Daños y perjuicios. Responsabilidad del Estado. Daños en el ejercicio del poder de policía. Turista accidentada mientras realizaba una cabalgata en un parque nacional. Factores de atribución. Demora en el rescate Cardigonde, Anahí M. v. Estado Nacional y otros Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal, sala 3 En Buenos Aires, a los 10 días del mes de septiembre del año dos mil nueve, hallándose reunidos en acuerdo los Señores Vocales de la Sala III de la Excma. Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal a fin de pronunciarse en los autos “CARDIGONDE ANAHI MARISOL c/ ESTADO NACIONAL Y OTROS s/ daños y perjuicios” , y de acuerdo al orden de sorteo la Dra. Medina dijo: I. Se presenta la Sra. Anahí Marisol Cardigonde y promueve demanda contra el Estado Nacional -Secretaría de Turismo- y la Administración de Parques Nacionales, por la suma de $128.813,65 o lo que en más o en menos resulte de la prueba, intereses y costas (ver fs. 15/21). Indica que a comienzos de febrero de 2003, se encontraba de vacaciones junto con el Sr. Juan C. Baratta, en un camping ubicado en las inmediaciones del lago Paimún. El día 4 de febrero emprendió una excursión bajo la forma de cabalgata y durante la misma se golpeó con una rama y cayó del caballo, sufriendo un importante traumatismo en espalda y cabeza. Agrega que automáticamente el guía y otro acompañante fueron hasta el puesto de Gendarmería, desde donde se dio aviso al guarda parque de Puerto Canoa y al Hospital de Junín de Los Andes para que acudieran con una ambulancia. Luego de varias horas, finalmente pudo ser socorrida y trasladada al Hospital de Junín de los Andes para su atención. Funda la responsabilidad del Estado Nacional en que no ejerció debidamente el poder de policía dentro del Parque Nacional y que sus dependientes son responsables de no controlar adecuadamente la realización de este tipo de excursiones por parte de quienes no cuentan con la habilitación correspondiente. Describe las secuelas que presenta como consecuencia del hecho, en el que sufrió fractura y acuñamiento de las vértebras T11 y T12 y los múltiples tratamientos que debió y debe realizar para intentar disminuir sus consecuencias. Reclama las sumas de: $80.000 por incapacidad sobreviniente, $11.160 por lucro cesante, $1.927,42 por gastos farmacéuticos y viáticos, $6.000 por rehabilitación y tratamiento y $29.726,23 por daño moral. Corrido el traslado, el Estado Nacional solicita el rechazo de la demanda por considerar que no ha existido responsabilidad alguna de su parte y que, en todo caso, el accidente fue el resultado de la propia torpeza de la actora. Destaca la actuación de sus dependientes y la atención que se le brindó luego del accidente. Finalmente cuestiona los montos indemnizatorios reclamados (ver fs. 40/47). En este marco y luego de producidas las pruebas, el doctor Carbone dispuso rechazar la demanda, con costas a la vencida (ver fs. 287/288). Para así decidir, el juez de grado sostuvo en primer lugar, que no puede considerarse a la rama como una cosa riesgosa ni se le ha atribuido vicio alguno, con lo cual se descarta que el golpe fuera el hecho ilícito en función del cual se demanda. Que en cuanto a la responsabilidad refleja de los dependientes, si bien el Sr. Figueroa no tenía concesión para efectuar las cabalgatas, dadas las dimensiones del parque, esto es muy difícil de controlar. Indica también que en dichas circunstancias, la contratación por parte de la accionante de un servicio en estas condiciones habría sido una torpeza. Vinculado también con la responsabilidad refleja de los dependientes por la demora en la atención, el juez de primera instancia consideró que de acuerdo a las obligaciones que surgen de las leyes 12.103 y 22.351, y teniendo en cuenta la dimensión y características del parque, la demandada no tiene ni la obligación ni la posibilidad de instalar la cantidad suficiente de puestos sanitarios para una atención como se pretende. Indica además que no demostró el agravamiento de su dolencia como consecuencia del supuesto retraso en la atención, el cual, por otra parte, demandó menos tiempo que el que señala la accionante. Finalmente, el juez de grado destacó que cualquier cuestión atinente a la calidad de la atención recibida por los facultativos del Hospital de Junín de los Andes, resulta ajena a la demandada y a la forma en que quedó trabada la litis en estas actuaciones. II. Contra esta decisión apela la actora (ver fs. 291, concedido a fs. 292). Elevado el expediente a Cámara, expresa agravios a fs. 306/311, que son respondidos por la contraria a fs. 313/315. Asimismo, median recursos por las regulaciones de honorarios (ver fs. 291, 293, 295 y 298, concedidos a fs. 292, 294, 296 y 299) los que, en caso de corresponder, serán tratados por la Sala conjuntamente al finalizar el presente Acuerdo. Finalmente y previo al tratamiento de los agravios articulados, cabe recordar que el tribunal no está obligado a seguir todas las argumentaciones que se le presenten, ni a examinar cada una de las probanzas aportadas a la causa, sino sólo las conducentes para resolver el conflicto (conf. CS. Fallos: 258:304; 262:222; 272:225; 278:271 y 291:390, entre otros más). III . Básicamente la actora reitera en esta instancia cuestiones que ya han sido analizadas y resueltas por