‘Super law’: El “súper derecho” del norte y las ÁMBITO JURÍDICO

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ÁMBITO JURÍDICO
‘Super law’: El “súper derecho” del norte y las
migraciones del sur
“Los migrantes sienten, de alguna manera, que el derecho de EE UU
que ejerce más efectivamente su tarea de control social”
es más poderoso,
Según diversos estudios, solo en la ciudad de Nueva York viven entre 500.000 y un millón
de colombianos. Las personas (no importa su origen) migran a otros lugares con sus
propias comprensiones culturales. Entre estas, está la idea que tienen del derecho, de sus
funciones y del papel que juega el Estado en una sociedad. El migrante económico, pues,
llega al país receptor con una cierta idea del papel del derecho, que construyó en su país
de origen.
Su proceso de negociación con la cultura local implicará un cierto contacto con la
institucionalidad político-legal del país receptor. Mediante diálogos y observación con
inmigrantes latinos en la ciudad de Nueva York, he estado tratando de averiguar cómo se
produce este proceso de choque de legalidades.
La primera característica general que observo es la siguiente: muchos colombianos
“escapan” de la institucionalidad colombiana, porque la consideran deficiente o fracasada.
A su juicio, la institucionalidad jurídica se parece a la economía: las cosas allá no
funcionan bien y se tiene una expectativa muy alta de que la institucionalidad de EE UU
es más “desarrollada” y que responderá mejor a sus necesidades.
En segundo lugar, los migrantes sienten, de alguna manera, que el derecho de EE UU- es
más poderoso, que ejerce más efectivamente su tarea de control social. No tienen que
cometer un delito para ver si los atrapan: incluso si son ciudadanos respetuosos de la ley,
tienen una mayor aprehensión de que el Estado los identificará y castigará, si llegan a
cometer un ilícito. Esta percepción está igualmente basada en una enorme eficacia
simbólica del derecho en las rutinas de la población. Un ejemplo: en Nueva York la
circulación urbana en las calles, en el metro, en el bus está prolijamente reglamentada.
Hay en todas partes rules and regulations (no solamente en las condiciones del contrato
que nadie lee), sino de manera ostensible en señales que marcan muy intensamente los
espacios y flujos urbanos. Los espacios privados están frecuentemente marcados con
reglas de propiedad y de res-ponsabilidad. El inmigrante, al igual que el turista, avanza
lentamente, camina con precaución, mientras el new yorker (el ciudadano pleno) tiene una
percepción más clara de sus derechos subjetivos, muestra en su actitud y en su voz la
esfera de protección que lo rodea. En la contienda urbana por los derechos (incluso
cuando se hace algo tan nimio como caminar), el recién llegado tiene problemas para
afirmar su voz.
Todo esto genera, me parece, la creencia (frecuentemente reportada) según la cual el
derecho de EE UU es, en realidad, un super law, un súper derecho: su poder proviene, en
primer lugar, de ser una sociedad con una alta “cultura del control”. El crimen aparece
compulsivamente representado en la televisión y otros medios. Allí, el crimen es
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usualmente considerado como un ataque a la comunidad, que es exitosamente reprimido
por las fuerzas del orden. Ese es el “final feliz” de un mismo género policíaco, que incluye
series de televisión y películas, pero más notoriamente los noticieros y programas
periodísticos que hoy están plagados de los llamados courtroom dramas. Todos los
pueblos, barrios, incluso ciudades, son vistos como “comunidades”, de manera que la
violación al derecho es juzgada como un ataque al conjunto social, no a individuos
dispersos. Esta retórica comunitarista es uno de los elementos esenciales de la cultura del
control en EE UU.
Las instituciones del control están bien definidas y consolidadas en EE UU, especialmente
para el migrante: (i) arrancan, de un lado, con el enorme poder que a muy bajo costo
ejerce el derecho sobre el ilegal, al exigirle que nunca tenga un encontrón con el derecho:
you never brush your elbows with the law (nunca tengas siquiera roces con el derecho);
(ii) en segundo lugar, se refuerza mediante la idea según la cual el derecho del norte es
de alguna manera más poderoso, que existe una menor distancia entre ser y deber ser,
aunque esta afirmación es difícil de explicar o probar; (iii) termina por volverse realidad
mediante una compleja red tecnológica que vigila y disciplina el comportamiento y la
obediencia jurídica del individuo, que va desde los mecanismos realmente existentes
hasta un súper-yo constantemente alertado: en la esfera civil, todo el mundo debe
mantener un buen credit score (como medida general de vigilancia del derecho privado) o
un excelente criminal record (como medida general de vigilancia del derecho penal).
Al nivel de las élites (políticos, insiders económicos o culturales), esta actitud parece
cambiar: se manifiesta más bien una cierta confianza con el derecho que permite
manipularlo y negociarlo. La cultura del control no amenaza con tanta fuerza a los
poderosos, que parecen menos amilanados frente a su fuerza simbólica. Existe en este
lado más confianza en la capacidad de manejar las instituciones, de negociar con ellas, se
conoce más el poder y su acceso al mismo. Es por eso que en la sociedad del control de
EE UU, una mujer enormemente rica pudo decir en un juicio penal a finales de los
ochenta: “Solo los insignificantes pagan impuestos”.
Y finalmente una pregunta para el lector: usted cuando viaja (bien sea como migrante
económico o como cosmopolita), ¿cómo siente la fuerza del derecho extranjero que ahora
vigila su conducta?
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