¿Es necesario gestionar el patrimonio inmaterial?

Anuncio
Boletín Gestión Cultural
Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial
Septiembre de 2008
ISSN:1697-073X
¿Es necesario gestionar el patrimonio
inmaterial? Notas y reflexiones para
repensar las estrategias políticas y de
gestión1
Mónica Lacarrieu2
Coordinadora del Programa de Patrimonio Inmaterial
Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico y Cultural
de la Ciudad de Buenos Aires
Ministerio de Cultura, GCBA.
Argentina
1
Artículo cedido por su autora al Portal Iberoamericano de Gestión Cultural para su publicación en el Boletín GC:
Gestión Cultural Nº 17 Gestión del Patrimonio Inmaterial, septiembre de 2008. ISSN:1697-073X.
Referencia directa al artículo: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-MLacarrieu.pdf
2
Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET), Ministerio de Ciencia,
Tecnología e Innovación Productiva. Profesora UBA.
“El candombe tendría que ser patrimonio nacional.
Por favor y
después que hay un día del candombe en la ciudad, porque el 6 de
enero hay que rescatarlo y que se declare patrimonio histórico
cultural, si o si que se declare…”.
Se declara “patrimonio cultural la actividad que desarrollan las
asociaciones/agrupaciones artísticas de carnaval (centro murgas,
comparsas, agrupaciones humorísticas, agrupaciones rítmicas y/o
similares) en el ámbito de la ciudad” (Ordenanza 52.039, 1997).
El reconocimiento que en la década de los `90 obtuvo el patrimonio inmaterial por
parte de la UNESCO, y que rápidamente se expandió hacia los estados nacionales y
los gobiernos en sus diferentes instancias –nacional, provincial, estadual y/o local-,
aún no redundó en investigaciones sobre el papel del patrimonio inmaterial en el
campo patrimonial, en las políticas públicas culturales, y todavía son escasas las
experiencias sobre patrimonializaciones ligadas a las manifestaciones culturales
denominadas inmateriales. No obstante ello, no sólo UNESCO ha realizado
declaratorias a nivel mundial, sino que incluso -como se observa en uno de los
párrafos citados- existe legislación y declaraciones vinculadas a este tipo de
expresiones en ámbitos nacionales y locales, así como reclamos por parte de
algunos grupos sociales (como se observa en el primer testimonio) que reivindican
patrimonialización de manifestaciones valorizadas por ellos. Las dos citas no son
azarosas ni casuales para este texto. Por un lado, la patrimonialización de las
actividades de los murgueros en el Carnaval de Buenos Aires, no sólo resulta
interesante por la decisión de declarar las actividades y los sujetos involucrados con
el festejo, sin embargo, y es en este punto donde habría que focalizar hoy la
atención, la reglamentación a dicha ordenanza ha generado problemas de política y
gestión que denotan que no basta con la activación, ni con una activación que evite
mecanismos “clásicos” que provienen en general del patrimonio construido. Por el
otro, la puesta en escena de un reclamo de patrimonialización por parte de grupos
de afrodescendientes en relación a las llamadas de tambores que realizan los
domingos y días festivos feriados en el casco histórico de la ciudad, permite
observar el lugar de los sujetos y grupos sociales en la solicitud de
patrimonialización pero también en la gestión de sus expresiones culturales. En este
último caso, el Estado es interpelado por los afrodescendientes, sin embargo, es el
mismo Estado el que excluye de sus intereses, no sólo las llamadas en tanto
espacios culturales festivos y ritualísticos, sino sobre todo la negritud como valor
para el remapeamiento de la diversidad cultural en la ciudad y para la inclusión
socio-cultural de los sujetos auto-adscriptos como afrodescendientes.
El patrimonio cultural inmaterial comporta, entonces, una sumatoria de problemas
en buena medida asociados a la transferencia de criterios legitimados en torno de lo
tangible, lo construido, lo arquitectónico, lo estético y lo histórico. Es posible
aventurar que aún con la emergencia de lo inmaterial, persiste una lógica
patrimonialista “tradicional”, estrechamente asociada a los contextos de surgimiento
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
2 de 26
de los Estados-Nación, en la que estos y sus instituciones junto a especialistas del
área de la preservación arquitectónica dominan el campo del patrimonio en su
conjunto. Es probable que pueda atribuirse a esta alianza la aparentemente
necesaria dicotomía entre lo material y lo inmaterial –en la que este último aparece
subordinado al primero-, separación que no solo impone juicios de valor sobre lo
que se patrimonializa, sino que incluso desestima la posible conjunción que
permitiría renombrar el campo como patrimonio cultural.
En consecuencia, la escasez de análisis sobre la gestión del patrimonio inmaterial
involucra en primera instancia, cuestiones asociadas a su conceptualización, a las
que se agregan en segundo lugar, asuntos vinculados a momentos que implican
instrumentos que suelen verse como disociados de la gestión o como herramientas
de acumulación que habilitan principios de ordenamiento y clasificación que, sin
duda, actúan sobre las potenciales activaciones y declaratorias y con posterioridad
sobre la gestión. Desde esta perspectiva, no solo no están resueltas la definición y
las etapas ligadas a la gestión, sino y fundamentalmente el rol de este tipo de
expresiones y los sujetos productores en las políticas públicas de Estado –desde el
dilema asociado a su inclusión o no en el banco de declaratorias de patrimonio,
hasta su incorporación, cuando ello sucede, con todos los problemas que la misma
puede acarrear-. Es por ello que nos interesa poner en juego, a partir de algunas
situaciones de patrimonialización y gestión, ventajas y desventajas que conlleva el
patrimonio inmaterial.
1. Nuevos mapas conceptuales: ¿por
patrimonio “inmaterial”?
qué
es
importante
hablar
de
El reconocimiento de la UNESCO al denominado por el organismo “patrimonio
inmaterial” contribuyó en la legitimación y consolidación de una conceptualización
que presenta al menos dos problemas con serias implicancias en la política y
gestión. La inclusión de lo inmaterial en la definición del patrimonio por un lado,
amplía la definición “clásica” del término, al mismo tiempo que incorpora la
“totalidad” de las manifestaciones que pueden llamarse culturales y por el otro,
simultáneamente a dicha apertura esta definición promueve acciones restrictivas en
las activaciones y declaratorias patrimoniales. La conceptualización es demasiado
amplia y demasiado restrictiva a la vez y ambas cuestiones tienen implicancias
sobre instrumentos y etapas asociados a la gestión del patrimonio: la abarcabilidad
infinita (que sin duda no es tal, sino por el contrario finita por efecto de una
selección inherente al ámbito del patrimonio) opera sobre la necesaria identificación
que UNESCO sugiere se realice a través de uno o más inventarios; mientras la
restrictividad condiciona fuertemente la selección de las expresiones a declarar.
¿Es posible definir el patrimonio inmaterial bajo la concepción antropológica de la
cultura ligada a una visión holista de lo cultural? ¿Con esta conceptualización no
estamos retrocediendo a las definiciones “clásicas” de la antropología evolucionista
y particularista? ¿Es necesario relevar e inventariar la “totalidad” de cada cultura
que para UNESCO se define en el orden de lo nacional? ¿Hasta dónde esta forma de
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
3 de 26
identificación y reconocimiento contribuye en la imposición de una cartografía del
“mosaico” –a cada cultura un cúmulo de expresiones ligadas a lo inmaterial-, al
mismo tiempo que induce a la idea de un mapa desigual –no todas las culturas
poseen manifestaciones de este tipo, es decir, las expresiones tradicionales
aparecen vinculadas a ciertos continentes y países, particularmente a las “minorías
culturales” (indígenas, campesinos, afrodescendientes, etc.) y desvinculadas de
continentes y países occidentales ligados al primer mundo y donde se espera que
estas “tradiciones” hayan desaparecido por efecto del progreso y la llegada al
mundo civilizado, moderno y urbano, por ende, que las mismas (incluso las
“supervivencias”) hayan sido sustituidas por industrias asociadas al mercado
cultural-?
El carácter total dado al patrimonio inmaterial comporta al menos dos supuestos: 1)
que considerando todas las expresiones culturales incluimos el componente
subjetivo y cotidiano de lo patrimonial -hasta recientemente no tomado en cuenta
por relación al patrimonio material-; 2) que incorporando todas las manifestaciones
culturales podemos lograr la incorporación de todos los sujetos y grupos sociales
normalmente vistos como “no productores culturales” y relegados del campo del
patrimonio. Lo cotidiano y los sujetos, sin embargo, una vez incluidos en la noción
de patrimonio, transitan hacia su objetivación, normalización e institucionalización –
asuntos problemáticos sobre los que volveremos-. La “totalidad” de las
manifestaciones que aparentemente pueden ser inventariadas, difícilmente puedan
ser patrimonializadas. La visión de totalidad implica ausencia de criterios de
delimitación (aspecto inherente a la activación de otros patrimonios) y conlleva la
declaración de todo y cualquier bien y/o expresión ligados a la vida social (una
“inflación de patrimonio” que contradice la propia definición del patrimonio ligada al
“bien escaso”). ¿Hasta dónde todo puede y debe ser patrimonializado?. Obviamente
esta visión no habilita este tipo de preguntas y mas bien conduce hacia
declaratorias de todo tipo y entidad, que se producen por fuera del lugar de la
explicitación de una política coherente y por dentro de cierta inorganicidad aunque
también de intereses ideológicos vinculados a los solicitantes -sean legisladores,
funcionarios, asociaciones locales, pobladores-.
