CATEQUÉTICA

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1.- Concepto de Catequética
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Sumario: 1. La catequética: origen y divisiones. 11. La catequética, reflexión científica sobre la catequesis. III. La
catequética: disciplina teológica y pedagógica. IV. El equilibrio de las tensiones.
I.- La catequética: origen y divisiones
La catequética o ciencia catequética es la disciplina que se ocupa de la catequesis, en cuanto proceso y en cuanto acto,
en el contexto de la praxis pastoral de la Iglesia. Su existencia y legitimidad son ya un hecho sólidamente aceptado en el
ámbito de la reflexión y de la praxis pastoral de la Iglesia. Se trata de una disciplina reciente pues, si es verdad que la
catequesis es una actividad tan antigua como la Iglesia misma, no se puede decir ciertamente lo mismo de la
catequética, que ha surgido y se ha ido configurando en el curso de los dos últimos siglos.
A lo largo de su historia, la Iglesia ha sabido realizar y organizar en formas muy variadas la actividad catequética, pero
son muy contadas las ocasiones de reflexión explícita sobre los contenidos y métodos de tal actividad. Se suele citar, por
lo que atañe a la época patrística, el famoso pequeño tratado de san Agustín De catequizandis rudibus (del 399) y, a
finales de la Edad media, la obra de G. Gerson, Tractatus de parvulis trahendis ad Christum (1406), pero ni siquiera en
estos casos se puede hablar aún de reflexión científica sobre la catequesis, o considerar estos escritos como obras
catequéticas en sentido propio.
Se puede hablar de nacimiento de la catequética como disciplina académica en el año 1774, cuando, por disposición de
la emperatriz María Teresa de Austria, y siguiendo el proyecto preparado por el abad benedictino Rautenstrauch, fue
introducida en las escuelas de teología del Imperio austro-húngaro la enseñanza de la catequética, o como disciplina a
se, o como parte de la teología pastoral. Pero en realidad, nuestra disciplina empezará a desarrollarse con una cierta
amplitud y rigor solamente hacia finales del siglo XIX, siguiendo el nacimiento y desarrollo del llamado movimiento
catequético, es decir, de la rica floración de ideas, inquietudes y esfuerzos que, desde finales del siglo pasado y hasta el
acontecimiento del Vaticano II, tratará de renovar la teoría y la práctica de la catequesis bajo el influjo de nuevas
corrientes culturales, especialmente de orden pedagógico y psicológico. De ahí que la catequética, nacida dentro del
molde teológico de la reflexión pastoral, reciba bien pronto el influjo de las jóvenes ciencias psicológicas y pedagógicas,
lo que explica que en algunos países, como Alemania, se haya extendido más bien la denominación pedagogía religiosa,
junto a la más tradicional de catequética.
Se puede decir que, a lo largo de su desarrollo, la reflexión catequética ha mostrado siempre un doble punto de
referencia, teológico y pedagógico, con alternancia de acentos: más pedagógico en las primeras décadas del siglo,
dominado por la preocupación metodológica y didáctica, más teológico en la fase llamada kerigmática del movimiento
catequético, caracterizada por la renovación del contenido de la catequesis.
De esta doble pertenencia y continua fluctuación dan fe las vicisitudes y alternancias de los dos términos, pedagogía
religiosa y catequética para designar nuestra disciplina, junto con otras variadas expresiones de igual o semejante
significado: pedagogía catequética, pastoral catequética, pedagogía del catecismo, pedagogía cristiana, metodología
catequética, metódica de la enseñanza religiosa, catequética pastoral, etc. Esta fluctuación constituye de por sí un signo
de la riqueza y complejidad del acto catequético, pero al mismo tiempo revela la existencia de una fuente constante de
tensión y de posible discrepancia en el desarrollo de la disciplina.
A partir del Vaticano II la catequética a ha conocido un período de relativa fecundidad y expansión, determinado por el
nuevo clima de repensamiento global de la praxis eclesial y por el desarrollo de la reflexión epistemológica. La existencia
de diversos centros e institutos de catequética, la multiplicación de publicaciones e investigaciones en el campo
catequético y la presencia institucionalizada de la catequética (o de la pedagogía religiosa) en el ámbito académico
aseguran la consolidación y el crecimiento de la joven disciplina.
II. La catequética, reflexión científica sobre la catequesis
La identidad de la catequética queda propiamente determinada ante todo por el objeto mismo de que se ocupa, es decir,
la catequesis, con toda la riqueza de sus dimensiones y en la variedad de sus realizaciones, ya sea en forma de
enseñanza, de expresión simbólica, de reflexión comunitaria, de iniciación sacramental, de itinerario organizado de fe,
etc. La catequética es concretamente la reflexión sistemática y científica sobre la catequesis con vistas a definir,
comprender, orientar y valorar el ejercicio de esta importante acción educativa y pastoral.
Dada la complejidad y riqueza del objeto estudiado, se explica que la catequética admita en su seno divisiones y
especificaciones. La forma concreta de hacerlo ha variado a lo largo de la historia y resulta condicionada también por los
distintos contextos teológicos y culturales en que se realiza. Así, por ejemplo, algunos autores suelen distinguir entre
catequética fundamental, material y formal. Por catequética fundamental se entiende el estudio de las condiciones y
presupuestos básicos de la acción catequética y la determinación de su identidad y dimensiones fundamentales. La
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catequética material tiene como objeto los contenidos de la comunicación catequética: estructura y articulación del
mensaje, temas a tratar, criterios de selección y de inculturación, fuentes del contenido, etc. Finalmente, la catequética
formal se ocupa de los aspectos propiamente metodológicos y pedagógicos de la transmisión o mediación catequética:
métodos, estructuras, agentes, lenguajes, programación. Otros prefieren adoptar la distinción entre catequética
fundamental y/o general y catequética especial o diferencial, esta última relativa a los diferentes destinatarios de la
acción catequética, según la edad o la condición: niños, jóvenes, adultos, minusválidos, intelectuales, etc.; o a los
distintos ámbitos o lugares de la catequesis: familia, escuela, parroquia, asociación.
Para comprender la naturaleza de la ciencia catequética interesa también precisar cuál es propiamente el ángulo de
visión o perspectiva específica (objeto formal) de su estudio. A este respecto es importante no perder de vista que la
catequesis es esencialmente una acción eclesial, y como tal invoca un saber teórico que le permita ser analizada,
fundamentada, iluminada y guiada. No tendría sentido limitarse, por ejemplo, a focalizar o poner al día contenidos a
transmitir, dejando de lado los aspectos propiamente metodológicos y operativos de la catequesis como proceso y como
acto. Ni puede bastar tampoco elaborar una teoría que fije de una vez para siempre las coordenadas esenciales de la
catequesis, sin advertir que la acción catequética se tiene que encarnar necesariamente en el aquí y ahora de
circunstancias concretas e irrepetibles.
Ahora bien, si la catequética se califica como ciencia de la acción catequética, significa que deberá configurarse, en su
momento más específico, como disciplina metodológica, es decir como teoría del método o camino a seguir (métodos)
para proyectar y llevar a cabo el proceso y el acto catequéticos. Y desde este punto de vista, la catequética se presenta
sustancialmente como metodología sistemática y científica de la catequesis, como reflexión orgánica sobre el proceso y
acto catequéticos, a fin de analizarlos, interpretarlos y orientarlos.
Toda ciencia queda definida, además, por el método utilizado en su desarrollo. Ahora bien, el método de la investigación
catequética debe corresponder a la variedad de dimensiones y aspectos que presenta la catequesis, como proceso y
como acto. De aquí se puede colegir una gran multiplicidad de métodos: técnicas de conocimiento y análisis de la
realidad (psicológicas, sociológicas, históricas); instrumentos hermenéuticos de interpretación y discernimiento (sobre
todo teológicos y filosóficos); métodos de proyectación y organización catequética (metodología pastoral, pedagógica,
didáctica); técnicas de expresión, comunicación, interacción, animación de grupos; sistemas de evaluación y
reproyectación operativa, etc.
Cabe concluir, por lo tanto, que la disciplina catequética se configura como un saber necesariamente pluridisciplinar, ya
que recurre a una multiplicidad de métodos y procedimientos científicos. Es más: hoy se considera necesario orientarse
hacia una auténtica interdisciplinaridad, como intento de hacer dialogar entre sí y llevar a una recíproca interacción los
distintos procesos disciplinares involucrados en la reflexión catequética.
III. La catequética: disciplina teológica y pedagógica
El estatuto epistemológico de la catequética adquiere perfiles más exactos si se estudia el lugar y el significado de la
disciplina en el concierto de las ciencias que, de alguna manera, tienen relación con ella. En este sentido, la catequética
resulta vinculada en forma particular a dos constelaciones epistemológicas: la de las ciencias teológicas y la de las
ciencias pedagógicas. Por eso la catequética, en su devenir histórico, se ha presentado siempre relacionada, con
alternancias de acentuación, a este doble punto de referencia. Y según la dimensión dominante, aparecerá
fundamentalmente como disciplina teológica o como materia pedagógica.
1) Que la catequética pertenezca al ámbito de la reflexión teológica se deduce de la naturaleza misma del acto
catequético, que se coloca en el marco de las actividades pastorales y se cualifica como servicio de la palabra eclesial
para la educación de la fe. Se podrá observar que, durante mucho tiempo, tal pertenencia ha sido de hecho concebida
en términos de subordinación pura y simple de la catequesis a la teología sistemática y a sus cánones interpretativos.
Todavía está muy extendida la concepción según la cual la verdadera ciencia normativa de la catequesis es la teología
sistemática, que dicta por lo tanto a aquella los principios fundamentales de acción y los contenidos a transmitir. Pero
hoy, justamente, se considera superada esta visión, ya que reduce la catequética a simple deducción o aplicación de la
teología sistemática.
Por el contrario, la naturaleza teológica de la catequética recibe su connotación más adecuada cuando se la sitúa en el
cuadro de la teología pastoral o práctica. Nacida en el seno de esta última, desde sus comienzos, a finales del siglo
XVIII, la catequética resulta necesariamente vinculada a la teología pastoral, como parte al todo, por razón de su objeto,
la catequesis, que pertenece al ámbito de la acción pastoral de la iglesia. Dada esta pertenencia, la catequética se
califica, por lo tanto, en primera instancia como disciplina teológica.
Situada en el marco de la teología pastoral o práctica, es evidente que la catequética debe definir su identidad en
relación con otras disciplinas o sectores afines, como son la homilética o ciencia de la predicación, la pastoral litúrgica, la
pastoral Juvenil, la pastoral escolar, etc. No siempre resulta fácil deslindar los confines, pues con frecuencia la catequesis
se desarrolla, y con pleno derecho, en el interior mismo de otras actividades pastorales, como son la liturgia, la pastoral
de juventud, la religiosidad popular, las actividades escolares, etc. Se impone, por lo tanto, un criterio de distinción
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bastante dúctil y, sobre todo, la necesidad de diálogo e interacción entre estos diversos ámbitos de acción y de reflexión
disciplinar.
