XI° JORNADAS INTERESCUELAS/ DEPARTAMENTOS

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1er. Congreso Latinoamericano de Historia Económica y 4as Jornadas Uruguayas de Historia Económica
Montevideo, 5 al 7 de diciembre de 2007
Simposio 12
De “la tierra para el que la trabaja” a este “concepto … debe seguir un ritmo
lento”: virajes y continuidades en las políticas y los discursos agrarios del primer
peronismo
Javier Balsa (Universidad Nacional del Quilmes / CONICET, Argentina)
[email protected]
1. El avance del discurso “agrarista confrontativo” en los años treinta y comienzos
de los cuarenta
La crisis de 1930 terminó de socabar cierto consenso previo en torno al modelo
liberal-conservador de desarrollo agrario. Este discurso fue tornándose cada vez más
defensivo, frente a un fuerte renacer de la variante confrontativa del discurso agrarista,
cuyo común denominador era la crítica a la situación de concentración de la propiedad
de la tierra como principal traba del desarrollo agrario nacional y causa del sufrimiento
de los pequeños productores. Analíticamente es posible distinguir dentro del discurso
agrarista, al menos, tres variantes, que se articulaban entre sí de diversos modos. En
primer lugar, existiría un discurso que hacía hincapié en la superioridad moral de la vida
rural frente a la decadente vida urbana, por lo que lo denominamos “agrarismo
moralizante”. En segundo lugar, otra variante insistiría en una defensa de la economía
rural, como producción natural de la Argentina, frente a la industrialización, presentada
como artificial, al menos en las ramas sin base en las materias primas locales, por lo que
podemos denominarlo como “agrarismo anti-industrialista”. Y, en tercer lugar, habría
un discurso cuyo eje estaría en la crítica al latifundio, es decir un “agrarismo
confrontativo”. Si es posible rastrear la historia de estas tres variantes ya durante el siglo
XIX, creemos que lo característico de la coyuntura de fines de los años treinta y
comienzos de los cuarenta, será una notoria expansión del “agrarismo confrontativo”.
En el mismo es posible encontrar la conjugación de tres tradiciones principales: la
liberal-reformista de los intelectuales agraristas, en algunos casos con una fuerte
modulación nacionalista y articulado, según los casos personales, con el agrarismo
moralizante y/o con el anti-industrialista1, la del socialismo argentino con su admiración
por el modelo agrario norteamericano y un perfil más confrontativo, aunque casi
siempre en un tono moderado (GRACIANO, 2004) y la propia de la Federación Agraria
Argentina, que agregaba a esta tradición un accionar de lucha más allá de sus
limitaciones ideológicas (GIRBAL, 1988).
Para mayores detalles de esta expansión del “agrarismo confrontativo” y el
contexto que le diera sustento remitimos a un trabajo previo (BALSA, 2007), aquí tan
sólo quisiéramos destacar sus consecuencias en tanto antecedentes del clima en el que
surgirá el discurso agrario de los años del primer peronismo. Una de sus principales
características es que las denuncias ya no serán formuladas sólo por académicos e
izquierdistas, sino que el discurso “agrarista confrontativo” se comenzará a oír en boca
de los máximos dirigentes conservadores. Todavía a mediados de los años treinta
algunos grupos de derecha sólo estaban imbuidos de un “agrarismo moralizante”, tal
como es posible observar en los discursos vertidos en el Congreso Nacionalista de
Economía Rural, en el que no surgió ninguna crítica al latifundio (LIGA PATRIÓTICA
ARGENTINA, 1935).
En cambio, varios políticos conservadores elaborarán un discurso crítico y lo
acompañarán con medidas políticas concretas. Así, ya en 1936 el gobernador de la
1
Sobre esta hipótesis interpretativa véase Tranchini (2006).
1
provincia de Buenos Aires, el conservador filo-fascista Manuel Fresco, proponía:
“acelerar el proceso de la redistribución de la tierra y hacer que desaparezcan los
grandes latifundios de la especulación, hija de la avaricia y egoísmo”2 y en 1938
sostenía la necesidad de “acelerar el proceso de la división de la tierra y realizar de una
vez por todas el postulado social de darla en propiedad a aquellos que la trabajan”.3 Un
discurso que sorprende por su agrarismo confrontativo, pues critica a una “burguesía
parasitaria” que no subdivide sus tierras, ni atiende los peligros de revolución social que
estas actitudes incentivan4. En este sentido, es claro que el objetivo final era el de frenar
cualquier proceso de cambio radical: con la colonización será “alejada en absoluto la
posibilidad de que en la población agraria argentina arraiguen las ideas disolventes que
predican las izquierdas.”5
Y, como decíamos, no fueron sólo discursos, sino que por primera vez en la
provincia de Buenos Aires se avanza con una legislación e instituciones estatales que
promueven la colonización, creándose en 1937 el Instituto de Colonización provincial.
A nivel nacional, a partir de un anteproyecto presentado por el radical
Bernardino Horne en 1938, se aprobó el año siguiente en la Cámara de Diputados una
ley agraria, y que el Senado sancionó como ley 12.636 en 1940, creándose el Consejo
Agrario Nacional (CAN), con amplia capacidad para llevar adelante la colonización.
Aunque no se incluyó de la propuesta de Horne el artículo que establecía que “toda
tierra abandonada o no explotada por su propietario, durante el término de cinco años,
pasará al dominio del Estado”.6
En la provincia de Buenos Aires, la intervención federal y la rotación del poder
hacia el ala liberal del partido conservador bonaerense no significaron ningún retroceso
a posiciones favorables a la gran propiedad.7 Por el contrario, en 1942 no será su línea
nacionalista, sino el liberal gobernador Moreno quien propondrá un gravamen especial a
las grandes propiedades. Y lo notorio no es sólo que las Cámaras bonaerenses aprobaran
este “impuesto al latifundio”, sino las líneas argumentales que los propios
conservadores sostuvieron en los debates parlamentarios, quedando muchas veces en
posiciones mucho más contundentes que los radicales y los socialistas, quienes se
centraron en cuestiones menores u objeciones de tipo general. 8
Frente al impuesto la Sociedad Rural Argentina (SRA) desplegó una estrategia
dual: institucionalmente mantuvo silencio pero algunos de sus más destacados socios
formaron una agrupación relativamente diferenciada que salió al debate público en
defensa de la gran propiedad: la “Gran Liga de Estancieros de Buenos Aires (GLEBA).
Más allá de intentar refutar cuestiones puntuales del proyecto, apelaron al resguardo del
principio de la propiedad, tópico clásico del pensamiento liberal-conservador
vaticinando (con cierta clarividencia) que “el principio de la seguridad de la propiedad,
base del ideario conservador y al cual debe en gran parte su pujante desarrollo el país, es
obvio que con los proyectos en cuestión, y sobre todo con las brechas que ellas abren
para el futuro, ha de sufrir grandemente” (GLEBA, 1943, citado en Lázzaro, 1991).
Discurso “Inauguración de la primera colonia agrícola” pronunciado, “ante los trabajadores del campo
de Tres Arroyos, el 15 de mayo de 1937 (FRESCO, 1941).
3
“Discurso pronunciados entre los agrarios de Olavarría”, 3 de abril de 1938 (FRESCO, 1941).
4
Discurso pronunciado por el Gobernador Dr. Manuel A. Fresco, en Lincoln, ante una concentración de
agricultores organizada por la Federación Agraria Argentina, 20 de septiembre de 1936 (FRESCO, 1941).
5
“Inauguración de la primera colonia agrícola”, Discurso pronunciado el 15 de mayo de 1937 (FRESCO,
1941).
6
Más detalles sobre el articulado de la mencionada ley y su trámite parlamentario pueden consultarse en
Horne (1942).
7
Sobre el giro político dentro del conservadorismo bonaerense, véase Béjar (2005).
8
Más detalles en Lázzaro (1991) y Balsa (2007).
2
2
En síntesis, pareciera que la hegemonía se había desplazado de la formación
discursiva liberal-conservadora, articuladora de los intereses de los terratenientes
pampeanos, hacia una formación agrarista confrontativa, en la que confluían diversos
sectores rurales subalternos, pero también la elite política conservadora y los ganaderos
criadores de ganado. ¿Sería que hacia fines de los años treinta, la posición contrahegemónica se había tornado hegemónica? Si bien no llegó a concretarse ni siquiera a
elaborarse un programa favorable a una reforma agraria, sí se habría ido consolidando
un discurso que identificaba al latifundio como el principal problema para el desarrollo
agrario argentino y que propugnaba tres líneas de acción, todas ellas muy concretas. En
primer lugar, una política e instituciones encargadas de obtener grandes propiedades y
llevar adelante su colonización. En segundo término, una política impositiva que
promoviera la subdivisión de los latifundios por la presión fiscal a los que los sometería.
Y en último lugar, una serie de medidas de regulación de los arrendamientos que
buscaran defender los derechos de los arrendatarios frente a los terratenientes, pero que
en la coyuntura crítica de la segunda guerra mundial instauraría una medida
“transitoria” que impediría los desalojos.
Retomando la propuesta de análisis de la dominación ideológica de Therborn
(1991), que nosotros reformuláramos para el estudio de la hegemonía (BALSA, 2006),
vemos que la fracción terrateniente de la clase dominante había fallado en la primera
línea defensiva de su dominación (la existencial): la no visualización de las
características de la dominación. La existencia e importancia del latifundio como
elemento clave en las descripciones de la situación agropecuaria parece ser una
constante en todos los discursos sobre el campo en este período, y ya no son sólo
referencias en las tradiciones socialistas o federadas.
Sin embargo, cabe señalar algunas excepciones que invisibilizaban o restaban
importancia a la cuestión social agraria. Así, esta visualización no incluía a la
publicación especializada, La Chacra, en la que, más allá de algunos artículos sobre el
cooperativismo, los temas sociales eran los grandes ausentes de sus páginas durante
todos estos años. La única excepción son dos artículos sobre la legislación y la
colonización en la provincia de Entre Ríos (HORNE, 1938 y SALDÍAS, 1941).
Por su parte, tampoco el latifundio era visibilizado en el artículo que Le Bretón
(1942) escribe sobre la situación de la agricultura y la ganadería en la Revista de
Economía Argentina. En el mismo critica la estabilización de la compra subsidiada de
maíz, defiende la expansión de la ganadería9 restando implícitamente importancia al
problema social que podría conllevar su crecimiento con la muy probable consiguiente
expulsión de chacareros arrendatarios, pues tan sólo al final tiene alguna consideración
afirma que “es bueno perseverar y continuar con empeño la conciliación de propietarios
y arrendatarios, para que se modifiquen los contratos y se permitan cultivos distintos,
así como la cría de bovinos, vacunos y cerdos, sin restricción.” (p. 176).
La segunda línea (la valorativa) también había sido “derrotada”: la valoración
del latifundio era notoriamente negativa. En casi todos los discursos la crítica no podría
haber sido más dura y la misma alcanzaba a parte de la prensa general. Solo en algunos
textos, como el de Bunge (1940) y en parte del discurso parlamentario de Santamarina
en el debate bonaerense sobre el impuesto al latifundio, se formulan algunas salvedades
sobre la conceptualización del latifundio.