Aunque obviamente el tratamiento de la totalidad de los problemas que conlleva
esta nueva definición sería imposible de trabajar en este texto, queremos sí
quedarnos en algunos de ellos, sobre todo en aquellos que consideramos tienen
consecuencias complejas para la gestión. En primer término, volver sobre la
“tradicionalización” del patrimonio, cuestión que tiene al menos dos aristas: de la
amplitud de manifestaciones que se propone patrimonializar se transita hacia el
acotamiento intencionado de algunas, estrechamente vinculadas a culturas
populares y tradicionales –basta con observar las declaratorias de patrimonio
inmaterial de la humanidad casi siempre vinculadas a minorías, a la marca étnica, a
lugares alejados, exotizantes-. Este tipo de restricción, como observamos más
arriba, lleva casi inevitablemente a una configuración del mapa patrimonial con
consecuencias sobre otro tipo de problemáticas, como los conflictos interculturales,
los problemas socio-económicos, entre otros. Dicho mapa, plasma en un espacio
geopolítico y cultural del poder: a mayor restricción de manifestaciones culturales
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
4 de 26
potencialmente patrimonializables, encontraremos una profundización de las
desigualdades. En otras palabras, la abarcabilidad de todas las expresiones dignas
de encajar en la definición de patrimonio inmaterial, colocaría en un nivel parejo a
continentes, países, y grupos sociales, así como a este tipo de patrimonio respecto
del histórico y construído; mientras que la restricción y acotamiento, contribuye en
la reproducción de una cartografía de poder, en la que ciertos continentes, países y
grupos son relegados a expresiones subvaloradas en el ámbito del patrimonio
cultural – las culturas más remotas en tiempo y espacio son visualizadas en una
distancia máxima respecto de los continentes y países vistos como desarrollados-.
La cuestión de la “tradicionalización” además, atraviesa otros asuntos: por un lado,
su vinculación estrecha con la “sociedad folk”, aleja este tipo de patrimonio de los
espacios urbanos, donde la “cultura expresiva” tiene lugar en tanto reflejo de
movimientos de personas, bienes y expresiones que llegan a las ciudades, pero que
finalmente –aún asentados en ellas- no pierden contacto con los lugares de origen –
en ocasiones con los múltiples lugares de pertenencia por los cuales han transitado,
por ende espacios de mediación entre el supuesto origen y el último lugarrevisitándolos en una dinámica bien compleja y hasta circular. Por el otro, lo
tradicional permea las expresiones en el lugar de “origen”, llevando a una única
perspectiva sobre el patrimonio inmaterial, aquella con perspectiva localista
encapsulada y distante de los centros de poder.
La divisoria de aguas entre lo material y lo inmaterial persiste más allá del
señalamiento hecho por la UNESCO acerca de que “lo tangible sólo es interpretado
mediante lo intangible” (1997) y agregaríamos que viceversa también. Y en parte
sobrevive y se reproduce por efecto del proceso de activación. Como se sabe ningún
bien y/o expresión es patrimonio sino ha pasado por el proceso de selección e
institucionalización posterior. Institucionalizar supone activar una manifestación
cultural, toda vez en que fue escogida previamente como potencialmente
reconocible como tal. Activar es producir y desde ahí convertir un bien, lugar o
manifestación cultural en patrimonio. Solo que las activaciones al día de hoy
continúan produciéndose en forma separada entre tres tipos: 1) basadas en el
objeto/bien; 2) en el lugar; 3) en la expresión cultural (en estos casos es necesaria
su representación para que existan y se vuelvan visibles). Las mismas con
frecuencia llevan a patrimonializaciones diferenciadas, que suelen funcionar con
cierta autonomía unas respecto de las otras. Las leyes, ordenanzas y decretos nos
hablan de esto y suelen ser el fundamento de esta cuestión.
Diríamos, entonces, que
la producción –por selección, activación
e
institucionalización- de patrimonio elude la integralidad del mismo. Integralidad que
permitiría franquear la divisoria e introducir una visión ligada al patrimonio cultural
en su conjunto. Como señala Goncalves (2005), el patrimonio es el resultado de un
trabajo de ambigüedad que hace que necesariamente circule entre lo material y lo
inmaterial, lo objetivo y lo subjetivo, que por ende deba no solo definirse, sino
además tratarse en términos de su carácter integral. Está claro que esta redefinición
supondría retroceder sobre la inclusión de las expresiones culturales “inmateriales”
en tanto “patrimonio inmaterial” en base a una noción preexistente que ha
legitimado lo “material”. En otras palabras, colocar en el mismo nivel lo materialBoletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
5 de 26
inmaterial y pensar toda declaratoria en los mismos términos. Pongamos por caso la
declaratoria del mausoleo de Carlos Gardel en el cementerio de Chacarita en Buenos
Aires: no solo se naturaliza la solicitud de patrimonialización para el monumento y
tumba, sino que se prioriza el soporte material que visibiliza la estética y quizás la
obra de arte desde la que Gardel se expresa, se omite que “las paredes hablan, es
cuestión de saber escuchar”, se reproduce la patrimonialización en ausencia de
sujetos, grupos, memorias individuales y colectivas, vaciando de contenido
simbólico el mausoleo y el lugar y desde ese vacío, el mismo ya no dirá nada sobre
la serie de prácticas sociales que lo significan. Los procesos de significación ligados
al mito de Gardel son parte constitutiva del mausoleo y no agregados posteriores,
asimismo, las relaciones y prácticas sociales que los sujetos involucrados
desarrollan en torno al mismo en determinados contextos son parte indisociable de
los procesos de creación y recreación fundamentales para que el mito permanezca.
Son los “encuentros memorables” (Carozzi 2003), su ritualización y las ofrendas que
unen a Gardel con sus seguidores los que permiten hablar de la vigencia del símbolo
Gardel, al menos, para un sector de la ciudadanía. Así, no es el mausoleo
patrimonializado por sí solo el que encuentra resonancia (Goncalves; Op.cit.) en los
sujetos y grupos sociales –no solo en los involucrados directamente, sino también
en una parte de la sociedad que aunque no vaya al cementerio, adhiere al sentido
de esta figura-. Asímismo, estas presencias y omisiones no refieren a la reversión o
inversión del orden establecido No se trata de sugerir el reemplazo del ritual, culto o
mito por el mausoleo-monumento, sino de integrar el conjunto de unidades que
componen la “figura de Gardel”. En la integración de lo material-inmaterial, es
posible develar y revelar a los productores de los encuentros memorables, no solo a
los productos con que se rodea y materializan esas experiencias. Si la figura de
Gardel continúa vigente es porque se construye y reconstruye en base a procesos
de sedimentación colectiva y de continuidad histórica en relación a la misma.
2- Por una cultura del “rescate”: de la “cosificación” al inventario
Según las experiencias por las cuales hemos transitado desde la Comisión para la
Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires3, la
gestión atraviesa todo el proceso ligado a la identificación, selección, declaración y
acciones posteriores. A contrapelo de lo que suele creerse, o sea de que las
acciones de gestión –generalmente hoy asociadas a los planes de manejosobrevienen con posterioridad a la activación patrimonial, consideramos que los
técnicos, expertos, e incluso las comunidades involucradas -cuando se
comprometen- estamos gestionando desde el mismo momento en que damos el
paso hacia la realización de un relevamiento desde el cual se pone en acción el
engranaje, aunque no siempre esa dinámica se complete -es decir, no siempre se
patrimonializa lo que se releva e identifica, y mucho más aun cuando se trata de lo
“inmaterial”-. Sintéticamente: previo a la institucionalización y activación, no hay
3
La Comisión es un organismo legislativo-ejecutivo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En la misma hemos
desarrollado una serie de proyectos vinculados al patrimonio inmaterial. El “Atlas de fiestas, celebraciones,
conmemoraciones y rituales de la ciudad de Buenos Aires” (Ley 1535/04) es una de esas experiencias de
relevamiento y registro ligados a este tipo de patrimonio.
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
6 de 26
patrimonio, sin embargo, por el contrario, las acciones ligadas a la gestión pueden
ser puestas en ejecución desde el mismo instante en que comenzamos a pensar en
la posibilidad de identificar -actividad que supone la intervención del Estado y sus
instituciones y/o bien de la comunidad comprometida con las manifestaciones-. En
este sentido, es posible implementar estrategias de gestión más allá de la
patrimonialización.
La ausencia de una perspectiva asociada a la integralidad del patrimonio genera
planes de gestión que reproducen la autonomía ya presentes en las activaciones: se
piensa en inventarios, relevamientos, registros y catalogaciones, así como en
prácticas de preservación y conservación -si bien UNESCO coloca en segundo
término la preservación, a continuación de la denominada salvaguardia del
patrimonio inmaterial- vinculadas a lo material e histórico que persisten en la visión
“fachadista” del patrimonio o en la mirada “objetivista y cosificadora” de los objetos.
Así las acciones de gestión procuran regular los posibles cambios en los estilos
arquitectónicos, no alterar estéticas relacionadas a tal período histórico, ordenar y
clasificar mediante la abstracción de categorías impuestas por el Estado los
diferentes productos objetivados (huellas, rastros) que se guardan en los museos,
archivos, entre otras cuestiones. Una lógica patrimonialista y consensuada que se
extrapola desde el “patrimonio material” hacia el “inmaterial” con efectos concretos
sobre los primeros pasos de la gestión.
La replicación de una lógica probada y naturalizada tiene implicancias, en una
primera instancia, sobre un primer asunto efectivamente problemático, con
consecuencias sobre un segundo tópico ligado a la identificación: a) la
objetivación/materialidad de las expresiones, b) la recomendación de realización de
inventarios.
Lourdes Arizpe (2006:282) ha señalado que “…el mundo (hoy) no se compone de
objetos sino de “eventos” que pueden cambiar su funcionamiento y apariencia,
según la manera en que son observados”. Esta idea de la autora trasciende la visión
objetual del patrimonio, sin embargo, el cambio de los objetos por los eventos no
parece modificar la lógica de las “cosas”. El “evento” –como la misma noción lo
expresa- puede interpretarse como el indicador, señal o rastro solidificado y
materializado que señala que “aquí está sucediendo o sucedió tal acontecimiento”.
Aunque el “evento” como tal es casi imposible que sobreviva a la efimeridad del
tiempo en que ocurre, sí permite encriptar el acontecimiento en un “producto”
delimitado, pleno de soportes materiales, que sí persisten en el tiempo. La noción
de “evento” en este sentido, no parece diferenciarse de la de “objeto”.
