A la venta el 3 de marzo Nº de páginas: 496 – PVP: 21 € Fernando Sánchez Drago Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es novelista, ensayista y periodista. Ha publicado cuarenta libros, casi todos en Editorial Planeta, y miles de artículos, columnas y reportajes en Cambio 16, Diario 16, Época, El Mundo y La Razón. Durante treinta y seis años dirigió y presentó programas culturales en Televisión Española, Canal Nou y Telemadrid. Su actividad radiofónica (Radio Cadena, Onda Cero, COPE, Radio Nacional, esRadio) le valió el Ondas. Fue profesor de Lengua, Literatura e Historia en once universidades de siete países. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Tiene el Premio Planeta, el Fernando Lara, el Premio Espiritualidad Martínez Roca y el Premio Nacional de la Federación de Gremios de Editores. Sus libros son anillos de una cadena a la que aún faltan algunos eslabones. Confía en vivir lo suficiente para forjarlos. Le gustan los viajes, los gatos, la lectura, el silencio, la soledad y el peligro. La canción de Roldán Crimen y Castigo “Hiciste algo terrible, pero eso no te resta humanidad. Quiero mostrarlo a la gente”. (El personaje de Truman Capote en la película Capote) La corrupción, que, lamentablemente, es el gran tema de los últimos años, no es algo que haya surgido ahora de golpe y sin antecedentes. Por no remontarnos al Siglo de Oro y limitarnos a la historia española reciente, sin duda el caso de corrupción más sonado fue el que protagonizó Luis Roldán en los últimos años de los gobiernos de Felipe González. Director de la Guardia Civil –y antes, concejal del Ayuntamiento de Zaragoza y delegado del gobierno en Navarra-, Luis Roldán fue procesado por malversación de caudales públicos, cohecho, estafa, prevaricación, falsedad documental y delito fiscal, y condenado a 31 años de cárcel, de los que cumplió quince entre 1995 y 2010. Por si no fuera bastante grave que semejante cargo político se viera acusado de tales delitos, Luis Roldán permaneció diez meses fugado de España y en paradero desconocido. Con esos mimbres, su caso adquirió una resonancia inédita hasta entonces. Los hechos, que constituyeron un gran escándalo en su momento, son bien conocidos; además de que han sido reactualizados recientemente con otros nombres y otros detalles. De modo que Fernando Sánchez Dragó, autor de este libro que él define como novela, no ha querido entrar en los aspectos político-judiciales del caso. Sánchez Dragó ha querido hacer algo distinto. En sus propias palabras, lo que le ha interesado es “el proceso físico, psíquico, moral, cultural, familiar, económico y social vivido por Luis [Roldán]… lo que más me importa es la tentativa de dibujar el engranaje por el cual el uso del poder corrompe inexorablemente a cualquier persona que lo ejerza convirtiendo en delincuente a quien delincuente, en principio, no es”. Una novela con personajes, escenarios y pasiones ¿Es La Canción de Roldán una novela? Sí, si admitimos que hay novelas de no ficción, en las que los hechos narrados son reales. Buenos ejemplos de este género peculiar han escrito autores como Javier Cercas o Javier Marías en estos años. Pero también el propio Dragó lo ha hecho en un caso como el de su novela Muertes paralelas, ganadora del premio Fernando Lara. Es novela, además, porque contiene los elementos canónicos que Miguel Delibes pedía a este género: un personaje, un paisaje, una pasión. La Canción de Roldán los tiene, y de primera magnitud. Sánchez Dragó crea (o recrea) con mano maestra a un personaje tan potente (y complejo y ambiguo, es decir, humano, es decir, novelesco) como Luis Roldán, además de a un buen número de secundarios. Crea (o recrea) de modo extraordinariamente vívido y atractivo para el lector los paisajes de París o Indochina, en los que transcurren el primer encierro de Roldán y la búsqueda de sus huellas por parte del mismo Dragó. Y profundiza en la pasión (humana, demasiado humana) del poder y el dinero. El meollo del libro tiene sobre todo que ver con esto último. Esta es una historia de crimen y castigo, de culpa, expiación y redención. El autor no llega, ni mucho menos, predispuesto a favor de Luis Roldán, cuyos delitos no se disimulan ni minimizan en ningún momento. Tampoco padece ningún síndrome de Estocolmo, ni el del biógrafo que se enamora de su objeto de estudio. Roldán aparece en todo momento como el autor de fechorías condenables sin paliativos, como un “malhechor de cuello y guante blancos” cuya historia delictiva es “no por dramática menos nauseabunda”. Hay, incluso, algún momento de tensión cuando el autor del libro entrevista/interroga al ex–presidiario. Pero otra cosa es que Roldán no fuera el único malo de la historia (“su carrera, fruto de la época y de la sinvergonzonería inherente al carácter de los españoles, fue