“Tenemos tierras suficientes para mantener ganados y sembrar cuando la demanda pida, y si acaso
algunas tierras hoy de agricultura pasaran a ganadería y fueran requeridas nuevamente para la labranza, se
recuperarían más fértiles aun por el descanso en los cultivos y el natural abono.”
9
3
Sin embargo, aquí se abre el interrogante de si los sectores subalternos se
consideraban en condiciones de pasar a ser dominantes, o si se automarginan de este rol.
Este es el tercer nivel de la dominación: la apreciación de las posibilidades de encarar y
dirigir un proceso de transformación social. Más allá de cierto intento fallido de
desarrollar un partido agrario, es claro que las propuestas “colonizadoras” y “antilatifundistas” eran llevadas adelante por la propia elite política conservadora y que los
chacareros se limitaban a peticionar y a aplaudir medidas parciales. De hecho, al menos
por entonces, el tercer nivel defensivo de la hegemonía no parece haber sido alterado:
los sectores subalternos no llegan a promover un programa de reformas integrales y
menos aun autoproclamarse como los dirigentes de este programa (ni siquiera en alianza
con otros sectores sociales).10
Podría pensarse que el discurso agrarista en su variante conservadora se limitó a
una “revolución pasiva”. Una revolución pasiva sería un proceso de transformación
“desde lo alto” en el que se recupera una parte de las demandas “de abajo”, pero
quitándoles toda iniciativa política autónoma.11 Pero consideramos que ni siquiera
podría hablarse de una “revolución pasiva”, ya que las medidas colonizadoras fueron
claramente de alcance reducido, y no se articuló el impuesto al latifundio con dichas
medidas (tal como radicales y socialistas demandaron en el debate parlamentario; ver
análisis en LÁZZARO, 1991). Si bien el Instituto de Colonización de la provincia de
Buenos Aires había comenzado de un modo auspicioso12, pronto detuvo su actividad.
Las dilaciones por parte del Poder Ejecutivo provincial en otorgar nuevos fondos al
Instituto parecen haber sido el factor determinante de este estancamiento. Peor arranque
tuvo el Consejo Agrario Nacional, que recién comenzó su labor en 1943, cuando el
gobierno militar puso a su disposición los fondos establecidos por ley. Lo cierto es que
las políticas de expropiación y colonización pregonadas por los políticos conservadores
terminaron teniendo efectos casi nulos durante sus gobiernos.
Sin embargo, tampoco corresponde subvalorar la importancia que tuvieron estas
políticas llevadas adelante por los conservadores y, sobre todo, el predominio discursivo
del agrarismo confrontativo, pues se fue construyendo en un sentido común
antilatifundista que perdurará varias décadas. Este sentido común brindará legitimidad
no sólo a las medidas de expropiación que se llevarán adelante durante el gobierno
militar de 1943 a 1945 y durante los primeros años del peronismo, sino también a las
medidas tendientes a proteger a los arrendatarios y, en especial, las disposiciones
transitorias sobre los precios y el congelamiento de los desalojos los que tendrían mayor
efecto en el largo plazo. Fue el parlamento nacional el que comenzó con estas medidas
en 1942.
La propia SRA visualizó con notable clarividencia los peligros que este tipo de
legislación encerraba para los terratenientes pampeanos, señalaba ya en 1941 que:
La intervención del Estado para alterar las convenciones que libremente celebran las
partes, es siempre de un efecto desmoralizador, porque habitúa a los contratantes a
no tener por firmes las obligaciones contraídas y crea un ambiente de inseguridad en
los negocios. En los arrendamientos agrícolas, como en todas las demás actividades,
el libre juego de la oferta y la demanda obtiene de por sí los reajustes necesarios, ya
10
Corresponde recordar aquí a Carl Taylor, quién fue particularmente crítico de la desconexión existente
en Argentina entre la Universidad y los intelectuales por un lado, y los agricultores, por el otro. Para
mayores detalles de la obra de Taylor puede consultarse Balsa (en prensa).
11
Cabe aclarar que el concepto de “revolución pasiva” no debe reducirse a la idea de que las demandas
son realizadas “desde arriba”. Sino que tiene que incluir la cuestión de que las mismas son profundamente
re-conceptualizadas, y recién luego incluidas. Ver un desarrollo de estas cuestiones en Balsa (2006).
12
Ver un informe a cargo de su presidente, Miguel F. Casares (1939).
4
que el valor de los productos de un campo influye normalmente en el precio que se
paga pro su explotación [...]
Cree la Sociedad Rural Argentina que es inconveniente establecer, en momentos de
emergencia, leyes de esta naturaleza, porque la experiencia demuestra que luego se
las erige en conquista definitiva de los favorecidos, quedando así en forma
permanente, en contra, sin duda, del espíritu que animó a los iniciadores de ese
remedio, que debió ser transitorio (Anales, 75:5, 1941, pp. 365-67, citado por
PALACIO, 2002, p. 25).
También en esos años desde la Revista de Economía Argentina se elabora una
visión crítica del intervencionismo estatal dedicando un número especial (el 292 de
octubre de 1942) a reseñar los discursos que señalaban “el actual movimiento de alarma
por la excesiva intervención del Estado en la economía, y el aumento constante de los
impuestos. De todos modos, en todo el número no hay críticas directas a la intervención
sobre la cuestión agraria.
2. Hacer es prometer: el agrarismo en el gobierno militar y la campaña de Perón
Aun durante el gobierno conservador, en septiembre de 1942, se aprobó la Ley
12.771 de Reajuste de arrendamientos rurales, por la cual se habilitaba el reajuste de
precio si una de las partes lo pedía y, en caso de no llegarse a un acuerdo, el monto
debía ser fijado por la Cámara Arbitral de Arrendamientos, según índices elaborados
por el Poder Ejecutivo. Además, esta ley establecía que los contratos que vencieran
durante la situación de emergencia (definida por las dificultades existentes en la
comercialización exterior de cereales y oleaginosos) y hasta un año agrícola después, se
considerasen prorrogados, a opción del locatario mientras durase esta coyuntura
especial (no pudiéndose exceder dicha prórroga a más de tres años), al tiempo que se
suspendían los juicios de desalojo. Finalmente, se declaraba nula toda cláusula que
limitara la explotación ganadera hasta un 40% de la superficie (CÁMARA DE
DIPUTADOS, 1943).
Pero justamente cuando la elite conservadora intentaba con toda esta serie de
medidas protectoras de los agricultores no-propietarios aumentar su legitimidad a través
de la absorción de sus demandas, le fue arrebatado el control del aparato estatal por
parte del grupo nacionalista del Ejército. Desde allí se generaron dos operaciones,
sucesivas, de reconocimiento de las demandas de estos sectores e, incluso, del
proletariado rural, frente a los intereses de los grandes terratenientes. En primer lugar, el
Gral. Diego I. Mason, como Ministro de Agricultura, impulsó una amplia política de
colonización. En el mismo 1943 se adquirieron 24.399 hectáreas (16.035 hectáreas en el
partido de Balcarce, haciendo uso de las facultades de expropiación directa del Consejo)
y, en el año siguiente, 123.424 hectáreas (CONSEJO AGRARIO NACIONAL, 1977, p.
23). Asimismo, desarrolló una clara política de apoyo a los agricultores, con créditos de
fomento granjero y brindando una mayor protección a los arrendatarios (TECUANHEY
SANDOVAL, 1988).
La FAA manifestó su decidido apoyo en un amplio congreso realizado en
Marcos Juárez en julio de 1943, en el que su presidente Esteban Piacenza sostuvo que
“por primera vez en la historia, un gobierno argentino ha hecho saber que la tierra
argentina debe ser defendida no sólo en las fronteras, ha hecho saber con argumentación
precisa, que la propiedad de la tierra no es absoluta, que los derechos que la nación
confiere a sus propietarios llevan aparejados deberes con la sociedad” (citado en
TECUANHEY SANDOVAL, 1988, pp. 70-71).
Luego, las intromisiones del coronel Perón en las cuestiones de política agraria
(especialmente, reglamentando las bolsas de trabajo temporario y elaborando el Estatuto
del Peón) fueron cada vez más intensas y desembocaron en la renuncia del Ministro en
5
octubre de 1944 (TECUANHUEY SANDOVAL, 1988). A partir de entonces, Perón
progresivamente fue tomando el control: los Decretos Ley 9.958 y 10.195 de mayo de
1945 dispusieron la intervención del Consejo Agrario Nacional (designando a Antonio
Molinari como Presidente) y su dependencia de la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Desde allí, se desplegó una intensa propaganda en función de la campaña electoral de
Perón, anunciándose que “la reforma agraria estaba en marcha” (LATTUADA, 1986,
pp. 56-57). Durante 1945 el Consejo expropió 55.388 hectáreas, situadas en Buenos
Aires y Corrientes (Consejo Agrario Nacional, 1977). En agosto de 1945 se llegó a
allanar la sede de la SRA y llevar detenidos a su presidente, Ing. José María Bustillo y a
otros miembros de la comisión directiva.
Vemos entonces como una política transformista puede resultar un juego
peligroso. Como lo señala Laclau (1978, p. 189) “cuando una clase dominante ha ido
demasiado lejos en su absorción de contenidos del discurso ideológico de las clases
dominadas, corre el riesgo de que una crisis disminuya su propia capacidad
neutralizadora y que las clases dominadas impongan su propio discurso articulador en el
seno de los aparatos del Estado”.
Con un fuerte control de buena parte del aparato estatal, el entonces coronel
Perón retoma y profundiza las inflexiones más confrontativas del agrarismo, pero
además las acompaña de gestos y la implementación de políticas que agregan
credibilidad a sus promesas. Sus ideas rectoras serán que “la tierra será para los que la
trabajen” y que “ya no será un bien de renta”. Y sus promesas que serán bien amplias,
en términos de asegurar que todos, no sólo los arrendatarios, sino también los peones
asalariados tendrán asegurado su acceso a la propiedad de la tierra:
… la tierra no debe ser un bien de renta sino que debe pertenecer al que la fecunda
con su esfuerzo. No podemos realizar este propósito de una sola vez, pero les
prometo que, encarado y resuelto el problema de la tierra, no habrá un solo argentino
que no tenga derecho a ser propietario de su propia tierra. Discurso en el almuerzo
del “Prado Español” de San Andrés de Giles, el 30 de noviembre de 1944
(PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1952a, p. 10-11).
Y Perón demanda de su ayuda para concretar la obra revolucionaria. Los
“trabajadores del campo” (figura que incluye a todos los que laboran en forma directa)
ahora serán interpelados para que dejen de ser meros sujetos pasivos y defiendan las
conquistas (que peligraban en la coyuntura de mediados de 1945).
Esta empresa no es fácil. Requiere… por parte de los agricultores y de los peones
asalariados que aspiran a convertirse en agricultores, quienes deberán revestirse de
energía y decisión para ayudarnos a consumar sin tropiezos una obra de auténtico
sentir revolucionario que nos imponemos como una exigencia inaplazable de nuestro
destino creado para las grandes conquistar sociales. (Discurso en el CAN, 8 de
agosto de 1945, PERÓN, 2005: 170-171).
