DOSSIER DE PRENSA. LA CANCIÓN DE ROLDÁN

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A la venta el 3 de marzo
Nº de páginas: 496 – PVP: 21 €
Fernando Sánchez Drago
Fernando
Sánchez
Dragó
(Madrid, 1936) es novelista,
ensayista y periodista. Ha
publicado cuarenta libros,
casi
todos
en
Editorial
Planeta, y miles de artículos,
columnas y reportajes en
Cambio 16, Diario 16, Época,
El Mundo y La Razón.
Durante treinta y seis años
dirigió y presentó programas
culturales
en
Televisión
Española,
Canal
Nou
y
Telemadrid.
Su
actividad
radiofónica (Radio Cadena,
Onda Cero, COPE, Radio
Nacional, esRadio) le valió el
Ondas.
Fue profesor de Lengua, Literatura e Historia en once universidades de
siete países. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura.
Tiene el Premio Planeta, el Fernando Lara, el Premio Espiritualidad
Martínez Roca y el Premio Nacional de la Federación de Gremios de
Editores. Sus libros son anillos de una cadena a la que aún faltan
algunos eslabones. Confía en vivir lo suficiente para forjarlos. Le gustan
los viajes, los gatos, la lectura, el silencio, la soledad y el peligro.
La canción de
Roldán
Crimen y Castigo
“Hiciste algo terrible, pero eso no te resta humanidad. Quiero mostrarlo
a la gente”.
(El personaje de Truman Capote en la película Capote)
La corrupción, que, lamentablemente, es el gran tema de los últimos
años, no es algo que haya surgido ahora de golpe y sin antecedentes.
Por no remontarnos al Siglo de Oro y limitarnos a la historia española
reciente, sin duda el caso de corrupción más sonado fue el que
protagonizó Luis Roldán en los últimos años de los gobiernos de Felipe
González.
Director de la Guardia Civil –y antes, concejal del Ayuntamiento de
Zaragoza y delegado del gobierno en Navarra-, Luis Roldán fue
procesado por malversación de caudales públicos, cohecho, estafa,
prevaricación, falsedad documental y delito fiscal, y condenado a 31
años de cárcel, de los que cumplió quince entre 1995 y 2010. Por si no
fuera bastante grave que semejante cargo político se viera acusado de
tales delitos, Luis Roldán permaneció diez meses fugado de España y en
paradero desconocido. Con esos mimbres, su caso adquirió una
resonancia inédita hasta entonces.
Los hechos, que constituyeron un gran escándalo en su momento, son
bien conocidos; además de que han sido reactualizados recientemente
con otros nombres y otros detalles. De modo que Fernando Sánchez
Dragó, autor de este libro que él define como novela, no ha querido
entrar en los aspectos político-judiciales del caso. Sánchez Dragó ha
querido hacer algo distinto. En sus propias palabras, lo que le ha
interesado es “el proceso físico, psíquico, moral, cultural, familiar,
económico y social vivido por Luis [Roldán]… lo que más me importa es
la tentativa de dibujar el engranaje por el cual el uso del poder
corrompe inexorablemente a cualquier persona que lo ejerza
convirtiendo en delincuente a quien delincuente, en principio, no es”.
Una novela con personajes, escenarios y pasiones
¿Es La Canción de Roldán una novela? Sí, si admitimos que hay novelas
de no ficción, en las que los hechos narrados son reales. Buenos
ejemplos de este género peculiar han escrito autores como Javier Cercas
o Javier Marías en estos años. Pero también el propio Dragó lo ha hecho
en un caso como el de su novela Muertes paralelas, ganadora del premio
Fernando Lara. Es novela, además, porque contiene los elementos
canónicos que Miguel Delibes pedía a este género: un personaje, un
paisaje, una pasión. La Canción de Roldán los tiene, y de primera
magnitud. Sánchez Dragó crea (o recrea) con mano maestra a un
personaje tan potente (y complejo y ambiguo, es decir, humano, es
decir, novelesco) como Luis Roldán, además de a un buen número de
secundarios. Crea (o recrea) de modo extraordinariamente vívido y
atractivo para el lector los paisajes de París o Indochina, en los que
transcurren el primer encierro de Roldán y la búsqueda de sus huellas
por parte del mismo Dragó. Y profundiza en la pasión (humana,
demasiado humana) del poder y el dinero.
El meollo del libro tiene sobre todo que ver con esto último. Esta es una
historia de crimen y castigo, de culpa, expiación y redención. El autor no
llega, ni mucho menos, predispuesto a favor de Luis Roldán, cuyos
delitos no se disimulan ni minimizan en ningún momento. Tampoco
padece ningún síndrome de Estocolmo, ni el del biógrafo que se
enamora de su objeto de estudio. Roldán aparece en todo momento
como el autor de fechorías condenables sin paliativos, como un
“malhechor de cuello y guante blancos” cuya historia delictiva es “no por
dramática menos nauseabunda”. Hay, incluso, algún momento de
tensión cuando el autor del libro entrevista/interroga al ex–presidiario.
