pensamiento educativo de víctor raúl haya de la torre

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PENSAMIENTO EDUCATIVO DE VÍCTOR RAÚL HAYA DE LA TORRE
Por Elmer Robles Ortiz
(Conferencia sustentada en la Universidad Privada Antenor Orrego, Trujillo,
20 de febrero del 2002)
Extraordinario, polifacético y prominente hombre de pensamiento;
creador de original concepción política surgida en la intransferible realidad
peruana y continental; infatigable luchador por la justicia social; humanista
siempre al día con el avance del conocimiento; visionario de la integración
latinoamericana; practicante de irrepetible pedagogía de multitudes, Víctor Raúl
Haya de la Torre es preclaro ciudadano universal del siglo XX, cuya obra
contiene temática diversa y profunda, centrada en el hombre, sujeto de todos
sus desvelos y preocupaciones. Por ello asigna importancia capital a la
formación del hombre dentro de un nuevo Estado y una sociedad libre de
explotación, y exige ampliar la cobertura educativa sin otro límite que la propia
capacidad de los alumnos. Por ello fija su penetrante pupila tanto en la
educación formal escolar cuanto en los demás agentes con potencialidad
formativa.
A través de toda su vida, desde la niñez hasta los años más avanzados;
como estudiante que peregrinó por ásperos caminos del mundo; o como
trabajador de la enseñanza y maestro del pueblo y de la juventud; en los días
aciagos o felices, Haya de la Torre fue en cada momento de su existencia un
abanderado de la educación. Ya sea en los difíciles instantes cuando corría
riesgo de morir, al someterse a compleja operación quirúrgica en 1965, ocasión
cuando recomendó “Constitucionalizar la gratuidad de la enseñanza” atendida
por el Estado; o en la etapa cimera de su larga carrera de estadista cuando fue
Presidente de la Asamblea Constituyente entre 1978 y 1979, asigna a la
educación importancia jerárquicamente superior dentro de un nuevo modelo
político inspirado en la justicia social. Desde el candor de los años mozos,
cuando enseñaba a otros niños en su propia casa; pasando por la fogosidad
juvenil que lo impulsa a realizar la obra excelsa de educar trabajadores en las
Universidades Populares “Manuel Gonzáles Prada”; hasta la fase postrera de
su vida, al realizar periódicas y orgánicas sesiones de sesiones de enseñanzaaprendizaje para jóvenes y adultos, utilizando el método del coloquio, exhibe
una sola línea de su conducta permanente en favor del perfeccionamiento del
hombre mediante la educación, a la cual, en su concepto, habrán de acceder
todos los peruanos sin discriminación alguna dada su elevada categoría de
derecho humano fundamental.
Haya de la Torre ha dejado estupendas páginas sobre su pensamiento
educativo. A pesar de la dispersión, sus escritos denotan unidad en el conjunto
de esta materia. Toda su producción pedagógica revela a Víctor Raúl Haya de
la Torre como un teórico y como un realizador de este campo. Faceta poco
explorada por los estudiosos de su rico pensamiento en el que se encuentran
insospechados y sustanciosos temas educacionales. Sus ideas al respecto son
como un abanico que se abre para mostrar distingas líneas, algunas de las
cuales serán abordadas aquí, panorámicamente. Ojalá tengamos ocasión y
tiempo para tratar después, con detenimiento este fascinante campo.
Cuando se carece de nociones fundamentales en la ciencia de gobierno,
no faltan políticos que se prenden de ciertas palabras como si fuesen tablas
salvadoras de un náufrago. Una de esas palabras es educación. “Pero la
educación -escribe Haya de la Torre- no es una palabra ni un concepto ni un
programa de gobierno aislado. Pertenece a un conjunto orgánico de
sistematización y política que se afirma en una concepción política integral de
la vida de un pueblo”. Y añade: “Nuestro punto de partida es el enfocamiento
del Estado como escuela, como educación, como cultura, como paideia”. En
esta perspectiva, la lucha por la liberación, soberanía y justicia social
representa una tarea multidimensional, por lo tanto, exige la elaboración de un
“proyecto educativo integral” capaz de forjar, democráticamente, la conciencia
de nuestro rol histórico. En forma expresa propone, pues, la planificación de la
educación formal escolar junto a los demás sectores del desarrollo. Y esto
requiere una organización técnica que la estructure y conduzca de acuerdo a
una filosofía del desarrollo, de formación integral del hombre y de
transformación social. No obstante las múltiples voces sobre este asunto,
algunas ya lejanas en el tiempo, el Perú no tiene todavía un Proyecto Nacional
de Desarrollo ni, específicamente, un Proyecto Nacional de Educación. Hemos
perdido y seguimos perdiendo el tiempo. Con motivo del bicentenario de la
independencia, al que nos estamos acercando, deberíamos haber elaborado ya
el Proyecto Nacional de Desarrollo 2001-2002; y, dentro de él, el Proyecto
Nacional de Educación, denominados, respectivamente, con los hombres
próceres de “José Faustino Sánchez Carrión”, el Fundador de la República y
“Toribio Rodríguez de Mendoza”, el Maestro que formó a la juventud para
abrazar la causa patriota.