el juez de grado. De todos modos, teniendo en cuenta que esta Sala tradicionalmente observa un criterio amplio para juzgar la suficiencia de una expresión de agravios, por estimar que es el que mejor se adecua a un cuidadoso respeto del derecho constitucional de la defensa en juicio (en igual sentido, Sala II, causas 5003 del 5/04/77 y 5539 del 12/08/77, entre muchas otras), habré de considerar sus planteos. Además, no puedo dejar de considerar que se trata de un hecho sumamente desgraciado y que ha generado un perjuicio cierto en la salud de la actora, por lo que entiendo que corresponde que la cuestión se dirima con las máximas garantías procesales posibles. Considera que la Administración del Parque es responsable porque no realizó en debida forma la construcción y/o mantenimiento del sendero por donde transitan los visitantes. A su entender, debía mantenérselo de manera segura, colocando mejores señalizaciones y librándolo de ramas y/o cualquier objeto que pudiera poner en peligro la seguridad de los turistas. Cuestiona también que el parque no tuviera la cantidad de centros sanitarios para la asistencia de turistas, toda vez que a su entender y contrariamente a lo que sostuvo el juez de primera instancia, la ley 22.351 le impone esta obligación. Luego insiste también en responsabilizar a la Administración del Parque por permitir que se llevaran a cabo dentro del mismo, cabalgatas que no contaban con la debida autorización, ni las condiciones de seguridad exigidas para este tipo de actividades. IV. Para poder dar adecuada respuesta a estos planteos, resulta conveniente comenzar por revisar la forma en que sucedieron los hechos. Según los dichos de la actora, el día 2 de febrero de 2003 llegó junto con el Sr. Juan Carlos Baratta a Junín de los Andes (Pcia. del Neuquén) a fin de pasar sus vacaciones de verano, y luego de registrarse en la oficina de información turística se dirigió hacia el lago Paimún y finalmente se instaló en el Camping Piedra Mala. Indica también la actora que al día siguiente el encargado del camping les informa que por la zona se realizan cabalgatas a la base del volcán Lanín y así terminaron contratando al Sr. José Figueroa para realizar un paseo al día siguiente. El día 4 a las 9:00 hs. parten desde la casa del Sr. Figueroa junto con dos personas más; cabalgan dos horas aproximadamente por un sedero marcado con círculos de chapa pintados de color rojo clavados en los árboles y a las 11:30 aproximadamente, la actora se golpea la cabeza con una rama que atravesaba el sendero y cae al suelo, quejándose de un fuerte dolor en la espalda y la cabeza. Según expresa, en algunos momentos habría incluso perdido el conocimiento. Producido el accidente, el guía y uno de los acompañantes de la excursión se dirigen hasta el puesto de Gendarmería más cercano en busca de auxilio. Allí hablan con el Sargento Primero Muñoz y este da aviso al Guarda Parque de Puerto Canoa y al hospital del Área de Junín de los Andes. Mientras esto ocurría, la actora permanecía inmóvil en el piso, ya que si bien los turistas que pasaban por el lugar se ofrecían a prestarles ayuda, ninguno se animó a tocarla por miedo a que tuviera alguna lesión. A eso de las 12:00 pasó un médico quien la examinó. A las 13:30 hs. llegó el guarda parque junto con otra persona que traían una manta y una radio. La abrigó y le dijo que ya habían dado aviso al hospital y que vendrían a auxiliarla. Consultado por los presentes, respecto de por qué no había traído una camilla, comentó que en el puesto de Puerto Canoa no tenían. Continuando con el relato de los hechos, -según la versión de la actora- a las 16:00 hs. le avisan por radio al Guarda Parque que la ambulancia ya había llegado a la base de la montaña y que el enfermero y el chofer comenzaban el ascenso con la camilla. Una de las personas presentes se ofreció a ir con el caballo a buscar la camilla para hacer más rápido y así fue que a la hora y media aproximadamente llega con la camilla y comienzan a descender con ella hasta llegar a la ambulancia que la traslada hasta el Hospital de Junín de Los Andes, para lo cual debe recorrer 60 km. por camino de ripio. En términos generales, de las constancias del expediente surge con claridad que los hechos transcurrieron más o menos de este modo, sin perjuicio de las observaciones puntales que pueda hacer más adelante. Para completar el cuadro general de la situación, basta señalar que desde el momento mismo del accidente hasta que la actora arribó al hospital de Junín para su atención, transcurrieron unas 8 horas. Como es sabido, para que exista responsabilidad civil deben darse ciertos presupuestos básicos: que se produzca un hecho humano, es decir una acción u omisión que antecede al daño; que se ocasione efectivamente un daño propiamente dicho, ya sea en la persona o en su patrimonio; y, que exista relación de causalidad, que es la que permite establecer cuál de las condiciones antecedentes que genera un resultado dañoso es su causa adecuada. En el caso, la actora considera que el hecho humano es la omisión del personal de la Administración del Parque, que no mantuvo de manera adecuada el sendero por el que transitan los visitantes. Ahora bien, dicha responsabilidad no puede surgir del mero hecho de que la actora se golpeara con una rama y cayera del caballo. Como