Pero otra cosa es que Roldán no fuera el único malo de la historia (“su
carrera, fruto de la época y de la sinvergonzonería inherente al carácter
de los españoles, fue análoga a la de tantos otros”, escribe el autor). O
que, ni siendo el único ni el peor de los corruptos, fuera el que sufriera
el peor castigo. Otra cosa, en fin, es que Roldán, tras verse engañado
por un cómplice y perder todo el botín de sus delitos, y tras pasar ese
largo periodo de cárcel, además de purgar sus culpas, haya podido
convertirse en otro hombre.
Como novela que es, La Canción de Roldán tiene un arranque
novelesco: una cita misteriosa, más que discreta casi secreta, en un
restaurante (“pequeño, barato, correcto”) de París. Dragó se ha
embarcado en un proyecto que no le atrae (no es lo suyo), del que
reniega a menudo, que le cansa y le abruma hasta llegar a pensar, dice,
en el suicidio. Es un encargo editorial (“un figurón de la España corrupta
está dispuesto a cantar de plano” y su única condición es que se respete
a su familia) que no termina de asumir, aunque sea indudablemente
tentador por otra parte.
Y Dragó empieza a manejar una documentación exhaustiva y disuasoria,
en la que destacan los diarios de Roldán en la cárcel, a entrevistarse con
éste y con personajes que vivieron los hechos: el ex-ministro Antonio
Asunción, el ex-secretario de Estado para la Seguridad Rafael Vera, el
ex-miembro de los servicios secretos Juan Alberto Perote, el abogado de
Roldán; Julio Feo, hombre de confianza de Felipe González; el fiscal
general del Estado en ese momento, Torres-Dulce…
El libro es, a la vez, el resultado de esa larga y minuciosa investigación,
y el relato de la propia investigación. Se escribe según se hace y es el
relato de cómo se va haciendo. Como el trabajo es agobiante, algo de lo
que Dragó no deja de quejarse, éste huye a sus refugios personales en
Indochina y países limítrofes, lo que le da ocasión para brindar al lector
bellísimas descripciones de unos lugares que, si no son el paraíso, se le
parecen bastante, según su propia afirmación.
Años de plomo, años de lodo, años oscuros
La Canción de Roldán recupera una etapa terrible en la que el terrorismo
etarra llegó a asesinar a doscientas personas en un año. El gobierno,
entonces, necesitaba a “un sheriff o un cuatrero que no se anduviese
con contemplaciones a la hora de poner orden en un lugar tan conflictivo
como lo era, en la fase álgida de los GAL, Pamplona y su provincia”. El
horror de tener que contemplar los cadáveres deshechos de las
víctimas, de gente a la que conocían y con la que trabajaban, el trago
de comunicarlo a las familias, aquella insufrible tensión.fue la coartada
para que muchos altos cargos -policías, militares, jueces, políticos, pero
también periodistas y comisarios franceses que entregaban etarras (lo
que recuerda las recompensas del Oeste)- cobraran unos sobresueldos
opacos, astronómicos e injustificados en más de un sentido. Los años de
plomo del terrorismo fueron también los años del lodo de la corrupción.
Y Roldán, se dice en el libro, “no desperdició ni una sola oportunidad; su
solvencia en el oficio de barrer para dentro está fuera de dudas”.
Cuando aquello salió a la luz, se destapó la caja de los truenos y Roldán
puso tierra de por medio para escapar de la justicia. El libro recupera
también esos años oscuros, que siguieron a los del plomo y el lodo, en
los que Roldán estuvo oculto en París y luego en la cárcel en España. De
algún modo contesta a las preguntas nerudianas: entonces ¿dónde
estabas, entre qué gentes, diciendo qué palabras?
En los años oscuros de Roldán hay dos etapas bien diferenciadas: la de
su clandestinidad en París, ayudado, protegido y engañado por el
misterioso y escurridizo Francisco Paesa (un personaje que da para todo
otro libro, alguien que fingió su propia muerte y del que se dice que
actualmente viene a menudo a Madrid, con el amparo o la vista gorda
de los servicios de inteligencia y de Interior); y los años pasados en la
cárcel. Etapas diferentes con un denominador común: en ambas, Luis
Roldán está encerrado. El primer encierro lo es de hecho aunque no sea
legal; transgredirlo puede llevarle a ser detenido. O a algo peor: Roldán
es, en esos momentos, el hombre que sabe demasiado, y algunos
entrevistados en el libro sugieren que desde altas instancias del
gobierno español puede haber interés en hacerle desaparecer. En esos
meses Roldán vive como un nuevo conde de Montecristo, una situación
claustrofóbica, kafkiana, que Dragó traslada magistralmente al lector. El
segundo es el encierro legal que le sirve a Roldán para expiar su culpa
y, además, para redimirse, transformándose en una persona nueva a
través, sobre todo, de la lectura.
Ascensión y caída de un Botejara
Al comienzo de su peripecia, Roldán es un genuino representante de la
España tradicional, un Botejara, como se le llama en el libro, aludiendo
a una famosa serie televisiva de la Transición, alguien que encaja como
un guante en la llamada banalidad del mal, un pelanas que sólo quería
salir de pobre. Pero que estuvo en el lugar adecuado en el momento
oportuno, cuando el dinero empezaba a correr a manos llenas entre los
implicados en la lucha antiterrorista. La insignificancia del protagonista,
la banalidad con que perpetró sus delitos, la inevitabilidad de la
corrupción en el ejercicio del poder; tales son algunos mimbres de esta
historia.