Estas propuestas no serían sólo “frases de ocasión” ante auditorios de
trabajadores rurales, sino que también Perón los planteará en contextos muy diferentes
como frente a una concentración de empleados de comercio, el 4 de diciembre de
194413, y delante de un buen número de jefes y oficiales de las guarniciones de Buenos
Aires, reunidos en el Colegio Militar, el 7 de agosto de 1945.14
“El problema argentino está en la tierra… no debe ser un bien de renta sino un instrumento de
producción y de trabajo. La tierra debe ser del que la trabaja y no del que vive consumiendo sin producir a
expensas del que la labora” (PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1952a, p. 11).
14
“Es necesario llegar ala reforma agraria por cualquier medio. En caso contrario llevaremos al país, a
corto plazo, a agrupar toda la población en las ciudades y nos vamos a comer los unos a los otros” (Luis
B. Cerrutti Costa, El Sindicalismo, Buenos Aires, Trafac, 1957, citado en LUNA, 1999, p. 174).
13
6
Ya en esos años iniciales, Perón va a articular tres cuestiones: la situación social
de los asalariados rurales, que la tierra esté al alcance de los que la trabajan y el
aumento de la producción agropecuaria, en oposición de los estancieros improductivos:
Tiene (el estanciero) 10, 5, 2 leguas de campo para hacerles producir una
insignificancia. Y eso lo puede hacer merced a que no le paga a los hombres que le
trabajan. Ese señor es el intermediario de la tierra. Pero la tierra no puede ser ya un
bien de renta en nuestro país. El que tenga tierra tiene que sacarle el jugo, porque
ella es la riqueza del Estado. El día que pueda ponerse la tierra al alcance de la
gente, se solucionará el problema. (Declaraciones en la Conferencia de Prensa del 17
de noviembre de 1944, por el Estatuto del Peón, PRESIDENCIA DE LA NACIÓN,
1952a, p. 10).
Esta fuerte presencia de la variante “confrontativa” del discurso agrarista de
Perón, no implica que ocasionalmente no hiciera uso de la variante “moralizante”. Así,
en el mencionado discurso en el CAN planteará el éxodo rural en términos de deserción
y elogiará la rusticidad, la frescura y lo sano de la labor campesina:
[el CAN dará la tierra] a todo aquel que quiera trabajarla, a fin de que ningún hijo de
chacarero se vea obligado a desertar de los campos, encandilado por las luces
engañosas de la ciudad, donde la lucha es áspera y sin las compensaciones
espirituales que proporciona la labor ruda pero fresca y sana del campesino
(PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1952a, p. 12).
Incluso en algunas ocasiones desplegará un discurso, no anti-industrialista, pero
sí de reinvidicación del campo como base de la economía nacional: “[el campo] es… el
que enriquece al país es el que lucha con su tierra para arrancarle la riqueza; los demás
aprovechamos todos de ese riqueza obtenida de la tierra” (Discurso al inaugurar el
Quinto Congreso Agrario Cooperativo, agosto 26 de 1946, PRESIDENCIA DE LA
NACIÓN, 1952a, p. 12.).
Frente a estas políticas que van minando el derecho absoluto de propiedad, la
Sociedad Rural Argentina encabezaba su férrea defensa. Desde las páginas de los
Anales, pero también en la prensa nacional (ver por ejemplo, La Prensa, 12 de Julio de
1943) intentaba equiparar la propiedad de la tierra con la de una fábrica y hasta con la
de una manta o del salario15, aunque en su argumentación tenía que reconocer que la
tierra no la había creado el dueño, lo que muestra indirectamente la fuerza con que
contaba la propuesta reformista16. Incluso se veía en la necesidad de rebatir el
razonamiento de que "los campos no deben ser de sus dueños sino de los que los toman
en arrendamiento, porque los primeros no trabajan en ellos", contraargumentando que
"con ese modo de plantear los asuntos, ¿quién se impondrá privaciones para ahorrar y
comprar tierras, si es más conveniente llegar a ser propietario de ellas mediante un
contrato de locación...?". Por último reconoce que, en ese caso, "la respuesta está lista:
que sea del Estado, para que la entregue en arrendamiento al que la trabaje", pero aclara
luego que esta propuesta fracasó en todo el mundo, y aquí con la enfiteusis rivadaviana
(Anales, 1945: T. II., 519-521).
En este contexto defensivo de los intereses terratenientes, incluso en La Chacra
tienen que aparecer cuestiones sociales. Así en diciembre de 1944 publica, sin mayores
comentarios, el Estatuto del Peón (p.62-63). Ya en agosto de 1945, publica una nota
15
"No ha sido incorporado a las legislaciones para comodidad y seguridad de los ricos, sino de todos. Es
idéntico el interés social en asegurar la propiedad de la fábrica y del salario del obrero..." (Anales, 1945:
T. II., 519-521).
16
"Todos los bienes del mundo que están en el comercio son igualmente respetables, porque todos han
sido adquiridos con frutos del trabajo y del ahorro, sin excluir la propiedad de la tierra, porque si el dueño
no la creó, creó los recursos pecuniarios con que compró su finca" (Anales, 1945: T. II., 519-521).
7
sobre la enfiteusis rivadaviana, en la que se habla de su actualización pero “para un
futuro aún muy lejano…” (GARCILASO, 1945).
Dos meses más tarde, si bien publica un reportaje a Ramón Cárcano, titulado
“En el fondo de toda alma argentina hay un estanciero” (La Chacra, octubre de 1945, p.
36) dedica dos de sus primeras páginas a la familia campesina. Este artículo,
denominado “Hay que evitar los éxodos rurales mejorando las condiciones de vida de la
familia campesina” (La Chacra, octubre de 1945, p. 6-7) constituye todo un síntoma de
que el agrarismo confrontativo ha adquirido especial relevancia en la tensa coyuntura de
la primavera de 1945. Por primera vez (y posiblemente por última) habrá en La Chacra
una crítica directa a los latifundios como causantes de los problemas de la familia
campesina, y se reclamará que se ponga en ejecución enérgicamente las disposiciones
del CAN con sus facultades de expropiación.
La línea más crítica hacia el accionar del gobierno se ubicará en el plano de la
comercialización de las cosechas y se convertirá luego en la punta de lanza de la crítica
al peronismo. Así, el artículo de Leo Rudni (1945) desplegará una critica el monopolio
estatal.
Durante 1946 aparecen en esta revista una serie de notas reivindicando la figura
de distintos trabajadores rurales (como nunca habían hecho en esta publicación). Las
notas se dedican al resero (GARCILASO, 1946a, p. 67), al criollo (GARCILASO,
1946b, p. 67) y a exaltar la colonización, pero con argentinos (GARCILASO, 1946c, p.
67): “hay que colonizar a la Argentina con argentinos, como primera medida”. Los tres
artículos contienen un tono claramente criollista, sin embargo, en el siguiente número
este autor publicará otro artículo elogiando al gringo (GARCILASO, 1946d, p. 67), “El
gringo: hombre nuevo de la pampa”, marzo 46, p. 67) En todos los casos nunca aparece
una crítica al latifundio.
En este contexto, algunas instituciones insistirán con un “agrarismo moralizante”
pero deberán cambiar sus posiciones ante las interpelaciones de sus propias “bases
agrarias”. Así es posible observarlo en los discursos que, en el marco de distintas
“asambleas agraria” convocadas por el Instituto Agrario Argentino (IAA), brindan sus
autoridades, incluso en la áspera coyuntura pre-electoral de los meses de enero y febrero
de 1946. Así Cornelio J. Viera,17 Director General del Instituto, luego de reseñar la
historia del paraje donde se hacía la primera asamblea, decía: “Esta propiedad pertenece
hoy a los señores Gasillón, quienes son mantenedores de su rancia nobleza agraria y de
su trascendente origen histórico.” y para finalizar agrega que “el Instituto Agrario
Argentino… desde tan magnífica tribuna hará oír su palabra de paz, de concordia, de
hermandad, de solidaridad para que se cumplan los propósitos enunciados en su carta
orgánica”, (IAA, 1946a, p. 30). De modo similar, Luis A. Falcone, vice-presidente del
Centro de Zona Mar del Plata del propio Instituto solo agregaba a la cuestión técnica, la
preocupación por “…superar en la medida que lo permitan los medios de acción, el
nivel cultural de la vida campesina”. Pero el discurso “moralizante” más claro estuvo a
cargo del vice-presidente del Instituto, Jaime Miguel Alazraqui Alonso, que insistió con
que “volver la mirada hacia el campo… es para todos… un sedante del alma. […] y el
hombre de la ciudad… se purifica de la contaminación urbana. (IAA, 1946a, p. 41). Tan
sólo incluirá, con un tono neutro y dentro de una serie de planteos de problemas como la
erosión, la calidad de las semillas, la distribución de la lecha sana, la remolacha
azucarera, los precios de los productos del campo, la proposición de “que el régimen de
la tierra no ha logrado aún el ordenamiento más adecuado para las condiciones de vida y
trabajo del agricultor argentino” (IAA; 1946a, p. 42).
17
Newton (1972, p. 417) lo describe como un integrante de la comisión directiva de la SRA entre 1922 y
1926. Hacendado y jurisconsulto que presidió el Banco Provincia, y fundó el Instituto Agrario Argentino.
8
Sin embargo, una vez abierto el “debate libre” en la asamblea, “en nombre de la
Sociedad Cooperativa de Horticultores de Mar del Plata”, uno de sus socios planteó el
peligro de una futura escasez de verduras, hortalizas y frutas “porque la continua
elevación del precio de los arrendamientos de las tierras dedicadas a tales cultivos,
terminaría por hacer prohibitivo su alquiler”.
De modo similar, en la asamblea agraria desarrollada en Dionisia (partido de
Necochea) el 17 de febrero de 1946, desde las autoridades se expresaron planteos
moralizantes o puramente técnicos (que incluso reconocían que abordaban “pequeños
grandes problemas”, lo que es posible interpretar como una indirecta crítica a los
“grandes problemas” agrarios que otros enunciadores del momento estaban planteando
en el plano político). Y nuevamente será desde el público que se “hizo referencia… al
problema del éxodo del trabajador rural, hacia la ciudad, destacando que el motivo era
principalmente que el campo no era trabajado por su propio dueño y que existía una
necesidad imperiosa de que se obligara a los poseedores de grandes extensiones a
subdividir sus tierras, las que expropiadas por el gobierno, debían adjudicarse a
pequeños chacareros y con grandes facilidades.” (Intervención de José Grottadaura,
IAA, 1946b, p. 29).
En la Asamblea de agrarios de Balcarce, del 31 de marzo de 1946, se repiten
discursos técnicos o moralistas y aunque es invitado el Ministro de Obras Públicas
bonaerense, sintomáticamente, su discurso es el único que no es transcripto, y sólo se
señala que destacó la “señal de que existe una inquietud agraria, que ya ha captado el
gobierno de la Revolución que estudia sus problemas y busca sus soluciones”. Sin
embargo, nuevamente, fue desde el público desde donde surgieron las demandas por la
tierra: “Se sucedieron las preguntas, consultas y problemas de toda índole, destacándose
entre todos, el que existe a lo largo de todo el país [ahora ya, al menos, se lo incluye en
la “Reseña” con un explícito reconocimiento de la extensividad de la demanda]: la falta
de tierra para el pequeño agricultor. Al respecto podemos sintetizar la gravedad de ese
problema, en las palabras de un viejo chacarero, que se levantó y dijo: ‘Yo quiero tierra
para que puedan trabajar mis hijos; la que tengo, es poca y no alcanza ni para
mantenerme yo. Pero no se puede arrendar más, porque los dueños de los campos
grandes, los tienen ocupados con hacienda’.” (IAA, 1946b, p. 55).