indiqué, debe existir una relación de causalidad entre la supuesta omisión y la caída. Por otra parte, es la propia actora la que debe aportar elementos que permitan crear en el juzgador la convicción de que efectivamente el personal del Parque omitió un deber de cuidado y mantenimiento de los senderos y que ese fue el motivo del accidente. No existen dudas respecto de la ocurrencia del hecho dañoso y tampoco que la actora sufrió daños que fueron su consecuencia directa, pero lamentablemente no hay en la causa elementos que permitan corroborar ni el mal estado de los senderos y mucho menos la relación de causalidad entre dicha circunstancia y el accidente. Encima, por alguna razón que no surge del expediente, desiste de la prueba testimonial respecto de los Sres. María Celeste Galli y Miguel Angel Torillo que son las personas que participaron de la cabalgata, que no tenían vinculación con la actora y que podían aportar datos respecto de las circunstancia de tiempo y lugar que rodearon al hecho. Por otra parte, no se ofreció como testigo al Sr. Figueroa, que podría haber aportado elementos respecto de las características del sendero, o de la rama. Tampoco hay fotos del lugar o ni se ofreció una prueba pericial que permitiera tener mayores datos respecto del estado del sendero y el peligro particular que podía implicar la existencia de una rama. Nótese que del propio relato de la actora surge en todo momento que por ese mismo sendero se desplazaban otras personas a caballo, de hecho varios de ellos pararon para brindarles ayuda, incluido un médico. Este dato respecto del movimiento a lo largo del sendero puede corroborarse también con el informe del Guarda Parque del que surge que durante el mes de febrero ascendieron a la base del volcán Lanín 364 personas (ver gráfico fs. 143). El único testimonio de alguien presente en el momento del desafortunado accidente es el del Sr. Juan Carlos Baratta, cuya vinculación con la actora resulta ostensible. En efecto, al momento de prestar declaración indicó ser “conocido” de la actora (ver fs. 112), pero lo cierto es que se trata de la persona que viajó de vacaciones y estaba con ella en el camping, según surge de la propia demanda (ver fs. 15). De hecho, el Guarda Parque interpretó que se trataba de su novio, el cual además estaba muy nervioso después del hecho (ver informe de fs. 9 del expediente administrativo agregado por cuerda). Sin perjuicio de estas circunstancias que obligan a valorar con prudencia los dichos del testigo, lo cierto es que su declaración es la única que puede aportar elementos acerca del modo en que sucedieron los hechos. El Sr. Baratta indica que “…La excursión era una cabalgata recorriendo el Parque Nacional por senderos señalizados y después de aproximadamente dos horas de paseo había una pequeña loma. Anahí sube esa loma con el caballo y después de esa loma hay una rama de gran tamaño que atravesaba el sendero. La actora la divisa e intenta esquivarla pero la rama era de gran tamaño y estaba a una altura baja. La rama la golpea en la cabeza a la actora y cae de espaldas al piso…” (ver fs. 112). En función de esta declaración pueden puntualizarse varios elementos: En primer lugar, el testigo no dice nada respecto del supuesto mal estado del sendero, del que sólo afirma que estaba señalizado. En segundo lugar, se refiere a la rama como un objeto de gran tamaño observable a simple vista, a tal punto que la propia actora la pudo ver. En tercer lugar, indica que la actora luego de ver la rama, intentó esquivarla, pero no pudo hacerlo. No parece que estos elementos contribuyan a dar sustento a la postura de la actora. Más bien, lo que se advierte es que transitaban por un sendero que atraviesa la montaña en medio de los árboles y en donde la presencia de una rama grande que lo atraviesa puede ser considerada una presencia común en ese lugar, que puede ser vista con anticipación y que no justifica que se la quite del lugar. Tampoco hay elementos que indiquen cómo hicieron los restantes integrantes del paseo para no sufrir golpes similares a los de la actora. De hecho, no hay registro de accidentes similares en la zona conforme lo que respondiera el Intendente del Parque Nacional frente a la pregunta efectuada por la actora (ver fs. 268, respuesta a la octava) y tampoco del relato del Guarda Parque surge que hubieran tenido problemas similares. Debe tenerse en cuenta que en su informe agregado a fs. 139/144 señala que de diciembre de 2003 a abril de 2004 subieron a la base del volcán 1867 personas. De hecho, allí se menciona que se registraron sólo dos accidentados y una persona que no podía caminar más debido a una contractura (ver fs. 142). Como ya adelanté, los elementos incorporados a la causa no permiten en modo alguno tener por acreditado el extremo que pretende la actora. Estamos hablando de un paseo a caballo en un Parque Nacional. Es decir, un ámbito de por sí agreste, lleno de flora y fauna que el Administrador del Parque tiene la obligación de proteger y preservar, más allá de adoptar los recaudos para mantener transitables los senderos. En este contexto, es razonable que esté lleno de ramas y que uno debe transitar con cuidado. De hecho, el art. 4to. de la ley 22.351 claramente establece que las áreas a conservar, “serán mantenidas sin otras alteraciones