2) Por otra parte, la catequética responde también a las características de una verdadera disciplina pedagógica y, como
tal, encuentra su colocación en el conjunto de las ciencias de la educación. Sabemos que hoy reviste una importancia
particular para la reflexión pastoral el conjunto, enormemente desarrollado, de las ciencias humanas en general, y en
especial de las ciencias de la educación. El giro antropológico propio de nuestra cultura obliga a una renovada atención
al sujeto, al hombre en situación, a la dimensión histórica y cultural de toda acción y toda reflexión. De ahí el interés por
todas las ciencias humanas capaces de iluminar el quehacer pastoral: antropología cultural, sociología, psicología,
ciencias de la religión, ciencias de la comunicación, etc.
Se puede decir que el mundo en general, con sus problemas y aspiraciones, asume el significado de un verdadero «lugar
teológico», por lo que cobran relevancia especial, en orden a la reflexión operativa cristiana, todas las aproximaciones y
disciplinas que nos abren el acceso al conocimiento e interpretación de esta realidad. Y la catequética como disciplina
debe mantener relaciones muy estrechas, sobre todo con el ámbito de la reflexión pedagógica. De hecho, la vinculación
de la catequética al campo de la educación es un hecho tradicional, así como son tradicionales las denominaciones
pedagogía religiosa, pedagogía catequética, y otras semejantes, para designar nuestra disciplina.
El carácter pedagógico de la investigación catequética puede ser destacado desde una doble vertiente: en cuanto
proceso educativo de maduración en la fe y en cuanto actividad que se inserta necesariamente en el dinamismo global
del crecimiento y maduración de la persona. En este sentido la catequética puede y debe ser llamada con propiedad
ciencia pedagógica, sin perjuicio de su vinculación al ámbito de la teología, en su vertiente pastoral o práctica.
El mundo de las ciencias de la educación es muy rico y complejo, y abarca sustancialmente tres sectores o niveles
disciplinares: el de las ciencias prevalentemente descriptivas del hecho educativo (biología, psicología, sociología de la
educación, historia de la educación y de la pedagogía); el de los saberes interpretativos (como la filosofía y teología de
la educación), y el de las ciencias proyectativas u operativas (metodología pedagógica, didáctica, etc.). Es fácil
comprender la complejidad y la riqueza que, desde este punto de vista, recibe el desarrollo del discurso catequético.
IV. El equilibrio de las tensiones
A la luz de las reflexiones hechas sobre la naturaleza y tarea de la catequética, es posible detectar ciertos rasgos
característicos de una disciplina joven que, en cierto sentido, vive y se desarrolla al filo de diversas antinomias o, si se
quiere, tensiones dialécticas: 1) Tensión entre fidelidad a Dios y fidelidad al hombre. Es la conocida ley estructural del
método catequético que, difundida sobre todo por J. Colomb, ha entrado ya oficialmente en la conciencia catequética de
la Iglesia. Pero el principio de la doble fidelidad se traduce con frecuencia en fuente de exigencias contrapuestas y en
campo de batalla entre defensores de la fidelidad a Dios y abogados de la fidelidad al hombre. 2) Tensión entre
pedagogía divina y pedagogía humana. No pocas veces el componente pedagógico de la catequesis viene identificado
con los dictámenes de una real o supuesta pedagogía divina, en términos tales que parecen vanificar concretamente
cualquier recurso a la pedagogía profana o a las ciencias de la educación. 3) Tensión entre madurez cristiana y madurez
humana. En el horizonte de los objetivos de la acción catequética se halla la clásica discusión sobre el ideal de madurez
que debe ser perseguido, y por lo tanto sobre las relaciones existentes entre madurez cristiana y madurez humana.
Ahora bien, la necesaria implicación del crecimiento en humanidad en todo proceso integral de maduración de la fe trae
consigo evidentes repercusiones para la tarea catequética. 4) Tensión entre contenido y método. Es esta quizá la forma
más clásica y continuamente emergente de la tensión derivada de la complejidad epistemológica de la ciencia
catequética. El campo de la catequesis está tradicionalmente expuesto al juego dialéctico de la contraposición entre
contenido y método, entre la competencia teológica, que fija los contenidos, y las exigencias pedagógicas relativas a la
mediación metodológica. Todo esto sobre el trasfondo, explícito o inconsciente, de la primacía del contenido sobre el
método. En realidad, una correcta inteligencia de la relación contenido-método permite superar tales conflictos. 5)
Tensión entre las dimensiones teológica y pedagógica de la catequesis, que sitúa la disciplina catequética en el punto de
encuentro de estos dos grandes ámbitos disciplinares. La pertenencia al ámbito teológico garantiza la fidelidad de la
catequesis a su identidad eclesial de praxis pastoral para la educación de la fe. En cuanto ciencia pedagógica, posee los
criterios y elementos necesarios para responder a las exigencias propias de todo proceso educativo. Esta doble
pertenencia constituye para la catequética una indiscutible riqueza, pero también, como atestigua la historia, una fuente
continua de tensión y de incomprensión. 6) Tensión entre el carácter científico y el talante sapiencial de la catequética,
entre ciencia y arte de la catequesis. Ninguno de los dos aspectos puede ser ignorado o menospreciado: se trata de
conjugar la doble exigencia, llevando paulatinamente el arte de la catequesis al mayor nivel posible de racionalidad
científica. 7) Tensión entre teoría y praxis, entre reflexión y acción, entre nivel empírico y científico de la proyectación y
realización catequética. También aquí se impone el equilibrio: un proceso metodológico correctamente entendido debe
asegurar la dialéctica siempre fecunda entre una práctica controlada y guiada por la teoría, y una teoría continuamente
confrontada con la verificación y estímulo procedente de la práctica.
La catequética, tradicionalmente, vive sumergida en el continuo juego dialéctico de estas tensiones y dualismos, que
constituyen en cierto sentido su fortuna y su desgracia, su riqueza y su problema. De hecho, no es de extrañar la
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existencia de tal contraposición, si se considera la naturaleza teándrica de la encarnación y de la Iglesia, que se
repercute sobre todo el campo de la acción pastoral.
Emilio Alberich Sotomayor
2.- Teología Pastoral y Misional
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1. Teología Pastoral
La historia de esta disciplina nos aclara su situación actual: Antes de convertirse en una verdadera disciplina teológica, la
Teología Pastoral tuvo como finalidad llenar una laguna en la formación sacerdotal. Efectivamente, hasta el siglo XX se la
concebía como un simple complemento de la formación dada al futuro pastor, en forma de orientaciones prácticas con
vistas a asegurar el éxito de su ministerio entre los fieles. Como curso esencialmente práctico, servía para dar unas
cuantas recetas, pero no como una verdadera ciencia; pero poco a poco se fue realizando un esfuerzo por salir de esa
concepción utilitaria para transformarla en verdadera teología práctica. Se vio entonces cómo surgían varias disciplinas:
La Liturgia pastoral, la Catequesis, la Homilética, la Sociología pastoral, la Psicología pastoral, la Pastoral misionera, etc.
En el fondo todas ellas perseguían una finalidad común, que era la preparación del sacerdote para su ministerio de
pastor, pero actuando cada una por su cuenta, con su propio método y su propia presentación.
a) Principios inspiradores de la Teología Pastoral
Dos reflexiones básicas han llevado a la Teología a ir tomando conciencia poco a poco del papel propio de la Teología
Pastoral: En primer lugar se ha comprendido que la actividad pastoral de la Iglesia no concierne únicamente a los
sacerdotes, de una manera tal que los fieles no tengan más que seguir pasivamente las orientaciones de sus pastores,
sino que se refiere a la Iglesia entera, sacerdotes y fieles. Toda la Iglesia es responsable del ministerio pastoral, lo
mismo que toda la Iglesia es objeto de la Teología Pastoral.
Así se han comprendido mejor las consecuencias de la economía de Encarnación y de Salvación para el apostolado de la
Iglesia, y dado que la acción santificadora del Verbo Encarnado se inserta en el tiempo y se dirige a los hombres en su
situación histórica actual, se sigue que la actividad pastoral de la Iglesia debe tener en cuenta sus condiciones sociales y
culturales que cambian con el tiempo, las generaciones, los lugares y los pueblos. La Iglesia no puede contentarse con
estar presente en el mundo, porque la situación actual y concreta de la humanidad condiciona su apostolado; si la
Iglesia quiere que el Evangelio encuentre un eco en los corazones de los hombres de nuestro tiempo debe tomar en
cuenta la coyuntura en que viven; por tanto, queda lugar en la Teología para un estudio metódico y científico de la
Iglesia como fenómeno contemporáneo, y este estudio pertenece a la inteligencia de la Iglesia.
He aquí algunos de los problemas a los que deberá enfrentarse esta reflexión teológica: a).- Considerar la repercusión
que tiene en la actividad apostólica de la Iglesia un mundo unificado, vivo y concebido como un todo. b).- Estudiar las
relaciones de la Iglesia con una sociedad secularizada, y los cambios de actitud y de formas apostólicas que implica este
nuevo tipo de sociedad. c).- Planear las relaciones de la Iglesia con las otras sociedades religiosas; con comunidades
cristianas separadas y con las grandes religiones de la salvación. d).- Definir el papel de los bautizados en los países
pobres, concretamente en presencia del tercer mundo: ¿Cómo habrá de ser la Iglesia de los pobres, y qué formas
tendrán que tomar su servicio y testimonio? e).- Establecer las relaciones de la Iglesia con la sociedad civil, tomando en
cuenta los problemas de la libertad religiosa y de la tolerancia.
De esta forma podemos ver que mientras que la Teología Dogmática trata de la Iglesia en su ser esencial, como misterio
e institución a la vez humana y divina, la Teología Pastoral es una reflexión metódica sobre su ser móvil, sobre el
misterio de la edificación del cuerpo de Cristo —que es la Iglesia— en su actuación presente y concreta, y sobre las
condiciones de esta situación; sobre la manera con que la situación contemporánea del mundo afecta al cumplimiento de
la misión salvífica de la Iglesia, entendiendo por situación contemporánea los cambios culturales y sociales de cada
época.
b) Teología Pastoral y actividad pastoral
Para mayor claridad, creemos conveniente establecer las siguientes distinciones:
- Teología Pastoral Fundamental. Esta parte plantea los principios básicos de una Teología Pastoral que estudia el
misterio de la Iglesia en cuanto que está presente en el mundo, y está sometida a las vicisitudes de la historia. Esta
reflexión se apoya en la experiencia pasada de la Iglesia y en su esencia permanente para comprender su condición
presente, porque la tarea primordial de la Teología Pastoral consiste en formular los principios que fundamentan la
acción de la Iglesia en el mundo de hoy. La constitución Gaudium et Spes ha anunciado varios de estos principios, por
ejemplo: 1.- La Iglesia se siente íntimamente unida con la humanidad y con su historia. 2.- Siente el deber de entrar en
diálogo con toda la familia a la que pertenece el pueblo de Dios, por consiguiente reconoce la necesidad de comprender
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al mundo en el que está inserta. 3.- La Iglesia está al servicio de la humanidad, pero no ignora la ayuda que recibe de la
historia y de la evolución del género humano. 4.- Aunque comparta la suerte terrena de la humanidad, la Iglesia tiene
que contribuir a la transformación de la familia humana. 5.- La Iglesia tiene en deber de escrutar los signos de los
tiempos, y de interpretarlos a la luz del Evangelio para responder a las cuestiones de los hombres de cada generación.