Desde esta perspectiva y como puede observarse, en el campo institucional
permanece una visión que define al patrimonio en relación a “cosas” u “objetos”
descontextualizados del entorno socio-cultural en que se producen y desde el cual
obtienen eficacia simbólica. En clave con esta concepción se integra el patrimonio
inmaterial en una tendencia a objetivar los bienes y expresiones culturales
pertenecientes a las poblaciones involucradas. La puesta en valor de las “cosas” por
sobre los procesos constitutivos de los bienes y expresiones culturales y las
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
7 de 26
experiencias provocadas por los mismos, es uno de los aspectos más problemáticos
que presenta la actual gestión del patrimonio cultural, una vez que se reconoce la
importancia simbólica del mismo. Si bien, la ampliación de la noción integra una
extensión de la valoración patrimonial a los sujetos que intervienen y se apropian
del mismo en los procesos dinámicos de creación, producción, circulación,
intercambio y consumo; la proclividad a la “cosificación” de los bienes y
manifestaciones que entran en esa lógica, forma parte de las estrategias que las
instituciones y gestores desarrollan en función del conocimiento con que han
actuado previamente sobre el patrimonio histórico. Hasta en el interés por la
patrimonialización de un tipo de música –podria ser el vallenato colombiano, la
samba brasilera o el tango argentino-, hay una necesidad de “tangibilizar” obviando
los sistemas de creencias y las representaciones que comunican, producto de
procesos constantes de transformación social. “Tangibilizar” implica volver las
expresiones de la “intangibilidad” un soporte de lo duradero, en consecuencia
bienes “congelados” en un tiempo especial, reflejo de la autenticidad y antigüedad
que otorgan identidad al grupo involucrado.
La “cosificación” supone el paso hacia la gestión de la preservación y la
conservación del objeto producido en esos términos. A dicha perspectiva se une la
cuestión de la autenticidad del bien: el carácter originario visualizado como
propiedad inherente al producto patrimonializable, es uno de los atributos que
permiten producir la objetivación necesaria. El criterio de autenticidad no admite
transformaciones y en ese sentido, promueve el congelamiento en un espacio y
tiempo. Esta cuestión es problemática en el caso de las expresiones vistas como
inmateriales, pues las mismas son dinámicas, sufren cambios constantemente, y el
producto que se objetiva resulta una ficción fotográfica ligada a la coyuntura en que
se desarrolla o a la producción que el gestor imposta sobre el mismo. Sobre este
último comentario resulta interesante el caso de los huipiles que usan los mayas
aun en la actualidad, cuyos bordados han sido modificados por quienes conocen las
tradiciones del hacer y que además son quienes los portan: aunque no está “en
riesgo de desaparición” la tradición del huipil, sí lo estarían los motivos con los
cuales se representa el mundo social en dichas prendas, pues se incluyen figuras de
Disney como el Pato Donald y otros diseños asociados a elementos globales,
reemplazando a los de la cosmogonía maya. Indudablemente es probable que el
papel del campo institucional se orientara al “rescate” de los motivos tradicionales
mayas, retomando así las prácticas de preservación clásicas; no obstante, se
eludiría la participación de la población en estos cambios y sobre todo el “dilema de
las representaciones” que van tomando espacio conflictivamente en los nuevos
sentidos dados a la prenda, que incluyen la importación de elementos globales. El
huipil refleja algunos aspectos problemáticos: por un lado, intervenir sobre el
producto, que sería la prenda que aún sigue vigente en los usos y tradiciones de la
población, disociaría a la vestimenta en cuanto “objeto” de los sentidos que la
propia vestimenta porta y que no sólo es rastreable en el bien de uso, sino en los
significados que la misma posee; por otro lado, profundizar sobre el “rescate de los
sentidos” coloca a las instituciones ante el problema de “preservar o alterar”
desconsiderando las versiones seguramente conflictivas de las transformaciones
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
8 de 26
hechas por la gente en el presente, cuestión que si se considera nos colocará, a su
vez, ante la complejidad de qué representaciones registrar.
En clave similar, la escultura sobre la Pachamama realizada por un artista local de la
región del NO de Argentina, bajo la directiva del gobierno nacional en 2001, con el
objeto de establecer un hito cultural local en el Camino del Inca o Qhapac Ñan,
generó múltiples controversias a nivel de la población e incluso entre autoridades
locales que se vieron sobrepasadas por el estado nacional. Más allá de la
intervención unilateral del estado que operó con estrategias políticas propias del
patrimonio material, es evidente que las diversas versiones contradictorias a través
de las cuales la comunidad y las autoridades locales se representan a la “Pacha”,
introduce el problema del “dilema de representación” que sin duda no se resuelve
con la relación entre estado-sociedad y con la participación directa de la población.
La población no solo condenó la decisión de hacer una escultura –una obra de arte
que congeló a la Pachamama en una estética determinada por el artista-, sino que
puso en duda el rescate de una figura emblemática para la zona desde la
abstracción embellecida y monumentalizada que el autor le impuso. Para los
pobladores la Pachamama es una imagen sin materialidad y es desde ahí que puede
ser visualizada e interpretada como una viejita, una mujer joven o menos joven.
Todo ello no tiene la menor importancia cuando se trata de llevar a cabo el ritual a
la madre tierra, sin materialidad, ni posible objetivación. En este sentido y
adelántonos a lo que trataremos en el siguiente tópico, la cuestión de la
participación social no debería relegar aspectos vinculados a las diferentes formas
de representación, de gestión y de intervención que los propios sujetos elaboran.
Otro tema problemático y a menudo conflictivo deviene de la intencionalidad por
parte de los políticos y gestores de replicar ciertas festividades, rituales, ceremonias
más allá de su momento y/o espacio de “autenticidad”. La repetición en diferentes
fechas y espacios supone la posibilidad de masificar la exhibición del “evento” que a
esa altura ya ha sido cosificado y descontextualizado del grupo y los sujetos que lo
realizan. Bajo esta perspectiva, son los gestores los que deciden la cantidad de
veces en que la expresión debe ser ejecutada, cual si fuera un “objeto” que puede
depositarse en el museo para ser visto día tras día.
La objetivación y la autenticidad –criterios sobrevalorados por quienes hacen
gestión del patrimonio- invisibilizan dinámicas atinentes a los sujetos históricos y
sociales, colocando el foco de la acción en el “objeto/producto” –y con ello no solo
se objetiva un bien, sino también una fiesta o incluso los propios sujetos que
participan de la misma-. Es de destacar que en los escasos manuales o documentos
relacionados con el patrimonio inmaterial y que intentan dar cuenta de cómo
gestionarlo, suele aplicarse la lógica del patrimonio construido, material e histórico:
en primer término se coloca el bien/objeto disfrazado y disimulado bajo otras
categorías, como en el caso chileno que se propuso usar la categoría de “elementos
territoriales” refiriéndose con ellos a monumentos, esculturas, monolitos, estatuas,
edificios, murales, entre otros, para en segundo lugar, incluir las “manifestaciones y
actividades asociadas” –nótese que el carácter de “asociado” coloca a estas
expresiones en situación de subordinación de los objetos y cosas materiales- pero
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
9 de 26
aún así, suele darse primacía a las expresiones convertidas en “productos” por la
mano del gestor; para finalmente aparecer los grupos involucrados, aquellos para
quienes es importante la expresión en cuestión –en el caso chileno resulta
interesante que los indígenas son independizados de otros grupos que son definidos
como “población territorial”, división que acaba legitimando a los primeros y
subsumiendo en la segunda categoría todo tipo de sujetos y grupos-. Esta
clasificación acaba objetivando a los sujetos mediante abstracciones categoriales
que homogeneízan grupos y poblaciones visualizadas como los legítimos
“guardianes” de estas manifestaciones4.
Pero en el caso de las expresiones culturales se hace evidente un conjunto de
aspectos que en forma articulada son los que dan vida a las mismas. Las
denominadas “unidades de patrimonialización” por María Julia Carozzi (2003) se
constituyen en base a una serie de componentes: 1) los saberes que detentan los
sujetos intervinientes; 2) los sujetos que poseen esos saberes; 3) los productos
resultado de esos saberes y de la dinámica social; 4) los contextos en los que se
despliegan saberes y prácticas5. Los saberes, si bien son el cúmulo de
conocimientos que pueden trasmitirse de generación en generación, por ende
residen en los sujetos, podrían producirse independientemente de los mismos, en la
medida en que sean identificados y sistematizados en inventarios y registros, en
bases de datos y archivos, es decir, que separadamente es una unidad que podría
objetivarse, del mismo modo que los productos que al ser materializados, su
valorización se produciría con independencia de los saberes y sujetos que los
producen y en ese sentido, como venimos viendo podrían ser convertidos en
“objetos de museo”, monumentos, señales e indicadores con perdurabilidad
material. Tanto saberes como productos podrían ser disociados de las prácticas que
ejercen los sujetos, no así las mismas que necesitan de la dinámica, de la ejecución,
de los productos y saberes, finalmente del espacio y contexto de realización.
Valorizar las prácticas dentro de esa dinámica articulada de otros componentes no
facilita necesariamente la gestión de este tipo de expresiones. Por un lado, porque
las prácticas son el resultado de saberes, dinámicas y sujetos constituidos
desigualitariamente, con diferentes capitales y recursos, provocando ello que
algunos con “voz autorizada” decidan cómo desarrollar sus manifestaciones. Por el
otro, porque las prácticas son cotidianizadas, en ese sentido no institucionalizadas
en su trasmisión, o institucionalizadas de acuerdo a las necesidades de cada grupo.
La gestión llevada adelante por instituciones del patrimonio, gestores, técnicos,
expertos, indudablemente tenderá a extraerlas de la vida cotidiana, o sea a
objetivarlas de manera descontextualizada del espacio cultural en el que tienen
lugar, retomando solo las voces y puntos de vista de aquellos legitimados y
autorizados, en consecuencia contribuyendo a producir manifestaciones
diferenciadas resultado de grados de institucionalización que despegan a las mismas
4
Estas clasificaciones son simplemente un esquema borrador que se realizó en Chile en momentos en que se
procuraba redactar un manual del patrimonio inmaterial (2003). Agradezco el envío de estas apreciaciones a la Lic.
Loreto López.
5
Las “unidades de patrimonialización” fueron con posterioridad discutidas conjuntamente con Loreto López,
antropóloga chilena que trabajó en la Unidad de Estudios de Cultura del Ministerio de Cultura de Chile.