“En aquel puerto de arrebatacapas había que ser primo de solemnidad
para no meter la mano hasta el codo en el cepillo”, escribe el autor. Y
Roldán la metió hasta más allá del codo. Dos fueron sus fuentes de
ingresos: las gratificaciones procedentes de los fondos reservados, algo
alegal más que ilegal, muy semejantes a las tarjetas black que se han
conocido últimamente, y las comisiones –éstas sí, totalmente ilegalescobradas a empresarios, sobre todo constructores, que constituían la
parte del león. Roldán llega a reconocer haber cobrado la exorbitante
cifra de diez millones de pesetas al mes de los fondos reservados. En
total, el dinero que sacó superó los diez millones de euros. Esa cantidad
acabó en manos de su cómplice y estafador, Francisco Paesa, la persona
que le ocultó en París aprovechando sus numerosos contactos (con la
masonería, por ejemplo) y que era su único asidero en ese momento. El
dilema para Roldán era “Paesa o el diluvio”. Escogió al primero y no se
libró del segundo.
Su condición de pelanas, de alguien ajeno a las familias del poder, su
fuga rocambolesca, y el carácter especialmente odioso o grotesco de
delitos y actuaciones que se le atribuían (quedarse con el dinero de los
huérfanos de la guardia civil, las orgías) le convertían en el perfecto
chivo expiatorio para concentrar unas culpas que estaban muy
repartidas y permitir que se fueran de rositas otros implicados en los
mismos delitos, incluyendo los más altos cargos del gobierno. A Roldán
“le tocó pagar el pato mientras el resto de los comensales, con pocas
excepciones, se escaqueaba; la espectacularidad de su captura, la
atención de los medios y el simbolismo de su cargo al frente de la
Guardia Civil lo convertían en el pararrayos perfecto para recibir
descargas eléctricas que no siempre le correspondían. Fueron muchos
los que, gracias a él, se libraron de la quema”, dice en el libro Julio Feo.
En ese papel de pararrayos, Roldán sufrió lo que Sánchez Dragó llama
“ensañamiento carcelario”, unas condiciones muy duras, con un
larguísimo periodo de aislamiento y apenas beneficios penitenciarios, en
contraste con las que tuvieron otros en los mismos años, como Mario
Conde, Javier de la Rosa, Prado y Colón de Carvajal, Vera, Barrionuevo…
Incluso lo que puede parecer una venganza del poder alcanzó a su
mujer, a la que se define en el libro como víctima injusta de la inquina
de Belloch y sus adláteres.
Y si la ascensión fue fulgurante, en la caída no se le ahorró nada. Su
crimen fue compartido por muchos; su castigo conllevó elementos que
no tuvieron los de los demás. Roldán sufrió, escribe Sánchez Dragó, el
oprobio, la destitución, la fuga, la picota, el linchamiento, la cárcel, el
divorcio, la privación de la patria potestad, el desmoronamiento de su
familia, la ruina económica, el deshonor, la pérdida de todo lo que
convierte en persona a un ser humano. Cuando en su última etapa
carcelaria, empezó a disfrutar de algún permiso, la nueva situación se
vio empañada por su tremenda crisis familiar.
Un hombre nuevo
Y desde ahí, desde el punto más bajo de su descenso a los infiernos,
Roldán emprendió la metamorfosis que le acabaría convirtiendo en
alguien distinto. Autor y protagonista del libro coinciden en el
diagnóstico. Para el primero, no hay duda: “Cuando llegó al módulo era
un Botejara; cuando salió de él era un hombre ilustrado… La lectura fue
en última instancia su tabla de salvación… Quiero creer que el
sufrimiento redimió a Roldán. Quiero creer que ya no es un malhechor”.
“Te salvó lo mucho que leíste. Te salvó la cultura”. En cuanto a Roldán,
lo consignó así en sus diarios de la cárcel: “Estos años de cárcel han
sido años de crecimiento de mi sensibilidad”. “Algo se quebró y naufragó
para siempre dentro de mí”.
La lista de sus lecturas carcelarias es sencillamente impresionante:
Freud, Wittgenstein, Virginia Woolf, George Sand, Kant, Hegel, Spinoza,
Leibniz, Eugenio Trías, Platón, Hannah Arendt, Nietzsche, Proust,
Heidegger, Séneca, W. Benjamin, Kafka, Wilde, Yourcenar, San Agustín,
Ortega…
Roldán salió de la cárcel convertido en otra persona, también en un
sentido distinto. El Roldán de hoy, constata Dragó, es alguien “gélido,
inexpresivo y tristón”, además de sufrir apuros económicos, lo que le
lleva a ir empeñando sus bienes.
La redención del personaje, o lo que, citando a Hegel, se llama en el
libro, la desdicha de la toma de conciencia, es el otro gran mimbre que
termina de conformar esta historia.
Deshaciendo bulos
Protagonista de un escándalo mayúsculo y de una fuga rocambolesca,
Luis Roldán se convirtió, fatalmente, en personaje de novela alrededor
del cual se podía tejer cualquier leyenda. Este libro deshace también
algunos bulos vertidos sobre él. Como que, a estas alturas, Roldán esté
forrado. No lo está, ya que el dinero se lo quedó Francisco Paesa.