Pero, señal de que los tiempos habían cambiado en estos pocos meses, en la
misma “Reseña” de la asamblea (firmada por José E. Silvani Olivera, Secretario del
Centro de Zona Mar del Plata) se hace un reconocimiento de la cuestión en los
renglones que siguen a las intervenciones del público:
Esta es la realidad. Realidad triste para un país del que se ha dicho siempre que la
extensión de sus llanuras podrían poblarse para que el sueño de Alberdi fuera
posible. La Argentina de cien millones. ¡Cómo se podrá llegar a 100 millones de
habitantes, en un territorio dividido en inmensos latifundios y cuyos campos están
vedados al pequeño agricultor, que es el que puebla y el que hace producir mejor a
nuestra tierra ubérrima… pero es un problema que merece comentario aparte y que
será motivo de una nueva crónica (IAA, 1946b, pp. 55-56).
De hecho hacia mediados de 1946 el Instituto parece haber cambiado de
posición y se observa una recomposición de su Comisión Directiva. si bien su
presidente se mantiene, Agustín Silvani Gómez pasa a ser su vice-presidente, quien
unos meses antes era sólo un “colaborador honorario”. También desde este nivel
alcanza una vocalía titular Enrique Corominas, y, por su parte, Bernardino Horne
aparece en este mismo plano, sin siquiera haber sido “colaborador honorario” en la
anterior composición del Instituto. En consonancia con el nuevo contexto, en la
siguiente asamblea, celebrada en Mar del Plata el 26 de mayo de 1946, Enrique
9
Corominas, en nombre del Directorio Central, dicta una conferencia titulada “Hacia la
reforma agraria argentina”. En la misma señala que
…los trabajadores del campo, [están] convertidos en verdaderos proletarios de la
tierra [y que] lograr, que el trabajador rural, sea el propietario de la tierra que cultiva
o explota, es el más alto ideal en este problema reivindicatorio de los derechos de los
trabajadores de la tierra (COROMINAS, 1946, p. 88). Y señala que “la ley de
arrendamientos, puede ser un paso intermedio. Nunca la finalidad agraria argentina
[Al tiempo que reconocía que] la ley de colonización [ha sido] activada a su vez por
los principios transformadores de un gobierno revolucionario (COROMINAS, 1946,
p. 89).
[Y retoma elogiosamente al próximo canciller de Perón] …un calificado estudioso
de los problemas sociales, políticos y económicos del país, el doctor Juan Atilio
Bramuglia, quien destacó en la síntesis de un trabajo, que la colonización como la
línea directriz de la reforma agraria, convertiría en propietarios a quienes trabajaran
la tierra directamente (COROMINAS, 1946, p. 96).
[Y jerarquiza que frente a la reforma agraria] todos los otros problemas son
accesorios (COROMINAS, 1946, p. 98).
Unos días antes, el 22 de mayo de 1946, el Instituto le entregó al Presidente del
Banco Central, un “Plan para el ordenamiento agro-económico de la Nación”. En el
mismo, se planteaba la
Estabilidad del productor mediante: Colonización: a) Adaptación del a Ley 12.636 a
nuestra modalidad agrícola, b) Fondos para colonización, c) Tierras aptas para los
más capaces, y Arrendamiento: Régimen de estabilidad por arrendamiento y
aparcería, para el resto de los productores asegurándoles así su medio de trabajo
(IAA, 1946b, p. 115).
Al año siguiente, el Instituto dedicó una de sus “Reseñas” al “Análisis TécnicoJurídico de la Ley de Colonización n° 12.636” (IAA, 1947), con una conferencia de
Bernardino Horne, y otra de José Carlos Vidal. Además se transcriben los debates
posteriores a dichas conferencias.
Es evidente que los productores con sus claras demandas de intervención estatal
para acabar con el latifundio y sus problemas habían desbordado los ámbitos abiertos
por el Instituto, junto con la acción de agraristas de cuño más confrontativo.
3. El “agrarismo confrontativo” en su clímax
El discurso agrarista llegó a su punto máximo en los debates parlamentarios de
los años 1946 a 1948 en torno a la ley de colonización, las prórrogas de los arriendos, la
ley de expropiaciones y la sanción de una nueva ley de arrendamientos y aparcerías.
Más allá de algunos matices discursivos y, sobre todo, de un clima de fuertes choques
por las cuestiones más estrictamente políticas, llama la atención los amplios acuerdos
que se gestaron entre peronistas y radicales sobre las diversas cuestiones agrarias.
Así a poco de constituirse el Congreso Nacional, en agosto de 1946 el diputado
radical intransigente Luis Mac Kay presentó un proyecto de ley para reformar la
dinámica del Consejo Agrario Nacional, introduciendo modificaciones en la ley 12.636.
Las mismas se centraban en “establecer como única base de expropiación la valuación
fiscal de los mismos” para suprimir “los factores de especulación para la adquisición de
los grandes fundos” y en facilitar “a los agricultores la compra de los lotes sin más
exigencia económica que su actitud productiva” (Diario de Sesiones de la Cámara de
Diputados de la Nación [en adelante DSCD], 22 de Agosto de 1946, Tomo III, pp. 230231). Luego, el Poder Ejecutivo incluye el tema, a partir de este antecedente, en el
decreto de sesiones extraordinarias del mismo 1946 (DSCD, 8 de noviembre de 1946,
Tomo VI, p. 678). Y finalmente llegará al tratamiento en el plenario con dictamen
10
unánime de la Comisión de Legislación Agraria, y será votado en general casi por
unanimidad: 86 de los 87 diputados presentes (DSCD, 8 de noviembre de 1946, Tomo
VI, p. 678)..
Tan sólo se suscitarán diferencias en torno a la dependencia del Consejo
Agrario Nacional del Banco de la Nación (y no del Ministerio de Agricultura). Así
lo había estipulado el decreto del presidente Farrell el 24 de mayo de 1946, y el
oficialismo propuso, al momento de la votación en particular del artículo 81, que la
ley mantuviera la vigencia de este decreto. El radicalismo se opuso, pero el
peronismo logró sostenerlo en una votación nominal (61 a 37). Sin embargo, este
proyecto de ley nunca será abordado por el Senado de la Nación.
Mejor fortuna tuvieron las leyes tendientes a proteger la situación de los
arrendatarios y aparceros. Hasta tanto se aprobara la legislación definitiva, tanto los
diputados como los senadores votaron leyes que prolongaron las prórrogas de los
arriendos y de sus rebajas (leyes 12.842 de 1946, 12.890 y 12.995 de 1947 y 13.198
de 1948).
En relación con la ley de arrendamientos, el 23 de octubre de 1946, en el
marco del “Mensaje del Poder Ejecutivo acompañando el Plan de Realizaciones e
inversiones para el quinquenio 1947-1951 y los proyectos de ley que lo integran”, se
planteó en el Senado un proyecto de ley de Arrendamientos rurales y de aparcería
(Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores [en adelante DSCS], Tomo III, 1946,
pp. 155-160. El mismo fue aprobado por el Senado el 22 de enero de 1947 con sólo
pequeñas modificaciones introducidas por la Comisión Especial encargada del plan
quinquenal (DSCS, 22 de enero de 1947, Tomo V, 1946, pp. 13-30).
Luego al proyecto tendrá un trámite de más de un año en Diputados,
aprobándose recién el 3 de septiembre de 1948. Sin embargo, esta demora tendrá
como contrapartida la introducción de varias modificaciones, entre ellas la creación
de las Cámaras arbitrales, especificaciones más detalladas sobre la aparcería y un
nuevo préstamo que habilita al Banco Nación a brindar la totalidad del monto
destinado a la compra de la tierra arrendada por parte del arrendatario. El miembro
informante de la Comisión de la Comisión especial del Senado, Felipe Gómez del
Junco, hizo un claro elogio de las mejoras introducidas por Diputados y el Senado la
convirtió rápidamente en ley (que será promulgada como la ley 13.246) el 8 de
septiembre de 1948 (DSCS, Tomo II, 1948, pp. 1739-1752).18
En los debates que tuvieron lugar en torno a la sanción de estas leyes se
reconocía de modo constante la necesidad de ofrecer soluciones estructurales al
problema del acceso a la propiedad de la tierra, al tiempo que se abordaba una
legislación “transitoria” para hacer frente a la amenaza de los desalojos al irse
venciendo las sucesivas prórrogas de los contratos; una situación que Lázzaro (1993) ha
descripto como “la permanencia de lo transitorio” y que va a caracterizar el eje de la
política peronista para la cuestión agraria.
El agrarismo confrontativo será una constante en los discursos de los
parlamentarios peronistas. Así, por ejemplo, el presidente de la Comisión de
Legislación Agraria, el diputado justicialista Eduardo Antonio Raña, al fundamentar
el dictamen unánime de la comisión de Legislación Agraria sobre la reforma del
Consejo Agrario Nacional, realiza una dura crítica al accionar previo de dicho
organismo, y lo contrapone con la propuesta de Perón19:
18
Un análisis de los avances de la ley en Lázzaro (2007, pp. 12-14).
En sintonía con la propuesta de Mac Kay, Perón, el 26 de agosto de 1946, al inaugurar el Quinto
Congreso Agrario Cooperativo, planteará que “La ley 12.636, de creación del Consejo Agrario Nacional,
19
11
“¿Pueden el actual Poder Ejecutivo de la Nación, que ha expresado por la
autorizada opinión de su primer magistrado, que la tierra debe ser del que la
trabaje, y este Honorable Congreso, contemplar impasibles la subsistencia de
una ley que, en el término de tres años de aplicación, ha conseguido la irrisoria
ubicación de solamente 298 productores?”
Y afirma que con la nueva legislación hará “realizable en el plazo más breve
posible, la radicación en la tierra que trabajan de, por lo menos, 1 00.000
agricultores.” (DSCD, 18 de diciembre de 1946, Tomo VIII, p. 832).
El mismo diputado Raña, en el debate sobre una de las prórrogas a los
arriendos, hará una defensa de la figura de los arrendatarios, como “verdaderos
forjadores de la riqueza”, y “signo y orgullo de la argentinidad”, que, “mientras
llegan” “las leyes vitales para su mejoramiento”, es necesario que no queden como
“hombres desamparados sobre las ricas tierras argentinas” (DSCD, 23 de Agosto de
1946, Tomo III, p. 353).
Será el senador justicialista Gómez del Junco quien mejor puntualice en el
debate sobre la ley de arrendamientos en el Senado, las situaciones de amenaza de
desalojo que pendían sobre los colonos arrendatarios, brindado cifras de los
arrendatarios amenazados con la expulsión en cada una de las provincias (DSCS, 22
de enero de 1947, Tomo V, 1946, pp. 21).