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
10 de 26
del contexto en que se visibilizan, valorizan y despliegan –como señalara Lins
Ribeiro (1986) respecto de la práctica antropológica en campo, y considerando que
el patrimonio inmaterial es una denominación que proviene y se llena de contenidos
a partir del concepto antropológico de la cultura, el gestor o experto del patrimonio
llega a la comunidad o grupo social para producir procesos de “descotidianización”
de las prácticas y relaciones sociales que se manifiestan en estas expresiones
culturales (puede objetivar porque desconoce y aprehende de su realización, pero
sin olvidar que esa realización naturalizada por los sujetos, puede ser el producto de
una escenificación desarrollada para el gestor, modificada en función del interlocutor
o de lo que los sujetos suponen que ese interlocutor espera; al mismo tiempo puede
subjetivar cuando puede penetrar ese entramado cotidiano, sin omitir las
negociaciones que el gestor deberá realizar con los sujetos para ser implicado en la
medida y proporción de ellos).
Con todas estas prevenciones, la consideración del conjunto articulado de las
cuatros unidades permite trascender la puesta en valor de objetos disociados de las
prácticas desplegadas en las diversas manifestaciones culturales. Es en las
experiencias perfomáticas –que incluyen sistemas de comunicación y creencias,
prácticas ejecutadas de los saberes, la creatividad de los sujetos involucrados
incluyendo aspectos sensoriales y emotivos- donde deben rastrearse las
propiedades del patrimonio inmaterial (cfr.Londres; 2004). Y es a partir de asumir
la inestabilidad de estas expresiones en que podremos evitar la cosificación y el
congelamiento, involucrando una perspectiva asociada a la continuidad histórica de
las mismas - es decir de los procesos de apropiación, trasmisión conflictiva y
transformación social de saberes y prácticas que mantienen vigencia en el presente
para los sujetos que los poseen y despliegan, ya sea a través de las prácticas como
de las representaciones, pero que pueden perder vigencia en cualquier momento,
discontinuándose, en ocasiones temporalmente, otras para siempre-. El caso de las
artesanías de paja toquilla producidas en pueblos del Ecuador sirve de ejemplo en
relación a la relevancia del conjunto articulado de unidades comentadas: la
aceptación a nivel internacional del producto “sombrero panameño” –incluyendo la
confusión del origen del mismo-, elude los otros componentes del proceso de
patrimonialización, es decir no sólo la extracción y procesamiento de la paja
toquilla, sino además los saberes locales en relación al tejido producido, el lugar de
las mujeres en dicho proceso, las relaciones sociales establecidas entre ellas, la
vinculación de las mismas con la producción del tejido y la articulación de esta
dinámica social en el espacio público –las mujeres desovillan ovillos de paja, tejen,
dan forma al tejido mientras “chusmean” caminando por las calles del pueblo-.
Como señala Barros Laraia (2004) respecto de las redes de dormir de origen
indígena que son incluidas por los propios etnógrafos en la cultura material, el
sombrero de paja toquilla es más que una trama de fibras, contiene en sí mismo
una verdadera urdimbre de significados asociados al conjunto de las unidades de
patrimonialización comentadas.
Desde esta perspectiva, Arizpe introduce la cuestión que a mi entender tiene más
relevancia e incluso desde la misma supera su propia concepción sobre los eventos.
La autora nos dice que los procesos de creación/creatividad son más
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
11 de 26
importantes que el producto –en tanto resultado y expresión “material”-,
considerando que el producto no sólo es el objeto, la técnica, el espacio, sino también
la fiesta, la danza, la música, la pieza de cerámica, etc. (Arizpe 2002:227 y Arizpe
2004:20/21). Las mujeres tejiendo paja toquilla, las prácticas asociadas a las redes de
dormir indígenas en el Brasil, los cultos y rituales desplegados en torno del mausoleo a
Gardel, pero incluso los huipiles estetizados con motivos supuestamente foráneos a la
cultura maya, son necesariamente parte de procesos de creación y producción
individuales y colectivos que solo tienen especial relevancia para quienes los llevan a
cabo, ya que una vez sacados de contexto pueden no perder relevancia, pero sí ser
resignificados en función de nuevos contextos. Esta parece ser una apreciación más
que interesante respecto del patrimonio inmaterial, sin embargo, con dificultades de
aplicación a la hora de la gestión en que se llega a las expresiones con la lógica
conocida y reconocida del patrimonio material: la intervención que subyace al objeto
patrimonial, parece no conveniente si hablamos de procesos de creación y producción.
El inventario, el registro, la base de datos, son instrumentos clasificatorios e
indudablemente de intervención que acaban operando sobre dichos procesos, aun
cuando parezca que no, que solo identificamos y sistematizamos información y que
desde este lugar, no generamos cambios ni provocamos distorsiones en lo que los
sujetos producen –el solo hecho de abstraer, como veremos seguidamente, sujetos,
prácticas, saberes, representaciones y elementos producidos, lleva a clasificaciones
institucionales e institucionalizadas que se fabrican en los escritorios de los gestores
y/o políticos o en las declaratorias solicitadas por los legisladores, sin resonancia para
quienes lo hacen y rehacen-.
Los inventarios, como hemos señalado, son recomendación de la Convención para la
Salvaguardia del Patrimonio Inmaterial (UNESCO) y constituyen instrumentos de
identificación y sistematización de las manifestaciones potencialmente incorporables
en este tipo de patrimonios. La noción de inventario parece apropiada a este tipo de
patrimonio que, como hemos visto, remeda la concepción antropológica de la
cultura, especialmente aquella que los antropólogos de fines de siglo XIX y
principios del XX recrearon en torno del evolucionismo o del particularismo histórico,
los primeros en una visión positivista y naturalista de lo cultural, los segundos en
una perspectiva culturalista y relativista, sin embargo, ambos procurando
identificar, relevar, sistematizar, clasificar los datos y rasgos culturales de las
“tribus” que se encontraban allende el occidente. En este sentido, el inventario –
aunque parece eludir distorsiones o desvíos etnocéntricos o catalogaciones
vinculados al carácter arquitectónico de otros patrimonios- cumple con el papel de
recopilación y recolección de datos, asimilable al que llevaron adelante los
antropólogos clásicos cuando se trataba de compilar y enumerar cada ítem y/o
elemento de la cultura vista en su sentido holista. Vinculado a este punto, el
inventario es una potencial herramienta de “congelamiento” descriptivo del
sinnúmero de bienes y expresiones culturales relevables, así como puede revertir en
un instrumento de taxonomización fija de los elementos culturales, siendo ese
carácter enumerativo, descriptivo y taxonómico el que puede viabilizar el camino
hacia la preservación, una medida de protección fuertemente ligada al patrimonio
en tanto proceso de objetivación, es decir a la cosificación del patrimonio cultural
(cfr.Arizpe;2004). En este sentido, remite amplia y restrictivamente a la Guía para
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
12 de 26
la clasificación de los datos culturales que para la década del ´30 confeccionara G.P.
Murdock y que luego fuera revisada y reeditada por otras instituciones. La guía
como el inventario fue un intento por clasificar lo aparentemente inclasificable, bajo
la necesidad de asir las costumbres y significados dados a las costumbres por las
culturas diferentes, pero también de dar “existencia real” bajo abstracciones
creadas por el experto –en el caso de la guía, por el antropólogo, en el del
inventario, por el gestor, técnico y/o funcionario institucional-. Como han
comentado Angel Palerm y Juan Vicente Palerm en 1989, “la Guía no es
esencialmente diferente de cualquier sistema empleado para clasificar los libros en
los ficheros, a fin de facilitar su consulta y establecer su ubicación en los estantes
de la biblioteca. En forma semejante a los catálogos taxonómicos de plantas y
animales, la Guía exige una nomenclatura uniforme de las categorías culturales, y
por medio de ella conduce al investigador hacia la información existente, con tal de
que haya sido organizada de acuerdo a la Guía”. Como señalan los autores, la guía
y/o el inventario es una forma de organizar y convertir en “dato” la información
cultural identificada y relevada –obviando discrecionalmente que el dato es una
construcción realizada por quien identifica y releva-. En este sentido, el inventario,
como la guía, es un principio de ordenamiento en categorías y clasificaciones
sumamente descriptivo y taxonómico, de tipo cuantitativista más que cualitativista,
desde el cual es posible estructurar y coherentizar “la cultura” en su totalidad.
Aunque como dicen los autores, una superación de la guia podría encontrarse en la
posibilidad de admitir nuevas categorías y expandirlas con más detalles de los
originalmente incluidos, esto no reduce el sentido clasificatorio: ellos mismos dicen
que para su realización utilizan “…la técnica de clasificación múltiple y las
referencias cruzadas, para reducir al mínimo las dudas ante la asignación de
categorías y facilitar el encuentro, por vías diversas, de los datos buscados”. Este
tipo de organización similar a la del inventario que se nos propone para organizar el
patrimonio inmaterial antes de patrimonializarse, remite a la idea de “archivo” tan
presente en el clásico “trabajo de encuadramiento de la memoria” nacional (Polack
1989). El archivo según Appadurai (2005:129-130) es la expresión de una “caja
vacía, un lugar, un sitio, una institución, cuyo papel especial es la custodia del
documento” que según el autor se ha ampliado con el tiempo a monumentos,
ruinas, artefactos. Desde esta perspectiva, el archivo es similar al inventario –
similar en la idea de identificación, clasificación, incluso de salvaguardia de lo que se
incluye en el mismo-, sobre todo porque se imaginan como “construidos sobre los
accidentes que producen rastros”, o sea en términos positivistas como instrumentos
neutrales, puros e incontaminados de toda agencia o intencionalidad que se supone
solo “se desprenden de los usos que hacemos del archivo [y agregaríamos del
inventario], no del archivo mismo”. El autor enfatiza la función de pasado que
contiene el archivo, y que podemos aventurar tiene también el inventario, mas allá
de que el relevamiento sea la identificación y sistematización de expresiones que se
realizan en el presente –sin pasado lejano con visos de originarios, no habría “dato
cultural”-, una función proveniente de la estatalidad que caracteriza a esta noción y
su materialización. El inventario en cierta forma fragmenta, dispersa para luego
encuadrar, pero sobre todo descontextualiza y objetiva: Palerm y Palerm señalan
que “los datos puestos en ficheros y clasificados según las categorías de la Guía
[agregamos del inventario], quedan aislados de sus contextos específicos” y
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
13 de 26
admiten la tentadora sensación de poder diseñar moldes y casilleros pasibles de ser
rellenados con informaciones obtenidas en campo. Los casilleros reproducen esas
categorías abstractas y universales producto de las instituciones y del gestor que se
aboca a elaborarlas y que no siempre –en realidad generalmente nunca- son la
representación cabal de la “cultura practicada”.