- La Teología del ministerio Pastoral, o Teología Pastoral propiamente dicha, es una reflexión metódica sobre la acción
que desarrolla la Iglesia para establecer el reino de Dios; esta reflexión se dirige:
1.- A los ministerios que la Iglesia lleva a cabo para realizar la salvación de los hombres: de la palabra, del culto y de la
caridad en todas sus formas.
2.- A los sujetos que ejercen esos ministerios, las Jerarquías, Diócesis, Naciones, etc.
3.- A los beneficiarios de esta actividad pastoral, a niños, adolescentes, adultos, familias, parroquias, etc.
4.- A las relaciones de la Iglesia con las sociedades que la rodean.
La Teología Pastoral apela a diversas ciencias humanas que le sirven de auxiliares, en particular a la Antropología, la
Sociografía, la Psicología y la Historia. En efecto, toda acción pastoral y toda reflexión sobre la acción pastoral reposan
en un conocimiento preciso de la realidad humana contemporánea; pues bien, esta realidad es infinitamente variada, por
ejemplo el ambiente rural y el ambiente urbano ofrecen un aspecto muy distinto, y aún dentro de cada ambiente existe
gran variedad de tipos según los países y los pueblos.
- La actividad pastoral, o el ejercicio del ministerio pastoral, es la puesta en obra de los principios de la Teología
Pastoral, que como tal es una ciencia teórica. La actividad pastoral se sirve de las ciencias humanas para identificar a las
colectividades (grupos humanos, clases sociales) y a los fenómenos sociales (prejuicios, costumbres, etc.) La Teología
Pastoral, por su parte, es la que proporciona los principios y las normas de acción.
A causa del vínculo tan estrecho que existe entre la Teología Pastoral y las ciencias humanas, tiene que haber una
comunicación permanente entre el pastor, el teólogo y el sociólogo o el psicólogo; en ella las ciencias humanas
proporcionarán una descripción inteligible de la realidad concreta bajo el punto de vista sociológico y psicológico;
situarán los problemas con que tienen que enfrentarse la acción pastoral y la reflexión teológica, y aportarán algunos
elementos de solución. Por su parte, la actividad pastoral está en relación directa con las ciencias humanas y con los
principios de la Teología Pastoral. Como a su vez las observaciones de las ciencias humanas y los problemas de la vida
pastoral iluminarán la reflexión teológica, los problemas de conversión no podrán ser bien examinados sin apelar al
servicio del pastor, del teólogo, del sociólogo y del psicólogo.
2. Teología Misional
Como la Teología Pastoral, la Misional considera el misterio de la Iglesia dentro de una perspectiva dinámica y
existencial, pero mientras que la Pastoral se dirige ante todo a los fieles de la Iglesia, la Misional piensa especialmente
en la masa de los no cristianos. El dinamismo misionero de la Iglesia la empuja a desbordar sus fronteras para extender
a todos los hombres los beneficios del Evangelio, por eso la Teología Misional tiene por objeto el movimiento de
expansión de la Iglesia más allá de sus límites actuales.
La Iglesia es misionera por naturaleza: Ha sido enviada por Cristo como fue enviado Cristo por el Padre (Jn 13,20;
20,21), pero se puede distinguir entre la misión general de la Iglesia, o su actividad apostólica en sentido amplio, y su
actividad misionera en sentido estricto, que consiste en llevar la salvación a los que no conocen el Evangelio, y en reunir
a todos los hijos de Dios en un solo pueblo y en un solo cuerpo.
a) Teología de la Misión
El decreto Ad Gentes del Concilio Vaticano II relaciona la acción misionera con el designio de Dios sobre la humanidad,
pero también con su propio origen trinitario; esto le da a las misiones una profundidad teológica incomparable. La
estructura trinitaria de la misión de la Iglesia queda definida con esta frase del decreto: “La Iglesia peregrinante es
misionera por naturaleza, como quiera que ella misma tiene su origen en la misión del Hijo y de la misión del Espíritu
Santo, conforme al propósito de Dios Padre”.
La misión dada por Cristo a su Iglesia (Mc 16,15; Mt 28,18) parte del mismo Dios: “Como el Padre me envió, también yo
os envío” (Jn 20,21). Hasta el Padre hemos de remontarnos para comprender el origen que explica la misión de la
Iglesia: “El designio de Dios”, dice en Concilio, “brota de la fuente de amor, o sea de la caridad de Dios Padre, que
siendo el principio sin principio del que se engendra el Hijo y de quien procede el Espíritu Santo por medio del Hijo, por
su inmensa y misericordiosa benignidad libremente creadora...nos llama gratuitamente a participar de su vida y gloria”.
De esta manera se afirma que la caridad es la energía primordial del designio de salvación. Es en una acción adicional de
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la Trinidad a partir del Padre, por las misiones históricas del Hijo y del Espíritu, como esta caridad alcanza a la historia
humana, Cristo, en nombre del Padre, funda la Iglesia y envía al Espíritu. Desde entonces, desde Pentecostés hasta la
Parusía, la Iglesia y el Espíritu obran inseparablemente para edificar el cuerpo de Cristo y llevar a cabo la obra de
salvación inaugurada por él. La misión de la Iglesia proyecta en el tiempo ese movimiento de la caridad trinitaria,
comenzando por la misión del Hijo y del Espíritu. La misión de la Iglesia se cumple por aquella operación por la que se
hace presente a todos los hombres y linajes, obedeciendo el mandato de Cristo y movida por la caridad y la gracia del
Espíritu Santo.
El movimiento amoroso por el que Dios se hace presente en el mundo reviste una forma sacramental: el Evangelio
alcanza a los hombres y la gracia invisible transforma los corazones por medio de la carne de Cristo, por medio de la
visibilidad de la Iglesia y también por la presencia del misionero. Esta extensión del amor a la humanidad y este
agrupamiento de todos los hombres a imagen de la sociedad Trinitaria tiene que pasar por el eje de la cruz; por eso la
actividad misional y el acercamiento a Cristo —de los hombres y de las sociedades— tienen que ir acompañadas
invariablemente de sufrimientos, de persecuciones e incluso del derramamiento de sangre.
La finalidad inmediata de la actividad misional es conducir a los hombres a la obediencia de la fe, para construir un solo
pueblo de Dios, cuerpo único de Cristo y templo del Espíritu, de forma que los hombres reconozcan al Dios de nuestro
Señor Jesucristo y puedan decir con él: “Padre Nuestro”. Al mismo tiempo, Dios es plenamente glorificado cuando su
designio de caridad, conocido por todos, es además reconocido por todos.
Por esta actividad misionera, Dios es plenamente glorificado cuando aceptan los hombres su obra salvadora completada
en Cristo. La glorificación de Dios es el fin último de la actividad misional, porque al movimiento de amor que salió de
Dios hacia los hombres le corresponde la vuelta desde los hombres hacia Dios, como respuesta amorosa del hombre a la
invitación del amor de Dios.
b) La obra misional y sus implicaciones
Los capítulos II y III del decreto describen los tres pasos de la empresa misional. Estos pasos, de los que el mismo
Cristo con su encarnación nos dio ejemplo, están precedidos por una fase preliminar que es la pre-evangelización.
La pre-evangelización es una fase de aproximación. Antes de predicar explícitamente el Evangelio hay que presentarlo
operante en existencias humanas a las que ya haya transformado, a fin de que el espectáculo de esas vidas plenas
despierte el deseo de participación en ellas. Se trata con esto de preparar los caminos del Evangelio, mostrando el
ejercicio de la salvación en nuestro mundo. La pre-evangelización abarca:
a) La presencia y el testimonio de una vida verdaderamente cristiana, porque dondequiera que vivan, pero sobre todo
en tierras de misión, los cristianos están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra al
hombre nuevo del que se revistieron en el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo por quien han sido fortalecidos en la
confirmación.
b) El ejercicio de la caridad. A ejemplo de Cristo, que recorría ciudades y aldeas curando todas las enfermedades como
signo de la llegada del Reino de Dios, la caridad de la Iglesia tiene que traducirse en obras de caridad, especialmente
con los pobres y con los que sufren.
c) El diálogo de acercamiento. Lo mismo que Cristo cuando conducía a los hombres a la luz por medio de un diálogo
paciente y amigable, también a los no cristianos hemos de llegar poco a poco, para explicarles lo que inspira la caridad
de los discípulos de Cristo: Que empapados del Espíritu de Cristo, los fieles conozcan a los hombres entre los que viven,
y traten de que lleguen a conocer las riquezas que Dios generosamente ha dispensado a las gentes.
El primer término de la actividad misional comienza con la predicación propiamente dicha, porque el medio principal de
esta implantación de la Iglesia, dice el texto conciliar, es la predicación del evangelio de Jesucristo.
Antes de ser una comunidad bautismal y eucarística, la Iglesia tiene que ser una comunidad evangélica convocada por la
palabra de Dios. Esta predicación, como la de los apóstoles, tiene como objeto el misterio de Cristo y la salvación por
medio de la fe en Jesucristo; el futuro de la predicación es la fe, y la conversión bajo la acción del Espíritu. Esta
conversión, observa el decreto, es una “conversión inicial” por la que el hombre se aparta del pecado y se vuelve hacia
Cristo en una adhesión total, pero esta conversión evidentemente está llamada a desarrollarse y a madurar.
El segundo paso de la empresa misional es la implantación de la Iglesia. Plantar la Iglesia es crear las comunidades vivas
de fieles que ejerzan la triple función que Dios les ha conferido: profética, sacerdotal y real. La primera actividad de
implantación es el catecumenado; éste, dice el decreto, no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una
formación y noviciado convenientemente prolongado a toda la vida cristiana, por medio del cual los catecúmenos son
iniciados en un nuevo estilo de vida, que es la vida de la fe, la vida de la Liturgia y la vida de la caridad del pueblo de
Dios. Después de esto será cuando los catecúmenos se hayan hecho aptos para recibir los tres sacramentos de la
iniciación cristiana. Así es como se constituye una comunidad que será signo de la presencia de Dios en el mundo.
