UNA CRECIDA PARA APRENDER: NO MÁS DEFENSAS

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La crecida del Ebro de febrero de 2003
Alfredo Ollero, Francisco Pellicer y Miguel Sánchez.
La contemplación del río Ebro desbordado nos ha hecho reflexionar a un tiempo sobre la
fisonomía, la estructura, las funciones y el dinamismo de los cauces y llanos de inundación. En
definitiva, sobre el paisaje fluvial. En el paisaje fluvial se reconocen elementos naturales y culturales.
Los procesos hídricos, geomorfológicos y ecológicos se dan cita con factores sociales, económicos y
elementos intangibles -simbólicos, estéticos y afectivos- de fuerte significación. El paisaje fluvial es
una fecunda interfaz, sujeto de crisis, conflictos e intereses, fiel exponente de la calidad ambiental, de
la eficacia de la gestión, de la cultura y civismo de sus habitantes y de la intensidad de los procesos
especulativos.
El miedo a las crecidas e inundaciones y el desarrollo acelerado de los asentameintos humanos
y sus actividades económicas han convertido largos tramos del corredor fluvial en canales
monofuncionales, dando respuesta, tan sólo y en el mejor de los casos, a la necesidad de evacuación
rápida de las aguas; mientras tanto la calidad de las mismas, los valores paisajísticos y la vitalidad de
los ecosistemas se ha degradado hasta extremos críticos. El resultado de esta planificación sectorial
y sesgada ha producido una fuerte degradación del paisaje geográfico. En consecuencia, la reacción
no puede esperar y es necesario emprender con renovado esfuerzo la reconciliación de las
comunidades humanas con su río.
Ciertamente, las crecidas fluviales constituyen una amenaza importante para los espacios
ribereños, invadidos muchas veces por acelerados crecimientos urbanos e infraestructuras de todo
tipo sin tener en cuenta la dinámica de los procesos naturales. La falta de memoria histórica, la
excesiva confianza en las acciones de tipo estructural y no estructural, la percepción incorrecta de la
recurrencia del fenómeno, las transformaciones humanas de los sistemas naturales
(impermeabilización, encauzamientos), la dispersión de competencias administrativas y los
numerosos conflictos derivados de la propiedad y ocupación de los cauces han incrementado de
modo exponencial el riesgo.
El río Ebro ha dado una muestra de su dinamismo durante los primeros días del mes de
Febrero de 2003 y ha puesto de manifiesto cuál es su espacio.
La crecida está directamente ligada a las precipitaciones que en su cuenca se produjeron
durante los últimos días de Enero y el comienzo de Febrero. Dichas precipitaciones se dieron con
mayor intensidad en el sector denominado, por la Confederación Hidrográfica del Ebro, cuenca
semialta, especialmente en la margen izquierda, donde se encuentran los ríos Zadorra, Ega, Arga, y
diversos tributarios del Aragón en sus tramos alto y medio: Irati, Esca, Veral, Subordán, etc. Durante
los días 30 ó 31 de Enero, las precipitaciones superaron los 40 e incluso 50 l/m 2 en algunos
observatorios (Ullivarri, 41; Irati, 50’6). Esa intensidad disminuyó los días siguientes, pero de nuevo el
4 y 5 de Febrero se midieron valores en torno a 40 l/m 2 en 24 horas en numerosas estaciones
(Isaba, 48’8; Irati, 41; Ansó, 44; Pamplona, 38). Las precipitaciones fueron, asimismo importantes,
aunque con menor intensidad, en el resto de la cuenca.
En consecuencia, el caudal del río Ebro alcanzó elevados volúmenes en todas las estaciones
de aforo de su cuenca alta y media. Así, los picos de crecida llegaron a valores históricos en Miranda
de Ebro, 1430 m3/sg.; Mendavia, 2152’4; Castejón, 3320; Zaragoza, 2988.
El hidrograma de Miranda de Ebro muestra una curva de ascenso que lleva, en menos de 24
horas, desde valores de 300 m 3/sg (4/2/2003) a 1430 m 3/sg (5/2/2003), iniciándose un lento descenso
de caudales hasta media tarde del día 5 y mucho más rápido a partir de entonces, de manera que el
día 6 se registran entre 400 y 500 m 3/sg. En Mendavia la curva de ascenso se inicia a última hora del
día 2 de Febrero produciéndose un ascenso rápido de caudal durante todo el día 3 y un
estancamiento hasta mediado el día 4, en que de nuevo se incrementa el caudal a un fuerte ritmo; el
pico de crecida se produce el día 5 (23 horas), manteniéndose unos niveles muy similares a este pico
hasta las 10 horas del día 6; desde entonces se inicia el descenso de caudal, muy pronunciado
durante el resto del día 6 y más ralentizado los días 7 y 8. También en Castejón, la crecida manifiesta
dos ritmos diferentes en su curva de ascenso: más pausado durante los días 3 y 4 y más rápido
desde entonces hasta el pico de crecida (6/2/2003, 03 horas); en esta estación la curva de descenso
se inicia de modo inmediato y se muestra muy regular. Finalmente, en Zaragoza el incremento de
caudal se prolonga durante bastantes días de forma continuada hasta llegarse al máximo caudal a las
3 horas del día 9 de Febrero, caudal que se mantiene en cotas muy similares a ese pico durante 7 u 8
horas, para posteriormente descender de forma muy rápida (casi 1000 m 3/sg. cada uno de los dos
días siguientes).