La noción de registro parece trascender la de inventario, sin embargo, la misma
depende del tipo de uso que se le da en cada lugar. Por ejemplo para el IPHAN de
Brasil, el registro6 es una instancia de patrimonialización de las expresiones
seleccionadas para remapear el patrimonio cultural del Brasil, del mismo modo
sucede con la visión establecida en la Comisión de Patrimonio de la Provincia de La
Pampa en Argentina, bien diferente de la noción de registro que hemos querido
poner en juego en la realización del Atlas de Fiestas, Celebraciones,
Conmemoraciones y Rituales de la Ciudad de Buenos Aires7. En el último caso, el
relevamiento antecede al registro que no se traduce en patrimonialización, aunque
en el proceso de selección –porque siempre la hay y en este caso es una selección
producida desde el punto de vista del experto y la institucionalidad que le da el
gobierno local- se sugieren prácticas de patrimonialización, no solo porque la Ley
1535 que instituyó el Atlas autoriza la posibilidad de sugerir expresiones a
patrimonializar por el Ejecutivo, sino y sobre todo porque aunque ésta no sea la
intención de quienes lo llevamos a cabo, al mismo tiempo las expresiones entran en
un circuito de potenciales activaciones patrimoniales8.
La intención de distanciarnos de la idea del inventario implica introducir la fase de
relevamiento no sólo como la acción de compendiar y describir las manifestaciones
culturales, sino también como una etapa de “descripción densa” de la cultura –
siguiendo la conceptualización de Geertz- en la que hacer etnografía sirve a los fines
de leer, interpretar, clasificar y arribar al registro, siguiente y fundamental paso del
recorrido. Registrar, en nuestra perspectiva, no conduce a la preservación, sino a la
identificación, relevamiento, investigación y documentación. No por ello, el registro
se aleja de la posibilidad de clasificar, aunque con la intencionalidad de relevar y
registrar expresiones en su dinámica y documentar, procurando no interferir en el
proceso creativo. La selección no deliberada, aunque tampoco arbitraria, de las
expresiones culturales públicas relevables y registrables, se realiza ajena al
establecimiento de criterios o de definiciones a priori acerca de qué puede ser
potencialmente parte de un stock de bienes y expresiones patrimonializables9. En
6
Decreto 3551 del año 2000, a partir del cual se instituyó a nivel nacional en el Brasil, el Registro de Bienes
Culturales de Naturaleza Inmaterial, el que se previó realizar en base a los siguientes Libros de Registro: 1)
Saberes; 2) Celebraciones; 3) Formas de Expresión y 4) Lugares.
7
El Atlas fue realizado en el ámbito de la CPPHC bajo la órbita de la Secretaria General de la Comisión: Lic. Leticia
Maronese y con la coordinación de la Dra. Mónica Lacarrieu y la Lic. Liliana Mazettelle. En el equipo de trabajo
participaron: Lic. Ana Gretel Thomasz, Lic. Nélida Barber, Prof. María Paula Yacovino, el Fotógrafo Dario Calderon,
el Lic. Leonel Contreras. En la actualidad participan los estudiantes Martín Kleiman, Julieta Pacheco, Jimena Ponce
de León. Asimismo, en relación a distintas fases del trabajo, forman parte también del equipo la Dra. Marian Moya,
el Lic. Oscar Grillo, el Lic. Gabriel Moya.
8
Esta idea fue propuesta por Oscar Grillo en el ámbito de realización del manual de metodología sobre el Atlas.
9
El Atlas de Fiestas, Celebraciones, Conmemoraciones y Rituales de la Ciudad de Buenos Aires se encuentra en su
etapa final de realización –nos referimos al primer relevamiento y registro que será actualizado tal como lo indica la
Ley a los 5 años de finalizado aquel-, con la publicación del registro en una página web, una serie de publicaciones
escritas y la confección de videos y muestras. En este proceso de publicación es que el equipo de trabajo dedicado
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
14 de 26
suma, para esta iniciativa, registrar es la traducción de visibilizar, o podemos
sintetizar en que se registra con el objeto de visibilizar: la “institucionalización” de
la visibilización de los bienes y manifestaciones culturales inmateriales estrecha el
registro a la valoración de la diversidad cultural y el reconocimiento del derecho a la
presencia y representación simbólica de los grupos y sus relaciones sociales,
simultáneamente en que propicia la participación y autovaloración de sus
representaciones, prácticas e identidades sociales. Este mecanismo institucional de
visibilizar no siempre es coincidente con la actividad de esclarecimiento, muchas
veces conciente, que los propios grupos hacen sobre sus expresiones culturales. O,
desde otra perspectiva, puede que determinados colectivos sociales desarrollen
formas de auto-visibilización o de auto-invisibilización, previamente a la realización
del registro e incluso en simultaneidad con el mismo. Esto quiere decir que aunque
el objetivo del registro es ampliar la visión existente de la diversidad cultural
mediante la inclusión de una importante proporción de grupos y sus expresiones, no
siempre los propósitos son coincidentes y en algunos casos se vuelven coincidentes
a partir del Atlas como espacio de apertura para la “negociación de inclusión de
imagen”.
Las ventajas alusivas al registro no eliminan del todo las desventajas que hemos
señalado para el inventario. Por un lado, la construcción sincrónica del relevamiento
y registro positiva el sentido taxonómico y clasificatorio a través de la fijación
fotográfica, inmutable y desmovimentada de las expresiones; por el otro,
efectivamente la visibilización y reconocimiento mencionado se realiza mediante la
operación clasificatoria que caracteriza a la necesidad de una ficha de relevamiento
y registro. Aunque la ficha es el resultado de registros etnográficos realizados
mediante observaciones de campo, desde el mismo momento en que se desarrolla
la observación hay una proclividad a la cristalización de una imagen necesariamente
fijable en un espacio y tiempo, llevada luego en su traducción al registro y
finalmente retraducida en la ficha mediante un ordenamiento homogéneo y
universalizado que organiza la información obtenida en ítems y/o categorías
abstractas creadas por el gestor. La sincronía se procura trascender mediante la
utilización del método histórico, de modo de poner en movimiento en términos
temporales las continuidades y discontinuidades que han tenido las manifestaciones
del presente, y eludir el tiempo de origen, también mito de origen o pasado remoto
aurático. Como señala Benjamín (2003) “esta concepción implica admitir que en el
momento de la observación estén siendo atribuidos significados que pueden ser
considerados divergentes o aberrantes en relación a los significados anteriores”, sin
embargo, esas divergencias o desvíos respecto de las expresiones del pasado son
las transformaciones propias de la cultura, sin las cuales la manifestación relevada
habría “muerto” o perdido vigencia para la comunidad que la recrea
permanentemente.
a esta iniciativa, se abocará a examinar las manifestaciones culturales relevadas y registradas a fin de constituir un
menú de expresiones con potencialidad para ser sugeridas como patrimonio cultural de la ciudad –sin duda,
preestableciendo los criterios y requisitos necesarios a los fines de declarar patrimonios culturales inmateriales
urbanos-.
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
15 de 26
Como tradicionalmente ha sucedido con el patrimonio, aunque releguemos las
acciones de preservación a favor del relevamiento y registro, el Estado tiene fuerte
presencia en la institucionalización de las expresiones culturales, a través de la
puesta en marcha de estrategias de identificación y salvaguardia o bien de
instrumentos legales para la consecución de las mismas. Sin embargo, en el caso
del patrimonio inmaterial el papel asumido por el Estado se vuelve complejo: puede
ser auspiciosa su presencia si al reconocer las manifestaciones de la cultura en
cierta forma contribuye a legitimar grupos sociales discriminados e invisibilizados en
el espacio público (por ejemplo comunidades de inmigrantes con sus rituales y
festividades), por el contrario, puede volverse problemática si asume el papel de
interventor entrampado en ciertos dilemas como: a) procurar grados de originalidad
y autenticidad extrema o inducir la alteración; b) obligar a las poblaciones a
recuperar motivos, prácticas, elementos de la tradición o permitir la inclusión de
componentes importados y/o globales; c) producir e institucionalizar “objetos de
museo” o dejar ver y hacer manifestaciones performáticas; d) homogeneizar y
legitimar una representación y práctica de la expresión en cuestión o visibilizar las
diferentes versiones siempre en conflicto que los mismos sujetos despliegan en sus
prácticas.
Este es sólo uno de los componentes cruciales a la hora de formular planes de
manejo y gestión del patrimonio inmaterial. Planes que necesariamente obligan a
repensar las formas de protección, las medidas encaminadas a la “salvaguardia” de
bienes y expresiones culturales, la metodología y los instrumentos específicos que
deben implementarse a la hora de viabilizar estrategias políticas vinculadas a la
revalorización de las manifestaciones inmateriales. ¿Es legítimo institucionalizar las
expresiones
culturales
que
los
sujetos
y
grupos
sociales
ejecutan
“espontáneamente” y en el seno de procesos dinámicos que las transforman
permanentemente?; ¿será relevante como parte de iniciativas de gestión pública la
creación de modelos de relevamiento y registros de dichas expresiones?;
¿podremos considerar de mayor pertinencia la aplicación de registros como
instrumentos específicos normativos y de gestión, en procura de superar los riesgos
propios de las prácticas de “preservación” inherentes a los procesos de
patrimonialización de los “objetos tangibles”? ¿es que este tipo de estrategia
evitaria el “congelamiento” y la “intervención” ortodoxa sobre bienes y expresiones
sujetos a dinámicas sociales?; ¿resulta, entonces, imprescindible la elaboración e
implementación de medidas tendientes a la “salvaguardia” de este tipo de
patrimonio?