La plenitud de la implantación es formar la Iglesia particular con sus órganos esenciales: catequistas, diáconos,
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sacerdotes, y sobre todo su obispo. Cuando la congregación de los fieles alcanza cierta estabilidad y firmeza, es cuando
la obra de la implantación de la Iglesia logra plenamente su cometido, por tanto este tercer paso, que es la coronación
de todo el esfuerzo misional, puede caracterizarse de esta manera:
a) Las asambleas de los fieles se van haciendo cada vez más conscientes de que son comunidades de fe, de liturgia y de
caridad.
b) Las familias se convierten en centros de apostolado y en viveros de vocaciones. c).- Los laicos son en la sociedad civil
un fermento de justicia y de caridad; se organiza el apostolado laico. d).- Las jóvenes Iglesias se convierten ellas mismas
en misioneras.
e) Asumen los valores locales en beneficio del cristianismo; a este respecto, el decreto dice: “serán asumidas en la
unidad católica las tradiciones particulares juntamente con las cualidades propias de cada grupo humano, ilustradas con
la luz del evangelio”.
c) Problemas actuales de la Teología Misional.
La reflexión teológica de los últimos años sobre la revelación, la fe, la historia de la salvación y el ecumenismo, ha hecho
surgir todo un conjunto de nuevos problemas relativos a la actividad misionera de la Iglesia; mencionaremos solamente
algunos de ellos.
a) ¿Cómo saber cuál es la situación de las religiones no cristianas en la historia de la salvación? y de una manera
general, ¿cuál es el sentido teológico del paganismo?
b) Si la salvación está destinada a todos los seres humanos, y los medios para conseguirla son varios, ¿cuál es la razón
de ser de la Iglesia y de la predicación del Evangelio? De aceptar esta proposición de la salvación general, ¿no se
correría el peligro de privar a las misiones de su carácter de urgencia, y de sacrificar la importancia de la revelación?
c) La noción de apostolado por medio del testimonio o de la santidad de la vida, está subrayada a través de todo el
Concilio por el decreto Ad Gentes; le toca a la Teología Misional elaborar esta noción y mostrar el dinamismo propio del
testimonio, en relación con las demás formas de apostolado. Por otra parte, si el Espíritu de santidad está operante en
todas las religiones, ¿cómo es que tiene todavía valor de signo la santidad de la Iglesia?
d) Puesto que existe una Teología del laicado, ¿cómo puede esta Teología iluminar la acción de la Iglesia al servicio de
los pueblos y de su desarrollo?
e) ¿Cómo ha de traducirse en los hechos y en las estructuras, y según las orientaciones conciliares, la responsabilidad
misionera de la Iglesia, comenzando por los obispos?
f) ¿Cuál es el papel del Espíritu en la misión de la Iglesia? Con la acción del Espíritu se relaciona el problema de los
carismas personales.
g) ¿En qué consiste la implantación de la Iglesia? ¿Cuáles son los elementos esenciales del cristianismo y los que se
derivan solamente de la cultura y de los modos de pensar de los pueblos misioneros? ¿Hasta dónde puede extenderse la
contribución de la filosofía y la cultura de los pueblos convertidos en la comprensión de la fe cristiana?
3.- Necesitamos un nuevo paradigma
3
Estamos en busca de un nuevo paradigma para la catequesis. ¿Por qué? ¿Por qué necesitamos un «nuevo paradigma»
catequético?
LA CATEQUESIS HOY: UN SISTEMA EN CRISIS
Una primera razón fundamental está bastante clara: hoy existe una crisis evidente del sistema catequético tradicional.
Vivimos una sensación generalizada de fracaso, de ineficacia, de impotencia, de situación muy problemática.
Es verdad que no faltan, en el panorama catequético actual, aspectos muy positivos y prometedores, como son, por
ejemplo: la creciente demanda de formación religiosa; el aumento y mejora de los catequistas; el redescubrimiento de la
Biblia; la nueva floración de experiencias catecumenales; el lento avanzar de la catequesis con adultos; el énfasis en la
comunidad; la valoración de la familia como lugar de educación religiosa; la promoción de los laicos en la Iglesia; el
paulatino reconocimiento de la igualdad de la mujer; los nuevos esfuerzos de inculturación de la fe; la nueva conciencia
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de la importancia del dialogo intercultural e interreligioso, etc. Son todos elementos y síntomas de un despertar religioso
y pastoral cargado de esperanza.
Pero no podemos negar la existencia de una crisis generalizada del sistema catequético, manifestada en toda una serie
de situaciones problemáticas o francamente negativas. He aquí algunas de estas situaciones:
- El relativo fracaso del proceso tradicional de iniciación cristiana, que se ha convertido, para muchos niños y jóvenes, en
un verdadero «proceso de conclusión».
- La crisis evidente de la socialización religiosa y de la educación en la familia y en la escuela.
- El carácter ampliamente infantil a infantilizante de la catequesis, mientras resulta siempre precaria y descuidada la
catequesis de adultos.
- El problema siempre abierto de la pastoral sacramental, con sus tradicionales ambigüedades y componendas.
- La asignatura pendiente del lenguaje de la comunicación religiosa, que no es significativo y no comunica.
- La inadecuada a insuficiente formación pastoral y catequética, tanto de los catequistas y agentes pastorales como de
los mismos sacerdotes y seminaristas.
Como consecuencia de todo esto tenemos a un pueblo cristiano no catequizado, no evangelizado, no formado en su fe.
No podemos negar la existencia de mucha ignorancia religiosa, de representaciones religiosas inaceptables, de una
preocupante separación entre fe y cultura, de una situación de subjetivización exasperada, de verdadera crisis de
identidad religiosa.
EN UN MUNDO EN SITUACIÓN DE CAMBIO CONTINUO
También es verdad que todo el problema debe quedar situado en el contexto, complicado y problemático, del mundo
actual.
La situación es muy compleja porque el mundo y la sociedad han cambiado enormemente, en todos los sentidos, y el
cambio continúa vertiginosamente, de forma acelerada a incesante. Resulta muy difícil, prácticamente imposible,
controlar su marcha, prevenir sus efectos, imaginar de alguna manera el futuro que nos espera. Se puede decir que, en
nuestro tiempo, lo único que no cambia es precisamente el cambio continuo.
No estamos solamente ante una «época de cambio», sino más bien ante un «cambio de época». La comunicación de la
fe, y toda la acción pastoral de la Iglesia tienen que encarar hoy nuevos e importantes retos. Vivimos «el malestar
religioso de nuestra cultura».
Resulta imposible prever el futuro. Estamos realmente ante una «terra incognita» que no nos deja ver con claridad hacia
que meta tenemos que caminar. ¿Cómo será el mundo dentro de cinco o diez años? ¿Con qué problemas habrá que
contar en la comunicación de la fe? ¿Hacia qué modelo de cristiano y de comunidad cristiana debemos orientar nuestros
esfuerzos pastorales?
Por lo que se refiere a la labor y responsabilidad educativas, la situación se presenta francamente incomoda para
cuantos se interesan y están implicados en ella: educadores, pastores, padres de familia, catequistas... Hoy en día
cualquier educador esta expuesto a tensiones aparentemente contradictorias: ser responsables de una realidad en gran
parte imprevisible; ser capaces al mismo tiempo de adaptarse a las novedades y de conservar la propia identidad;
comportarse como verdadero educador, siendo transmisor de un patrimonio de valores, respetando al mismo tiempo la
creatividad y autonomía de las personas. Les toca vivir en una situación siempre abierta, dinámica, con frecuencia
contradictoria. Hay quien habla, refiriéndose a los adultos de nuestro tiempo, de «inmadurez de la madurez adulta».
EL "PARADIGMA TRIDENTINO" YA NO ES ACTUAL
La situación es compleja y las causas, múltiples. Pero no se puede negar la responsabilidad de un sistema catequético
claramente inadecuado.
Hoy se alza en campo catequético un clamor general: el «paradigma tridentino» ya no funciona, no responde a las
nuevas exigencias. Se impone la búsqueda de un nuevo paradigma para la catequesis.
Pare evitar equívocos, podemos resumir con rápidos trazos lo que entendemos por «paradigma tridentino». Es la
concepción de la catequesis, en un contexto relativo de «cristiandad», como instrucción religiosa o enseñanza de la
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doctrina cristiana, recogida por lo general en los catecismos, dirigida principalmente a los niños y extendida, idealmente,
también a los adultos.
De este paradigma debemos afirmar, por lo menos, que hoy nos resulta insuficiente, inadecuado, incapaz de responder
a los nuevos retos que el mundo nos lanza.
Pero digamos enseguida que el problema parece alcanzar proporciones más amplias que las propiamente catequéticas.
La búsqueda de un nuevo paradigma para la catequesis resulta enmarcada en búsquedas más amplias a importantes.
Por lo menos estas dos: el tema del futuro del cristianismo y la necesidad de repensar el planteamiento pastoral de la
Iglesia, hoy.
UN TEMA DE FONDO: ¿TIENE FUTURO EL CRISTIANISMO?
Hoy es muy frecuente hacerse esta pregunta. Y constituye un reto apasionante digno de la mayor atención. ¿Estamos
ante una crisis irreversible?
Los síntomas de una grave crisis son más que evidentes: disminución masiva de la práctica religiosa, secularización,
indiferencia religiosa, desinterés de los jóvenes, escasez de vocaciones y crisis de credibilidad de la Iglesia. En definitiva:
crisis profunda del cristianismo.
Muchos hacen diagnósticos preocupados, alarmantes: el cristianismo ha perdido en gran parte su credibilidad; el
cristianismo en Francis esta perdiendo toda su valencia y presencia cultural, per lo que se debe hablar de
«exculturation» del cristianismo. Se habla de crisis profunda, crisis de la Iglesia, «verdadera catástrofe», «crisis de Dios»
(J. B. Metz). Se recurre a las imágenes del eclipse, del invierno, de la demolición. El cristianismo, se dice, se parece a los
andamios que han servido para la construcción de la cultura occidental, pero que ahora son ya inútiles; o a un conjunto
de bellas ruinas que se admiran en un museo o que se utilizan come piezas ornamentales. Hay quien se pregunta si
seremos nosotros quizás los últimos cristianos.
En algunos lugares el catolicismo parece estar en decadencia, en retirada, mientras que otras denominaciones, como los
protestantes y evangélicos, o como el Islam, aumentan sus prosélitos. A nadie se le oculta la quiebra, a veces
vertiginosa, de la práctica y creencias religiosas, la expansión de las sectas, la difusión en la sociedad de un
neopaganismo ambiental y de la cultura de la indiferencia religiosa. De todo esto podemos colegir que el problema de la
evangelización y la catequesis hay que situarlo hay en un contexto problemático de insospechadas proporciones.
También es verdad que se constata una cierta persistencia a incluso «retorno» de la religión, con la floración y el pulular
de muchos grupos y movimientos religiosos nuevos (New Age, sectas, ofertas en Internet...).
En el fondo, la situación religiosa actual puede ser caracterizada con rasgos de complejidad, ambivalencia y ambigüedad.
No faltan en ella aspectos positivos, como tampoco los negativos: formas de superstición, fanatismo, fundamentalismo,
formas ambiguas de religiosidad popular, etcétera.
