Aprender a despedirnos

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APRENDER A DESPEDIRSE.
Introducción. He estado en poco tiempo en varias despedidas. La de Antonio María Rouco despidiéndose de nuestra
vicaría. La de Rafa el misionero destinado a Venezuela después de haber estado estos últimos cuatro años compartiendo con
nosotros en Madrid. La de Carlos Osoro, ex arzobispo de Valencia, y nuevo arzobispo de Madrid, despidiéndose de Valencia. La
de Kelly y Dinora misioneras que se van a Guatemala y Perú respectivamente.
Siempre da mucha pena las despedidas, se mezclan y se confunden las emociones y los sentimientos. Por un lado la
tristeza de dejar un lugar al que se ama mucho, a unas personas que forman parte de la propia vida. Por otro lado la esperanza de
que los cambios supongan nuevos retos, nuevos aprendizajes, tanto para el que se va como para los que nos quedamos. Nuevas
personas a las que conocer, que aparecen en el camino de nuestras vidas y que nos enriquecen y nos aportan. Las despedidas
nos presentan una tensión entre el deseo de quedarse, y la atracción que ejerce sobre nosotros los nuevo y desconocido. Como
el temor de un bebé en el vientre de su madre, al que le ha llegado la hora de nacer. Por un lado el deseo de quedarse cómodo en
lo conocido. Por el otro la fuerza de la vida que nos hace nacer siempre de nuevo.
Dejar un lugar, las personas, los espacios es un ejercicio continuado a lo largo de una vida, y que conviene aprender a
integrar, hasta que forme parte de nuestra propia vida. No hay otra forma de aprender a vivir ligeros de equipaje, y viviendo
siempre con novedad los continuos regalos que la vida nos presenta.
Por muy bonito que sea lo que estamos viviendo, si la vida nos cambia, nos desinstala, nos remueve, es porque algo
nuevo y diferente nos espera. Y nuestra mente y nuestro corazón tienen que aprender a vivir de forma liberada y desapegada, con
los brazos extendidos, dispuestos a acoger y a abrazar los nuevos caminos por los que Dios nos va llevando. Si queremos sentir
la novedad, la ilusión y el aire limpio golpeando nuestra cara tenemos que abrir las ventanas, que salga el aire enrarecido y
cerrado, y dejar nuestra comodidad y seguridad, lanzándonos a caminar por terrenos nuevos, desconocidos, pero confiados en
que nos acompaña quien más nos ama.
Lo que Dios nos dice. "El Señor me dirigió la palabra:-Grita y que te oiga todo Jerusalén: Esto dice el Señor:
Recuerdo tu cariño juvenil, el amor que me tenías de novia, cuando ibas tras de mí por el desierto, por tierra que nadie
sembraba". Jr 2,1-2.
Es el reclamo que nos hace muchas veces el Señor, sobre todo a ciertas edades, en las que hemos sustituido la emoción
por vivir, por la seguridad, la placidez, el control, evitando sobresaltos y preocupaciones. El gran ídolo de nuestros tiempos es la
seguridad, y lo cierto es que es utópica. Ya las circunstancias, la salud, la economía, las decisiones de los demás, nos recuerdan
que vivimos permanentemente en la provisionalidad. Somos peregrinos desde el mismo momento en que nacemos.
"Comprendió Jesús que querían preguntarle y le dijo: ¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: Dentro de
poco ya no veréis, pero dentro de poco me volveréis a ver? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os
lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La
mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del
apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a
veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría". Jn 16,19-22.
Jesús fue preparando su despedida con sus discípulos. En numerosas ocasiones les prevenía de lo que le iba a pasar en
Jerusalén, y no lo hacía para entristecerlos, o asustarlos. Sino para hacerles conscientes de la realidad. La vida es una continua
adquisición, y una permanente pérdida. Nos va capacitando y regalando ciertas capacidades , y vamos dejando marchar otras. Y
no es motivo de agobio o angustia. Es aprender a reconocer que el origen de todos los regalos es el mismo: el Dios amigo de la
vida, y que en todo momento nos acompañando y ayudando a reconocer que todo es don, todo es gracia, todo es ocasión y
oportunidad de dejarnos amar por su amor. Hay veces en que es muy fácil reconocerlo. Otras veces la oscuridad, la tiniebla, el
dolor y el miedo, nos dificultan mucho la comprensión de porque nuestras vidas se tiene que acercar tanto al misterio de la cruz,
del dolor, del sufrimiento. Pero tanto en la luz como en las tinieblas, nuestra vida está acompañada y cuidada.
Aprender a despedirnos es también aprender a soltar, a cerrar páginas, a no ir cargados toda la vida con el lastre de nuestros
errores, y de nuestros fallos.
"Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás
y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en
Cristo Jesús". Fil 3,13-14.
Cómo podemos vivirlo. Si a lo largo de una vida hemos ido aprendiendo a despedirnos seguro que aprovechamos
mucho el tiempo, las personas, los lugares. Todo el tiempo que le dedicamos a un mal amor, a la nostalgia, a los recuerdos, se lo
estamos quitando al buen amor del presente. A lo que hoy se me brinda como oportunidad. A la gente viva que hoy tengo a mi
lado. Llorando las pérdidas, nos olvidamos de los que nos necesitan aquí y ahora.
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