Más adelante, en el debate sobre la ley de arrendamientos, el diputado
oficialista Ernesto Carreras afirmará que es “una obligación a cargo del Estado la da
proveer de tierra al que se encuentre en tal situación”. Aunque también sostendrá que el
“legítimo de protección el derecho del pequeño propietario de una unidad económica”,
tanto “como el del arrendatario que actualmente, trabajando con su familia, lo hace en
beneficio de la economía nacional. La solución justa será, en consecuencia, la que
represente una solución para esos dos legítimos derechos, y es precisamente lo que
nosotros procuramos con las disposiciones de la presente ley.” (DSCD, 3 de septiembre
de 1948, Tomo IV, p. 3476).
Retomando ciertas promesas de Perón durante el año 1945, también los
asalariados rurales reclamarán el acceso a la propiedad de la tierra. Así, la Federación
Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores fijaba en sus estatutos (1947) que
propendería a la concreción de una amplia reforma agraria que permitiese transformar a
los obreros rurales y estibadores en dueños de la tierra que trabajaban, fomentando la
creación de colonias agrícolas y explotación de latifundios en forma colectiva por sus
afiliados (LUPARIA, 1973: 198).
Un tanto sorprendentemente vamos a encontrar que esta idea de que también los peones
tienen derecho al acceso a la propiedad de la tierra estará presente en un artículo
publicado en la Revista de Economía Argentina (ahora ya mucho más cercana al
gobierno):
“No se trata solamente de dar la propiedad de la tierra o facilitar el acceso a ella a
los 170.000 arrendatarios y aparceros que existen en el país. También debe encararse
el problema de conceder la propiedad de una parcela de tierra a todos los demás
jefes de familia que trabajan en el campo, sin haber podido tener la suerte, todavía,
de ser arrendatarios o aparceros. No me refiero solamente a los puesteros de las
estancias, sino a los peones y a los demás asalariados rurales.” (GARCÍA MATA,
1949, p. 289).
he debido abandonarla porque no puede ser una solución…. Hay que buscar, por lo tanto, otra forma de
financiación para la obtención de la tierra y trabajar desde otra dirección para que vuelva a su valor real.
Ya no se puede comprar a precios determinados por una inflación accidental” (PRESIDENCIA DE LA
NACIÓN, 1952a, p. 13).
12
El radicalismo también irá radicalizando su discurso sobre la cuestión agraria a
medida que los intransigentes vayan hegemonizando la línea política del partido. En los
años treinta el radicalismo no había sido ajeno al avance del agrarismo, y los artículos
de la revista Hechos e Ideas muestran esta situación. Incluso los sectores más
moderados habían compartido, aunque sea parcialmente, la propuesta agrarista. Así
encontramos que el gobierno del radical antipersonalista de Luis L Etchevehere, tuvo
como ministro de Hacienda a Bernardino C. Horne, quien entonces promovió una ley de
transformación agraria en dicha provincia (ver detalles en HORNE, 1937, pp. 43-106).
También en la provincia de Córdoba, gobernada por el radicalismo sabbatinista, se
impulsaron nuevas políticas de colonización.
Por su parte, la Intransigencia radical irá construyendo un nuevo discurso radical
combinando “elementos que procedían del nebuloso humanitarismo espiritualista de
Yrigoyen, del antiimperialismo de inspiración aprista (…) y de la izquierda del
laborismo inglés” (ALTAMIRANO, 2001: 43). Durante los dos primeros años del
gobierno peronista, la Cámara de Diputados fue el centro de la argumentación política y
el sector intransigente de la UCR aprovechó los debates parlamentarios para afianzar su
liderazgo ideológico dentro de su partido (GARCÍA SEBASTIANI, 2005). En este
sentido sus propuestas guardaban muchos puntos de contacto con las del oficialismo y,
en el caso agrario, votará muchas leyes en forma coincidente con el peronismo, aunque
siempre buscará ubicarse a su izquierda reclamando por soluciones de fondo. Así, en
1946, cuando el primer debate acerca de las prórrogas de los arrendamientos, el
diputado Mac Kay sostendrá que
…vivimos de prórroga en prórroga, sin haberse afrontado de una vez por todas la ley
orgánica y definitiva que contemple con espíritu de justicia social y de valoramiento
económico y humano la situación de los agrarios sin tierra, que viven con la
amenaza constante del desahucio, cuando no peregrinando por los caminos en
demanda de tierras, de la tierra que fecundan con su esfuerzo, de la tierra que
enriquecen con sus frutos, acrecentando las fuentes vitales del país. (DSCD, 23 de
agosto de 1946, T. III, p. 353).
Y luego, a comienzos de 1948, en ocasión del debate sobre prórroga de
arrendamientos, Mac Kay aprovechó para criticar la falta de una “auténtica
colonización”. Y a mediados de dicho año, el mismo diputado, cuando se debata la ley
de arrendamientos y aparcerías en 1948, va a ser nuevamente un duro crítico de la falta
de una política más decidida de colonización (DSCD, 3 de septiembre de 1948, Tomo
IV, pp. 3453-3464). En esta ocasión calificará al arrendamiento como “una aberración
social”, que podría llegar a considerarse como “mal transitorio”, pero no como un “mal
menor”. Y criticará abiertamente lo que él interpretaba como una inflexión en el
oficialismo: “digo esto, impresionado, porque hay gente que pertenece a un movimiento
que dice ser revolucionario y cree que ésta os la ley fundamental para el agro
argentino…”. Y también aprovechará para criticar que el Senado no haya tratado el
proyecto de ley agraria que saliera con aprobación unánime de Diputados y vincula su
actitud con una defección en la política colonizadora por parte del peronismo:
… el Senado prefiere las lentas y onerosas indemnizaciones que practica el Banco de
la Nación Argentina que, comprando a precios inflatorios, coloca los lotes a precios
carísimo y repito sin sujeción a planes racionales. ¿A qué obedece esta actitud del
Senado de la Nación, que se dice de la revolución y ampara con su obstrucción a la
oligarquía terrateniente? Pero no sólo es el Senado. Parece que fuera el régimen
peronista en todas sus esferas el que practica esta política negativa de colonización.”
(DSCD, 3 de septiembre de 1948, Tomo III, pp. 3453-3464).
Y cada vez que se votan prórrogas de los arriendos o la propia ley de
arrendamientos, los oradores radicales harán la salvedad de que las apoyan como meros
13
paliativos. Así Mac Kay dirá, por ejemplo, que “…obligados por las circunstancias
expuestas estamos de acuerdo, en general, con este régimen de excepciones” (DSCD, 3
de septiembre de 1948, Tomo III, p. 3463).
Pero, más allá de estas críticas, se observa que sobre la cuestión agraria los
discursos de peronistas y radicales presentan una fuerte afinidad, ahincados casi todos
en lo que hemos denominado como “agrarismo confrontativo”. Muestra de la
coincidencia ideológica sobre las cuestiones agrarias son los varios despachos
unificados de la comisión de Legislación Agraria, e incluso que sean retomados por la
bancada oficialista los proyectos presentados por los radicales y haciendo expreso
reconocimiento de esta situación. También desde el Poder Ejecutivo se hará amplia
difusión a la unanimidad lograda en la ley de arrendamientos (EMERY, 1951). Esta
coincidencia también es celebrada, en ocasiones, por el radicalismo. Así Zavala Ortíz
fundamentando el voto a esta misma ley dirá que
En definitiva, señor presidente, el bloque de la Unión Cívica Radical vota con
inmensa complacencia la ley de arrendamientos rústicos, deseando que ella sea
corregida y ampliada dentro de los lineamientos que los señores diputados Mac Kay,
Maineri, Rudi y el que habla, ya hemos formulado (DSCD, 3 de septiembre de 1948,
Tomo IV, p. 3484).
Estas coincidencias no obstan para que dentro del discurso radical intransigente
se introduzcan, con bastante oportunismo, elementos del “agrarismo anti-industrialista”.
Así en el discurso de Mac Kay no sólo aparece un agrarismo “confrontativo”, sino que
también encontramos un agrarismo “antiindustrialista”:
“...¿A qué obedece el desequilibrio que acusa una exorbitante despoblación rural
cuando precisamente debía operarse su radicación y florecimiento en razón del
mayor valor de la producción? Lo diré sencillamente y en pocas palabras: a que a un
país eminentemente agropecuario se lo ha querido transformar bruscamente en
industrial, a expensas del campo y del esfuerzo de los productores; en vez de
mantener el necesario equilibrio de la balanza, para levantar el platillo de la industria
protegida se han cargado todas las pesas sobre el platillo de la producción
agropecuaria….
Así han proliferado las industrias especializadas, absorbiendo los brazos de la
campaña, cada día más desierta. Estamos de acuerdo y auspiciamos fervorosamente
una transformación industrial del país, pero no de espaldas al campo, ni siquiera en
acción paralela, como se ha dicho en este recinto, sino en base a la producción
agropecuaria, pues en caso omiso no será posible industria alguna efectiva y próspera.” [agregando una crítica a los bajos precios pagados por el IAPI] (DSCD, 3 de
septiembre de 1948, p. 3457).
Este tipo de críticas, centradas especialmente en los precios y el IAPI, también la
encontramos en La Chacra.20 Críticas que serán respondidas desde el peronismo con un
discurso que tenderá a proponer la “armonía” entre el campo y la industria.
Pero más allá de estos puntos de fricción, en realidad más bien asombran las
coincidencias en los planteos estructurales que tenían la mayoría de los radicales y los
peronistas que comprendía, a veces, a los diputados conservadores.
“Se torna más grave la situación del agro”, abril de 1947 (en el que se afirma que “El agro argentino
está viviendo una de las épocas de mayor inquietud y sobresalto, debido a la disconformidad manifestada
por los agricultores respecto a los precios para la comercialización de la cosecha fijados por el Estado”); y
“Se protesta el precio fijado a los cereales. La confederación de asociaciones rurales se refiere a la actitud
del Estado como único comprador”, La Chacra, enero de 1948, p. 12.
20
14
Así, por ejemplo, el diputado conservador Reynaldo Pastor, del partido
demócrata nacional, acompañó la sanción de la ley de arrendamientos, argumentando
que es un proyecto “de neta tendencia liberal” y realizada “por hombres más
comprensivos de los problemas del campo argentino, que han vivido en contacto con
esos problemas y que han puesto, por sobre todos los intereses, la pasión del bien
público, a fin de dar al país una magnífica ley de arrendamientos rurales y de aparcería.”
Él mismo había “tenido el honor de compartir modestamente esas tareas, porque la
comisión me distinguió invitándome a sus deliberaciones.” (DSCD, 3 de septiembre de
1948, Tomo IV, p. 3465)
Se observa un cambio de actitud frente al anterior debate de las prórrogas de los
arriendos en el que había argumentado argumentando que “todo lo que sea una
restricción excesiva al derecho del propietario para disponer de sus bienes y realizar
todos los actos que considere convenientes para el mejor uso de esos bienes —sin
olvidarse ni despreciar, por cierto, los intereses generales— importa un llamado de
atención para los futuros propietarios, para los actuales agricultores, a quienes se les
dice indirectamente que mañana, cuando ellos sean los propietarios de esos pequeños
predios, serán quienes sufrirán las consecuencias de la situación que ahora se crea, y
sufrirán todas las restricciones que hoy se imponen a los actuales propietarios de la
tierra?” (DSCD, 1948, Tomo I, p. 292).