análoga a la de tantos otros”, escribe el autor). O que, ni siendo el único ni el peor de los corruptos, fuera el que sufriera el peor castigo. Otra cosa, en fin, es que Roldán, tras verse engañado por un cómplice y perder todo el botín de sus delitos, y tras pasar ese largo periodo de cárcel, además de purgar sus culpas, haya podido convertirse en otro hombre. Como novela que es, La Canción de Roldán tiene un arranque novelesco: una cita misteriosa, más que discreta casi secreta, en un restaurante (“pequeño, barato, correcto”) de París. Dragó se ha embarcado en un proyecto que no le atrae (no es lo suyo), del que reniega a menudo, que le cansa y le abruma hasta llegar a pensar, dice, en el suicidio. Es un encargo editorial (“un figurón de la España corrupta está dispuesto a cantar de plano” y su única condición es que se respete a su familia) que no termina de asumir, aunque sea indudablemente tentador por otra parte. Y Dragó empieza a manejar una documentación exhaustiva y disuasoria, en la que destacan los diarios de Roldán en la cárcel, a entrevistarse con éste y con personajes que vivieron los hechos: el ex-ministro Antonio Asunción, el ex-secretario de Estado para la Seguridad Rafael Vera, el ex-miembro de los servicios secretos Juan Alberto Perote, el abogado de Roldán; Julio Feo, hombre de confianza de Felipe González; el fiscal general del Estado en ese momento, Torres-Dulce… El libro es, a la vez, el resultado de esa larga y minuciosa investigación, y el relato de la propia investigación. Se escribe según se hace y es el relato de cómo se va haciendo. Como el trabajo es agobiante, algo de lo que Dragó no deja de quejarse, éste huye a sus refugios personales en Indochina y países limítrofes, lo que le da ocasión para brindar al lector bellísimas descripciones de unos lugares que, si no son el paraíso, se le parecen bastante, según su propia afirmación. Años de plomo, años de lodo, años oscuros La Canción de Roldán recupera una etapa terrible en la que el terrorismo etarra llegó a asesinar a doscientas personas en un año. El gobierno, entonces, necesitaba a “un sheriff o un cuatrero que no se anduviese con contemplaciones a la hora de poner orden en un lugar tan conflictivo como lo era, en la fase álgida de los GAL, Pamplona y su provincia”. El horror de tener que contemplar los cadáveres deshechos de las víctimas, de gente a la que conocían y con la que trabajaban, el trago de comunicarlo a las familias, aquella insufrible tensión.fue la coartada para que muchos altos cargos -policías, militares, jueces, políticos, pero también periodistas y comisarios franceses que entregaban etarras (lo que recuerda las recompensas del Oeste)- cobraran unos sobresueldos opacos, astronómicos e injustificados en más de un sentido. Los años de plomo del terrorismo fueron también los años del lodo de la corrupción. Y Roldán, se dice en el libro, “no desperdició ni una sola oportunidad; su solvencia en el oficio de barrer para dentro está fuera de dudas”. Cuando aquello salió a la luz, se destapó la caja de los truenos y Roldán puso tierra de por medio para escapar de la justicia. El libro recupera también esos años oscuros, que siguieron a los del plomo y el lodo, en los que Roldán estuvo oculto en París y luego en la cárcel en España. De algún modo contesta a las preguntas nerudianas: entonces ¿dónde estabas, entre qué gentes, diciendo qué palabras? En los años oscuros de Roldán hay dos etapas bien diferenciadas: la de su clandestinidad en París, ayudado, protegido y engañado por el misterioso y escurridizo Francisco Paesa (un personaje que da para todo otro libro, alguien que fingió su propia muerte y del que se dice que actualmente viene a menudo a Madrid, con el amparo o la vista gorda de los servicios de inteligencia y de Interior); y los años pasados en la cárcel. Etapas diferentes con un denominador común: en ambas, Luis Roldán está encerrado. El primer encierro lo es de hecho aunque no sea legal; transgredirlo puede llevarle a ser detenido. O a algo peor: Roldán es, en esos momentos, el hombre que sabe demasiado, y algunos entrevistados en el libro sugieren que desde altas instancias del gobierno español puede haber interés en hacerle desaparecer. En esos meses Roldán vive como un nuevo conde de Montecristo, una situación claustrofóbica, kafkiana, que Dragó traslada magistralmente al lector. El segundo es el encierro legal que le sirve a Roldán para expiar su culpa y, además, para redimirse, transformándose en una persona nueva a través, sobre todo, de la lectura. Ascensión y caída de un Botejara Al comienzo de su peripecia, Roldán es un genuino representante de la España tradicional, un Botejara, como se le llama en el libro, aludiendo a una famosa serie televisiva de la Transición, alguien que encaja como un guante en la llamada