Diversos filósofos y pedagogos han entendido, clásicamente, a la
educación como un hecho que conduce, de modo principal, a lograr propósitos
individuales y al perfeccionamiento del hombre, sin atribuirle dimensión social
alguna. Por el contrario, para otros autores, la educación es un fenómeno
exclusivamente social, pues la ven como realidad tangible en una sociedad
determinada. Pero estas dos posiciones extremas han sido ya superadas por
las moderas ciencias de la educación al concebir a ésta como proceso
consustancial al hombre y que persigue, a la par, fines individuales y sociales,
por lo tanto como vía de humanización e imprescindible instrumento del
desarrollo de los pueblos. Precisamente, así lo comprendió Víctor Raúl Haya
de la Torre. Y meditó en la educación vista como fenómeno pedagógico y
social, que ocurre en el aula y en las diversas actividades de la ida humana.
“La educación no puede darse simplemente en la Escuela, sino en el Hogar, en
la calle y en todas partes”, decía.
Haya de la Torre se preocupó por los problemas socioeconómicos y
financieros del país; por las relaciones internacionales; por las obras materiales
y por todas las variables del desarrollo. Pero por encima de todo se desveló por
el protagonista de tales cosas: el hombre. De este modo, asignó importancia
capital a la transformación del hombre, respecto a sus derechos y el
cumplimiento de sus obligaciones, dentro de lo cual, lógicamente, la educación
desempeña rol central. Sin el cultivo del hombre no hay mística y sin ésta no
existe ninguna posibilidad de hacer una auténtica revolución orientada a
terminar con el injusto orden social. Entonces, el primer paso de nuestra
segunda revolución emancipadora habrá de comenzar en el ámbito
educacional con la formación integral del nuevo hombre apto para romper los
viejos moldes mentales creados por un sistema educativo deformante de
nuestra personalidad histórica, social y cultural.
Por eso, cuando asumió la presidencia de la Asamblea Constituyente el 28 de
julio de 1978, hizo girar su medular discurso en torno al hombre y a los
derechos humanos en un Estado nuevo para una sociedad mejor, cuyo último y
supremo ideal será la exclusión de toda forma de explotación del hombre por el
hombre y del hombre por el Estado. Quiso asegurar, dentro de un régimen de
libertad y justicia, alimentación, vivienda, salud, trabajo, educación y cultura
para todos los habitantes del Perú. “Centrar un sistema político en torno al
hombre exige consagrar especial importancia a la preparación del hombre,
nuestra Constitución debe atribuir a la enseñanza una jerarquía dominante y
superior”, sentenció en aquella histórica ocasión. Y, consecuentemente,
reclamó gratuidad de la enseñanza a cargo del Estado, atención especialísima
a los jóvenes estudiantes, para quienes no debe existir más límites en sus
aspiraciones que el marcado por sus capacidades, y exigió para ellos
promoción y estímulo. Se preocupó, asimismo, por la erradicación del
analfabetismo, obligación fundamental del Estado Antimperialista ideado por él.
Por ser un hecho inherente al hombre, Haya de la Torre concibió una
educación dinamizadora que, como proceso vital permanente, internaliza
valores, comportamientos trascendentes; que libera al hombre conduciéndolo
hacia su plena y armónica realización personal y como miembro de una
sociedad concreta, hacia su perfeccionamiento, a ser cada vez más humano;
proceso que afirma y eleva la conciencia espacio-temporal y gracias a ella
impulsa el desarrollo del Perú y América Latina dentro de un proyecto orgánico
integral de las obligaciones del Estado; una educación que suscite la revolución
de los espíritus en una sociedad libre, justa y solidaria. Una educación, en la
cual el hombre, centro y eje del desarrollo, sea el fin supremo de los anhelos
colectivos del Perú como nación y como Estado. Acaso sopesó las palabras de
Manuel Kant: “Tan sólo por la educación el hombre puede llegar a ser hombre”.
En nuestra opinión, centrar la educación en el hombre significa asignar
al estudiante rol protagónico en su propia formación, considerándolo un todo
unitario, armónico, complejo, integral, único e irrepetible. Se trata de mantener
el equilibrio de todas las capacidades del hombre ontológicamente considerado
como un ser cognoscente dotado de exclusivas potencialidades intelectuales;
un ser actuante para transformar su realidad, protagonizar la historia, producir
bienes, prestar servicios, hacer algo; un ser profesante de valores cuya
internalización le otorgue identidad personal y colectiva. Todo lo cual perfila su
comportamiento como ser consciente de su espacio, de su tiempo y de su rol
histórico frente a mejores condiciones de vida. Sin descuidar el impulso a la
ciencia, la tecnología y el desarrollo, una educación centrada en el educando,
alrededor del cual giren todas las actividades y elementos diseñados y
utilizados en su formación -planificación de la enseñanza, recursos humanos y
materiales- implica cambiar la mentalidad del hombre con miras a exterminar
concepciones, hábitos y estilos de vida atentatorios a la existencia humana por
reducir al hombre a un ser económicamente domesticado, encaminado al
cumplimiento de tareas prefijadas y cumplidas mecánicamente.