Es evidente que la serie de inquietudes formuladas sintetizan el debate
materializado en el dilema acerca de la “preservación” de los bienes y expresiones
inmateriales. El desafío e innovación planteado desde el gobierno brasilero en
relación al decreto 3.551 (4/8/2000), por el cual se ha instituido el Registro de los
bienes culturales de naturaleza inmaterial a nivel nacional, supervisado por el
organismo federal del patrimonio (IPHAN), ha puesto en cuestión la pertinencia de
“preservar” la inmaterialidad, sin embargo, colocando también en debate la
necesidad de un registro, los objetivos de dicho instrumento, las consecuencias de
identificar, relevar y registrar, la dicotomía entre registrar y preservar, el papel
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
16 de 26
dado al registro en la gestión del patrimonio inmaterial, llevando a preguntarse en
sintonía con de Barros Laraia: “¿cómo evitar que el Registro venga a constituir un
instrumento de “segunda clase”, destinado a las culturas materialmente “pobres”
porque sus testimonios no son reconocidos con el estatus del monumento?”.
3. Entre malas y buenas prácticas: experiencias de gestión del patrimonio
cultural inmaterial
Aunque la dimensión política del patrimonio ha sido históricamente omitida, como
hemos podido observar, el patrimonio cultural y en lo que respecta a este trabajo,
el patrimonio inmaterial, es el resultado del campo de la política y en ese sentido,
es necesariamente constituido en el marco de políticas públicas de la cultura. Pensar
el patrimonio inmaterial como instrumento político, no significa que solo sea un
recurso del Estado. Es cierto, en cierta forma, que el patrimonio inmaterial como ha
sido en el caso del material, se ha sobrecargado de estatalidad y que su emergencia
contemporánea se requiere sea producida desde el campo estatal (de hecho la
Convención para la Salvaguardia refiere a los Estados Parte como los actores
fundamentales del proceso de identificación, documentación, investigación, entre
otras acciones). No obstante ello, el patrimonio inmaterial también es un recurso de
y para las comunidades y sujetos que detentan saberes, prácticas y que desarrollan
las expresiones culturales que se incorporan en el mismo –sin desdeñar el lugar de
agrupaciones locales, civiles y hasta del mercado que en ocasiones recurre a
solicitudes de declaratorias o a apoyos y auspicios que conducen hacia la
patrimonialización a través de puestas en valor-.
Desde esta perspectiva, diríamos que el patrimonio inmaterial, más que nunca,
requiere ser pensado como un instrumento político que se constituye en la esfera
del espacio de lo público, generalmente institucionalizado desde el Estado, sin
embargo, cooperando y/o confrontando en dicha institucionalidad, otros actores
comprometidos con el mismo. El hecho de que el patrimonio inmaterial haya puesto
en escena la presencia de los sujetos, en principio por involucramiento con la
organización y desenvolvimiento de las manifestaciones culturales, abre la
necesidad de mirar su constitución más allá del estado, aunque genéricamente con
el Estado también, pues finalmente depende del estado su legitimación. Asimismo,
promueve la necesidad de mirar su resonancia en la ciudadanía en su conjunto,
desplazando el sentido de ciudadanía deficitaria, que supo tener el patrimonio desde
siempre, hacia la potenciación de ciudadanía. Aunque contradictoriamente, el
patrimonio inmaterial es un espacio pleno de paradojas: por un lado, permite pasar
de pensarlo “sin” gente a “con” gente, pero esto no se traduce necesariamente en
“desde la” gente, por el otro, supone fortalecimiento ciudadano, si bien acaba
restringido a los grupos poseedores de los saberes y las prácticas, al mismo tiempo,
que continúa siendo un recurso de ciudadanía regulada -ha funcionado y funciona a
modo de “ritual de ciudadanía” (Alvarez Curbelo;2002:159) en su carácter
ordenador que desde el poder público ha buscado y busca legitimar una forma de
control social a través de monumentos o sitios históricos y hoy a través de fiestas,
saberes, etc.-. Su contexto de surgimiento, además, lo coloca como un ámbito de
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
17 de 26
oportunidad para pensar las identidades, y para producir, como ha dicho López
(2002), un diálogo sobre/entre las identidades, escasamente imbuído de conflicto.
Desde esta mirada, el patrimonio inmaterial es un instrumento de gestión, que
como hemos observado a lo largo del texto, se inicia en el mismo momento en que
comenzamos a pensar en hacer un relevamiento de expresiones culturales y por
ende, desde que empezamos a colocar la lente en las mismas y en los sujetos que
las desarrollan. Incluso se ha naturalizado que las acciones de preservación y/o
salvaguardia no serían actividades ligadas a la gestión, cuando evidentemente
requieren de estrategias que se constituyen en el plano de lo político con fuertes
implicancias sobre la dinámica económica, social, cultural y política. Pero además, el
patrimonio inmaterial por sus vínculos estrechos con la diversidad cultural, es un
instrumento de gestión de la alteridad que requiere de especialistas y gestores
especializados en gestión del diálogo intercultural, con los conflictos que del mismo
devienen –tal como ha señalado Eduardo Nivón durante una conferencia en el año
2007-.
Las estrategias de gestión relacionadas al patrimonio inmaterial suelen visualizarse
en base a dos posibles situaciones: 1) cuando se admite que la gestión se asocia a
la elaboración de relevamientos, registros, la gestión de los mismos puede estar en
manos de las instituciones y los técnicos o bien en manos de los sujetos
involucrados, o articulada entre ambos; 2) generalmente se naturaliza que el campo
de la gestión toma cuerpo en el terreno de lo local, donde acontecen las
manifestaciones culturales declaradas o activadas como patrimonio. Es en este
contexto en que opera la lógica de la participación social como herramienta
necesaria de gestión para que la puesta en valor del patrimonio inmaterial, así como
su sustentabilidad, sean posibles de garantizar.
Respecto del primer caso, el Atlas de Fiestas, Celebraciones, Conmemoraciones y
Rituales de la Ciudad de Buenos Aires deja algunas cuestiones para pensar. El
relevamiento y registro en este caso es un paso hacia la visibilización de los grupos
desde el punto de vista del Estado y las instituciones. Pero el registro no
democratiza la visibilidad pública de grupos con mayor o menor capacidad de
interpelación, ni el campo de disputas en que las diferencias y semejanzas se
asumen públicamente. Más bien, atiende a una iniciativa multicultural, colocando a
cada grupo relevado y registrado en un “casillero” detallado de sus expresiones
culturales y lo visibiliza desde una simbólica más pintoresquista que problemática.
Asimismo, enfatiza el grado de “etnicidad” de las diferencias culturales –aún cuando
la Buenos Aires blanca persista en su poder de legitimidad-, si bien las diferencias y
los conflictos visibles públicamente también se manifiestan en las luchas por las
memorias –como en los rituales de madres, o en las marchas por la memoria donde
la murga es un actor nuevo-, por sólo dar cuenta de otras alternativas celebratorias.
Los relevamientos y registros, aunque herramientas propicias para la inclusión
simbólica de grupos antes excluídos, acaban, sin embargo, siendo el producto de la
gestión de la alteridad por parte de los técnicos, profesionales y gestores de la
cultura. ¿Quién toma la decisión de incluir a ciertos grupos y no a otros?
Evidentemente el orden institucional y más allá de voluntades abiertas a la
integración de “todos” los grupos diversos. La apertura no alcanza y da lugar a una
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
18 de 26
selección ¿“arbitraria”? resultado de una mirada que, como cualquier mirada, es
selectiva y que carga con el peso de las instituciones. Con esto queremos resaltar
que nada garantizaría que si dichos registros fueran tomados en sus manos por los
mismos grupos comprometidos con sus diferencias, la inclusión sería amplia y sin
exclusiones, pues en ese caso, la mirada acabaría siendo construida desde el
sentido de “otredad” que diferencia a unos de otros y que ubica a unos en situación
de franca desigualdad ante otros. Las experiencias de gestión asociadas a estos
primeros pasos respecto del patrimonio inmaterial, deberían transitar por el duro y
difícil “camino del medio”, colocando a las instituciones y el estado como un
facilitador y propiciador de este tipo de acciones para dar paso a otros actores
también ligados al campo. Es indudable que a su vez los propios sujetos requieren
del Estado y sus instituciones aún cuando auto-gestionen sus relevamientos,
registros, bases de datos, archivos digitales, museos comunitarios. Aunque, como
señala Appadurai, hoy podemos hablar de archivos que se construyen en el espacio
de Internet y que por ende desde ese lugar podrían independizarse del ámbito
estatal, al mismo tiempo precisan de las instituciones para legitimar y garantizar la
permanencia de sus expresiones, o al menos para gestar sus prácticas culturales en
el espacio de la cultura pública con ciertas atribuciones de eficacia simbólica.
¿Cómo y quienes deben gestionar? ¿Debería quedar la gestión del patrimonio
inmaterial en manos de los sujetos protagonistas de las expresiones culturales? O
¿las mismas deberían ser re-institucionalizadas desde el Estado y sus instituciones?
Pero quisiera ir al segundo punto a partir de experiencias concretas en las que la
participación ha sido consistente, compleja y/o conflictiva.