que las necesarias para asegurar su control, la atención del visitante y aquellas que correspondan a medidas de Defensa Nacional …”. En el caso, nada permite inferir que no se tratara de un obstáculo común en función de las características del lugar que la actora debió poder superar, como lo hacen permanente las cientos de personas que circulan por el sendero. La otra cuestión que plantea se refiere a la responsabilidad de la Administración por la prestación del servicio de cabalgatas sin la debida autorización. Sostiene que el argumento del juez de primera instancia de que por la extensión del parque no es posible controlar estas actividades resulta insuficiente y que todos en la zona sabían de estas cabalgatas. Efectivamente en algo de esto le asiste razón a la actora. En el informe que eleva el Guarda Parque Pirro a sus superiores frente al reclamo administrativo de la actora, indica que “… hoy en día ninguna de las cabalgatas cuenta con el seguro correspondiente y que hechos como el descripto pueden volver a sucederse” (ver fs. 12). Es decir, la Administración tenía conocimiento de que este tipo de actividades se llevan a cabo en el parque. Ahora bien, esta circunstancia tampoco resulta suficiente para responsabilizar a la Administración del parque si no se demuestra la relación de causalidad que existe entre esa falta de control y la caída. Es decir, que lo que se debe poder probar es en qué medida el hecho de que Figueroa no estuviera habilitado para llevar a cabo la cabalgata influyó en el resultado dañoso. Cabe recordar que, de hecho, el Sr. Figueroa no ha sido demandado en estas actuaciones, con lo cual podría presumirse que no hay ninguna responsabilidad que atribuirle por el desarrollo de la expedición. Está claro que la actora puede decidir demandar a quien considere apropiado, sin que ello pueda ser interpretado en contra de sus derechos, pero lo cierto es que tampoco hay ningún elemento en toda la causa que permita vincular la forma en que se prestó el servicio de cabalgata con el accidente. ¿El Sr. Figueroa no conocía el camino y los llevó por un lugar inadecuado? ¿Se despreocupó de la seguridad de quienes lo acompañaban durante el paseo? ¿Puso a su disposición animales que no estaban en condiciones para la travesía? Nada de eso ha sido siquiera invocado en el expediente. Adviértase que no se cuestiona la realización de una cabalgata que estaba prohibida, en cuyo caso el mero hecho de permitir que se lleve a cabo podría ser suficiente para atribuir responsabilidad, sino de una actividad normal en el parque, realizada sin autorización. Lo cierto es que a resultas de los hechos, no se advierte en qué hubiera modificado las cosas el tener permiso para la cabalgata, si la conducta del guía no merece reproche alguno. En definitiva, tampoco en este caso el reclamo puede tener favorable recepción. V. He dejado para el final -y no por casualidad- la queja de la actora referida a la falta de puestos suficientes para la atención sanitaria y la falta de diligencia por parte del personal del parque en la atención posterior al accidente. En lo que respecta a la responsabilidad por no contar con el número suficientes de puestos sanitarios en la zona, considero que no le asiste razón, tal como lo decidiera el juez de primera instancia. En efecto, no podemos olvidar que estamos hablando de una superficie de 200.000 kilómetros cuadrados, aproximadamente, lo cual equivale a una superficie superior a la de la Capital Federal. Por otra parte, pese a los esfuerzos que hace la actora, la ley 22.351 no dice lo que ella pretende que diga. Tal como lo indicó el juez de primera instancia, dicha normativa no dispone la obligación de establecer centros sanitarios. Sí justifica efectuar -como ya se indicó- alteraciones para la atención del visitante y permitir la explotación económica vinculada al turismo con la debida autorización (art. 4to.); también autorizar a construir edificios o instalaciones dedicadas a la atención turística; otorgar concesiones para la atención de los servicios necesarios para la atención del público (art. 18, i), autorizar la construcción de hoteles, hosterías, refugios, confiterías, grupos sanitarios, campings… (art. 18, n). Como se advierte, de la compulsa de estas normas, que son las que cita la actora en defensa de su posición, no surge la obligación de la Administración del Parque de establecer centros sanitarios. Por supuesto que esta conclusión no implica dejar a los turistas y público en general librados a su suerte. De hecho, en el caso, el personal del Parque acudió en su ayuda y adoptó las medidas necesarias para que una ambulancia la trasladara hasta un centro de atención. Más aún, de la lectura del informe que en su momento presentó el Guarda Parque y que contiene varias propuestas para mejorar el servicio de atención al turista, no surge la necesidad o conveniencia de contar con un centro sanitario, aunque si de radios, camilla y botiquín de primeros auxilios (ver fs. 142). Ahora bien, justamente en lo que se refiere a la necesidad de contar con una camilla para la más rápida atención de los accidentados, es donde asiste razón a la actora en su reclamo, porque una cosa es no tener montado un centro asistencial en la montaña y otra muy distinta es que la oficina del Guarda Parque no tenga ni siquiera una