UNA CRISIS, EN GRAN PARTE, DE ORDEN "CULTURAL"
Se puede decir que la crisis actual del cristianismo es en gran parte de orden cultural: no tanto del cristianismo como tal,
cuanto de una suya concreta modalidad histórica, crisis por tanto de «este cristianismo».
Contribuye a esto el terrible desfase cultural que se ha producido entre la cultura moderna y las expresiones de la fe
cristiana. La modernidad ha introducido nuevos paradigmas interpretativos, pero la Iglesia se ha mantenido por lo
general al margen de la nueva sensibilidad.
Esta situación problemática –por ser en gran parte un problema de orden cultural- puede y debe encontrar soluciones.
No tiene sentido pensar que nuestra época sea más desfavorable para el Evangelio que las anteriores. Incluso se puede
constatar que, paradójicamente, en el mundo actual se abren nuevas posibilidades para el cristianismo.
UN NUEVO CRISTIANISMO COMO CONDICIÓN Y TAREA
Si queremos una renovación seria de la acción pastoral y vislumbrar los rasgos de un nuevo paradigma eatequético, se
impone el esfuerzo de imaginar el contexto global de la empresa: el modelo de cristianismo que se anuncia y por el que
hay que afanarse.
¿Tiene futuro el cristianismo? Podemos responder tranquilamente que si, y no solo por razones de fe. Claro que con
ciertas condiciones y, ciertamente, con rasgos muy distintos de los del pasado. No, por ejemplo, como aparecía en la
situación de «cristiandad», ni con muchos aspectos institucionales heredados de los siglos pasados. Pensamos en un
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cristianismo que no se presente solo como patrimonio histórico y cultural en nuestros pueblo; o como legado europeo
que los misioneros difunden por el mundo.
El cristianismo del futuro podemos imaginarlo con al menos estos rasgos característicos:
- Cristianismo en un contexto plural. El pluralismo hace que no pueda hablarse ya de hegemonía o de control social,
pues la propuesta cristiana se encontrará como una entre tantas, emplazada para demostrar su propia validez y
credibilidad. Se encontrara en condición continua de diálogo intercultural a interreligioso, y seriamente comprometida en
la causa ecuménica.
- Cristianismo con una nueva relación con la cultura. Esta relación esta pidiendo una seria reformulación de la fe, una
valiente revisión del mensaje moral, un esfuerzo de discernimiento y revitalización de las tradiciones cristianas.
- Cristianismo con profundos cambios estructurales a institucionales. Pensamos en cambios relacionados con la
realización de la eclesiología conciliar de comunión y de servicio, con todas sus consecuencias: superación del
eclesiocentrismo y del centralismo romano; abandono del clericalismo y de toda forma de discriminación intraeclesial (en
especial de los laicos, las mujeres, los pobres); conversión evangélica de la autoridad (en relación sobre todo con el
ejercicio del papado y la actuación de la colegialidad); promoción de las iglesias locales y particulares; etc.
El rostro de un nuevo cristianismo parece que ya empieza a aflorar en no pocas experiencias y realidades del mundo
actual. Podemos observar que, mientras asistimos al desmoronamiento implacable de un modelo de Iglesia y de
cristianismo, lentamente aflora y se afirma un nuevo cristianismo y una Iglesia nueva que crece desde la base, en
multitud de pequeñas o grandes realizaciones, las más de las veces calladas, humildes, pero cargadas de futuro. Son
realidades prometedoras de las que, por lo general, no se habla mucho y que no llaman la atención. Pero ya se saber
«hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece».
La actitud pastoral no debe ser de desconfianza o de condena del mundo y de la cultura actual, sino decididamente de
simpatía, de comprensión, de esfuerzo sincero por captar sus dinamismos de fondo y los valores del nuevo tipo de
racionalidad que encarna. En definitiva: actitud de fe, de confianza en el poder de Dios, que «tanto amó al mundo...»
(Jn 3,16). No debemos dudar de que Dios sigue amando al mundo, también al mundo de hoy.
4.- Un posible nuevo paradigma
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Es frecuente hoy señalar toda una serie de desplazamientos o aspectos de novedad en la concepción de un nuevo
paradigma catequético. Teniendo presente de alguna manera el panorama actual de la reflexión catequética, intentamos
resumir ahora, en forma sintética y ordenada, los que parecen ser los rasgos del rostro renovado de la catequesis, es
decir, aquellos principales desplazamientos a realizar con vistas a forjar un nuevo paradigma catequético. Al
presentarlos, subrayamos especialmente los aspectos de novedad, respecto al pasado, que contienen.
Nueva visión de la identidad de la catequesis
En un nuevo paradigma catequético (nuevo respecto al «paradigma tridentino»), será importante partir de la convicción
de que, hoy, la catequesis tiene que ser «otra cosa». ¿Cómo podremos identificarla? Tres cualidades pueden resumir de
alguna manera esta sonada nueva identidad: catequesis evangelizadora, catequesis iniciática, catequesis abierta.
Concretamente:
- Catequesis evangelizadora. La catequesis, siendo «momento esencial del proceso evangelizador» (DGC 63-64) , no
podrá limitarse a fomentar el modelo tradicional del «buen cristiano» o del «fiel practicante», sino que se verá
emplazada a promover ante todo verdaderos creyentes, de fe personalizada, suscitando la conversión, la opción por el
Evangelio, la decisión y la alegría de ser cristianos. Se ha podido decir que necesitamos cristianos con esqueleto, ya que
no tenemos -como antaño- el caparazón o coraza protectora que nos protegía contra los embates de los peligros
externos. En la situación actual, estamos ante una «iglesia invertebrada»: el problema de fondo ya no es solamente la
ignorancia religiosa, sino la falta de identidad, de fe, de «esqueleto»... Por eso necesitamos pasar «de la herencia a la
proposición», de una catequesis que comunica una herencia transmitida a una que apunta a una transmisión
personalizada.
- Catequesis iniciática o «de iniciación» (DGC 65-68). Y para ello, premisa indispensable es redescubrir la verdadera
naturaleza de todo proceso iniciático. La catequesis debe asumir con decisión los aspectos típicos de toda autentica
iniciación: centralidad de la conversión como proceso de transformación y de inmersión en el misterio pascual de
«muerte-resurrección»; atención a las personas y a la comunidad; relación vital entre la memoria, la tradición y la
innovación; proceso de etapas que se suceden en el tiempo; experiencia fuerte de vinculación comunitaria.
En esta catequesis «al servicio de la iniciación cristiana», a la prioridad de la enseñanza doctrinal (primacía del «saber»
de la fe), sucede el descubrimiento de la importancia insustituible del proceso iniciático (prioridad del «ser» creyente).
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Esto implica normalmente la preferencia por una pedagogía de la «inmersión», del «contagio», de la «ósmosis» y, como
consecuencia lógica, la urgencia del «primer anunció» y del catecumenado bautismal como instrumento de iniciación o
re-iniciación en la fe cristiana. En esta línea, la opción por el catecumenado de adultos constituye hoy un imperativo
prioritario.
- Catequesis sobre todo de adultos y «adulta». De la tradicional catequesis infantil a infantilizante se debe pasar
decididamente a la catequesis de adultos y «adulta». La preferencia tradicional por el mundo de los niños tiene que
ceder el peso a la prioridad de la catequesis de adultos y verdaderamente «adultos», es decir, aquella que, sin
abandonar la educación religiosa de niños y jóvenes, pone en el centro de la atención al mundo adulto y, sobre todo,
trata cuidadosamente de respetar las reales condiciones y exigencias de los hombres y mujeres de hoy. Esto representa
hoy, a no dudar, un gran reto cultural y pedagógico. En este ámbito de problemática, una catequesis que quiera ser de
verdad «adulta» tendrá que reconocer la situación de crisis de la figura tradicional del «buen cristiano», y promover un
nuevo modelo de cristiano adulto, de fe personalizada, actualizado culturalmente, activo y corresponsable,
comprometido y critico.
-Catequesis abierta, permanente, en movimiento. Es lo que algunos autores llaman «catéchèse décloisonnée» y
«catéchèse de cheminement», que puede ser definida así:
«La Catequesis del camino es un ponerse en marcha libremente personal de todas las edades y de todas las opiniones,
que desean construir y vivir juntas en una comunidad fraterna. Se dirige a todos: pastores, adultos, niños y jóvenes. No
esta limitada a un tiempo, ni a una franja de edad. Es una manera de vivir en comunidad pare quienes lo desean.
Permite una libertad de elección, de adhesión y de salida».
Se trata, por tanto, de una experiencia catequética llevada a cabo en forma armónica y global por toda la comunidad
cristiana en estado de formación permanente en la fe. Esta catequesis queda abierta a la libre participación de todos, sin
separación de edades o condiciones, en una dinámica compartida de escucha de la palabra y de reflexión comunitaria
sobre el camino de la fe. Por esta condición de libertad y apertura es llamada también «catequesis de proposición».
Catequesis insertada vitalmente en el contexto global de la acción pastoral
Ya hemos subrayado la pertenencia necesaria de la catequesis al más amplio contexto de la acción pastoral de la Iglesia,
y en consecuencia la necesidad de superar toda forma de aislamiento de la acción catequética Hoy no es posible
concebir una catequesis que no esté vitalmente insertada en la globalidad del proyecto pastoral de la comunidad
cristiana.
Dicho con otras palabras: la catequesis hoy no puede ser «sólo» catequesis. Y si el Directorio prevé que la catequesis en
la Iglesia particular está organizada y coordinada globalmente por medio del «proyecto diocesano de catequesis» (DGC
274-275), no hay que olvidar que tal proyecto debe ser considerado parte de un proyecto mas amplio y global.
Algunas puntualizaciones a este respecto:
- Catequesis en clave, no de conservación, sino de transformación. La catequesis de «conservación», para perpetuar la
situación eclesial existente, tiende a convertirse en catequesis de «transformación», al servicio de un modelo renovado
de creyente, de comunidad, y de un proyecto convincente de Iglesia renovada, fraterna, diaconal (eclesiología de
«comunión» y «servicio»).
- Hacia una nueva relación entre catequesis y liturgia. Necesitamos repensar y acentuar más la relación entre catequesis
y liturgia, que no siempre ha recibido la atención que merece. La catequesis debe conservar siempre una relación
estrecha con la celebración eucarística dominical y con el curso del año litúrgico. Y para esto será importante cuidar bien
la iniciación en la liturgia, a través de la educación para los gestos, símbolos y sentimientos propios del tejido celebrativo
litúrgico.
También se subraya hoy la importancia de la dimensión mistagógica de la catequesis, como profundización y
explicitación de lo que se ha vivido en la celebración. De esta manera, la catequesis no solo precede la liturgia sino que
en ocasiones le sigue, según la lógica de la exigencia hermenéutica: primero se hace experiencia, se vive; después se
explica lo vivido.