También desmiente la práctica de orgías entre exigencia de comisiones
y cobro de fondos reservados (algo que llegó a publicarse entonces);
que Roldán se quedara con el dinero de la Asociación de Huérfanos de la
Guardia Civil; o que todavía pudiera llevarse por delante a muchos
políticos de entonces, algo imposible ya que los delitos han prescrito.
Figura en un paisaje moral
La canción de Roldán es el retrato de un culpable (cuyas culpas no se
disimulan ni minimizan), el relato de su peripecia, el acta de su
expiación y de su redención, de su transformación en todo caso.
Y la figura de ese culpable aparece dentro de un paisaje, físico y moral,
muy definido: un país, España, que fue siempre terreno abonado para la
corrupción, en el que las prácticas corruptas siempre han sido
lamentadas, pero nunca han escandalizado. “Las fechorías de Luis
Roldán eran sólo el azogue en el que se reflejaban las repulsivas
facciones de un país, de una época, de un modelo de sociedad”, escribe
el autor.
El libro no es, pues, sólo el retrato de un hombre, “sino de un país, de
una época, de un modelo de sociedad, de un sistema político y
económico… Roldán sería sólo un espejo y un reflejo… del país en el que
medró, robó y padeció relativamente injusta, por abusiva, persecución:
el de Suárez, el de González, el de Aznar, el de hoy. Un país enfermo,
un país devastado por la codicia y la hipocresía, un país en el que la
corrupción es norma de curso legal e ilegal”.
ENTREVISTA A FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ
“ESCRIBIR ESTE LIBRO HA SIDO UN DRAMA, CASI UNA TRAGEDIA”
¿Qué hace un escritor como usted en un libro como este? ¿No
habíamos quedado en que era un autor estrictamente
egográfico?
Escribir este libro ha sido un drama, casi una tragedia. Para mí y para
Luis Roldán. Cierto es que inicialmente iba a ser sólo el relato de la
peripecia de Roldán, escrito en tercera persona, pero me fui implicando
en él tanto, por ejemplo, como lo hizo Truman Capote en A sangre fría,
y ya no pude prescindir de la primera persona y de mi propio drama.
¿Por qué ponerse a escribir sobre Luis Roldán a estas alturas?
Por dos motivos: porque, al tener trato con él, tantear el terreno,
investigar en lo que le sucedió y leer sus diarios de presidio miles y
miles de páginas manuscritas me encontré con una persona y una trama
extraordinariamente novelescas. Recuerde que he escrito una novela, de
no ficción, sí, pero novela, esto es, literatura. No es un ensayo ni nada
que se le parezca. Tiene algo de periodismo, de biografía, de reportaje,
de memorias. Lo dice la contraportada: ¿para qué molestarse en
inventar personajes que ya existen en la realidad? La mejor narrativa
actual, y única que como lector y como escritor me interesa, ahonda en
esa dirección. Limónov, por ejemplo, de Emmanuel Carrére, o los dos
últimos libros, respectivamente, de Javier Cercas y Antonio Muñoz
Molina, por citar a dos autores españoles. Empecé a escribir esta novela
hace casi tres años y la entregué al editor antes de que esos libros
aparecieran. Son actitudes y planteamientos literarios propios de
nuestra época. Están en el aire.
¿Y el segundo motivo?
Si Roldán es un personaje interesante para el escritor y para el lector, lo
será por los siglos de los siglos, como hoy lo siguen siendo los
personajes de la tragedia griega, los de Shakespeare o los de
Dostoievski La literatura no tiene fecha de caducidad aparte de la que
en cada caso le imponga la atención de los lectores. Me embarqué en la
aventura de escribir esta novela como si fuese un desafío. Tenía, en el
momento de empezarla, 75 años; ahora tengo 78. Aquel mismo año
llegó mi cuarto hijo. Eran lo uno y lo otro, en cierto modo, apuestas
paralelas. ¿Podría ser padre a la edad en la que otros son bisabuelos?
¿Podría escribir un libro absolutamente distinto (aunque luego no lo
haya sido tanto) a todos los que llevaba escritos? Tenía que someterme
a esa prueba, tenía que demostrarme a mí mismo que era capaz de
renunciar a lo aprendido, de olvidar lo recorrido y de empezar de cero.
Seguí el mandato de Baudelaire: "al fondo de lo desconocido para
encontrar lo nuevo". Fue una decisión arriesgada, aunque al principio
no supuse que lo fuese tanto.
¿Qué aporta una novela sobre el caso Roldán que no hayan
aportado los libros de investigación periodística que ya han
aparecido sobre él? ¿Dónde está la diferencia? ¿Es sólo una
cuestión de forma o también de fondo?