La crecida puede calificarse sin duda de extraordinaria y se encuentra entre las tres o cuatro
más importantes de los últimos 50 años. Desde 1950, fecha en la que comienza a contarse con
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máximos instantáneos en los datos de aforo. Los 3.320 m /s marcados en Castejón, aguas abajo de
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la confluencia Ebro-Aragón, han sido superados en las crecidas de enero de 1961 (4.950 m /s),
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noviembre de 1966 (4.050 m /s) y febrero de 1978 (3.375 m /s), mientras en febrero de 1952,
noviembre de 1961 y diciembre de 1980 las puntas fueron escasamente más bajas. El caudal punta
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alcanzado en Zaragoza (2.988 m /s) es inferior a los registrados en enero de 1961 (4.130 m /s),
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febrero de 1952 (3.260 m /s) y noviembre de 1966 (3.154 m /s) y ligeramente superior al de la
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crecida de enero de 1981 (2.940 m /s). La avenida ha sido extremadamente importante en el aforo de
Mendavia, pocos kilómetros aguas abajo de Logroño, donde el caudal más alto de los últimos 50
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años había sido de 1.516 m /s en diciembre de 1980, y a las 9 horas del 6 de febrero se ha
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alcanzado una punta de 2.131 m /s.
El periodo de retorno que puede estimarse para un caudal similar a la crecida de febrero de
2003 es de unos 10 años en Castejón, 20 años para Zaragoza y 100 años para Mendavia. Entre
Castejón y Zaragoza la punta de la avenida se ha desplazado con notable lentitud, invirtiendo 72
horas frente a las 31 horas de media en las crecidas anteriores.
La extensión de la inundación en las huertas aragonesas del Ebro ha sido estimada por los
sindicatos agrarios en 25.000 hectáreas. En algunos tramos la inundación ha sido muy similar a la
registrada en la modesta crecida de 1993. En otras zonas, en cambio, ha superado con creces
aquellos límites y se ha acercado a los de la riada de 1961. La duración de la inundación está siendo
considerable, teniendo en cuenta la propia lentitud de la crecida y la dificultad de evacuación de las
aguas encharcadas hacia el cauce. En líneas generales hemos observado en las pequeñas crecidas
de la última década y en esta misma una mayor superficie inundada que lo que correspondería por su
caudal, lo cual puede atribuirse al constreñimiento del cauce en tramos prácticamente canalizados
por defensas excesivamente próximas entre sí, con la consiguiente elevación de la corriente, rotura
de las motas en muchos puntos y sobreinundación de los sectores no defendidos. Los daños también
han ido aumentando por la introducción de nuevas urbanizaciones y asentamientos industriales. Los
extensos desbordamientos en la Ribera Alta han laminado lo suficiente la crecida como para que sus
efectos en Zaragoza no hayan sido graves.
Una semana después de la crecida se habla de agilizar las indemnizaciones a los afectados y
se plantea desde los organismos rectores de la cuenca la necesidad de incrementar la regulación,
reparar y aumentar las defensas y dragar el cauce del Ebro. Los científicos expertos en el
comportamiento del río nos estamos esforzando por hacer entender a la sociedad que tales medidas
no son necesarias y en algunos casos son contraproducentes. Tememos un nuevo plan de defensas
que, como los que se ejecutaron en los años sesenta (tras la crecida de 1961) y ochenta (tras las
avenidas de 1980 y 1981), termine por eliminar la dinámica de meandros libres del Ebro.
Propugnamos un plan de gestión ambiental del cauce y sus riberas, con una adecuada zonificación
de usos en función del grado de riesgo, que contemple la posibilidad de devolver terreno al río, de
eliminar algunas defensas y retrasar las demás, para dejar una ribera más ancha en la que el río
pueda desbordarse y laminar las futuras crecidas. Creemos necesario y urgente conservar la función
del Ebro en el sistema natural y como corredor ecológico, tal como exige la Directiva Marco de Aguas.
Para ello las crecidas son imprescindibles, ya que movilizan sedimentos y nutrientes a lo largo del
continuo fluvial y renuevan los ecosistemas acuáticos y ribereños, garantizando la complejidad,
diversidad e interconectividad de los mismos.
La crecida ha sido también una buena lección del río para la sociedad, sobre todo para la
urbana: ha enseñado cómo funciona un sistema fluvial, ha actualizado la siempre frágil memoria
histórica sobre el riesgo y ha reducido, por tanto, la falsa sensación de seguridad, de manera que
puede ser útil en la planificación del desarrollo urbano e incluso frenando la especulación inmobiliaria
en las áreas inundables.
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