banalidad del mal, un pelanas que sólo quería salir de pobre. Pero que estuvo en el lugar adecuado en el momento oportuno, cuando el dinero empezaba a correr a manos llenas entre los implicados en la lucha antiterrorista. La insignificancia del protagonista, la banalidad con que perpetró sus delitos, la inevitabilidad de la corrupción en el ejercicio del poder; tales son algunos mimbres de esta historia. “En aquel puerto de arrebatacapas había que ser primo de solemnidad para no meter la mano hasta el codo en el cepillo”, escribe el autor. Y Roldán la metió hasta más allá del codo. Dos fueron sus fuentes de ingresos: las gratificaciones procedentes de los fondos reservados, algo alegal más que ilegal, muy semejantes a las tarjetas black que se han conocido últimamente, y las comisiones –éstas sí, totalmente ilegalescobradas a empresarios, sobre todo constructores, que constituían la parte del león. Roldán llega a reconocer haber cobrado la exorbitante cifra de diez millones de pesetas al mes de los fondos reservados. En total, el dinero que sacó superó los diez millones de euros. Esa cantidad acabó en manos de su cómplice y estafador, Francisco Paesa, la persona que le ocultó en París aprovechando sus numerosos contactos (con la masonería, por ejemplo) y que era su único asidero en ese momento. El dilema para Roldán era “Paesa o el diluvio”. Escogió al primero y no se libró del segundo. Su condición de pelanas, de alguien ajeno a las familias del poder, su fuga rocambolesca, y el carácter especialmente odioso o grotesco de delitos y actuaciones que se le atribuían (quedarse con el dinero de los huérfanos de la guardia civil, las orgías) le convertían en el perfecto chivo expiatorio para concentrar unas culpas que estaban muy repartidas y permitir que se fueran de rositas otros implicados en los mismos delitos, incluyendo los más altos cargos del gobierno. A Roldán “le tocó pagar el pato mientras el resto de los comensales, con pocas excepciones, se escaqueaba; la espectacularidad de su captura, la atención de los medios y el simbolismo de su cargo al frente de la Guardia Civil lo convertían en el pararrayos perfecto para recibir descargas eléctricas que no siempre le correspondían. Fueron muchos los que, gracias a él, se libraron de la quema”, dice en el libro Julio Feo. En ese papel de pararrayos, Roldán sufrió lo que Sánchez Dragó llama “ensañamiento carcelario”, unas condiciones muy duras, con un larguísimo periodo de aislamiento y apenas beneficios penitenciarios, en contraste con las que tuvieron otros en los mismos años, como Mario Conde, Javier de la Rosa, Prado y Colón de Carvajal, Vera, Barrionuevo… Incluso lo que puede parecer una venganza del poder alcanzó a su mujer, a la que se define en el libro como víctima injusta de la inquina de Belloch y sus adláteres. Y si la ascensión fue fulgurante, en la caída no se le ahorró nada. Su crimen fue compartido por muchos; su castigo conllevó elementos que no tuvieron los de los demás. Roldán sufrió, escribe Sánchez Dragó, el oprobio, la destitución, la fuga, la picota, el linchamiento, la cárcel, el divorcio, la privación de la patria potestad, el desmoronamiento de su familia, la ruina económica, el deshonor, la pérdida de todo lo que convierte en persona a un ser humano. Cuando en su última etapa carcelaria, empezó a disfrutar de algún permiso, la nueva situación se vio empañada por su tremenda crisis familiar. Un hombre nuevo Y desde ahí, desde el punto más bajo de su descenso a los infiernos, Roldán emprendió la metamorfosis que le acabaría convirtiendo en alguien distinto. Autor y protagonista del libro coinciden en el diagnóstico. Para el primero, no hay duda: “Cuando llegó al módulo era un Botejara; cuando salió de él era un hombre ilustrado… La lectura fue en última instancia su tabla de salvación… Quiero creer que el sufrimiento redimió a Roldán. Quiero creer que ya no es un malhechor”. “Te salvó lo mucho que leíste. Te salvó la cultura”. En cuanto a Roldán, lo consignó así en sus diarios de la cárcel: “Estos años de cárcel han sido años de crecimiento de mi sensibilidad”. “Algo se quebró y naufragó para siempre dentro de mí”. La lista de sus lecturas carcelarias es sencillamente impresionante: Freud, Wittgenstein, Virginia Woolf, George Sand, Kant, Hegel, Spinoza, Leibniz, Eugenio Trías, Platón, Hannah Arendt, Nietzsche, Proust, Heidegger, Séneca, W. Benjamin, Kafka, Wilde, Yourcenar, San Agustín, Ortega… Roldán salió de la cárcel convertido en otra persona, también en un sentido distinto. El Roldán de hoy, constata Dragó, es alguien “gélido, inexpresivo y tristón”, además de sufrir apuros económicos, lo que le lleva a ir empeñando sus bienes. La redención del personaje, o lo que, citando a Hegel, se llama en el libro, la desdicha de la toma de conciencia, es el otro gran