Forma y fondo son siempre inseparables. Yo no quería aportar datos, ni
nuevos ni viejos, sobre lo que usted llama "caso Roldán". Eso ya lo
habían hecho otros: Pedro J. Ramírez, Manuel Cerdán, Antonio Rubio,
Gasparini... Todos ellos periodistas, y muy buenos. Verdad es que en mi
libro hay bastantes datos nuevos, llamativos, significativos e incluso
escandalosos, porque Roldán me contó muchas cosas. Aquí salen
Rafael Vera, Antonio Asunción, Julio Feo, Cristina Alberdi, Alberto
Perote, Manolo Cerdán, Antonio Rubio, Fernando Baeta, etc., pero eso
es para mí anecdótico. Lo que yo he intentado aportar con mi novela es
el factor humano, el revés de la trama, el análisis psicológico, el porqué
y cómo se convierte un hombre normal en un delincuente, el redoble de
mi propia conciencia,
la descripción de la naturaleza humana, la
minuciosa crónica de una crucifixión,
el relato de una expiación
coronada por una redención, el atroz telón de fondo de cuanto ha
sucedido en nuestro país desde que llegó la democracia, la sarcástica
descripción de ese teatrillo de marionetas que es la política practicada a
la española... Y (last but not least ) una reflexión narrativa sobre el
qué, el para qué, el porqué y el cómo de la vocación literaria y del
ejercicio de la literatura. ¿Le parece poco? Si quiere, sigo.
¿Qué esperaba encontrar y no ha encontrado? ¿Qué no pensaba
descubrir y ha descubierto?
No esperaba encontrar nada. En su día me había interesado muy poco
todo aquello. Apenas seguí el lío de Roldán. Me divirtió la farsa de Laos,
y poco más. Yo era uno de los escasos españoles que conocía a fondo,
por haberlo recorrido casi a pie, a finales de los sesenta, ese país. La
política y la actualidad son cosas a las que atiendo poco y de las que
entiendo menos, y aquello, inicialmente, me sonaba a las dos cosas.
Ahora bien: encontré mucho. Por eso mi novela es tan larga, tan
compleja, tan ambiciosa. Una aventura literaria equivalente, por su
envergadura y su propósito, a la que en los años setenta había corrido
con Gárgoris y Habidis. De la España Mágica a la España Podrida.
Al principio del libro no se le ve excesivamente entusiasmado
con Roldán. Hasta da la impresión de que le exaspera. De que
medio le avergüenza escribir sobre él y que por eso se escuda
una y otra vez en alusiones a Carrère, a Capote, a Koestler…
como buscando inspiración y hasta excusa en los grandes
maestros de la no-ficción. ¿Se sentía prisionero de las
limitaciones de la realidad y de su personaje? ¿Le habría gustado
que fuese distinto?
Sí, claro, al principio estaba yo de uñas. ¿Qué coño me importaba a mí
todo aquel asunto de vil metal, de enredos políticos, de comisiones, de
fondos reservados, de guardias y ladrones, de señorones, de pícaros
redomados...? Pero hablé muy a fondo con Roldán, lo estrujé, recorrí
con él (y sin él) paso a paso todos los escenarios del secuestro y
encierro al que lo sometió Paesa en París, fui a verlo a Zaragoza y a
Moscú, vino él a verme a Castilfrío y Madrid, descifré miles de páginas
escritas en la cárcel, me sumergí, al leerlas, en la demolición de la
identidad de un hombre, de sus afectos, de sus recuerdos y esperanzas,
de su matrimonio, de sus relaciones con los hijos, de sus ideas y de su
fe en la democracia, recorrí el historial de su crimen y su castigo, su
salvación por medio de la lectura, su calvario, su reencuentro con Dios,
su encuentro con Natasha (su actual esposa), su manera de vivir, y...
Caramba, no, no me habría gustado que fuese distinto. Me pareció tan
novelesco como Raskolnikov, como Rubashov, como Limónov, como los
asesinos de Kansas... Pan tierno y a la vez duro para los dientes de un
escritor.
En un momento dado deja caer que no se puede escribir sin
piedad. ¿Es eso lo que siente usted ahora hacia Roldán? ¿Cree
que ha podido traspasar en algún momento la línea del síndrome
de Estocolmo?
Lo traspasé, ya que se empeña en llamarlo así, el mismo día en que
decidí escribir esta novela. Insisto: novela. Ese género (otros, no) exige
compasión. ¿Cómo diablos puede novelar un escritor la vida de otras
personas (o la suya propia) si no hay empatía entre él y sus personajes?
Yo no juzgo, ni condeno, ni absuelvo, ni dicto sentencias. No soy un
juez, no soy un predicador, no soy un confesor. Sólo soy un narrador.
Me limito a contar.
¿Todos somos Roldán? ¿Y ya está? ¿Esa es toda la explicación,
toda la banalidad del mal de la gran España corrupta?
El ser humano es un animal depredador. Algunos, muy pocos,
consiguen, elevándose, ilustrándose, dejar de serlo, como el león que
lamió la mano de Androcles. Otros muchos no caen en la tentación de
depredar porque las circunstancias no la ponen a su alcance o porque el
miedo los paraliza. Y si ese ser humano es, además, español, la
situación se agrava. País de pícaros, a decir poco. La envidia, nuestro
pecado capital, conduce inexorablemente a delinquir. Y cuando, encima,
va unida a la iracundia y la pereza... No quiero ensañarme, pero...
¿Conoce usted algún momento de la historia en la que España no haya
sido corrupta? Dígame cuál. Soy todo oídos.