- En relación con el ámbito litúrgico, necesitamos también un modo nuevo de encarar el problema de la pastoral
sacramental. De la catequesis de preparación a los sacramentos hay que pasar a la catequesis como educación de la fe
(DGC 84), para superar el callejón sin salida de la pastoral sacramental y salvar la distancia hoy existente, a este
respecto, entre «demanda» y «oferta» pastoral. A la tradicional orientación «devocional» de la catequesis debe suceder
la preocupación prioritaria por la educación de actitudes de fe y de amor como «liturgia de la vida». Todo esto implica
una revisión a fondo del procedimiento tradicional de iniciación cristiana, que debe ser repensado y transformado en
clave de inspiración catecumenal.
- Catequesis más claramente orientada hacia el signo eclesial de la «diaconía». De la preocupación por la practica
religiosa, como punto de llegada de la catequesis, se pasa a la prioridad del compromiso, de la capacidad de entrega y
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servicio a los hermanos, de la disponibilidad a la acción transformadora de la sociedad. En lugar de tender, como ideal
pastoral, a la promoción de «fieles practicantes», se siente ante todo la necesidad de poder contar con «creyentes
comprometidos», enraizados en la fe y abiertos a la acción y al compromiso en el mundo. Dicho con otras palabras, a un
talante más bien devocional sucede la preocupación por una catequesis liberadora y comprometida, atenta a la
dimensión social e histórica de la fe. Necesitamos promover, también gracias a la catequesis, nuevos «practicantes»,
pero no tanto de las funciones sagradas, sino de la solidaridad, del servicio, de la justicia.
- Catequesis abierta al diálogo interreligioso e intercultural. A una catequesis celosa por la defensa a ultranza de la
propia identidad, debe suceder un talante abierto y dialogante, sensible al problema ecuménico y capaz de promover el
entendimiento y la convivencia pacifica entre personas de creencias y opiniones diversas.
Emilio Alberich SDB
5.- Hacia un nuevo modelo de catequesis
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E. Alberich se pregunta: ¿Existe un futuro para la catequesis? Son las mismas preguntas que se hacen los catequistas de
base, pero que recogen los estudiosos para reflexionarlas con rigor. Si es cierto que no tenemos respuestas, sí tenemos
indicios que marcan la dirección de estudio que las iglesias llevan actualmente. Lo resumo así:
Previo a la catequesis
La catequesis tiene que estar enmarcada dentro de lo que en la mejor tradición eclesial ha sido el proceso de
evangelización (DGC 47): anuncio del Evangelio y llamada a la conversión, catecumenado e iniciación cristiana,
formación de la comunidad. La catequesis demanda una etapa previa a ella. Esta novedad es la que más esfuerzos nos
pide porque no tenemos referencias cercanas de cómo organizarla y qué contenidos y métodos darla, sobre todo con
niños y adolescentes. Con adultos existen más tentativas que poco a poco se van convirtiendo en experiencias en las
que apoyarse.
Son necesarios nuevos espacios donde la gente pueda hacerse preguntas que le lleven a la búsqueda de Dios, a
despertar el sentido religioso, a revitalizar la sensibilidad por la búsqueda de la verdad o afrontar, con serena lucidez, la
sospecha de una huella de presencia de Dios en el mundo y en sí mismos. Igualmente son convenientes iniciativas que
susciten la pregunta religiosa desde lo no estrictamente religioso: pueden ser culturales, artísticas, de relación personal.
Ofrecer tiempos largos en los que la persona tenga la posibilidad de abrirse a experiencias cristinas evocadoras de una
posibilidad de vivir en cristiano, de tomar decisiones para seguir a Jesús. Así celebraciones de fechas, acontecimientos
vitales pueden ser pie para caminar hacia una decisión por Jesús. Habrá que combinar el acompañamiento que tenemos
generalizado en grupos, muchos de éstos demasiado homogéneos, con otros modos más personalizados, grupos más
pequeños y plurales... La convocatoria para iniciar un proceso tiene que pensar no solo por anuncio tradicional en la
parroquia, sino por lo ocasional (un día pasé por allí, un acontecimiento vital, un papel que había que pedir...)
Todo esto implica necesariamente la figura de una persona que no es el típico catequista que conocemos. Hay que
pensar en creyentes preparados que sepan estar al lado de quienes no saben lo que quieren, no saben lo que buscan...
pero un día descubren una inquietud, o un vacío o «una nostalgia» de algo o de Alguien y se ponen en camino.
La catequesis
En el horizonte, aparece con claridad una catequesis que no tenga como meta ni como referentes de estructuración los
sacramentos, sino la adhesión a Jesús, el Hijo de Dios. La experiencia cristiana no es reductible a una sola dimensión por
muy importante que ésta sea. Hay que saber distinguir bien entre enseñanza y aprendizaje. La enseñanza privilegia el
saber, la memoria, los conocimientos. El aprendizaje, junto al saber, añade un elemento, el cambio que la persona va
efectuando, las capacidades que va desarrollando para vivir lo que aprende. La iniciación cristiana privilegia el
aprendizaje, pone el acento en la transformación de la persona: su cuerpo, su corazón, su espíritu, su inteligencia...
Una catequesis que se separe del modelo escolar que «clasifica» por edades y encasilla desde los tres años hasta la
universidad por ciclos... Se pasa adelante porque se cumplen años, no tanto porque se haya madurado una manera de
vivir. La fe se parece más a la experiencia de vida que se hace en familia, donde tiene su sitio tanto el niño como al
abuelo. Lo que determina la catequesis no es ni los años ni el nivel escolar, sino el deseo de ser discípulo de Jesús, de
conocerlo y seguirlo.
Restablecimiento de los diversos pasos o momentos del tiempo de la catequesis de acuerdo con la sana tradición del
catecumenado: inscripción, entregas, escrutinios... La catequesis camina cada vez más hacia una celebración conjunta
de los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación, Eucaristía. No parece que tenga sentido hechos
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como los que hoy presenciamos: que se celebre el Bautismo casi sin relieve unos días antes de la Eucaristía y a ésta se
le dé un trato desmesurado separado de la celebración bautismal.
La experiencia cristiana exige el encuentro y el «roce» con creyentes que hayan personalizado la fe hasta vertebrarla en
toda su vida. Es aquí donde la figura del catequista adquiere unos criterios diferentes a los que hoy utilizamos para
convocar a los catequistas. Catequista es el que «hace resonar la fe» en el otro; el catequista tiene algo de profeta que
anuncia la verdad que vive y que el Espíritu ha puesto en él.
Después de la catequesis
Cada vez tendremos que cuidar más que después de la catequesis no sigue el vacío. En una catequesis calcada en el
sistema escolar, una vez terminada la escuela uno ya llevaba encima todo aquello que necesitaba para la vida. La misma
universidad se ha dado cuenta de que esto no es verdad y ha creado la formación «post-grado» (cursos de capacitación,
prácticas, master...). La comunidad cristiana tiene en su pasado una rica formación de los miembros de la comunidad
que deberá potenciar.
Después de la iniciación cristiana es preciso seguir ofreciendo a los miembros de la comunidad una formación
permanente «para madurar constantemente su fe a lo largo de toda la vida» (DGC51). Cobra relevancia la función
litúrgica, el estudio de la teología, la reflexión sobre los grandes problemas de la Humanidad...
Una palabra de final
Una vez pregunté en clase de «Actualización Teológica» a un misionero que pasaba un año de reciclaje después de 34
años de misión en África, cuál era el resumen al que él llegaba de su acción pastoral y misionera en una Iglesia
minoritaria, circundada por religiones ancestrales y por el Islam. Lo pensó un poco y dijo: «Estar y escuchar». El grupo
se quedó en silencio. Todos sentimos que allí se había dicho algo no esperado, inmensamente sencillo e inmensamente
profundo. En dos palabras se había resumido todo un tratado de pastoral. Dos palabras que son dos misterios:
Encamación-Cristología y el misterio de la Iglesia en el mundo.
Redescubrir la acción catequética hoy nos lleva a «Estar y Escuchar», a ahondar en Cristo y a ahondar en la Iglesia.
Éstas son las fuentes que nos darán el agua que necesitamos.
6.- Pedagogía de la fe 6
Porque esto dice el Señor: Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré. Como un pastor se preocupa de
sus ovejas cuando están dispersas, así me preocuparé yo de mis ovejas y las reuniré de todos los lugares
por donde se habían dispersado en día de oscuros nubarrones (Ez 34,11-12).
En adelante, ya no los llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora los
llamaré amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre (Jn 15,15).
Introducción
LOS CATEQUISTAS BUSCAN LOS POSTULADOS DE LA PEDAGOGÍA
PARA SER BUENOS COMUNICADORES DE LA VERDAD REVELADA
145. Los catequistas de América Latina como discípulos de Jesús, miembros de la Iglesia ocal y diocesana,
siembran, enviados por el Sembrador, la semilla del Evangelio (cf. Mc 4, 3-8) que ellos mismos recibieron
por la Revelación. Los catequistas son comunicadores de la verdad revelada y son tanto mejor catequistas,
cuanto más capaces sean de comunicar el mensaje evangélico a las personas y a los grupos que se
encuentran en condiciones siempre diversas y singulares.
Los catequistas, contando con la fuerza del Espíritu y con su acción de personas responsables, con sus
capacidades y experiencias humanas, buscan una pedagogía y una metodología que les permita comunicar
la Buena Nueva acorde a la diversidad y particularidad de las distintas situaciones de los interlocutores.
Atentos a los signos de los tiempos, buscan también conocer los planteamientos pedagógicos de las ciencias
de la educación y los aportes de otras disciplinas que iluminan el proceso educativo, para enriquecer la
pedagogía original de la fe.
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En este capítulo se pretende hacer un tratamiento de los aspectos concernientes a la pedagogía de la fe que
corresponde a la inquietud de los catequistas acerca del “cómo” comunicar la Buena Nueva de la Salvación.
Para los catequistas es fundamental también la claridad en el significado de algunas expresiones propias de
la catequesis, tales como pedagogía divina, pedagogía catequística, pedagogía original de la fe, metodología
catequística, elementos didácticos en la catequesis, entre otros.
A. La pedagogía de dios y la pedagogía catequística
a. La pedagogía de Dios
LA PEDAGOGÍA DE DIOS ES SU DIÁLOGO DE AMOR ETERNO CON LA HUMANIDAD
146. La pedagogía de Dios es la forma como Él se revela, para darse a conocer. En la pedagogía de Dios con
Israel se destacan las actitudes de cercanía:
...Enseñé a Efraín a caminar, tomándole por los brazos... Con lazos humanos los atraía, con lazos de amor y
era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer (Os
11,3-4).
Dios ofrece con amor lo que tiene reservado al ser humano; el amor mismo es su don; Él mismo es el amor.
Esto podría llamarse el alma de la pedagogía divina. Amor que humaniza y dignifica; que hermana y
promueve; amor que personaliza y orienta las mejores energías espirituales en el sentido de la vocación
personal y comunitaria, que cada uno posee en el designio de Dios.