Regresando a las líneas de confrontación, éstas se centrarán en cuestiones más
estrictamente políticas. Así, por ejemplo, Vítolo a pesar de coincidir con los postulados
de la ley de expropiación presentada por el peronismo, y que votará a favor como toda
su bancada, intentará “despegarse” políticamente cerrando su discurso manifestando
que:
Para que esta ley sea un instrumento que quiebre el latifundio y promueva la
subdivisión de las tierras de trabajo: para que esta ley realice la gran reforma agraria,
impulse el adelanto y logre la felicidad del pueblo, será menester el ejercicio de un
gobierno limpiamente democrático: publicidad en los actos, responsabilidad en los
funcionarios, contralor del Poder Legislativo. Así podrá realizarse, en una verdadera
democracia, esta clase de empresas y estas obras de aliento. Lo que no podrá servir
nunca es el concepto de la utilidad y del perfeccionamiento social para establecer los
cimientos de la dictadura.
Nosotros queremos una política social que no vaya a desembocar en Hitler,
Mussolini o Franco; queremos el perfeccionamiento social, el progreso y el bienestar
a través del mantenimiento integral de todos los derechos del pueblo.
Así, en un ambiente de justicia y libertad, hemos de lograr una Argentina más
próspera y feliz. (DSCD, 2 y 3 de septiembre de 1948, Tomo IV, pp. 3361-3362).
En relación con la disputa ideológica al interior de la UCR, la cuestión agraria
será uno de los puntos nodales de diferenciación y debate. Estas posiciones distantes se
pueden observar en el debate sobre la ley de expropiaciones, en agosto de 1948. En el
mismo, el diputado radical intransigente Vítolo recordó la plataforma electoral radical
en la que se proponía una “reforma agraria inmediata y profunda que coloque la tierra,
que no debe ser una mercancía, al servicio de la sociedad y del trabajo”. Y, más allá de
sus críticas al régimen peronista que ya reseñamos, compartirá los fundamentos
ideológicos del proyecto oficialista (DSCD, 2 y 3 de septiembre de 1948, Tomo IV, p.
3358)..
En cambio el diputado cordobés Mauricio Yadarola21 hará una defensa del
liberalismo económico distinguiendo “la concepción liberal o de la concepción
21
Viejo dirigente del radicalismo, presidente electo de la UCR de Córdoba antes de 1943 (GARCÍA
SEBASTIANI, 2005: pp. 57-58).
15
totalitaria de la organización política y social del Estado.” (DSCD, 2 y 3 de septiembre
de 1948, Tomo IV, p. 3381). Ante lo que será interrumpido por el diputado peronista
Díaz de Vivar, señalándole que “esa no fue la tesis del señor diputado Vítolo”. Pero
Yadarola no le contestará y concluirá su discurso insistiendo en que “la concepción
radical del Estado es la concepción liberal que hace del gobierno un medio para hacer la
felicidad del pueblo” (DSCD, 2 y 3 de septiembre de 1948, Tomo IV, p. 3386).
La crítica del radicalismo intransigente no tuvo reparos en manifestar pública y
expresamente sus diferencias contra las posiciones sobre política agraria que sostenían
los sectores unionistas. Como el ex-gobernador de Entre Ríos y ex-presidente del
Comité Nacional de la UCR, Eduardo Laurencena. Así lo vemos en el libro del
diputado provincial bonaerense José Liceaga (1950), cuya razón medular, en las
propias palabras del autor, es “decir a los radicales, decir a todos los argentinos que el
Dr. Laurencena y todo el conservatismo que está detrás de él, se equivocan y que es
necesario encaminar al radicalismo por sendas que son muy distintas a las que él
indica” (13). Sin embargo, reconoce que
el Dr. Laurencena es indudablemente la expresión del pensamiento de un buen
número de argentinos y su posición conservadora se afianza en el respaldo de
muchos que están con él, no por posiciones políticas, o intereses económicos, sino
por convicciones ideológicas.
Es la expresión de una fuerza conservadora dentro del país. Es también la expresión
de esa fuerza dentro del radicalismo.
Un numeroso grupo, la mayoría del radicalismo (así lo ha demostrado el resultado
de comisiones internas y la Convención Nacional) disentimos fundamentalmente
con respecto a su pensamiento.
El se afianza en el pasado; nosotros tenemos puestas nuestras esperanzas en el
porvenir (LICEAGA, 1950, pp. 115-116).
Las diferencias internas en el radicalismo también se convirtieron en algunos
casos en rupturas con el partido e incorporación al oficialismo. En el caso de los
especialistas en temas agrarios, el caso más destacado fue el de Bernardino Horne.22
Horne, desde el Instituto Agrario Argentino, frente al llamado a la Convención
Constituyente, retomarásu propuesta de 1938 sugiere que "las tierras baldías u ociosas
que no fueren trabajadas por sus dueños durante un período de diez años, pasarán al
dominio de la Nación” (HORNE, 1948).
Tampoco faltarán en el Congreso propuestas aún más extremas que las que se
aprobaron. Así un diputado oficialista (Amado J. Curchod), presentó un proyecto de ley
que hubiera dejado sujeta a expropiación toda la tierra ocupada por arrendatarios o
aparceros que trabajan directamente la tierra, si los propietarios se negaren a enajenar o
cuando exigieren un precio superior al fijado por la Dirección de Arrendamientos. Para
lo cual, el comprador será parte en el juicio, coadyuvante con el ministerio público
(DSCD, 1948, Tomo I, pp. 128-131).
De similar modo, los ya opositores senadores laboristas Cipriano Reyes y Carlos
Gustavo a comienzos de 1947 presentaron un proyecto proponiendo que “el colono que
hubiere cumplido diez años trabajando una misma fracción de tierra como arrendatario
o subarrendatario, adquiere el derecho de comprarla”. Además proponía que el Banco
22
Además de impulsor de la ley 12.636 como diputado nacional radical en 1940, él había sido presidente
de la Asamblea General del Movimiento de Intransigencia y Renovación radical en enero de 1947. Pero a
comienzos de 1948, junto con otros radicales como Farías Gómez, Gabriel Kairuz, Antonio Lilué y
Homero Manzione (conocido popularmente como Homero Manzi) tuvo una entrevista con Perón, y
constituyeron en octubre de ese año el Movimiento Radical Revolucionario y fueron expulsados de la
UCR (GARCÍA SEBASTIANI, 2005, pp. 88-89).
16
de la Nación tomara a su cargo la operación, efectuando su pago al cortado y
procediendo a abrir un crédito amortizable con el 10% de las utilidades anuales que el
campo le produzca (DSCS, 1946, Tomo VI, p. 482).
Incluso espacios relativamente más académicos serán permeables al “agrarismo
confrontativo”. Ya vimos el cambio de actitud del Instituto Agrario Argentino. Algo
similar ocurrirá con la Revista de Economía Argentina. Allí, en julio de 1947, Oscar E.
Cocca (1947) abordará la cuestión del latifundio desde la óptica de la doctrina social
católica. En el mismo encontramos, en primer lugar, una crítica absoluta contra el
latifundio improductivo: “Es evidente que aquí la propiedad no sólo no lleva sus fines
sociales sino que es, precisamente, nociva a la sociedad misma, por cuanto significa una
flagrante violación del concepto de bien común, fin inmediato de toda sociedad [...]De
donde nace no sólo la facultad sino también el deber del Estado de subdividirlos.”
Pero también señala que según la doctrina social católica,
el Estado puede ... subdividir –en forma razonable y teniendo como punto de mira el
bien de la colectividad- aun el latifundio productivo” pues “de su subdivisión se
seguiría la independencia económica de un mayor número de personas, mayores
beneficios, más y mejor producción y el afianzamiento en la tierra de un número
más numeroso de familias, con lo que iría desapareciendo ‘el proletariado agrícola’;
por lo que tanto clamaran León XIII, Pío XI y Pío XII (COCCA, 1947, p. 190).
Dos años más tarde, en el ya mencionado artículo de García Mata (1949), que es
la transcripción de una conferencia en un ciclo auspiciado por la Corporación de
Economistas Católicos, se sostuvo que “la orientación [que] debe tener la legislación
sobre arrendamientos” es la misma que busca suprimir “los abusos que en el régimen
capitalista son usuales, del patrón sobre los obreros”: “evitar los abusos y facilitar la
elevación de la vida social hasta la propiedad de la tierra”. Es por ello que
“el Estado debe facilitar a todos los desposeídos el acceso a la tierra, cuando exista
capacidad y deseo para ello. Si el Estado no dispone de tierras fiscales, para cumplir
con esta función deberá expropiar tierras a los particulares que las tengan en
superficies mayores que la que pueden trabajar personalmente con sus familias.”
(GARCÍA MATA, 1949, p. 288) [criterio por demás radical para definir los campos
expropiables].
Este punto cúlmine del discurso “agrarista confrontativo” de los años 1946, 1947
y 1948 será acompañado por el momento más activo de las políticas colonizadoras, que
incluirán numerosas expropiaciones de latifundios en la región pampeana. Así mismo,
pro primera vez en la historia argentina, los arrendatarios y aparceros contarán con
diputados y senadores, nacionales y provinciales, que serán receptivos de sus demandas
por protección frente a los terratenientes y que harán suyos sus pedidos de expropiación
y colonización (ver ejemplos en Blanco, 2001).
Frente a este agrarismo triunfante, serán pocas las voces disonantes que se
alzarán en la esfera pública. Entre las posiciones que defendieron parcialmente al
latifundio podemos mencionar un artículo de Mauricio Bunge publicado en la misma
Revista de Economía Argentina.23 Allí se afirma que “los latifundios... forman una
ruedita en el mecanismo económico del país y sería aventurado destrozarlos sin
reemplazarlos por algo mejor” (BUNGE, 1947a, p. 115). Además diferencia a los
“...latifundios cuyos dueños se ocupan personalmente de su estancia, consagrando la
mayor parte de su tiempo y esfuerzos al mejoramiento de su campo y de sus haciendas”
(115), y que no habría que subdividir. Y a “los otros latifundios cuyos dueños son
23
Mauricio era hijo del fallecido Alejandro Bunge y director de varias sociedades anónimas
(PANTALEÓN, 2004, p. 184).
17
anónimos y múltiples. Estos latifundios son explotados con sumo rigor egoísta...”, son
los “cobradores de dividendos”, que introdujeron en el campo “la lucha abierta entre el
capital y el trabajo, con enorme perjuicio para ambas partes.” (118). Estos sí son “un
latifundio nocivo, indisculpable” y aconseja subdividirlos. Aunque, de todos modos,
sostiene que “no conviene, sin embargo, subdividir los latifundios enteros. Hay que
reservar una parte prudencial a la explotación ganadera en gran escala, tan
imprescindible para la Argentina como la agricultura” (115). Para lo cual propone que
se subdivide la mitad del latifundio, y se conforme una cooperativa no sólo entre los
colonos, sino también con el dueño del campo, quien tendría un voto, equivalente a todo
el conjunto de los colonos (BUNGE, 1947a). Aunque aclara que “siendo los
latifundistas de por sí reacios a toda intervención del Estado, corresponde ejercer sobre
ellos una ‘suave presión’ [de tipo fiscal]...” (BUNGE, 1947b). Pero también aclara que
tampoco conviene acelerar un proceso de estas características, pues no habría demanda
de tierras suficientes por parte de los agricultores..