mimbre que termina de conformar esta historia. Deshaciendo bulos Protagonista de un escándalo mayúsculo y de una fuga rocambolesca, Luis Roldán se convirtió, fatalmente, en personaje de novela alrededor del cual se podía tejer cualquier leyenda. Este libro deshace también algunos bulos vertidos sobre él. Como que, a estas alturas, Roldán esté forrado. No lo está, ya que el dinero se lo quedó Francisco Paesa. También desmiente la práctica de orgías entre exigencia de comisiones y cobro de fondos reservados (algo que llegó a publicarse entonces); que Roldán se quedara con el dinero de la Asociación de Huérfanos de la Guardia Civil; o que todavía pudiera llevarse por delante a muchos políticos de entonces, algo imposible ya que los delitos han prescrito. Figura en un paisaje moral La canción de Roldán es el retrato de un culpable (cuyas culpas no se disimulan ni minimizan), el relato de su peripecia, el acta de su expiación y de su redención, de su transformación en todo caso. Y la figura de ese culpable aparece dentro de un paisaje, físico y moral, muy definido: un país, España, que fue siempre terreno abonado para la corrupción, en el que las prácticas corruptas siempre han sido lamentadas, pero nunca han escandalizado. “Las fechorías de Luis Roldán eran sólo el azogue en el que se reflejaban las repulsivas facciones de un país, de una época, de un modelo de sociedad”, escribe el autor. El libro no es, pues, sólo el retrato de un hombre, “sino de un país, de una época, de un modelo de sociedad, de un sistema político y económico… Roldán sería sólo un espejo y un reflejo… del país en el que medró, robó y padeció relativamente injusta, por abusiva, persecución: el de Suárez, el de González, el de Aznar, el de hoy. Un país enfermo, un país devastado por la codicia y la hipocresía, un país en el que la corrupción es norma de curso legal e ilegal”. ENTREVISTA A FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ “ESCRIBIR ESTE LIBRO HA SIDO UN DRAMA, CASI UNA TRAGEDIA” ¿Qué hace un escritor como usted en un libro como este? ¿No habíamos quedado en que era un autor estrictamente egográfico? Escribir este libro ha sido un drama, casi una tragedia. Para mí y para Luis Roldán. Cierto es que inicialmente iba a ser sólo el relato de la peripecia de Roldán, escrito en tercera persona, pero me fui implicando en él tanto, por ejemplo, como lo hizo Truman Capote en A sangre fría, y ya no pude prescindir de la primera persona y de mi propio drama. ¿Por qué ponerse a escribir sobre Luis Roldán a estas alturas? Por dos motivos: porque, al tener trato con él, tantear el terreno, investigar en lo que le sucedió y leer sus diarios de presidio miles y miles de páginas manuscritas me encontré con una persona y una trama extraordinariamente novelescas. Recuerde que he escrito una novela, de no ficción, sí, pero novela, esto es, literatura. No es un ensayo ni nada que se le parezca. Tiene algo de periodismo, de biografía, de reportaje, de memorias. Lo dice la contraportada: ¿para qué molestarse en inventar personajes que ya existen en la realidad? La mejor narrativa actual, y única que como lector y como escritor me interesa, ahonda en esa dirección. Limónov, por ejemplo, de Emmanuel Carrére, o los dos últimos libros, respectivamente, de Javier Cercas y Antonio Muñoz Molina, por citar a dos autores españoles. Empecé a escribir esta novela hace casi tres años y la entregué al editor antes de que esos libros aparecieran. Son actitudes y planteamientos literarios propios de nuestra época. Están en el aire. ¿Y el segundo motivo? Si Roldán es un personaje interesante para el escritor y para el lector, lo será por los siglos de los siglos, como hoy lo siguen siendo los personajes de la tragedia griega, los de Shakespeare o los de Dostoievski La literatura no tiene fecha de caducidad aparte de la que en cada caso le imponga la atención de los lectores. Me embarqué en la aventura de escribir esta novela como si fuese un desafío. Tenía, en el momento de empezarla, 75 años; ahora tengo 78. Aquel mismo año llegó mi cuarto hijo. Eran lo uno y lo otro, en cierto modo, apuestas paralelas. ¿Podría ser padre a la edad en la que otros son bisabuelos? ¿Podría escribir un libro absolutamente distinto (aunque luego no lo haya sido tanto) a todos los que llevaba escritos? Tenía que someterme a esa prueba, tenía que demostrarme a mí mismo que era capaz de renunciar a lo aprendido, de olvidar lo recorrido y de empezar de cero. Seguí el mandato de Baudelaire: "al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo". Fue una decisión arriesgada, aunque al principio no supuse que lo fuese tanto. ¿Qué aporta una novela sobre el caso Roldán que no hayan aportado los libros de investigación periodística que ya han aparecido sobre él? ¿Dónde está la diferencia? ¿Es sólo una cuestión