Haya de la Torre conoció el movimiento de la Escuela Nueva o Escuela
Activa que, desde fines del siglo XIX y principios del XX, irradió a través de
diferentes autores, sus valiosos aportes en el campo pedagógico y que llegan
hasta hoy. Este movimiento abogó por una educación integral, por lo tanto, una
educación moral, estética, laboral y no sólo intelectualista, propuso el uso de
métodos activos y fundamentalmente reivindicó y propagó la concepción
roussoniana del paidocentrismo, que consideró al alumno en el centro del
sistema educativo, inspirada en la revolución copernicana de la física, que
ubicó al sol en el centro del sistema planetario. En más de una ocasión, Haya
de la Torre se refirió a los representantes de la Escuela Nueva, entre ellos a la
italiana Maria Montessori y su obra en la Casa de los Niños. Ya en 1923, en el
primer número de la revista Claridad, que él fundó y dirigió, apareció en la
página intitulada “La voz de los estudiantes”, una dura crítica a la cátedra de
pedagogía de la Universidad de San Marcos acusada de “insuficiencia
absoluta” y de no haberse renovado como en las demás universidades del
continente puesto que esa materia alcanzaba relieves singulares en todo el
mundo. Se le imputaba su carácter discursivo, de no introducir nuevas ideas y
callar la obra educativa de otros lugares. El cronista formulaba, en alusión a la
Escuela Nueva, la siguiente pregunta: “Qué hay de las nuevas teorías
pedagógicas?” Si dicho texto no fue escrito por el propio director, Haya de la
Torre, de todos modos, fue autorizado por él.
Asimismo, de sus escritos, como también de sus realizaciones, fluye con
claridad que Haya de la Torre es un precursor de la pedagogía de liberación
surgida hace más de 30 años en América Latina y que tuvo en Paulo Freire a
su principal exponente. Este autor critica la injusta organización social de
América Latina frente a la cual la educación permanece ciega y muda, por ello
preconiza una educación dialógica y concientizadora para terminar con la
alienación domesticadora y lograr la liberación de los oprimidos. Por su parte,
Haya de la Torre, antes que Freire expusiera sus ideas, ya combatía los
“virreinatos del espíritu” o colonialismo mental, es decir la alienación, y luchaba
contra la dominación y explotación de los países latinoamericanos provenientes
de los centros imperialistas del mundo, lo cual tiene su expreso correlato en el
campo educativo. En efecto, en 1923, siendo estudiante sostenía: “Un pueblo
instruido es un pueblo libre, mientras el pueblo sea ignorante será esclavo”. Y
en sus Pensamientos de crítica, polémica y acción, escritos antes de 1930,
insertos en su libro Impresiones de Inglaterra imperialista y Rusia soviética
(1933) se lee: “No se educa solamente enseñando a leer y escribir, porque el
conocimiento en sí es un instrumento que puede servir para el bien o para el
mal, para la explotación o para la liberación. Importa educar hacia la libertad en
una escuela de optimismo que demuestre que la justicia social es la única meta
de la sabiduría integral”. Años más tarde, en 1946, dirá: “No hay democracia
que no sea en sí, en su más egregia esencia, educación para la libertad”.
“Educar para la libertad es la tarea más alta de la democracia”. “La escuela
debe ser la preparación del hombre desde niño para el ejercicio político de la
libertad”.
En el humanismo preconizado por Haya de la Torre, la educación
desempeña rol central. Fuerza impulsora de las capacidades creativas del
hombre; liberación de las energías humanas a plenitud; vertiente del espíritu
del hombre; proceso que así como recibe influencias del contexto social y
cultural, a su vez, influye sobre los demás y permite transformar el medio físico,
la educación es un hecho sin el cual no se puede hablar de dirección y sentido
del ser humano dentro de su conglomerado social ni tampoco se puede pensar
en el desarrollo. Vale decir, Haya de la Torre pensó en una educación
humanista como eje de un sistema político que gire en torno al hombre.
Según su pensamiento, la educación debe, pues, desarrollarse como un
proceso que eleve la libertad en calidad de aspiración superior del hombre; que
busque formar hombres y pueblos libres de toda dependencia, con la mirada
puesta en el futuro, pero sin ignorar el pasado ni descuidar el presente; que
abra paso a la verdad, a la crítica y a las nuevas vías de realización del
hombre. Vale decir, según Haya de la Torre, educar es liberar.
Voces procedentes de diferentes partes señalan el olvido del hombre
como único fin y sentido de la realidad, por consiguiente, centro y fundamento
de la educación vista antropológicamente como “medio en virtud del cual el
animal -el hombre- se convierte en ser humano”, según conceptos de Clara
Nicholson. Aunque cuestionados, aún subsisten ideas y hechos obstructivos
del desarrollo de las capacidades del hombre, de la intensidad de su ser y del
incremento de su vitalidad. Pero al mismo tiempo, y en medio de la borrasca,
como también en la orilla opuesta, se acude a la educación cual tabla de
salvación para que el hombre logre su cabal y plena existencia, potenciar su
ser, formar su personalidad, alcanzar originalidad, relacionarse de modo
positivo con sus semejantes y su medio circundante, aspirar al
perfeccionamiento, expresarse y desarrollarse en un clima de libertad y
solidaridad, fomentar su capacidad de transformación creadora e integrarse al
mundo actual y futuro.
Haya de la Torre abogó por cambiar radical e íntegramente la educación,
que si bien tiene asiento en la realidad presente, se proyecta hacia el porvenir.