camilla para trasladar a un accidentado. Justamente, si estamos en un lugar de difícil acceso, en un terreno rocoso y lleno de árboles, lo más probable es que de producirse un accidente, no sea en un lugar al que pueda acceder una camioneta o ambulancia, sino que sea necesario trasladarle a pie o a caballo hasta el lugar y llevar al herido hasta un vehículo que lo traslade, como de hecho sucedió en este caso. Nótese que en el informe del Guarda Parque se habla de la necesidad de contar con mochilas, bolsa de dormir, carpas, linternas, que son justamente elementos para desplazarse o permanecer en lugares a los que sólo se puede llegar a pie o a caballo. En este caso, considero que sí existe relación de causalidad entre la falta de una camilla y la angustia sufrida por la actora -al menos en parte-, ya que de haber contado con este elemento mínimo, se podría haber ahorrado tiempo en trasladarla hasta el lugar donde la esperaba la ambulancia. Nótese que de acuerdo a lo informado por el propio Guarda Parque, anoticiado del accidente, se dirige en la camioneta hacia la zona, acompañado por el agente sanitario Pailacura y por un camino secundario llegan hasta la senda y emprenden una subida a pie que le demanda 45 minutos de marcha (ver fs. 136). Una vez que llegan al lugar y luego de verificar el estado de la actora, deben esperar hasta que la camilla que trae la ambulancia sea trasladada hasta el lugar. De hecho, el Guarda Parque le pidió al guía de otra excursión que fuera a caballo a buscar la camilla para ganar tiempo y cuando la trajo, subieron a la actora y comenzaron el descenso encontrándose con el enfermero a mitad de camino (ver fs. 137). Más allá de que no existan datos precisos en el expediente respecto del tiempo que demoró cada tramo del rescate, lo cierto es que debieron esperar en el lugar aproximadamente dos horas hasta que pudieron bajarla. De hecho, el Guarda Parque indica que “luego de 5 horas de ocurrido el accidente lograron llegar a la ambulancia” (ver fs. 137). Parece absolutamente claro que si directamente hubieran llegado con la camilla, el descenso habría comenzado antes y por lo tanto antes también hubiera sido concretado su traslado al Hospital. En este marco, las circunstancias de tiempo, modo y lugar permiten tener por acreditada la angustia y sufrimiento padecido por la actora como consecuencia de la demora en su rescate. Según lo informado por el Guardia Parque, al llegar junto a la Srta. Cardigonde, esta “yacía en el suelo con signos de hipotermia como también pérdida momentánea de la memoria, sufriendo fuertes dolores en la espalda y vómitos constantes” (ver fs. 146). Esta declaración se corresponde con el informe que oportunamente elevara al Coordinador Centro Operativo Huechulafquen, en el que consigna que al llegar vieron a la actora que “se encontraba tirada en el suelo y cubierta de ropa de abrigo, en el lugar se encontraba su novio y otra gente que participaba de la cabalgata. Se la encontró hipodérmica y la voluntaria Diez se encargó de controlarle los signos vitales y procedió a revisarle los huesos. Se decidió no moverla y esperar a que llegara la ambulancia del Hospital de Junín de Los Andes con una camilla para realizar el movimiento seguro del accidentado” (ver fs. 11). Más adelante se agrega “la accidentada perdía constantemente la memoria, hablando incoherencias y teniendo síntomas de fuertes dolores de cabeza y espalda y vomitaba con frecuencia. La voluntaria Diez se encargó de mantenerla despierta e hidratarla mientras yo trataba de mantener tranquilo al novio que se encontraba muy nervioso”. Finalmente expone también “…Le pedí a Jorge Quilapán quien venía guiando otra cabalgata que fuera a traer la camilla a caballo para empezar a bajar la accidentada lo más rápido posible (ver fs. 12 expte. Administrativo agregado por cuerda). VI. Cabe recordar que el daño moral es la lesión en los sentimientos que determina dolor o sufrimientos físicos, inquietud espiritual, o agravio a las afecciones legítimas y, en general, toda clase de padecimientos insusceptibles de apreciación pecuniaria. Su traducción en dinero se debe a que no es más que el medio para enjugar, de un modo imperfecto pero entendido subjetivamente como eficaz por el reclamante, un detrimento que de otro modo quedaría sin resarcir. Siendo así, de lo que se trata es de reconocer una compensación pecuniaria que haga asequibles algunas satisfacciones equivalentes al dolor moral sufrido. En su justiprecio, ha de recurrirse a las circunstancias sociales, económicas y familiares de la víctima y de los reclamantes, valoradas con prudencia para evitar un enriquecimiento indebido. La reparación del daño moral debe determinarse ponderando esencialmente la índole de los sufrimientos de quien los padece y no mediante una proporción que la vincule con los otros daños cuya indemnización se reclama (conf. Sala II, causa 17292/95 del 17.10.1995, entre otras). En estas condiciones, ponderando que se trata de una joven de 26 años al momento del accidente y que lo que debe repararse no es el daño moral ocasionado por el accidente, sino sólo por el retraso en su atención debido a la falta de una camilla para su traslado, por aplicación del artículo 165 del Código Procesal, propongo al acuerdo fijar por este concepto la cantidad de $ 5.000. Es que