de forma o también de fondo? Forma y fondo son siempre inseparables. Yo no quería aportar datos, ni nuevos ni viejos, sobre lo que usted llama "caso Roldán". Eso ya lo habían hecho otros: Pedro J. Ramírez, Manuel Cerdán, Antonio Rubio, Gasparini... Todos ellos periodistas, y muy buenos. Verdad es que en mi libro hay bastantes datos nuevos, llamativos, significativos e incluso escandalosos, porque Roldán me contó muchas cosas. Aquí salen Rafael Vera, Antonio Asunción, Julio Feo, Cristina Alberdi, Alberto Perote, Manolo Cerdán, Antonio Rubio, Fernando Baeta, etc., pero eso es para mí anecdótico. Lo que yo he intentado aportar con mi novela es el factor humano, el revés de la trama, el análisis psicológico, el porqué y cómo se convierte un hombre normal en un delincuente, el redoble de mi propia conciencia, la descripción de la naturaleza humana, la minuciosa crónica de una crucifixión, el relato de una expiación coronada por una redención, el atroz telón de fondo de cuanto ha sucedido en nuestro país desde que llegó la democracia, la sarcástica descripción de ese teatrillo de marionetas que es la política practicada a la española... Y (last but not least ) una reflexión narrativa sobre el qué, el para qué, el porqué y el cómo de la vocación literaria y del ejercicio de la literatura. ¿Le parece poco? Si quiere, sigo. ¿Qué esperaba encontrar y no ha encontrado? ¿Qué no pensaba descubrir y ha descubierto? No esperaba encontrar nada. En su día me había interesado muy poco todo aquello. Apenas seguí el lío de Roldán. Me divirtió la farsa de Laos, y poco más. Yo era uno de los escasos españoles que conocía a fondo, por haberlo recorrido casi a pie, a finales de los sesenta, ese país. La política y la actualidad son cosas a las que atiendo poco y de las que entiendo menos, y aquello, inicialmente, me sonaba a las dos cosas. Ahora bien: encontré mucho. Por eso mi novela es tan larga, tan compleja, tan ambiciosa. Una aventura literaria equivalente, por su envergadura y su propósito, a la que en los años setenta había corrido con Gárgoris y Habidis. De la España Mágica a la España Podrida. Al principio del libro no se le ve excesivamente entusiasmado con Roldán. Hasta da la impresión de que le exaspera. De que medio le avergüenza escribir sobre él y que por eso se escuda una y otra vez en alusiones a Carrère, a Capote, a Koestler… como buscando inspiración y hasta excusa en los grandes maestros de la no-ficción. ¿Se sentía prisionero de las limitaciones de la realidad y de su personaje? ¿Le habría gustado que fuese distinto? Sí, claro, al principio estaba yo de uñas. ¿Qué coño me importaba a mí todo aquel asunto de vil metal, de enredos políticos, de comisiones, de fondos reservados, de guardias y ladrones, de señorones, de pícaros redomados...? Pero hablé muy a fondo con Roldán, lo estrujé, recorrí con él (y sin él) paso a paso todos los escenarios del secuestro y encierro al que lo sometió Paesa en París, fui a verlo a Zaragoza y a Moscú, vino él a verme a Castilfrío y Madrid, descifré miles de páginas escritas en la cárcel, me sumergí, al leerlas, en la demolición de la identidad de un hombre, de sus afectos, de sus recuerdos y esperanzas, de su matrimonio, de sus relaciones con los hijos, de sus ideas y de su fe en la democracia, recorrí el historial de su crimen y su castigo, su salvación por medio de la lectura, su calvario, su reencuentro con Dios, su encuentro con Natasha (su actual esposa), su manera de vivir, y... Caramba, no, no me habría gustado que fuese distinto. Me pareció tan novelesco como Raskolnikov, como Rubashov, como Limónov, como los asesinos de Kansas... Pan tierno y a la vez duro para los dientes de un escritor. En un momento dado deja caer que no se puede escribir sin piedad. ¿Es eso lo que siente usted ahora hacia Roldán? ¿Cree que ha podido traspasar en algún momento la línea del síndrome de Estocolmo? Lo traspasé, ya que se empeña en llamarlo así, el mismo día en que decidí escribir esta novela. Insisto: novela. Ese género (otros, no) exige compasión. ¿Cómo diablos puede novelar un escritor la vida de otras personas (o la suya propia) si no hay empatía entre él y sus personajes? Yo no juzgo, ni condeno, ni absuelvo, ni dicto sentencias. No soy un juez, no soy un predicador, no soy un confesor. Sólo soy un narrador. Me limito a contar. ¿Todos somos Roldán? ¿Y ya está? ¿Esa es toda la explicación, toda la banalidad del mal de la gran España corrupta? El ser humano es un animal depredador. Algunos, muy pocos, consiguen, elevándose, ilustrándose, dejar de serlo, como el león que lamió la mano de Androcles. Otros muchos no caen en la tentación de depredar porque las circunstancias no la ponen a su alcance o porque el miedo los paraliza. Y si ese ser humano es, además, español, la situación se agrava. País de pícaros, a