A través de la Ordenanza 52.039 se declara en 1997 “patrimonio cultural la
actividad que desarrollan las asociaciones/agrupaciones artísticas de carnaval
(centro murgas, comparsas, agrupaciones humorísticas, agrupaciones rítmicas y/o
similares) en el ámbito de la ciudad” y se faculta al Gobierno de la Ciudad a
“propiciar las medidas pertinentes para que las mismas puedan prepararse, ensayar
y actuar durante todo el año en predios municipales que puedan adaptarse a tales
fines o bien a gestionar espacios en clubes y sociedades de fomento cuando las
circunstancias así lo requieran”. Del artículo 7° de la Ordenanza, se desprende la
creación de la Comisión de Carnaval que desde ese momento funcionó en lo que
fuera la Secretaría de Cultura, hoy Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad
de Buenos Aires. Es de destacar que esta declaratoria ligada al patrimonio
inmaterial es previa a la sanción de la Ley 1227 del Patrimonio Cultural de la Ciudad
de Buenos Aires (2003) en la que el Articulo 4° se refiere a los bienes y expresiones
del patrimonio intangible y que la misma se logra en un contexto en el cual
localmente la visión asociada a este tipo de patrimonio era prácticamente
desconocida. Es por ello que los propios murgueros atribuyen la autoría de la
ordenanza al conjunto de murgueros que, como algunos remarcan, lograron
reunirse para la reivindicación, defensa y redacción de la ordenanza junto con los
legisladores que apoyaron la iniciativa. Más allá de los problemas que pasaremos a
explicar se suscitaron un tiempo después, resulta de interés remarcar que la
patrimonialización fue un instrumento estratégico de legitimación de las actividades
que se desarrollan en el espacio murguero, sin apelar por ello a la activación del
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
19 de 26
Carnaval como expresión festiva. Esta disquisición resulta de interés pues los
sujetos y sus prácticas fueron antepuestos al producto fiesta, tal como suele
suceder en otras declaratorias de patrimonio inmaterial.
A partir de la activación patrimonial, es el Estado y las instituciones encargadas de
su operacionalización –por más ambiguo que parezca10- quienes orientan y
direccionan qué versión de la realidad carnavalesca legitimar, qué componentes
deberán exhibirse y quienes los sujetos y agrupaciones dignos de manifestarse11.
Resulta inquietante que este proceso no solo involucra al poder institucional, sino
que han sido los propios murgueros –participando de la Comisión de Carnaval, en la
Agrupación Murgas- quienes han contribuido en la selección acerca de qué
actividades dejaremos ver, cuáles serán las agrupaciones “oficiales”, qué corsos
formarán parte del circuito “oficial”, cuánto dinero se otorgará a cada agrupación,
generando una política no solo de inclusión, sino también de exclusión, material y
simbólica, interna al propio campo de la expresión patrimonializada. Nótese que a
contrapelo de lo que los murgueros manifiestan: “En la murga porteña no hay
exigencias: entra todo aquel que tenga ganas”, la ordenanza, pero sobre todo la
reglamentación y la puesta en ejecución de la misma a través de la Comisión de
Carnaval –con delegados murgueros- desde donde se establecen jurados que
seleccionan a las murgas que actuarán en el siguiente Carnaval, operan en sentido
diferente, restringiendo la entrada al circuito oficial. La restricción opera por relación
a la calidad artística y del espectáculo que desde la reglamentación y la gestión del
Carnaval en tanto festejo, la Comisión, como representante del Poder Ejecutivo y
del Legislativo (aunque como he señalado también de los murgueros) se espera que
cada murga pueda ofrecer. Para ello se requiere autenticidad en la conformación del
“centro-murga”, tipo de murga legitimada en la reglamentación: en la estética del
atuendo, con el 70% de bombos con platillos, en la estructura que conforma la
actuación, entre otras cuestiones.
El caso del Carnaval de Buenos Aires, que en cierta forma podríamos aventurar que
se asemeja al del Carnaval de Oruro –que fuera declarado Patrimonio Inmaterial de
la Humanidad y que en el último verano presentó problemas también debido a que
se procuró reglamentar la cantidad de músicos por ejemplo, situación que llevó a la
huelga de músicos-, expone el conflicto que deviene del proceso de
patrimonialización una vez que las actividades murgueras fueron patrimonializadas
y comenzó una experiencia de gestión que si bien redundó en la participación de al
10
Un representante del Poder Legislativo en la Comisión de Carnaval reflexionaba acerca de la ambigüedad que
comporta la ordenanza, toda vez en que es incierto que es ser patrimonio cultural y por ende qué obligaciones
tienen el estado, los murgueros y hasta los propios legisladores (citado en Morel 2007:139).
11
En el anexo de la reglamentación de la ordenanza se especifica las funciones y atribuciones a cumplir por la
Comisión de Carnaval, entre ellas: 1) la inscripción en un registro de las asociaciones y agrupaciones artísticas de
carnaval que desarrollen sus actividades en el ámbito de la ciudad, dejando constancia de ciertos datos que sin
duda delimitan quiénes son los “auténticos” grupos –por ej. Nombre de la agrupación, género de carnaval que
desarrolla, fecha de creación, barrio al que pertenece o lugar de creación, colores característicos, cantidad de
miembros, rango erario, autorización de los padres en caso de menores de edad, lugar, días y horarios de ensayo,
funcionamiento anual o de verano; 2) definir los diversos géneros en que podrán expresarse las agrupaciones; 3)
programar las actividades anuales relacionados con la realización del carnaval; 4) definir los mecanismos de
evaluación artístico-técnica de las agrupaciones; 5) promover la organización de corsos; 6) otorgar permisos de
ensayo; 7) determinar las agrupaciones que participarán en el carnaval; 8) mediar en cualquier conflicto que pueda
originarse como consecuencia de la preparación y realización del Carnaval, entre otras.
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
20 de 26
menos una parte representativa de las murgas más legitimadas, permite entrever
que con la participación de los grupos sociales involucrados no basta y que en el
devenir de la gestión es muy probable que como en este caso, el patrimonio
contribuya a fisurar las relaciones internas, ayudando en la gestación de luchas por
el poder. Resulta interesante en este ejemplo, que la llegada a la activación
patrimonial fue vivida por los murgueros como una conquista en la medida en que
el carnaval en tanto festejo había sido prohibido en la época de la dictadura y si
bien la democracia había contribuido a su resurgimiento, solo a través de la
Ordenanza se hizo posible una reactivación y la diferenciación entre un antes y un
después respecto del espacio murguero. No obstante ello, fue la misma activación y
su reglamentación posterior lo que fue llevando hacia una experiencia de gestión
conflictiva, donde la intervención del estado –aunque se sugiera que se trata de una
intermediación- y el reclamo constante de los murgueros al estado referido a sus
necesidades, acaba poniendo en escena hasta donde es apropiado patrimonializar,
hasta donde es posible gestionar el patrimonio inmaterial y garantizar
sustentabilidad cuando la dinámica social siempre es conflictiva.
El reconocimiento y posterior activación de las actividades murgueras de Buenos
Aires, permite mostrar el papel de regulación que compete al patrimonio en tanto
instrumento político y de gestión. El carnaval de Buenos Aires en tanto fiesta
popular se regula mediante la reglamentación y gestión que se deriva de la misma y
en la que juegan un papel importante sus propios protagonistas. La regulación y
control se materializa en la obtención de un subsidio económico que el gobierno
otorga a quienes se seleccionan por calidad artística y estética con la intervención
de un jurado que designa el propio estado. La patrimonialización ha puesto
nuevamente en la calle al carnaval, incrementando incluso el número de murgas y
murgueros, al mismo tiempo que ha contribuido a profesionalizar y a dividir entre
legítimos e ilegítimos, entre oficiales y no oficiales o marginales a los grupos
murgueros que año tras año aspiran a participar del festejo y los corsos barriales12.
Las panelas (vasijas de barro que sirven para hacer comidas y que por mucho
tiempo eran confeccionadas en el ámbito doméstico para el mundo de lo privado) y
paneleiras de Goiabas en Brasil constituye un caso paradigmático por el contrario.
Cuando las panelas fueron declaradas patrimonio cultural (o sea fueron
resignificadas como “bien cultural”), las mujeres que hacían las panelas
aprovecharon esa declaratoria para autogestionar un nuevo posicionamiento de sí
mismas a partir de la “invención” de su origen como artesanas, fundado en la
autenticidad de las panelas: por via de la ancestralidad de sus abuelas que
trasmitieron los conocimientos para su fabricación, de la delimitación territorial
donde siempre fueron realizadas, del material que solo existe en ese lugar y del
modo de hacerlas. A través de la “sedimentación colectiva” (Berger y Luckman
citado en Dias 2006) reinventaron un origen tradicional que permitió redefinir la
identidad de la paneleira. De la declaratoria patrimonial de un “objeto” (la panela)
se transitó hacia la redefinición de las mujeres en torno de nuevas identidades
12
Para mas datos sugiero la lectura de “Las dimensiones económicas del carnaval de Buenos Aires: ¿impacto o
valoración económica?” por Mónica Lacarrieu, en: Revista Cultura y Desarrollo, Nª 5, Unesco, Cuba.
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
21 de 26
legitimadas: de amas de casa que hacian panelas para el hogar, a artesanas y
trabajadoras. En alianza con la Prefectura Petista, o sea con el gobierno local, las
paneleiras se organizaron y formaron una asociación que les permitió obtener una
nueva categoría social, también los recursos y ser representadas a partir de la
organización como artesanas y trabajadoras. La Asociación creó el Día de la
Paneleira y una Fiesta en torno del mismo con la intención de ser reconocidas como
legítimas productoras de ese patrimonio, con posibilidad de comercializarlo y
divulgarlo como producto. Como señala Dias, la fiesta, el día que las homenajea y la
asociación, son diferentes espacios en los que se negocia permanentemente la
política cultural del gobierno local
y nacional, la producción cultural de las
paneleiras y sin duda, el usufructo de quienes consumen el producto cultural. Las
paneleiras pasaron a convertirse en la representación cultural y patrimonial del
estado de modo de disputar la posible desapropiación de su territorio por parte del
Estado nacional y su lugar diferenciado respecto de otros artesanos que hacen
panelas con torno.
La institucionalización de las panelas como patrimonio cultural –como se observa en
una primera instancia, un rescate ligado a las vasijas/ollas de barro- abrió el
espacio a la auto-gestión y organización de la mano de las propias hacedoras de las
panelas. Así fue que la propia asociación se unió al IPHAN (Instituto de Patrimonio
Histórico y Artístico Nacional del Brasil) promoviendo que no fueran las panelas sino
las paneleiras las que fueran inscriptas en el Libro de Registro de los saberes,
reconociendo
como
Patrimonio
Cultural
Inmaterial
una
actividad
y
fundamentalmente a las sujetos portadoras de una tradición indígena de más de
400 años –según ellas mismas reinventaron-. Las paneleiras condujeron los cambios
y llegaron a la declaratoria nacional una vez que se organizaron social y
laboralmente.