Habrá quien subraye que su novela se ceba en el ocaso de los
dioses felipistas. Pero, ¿era de verdad su intención cargar contra
un partido concreto, o el foco es mucho más amplio? ¿Apela
usted a culpas más sutiles, más extendidas, en suma, más
humanas?
Sí, claro... Mi novela trata de la condición humana, en general, y de la
del festivo, frívolo y sinvergonzón homo ibericus, en particular. Cargo
contra todos los políticos sin distinción de partidos y con muy pocas
excepciones. Puede que no haya ni siquiera una. Toda la peripecia
delictiva de Roldán transcurrió en los años del felipismo. De ahí que
abunden las referencias a éste. Eran inevitables. Pero mire lo que
sucedió después... Ahora ya sabemos que había y hay corrupción en
todos los partidos que han tenido responsabilidades de gobierno, ya
fuese nacional o comunitario. Todos, digo, de derechas o de izquierdas.
Se libran, por el momento, los que aún no han tocado el poder, y no
todos. Ya veremos lo que hacen cuando lo toquen.
¿Se da cuenta de que le ha salido un libro muy viril, muy de
hombres? Hasta incluye una especie de duelo al sol entre usted y
Rafael Vera. ¿Cuántos desafíos de este tipo ha tenido que
encarar? ¿Cómo hace uno para escribir la historia que siente que
tiene que escribir, reclamado y aturdido por docenas de
personajes de carne y hueso que sienten que tienen que imponer
su versión a cualquier precio?
El texto de la contraportada, comienza con una frase de María
Zambrano: "Hay cosas que no pueden decirse, y es cierto. Pero lo que
se tiene que escribir es lo que no se puede decir". He aplicado ese
criterio.
Siempre, en realidad, lo aplico. Yo no transcribo las
conversaciones a veces encontronazos mantenidos con esas
personas. Las rehago, las cuento, las novelo, tirando, sobre todo, de la
memoria y también de algunas notas de nada tomadas en una tarjetilla
y por lo general indescifrables debido a mi pésima caligrafía. Cuando me
entrevistaba con ellas, ni siquiera llevaba grabadora, que es una
herramienta de periodistas, no de novelistas. Sólo la utilicé en el caso
de Roldán, pero eso fueron horas y horas y más horas, y me interesaba
la precisión, por novelada que estuviese. El autor del libro soy yo, yo
soy quien lo firma y mía es la última palabra. Si alguien se pica, que se
picará, es asunto suyo. De todas formas, en muchos casos, envié mi
versión de lo que habían dicho a algunas de esas personas (Julio Feo,
Cristina Alberdi, Perote y, sobre todo, Rafael Vera y Toni Asunción) y,
tironeando, acepté algunos de los retoques, casi siempre razonables,
que me proponían.
También nos descubre su libro a un Roldán intelectualmente
curioso, que sale de su largo cautiverio transformado gracias a
haber sido un lector voraz. La filosofía, la religión y la literatura
le hacen tomar gradual conciencia profunda de ser un
delincuente, además de un chivo expiatorio. ¿Podemos
considerar que la cárcel, después de todo, redimió a Roldán?
¿Que le limpió de verdad de sus pecados?
No fue tanto la cárcel como el brutal aislamiento al que se vio sometido.
La cárcel, en sí misma, no redime a nadie. Al contrario: corrompe, en
contra de lo que los garantistas creen, aunque no en todos los casos. Sé
de lo que hablo. Entré cuatro veces en ella y pasé allí casi dos años. Su
afición a la lectura –lo devoró todo desde Aristóteles hasta Walter
Benjamin, sin pasar por mí (nadie es perfecto) y las conversaciones
sacramentales mantenidas con un jesuita inteligentísimo, se vieron
potenciadas por la soledad, la depresión y el desamparo. Ahí reside su
veta dostoievskiana.
¿Y a usted, este libro le ha limpiado de algo? ¿Es usted mejor
después de haberlo escrito?
Soy más joven y estoy más vivo que antes. ¿Eso es mejorar? He librado
un
desafío del que he salido airoso (con eso no quiero decir que mi novela
sea buena, aunque, para qué engañarnos, yo creo que sí lo es). ¿Eso es
mejorar? Me he dado cuenta de que yo, como todos, habría podido ser
Roldán, pero no lo he sido. ¿Eso es mejorar? He tratado con la
misericordia que el arte de narrar exige a un hombre que se equivocó,
pagó y no se rindió. Ahora soy amigo suyo. ¿Eso es mejorar? He
cumplido con mi deber de escritor, no he traicionado mi vocación, no me
he suicidado.
ENTREVISTA A LUIS ROLDÁN
“ME ARREPIENTO DE MUCHAS COSAS, DE CASI TODO, HASTA DE HABER
ACEPTADO CONVERSAR CON DRAGÓ”
¿Por qué se ha prestado usted a dar su testimonio para este
libro, y por qué ahora?