decir poco. La envidia, nuestro pecado capital, conduce inexorablemente a delinquir. Y cuando, encima, va unida a la iracundia y la pereza... No quiero ensañarme, pero... ¿Conoce usted algún momento de la historia en la que España no haya sido corrupta? Dígame cuál. Soy todo oídos. Habrá quien subraye que su novela se ceba en el ocaso de los dioses felipistas. Pero, ¿era de verdad su intención cargar contra un partido concreto, o el foco es mucho más amplio? ¿Apela usted a culpas más sutiles, más extendidas, en suma, más humanas? Sí, claro... Mi novela trata de la condición humana, en general, y de la del festivo, frívolo y sinvergonzón homo ibericus, en particular. Cargo contra todos los políticos sin distinción de partidos y con muy pocas excepciones. Puede que no haya ni siquiera una. Toda la peripecia delictiva de Roldán transcurrió en los años del felipismo. De ahí que abunden las referencias a éste. Eran inevitables. Pero mire lo que sucedió después... Ahora ya sabemos que había y hay corrupción en todos los partidos que han tenido responsabilidades de gobierno, ya fuese nacional o comunitario. Todos, digo, de derechas o de izquierdas. Se libran, por el momento, los que aún no han tocado el poder, y no todos. Ya veremos lo que hacen cuando lo toquen. ¿Se da cuenta de que le ha salido un libro muy viril, muy de hombres? Hasta incluye una especie de duelo al sol entre usted y Rafael Vera. ¿Cuántos desafíos de este tipo ha tenido que encarar? ¿Cómo hace uno para escribir la historia que siente que tiene que escribir, reclamado y aturdido por docenas de personajes de carne y hueso que sienten que tienen que imponer su versión a cualquier precio? El texto de la contraportada, comienza con una frase de María Zambrano: "Hay cosas que no pueden decirse, y es cierto. Pero lo que se tiene que escribir es lo que no se puede decir". He aplicado ese criterio. Siempre, en realidad, lo aplico. Yo no transcribo las conversaciones a veces encontronazos mantenidos con esas personas. Las rehago, las cuento, las novelo, tirando, sobre todo, de la memoria y también de algunas notas de nada tomadas en una tarjetilla y por lo general indescifrables debido a mi pésima caligrafía. Cuando me entrevistaba con ellas, ni siquiera llevaba grabadora, que es una herramienta de periodistas, no de novelistas. Sólo la utilicé en el caso de Roldán, pero eso fueron horas y horas y más horas, y me interesaba la precisión, por novelada que estuviese. El autor del libro soy yo, yo soy quien lo firma y mía es la última palabra. Si alguien se pica, que se picará, es asunto suyo. De todas formas, en muchos casos, envié mi versión de lo que habían dicho a algunas de esas personas (Julio Feo, Cristina Alberdi, Perote y, sobre todo, Rafael Vera y Toni Asunción) y, tironeando, acepté algunos de los retoques, casi siempre razonables, que me proponían. También nos descubre su libro a un Roldán intelectualmente curioso, que sale de su largo cautiverio transformado gracias a haber sido un lector voraz. La filosofía, la religión y la literatura le hacen tomar gradual conciencia profunda de ser un delincuente, además de un chivo expiatorio. ¿Podemos considerar que la cárcel, después de todo, redimió a Roldán? ¿Que le limpió de verdad de sus pecados? No fue tanto la cárcel como el brutal aislamiento al que se vio sometido. La cárcel, en sí misma, no redime a nadie. Al contrario: corrompe, en contra de lo que los garantistas creen, aunque no en todos los casos. Sé de lo que hablo. Entré cuatro veces en ella y pasé allí casi dos años. Su afición a la lectura –lo devoró todo desde Aristóteles hasta Walter Benjamin, sin pasar por mí (nadie es perfecto) y las conversaciones sacramentales mantenidas con un jesuita inteligentísimo, se vieron potenciadas por la soledad, la depresión y el desamparo. Ahí reside su veta dostoievskiana. ¿Y a usted, este libro le ha limpiado de algo? ¿Es usted mejor después de haberlo escrito? Soy más joven y estoy más vivo que antes. ¿Eso es mejorar? He librado un desafío del que he salido airoso (con eso no quiero decir que mi novela sea buena, aunque, para qué engañarnos, yo creo que sí lo es). ¿Eso es mejorar? Me he dado cuenta de que yo, como todos, habría podido ser Roldán, pero no lo he sido. ¿Eso es mejorar? He tratado con la misericordia que el arte de narrar exige a un hombre que se equivocó, pagó y no se rindió. Ahora soy amigo suyo. ¿Eso es mejorar? He cumplido con mi deber de escritor, no he traicionado mi vocación, no me he suicidado. ENTREVISTA A LUIS ROLDÁN “ME ARREPIENTO DE MUCHAS COSAS, DE CASI TODO, HASTA DE HABER ACEPTADO CONVERSAR CON DRAGÓ” ¿Por qué se ha prestado usted a dar su testimonio para este libro, y por qué ahora? En 2010 Planeta sondeó mi disponibilidad para conceder una entrevista a un escritor, sin nombre en ese momento, y