“Educar es amasar el pan del futuro de nuestra historia, educar es realizar la
obra más excelsa... Una obra de educación es un salto adelante, de la caverna
hacia la cultura”, decía en alusión al sentido previsional, a la trascendencia y el
carácter privativo de la educación, en cuyo proceso el hombre identifica su
propio destino, cultiva, su ser, manifiesta su creatividad y se realiza
humanamente en los elevados niveles de la perfección.
Por el fenómeno de alienación, según la terminología de Freire, o colonialismo
mental, denominación preferida por Haya de la Torre, los peruanos y
latinoamericanos nos hemos habituado a copiar, imitar o repetir formulaciones
provenientes de otras realidades, que sin análisis alguno las aplicamos para
solucionar nuestros problemas con el consiguiente fracaso. Esto ha ocurrido y
ocurre en una u otra área, incluida la educación. Y así no aprendemos la
lección. Aplicando las ideas de Haya de la Torre al área que nos ocupa aquí,
estaremos en condiciones de afirmar que es imposible resolver el problema
educacional mediante el transplante de modelos tal cual fueron concebidos y
puestos en práctica en otros espacios en función de sus propios procesos
históricos, es decir en función de su propia realidad. El aporte ajeno es útil pero
sólo como punto de referencia y de evaluación de la experiencia humana en
otros contextos. Entonces, el Perú deberá buscar las soluciones más
adecuadas a su problemática educativa, sobre la base de sus peculiares
necesidades socioeconómicas.
Siendo la educación un proceso de realización humana, de perfeccionamiento
y un instrumento del desarrollo de los pueblos, habrá de ser concebida,
defendida, planificada, implementada, conducida y evaluada dentro de una
específica estructura social, dentro de una realidad intransferible.
La teoría, tecnología y práctica de la educación, sus fundamentos y sus
soluciones, tendrán que ubicarse, pues, aquí y ahora, en la realidad peruana,
en nuestro espacio y nuestro tiempo, inserto dentro del devenir del pueblocontinente latinoamericano, que tiene su propio campo gravitacional de la
historia y su inconfundible espacio-tiempo educativo.
Se impone, así, la necesidad de profundos cambios en nuestros esquemas
mentales, de orientaciones con sentido realista en el estudio de los fenómenos
histórico-sociales, particularmente educacionales, buscar aquí y no fuera
soluciones a nuestros problemas.
Dentro de esta nueva actitud, la educación es factor primordial para formar la
conciencia histórica, que no será otra que la del espacio y tiempo del hombre
peruano. Es decir, las experiencias de enseñanza-aprendizaje serán medios
para agitar las inteligencias con miras a transformar al hombre y la sociedad.
Indudablemente, son importantes las vivencias directas del observador para
explicar los fenómenos desde la perspectiva peruana y latinoamericana. Pero
es más importante que mentalmente el observador se encuentre aquí, aunque
físicamente esté fuera. Al respecto se dan casos de diseñadores de currículos
y autores de textos para estudiantes que, si bien caminan sobre tierra peruana,
tienen sus mentes fijas en países desarrollados, no para transferir aportes con
sentido crítico y creativo, sino para copiarlos ciegamente. Actúan pensando en
otras realidades, no en la tierra que pisan. El deslumbramiento que provoca lo
extranjero es insuflado en el programa o sílabo y el texto, sin conexión con los
problemas reales de nuestro espacio y nuestro tiempo. De este modo, el
profesor enseña y el alumno aprende contenidos desconectados de la realidad
peruana. Es más: se generan en diversas asignaturas actitudes atentatorias
contra nuestra identidad cultural, o que no contribuyen a formar íntegramente al
educando, ni al desarrollo nacional. No exaltan los valores culturales
autóctonos ni asignan importancia a la formación laboral. Existe, pues,
desarticulación de la educación frente a nuestra cultura y a nuestro proceso
social.
Separados por grandes distancias mentales de los pueblos que protagonizan la
revolución intelectual de nuestro tiempo, los peruanos y latinoamericanos no
somos creadores de aportes descollantes, sino estupefactos espectadores o, a
lo sumo, repetidores, con retraso o sin filtración alguna, de las grandes
hazañas de los países que marchan a la vanguardia científica y tecnológica.
Nuestro sistema educativo, sumergido dentro de este fenómeno, no es capaz
de transmutar conciencias y descubrir medios idóneos para acortar dichas
distancias que, con el portentoso desarrollo de la ciencia y tecnología, se han
hecho descomunales.
El punto de partida para echarse a caminar a mayor velocidad será la
formación de la conciencia de nuestra realidad. El principal medio para lograrlo,
la educación. En tal sentido, la tesis del espacio-tiempo histórico de Haya de la
Torre es un aporte significativo a la teoría educativa contemporánea.
Haya de la Torre fue, al mismo tiempo que practicante de la docencia, un
teórico de la educación. El mismo de definía como “trabajador de la
enseñanza”. Por varios años, de modo simultáneo a sus estudios en la
Universidad de San Marcos y a sus funciones profesorales y rectorales en las
Universidades Populares, ejerció convencionalmente el magisterio en los
niveles primario y secundario en colegios de Lima. Tal vez sus vivencias fueron
más intensas en el Colegio Anglo-Peruano, dirigido por John A. Mackay. “En él
hice por tres años mi trabajo inicial de práctica pedagógica”, escribirá en 1930.
