A VUELTAS CON LOS PORCENTAJES DE ALUMNOS EXTRANJEROS EN LAS ESCUELAS Según informaba la prensa del día 21 de octubre, el nuevo Plan de Integración de alumnos inmigrantes, o de alumnos recién llegados, como parece que la Consejería de Educación quiere que se les denomine, fija como dos de sus objetivos más importantes, que los centros de enseñanza no superen el 30% de alumnos de extranjeros, y que haya un reparto equitativo de esos alumnos entre la red pública y la privada concertada. Para llevar a buen puerto estos objetivos, se prevé ampliar la plantilla de profesores de refuerzo y nombrar coordinadores de interculturalidad en aquellos centros que estén en el límite de ese 30% de alumnos extranjeros. El Plan habla de más cosas, pero si todos los medios de comunicación han recogido estas dos cuestiones como eje o fundamento del mismo, es lícito pensar que el propio Departamento tiene interés en remarcarlas. También parece que todos los grupos parlamentarios, los de izquierda y los de derecha, los nacionalistas vascos y los que no lo son, están de acuerdo con esos objetivos de fondo, al margen de que discutan entre ellos sobre cuales son los porcentajes adecuados, o de si hay que ser más o menos ambiciosos en los repartos entre la pública y la privada concertada. Resulta curioso comprobar que nuestros parlamentarios, sean del signo que sean, se consideren como se consideren, comparten las mismas ideas de fondo sobre esta materia. A saber: que el aumento de la “diversidad” en la escuela producido por la incorporación de alumnos y alumnas extranjeras o hijos de extranjeros extracomunitarios es mala, y que esa supuesta maldad hay que repartirla equitativamente, o que hay que ponerle límites, estableciendo unos porcentajes de maldad derivada de la diversidad asequibles en cada escuela. Un problema más complejo Nuestra opinión es que el problema de la diversidad en la escuela, incluido el de las concentraciones artificiales de alumnos extranjeros o de origen extranjero, es más complejo que lo muestran las discusiones parlamentarias y que lo que de esas discusiones se transmite a los medios de comunicación. Y no estamos de acuerdo con el punto de vista marcadamente administrativista que sobre estas cuestiones están adoptando nuestros representantes políticos en el parlamento vasco. Se suele suponer que la escuela es un espacio privilegiado para impulsar la socialización de niños y niñas y jóvenes diferentes, proveyendo “a todo el alumnado de las competencias suficientes y necesarias para poder vivir y convivir en sociedad con autonomía y dignidad” (1) Pero, a su vez, se es consciente de que la escuela está sufriendo grandes transformaciones de forma acelerada, que se le pide mucho y se le da poco, especialmente a la escuela pública, y que la escuela sola tiene muchas dificultades para, como espacio igualitario, contrarrestar todo lo desigualitario que le rodea. Más incluso, que sobre los temas que estamos discutiendo, la escuela puede llegar a ser un espacio abiertamente no igualitario, un espacio que puede contribuir a legitimar y profundizar la exclusión social, donde se desarrollen prácticas de exclusión, de encapsulamiento social y cultural. Y que esos mecanismos pueden estar avalados por las leyes, o por decisiones parlamentarias. Y ahí es donde nosotros colocamos el tema de los porcentajes, de los cupos, pues es un mecanismo que, si no se anda con mucho cuidado, tiene mucho de perverso. Es un mecanismo que, si pone en marcha, debería hacerse con grandes, con muy grandes cautelas. Y en lo que se ha aprobado no vemos ninguna, sino todo lo contrario. Con la experiencia que ya hay acumulada en otras partes de Europa y del propio Estado español, podemos concluir razonablemente que poner el acento en los porcentajes, utilizarlos como la gran palanca a partir de la cual se resuelven el grueso de los problemas o preocupaciones derivadas del 1 incremento de la diversidad, no resulta efectivo a medio plazo y, lo que es más problemático, que profundiza en las visiones y en las prácticas discriminatorias en la escuela. Toda esta historia de repartir a los extraños en lo nacional, de poner porcentajes, tiene un punto de partida abiertamente discriminatorio: la aceptación de que hay un “nosotros” al que calificamos como normal, y un “ellos” al que calificamos como anormal, portador de una anomalía que fastidia el funcionamiento de la escuela, los objetivos que tiene que cumplir o el grado de diversidad para el que estaba diseñada o preparada. Ese tipo de distinción, entre un “nosotros” y un “ellos”, es enormemente problemática. A esos “ellos”, los “diferentes”, los que formarán parte del porcentaje o del cupo, y nos es igual como se les llame, pues el problema fundamental no está en su denominación, se les considera portadores de un déficit, que tienen unas necesidades educativas especiales, y que atenderlas fastidia el funcionamiento de lo que estaba hasta ahora construido o diseñado. Y se les considera así a todos ellos, cogidos en bloque, sin distinción alguna, poniendo