hablar sobre las circunstancias de mi condena, una vez cumplida esta íntegramente. En principio accedí y ahí quedó la cosa. Yo deseaba explayarme sobre las condiciones de mi encarcelamiento. Me parecía asombroso que nadie hubiese hablado sobre los diez años de aislamiento que padecí. En un país donde nos pasamos el día invocando los derechos humanos, a nadie le interesó la existencia de un nuevo Spandau a sólo 90 km de Madrid. Yo deseaba contar no sólo el largo período de tiempo que pasé aislado sino que, por ejemplo, los psicólogos sólo me visitaron una vez en diez años. O que al llamado educador penitenciario no le conocí hasta una semana antes de ser trasladado a Zaragoza… Quería explicar que la cárcel me causó un vaciamiento social y familiar de dimensiones inimaginables. Experimenté también un castigo interior de culpa, de dolor, de reproche hacia mí mismo, que ha supuesto una condena añadida, en este caso a perpetuidad. Un poco por todo esto, cuando Planeta volvió a insistir en 2012, acepté por fin la invitación. ¿Cómo es en la actualidad un día normal en la vida de Luis Roldán? ¿Qué hace, cómo vive, a quién ve? Llevo la vida propia de una persona jubilada, con problemas de salud propios de la edad y de las circunstancias que he vivido. Paseo con mi esposa todos los días. Hacemos la compra, vamos al cine el día del espectador, visitamos exposiciones, asistimos a los conciertos gratuitos del Conservatorio de Música, etc. Consulto las noticias en Internet y leo hasta que mis ojos enfermos dicen ¡basta! ¿A quién veo? Los pocos amigos que tenía van desapareciendo…Ya no veo a casi nadie. ¿Cómo conoció a Fernando Sánchez Dragó y por qué confió precisamente en él para sincerarse y sacar a la luz sus diarios de la cárcel? ¿Sabía en lo que se metía al ponerse en manos no de un periodista, sino de un escritor? Nuestro primer encuentro fue casual. Fue en Moscú, en el Teatro de los Gatos. Yo hasta entonces no conocía personalmente a Dragó, sólo había leído un libro suyo. Debo decir que, de cerca, Dragó se agiganta. Es una persona agradable y próxima. Eso sí, muy libre, muy independiente, en fin, muy especial… Ese día hablamos mucho de Rusia y de Moscú y, claro, mucho de los gatos. Nos entendimos muy bien. Cuando poco después Planeta volvió a la carga con el libro, me acordé de aquel encuentro, pensé que Dragó podría ser la persona idónea para escribirlo, se lo sugerí al editor y éste aceptó de inmediato. Obviamente no sabía dónde me metía. Ahora no lo haría. Wittgenstein dijo: “A veces hay que hablar para saber qué cosas se pueden decir y cuáles no .... una vez dichas”. Eso me pasó a mí. ¿Qué se siente al devenir personaje de novela? ¿Se reconoce usted en el Roldán dragoniano? ¿Cree que el autor le ha tratado bien, mal o regular? Cuando hace referencia a mi aislamiento en Brieva y las circunstancias que pasé allí, es evidente. Recoge lo que yo siento en esos momentos. Con el paso del tiempo los sentimientos son mas poliédricos. Hay momentos en que define muy duramente, casi cruelmente, mi conducta, que ya sé que fue reprobable. Pero los adjetivos de Dragó son muy duros. Sin concesiones hacia mí. En síntesis, hay en la novela juicios sobre mi vida personal con los que estoy en total desacuerdo, otros que son matizables y, por supuesto, otros con los que sí estoy de acuerdo. Sorprende la tensión intelectual. Usted, a quien toda España creía un “Botejara”, un rústico, un zafio, logra sorprender a Fernando Sánchez Dragó con el nivel de sus lecturas, que se acrecienta enormemente durante los años en la cárcel. ¿Podemos decir que entró en Brieva un hombre del montón y salió un humanista? Decía Julián Marías: “En España no se dice lo que pasa, sino que pasa lo que se dice”. Aplíquemelo a mí. Desde niño he leído mucho. Mi madre era una gran lectora. Cuando veo ahora sus libros, me asombra comprobar lo que leía. Yo de joven también leía mucho, especialmente biografías históricas, libros de Historia, los clásicos griegos, etc. Después, cuando ingresé en el PSOE, ya iba cargado de lectura política y muy ideologizado. Siempre que mis ojos me lo permiten sigo leyendo y releyendo… Dragó atribuye a ese proceso de desmesurado crecimiento intelectual durante el cautiverio, así como al reencuentro con la religión, que usted tomara repentina y muy dolorosa conciencia de que había cometido un crimen. Que cruzó esa desdichada línea hegeliana de la conciencia donde uno deja de verse como mera víctima de las circunstancias para exigirse responsabilidades a sí mismo. Dragó nos lo ha contado en su novela, pero, ¿por qué no nos lo cuenta usted ahora? ¿Se atreve a enmendarle la plana al autor de su personaje, tiene algo que quitar o que añadir? He leído bastante a Hegel. Yo como sujeto también he vuelto sobre mí mismo. Hegel estudia el devenir y el despliegue de