También fue profesor del Liceo Santa Rosa y de otro plantel limeño. En ellos
desarrollaba los cursos de constitución, geografía, historia y filosofía.
En la sección primaria del Colegio Anglo-Peruano organizó una “liga de orden y
limpieza” como respuesta a una suerte de sociedad secreta creada por los
alumnos con el fin de ayudarse mutuamente para resistir el severo castigo de
escribir cientos de renglones que, como acción disciplinaria, imponían ciertos
profesores. Y en la secundaria hizo funcionar los “tribunales de honor”,
integrados por alumnos, cuyo objetivo era el juzgamiento de sus propios
compañeros infractores de normas del colegio. Esta interesante experiencia
eliminó la delación, desarrolló la autoestima, la autodisciplina, el respeto
recíproco, el espíritu de justicia y el acatamiento de las decisiones del grupo.
Durante la permanencia de Haya de la Torre en ese centro educativo -tres
años- nunca se presentó queja alguna contra los fallos de tan original corte de
justicia escolar. En el mismo plantel desarrolló clases sobre el problema sexual,
no discutido hasta entonces en el sistema educativo peruano. Su diseño de
educación sexual comenzaba con la explicación sobre el proceso reproductivo
de las plantas, luego de los peces, aves y mamíferos, y finalmente el hombre.
Haya de la Torre defendió la igualdad de oportunidades de acceso al sistema
educativo, ya sea a los primeros grados o a la universidad. Precisamente,
siendo alumno de la Universidad de San Marcos, lideró en 1919 el movimiento
de la reforma universitaria. Antes de este movimiento, el espíritu de las
universidades latinoamericanas era arcaico, dogmático, inquisitorial, heredero
de la colonia, contrario a las aspiraciones populares y de espaldas a los
problemas palpitantes de nuestros países. La enseñanza era retórica, la
mediocridad se imponía sobre la capacidad. La universidad se mantenía
estática y petrificada, desvinculada de los sucesos mundiales y de las nuevas
ideas, su nivel académico era bajo y su gobierno estaba en manos de grupos
oligárquicos y nepóticos. Frente a la ostensible deficiencia de la enseñanza,
descontentos por los problemas nacionales e impulsados por ideas de cambio,
los jóvenes quisieron, según conceptos de Haya de la Torre, “transformar estas
viejas universidades en nuevos laboratorios de ciencia y de verdadera vida”.
De esta manera, el movimiento se propuso vincular las universidades con la
problemática del país; terminar con la influencia de grupos que habían hecho
de estas casas de estudio bastión de sus intereses particulares; relacionar al
estudiante con los trabajadores; estrechar lazos entre las universidades
latinoamericanas dentro de los anhelos de integración de nuestros pueblos;
conseguir la libertad de cátedra y su provisión por concurso, el derecho
estudiantil de tacha a los profesores incompetentes, la participación de los
alumnos en el gobierno institucional, en fin, la conducción autónoma de las
universidades.
No pretendió solamente mejorar los métodos pedagógicos. Para Haya de la
Torre, la reforma universitaria no fue un simple movimiento encaminado a
preparar mejor y bajo más apropiadas condiciones al profesional. La entendió
como movimiento de contenido educacional y social que imprimió a las
universidades nuevo sentido, nueva proyección para que se orienten a la
investigación científica, a crear conocimiento y exaltar los valores de la cultura,
y no únicamente a formar profesionales y conferir títulos. No se trataba, pues,
de hacer fácilmente más profesionales o enseñarle al estudiante la manera de
conseguir el diploma sin saber mucho: todo lo contrario, los reformistas
quisieron ser buenos profesionales al servicio del pueblo.
La reforma universitaria inició la democratización de las universidades y de
todo el sistema educativo. Al respecto Haya de la Torre expresa las siguientes
palabras: “cuando nosotros comenzamos el movimiento era sólo una minoría
muy reducida la que podía ingresar a la universidad”. “Por eso nosotros
quisimos que las puertas de las universidades se abrieran, para que miles de
estudiantes pobres que no podían llegar a los claustros universitarios, tuvieran
la posibilidad de hacerlo”.
Pero las ideas de Haya de la Torre sobre democratización universitaria son
mucho más profundas, apuntan a que el estudiante se convierta en un “obrero
intelectual”, vale decir, “un servidor consciente y resuelto” de las clases
trabajadoras, las mayoritarias de la población; que en un país donde existen
injusticias, la universidad sea instrumento de liberación no de opresión, camino
conducente al acercamiento de los intelectuales a los trabajadores manuales.
Haya de la Torre concibió y consiguió la participación estudiantil al servicio de
los pobres, a manera de devolución de la enseñanza recibida, sufragada por el
pueblo, principio hecho efectivo mediante las universidades populares.
No obstante su nombre, estas instituciones no eran universidades acreditadas
para formar profesionales y otorgar títulos. No tenían carácter oficial, se trataba
de centros de difusión cultural, de formación moral, cívica y técnica. Eran libres
y gratuitas, autogestionarias y democráticamente cogobernadas por profesores
y alumnos, bajo el rectorado de su fundador, Haya de la Torre.
