La función política de los jueces ÁMBITO JURÍDICO

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ÁMBITO JURÍDICO
La función política de los jueces
“… los jueces y el derecho juegan un rol fundamental en la sociedad cuando el trámite
propiamente ‘político’ del conflicto parece inconveniente e imposible. Parece que los
jueces se hacen más necesarios en situaciones de incertidumbre…”
En estudios recientes se ha venido examinando el papel que juegan las cortes
constitucionales (y en general el control de constitucionalidad de las leyes) dentro del
sistema político de un Estado. Autores como Tom Ginsburg y Pedro Magalhaes, de un
lado, y Ran Hirschl, del otro, han abierto una polémica que quizá sea interesante revisar a
la luz del caso colombiano.
Ginsburg estudió el proceso de establecimiento de cortes constitucionales en Taiwán,
Mongolia y Corea.
La conclusión de su estudio consiste en afirmar que las cortes constitucionales son una
especie de seguro de vida para políticos con aversión al riesgo en procesos de transición
donde existen altos niveles de incertidumbre sobre cuál de las fuerzas políticas será
hegemónica.
Magalhaes, en el mismo sentido, explica por qué las cortes fueron tan importantes en la
transición de las democracias ibéricas (Portugal y España) ya que allí no existía un centro
político preponderante de poder luego de la caída de los gobiernos autoritarios. En
situaciones de incertidumbre, pues, se prefiere la creación de una corte que asegure el
comportamiento constitucional de todos, ya que se teme que los contradictores políticos
lleguen efectivamente al poder y cimienten desde allí la hegemonía política.
Hirschl, de otro lado, propone una tesis diferente y basada en el estudio de los casos de
Israel, Canadá, Reino Unido y Egipto: en estos países de plena soberanía parlamentaria
se ha venido abriendo la posibilidad de hacer control constitucional de las leyes. La causa
de este cambio la sitúa Hirschl no tanto en la idea del miedo recíproco de fuerzas políticas
empatadas, sino en una tesis algo más fuerte: en estos países el constitucionalismo llegó
como método para impedir que nuevas y amenazantes mayorías políticas pudieran
cambiar la hegemonía política ya existente.
Así, por tanto, élites relativamente minoritarias pero con mejor acceso al poder
constitucional y legal lograron sacar por fuera del juego político ciertas decisiones que las
nuevas y amenazantes mayorías políticas podrían querer variar a su favor.
Para Hirschl, la Carta canadiense de derechos fue un intento de las cla-ses económicas
angloparlantes para proteger el núcleo tradicional de la economía canadiense frente a las
presiones del nacionalismo de Quebec. En Egipto y Turquía, de otro lado, el
constitucionalismo buscó sacar del juego político ciertos derechos liberales básicos que
las nuevas mayorías neo-islamistas tenderían a minar una vez su ascenso más o menos
inevitable al poder llegase a ocurrir efectivamente.
Lo interesante de estos estudios de ciencia política consiste en mostrar que las cortes
constitucionales buscan efectivamente disminuir el efecto que los cambios políticos
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bruscos pueden tener sobre la estabilidad de la polis una vez nuevas mayorías se oponen
al poder hegemónico. Para Hirschl, pues, el constitucionalismo es antidemocrático porque
busca proteger a las élites en el poder.
Estudios recientes en Colombia han tratado de mostrar que, de hecho, el establecimiento
en el período 1904-1910 del control de constitucionalidad se debió a la necesidad de los
partidos políticos liberal y conservador de asegurarse contra la incertidumbre electoral y la
inestabilidad política que había llevado al país a la Guerra de los Mil Días. Igual lógica
subyace a la creación del derecho administrativo nacional en la misma época. Pero fue la
Guerra de los Mil Días, de hecho, la que originó la sensación entre los partidos que el
centro de poder ya no era estable.
Es posible que la transición a la democracia (al menos en alguno de sus componentes
esenciales) se diera en Colombia entre 1905 y 1910. Es por eso que me parece erróneo
afirmar que la Constitución de 1886 rigió en Colombia hasta 1991. Al arreglo político del
86 se le habían ya cambiado cosas fundamentales que lo habían hecho inviable a
escasos 15 años de su puesta en funcionamiento. Así las cosas, el caso colombiano se
explicaría desde la tesis del “seguro de vida”.
¿Sigue la corte (y los jueces) siendo un moderador de la incertidumbre política entre
partidos? La tesis del seguro sigue teniendo, en mi concepto, poder explicativo. El
ejemplo más señero en Colombia es la Ley de Justicia y Paz y el escándalo de la
“parapolítica”: comentaristas económicos y jurídicos se viven quejando de la
“judicialización de la política” pero el país depende, hoy más que nunca, de la misma.
Hoy el aparato judicial tiene encima una carga de responsabilidad política inmensa, carga
además que el conjunto de la sociedad le ha traspasado de forma unánime ya que el
trámite de la diferencia por vía política o militar sería excesivamente complejo. Incluso en
este tema (verdad, justicia y reparación de víctimas vs. la “paz” con los paramilitares) los
economistas, usualmente tan liberales en la asignación de competencias, también han
puesto sus esperanzas en la justicia.
Menos entusiasmo les ocasiona la intervención de los jueces en los mercados donde
siguen invocando a las fuerzas de la democracia. Pero ello ocurre por una sola razón: en
la “democracia” existe menor incertidumbre en la toma de decisiones concernientes a los
mercados, porque allí la hegemonía política de sus fuerzas parece ser más clara. O al
menos así se desprendería del análisis de Hirschl.
El tema, pues, no resulta tan fácil: los jueces y el derecho juegan un rol fundamental en la
sociedad cuando el trámite propiamente “político” del conflicto parece inconveniente e
imposible. Parece que los jueces se hacen más necesarios en situaciones de
incertidumbre: ahí es donde sus servicios son más buscados, más esenciales. ¿Se
acuerdan en el colegio cuando había partidos de fútbol sin árbitro? El juego a veces se
terminaba abruptamente cuando no nos podíamos poner de acuerdo si uno de los
equipos había cometido un penalti.
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