la conciencia desde lo más simple hasta lo más absoluto. Hay unas relaciones entre la conciencia y el sujeto. El concepto de “conciencia desgraciada” que elabora Hegel define esa relación y en algunos casos su evolución. Bujarin en su proceso la define muy bien, aunque fuese un argumento filosófico para defenderse de unas acusaciones políticas. En mi caso me condujo a recuperar mis raíces culturales cristianas, si bien críticamente. Aquí nadie dimite por nada, como mucho dice que lo siente, que se ha equivocado, que se le perdone y hasta la siguiente… Vale para todo, para la política y también para el fútbol. Me confieso y sigo pecando. Esa es nuestra cultura. Quisiera añadir y sobre todo precisar que el autor de la novela, de la primera a la última línea, es Dragó y sólo Dragó. Ahora bien, él ha entrevistado o por lo menos conversado largamente con ocho o nueve personas, con algunas incluso dos o tres veces. A mí me dio la posibilidad de matizar, replicar, puntualizar…en fin, reaccionar a lo que decían de mí. Si “escribir es una elección perpetua entre mil expresiones que casi nunca nos satisfacen”, al leer yo este libro, me sucede igual… Así pues, lo escrito, escrito está, para qué darle más vueltas. Otra tensión que Dragó y usted comparten parece ser que los dos han estado al filo del suicidio. ¿Eso lo han hablado, lo han puesto en común? ¿Hay un antes y un después en la vida, cuando uno se ha planteado en serio abandonarla? La constante posibilidad del suicidio quizás me permitió soportar con menos impaciencia la llegada de la libertad. No lo sé. La tensión subsiste. Creo que es una secuela de la situación limite y del aislamiento que viví en Brieva. La lectura de esta novela a finales de diciembre pasado generó una tensión que me retrotrajo a una situación límite que creía superada. Aún hoy día no estoy recuperado de ella. Esos días hablé mucho con Dragó de ello. Pero para mí no hay un antes o un después de la idea del suicidio. Estoy en el mismo lugar. Iness Armand (confidente y amante de Lenin) se preguntaba: “¿Se desvanecerá en mí alguna vez este sentimiento de muerte interior?” A mí me pasa algo parecido. Yo he leído las biografías y obras de muchos escritores que han terminado suicidándose (Améry, Koestler, Primo Levi, Paul Celan y sobre todo Walter Benjamin). La vida al final es un misterio de todo el ser humano. En todo caso en mi vida hay una relación muy intensa con la muerte. Durante los años que pasé en Navarra y en la Guardia Civil la vi de cerca muchas veces, demasiadas veces. Sentí el dolor de la gente demasiadas veces. ¿Cree de verdad, como llega a afirmar algún personaje del libro, que había quien quería liquidarle a usted físicamente para evitar que tirara de la manta? Sí, sí, sin duda. Conozco algo de las cloacas del Estado. En un mismo momento dado, Belloch, Paesa y un ex-ministro de Venezuela y ex-jefe de los servicios secretos, sin conocerse entre ellos, dicen lo mismo. Otra cosa es a quién se le pudo ocurrir, eso no lo sé. El que más parece saberlo es Belloch, según lo que escribió Pedro Jota. Ha sido usted víctima del período de aislamiento más largo de toda la historia penitenciaria de España, metieron a su entonces esposa en la cárcel para presionarle, se le ha denigrado públicamente más que a ningún otro protagonista de la España corrupta. Ninguno de ellos ha tenido que apurar por ejemplo el cáliz de que sus hijos dejen de llevar su apellido para que no les identifiquen en el colegio como hijos de Roldán. ¿Por qué tanta saña con usted y sólo con usted? Fui objetivo político de unos y otros. Ahora veo a algunos de ellos haciendo el paseíllo por los juzgados. Fui como una pelota en una partida de tenis. Pim, pam, pim, pam.... ¡Que Dios les perdone! Ahora se está viendo que la corrupción no era ni mucho menos un caso aislado en España, y que personas en la posición que estaba usted podían tenerlo incluso difícil para resistirse, para no dejarse arrastrar por una pavorosa, colosal inercia corrupta. ¿Asistiremos a nuevas revelaciones espectaculares como la de la familia Pujol? ¿Podríamos ver a carismáticos expresidentes del gobierno en el banquillo? Espero y creo que sí. Si se conociesen los datos llegados de Suiza, habría un terremoto. Hay miedo a que se conozcan porque este régimen político de cartón piedra que tenemos ardería como una falla. Veremos. Leída la novela parece que usted ha pagado muy cara la reconquista de su humanidad y su dignidad. ¿De qué se arrepiente? ¿O lo da todo por bien empleado? Me arrepiento de muchas cosas, de casi todo. ¡Hasta de haber aceptado conversar con Dragó sobre mí! Pero sólo el presente es nuestro, no el momento pasado, ni el que esperamos, puesto que uno ya está destruido y el otro ni sabemos si existirá. Sigo hacia no se dónde, pero allá donde voy, voy con resolución.