Con su trabajo en las universidades populares, Haya de la Torre sentó las
bases de una pedagogía diferente, original, social, y de un método didáctico
nuevo, ágil y atractivo para mantener la atención de los alumnos que, después
de su jornada diaria en la fábrica, en el campo o en el hogar, acudían a clases
en horario nocturno. El trabajo del profesor era complejo, difería de la
educación primaria, secundaria y superior. Pero la exposición clara, el diálogo,
las prácticas, el uso de láminas y resúmenes impresos, el teatro, las
excursiones y la actitud simpática de los profesores, hicieron atrayente,
estimulante y objetiva la enseñanza.
Haciendo una evaluación del trabajo en las universidades populares, Haya de
la Torre anota: “Nunca en la historia del Perú, se conoce movimiento más
heroico, más desinteresado y más hondo”. Eso es verdad. Nadie antes ni
después ha realizado una obra de educación popular tan importante como
aquella experiencia.
Haya de la Torre vio la reforma como un solo movimiento, un solo proceso con
sentido de continuidad, a través de etapas o episodios diversos. Desde el
manifiesto de Córdoba hasta las leyes que en el Perú recogieron sus aportes, a
partir de 1919, ella “cumple una trayectoria, impregna un espíritu”.
Últimamente, a propósito de la comisión conformada para revisar la vigente ley
universitaria N°23733, se habla de la preparación de una “segunda reforma
universitaria”. Al respecto cabe comentar que la reforma universitaria,
protagonizada por las juventudes estudiantiles del Perú y América Latina, fue
un hecho histórico con unidad y continuidad de un movimiento académico y
social, que al sufrir los vaivenes políticos, tuvo logros y retrocesos, y con el
transcurrir de los años, sus aportes originaron el modelo universitario más
avanzado del Perú y América Latina, no impuesto por decreto sino como
resultado del trabajo intelectual, publicado en diferentes fuentes, a las que
deberíamos acudir en busca de elementos que permitan introducir cambios en
el modelo vigente. Lo esencial fue la propuesta y la acción de los estudiantes,
no la decisión de los gobiernos a favor o en contra. La reforma universitaria,
como todo hecho histórico, acaeció por diversas causas. La historia es
irreversible. Y nadie puede predecir exactamente los hechos que ocurrirán.
Habrá que releer los aportes de la reforma y enriquecerlos con las nuevas
tendencias universitarias para desarrollar un nuevo modelo. Pero no cabe
anunciar, en la forma que se lo hace, una “segunda reforma universitaria”. En
todo caso, sería un reconocimiento a aquellas históricas jornadas y propuestas
de los jóvenes estudiantes que, desde 1918 y 1919 hasta la década de los
años 60, irrumpieron en el quehacer nacional y latinoamericano para señalar
nuevos rumbos a las universidades y a todo el sistema educativo, sin embargo
fueron incomprendidos e incluso marginados y vetados. De allí el nombre de
Generación Vetada acuñada por Raúl Porras Barrenechea, uno de los
participantes de ese trascendente movimiento.
Con sus ideas y su acción Haya de la Torre contribuyó a que las universidades
dejaran de ser islas académicas y entraran a conjuncionarse con la integridad
dinámica del quehacer nacional. Él no concibió a las universidades al margen
del contexto social, ni como simples aulas donde se realizan las clases, sino
como instituciones que entran a profundidad “en la esencia misma de nuestra
vida”, como tribunas para la acción, en las que se deben discutir los grandes
problemas del Perú, los temas que palpitan en el corazón del pueblo, los
asuntos que son el signo de los tiempos y señalan nuevos rumbos al mundo.
Entendió a las universidades no únicamente “como las escuelas selectas de
profesionales excelentes, sino algo más: las preparadoras y orientadoras de la
vida integral de la nación... las enrumbadoras de su derrotero espiritual, la luz
constante y señera que marca los caminos, que ilustra las conciencias de todos
los gestores de la vida nacional”.
Desterrado, recorre el mundo como estudiante peregrino. En México realiza
función docente (1923-1924) en el marco de las misiones culturales
organizadas por el gobierno de ese país, lo cual le dejará gratos recuerdos y
experiencias de trabajo con el hombre de campo, que unidos a sus
observaciones hechas entre sus alumnos limeños, le permiten analizar el límite
del problema técnico en pedagogía y encontrar relaciones entre el rendimiento
y las condiciones materiales de existencia, en tal sentido aboga por terminar
con las profundas desigualdades socioeconómicas que impiden una educación
integral.
Ya en su edad madura, la célebre Universidad de Oxford, donde fuera alumno
entre 1926 y 1927, lo incorpora durante los años 60, en reconocimiento a sus
méritos intelectuales y pedagógicos, a su cuerpo docente en el área de
estudios latinoamericanos, hecho culminante como “trabajador de la
enseñanza”, bajo la modalidad convencional. La incorporación a la cátedra de
Oxford fue en la categoría de fellow, distinción concedida tan sólo a profesores
de renombre, hasta entonces a Teleman de la Universidad de Jerusalem,
Bedelsen de Copenhagüe y Okhoe de Columbia, Nueva York. Haya de la Torre
fue el primer latinoamericano en desempeñar tan honrosa función docente.