el acento en su origen nacional o en el origen nacional de sus padres. Si uno de los ejes del plan es la delimitación de porcentajes, que es una medida de claro carácter administrativo, inevitablemente van a perder fuerza todas las cosas que se dicen sobre el reconocimiento de que las procedencias y las características de esos alumnos y alumnas son muy diversas. Poner el acento, hacer girar las cosas alrededor del porcentaje, implica que se los engloba en función de una característica, la del origen nacional de sus padres. Y con ese acto, la Consejería de Educación y la totalidad de los grupos parlamentarios se cargan la diversidad que proclaman y dicen que existe. Si de verdad nos creemos que las procedencias y las características de esos alumnos son muy diversas, no se pueden hacer girar las medidas y los planes alrededor de los porcentajes. Un plan que tenga por eje la delimitación de porcentajes, no puede por más que ser enormemente general, pues intenta abarcar todo lo “diferente” a partir de un rasgo, el origen nacional de sus padres o la condición de extranjero, perdiendo su efectividad a la hora de trabajar con las personas, que suelen tener la manía de tener otros muchos rasgos. Las concentraciones artificiales Probablemente todos estamos de acuerdo en que las concentraciones artificiales, es decir aquellas en las que la proporción de alumnos y alumnas procedentes de familias inmigradas es muy superior al de su porcentaje real en el territorio, son o pueden ser un problema. Esta situación puede incluso agravarse si una parte significativa de esas familias se encuentran en situaciones de exclusión o de riesgo de exclusión o marginación social. Pero estas concentraciones se producen por algo. Y conviene analizar todos los por qué. El sindicato STEE-EILAS, en el informe publicado en el número 39 de su revista Eskola Publikoa de junio de 2007, bajo el título “Ikasle etorkinen eskolatzearen aurrean”, identifica cinco causas: - La planificación escolar: el Mapa escolar y los modelos lingüísticos Los procesos de matriculación: los baremos y los procedimientos Los idearios de los centros escolares El alto precio de los servicios Las malas prácticas: cuotas, expulsiones, pruebas de acceso... Si nos remitimos a la experiencia de Cataluña, el profesor de sicología evolutiva de la Universidad de Girona, Ignasi Vila, señala que “la razón de las concentraciones artificiales se encuentra en el hecho de que, además de la tendencia de las familias inmigradas a llevar a sus criaturas a escuelas que ya acogen alumnado inmigrante, las familias autóctonas las abandonan cuando consideran 2 que el número de alumnos y alumnas inmigrantes es superior a lo que consideran deseable. Esto supone, además, que estas escuelas suelen tener plazas vacantes, de forma que cuando llegan alumnos a lo largo del curso, fuera de los plazos de matriculación, vayan a estas escuelas aumentando aún más el porcentaje de alumnado inmigrante” (2) Convendría, en consecuencia, tener en cuenta el conjunto de causas que concurren para se produzca ese tipo de concentraciones. Y vemos, por la experiencia de aquí, la de Cataluña, la Madrid y otras partes, que no hay una única causa y que, por tanto, no es bueno centrar las posibles soluciones en una única medida, y además en la de carácter más administrativo de todas ellas. En otro texto, con bastante mala leche, pero creo que con mucha razón, Ignasi Vila ironiza sobre la manía de centrase en el reparto. “Pocas personas implicadas en la educación dudan de que las criaturas inmigrantes deban de “repartirse”. Da igual que se separe a hermanos y hermanas, da igual que acudan a un centro que no tiene nada que ver con su territorio, da igual que establezcan (o no) amistades que más allá de la escuela no tienen ninguna continuidad. Es igual, el erario público y el estado de bienestar dispone de autobuses y taxis para repartir a las criaturas inmigrantes entre las distintas escuelas subvencionadas con fondos públicos. Sin embargo, a nadie se le ocurre preguntarse por qué aparecen las concentraciones y por qué, en definitiva, las personas autóctonas perciben a las criaturas que proceden de la inmigración extracomunitaria como portadoras del virus del fracaso escolar que se puede inocular a sus criaturas...Ante esta realidad a nadie se le ocurre pensar que la cuestión reside en calificar estas escuelas, hacer de ellas las mejores escuelas, aquellas que permiten el desarrollo de las capacidades necesarias para afrontar los actuales desafíos sociales. Probablemente si se hiciera así desaparecerían muchos de los problemas....Existen experiencias, directamente relacionadas con las comunidades de aprendizaje, que muestran que las “concentraciones” se pueden modificar cuando se implica el conjunto de la comunidad y se hace partícipe a todos los agentes educativos en el proyecto en el que “aprender a ser” y “aprender a vivir juntos” ilumina el horizonte educativo. Cuando se ha hecho así la concentración ha desaparecido y las escuelas implicadas han recuperado