En 2010 Planeta sondeó mi disponibilidad para conceder una entrevista
a un escritor, sin nombre en ese momento, y hablar sobre las
circunstancias de mi condena, una vez cumplida esta íntegramente. En
principio accedí y ahí quedó la cosa. Yo deseaba explayarme sobre las
condiciones de mi encarcelamiento. Me parecía asombroso que nadie
hubiese hablado sobre los diez años de aislamiento que padecí. En un
país donde nos pasamos el día invocando los derechos humanos, a
nadie le interesó la existencia de un nuevo Spandau a sólo 90 km de
Madrid. Yo deseaba contar no sólo el largo período de tiempo que pasé
aislado sino que, por ejemplo, los psicólogos sólo me visitaron una vez
en diez años. O que al llamado educador penitenciario no le conocí hasta
una semana antes de ser trasladado a Zaragoza… Quería explicar que la
cárcel me causó un vaciamiento social y familiar de dimensiones
inimaginables. Experimenté también un castigo interior de culpa, de
dolor, de reproche hacia mí mismo, que ha supuesto una condena
añadida, en este caso a perpetuidad. Un poco por todo esto, cuando
Planeta volvió a insistir en 2012, acepté por fin la invitación.
¿Cómo es en la actualidad un día normal en la vida de Luis
Roldán? ¿Qué hace, cómo vive, a quién ve?
Llevo la vida propia de una persona jubilada, con problemas de salud
propios de la edad y de las circunstancias que he vivido. Paseo con mi
esposa todos los días. Hacemos la compra, vamos al cine el día del
espectador, visitamos exposiciones, asistimos a los conciertos gratuitos
del Conservatorio de Música, etc. Consulto las noticias en Internet y leo
hasta que mis ojos enfermos dicen ¡basta! ¿A quién veo? Los pocos
amigos que tenía van desapareciendo…Ya no veo a casi nadie.
¿Cómo conoció a Fernando Sánchez Dragó y por qué confió
precisamente en él para sincerarse y sacar a la luz sus diarios de
la cárcel? ¿Sabía en lo que se metía al ponerse en manos no de
un periodista, sino de un escritor?
Nuestro primer encuentro fue casual. Fue en Moscú, en el Teatro de los
Gatos. Yo hasta entonces no conocía personalmente a Dragó, sólo había
leído un libro suyo. Debo decir que, de cerca, Dragó se agiganta. Es una
persona agradable y próxima. Eso sí, muy libre, muy independiente, en
fin, muy especial… Ese día hablamos mucho de Rusia y de Moscú y,
claro, mucho de los gatos. Nos entendimos muy bien. Cuando poco
después Planeta volvió a la carga con el libro, me acordé de aquel
encuentro, pensé que Dragó podría ser la persona idónea para
escribirlo, se lo sugerí al editor y éste aceptó de inmediato. Obviamente
no sabía dónde me metía. Ahora no lo haría. Wittgenstein dijo: “A veces
hay que hablar para saber qué cosas se pueden decir y cuáles no ....
una vez dichas”. Eso me pasó a mí.
¿Qué se siente al devenir personaje de novela? ¿Se reconoce
usted en el Roldán dragoniano? ¿Cree que el autor le ha tratado
bien, mal o regular?
Cuando hace referencia a mi aislamiento en Brieva y las circunstancias
que pasé allí, es evidente. Recoge lo que yo siento en esos momentos.
Con el paso del tiempo los sentimientos son mas poliédricos. Hay
momentos en que define muy duramente, casi cruelmente, mi conducta,
que ya sé que fue reprobable. Pero los adjetivos de Dragó son muy
duros. Sin concesiones hacia mí. En síntesis, hay en la novela juicios
sobre mi vida personal con los que estoy en total desacuerdo, otros que
son matizables y, por supuesto, otros con los que sí estoy de acuerdo.
Sorprende la tensión intelectual. Usted, a quien toda España
creía un “Botejara”, un rústico, un zafio, logra sorprender a
Fernando Sánchez Dragó con el nivel de sus lecturas, que se
acrecienta enormemente durante los años en la cárcel.
¿Podemos decir que entró en Brieva un hombre del montón y
salió un humanista?
Decía Julián Marías: “En España no se dice lo que pasa, sino que pasa lo
que se dice”. Aplíquemelo a mí. Desde niño he leído mucho. Mi madre
era una gran lectora. Cuando veo ahora sus libros, me asombra
comprobar lo que leía. Yo de joven también leía mucho, especialmente
biografías históricas, libros de Historia, los clásicos griegos, etc.
Después, cuando ingresé en el PSOE, ya iba cargado de lectura política y
muy ideologizado. Siempre que mis ojos me lo permiten sigo leyendo y
releyendo…
Dragó atribuye a ese proceso de desmesurado crecimiento
intelectual durante el cautiverio, así como al reencuentro con la
religión, que usted tomara repentina y muy dolorosa conciencia
de que había cometido un crimen. Que cruzó esa desdichada
línea hegeliana de la conciencia donde uno deja de verse como
mera
víctima
de
las
circunstancias
para
exigirse
responsabilidades a sí mismo. Dragó nos lo ha contado en su
novela, pero, ¿por qué no nos lo cuenta usted ahora? ¿Se atreve
a enmendarle la plana al autor de su personaje, tiene algo que
quitar o que añadir?