Como la escuela no es el único agente educativo sino también la familia y la
vida comunitaria, Haya de la Torre practicó una pedagogía de multitudes, en
calles y plazas, desde sus años juveniles, ya sea dirigiendo obreros y
estudiantes, hasta su larga etapa de conductor político. Durante más de seis
décadas hizo docencia de grandes masas con excepcional oratoria clara y
amena, sin perder la elegancia de sus giros y la profundidad de su mensaje.
Como nadie, manejó la exposición para abarcar diversidad de temas de cultura
general así como planteamientos para solucionar los grandes problemas del
país.
En la plenitud de su vida, y como prolongación de su obra de juventud
realizada en las universidades populares, organizó y ejecutó, entre los años 60
y 70, la experiencia denominada coloquios, forma admirable de educar al
pueblo fuera de la rigidez convencional del aula oficial. Por medio del diálogo
entre maestro y sus numerosos alumnos, se trataban diversos y selectos temas
de historia, literatura, política, educación, economía... de modo sencillo y
conciso, pero con sabiduría. Este método incorporó la anécdota, el refrán y el
buen humor para evitar el cansancio de un auditorio plural que, en horario
nocturno, colmaba el ambiente donde el maestro proseguía ejerciendo su
magisterio popular en Lima. A veces las clases eran ilustradas con películas,
comentadas por el propio Haya de la Torre. A los coloquios acudían varones y
mujeres, ancianos y jóvenes, obreros, empleados, estudiantes y profesionales,
quienes formulaban sus preguntas verbalmente, sin registro previo. Frente a
ellas, el maestro “responde, orienta, predica,
incita, anuda y desata
inquietudes, levanta y promueve fervores”, anota un comentarista de esta
experiencia.
Los alumnos eran, pues, cuantiosos y heterogéneos por su edad, nivel de
escolaridad y ocupación. El método del coloquio le permitió a Haya de la Torre
hacerlos participar para que presentaran sus inquietudes de manera que ellos
fueran los principales protagonistas de tan activo proceso de enseñanzaaprendizaje, conducido por él con maestría impar. Haya de la Torre quería que
sus discípulos se revelaran contra todo dogmatismo, buscaran libremente la
verdad, se perfeccionaran y humanizar más y más. Por eso los incitaba a
pensar, los motivaba para preguntar y opinar. Y el maestro respondía
pacientemente. Todos reflexionaban y aprendían: alumnos y maestro. Éste les
decía: “Yo no digo que lo sé todo. Pero sí digo que estoy resuelto a ayudar a
quien quiera saberlo todo”. Tal pensamiento no es de un simple profesor o
cualquier político, sino de un gran maestro y estadista. Y eso fue Haya de la
Torre. Hasta ahora, nadie como él ha logrado aplicar con excelencia la
dinámica metodológica del coloquio.
Además, Haya de la Torre dio vida a la Escuela de Dirigentes con el propósito
de suscitar en sus discípulos interés por las grandes expresiones de la cultura
peruana, americana y universal, y obviamente por la formación política. Las
clases se desarrollaban en un ambiente afectivo pero con la seriedad del
régimen convencional, tan es así que allí se cumplían las funciones de todo
profesor: diseñar, implementar, conducir y evaluar el proceso de enseñanzaaprendizaje, para cuyo efecto Haya de la Torre preparaba cuidadosamente los
materiales e instrumentos adecuados a la naturaleza de tan original Escuela,
única en su género en el Perú.
No existe otro caso en nuestra historia de un personaje prominente que en la
programación de sus actividades cotidianas organizara el tiempo necesario
para dialogar con estudiantes, trabajadores manuales y profesionales, así
como para formar líderes, y contribuir de este modo a elevar la educación del
pueblo. Y en todo ello hizo docencia con decencia.
Roberto Turgot sentenciaba: “El principio de la educación es predicar con el
ejemplo”. Talvez allí se encuentre la distante señal de los siguientes conceptos
magistrales de Haya de la Torre: “Los pueblos no se educan únicamente en las
escuelas, colegios o universidades, se educan primordialmente en el ejemplo”.
“Yo soy y he sido un ardoroso defensor de la necesidad de educar al pueblo,
pero creo que para educar es preciso tener autoridad y dar ejemplo. Cuando la
juventud presencia el espectáculo de un país desorganizado, desmoralizado y
vendido, la juventud no puede aprender sino una lección de desesperanza”.
¡Qué actuales estos juicios!
Anhelaba, pues, un aprendizaje significativo y no la mera adquisición o
construcción de contenidos educativos únicamente para repetirlos en una
situación de examen.
“Un sistema de moral -escribe-, es siempre el respaldo de todo progreso.
Ejemplos vivos de esa moral son imprescindibles en la educación”. Y menciona
casaos de ilustres personajes, de diversos lugares y épocas, cuyas
actuaciones como hombres públicos honestos son ejemplos para la juventud:
Bismarck y Ebert en Alemania, Lloyd George en Inglaterra, Krassin en Rusia,
Sarmiento en Argentina, Santa María en Chile y Vasconcelos en México.