matrícula autóctona y han mantenido un porcentaje de inmigración acorde con el territorio” (3) No negamos por principio las medidas administrativas. Pero si pedimos que se las contextualice, que no sean la medida estrella, la gran palanca, sino algo de carácter provisional, a adoptar en casos muy concretos y poniéndole todo tipo de cautelas. No es la única ni la mejor manera de abordar el problema de las concentraciones artificiales. Difícilmente puede ser el eje o el soporte de un plan. Caben otras, que son mucho más interesantes y sobre las cuales hay ya experiencias desarrolladas. Insistiendo sobre las cautelas, el pedagogo Francesc Carbonell, cita por lo menos tres: - - - Que en las medidas de reparto, si se llevan a cabo, tiene que entrar la totalidad del alumnado. Las medidas de desconcentración se han de entender como una opción para todo el alumnado, en función de las necesidades de cada zona. No pasar por alto los problemas de tipo ético que plantea la presión de la Administración solo hacia las familias inmigradas, a las que intenta orientar en su elección de centro. Las finalidades no pueden justificar nunca los medios, por esto son muy poco ortodoxas las presiones que se realizan (siempre, eso sí, en forma de orientaciones) solo sobre las familias inmigradas. Las medidas de reparto tienen un carácter provisional En cierto modo, debajo de la discusión sobre las concentraciones se encuentra otra ¿Tendrían que tener los padres derecho a elegir centro educativo para sus hijos?. Es un tema polémico. Algunos especialistas consideran que no es un derecho en sentido estricto, sino un interés legítimo que permite formular una preferencia, pero que puede no estar garantizada su obtención. Si esto es así, 3 habría que ser muy cuidadoso a la hora de no discriminar, de dispensar a todos los alumnos y a sus padres un tratamiento igualitario, sin caer rápidamente en la tentación de designar a los y las extranjeras por sistema como alumnos con necesidades educativas especiales por razones culturales o sociales. Y si el supuesto fuere que efectivamente los padres tuvieran el derecho a elegir centro de enseñanza, ese derecho se tendría que reconocer a la totalidad de las familias y, lo mismo que en caso anterior, habría que exigir ser extremadamente cuidadoso a la hora de decidir que un niño o una niña tiene necesidades educativas especiales por razón de su origen o el de sus padres. Las medidas de reparto, de establecimiento de cuotas o porcentajes, los bussings y cosas por el estilo, tienen ya una cierta historia, una historia que no es clara ni evidente. Están muy lejos de ser una panacea. Presentan serios problemas de fondo, y en más de una ocasión facilitan prácticas de presión hacia las familias de origen extranjero o encapsulamientos étnicos, con ejemplos evidentes en el caso de familias gitanas. De esto último hay ya casos en la Comunidad Autónoma, donde la asignación étnica es lo determinante, y no la situación concreta de las personas. Se es gitano se reivindique o no esa pertenencia étnica, y esa pertenencia determina todo, incluida la práctica de los funcionarios, de la delegación de educación o de la inspección educativa. En el fondo, el problema fundamental no son los porcentajes, sino los recursos humanos y materiales que hay que poner en los centros públicos de enseñanza para que puedan llevar a buen puerto la enseñanza en condiciones de fuerte diversidad, capaces de trabajar con grupos heterogéneos. Recursos humanos preparados para trabajar en condiciones de diversidad, algo que va más allá del refuerzo lingüístico de apoyo al euskara y de los coordinadores de interculturalidad. En realidad, nadie tiene una idea muy clara de lo que es eso de la educación intercultural, pero la experiencia si nos va mostrando que es necesario combatir la desigualdad y la exclusión social como condición previa a la aplicación de cualquier programa de interculturalidad o de multiculturalidad. Y que si ello no se hace, lo que estaba pensado como una actuación pedagógica de respeto de una imaginaria personalidad cultural, se convierte muy a menudo en una practica de marcaje y de estigmatización social de los designados como diferentes. Por cierto, ya resulta mosqueante que esos coordinadores estén solo (por lo menos así aparecen en las reseñas de prensa) en las escuelas con alto porcentaje de alumnos extranjeros, contraviniendo algo elemental, que la educación intercultural es particularmente interesante para aquellas escuelas que tienen menos contacto con la diversidad, y no al revés, donde la diversidad es un hecho cotidiano, un elemento presente en la práctica diaria. Notas (1) Francesc Carbonell, Educar en tiempos de incertidumbre: equidad e interculturalidad en la escuela (2) Ignasi Vila, Inmigració i escola (3) Ignasi Vila, Diversidad, escuela e inmigración. Universitat de Girona, febrero 2004 (4) Francesc Carbonell, Educar en tiempos de incertidumbre: equidad e interculturalidad en la escuela Agustín Unzurrunzaga Donostia, cuatro de noviembre de 2007. 4