en definitiva, no se ha probado la relación de causalidad entre el daño material y moral sufrido por la accionante con el factor de atribución imputado a la demandada, salvo en lo que se refiere al daño moral configurado por la angustia padecida por la demora en su atención. VII. De todos modos, no quiero terminar este voto sin destacar que la responsabilidad de la demandada por el retraso en la atención -debido a la falta de implementos-, no implica reproche alguno a quienes participaron del rescate, quienes, no tengo dudas, hicieron todo lo que estuvo a su alcance para socorrer del mejor y más rápido modo posible a la persona accidentada. De hecho el guarda parque ya había alertado a las autoridades del Parque respecto de la falta de materiales, e incluso les había acompañado una propuesta de mejora del servicio sin mayores costos. Lamentablemente, la única respuesta que obtuvo fue que sus propuestas eran muy interesantes, pero “no debemos cometer el error de tomar determinaciones en forma aislada, sino hacer participar a todas las personas que creamos necesarias para que las medidas adoptadas sean fundamentalmente un consenso y en un espacio donde los participantes sean los más experimentados posibles (ver fs. 144vta.). Sin duda, mientras todo eso se llevaba a cabo, nada impedía proveerle de una simple camilla (ver fs. 146). VIII. Toda vez que en oportunidad de interponer la demanda, se solicitó la fijación de los correspondientes intereses sobre el monto de la condena (ver fs. 18 vta.), dichos accesorios comenzarán a correr desde la fecha del accidente, es decir el 4 de febrero de 2003, que es el momento en que el daño que aquí se admite quedó configurado como daño definitivo (conf. arg. causa 3.387/96 del 05.07.2005 y sus citas, causa Nº 7.202/04 del 28-8-2007). En cuanto a la tasa, corresponde aplicar la que es común en el fuero, es decir la tasa activa que cobra el Banco de la Nación Argentina, en sus operaciones de descuento a 30 días plazo vencido, desde el 04-2-2003, hasta su efectivo pago. XIV. Por los fundamentos expuestos, voto por que se modifique parcialmente el pronunciamiento apelado con el siguiente alcance: condenar a la demandada, Estado Nacional -Secretaría de Turismo- y la Administración de Parques Nacionales, a pagar a la actora la suma de $ 5.000 en concepto de daño moral, por la demora en brindarle una adecuada atención como consecuencia del accidente sufrido. Dicha suma devengará intereses desde el momento del hecho (4 de febrero de 2003), hasta su efectivo pago, calculados de acuerdo a la tasa activa que cobra el Banco de la Nación Argentina, en sus operaciones de descuento a 30 días plazo vencido. En atención al modo en que se resuelve la cuestión y que el reclamo principal ha sido desestimado, las costas de ambas instancias se imponen en un 80% a la parte actora y el 20% restante a la demandada (arts. 68, primera parte y 71 del Código Procesal). Así voto. El Dr. Antelo dijo: I. Adhiero al voto de la doctora Graciela Medina del considerando I al IV, ambos inclusive, y comparto su opinión sobre el rechazo de la queja relativa a la falta de puesto sanitario en la zona (considerando V, párrafos primero al sexto). En cambio discrepo de ella en cuanto a las conclusiones que extrae a partir del considerando V, séptimo párrafo, en adelante, concernientes al obrar negligente del demandado por no contar con una camilla “para la más rápida atención de los accidentados” (consid. y párr. cit.). Empezaré por señalar que los contundentes argumentos del doctor Carbone no se ven puestos en crisis por el recurso de la demandante (art. 265 del Código Procesal). En particular ésta no se hace cargo del principal de ellos expuesto en los términos siguientes: “Está fuera de discusión que la señorita Cardigonde el 4-II-2003 a eso de las nueve en compañía de tres personas y conducidas por un guía, inició una cabalgata con inicio en la vivienda del guía -José Figueroa- próxima al lago Paimún y con destino a la base del volcán Lanín. Siendo aproximadamente las 11.30 la nombrada dio con su cabeza contra una gruesa rama de un árbol que atravesaba el sendero por el que se desplazaba: el golpe la desmontó y dio con ella en tierra. Resulta claro que la demanda no apunta al árbol, y mal podría hacerlo, desde que si bien se trata de un ser vivo, es estático. Por lo que no se puede afirmar seriamente que se trate de una cosa riesgosa y a la que no se le ha atribuído vicio alguno: lo que lleva a descartar que sea el golpe -del que la única responsable es la amazona- sea (sic) el hecho ilícito en cuya virtud se demanda en autos” (considerando I, primer párrafo, fs. 287 vta., el subrayado me pertenece). En ninguna parte del escrito de fs. 306/311 se desvirtúa ese fundamento que hace a la propia culpa de la víctima en el evento (art. 1.111 del Código Civil) y, por ende, a la exención de responsabilidad del Estado Nacional por todas aquellas consecuencias inmediatas y necesarias derivadas de aquél (arts. 520 y 901 del Código Civil). Por cierto que entre dichas consecuencias se encuentra la espera para ser atendida en un medio tan agreste como el que corresponde a ese parque nacional (ver expediente nº 000127 de la Administración Nacional de Parques, que tengo a la vista, fs. 1/3, fs. 9/10 y fs. 11/12, entre otras). Sobre este aspecto se