He leído bastante a Hegel. Yo como sujeto también he vuelto sobre mí
mismo. Hegel estudia el devenir y el despliegue de la conciencia desde
lo más simple hasta lo más absoluto. Hay unas relaciones entre la
conciencia y el sujeto. El concepto de “conciencia desgraciada” que
elabora Hegel define esa relación y en algunos casos su evolución.
Bujarin en su proceso la define muy bien, aunque fuese un argumento
filosófico para defenderse de unas acusaciones políticas. En mi caso me
condujo a recuperar mis raíces culturales cristianas, si bien críticamente.
Aquí nadie dimite por nada, como mucho dice que lo siente, que se ha
equivocado, que se le perdone y hasta la siguiente… Vale para todo,
para la política y también para el fútbol. Me confieso y sigo pecando. Esa
es nuestra cultura. Quisiera añadir y sobre todo precisar que el autor de
la novela, de la primera a la última línea, es Dragó y sólo Dragó. Ahora
bien, él ha entrevistado o por lo menos conversado largamente con ocho
o nueve personas, con algunas incluso dos o tres veces. A mí me dio la
posibilidad de matizar, replicar, puntualizar…en fin, reaccionar a lo que
decían de mí. Si “escribir es una elección perpetua entre mil expresiones
que casi nunca nos satisfacen”, al leer yo este libro, me sucede igual…
Así pues, lo escrito, escrito está, para qué darle más vueltas.
Otra tensión que Dragó y usted comparten parece ser que los
dos han estado al filo del suicidio. ¿Eso lo han hablado, lo han
puesto en común? ¿Hay un antes y un después en la vida,
cuando uno se ha planteado en serio abandonarla?
La constante posibilidad del suicidio quizás me permitió soportar con
menos impaciencia la llegada de la libertad. No lo sé. La tensión
subsiste. Creo que es una secuela de la situación limite y del aislamiento
que viví en Brieva. La lectura de esta novela a finales de diciembre
pasado generó una tensión que me retrotrajo a una situación límite que
creía superada. Aún hoy día no estoy recuperado de ella. Esos días
hablé mucho con Dragó de ello. Pero para mí no hay un antes o un
después de la idea del suicidio. Estoy en el mismo lugar. Iness Armand
(confidente y amante de Lenin) se preguntaba: “¿Se desvanecerá en mí
alguna vez este sentimiento de muerte interior?” A mí me pasa algo
parecido. Yo he leído las biografías y obras de muchos escritores que
han terminado suicidándose (Améry, Koestler, Primo Levi, Paul Celan y
sobre todo Walter Benjamin). La vida al final es un misterio de todo el
ser humano. En todo caso en mi vida hay una relación muy intensa con
la muerte. Durante los años que pasé en Navarra y en la Guardia Civil la
vi de cerca muchas veces, demasiadas veces. Sentí el dolor de la gente
demasiadas veces.
¿Cree de verdad, como llega a afirmar algún personaje del libro,
que había quien quería liquidarle a usted físicamente para evitar
que tirara de la manta?
Sí, sí, sin duda. Conozco algo de las cloacas del Estado. En un mismo
momento dado, Belloch, Paesa y un ex-ministro de Venezuela y ex-jefe
de los servicios secretos, sin conocerse entre ellos, dicen lo mismo. Otra
cosa es a quién se le pudo ocurrir, eso no lo sé. El que más parece
saberlo es Belloch, según lo que escribió Pedro Jota.
Ha sido usted víctima del período de aislamiento más largo de
toda la historia penitenciaria de España, metieron a su entonces
esposa en la cárcel para presionarle, se le ha denigrado
públicamente más que a ningún otro protagonista de la España
corrupta. Ninguno de ellos ha tenido que apurar por ejemplo el
cáliz de que sus hijos dejen de llevar su apellido para que no les
identifiquen en el colegio como hijos de Roldán. ¿Por qué tanta
saña con usted y sólo con usted?
Fui objetivo político de unos y otros. Ahora veo a algunos de ellos
haciendo el paseíllo por los juzgados. Fui como una pelota en una
partida de tenis. Pim, pam, pim, pam.... ¡Que Dios les perdone!
Ahora se está viendo que la corrupción no era ni mucho menos
un caso aislado en España, y que personas en la posición que
estaba usted podían tenerlo incluso difícil para resistirse, para
no dejarse arrastrar por una pavorosa, colosal inercia corrupta.
¿Asistiremos a nuevas revelaciones espectaculares como la de la
familia Pujol? ¿Podríamos ver a carismáticos expresidentes del
gobierno en el banquillo?
Espero y creo que sí. Si se conociesen los datos llegados de Suiza,
habría un terremoto. Hay miedo a que se conozcan porque este régimen
político de cartón piedra que tenemos ardería como una falla. Veremos.
Leída la novela parece que usted ha pagado muy cara la
reconquista de su humanidad y su dignidad. ¿De qué se
arrepiente? ¿O lo da todo por bien empleado?
Me arrepiento de muchas cosas, de casi todo. ¡Hasta de haber aceptado
conversar con Dragó sobre mí! Pero sólo el presente es nuestro, no el
momento pasado, ni el que esperamos, puesto que uno ya está
destruido y el otro ni sabemos si existirá. Sigo hacia no se dónde, pero
allá donde voy, voy con resolución.
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