Por otra parte, en La Chacra encontramos algunas notas críticas a las
expropiaciones.24 En esta revista en enero de 1948 se publica un artículo que pone
en cuestión la idea de que lo mejor es “la tierra para quien la trabaja”, argumenta ndo
que lo es frente al latifundio, pero no para la colonización, que es indiferente si se da
en propiedad o en arriendo, lo importante es la productividad (SCHNEIDER, 1948).
Sin embargo, unos meses más tarde la misma revista La Chacra parece haberse
“abierto” a los nuevos vientos justicialistas. En julio de 1948 dedica gran parte de su
número (como nunca había hecho antes con ningún tema) a describir laudatoriamente la
política agraria del gobernador Mercante. Se incluyen los siguientes artículos “La
política agraria en la provincia de Buenos Aires” (con foto y breve nota de
Mercante, p. 182); “La renta de la tierra no beneficia a la sociedad” (reportaje al
ministro de Hacienda, López Francés, quien en un copete declara que “La reducción
progresiva del latifundio aumentará nuestra producción agrícola”, pp. 183-184);
“Inició el gobierno bonaerense las nuevas normas impositivas” (p. 185), y por
último “Apoya a las industrias del agro el Banco de la Provincia de Buenos Aires”
(con reportaje a Arturo Jauretche, pp. 186-187). Unos meses más tarde, en el número
de octubre de 1948, describe el acto del día del Agricultor con fotos de Perón y de
Eva Perón.
4. Brusca desaceleración del impulso colonizador
En el mismo momento en que el discurso del “agrarismo confrontativo” llegaba
a su clímax en términos de radicalidad y de lograr silenciar a los discursos que se
contraponían al mismo, iba a interrumpirse el auge del proceso colonizador. El 27 de
octubre de 1948 se sancionó el Decreto 33.425 en el que se establecieron las primeras
medidas tendientes a combatir la inflación. En el mismo se determinaba que las
reparticiones descentralizadas no iniciarían nuevos juicios de expropiaciones de
campos, tierras y/o inmuebles (LATTUADA, 1986: 136). Y en 1952 se especificó en el
Segundo Plan Quinquenal que se debía
EN MATERIA DE EXPROPIACIONES Y OTRAS FORMAS DE
INTERVENCIÓN ESTATAL
a) Reducir al mínimo indispensable las expropiaciones por causa de utilidad
pública y que en todos los casos sean sancionados por el Congreso.
“La expropiación debe hacerse con justicia”, La chacra, agosto de 1947, pp. 24-25; “¿Cómo será
distribuida la tierra a los chacareros?” La chacra, septiembre de 1947, pp. 12-13, y “La forma de
enajenación no resultaría equitativa”, La chacra, diciembre de 1947, pp. 16-17 (en este último se critica la
posibilidad que las expropiaciones se efectúen en base a la valuación fiscal de los campos).
24
18
b) Recomendar suma prudencia en la presentación al Congreso Nacional y
Legislaturas Provinciales de proyectos que tiendan a cercenar o limitar
arbitrariamente la propiedad.
c) Evitar el establecimiento de controles y restricciones que afecten las
inversiones de largo aliento y que contribuyan a alterar las bases económicas que
determinaron la realización de las mismas en beneficio del país (PRESIDENCIA DE
LA NACIÓN, 1952b, pp. 23-24).
Más adelante, en 1954, se dictará una nueva ley de colonización (n° 14.392) que
brindará mayores garantías a los terratenientes que la ley 12.636 pues, entre otras cosas,
requería una ley de expropiación para cada caso específico (LATTUADA, 2002, p. 9).
Este giro que se aleja del “agrarismo confrontativo” no sería completamente
novedoso. Ya en 1946, terminada la etapa de la campaña electoral, Farrell decretó que
el Consejo Agrario se convirtiese en una simple dependencia del Banco de la Nación
Argentina (Decreto Ley 14.959 del 24 de mayo de 1946), produciéndose la renuncia de
Molinari, al tiempo que se conocía el nombre del futuro Ministro de Agricultura, Juan
Carlos Picazo Elordy, miembro de la Sociedad Rural Argentina (LATTUADA, 1986:
61-62).
Lo cierto es que en el discurso de Perón va a cobrar creciente importancia la
preocupación por lograr un aumento en la productividad del campo argentino: “Hace ya
cuatro años, yo dije que el lema del país es: Producir, producir y producir. Porque
consumimos, consumimos y consumimos” (Discurso ante una delegación de agrarios de
Buenos Aires, 23 de febrero de 1950, PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1952a, p. 26).
Ya el 20 de septiembre de 1949 insistía en que “Debemos hacer que todos en el campo
sepan que queremos producir más” ante “los delegados de cooperativas agrarias que lo
visitaron en su despacho de la Casa Rosada” (Mundo Agrario, año 1, n° 5, pp. 4-5). Y
luego, en julio de 1950, apelará, ante los delegados cooperativistas agrarios de la
provincia de Buenos Aires, a una imagen muy gráfica: “no se olviden este año de poner
en la puerta de entrada de cada chacra un cartelito que diga: ‘Producir, producir y
producir’.” (PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1952a, p. 44).25
Y la preocupación productivista irá girando hasta tener una posición contraria a
todo lo que pudiera llevar intranquilidad a los propietarios. Así Perón en su discurso a
los agricultores del 11 de junio de 1953 afirmará que “si se hacen producir a veinte o
cincuenta mil hectáreas y se le saca a la tierra una gran riqueza ¿cómo la vamos a
dividir?” [...] “Si hay algún sector de la actividad nacional que necesita de seguridad y
tranquilidad para producir, es precisamente el campo”. 26
La SRA saludó estos cambios en el discurso y en la práctica:
“ [sobre la colonización]... varios de estos principios han sido comentados y
ampliados por el Primer Magistrado en su disertación del 11 de junio a los
agricultores, quien destacó el modo totalmente pacífico en que se opera la reforma
agraria en nuestro país, así como el espíritu de justicia que regirá cualquier
expropiación que haya que llevar a cabo. Señaló, por otra parte, el error de
apreciación en que se incurre cuando se aconseja dividir explotaciones extensas por
el mero hecho de que pertenezcan a un solo propietario, división que por tratarse de
predios productivos se traduciría en perjuicios económicos.
Mucho nos complace poder manifestar que los lineamientos de la política oficial en
esta materia coinciden totalmente con los principios fundamentales a que venimos
ajustando nuestra labor en los últimos años, y que hemos creído conveniente
declarar públicamente a fines de mayo último” (SRA, 1953, pp. 26-27).
25
Sin embargo esta preocupación ya estaba en 1946, aunque no dirigida específicamente hacia el agro:
“la consigna del momento: ¡producir! ¡producir! ¡producir!. (4 de octubre de 1946, en PERÓN, 2005, p.
134).
26
Citado en Lattuada (1986: 146-154)
19
El discurso de Perón tendrá no sólo esta modulación productivista, sino que
ampliarán su significación las variantes “moralizantes” del agrarismo, junto con nuevas
modulaciones “criollistas” y propositivas de la armonía “rural-urbana”, como ejes de
sus campañas de propaganda hacia los sectores rurales.27 Perón insistirá en su capacidad
para “sentir la tierra…”, pues “he nacido en una estancia, me he criado en una
estancia…” (Discurso en San Antonio de Areco, 12 de noviembre de 1949,
PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1952a, p. 23). En la introducción al pequeño libro
Perón y el campo de alrededor de 1950, cita un texto en el que Perón había afirmado
que “siempre he sostenido que la riqueza del país proviene de la tierra, y que los hombre
que trabajan en el campo son la reserva moral de la Nación, porque son hombres
honrados y de pensamiento limpio como el aire que respiran” (PRESIDENCIA DE LA
NACIÓN, 1950a). En el mismo ejemplar, una de las páginas busca articular la unión
con la tierra, con el acceso a la propiedad que habría logrado gracias a Perón. Con el
título “Amor por la tierra”, se conjuga una foto de una casa en el campo, con un texto al
pie que declara: “Expresión de su prosperidad, la casa propia levantada por el hombre
de campo simboliza su perdurable unión con la tierra que trabaja, que ya nadie podrá
arrebatarle” (PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1950a).
Como se ve no es una mera apelación moralizante, sino que se articula con la
cuestión de la propiedad de la tierra y, en otros casos, con el nacionalismo económico.
Así, en esta misma publicación, varias páginas están dedicadas a “la independencia
económica”, los “rieles argentinos”, las “proas de la Patria”, y demás referencias a las
nacionalizaciones (PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1950a).
Del mismo modo, en el mencionado discurso en San Antonio de Areco del 12 de
noviembre de 1949 afirmaba que
De nada valen los trigales; de nada valen los maizales ni las riquezas de nuestra
tierra si no han de ser nuestras; si no las hemos de explotar nosotros y si no hemos
de ganar con ello el orgullo de decir que defendemos, más que la riqueza material,
nuestra dignidad de argentinos (PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1952a, pp. 2324).
Y en el Mensaje de la Victoria, al inaugurar el 85° período ordinario de sesiones
del Congreso Nacional, 1° de mayo de 1951 sostendrá que
En 1950 todo el largo proceso ha quedado en nuestras manos y lo único foráneo que
resta del ciclo de nuestra riqueza agropecuaria son los consumidores extranjeros,
derecho que otorgamos cuando nos pagan lo que es justo y recién después que los
hogares argentinos han sido bien cubiertos” (PRESIDENCIA DE LA NACIÓN,
1952a, pp. 32).28
Pero la más clara utilización del criollismo que se ha incorporado al discurso
peronista es el cierre del mencionado librito, cuando retomando las estrofas del Martín
Fierro, le agrega un remate “peronista” por si no había quedado claro el sentido de
todas las páginas con sus fotografías y textos explicativos, los retratos de Perón y Evita
ubicados en las primeras páginas y el propio formato de la obra que reproduce el escudo
27
Vemos así por ejemplo en la publicación con fotografías dedicada a promocionar la labor de Perón en
relación con el campo que una página se titula “Armonía de intereses”, cuya foto muestra una industria de
hilado y su texto explica que “el proceso de industrialización estimulado por el Gobierno de Perón
vinculó los intereses de los industriales y de los hombres de campo, pues ofreció a unos abundante
materia prima y a los otros la certeza de valorizar su producción” (PRESIDENCIA DE LA NACIÓN,
1950a).
28
Más adelante, ante la crisis de la balanza de pagos, el peronismo abandonará esta postura de defensor
del consumo nacional y propondrá “crear un estado de conciencia popular de austeridad en los consumos,
para aumentar los saldos exportables, como medio de consolidar las conquistas logradas”
(PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1952b).
20
peronista. Así el librito termina con los siguientes versos y el dibujo de un paisano en la
tranquera con un amanecer de fondo:
Tiene el gaucho que aguantar
hasta que lo trague el hoyo
o hasta que venga algún criollo
en esta tierra a mandar
Bien podría cantar yo
en el lenguaje que usaba
que el “criollo” que él esperaba
ya para todos llegó.
(PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1950a)
En el discurso de Perón, la reforma agraria pasará a ser algo gradual: “Deseamos
que la tierra sea de quien la trabaja […] Lo que no queremos es cometer injusticias o
errores. Deseamos ir despacio, conscientemente…” (PRESIDENCIA DE LA NACIÓN,
1950b).