expidió el a quo así: “el evento dañoso no ocurrió en Corrientes y Florida, sino en un remoto paraje del parque nacional Lanín de muy difícil acceso” (considerando II, segundo párrafo, fs. 288). Cuando se le puede imputar materialmente el hecho desencadenante del daño al propio damnificado (en el caso, el “choque” con la rama) le incumbe a éste demostrar que no cabe formularle ninguna imputación jurídica (art. 377 del Código Procesal). Y debo decir que en este caso, ese extremo no fue cumplido por la interesada. Por lo demás, tampoco está probado que la asistencia médica haya sido, teniendo en cuenta las circunstancias, tardía o deficiente (art. 512 del Código Civil). Lo expuesto hasta aquí conduce a la confirmación del fallo (art. 265 del Código Procesal). II. Más allá de la falta de crítica concreta y razonada del fallo, creo necesario agregar algunas observaciones respecto de la falta de camilla para asistir a los accidentados sobre cuya base se admite parcialmente el reclamo en el voto precedente. Lo cierto es que la pretensión no se basó en esa circunstancia (art. 277 del Código Procesal) sino en la falta de servicio de la Administración de Parques Nacionales al no controlar la actividad de las personas que ofrecían cabalgatas dentro del área que cae bajo su jurisdicción (fs. 17vta./18). Concretamente se le imputó al organismo demandado “1.- Ejercer …el poder de policía en forma irregular. 2.- No preservar la seguridad física de las personas a su cuidado. 3.Responder la Administración por los hechos de sus dependientes. 4.- No cumplir con su deber de preservar la seguridad”, esto último por la demora en ser auxiliada (fs. 18vta.). Pasando por alto esta mutación del reclamo (ver expresión de agravios, fs. 310, séptimo párrafo y fs. 310 vta., primer párrafo), no hay relación de causalidad entre la “angustia y sufrimiento” padecido por la actora y la falta de una camilla (voto cit., considerando V párrafo undécimo), tal como lo pondré de resalto a continuación. Como acertadamente señala el magistrado de primera instancia, la versión de la actora en cuanto a que transcurrieron nueve horas entre el accidente y su traslado al hospital de Junín de los Andes -de las 11:30hs. a las 20:30hs- queda desvirtuada por la historia clínica labrada en ese nosocomio que registra el ingreso de la paciente en más de una hora antes (a las 19:15, ver fs. 189 y considerando II, tercer párrafo, de la sentencia, fs. 288). Como quiera que sea, propongo reconstruir mentalmente la sucesión de hechos asumiendo que hubiera habido camilla y tomando por cierto el relato de la apelante. La cabalgata empezó a las 9:00 horas en la vivienda del señor Figueroa, que no se sabe a cuánto queda de Puerto Canoa. A las 11:30 horas la señorita Cardigonde se golpeó con la rama del árbol y cayó. Uno de los presentes, siempre estando a los dichos de la demandante, el señor Miguel Angel Torello, “fue hasta la Gendarmería en busca de auxilio”, lo que importó desandar el sendero por donde habían venido (escrito de demanda, fs. 15, segundo párrafo y fs. 1/1vta. del expte. administrativo nº 000127 cit.). A las 13:30 horas llegó el guardaparque Pierro acompañado de una mujer y del agente sanitario Jaime Pailacura, con una frazada y una radio. Nadie se atrevió a mover a la señora Cardigonde porque “temieron que estuviera fracturada” (fs. 1 vta. primer párrafo del expte. adm.). A pesar de que la ambulancia llegó a las 16:00 horas, la camilla que traía fue subida recién a las 17:30 horas. Al lugar se podía llegar a caballo mas no con vehículo porque estaba después del último cruce con el arroyo Ruculeufú (ver informe del guardaparque Pierro, fs. 9/10 del expte. ref.). Sólo una vez que llegó el enfermero se movió a la paciente colocándola en la camilla (conf. inf. cit.). De lo expuesto se puede inferir que, si hubiera existido camilla, habrían demorado por lo menos dos horas en llevarla al lugar de difícil acceso donde se hallaba la apelante esto hace las 13:30 horas-. Pero como cualquiera sabe, no es aconsejable movilizar al accidentado sin contar con la asistencia de enfermeros o médicos. Tal prevención fue, como dije, llevada a la práctica. Quiere decir que, con camilla o sin ella, se habría tenido que esperar al arribo de la ambulancia con el personal técnico competente para el traslado de la damnificada para establecer el consabido deslinde de responsabilidades en este tipo de situaciones. Ello ocurrió, según la demandante, a las 17:30 (en realidad a las 16:00 horas llegó al pie del volcán). Entonces, no puede juzgarse que “si directamente hubieran llegado con la camilla, el descenso habría comenzado antes” (considerando V, considerando undécimo del voto precedente). Aún más. Si en la hipótesis que imagino el personal de la accionada se hubiera decidido -a pesar de todo- por el descenso de la señorita Cardigonde en la camilla, habría llegado antes de las 15:00 horas al pie del volcán. Eso deja a la víctima con una hora de espera hasta la llegada de la ambulancia. Y, como ya se explicó, no fue demostrado lo más importante: que el tiempo que se tomó el personal del hospital en arribar fuera excesivo en el contexto geográfico indicado. Por ende, condenar a la Administración Nacional de Parques por no contar con una camilla equivale a hacerlo responsable por no haber adoptado una