónimo de autonomía. Dependencia hacia otra persona y sus recursos para conseguir
nuestros fines.
• Autonomía: Capacidad de utilizar nuestros propios recursos para la consecución de nuestros propios
fines. Es el gran regalo de nuestra voluntad y depende de ella.
• Homeostasis: Equilibrio interno del organismo. Su regulación es involuntaria y depende de las
regiones del cerebro que aparecieron primero en la evolución.
• Lóbulos frontales: Parte delantera del cerebro. Son considerados el cerebro ejecutivo. Responsables
de dirigir la acción consciente, inhibirnos de los impulsos, inventar y mantener activados nuestros
proyectos. Son la última etapa de la evolución en el cerebro y su desarrollo en el hombre no tiene
precedentes en ninguna especie. Dirigen la orquesta de nuestro sistema nervioso consciente. Sin ellos
difícilmente abríamos descubierto el fuego, la penicilina o abríamos podido enviar un hombre a la
luna o las sondas a Marte.
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