Si bien es cierto que el énfasis en el gradualismo es nuevo, los planteos no son
completamente novedosos dentro del propio discurso de Perón. Así, ya en 1947 había
manifestado:
Esperemos que el programa pueda realizarse ordenada y pacíficamente, pero para
eso se necesita tiempo y, sobre todo, la ayuda y el apoyo de todos. Entonces tendrán
todo lo que anhelan, resulto en tiempo, con justicia y sin perjudicar a nadie. No es
necesario hacerlo perjudicando ni a los terratenientes ni a las sociedades. Se les
pagará lo que vale la tierra, hasta el último centavo. Ni explotación para unos ni
explotación para otros. Cada uno podrá ser dueño de la tierra pagando un porcentaje
de su propia producción, que es el anhelo de los chacareros. Ese anhelo se cumplirá.
Pero paciencia, tiempo y, sobre todo, unión y apoyo a la obra (Palabras en la
audiencia concedida a representantes de la Federación Agraria Argentina, marzo 20
de 1947, PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1952a, p. 17).
Ahora bien, la crítica a un apresuramiento en el proceso de colonización no era
sólo privativa del propio Perón. De un modo un tanto sorprendente encontramos una
crítica en este sentido en el discurso que el dirigente socialista Nicolás Repetto
formulara en la ciudad de Pergamino el día 21 de enero de 1950:
De acuerdo al lema, tan repetido por el general Perón, “entregar la tierra a quien la
trabaja”, se ha entablado una carrera furiosa entre el Banco de la Nación, el Banco
Hipotecarlo Nacional y el gobierno de la Provincia de Buenos Aires para adquirir
latifundios con el fin de fraccionarlos y entregarlos en propiedad o en
arrendamientos con opción a compra a familias de agricultores. Este apresuramiento
por adquirir y repartir tierra, no ha permitido examinar bien lo que se compraba, ni
evitar la fatal inflación que experimentan los precios de la tierra cuando se la
disputan los propios poderes públicos. (REPETTO, 1959, p. 292).
Y critica al gobernador Mercante por estar “poseido” por un “delirio
colonizador” (REPETTO, 1959, p. 307). El dirigente socialista articula la crítica al
apresuramiento colonizador con los bajos precios que paga el IAPI por los productos
agrícolas:
El desatinado apresuramiento con que el gobierno expropia, divide y reparte
latifundios, responde en gran parte al propósito de atenuar el profundo disgusto que
causó a los agricultores la política de confiscarles los granos a vil precio para
venderlos luego en el extranjero realizando ganancias fabulosas (REPETTO, 1959,
p. 297).
También en este discurso aparece un claro “agrarismo anti-industrialista”,
hablando de “la obsesión industrialista de este gobierno” (REPETTO, 1959, p. 297).
21
Evidentemente, el antiperonismo del dirigente socialista lo había hecho olvidar por casi
por completo el “agrarismo confrontativo” que, aunque siempre moderado, había
caracterizado al Partido Socialista.
El énfasis del peronismo en el giro que diera a fines de los años cuarenta y
comienzos de los cincuenta sobre la cuestión agraria no se centrará tanto en la
gradualidad de la entrega de la tierra al que la trabaja, sino en la exaltación de las
bondades de la nueva ley de arrendamientos, como solución para el problema agrario
argentino. Esta línea argumental será una constante en los discursos del Ministro de
Agricultura, Carlos Emery, que es posible de seguir en la compilación de sus discursos
editados por el Ministerio de Agricultura y Ganadería (1951). Significativamente en sus
palabras para el primer número de Mundo Agrario, de junio de 1949, el ministro de
Agricultura, Carlos Emery, se limita a enumerar cuestiones productivas y en relación
con la cuestión de la tierra se limita a resaltar la ley 13.246 de Arrendamientos y
Aparcerías Rurales. Y plantea que “La aplicación de sus principios, reglamentados en
forma de contemplar, con equidad y justicia, las legítimos intereses de los sectores
agrarios, permitirá que se cumpla una de las aspiraciones reiteradamente expuestas de
arraigar a la familia productora a la tierra que trabaja.” (pp- 4-5).
También observamos este planteo en las propagandas oficiales, como la editada
en el número de enero de 1950 de Mundo Agrario titulada “¡Campo barato, para el que lo
trabaja! en el que se destacaba la rebaja en los precios de los arrendamientos.
Evidentemente el eje se había corrido desde las expropiaciones y la colonización
oficial, hacia la estabilización de la situación de los arrendatarios y aparceros. En el
mencionado librito sobre Perón y el campo, también se hace hincapié en que “Se acabaron
los desalojos en el campo y se terminó con los explotadores del trabajo ajeno. La Ley de
Aparcerías y Arrendamientos Rurales garantiza a 248.000 campesinos su estabilidad en
la tierra que cultivan” (página titulada “Ni desalojados ni explotadores”,
PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1950a).
Hay que reconocer que el cambio en la legislación no será sólo una cuestión legal sin
efectos prácticos, sino todo lo contrario, tanto por sus disposiciones, como por la creación de
organismos públicos que velarán por su cumplimiento (sobre esta cuestión ver el trabajo de
Blanco, 2007).
5. La perviviencia del “agrarismo confrontativo”
Estos giros del gobierno peronista no desarmaron de modo automático el clima
favorable a las transformaciones radicales que continuó durante varios años.
El tema del acceso a la propiedad de la tierra seguirá presente en el propio
discurso de Perón. En algunas ocasiones en forma de visión retrospectiva de lo que se
había logrado, contra los intereses de “oligarquía terrateniente” o los “serviles
abogados” de los capitales extranjeros (Mensaje de la Victoria, al inaugurar el 85°
período ordinario de sesiones del Congreso Nacional, 1° de mayo de 1951,
PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1952a, p. 35).
En Perón y el campo, si bien después de ocho páginas dedicadas a otras
cuestiones (como la recuperación de los ferrocarriles o la flota mercante nacional), la
novena fotografía se titula: “La tierra para quien la trabaja” y texto afirma que “’La
tierra no es un bien de renta sino un bien de trabajo’, ha dicho Perón, y la realización de
ese postulado llevó la prosperidad al hombre de campo y fundó sobre sólidas bases la
independencia económica argentina. ¡Perón cumple!” (PRESIDENCIA DE LA
NACIÓN, 1950a). Una página subsiguiente, se titula “Subdivisión de la tierra” y se
critica abiertamente al latifundio que hay que “destruir” y se afirma que “la tierra ya no
22
pertenece a una clase privilegiada”. Y también, como en el ‘45 el gobierno se seguirá
interpelando a los chacareros para que se movilicen en defensa de las “Conquistas
defendidas”, como si titula otra página del librito, mostrando una movilización de
cooperativistas agrícolas (PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1950a).
Por otra parte, la cuestión de la tenencia del suelo siguió presente incluso en
momentos de planteos productivistas.29
Por último, podemos agregar que los especialistas agraristas enrolados en la
izquierda que se acerca al peronismo se reunirán en el “Congreso de los Hombres de
Buena Voluntad”, organizado en octubre de 1951 e inaugurado con un discurso del
propio Perón.30 La Comisión de Asuntos Agrarios planteará “la amargura de la pequeña
y mediana burguesía campesina, aprisionada entre las legítimas gran conquistas traídas
por la revolución a los trabajadores rurales y la permanencia de los privilegios
terratenientes subsistentes en buena parte, con la percepción de rentas parasitarias de la
tierra y la falta de una decidida e intensa política de subdivisión racional de los
latifundios”. Y frente a esta situación proponen “una gran reforma agraria” (Congreso
de los Hombres de Buena Voluntad, 1951). Dos años más tarde, Reinaldo Frigerio, en
su libro prologado por Rodolfo Puigross, destacará que “los informes oficiales indican
la falta de un plan orgánico de expropiación del suelo, consecuencia lógica de la
inexistencia de un plan orgánico de reforma agraria integral”, y la consecuente
“supervivencia del latifundio en la zona cereal” (Frigerio, 1953: 82-85). Y va a insistir
con que la necesidad de que se profundice el proceso de colonización a través de la
expropiación pagada con títulos públicos (Frigerio, 1953: 85).
El giro discursivo y político que llevó adelante Perón a fines de los años
cuarenta, no se debió a una derrota ideológica del agrarismo, sino a la necesidad
económica de aumentar la producción agrícola para lo cual se evaluó que era
imprescindible transmitir “tranquilidad” a los productores. Sería un ejemplo de cómo la
lógica de reproducción del capitalismo funciona como un mecanismo de defensivo de la
dominación de clase, más allá de las derrotas en el plano ideológico (ver sobre estas
cuestiones Therborn, 1998). Pero “los terratenientes y la oligarquía nunca perdonarían
haber sido denostados públicamente, desplazados en forma permanente del poder
político y cercenados en su vía de ingresos más tradicional –la renta de la tierra(LATTUADA, 2002, p. 12).
Desde el oficialismo peronista, entonces, el discurso agrarista continuó pero con
moderación, mientras que la oposición radical continuaría buscando posicionarse a la
izquierda. Recién con el derrocamiento del peronismo, veremos que el discurso liberalconservador retoma cierta iniciativa (en contraste con la actitud netamente defensiva de
las décadas anteriores) y se irá plasmando en las plataformas de los partidos “de centro”
(LATTUADA, 1987) y en los textos del entonces “académico” José Alfredo Martínez
“La diferencia entre precio básico y precio total [un plus de 19% en trigo, 21% en lino, 31% en maíz y
2% en girasol] tiene una razón de ser muy clara y está de acuerdo con nuestro principio de que ‘la tierra
tiene que ser de quien la trabaja’.”
“Al propietario que venda al Gobierno cereal recibido por arrendamiento en especie, o sea al propietario
que comercie la producción de un campo que él no trabaja se le pagarán solamente los precios básicos.”
(PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, 1950b).
30
Este congreso fue organizado desde el Instituto de Estudios Económicos y Sociales, que dirigía Juan
Unamuno, y nucleaba a los socialistas cercanos al gobierno, pero donde también convergieron
intelectuales nacionalistas y los comunistas rebeldes (tanto del Movimiento Obrero Comunista, de
Puiggrós y Astesano, como Isaac Libenson). Tal vez fue la primera articulación de la “izquierda nacional,
como la caracteriza Acha, quien describe al Congreso como parte de la campaña electoral que llevaría a
Perón a su segunda presidencia (ACHA, 2006, p. 138-139).
29
23
de Hoz (h), publicado en la compilación de Sur que intenta dar cuenta del período 19301960. Entre los elementos novedosos que incorporarán, además de la inscripción en la
lucha contra el comunismo y a un énfasis en la relevancia de la cuestión tecnológica
(por sobre las cuestiones estructurales, que derivará en un discurso tecnologizante),
estará la idea de que la reforma agraria “ya había ocurrido”. Así encontramos este
argumento en un artículo de Garbarini Islas (1958), presidente del Museo Social
Argentino, entidad que había abandonado por completo la línea reformista que
caracterizaba a esta institución en los años treinta. Los intelectuales de la clase
dominante habían aprendido los peligros de jugar con el transformismo.
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