También en el Perú hemos tenido paradigmas de hombres públicos de
comprobada honradez, elevada moral y desprendimiento. Pero han sido pocos,
entre ellos Manuel González Prada y, precisamente, Víctor Raúl Haya de la
Torre, quien prefirió la vida sencilla y difícil en medio del pueblo, no el lujo ni la
vanidad enervante de las capacidades creadoras. Haya de la Torre demandó
de la juventud y de la ciudadanía en su conjunto grandeza moral. El tuvo esa
grandeza, actuó con ella y dio lecciones de apostólica, acendrada y heroica
lealtad principista a normas cristalinas de conducta cívica. En consecuencia,
fue dueño de suficiente autoridad para solicitar moralización en la política y en
todas las esferas del quehacer nacional. Es así como reclama a gobernantes y
funcionarios públicos: dirección firme, honradez, ejemplo de disciplina, educar a
jóvenes y ciudadanos con sus propios actos y con sus propias vidas.
Piensa que hablar a los jóvenes sobre temas nobles y elevados es practicar
oratoria sagrada. Por eso cuando se dirige a ellos lo hace con mucho respeto y
absoluta sinceridad. Les insufla optimismo y comprende sus justas protestas.
Pide a la juventud prepararse para la acción creadora, no para el placer
mundano, estudiar constantemente y realizar bien el trabajo elegido, la insta a
descubrir nuestra recóndita realidad, a combatir toda forma de explotación del
hombre, a luchar por la democracia, la libertad, la justicia social y la integración
latinoamericana, a mantener siempre rectitud en su línea moral y seguir el
ejemplo de hombres probos, cuyas biografías son dignas de ser leídas y
valoradas por todos.
Siente honda preocupación por aquellos jóvenes incapaces de percibir con
agudeza los prodigiosos adelantos científicos, dada su ciega obsesión
provocada por arquetipos efímeros, pseudo modelos referenciales de
comportamiento, que exaltan los medios de comunicación irresponsables y
sensacionalistas. Y critica a estos medios, precisamente, por difundir mensajes
desorientadores de la juventud, cargados de frivolidad, impudicia y violencia.
Frente al formidable avance del conocimiento y convencido de que la tiranía de
la ignorancia es la peor de las tiranías, exige a las generaciones adultas
despojarse de todo egoísmo y preparar a la juventud para el advenimiento de
un mundo diferente, lo cual supone aprender el lenguaje científico y tecnológico
surgido en nuestro tiempo con las hazañas de la sabiduría, bajo riesgo de no
comprender las maravillas de la creación humana y quedar a la zaga en la
marcha por el desarrollo. En consecuencia, será necesaria una metodología
realista destinada a encontrar y orientar las vocaciones juveniles de modo tal
que le permitan al hombre vivir y obrar en el mundo futuro íntegramente
innovado científica y tecnológicamente. Más de una vez repite la vieja, sabia y
profética sentencia de Galileo: “Il mondo parla in lingua matemática”,
plenamente válida en nuestros días, para atraer a la juventud hacia los caminos
fascinantes de la ciencia.
De poco sirve que nuestros país atesora recursos inexplorados, si sus
juventudes, trabajadores y habitantes en general, no han sido educados para
dominar la naturaleza y transformar esas potencialidades en ingente y eficaz
instrumento de emancipación económica. Sostiene que hacia ese objetivo debe
orientarse la educación así como el entusiasmo superior de la juventud. Para
ello, el Estado “debe ejemplarizar y dirigir una política de desarrollo económico
paralela a la del desarrollo educacional”.
Los problemas juveniles, según su observación, no son únicamente de los hijos
sino también de los padres, a quienes pide eliminar vicios y derribar cuantos
obstáculos impidan a los jóvenes comprender, amar, admirar y disfrutar las
estupendas conquistas del intelecto y crear elevadas formas de vida.
Las ideas educacionales de Víctor Raúl Haya de la Torre, como las de otros
peruanos ilustres, entre ellos, José Antonio Encinas, Antenor Orrego Luis E.
Valcárcel, Luis Alberto Sánchez, José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre y
Víctor Andrés Belaunde, fueron expuestas antes que se conocieran o
divulgaran los planteamientos psicopedagógicos de Lev Vygotsky, Jean Piaget,
David Ausubel, Gerome Brunner y Carl Rogger, todos ellos hoy en boga dentro
de la denominada pedagogía constructivista que fusionada con los viejos
aportes de la Escuela Activa han originado en el Perú el llamado “nuevo
enfoque pedagógico”, etiquetado así, al parecer, más por afanes publicitarios
que conceptuales por el nefasto régimen de los diez años. Nadie niega la
importancia de conocer y usar las corrientes universales del pensamiento, pero
no debemos ignorar, callar u ocultar lo nuestro.
Por lo valioso de sus aportes, Haya de la Torre ha sido incluido entre los
autores que conforman la antología intitulada Pensamiento pedagógico de los
grandes educadores de los países del Convenio Andrés Bello, publicada en
dos tomos por dicho organismo en Bogotá el año de 1995.
A los ojos de todos es el político por antonomasia, pero Haya de la Torre fue
siempre maestro, cuya ejemplar obra señala anchurosos y promisorias
alternativas de solución a nuestros problemas. Y hoy más que nunca, ante la
carencia de un proyecto nacional de educación y en medio de la crisis que
adolece el país en relación con los valores fundamentales e integrales,
debemos acudir a las ideas y realizaciones de Haya de la Torre en busca de
vital energía indicadora de caminos pletóricos de luz.
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