Amor que convoca e integra grupos, comunidades y pueblos. Amor que corrige, cuando es necesario; amor,
en fin, que es ternura y servicio. Así, esta pedagogía se caracteriza por ser un diálogo de amor eterno (cf. Is
54,8) y una enseñanza que alcanza a cada uno al interno de su comunidad: (cf. Sal 71,17; Jr 32, 30-33). Es
una enseñanza que tiene como base el pleno respeto de la libertad de las personas y de los pueblos, su
activa participación y su apertura de corazón (cf. Sal 25, 4).
LA PEDAGOGÍA DIVINA ARRAIGA EN LA VIDA CONCRETA DE LAS PERSONAS
147. Al mirar la conducta pedagógica de Dios con Israel se destaca el hecho de que su proceder arraiga
siempre en la vida concreta de las personas. Su pedagogía parte siempre de la realidad de las personas,
aceptándolas, respetándolas en la originalidad de su vocación particular, o cuestionándolas e interpelándolas
en orden a la conversión. La experiencia humana, que es el lugar privilegiado de la Revelación de Dios,
constituye el medio natural en donde la fe y la vida humana se integran. Así lo expresan los Obispos
Latinoamericanos en el documento de Puebla: historia humana e historia de salvación, situación humana y
doctrina revelada, a fin de que el hombre consiga su verdadera liberación (DP 979).
LA PEDAGOGÍA DE DIOS ES RESPUESTA A LA NECESIDAD DE SALVACIÓN
148. He escuchado el clamor de mi pueblo (Ex 3,9). Después de su escucha amorosa, Dios habla. Su palabra
es portadora de esperanza y respuesta amorosa a la urgencia de la salvación. Dios rompe su silencio para
dar a entender que su palabra no tiene otra finalidad que la de levantar al ser humano, para devolverle su
dignidad y hacerlo capaz de dialogar con Él.
DIOS, EN SU PEDAGOGÍA, HABLA MEDIANTE SIGNOS INTELIGIBLES Y CREÍBLES
149. Cuando Dios habla, lo hace con signos inteligibles y creíbles. Signos que son palabras o
acontecimientos ligados a su propósito de salvación. Dios se dirige a su pueblo y lo hace por medio de
personas: el padre de familia, los profetas, los sacerdotes, los sabios de Israel, verdaderos docentes (cf. Ecl
12,9) y finalmente por medio de su Hijo (cf. Hb 1,1).
Signos que puede comprender el interlocutor de Dios, que estén a su alcance, para que conozca sin
equívocos lo que Dios quiere y espera de él. Su pedagogía adapta con solicitud su modo de hablar a nuestra
condición terrena que se comunica mediante innumerables signos.
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LA PEDAGOGÍA DE DIOS ES PACIENTE Y OFRECE A LA PERSONA ALGO NUEVO QUE CONTIENE VALORES Y EXIGENCIAS
150. La pedagogía de Dios es paciente con el ritmo y el proceso de cada uno, persona o comunidad, para
llegar a la fe. Sabe guardar en la esperanza la hora que a cada uno se le ha dado para creer, sin violentarse
ni usar violencia con nadie. En la pedagogía divina sobresale la invitación de Dios para que el ser humano
edifique su vida sobre la base de valores nuevos. Dios ve el mundo, la historia y el hombre, en relación con
los valores que Él mismo ofrece para renovarlos y dignificarlos. La pedagogía divina ofrece ciertamente
valores excelentes como fundamento de la vida, pero también entraña una serie de exigencias para aquellos
que adoptan el seguimiento de Cristo como programa de vida.
LA PEDAGOGÍA DE DIOS REQUIERE LA RESPUESTA LIBRE DE LA PERSONA
151. Esta pedagogía pide que las personas actúen frente a Dios con entera libertad. Toda actitud ha de ser
resultado de opción libre; sólo en la libertad plena tiene valor la adhesión al Señor, lejos de toda presión o
avasallamiento que destruye lo más sagrado que hay en el hombre. El Dios libre, al llamar, quiere
encontrarse con alguien libre al responder. Sólo en el encuentro de libertades se puede gestar el diálogo de
amor liberador.
152. La pedagogía de Dios apela a lo mejor que hay en cada persona. No cesa de confiar en su capacidad
para encontrar respuestas y rumbos, que lo lleven a realizar su destino en el mundo y en la historia. Lo
considera capaz de asumir riesgos; lo ve con poder de hacer rupturas y acoger dolores; le reconoce
suficiente capacidad para ser fiel. Y cuando alguien se resiste a creer, no lo desprecia ni lo humilla, porque
las resistencias que surgen, a nadie quitan su dignidad humana ni el derecho que tiene a que se le respete.
b. La pedagogía de Jesús
JESÚS, PEDAGOGO DE DIOS, EDUCA AL ESTILO DE SU PADRE
153. En la plenitud de los tiempos, Dios envía a su Hijo Jesucristo. Él viene a morar entre nosotros y nos
manifiesta en su persona la continuación de la pedagogía divina. Jesús, que es reconocido por sus discípulos
como maestro (cf. Mc 4,38; 10,20), los educa con palabras, signos y obras. De esta forma los discípulos
experimentan los rasgos característicos de la “pedagogía de Jesús” y nos dejan su testimonio en los
evangelios. Rasgos que el Directorio General para la Catequesis relaciona así:
La acogida del otro, en especial del pobre, del pequeño, del pecador como persona amada y buscada por
Dios; el anuncio genuino del Reino de Dios como buena noticia de la verdad y de la misericordia del Padre;
un estilo de amor tierno y fuerte que libera del mal y promueve la vida; la invitación apremiante a un modo
de vivir sostenido por la fe en Dios, la esperanza en el Reino y la caridad hacia el prójimo; el empleo de
todos los recursos propios de la comunicación interpersonal, como la palabra, el silencio, la metáfora, la
imagen, el ejemplo y otros tantos signos, como era habitual en los profetas bíblicos (DGC 140).
Los discípulos, al seguir el llamado de Jesús, configuran su vida con la de su maestro y de esta forma
aprenden de Él la pedagogía de la fe.
c. La pedagogía de la fe en la Iglesia
LA IGLESIA ESTÁ LLAMADA A EJERCER Y EXPRESAR LOS RASGOS DE LA PEDAGOGÍA DIVINA
154. La Iglesia es en Cristo como un sacramento (LG 1), es decir, un signo salvífico que conlleva un fin
pedagógico: suscitar, alimentar y robustecer la fe. La catequesis hace suya la pedagogía que traza la
Escritura como substancial en su misión. Y ello no solamente porque esta pedagogía está ligada al acto
revelador de Dios, sino porque en ella se dan las exigencias pedagógicas que pide nuestro pueblo para ser
educado: el amor, el respeto, la paciencia, el acompañamiento, la fidelidad…
Estas son las razones profundas por las que la comunidad cristiana es en sí misma catequesis viviente.
Siendo lo que es, anuncia, celebra, vive y permanece siempre como el espacio vital indispensable y primario
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de la catequesis. La Iglesia ha generado a lo largo de los siglos un incomparable patrimonio de pedagogía de
la fe (DGC 141).
La catequesis en la Iglesia, como diálogo de salvación, comunica los hechos y las palabras de la Revelación.
La comunidad cristiana que busca hacer suya la pedagogía de Jesús se coloca ante Él con mirada de
discípulo camino, verdad y vida (Jn 14,6) cuya sola presencia es libro abierto de pedagogía divina para los
que son enviados a mostrar los caminos del Evangelio a sus hermanos. Se inspira en su proceder con las
personas a través de los tiempos y particularmente en la vida y enseñanzas de Jesús.
LA PEDAGOGÍA DE LA FE ES PARTE INTEGRANTE DEL MENSAJE
155. La pedagogía de la fe es parte integrante del mensaje salvador, ya que no puede haber contradicción
entre lo que se dice y lo que se encarna en la actitud pedagógica. En este sentido la pedagogía de la fe
puede entenderse como la expresión visual de los valores que se proclaman. El Evangelio, en efecto, es para
ser oído pero también para ser visto. La pedagogía catequística ha de saber que sólo nutriéndose de la
pedagogía de Dios será capaz de trazar los auténticos derroteros que eduquen en la fe. Por eso se consagra
a la meditación de la Tradición y la Escritura, para aprender de estas fuentes la fidelidad al hombre y la
fidelidad a Dios.
LA PEDAGOGÍA CATEQUÍSTICA FAVORECE UNA CATEQUESIS INTEGRAL
156. La pedagogía catequística no deja de lado ningún elemento esencial de toda catequesis favoreciendo
así una catequesis integral. Por eso une siempre:
•
•
•
•
La experiencia humana;
el conocimiento de la Palabra de Dios;
la celebración de la fe en la Liturgia;
la confesión de la fe en la vida cotidiana.
De esta forma, los catequizandos integran globalmente en su formación cristiana no sólo el conocimiento de
su fe, la celebración, la vivencia y la oración, sino que la relacionan con sus más profundas experiencias
humanas, la comparten en la comunidad cristiana y la anuncian a sus hermanos.
LA PEDAGOGÍA CATEQUÍSTICA ASUME LA EXPERIENCIA HUMANA
157. Lo que no se asume no se redime. La pedagogía catequística respeta la ley de la encarnación y asume
la experiencia humana como lugar propio de la revelación divina. Pero para que sea asumida con
legitimidad, los catequizandos han de saber evocarla, ser conscientes de ella, profundizarla, comunicarla e
interpretarla. Este proceso de asimilación de su propia realidad no debe confundirse con analogías, es decir,
con relatos de acontecimientos o hechos de otras personas o situaciones humanas ficticias. Se trata de una
catequesis de la experiencia que asuma la realidad propia del catequizando.
LA PEDAGOGÍA CATEQUÍSTICA RECONOCE EN LA EXPERIENCIA HUMANA DIVERSOS VALORES Y POSIBILIDADES
158. La experiencia humana ofrece a la pedagogía catequística diversos valores y posibilidades:
• Hace surgir en el ser humano el deseo de transformación de su existencia a partir de sus intereses,
interrogantes, esperanzas e inquietudes, reflexiones y juicios.
• Favorece la inteligibilidad del mensaje cristiano.
• Se constituye en la mediación necesaria para tener acceso a las verdades de la Revelación.
Es ámbito en que se manifiesta y se realiza la salvación.
Conforme a este significado, el catequista ayuda a la persona a comprender lo que está viviendo, para que descubra la
invitación del Espíritu Santo a la conversión, al compromiso y a la esperanza. El hecho de que Jesús hubiera asumido
plenamente su humanidad, hace que la relación entre el mensaje cristiano y la experiencia humana en la catequesis, no
sea una simple yuxtaposición de elementos humanos y divinos, así como tampoco una cuestión meramente
metodológica.
El hecho de que la catequesis asuma la experiencia humana no significa que todo encuentro catequístico debe
necesariamente partir de ella. Lo importante es que se confronte en profundidad la vivencia del grupo con la fe.
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Tampoco significa que la selección y el ordenamiento de los contenidos estén regidos exclusivamente por las
experiencias del grupo.