medida irrelevante para evitar el perjuicio. Ha de verse en esta conclusión la aplicación de principios generales en materia de responsabilidad civil, específicamente, aquél que atañe a la relación de causalidad entre la conducta calificada como antijurídica y el daño sufrido por la víctima. Según nuestra ley, hay conexión causal entre un acto y un resultado cuando el primero ha contribuido, de hecho, a producir el segundo y, además, debía normalmente producirlo de acuerdo con el orden natural y ordinario de las cosas (art. 901 del Código Civil y Orgaz, Alfredo, “El daño resarcible”; Marcos Lerner Editora Córdoba, 1992, pág. 59). El padecimiento de la señorita Cardigonde encuentra su razón de ser, ante todo, en las lesiones producidas por la caída; también en lo aislado del lugar y en la naturaleza del terreno, rocoso, irregular, con pendientes y lleno de árboles (conf. considerando V, del voto cit.), todo lo cual dificultaba considerablemente las tareas de auxilio. El tiempo que el enfermero tardó en llegar tiene directa correspondencia con tales limitaciones que ningún visitante puede desconocer. Ello explica que este tipo de excursiones se denomine “turismo de aventura” ya que las condiciones en que se llevan a cabo implican la reducción del marco de referencia asistencial que brinda la urbe. La “aventura” se supone que la viva, justamente, el turista, porque para el baqueano que nació y se crió en ese medio, éste viene a representar el mismo riesgo que para el citadino caminar por el medio de una avenida céntrica. Y tal vez menos. Por ello, juzgo que el fallo debe ser confirmado, con costas a la vencida (art. 68, primera parte, del Código Procesal). Así voto. El Dr. Recondo adhiere al voto del Dr. Antelo. Con lo que terminó el acto firmando los Señores Vocales por ante mí que doy fe. Fdo.: Graciela Medina - Guillermo Alberto Antelo - Ricardo Gustavo Recondo. Es copia fiel del original que obra en el T ° 4, Registro N ° 207, del Libro de Acuerdos de la Sala III de la Excma. Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal. Buenos Aires, 10 de septiembre de 2009. Y VISTO: lo deliberado y las conclusiones a las que se arriba en el Acuerdo precedente, el Tribunal RESUELVE: confirmar la sentencia recurrida, con costas a la vencida (art. 68 del Código Procesal). Corresponde ahora considerar los recursos de apelación interpuestos a fs. 291, 293, 295 y 298 (concedidos a fs. 292, 294, 296 y 299) contra las regulaciones de honorarios dispuestas en el fallo. La parte actora solicita la disminución de los honorarios regulados a favor de las profesionales que intervinieron por la demandada, Dras. Martha Arias Cuenca, Adriana Beatriz Villani y Luciana Carolina Mazzoni, y los del perito médico, Dr. Juan José Santa Cruz (ver fs. 291). La letrada apoderada de esta parte, la Dra. Dora Beatriz Guarnaccia, apela por bajos sus honorarios (ver fs. 295). Por su parte, la dirección letrada de la parte demandada, ejercida por las Dras. Cuenca, Villani y Mazoni, requiere la elevación de los emolumentos que les fueron otorgados (ver fs. 293). Finalmente, el perito médico Dr. Juan José Santa Cruz, solicita la elevación de sus honorarios (ver fs. 298). Por tratarse de una hipótesis de rechazo de la acción, la Cámara ha resuelto repetidamente que si bien como principio se debe tener en consideración el monto reclamado en la demanda (conf. CNFed., en Pleno “Ford Motor S.A. c/ Gobierno Nacional” del 7/9/76), tal doctrina no es aplicable a los procesos por daños en los que la estimación responde a un criterio discrecional del demandante. En tales supuestos, la Sala ha resuelto adoptar como base la suma por la que razonablemente habría de prosperar la demanda (causa 1263 del 9/10/90, 886 del 3/7/91, 1027 del 10/5/95, 1458/91 del 20/2/96, entre muchas otras). Por lo demás, el monto reclamado no es ni puede ser la única base computable para efectuar una regulación de honorarios (CS Fallos 241:202, 257:143, entre otros), puesto que se debe también adecuar al mérito, a la extensión, a la naturaleza y a la importancia de la labor profesional realizada, como lo pone de manifiesto el precepto del art. 6 de la Ley de Arancel, incisos b, c, d y f (conf. Sala I, causa 3122/94 del 8/3/2001). En estas condiciones y teniendo en cuenta las pautas indicadas, se reducen los honorarios de las Dras. Martha Arias Cuenca, Adriana Beatriz Villani y Luciana Carolina Mazzoni, a las sumas de pesos OCHO MIL QUINIENTOS SESENTA ($8.560), pesos DOS MIL NOVECIENTOS ($2.900) y pesos DOS MIL OCHOCIENTOS CUARENTA ($2.840), respectivamente (arts. 6, 7, 9, 37 y 38 del Código Procesal). En el mismo sentido, se reducen los honorarios del perito médico Dr. Juan José Santa Cruz a la suma de pesos CUATRO MIL QUINIENTOS ($ 4.500). En lo que respecta a los honorarios de la Dra. Guarnaccia, teniendo en cuenta los límites del recurso, se los confirma. Por los trabajos de Alzada, se regulan los honorarios de Dra. Dora Beatriz Guarnaccia en la suma de pesos UN MIL SETECIENTOS CINCUENTA ($1.750) y los de las Dras. Adriana Villani y Luciana Carolina Masón, en las de pesos OCHOCIENTOS VEINTICINCO ($825) y pesos DOS MIL SETECIENTOS CINCUENTA ($2.750), respectivamente (art. 14 de la ley de arancel). Regístrese, notifíquese y devuélvase. Graciela Medina - Guillermo Alberto Antelo - Ricardo Gustavo Recondo.