LA PEDAGOGÍA DE LA FE FACILITA EL DESARROLLO DE LAS FACULTADES HUMANAS
159. La pedagogía catequística, reflejo de la pedagogía de Dios, favorece el desarrollo de las facultades humanas,
facilitándole la adquisición de conocimientos relativos a la fe cristiana; el desarrollo de la afectividad con el cultivo
responsable de los talentos y valores. En este sentido, la pedagogía de la fe es liberadora, es decir, procura que el ser
humano llegue a vivir como alguien que lucha por liberarse de toda servidumbre, de todo pecado, ocupado en la
conquista diaria de su potencial humano y de su vocación cristiana.
LA PEDAGOGÍA DE LA FE FAVORECE LA DIMENSIÓN COMUNITARIA
Y RESPETA EL PRINCIPIO DE PROGRESIVIDAD DE LA REVELACIÓN
160. La pedagogía de la fe busca, además, que el ser humano llegue a vivir una experiencia comunitaria de fe en la
Iglesia mediante la fuerza del Espíritu. Para esto hace suyo el proceso de diálogo y de relaciones interpersonales que
Cristo siguió con sus discípulos. El camino que Cristo nos propone en la Iglesia para llegar al Padre, hace que la acción
catequística se configure como itinerario salvífico, como proceso que respeta el principio de progresividad de la
Revelación.
LA PEDAGOGÍA CATEQUÍSTICA ES FIEL AL CONTEXTO DE LOS INTERLOCUTORES
161. Los pueblos latinoamericanos no cesan hoy día en su búsqueda de Dios. A veces ofuscados por las consecuencias
de los difíciles caminos de su fe en los que figuran los aciertos y las desviaciones, los valores y los límites que en el
pasado como en el presente han interactuado en su desarrollo.
Ante esta realidad, la catequesis se presenta a sus interlocutores haciendo vivas y actuales las características de la
pedagogía de Dios, que es acción salvífica y que lo dispone en condiciones de “dar razón de su fe”; busca además
“cauces comunicativos” que le permitan llegar a las personas en su vida cotidiana, en sus tristezas y alegrías, y a partir
de lo maravilloso y lo limitado que pueda tener cada uno de los múltiples contextos que caracterizan a esta América
Latina pluricultural.
LA PEDAGOGÍA DE LA FE SE ENRIQUECE CON LOS CONOCIMIENTOS
DE LA TEOLOGÍA Y DE LAS CIENCIAS HUMANAS
162. El estudio de las ciencias teológicas mantiene a la catequesis vinculada con los requerimientos de Dios; pero el
estudio de las ciencias humanas la arraiga en los requerimientos del hombre. La doble fidelidad que la catequesis
expresa entre sus principios metodológicos, debe llevarse a la práctica cuando se seleccionan los medios a utilizar para
su concreción.
LA PEDAGOGÍA CATEQUÍSTICA TIENE UNA “ORIGINALIDAD” PROPIA
163. La pedagogía catequística es una pedagogía original. Es parte del misterio mismo de la Iglesia que es, a la vez,
humana y divina, que sólo se entiende a la luz de la fe. Si el agente principal de la evangelización es el Espíritu Santo, lo
es también de la catequesis. Por eso la tarea catequística es colaboración a la obra del Espíritu donde el catequista
aporta sus capacidades y experiencias humanas:
…el catequista une estrechamente su acción de persona responsable con la acción misteriosa de la gracia de Dios. La
catequesis es, por esto, ejercicio de una pedagogía original de la fe (DGC 138).
La pedagogía de la fe va acompañada de oración, de confianza en la acción amorosa de Dios en la persona, y de respeto
a la respuesta libre del catequizando al llamado de Dios. De allí que es difícil evaluar la eficacia de la catequesis porque
normalmente los frutos se producen en el corazón del ser humano con alcances ilimitados e invisibles que maduran en el
tiempo bajo la acción del Espíritu.
B. Metodología catequística
a. Descripción general
ES INDISPENSABLE SELECCIONAR PROCEDIMIENTOS
PRÁCTICOS PARA HACER OPERATIVA LA PEDAGOGÍA DIVINA
164. No basta tener presentes los rasgos característicos de la pedagogía de la fe. Es también indispensable seleccionar
procedimientos prácticos para hacer operativa esa pedagogía lo que implica analizar métodos existentes y elegir los que
faciliten un buen servicio a la educación en la fe.
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La metodología catequística es la descripción y análisis, en forma sistema-tizada, de los métodos adecuados y
pertinentes para llevar a cabo la catequesis. El método, etimológicamente significa “camino hacia”, o “cauce
comunicativo”, camino para llegar a un fin. Se puede describir como el conjunto de técnicas y procedimientos de
acuerdo con un criterio determinado y teniendo en vista un determinado fin. El método no es neutro, siempre va
acompañado de una ideología. Se fundamenta en concepciones o cosmovisiones, tanto de la realidad del ser humano,
como de la educación. Por consiguiente, para que un método pueda ser aplicado a la catequesis ha de ser coherente con
los criterios evangélicos y con la finalidad de comunicar la verdad revelada.
LA PEDAGOGÍA DE LA FE SE ENRIQUECE CON EL APORTE DE LAS CIENCIAS
PEDAGÓGICAS Y DE LA COMUNICACIÓN. ASIMISMO, DE LA CATEQUÉTICA ACTUAL
165. La Iglesia se sirve de los avances de las ciencias pedagógicas y de las ciencias de la comunicación, para aplicarlos
en la catequesis y enriquecer el patrimonio de la catequética actual. Por eso, la Iglesia no se atiene a un único método
en la comunicación de la fe, sino que a la luz de la pedagogía de Dios, reflexiona y discierne entre los métodos
característicos de cada época y de cada contexto y asume con libertad de espíritu todos aquellos elementos
metodológicos que son coherentes con la pedagogía divina y que favorecen la educación en la fe.
Entre los métodos históricamente aceptados en la catequesis existen dos grandes familias de métodos:
LA PLURALIDAD DE LOS MÉTODOS EXISTENTES SON UN SIGNO
DE LA VIDA Y DE LA RIQUEZA DE LA ACCIÓN EDUCADORA
§ El método deductivo, que en la acción catequística se denomina procedimiento “kerigmático” o vía
descendente. Parte de la fe como expresión del mensaje, para llegar a la vida.
§ El método inductivo, que en los itinerarios operativos se menciona como procedimiento “existencial” o vía
ascendente. Éste parte de la vida humana con sus problemas y situaciones, para proceder seguidamente a
iluminarlos con la Palabra de Dios.
Estos dos métodos no se excluyen sino que se complementan mutuamente. En efecto, la vía deductiva adquiere pleno
valor siempre y cuando haya sido precedida por el proceso inductivo para poder así acercarla a nuestra vida. Y el
método inductivo no excluye sino que requiere la vía deductiva para facilitar el acercamiento a las fuentes de nuestra fe.
EN LA PEDAGOGÍA DE LA FE DE AMÉRICA LATINA
SE PRIVILEGIAN LOS MÉTODOS PARTICIPATIVOS
166. La praxis catequística de América Latina ha sido rica en la aplicación de métodos que permitan una presentación
nueva y fascinante del mensaje revelado así como un mayor protagonismo al catequizando como agente activo de su
propia formación religiosa. En muchas comunidades los catequistas están privilegiando las metodologías participativas
que facilitan al catequizando el desarrollo de la capacidad de construir el conocimiento propio de la fe y propician el
desarrollo de una inteligencia emotiva en coherencia con los valores evangélicos. De conformidad con el papel primordial
del educando como sujeto activo en el proceso educativo de su fe, se están promoviendo métodos que estén más al
servicio del aprendizaje del catequizando y menos en función de la enseñanza del catequista.
b. Condiciones de la metodología catequística
LA PEDAGOGÍA CATEQUÍSTICA ES ORIGINAL Y COHERENTE CON LA VISIÓN CRISTIANA DE LA PERSONA
167. El método en la catequesis tiene su propia originalidad ya que constituye una colaboración o mediación de la acción
del Espíritu, que actúa en el catequista y en los catequizandos. Por eso, los catequistas realizan una selección de
métodos de manera que éstos respondan no sólo a la naturaleza del mensaje, a las fuentes que le dan sustento y a la
particularidad de su lenguaje, sino también a las circunstancias concretas de la comunidad eclesial y a los interlocutores
con los que los mismos catequistas interactúan. De conformidad con la visión cristiana del ser humano, un método será
auténticamente catequístico si es liberador en su proceso mismo. Por lo tanto, favorece la iniciativa gratuita y generosa,
propicia la autonomía, la creatividad, un juicio crítico y ofrece una participación siempre respetuosa de las personas.
LA CORRELACIÓN E INTERACCIÓN ENTRE CONTENIDOS Y MÉTODOS, ES
UNA EXIGENCIA QUE BROTA DE LA FIDELIDAD A DIOS Y AL SER HUMANO
168. Por el principio de fidelidad a Dios y al ser humano, la metodología ha de permitir a la catequesis presentar el
mensaje en toda su integridad y poner en acto las características propias de la pedagogía divina como garantía de
fidelidad al contenido de la Revelación. Por eso, no da cabida a ningún tipo de contraposición o de separación entre el
contenido y el método, sino que asume su correlación e interacción. Por otra parte, para llegar a la vida concreta de sus
interlocutores, el catequista ha de buscar una relación estrecha entre las formulaciones del mensaje cristiano y las
diferentes culturas y maneras de comunicarse del pueblo latinoamericano. Esta comunicación da paso a la creatividad y
posibilita la libertad de expresión necesaria para el desarrollo de la persona humana.
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EL MÉTODO EN LA CATEQUESIS FACILITA EL COPROTAGONISMO DE LOS INTERLOCUTORES DE LA CATEQUESIS
169. Elemento esencial al método es facilitar el coprotagonismo que el catequista y el catequizando tienen en la acción
salvífica y educadora de la fe. Llamados por Dios a vivir en su amor, construyen el camino que los conduce hacia Él.
Movidos por la gracia y actuando frente a Dios con entera libertad y plena responsabilidad, ambos aprenden y enseñan,
en relación con el proceso con el que hacen realidad en sus vidas el mensaje revelado por Cristo. Sin embargo, cada uno
de ellos cumple un papel único e irrepetible en la pedagogía de la fe.
EL ALMA DE TODO MÉTODO ES UNA SÓLIDA ESPIRITUALIDAD DE LOS CATEQUISTAS
170. El catequista es el mediador que facilita tanto la comunicación entre Dios y los catequizandos y la interlocución
entre la comunidad y sus miembros; como el diálogo entre aquellos que constituyen el grupo de catequesis. En este
contexto, la relación personal del catequista con el catequizando se debe caracterizar por el ardor educativo, la
creatividad y la adaptación; así como por el respeto a la libertad y a la madurez propia de cada persona. El Directorio
General para la Catequesis afirma que una sólida espiritualidad y un testimonio de vida cristiana en el catequista
constituyen el alma de todo método (DGC 156).
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102
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