Tanto la patrimonialización del Carnaval porteño como la de las panelas en Brasil
muestran una peculiaridad: fueron espacios de reconocimiento de sujetos y sus
actividades. Solo que en el primer caso desde la declaratoria que hizo el estado local
se legitimó un patrimonio cultural local basado en las actividades y los murgueros y
no en la fiesta como “cosa/objeto”, mientras en el segundo, se partió del “objeto”
panela para llegar al sujeto paneleira con posterioridad. En el primer caso, la
patrimonialización no redundó positivamente en una gestión de sí mismos como
sujetos históricos con potencialidades económicas, sociales y políticas –màs allá de
que lograron la creación de una Agrupación de Murgas con su página Web,
organización a partir de la cual procuran disputar y negociar la problemática que
trajo consigo la declaratoria-, mas bien los introdujo en una conflictividad propia de
la institucionalidad que buscaron pero que luego no supieron gestionar en alianza
con los gobiernos que se sucedieron –en cierta forma aunque no perdieron su
legitimidad como portadores de saberes y prácticas culturales populares, tampoco
ganaron en una relegitimación que les permita obtener nuevos posicionamientos y
nuevas conquistas como el feriado nacional perdido en la dictadura, o la
patrimonialización nacional como un recurso para legitimarse aún mas-. Por el
contrario, las mujeres que hacen panelas, fue a través de los objetos
institucionalmente patrimonializados en el terreno de lo local, que consiguieron
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
22 de 26
tomar en sus manos la gestión de su actividad: reinventando la tradición y con ello
recolocando el lugar de la panela/objeto/patrimonio en pos del protagonismo de la
paneleira como sujeto histórico artesana y trabajadora (resulta interesante que
cuando llegan a la patrimonialización hecha a nivel nacional, las panelas ya no
fueron consideradas, sino que lo fueron las paneleiras con sus saberes y prácticas,
cuestión que obviamente redundó en una revalorización del trabajo y la producción
artesanal).
En ambos casos se manifiesta que la participación por sí sola no hace magia, porque
los sujetos que intervienen en estos procesos no son actores pasivos frente al
Estado o frente al rol institucional del Estado. Los murgueros procuraron contribuir
con sus conocimientos al plan de manejo del Carnaval en tanto festejo local a lo
largo y ancho de la ciudad, una vez que las actividades de ellos mismos fueron
patrimonializadas, sin embargo, en el proceso de su gestión acabaron siendo parte
de un mayor grado de conflictividad caracterizado por disputas y negociaciones
permanentes y cambiantes, pero que sobre todo coloca a muchos de ellos por fuera
del sistema legal y legítimo de la realización de la fiesta y los espacios donde se
realiza. Mientras las paneleiras se reposicionaron a partir de las panelas en tanto
patrimonializadas, o bien supieron “usar estratégicamente” dicha nominación para
recrearse en tanto artesanas y trabajadoras, tomando en sus manos la planificación
y gestión de la producción, circulación y consumo de las artesanías. Sin embargo, el
hecho patrimonial no se congeló en la declaratoria, ni en el objeto a ser comprado
en tanto souvenir o a ser exhibido como pieza de museo, sino muy por el contrario
ingresó al circuito de la producción cultural de la mano de las productoras quienes
además se organizaron y desde allí pasaron a construir alianzas, a negociar y
disputar su lugar como paneleiras hasta llegar a su “auto-patrimonialización” a nivel
nacional. En este caso, el estado dio el puntapié pero luego quedó a la par y a veces
hasta por debajo del papel asumido por las mujeres, quienes produjeron sus propios
planes de gestión.
Los dos ejemplos permiten dar cuenta, por un lado, que en la selección de una
expresión o de un bien cultural y en su posterior patrimonialización se inicia el
proceso político y de gestión; por el otro, que no siempre es a partir del estado y su
única intervención que es posible salir de la institucionalidad del patrimonio en tanto
acción de salvaguardia y preservación. Por el contrario, consideramos que el Estado
tiende a encauzar, orientar y delimitar un espacio social que tiene su propia
dinámica, pero que en el proceso de declaratoria acaba frenando, organizando y por
ende casi congelando. Mientras que si la gestión, no necesariamente a través de
planificaciones rígidas, es apropiada y asumida por los sujetos comprometidos con
dicha declaratoria, es posible que tanto sea por el camino del conflicto como por el
de las asociaciones y alianzas, pueda revertir en réditos de todo tipo: desde la
legitimación y reconocimiento social de sujetos y grupos históricamente relegados,
hasta el reposicionamiento de los mismos como sujetos activos que pueden ser
redefinidos como productores culturales.
En el fondo y si uno mira otros ejemplos, tan complejos como estos, pero que no
han llegado a la institucionalidad que brinda el campo del patrimonio, el asunto
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
23 de 26
pasa por el quien o quienes toman las decisiones, hasta donde se asumen como
sujetos gestores de sus producciones culturales, y en que lugar puede quedar el
estado respecto de estas nuevas dinámicas. Por ejemplo, cuando la UNESCO
promovió la candidatura a la declaración de patrimonio inmaterial de la humanidad
del nguillatún –ritual mapuche- y posibilitó estudios de diagnóstico por parte del
gobierno chileno y argentino, incluso otorgando financiamiento, no consideró el
papel que asumirían los propios mapuches, quienes al cabo de un tiempo decidieron
que el nguillatún era de su “propiedad” y que serían ellos quienes lo
patrimonializarían una vez que ellos como “pueblo” fueran legitimados por el estado
y la UNESCO. Fueron los mapuches quienes utilizaron la potencial candidatura para
instalar en la agenda pública de los estados nacionales, el reclamo histórico de sus
tierras, relegando el interés puesto por UNESCO en la declaratoria del nguillatún –
postura inversa a la de las paneleiras, que ante el hecho consumado decidieron
tomar en sus manos la gestión posterior, en tanto los mapuches decidieron con un
“ni” y pusieron en juego el reclamo: “si el Estado nos devuelve lo nuestro allí
veremos si aceptamos la patrimonialización” que de últimas, como ellos mismos
manifestaron, sería decisión del colectivo mapuche (claro que seguramente no de
toda la cultura por igual)-.
Los afrodescendientes como se observa en el primer testimonio que hemos
transcripto vienen reclamando desde hace años la declaración de las llamadas de
tambores, en tanto expresión cultural que podría ser incluida en la Ley 1227,
artículo 4ª referido al patrimonio intangible de la ciudad de Buenos Aires. Aunque el
reclamo ha sido tomado por los sujetos, nótese que en tanto solicitan
patrimonialización del ritual/festejo tienden a moverse en la lógica del estado y los
organismos internacionales, colocando en la objetivación del producto fiesta el
supuesto reconocimiento social que hasta ahora no han tenido. Este es un buen
ejemplo en que el estado se ha negado sistemáticamente a ese reconocimiento y
evidentemente lo hace a través de la no institucionalización de una expresión
cultural que en tanto objetivada como patrimonio podría simplemente revalorizar un
producto cultural sin consecuencias por sobre la visibilidad y democratización
cultural en la ciudad de Buenos Aires. La negativa del Estado, así como el
direccionamiento que los sujetos dan al reclamo, donde ellos como tales solo
existen en la disputa pero no como “productores culturales”, coloca al patrimonio
como ese trofeo de guerra para la disputa por el reconocimiento o para la negación
y periferización constante de ciertos grupos sociales. Este ejemplo permite ver que
la gestión comienza mucho antes de la patrimonialización.
----------------------------------¿Es posible gestionar el patrimonio inmaterial? Con esta pregunta comenzamos este
texto, partiendo de la escasa producción de análisis vinculados al patrimonio
inmaterial, pero también de las pocas experiencias de gestión vinculadas a este
campo, aún cuando se ha avanzado fuertemente sobre la institucionalidad ligada al
mismo.
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
24 de 26
Como se ha dicho a lo largo de este trabajo, la gestión comienza mucho antes de
las declaratorias. Cabe destacar que en la propia definición del patrimonio inmaterial
y en las posteriores candidaturas hay intencionalidades acerca de cómo con el
patrimonio inmaterial contribuir a nuevos mapas geopolíticos de poder. Y una vez
que las expresiones culturales se convierten en patrimonio, este deviene en
instrumento del Estado y en recurso político para quienes participan de las
producciones y manifestaciones culturales. No todo es potencialmente
patrimonializable, pero cuando se decide patrimonializar es necesario preguntarse si
reconocer “objetos” o “sujetos”, bienes/cosas o sujetos objetivados.
Sin embargo, la primera cuestión que se nos plantea es que las expresiones
culturales que se consideran en los últimos años como componentes organizados
del patrimonio inmterial, son antes que productos objetivados del y por el Estado,
manifestaciones culturales que se crearon y recrearon originariamente sin estado, y
que aunque en la contemporaneidad el Estado es un actor fundamental, no
necesariamente aquellas son producidas con Estado.
Hannerz (1996) se pregunta porque valdría más una “reserva viva” –considerando
que en la nueva valoración de la diversidad cultural, las culturas “supervivencias”
del pasado en el presente, son cruciales para su reproducción- que una cultura
organizada y gestionada a través de documentos, archivos, bases de datos,
relevamientos, registros, inventarios y hasta declaratorias patrimoniales.
Personalmente creo que en este dilema se encuentra la principal paradoja del
patrimonio inmaterial: se requiere de los sujetos y sus prácticas culturales “en vivo”
pero al mismo tiempo se precisa organizar, clasificar, orientar y establecer
parámetros de ordenamiento que desde los organismos internacionales y/o desde
los Estados permitan abstraer a los sujetos y sus manifestaciones de su contexto, y
con ello regular y controlar no solo culturalmente sino y sobre todo social,
económica y políticamente.
El patrimonio cultural, en este caso el inmaterial, es un instrumento político por
excelencia desde el cual es posible desarrollar estrategias de gestión. En el caso de
este tipo de expresiones patrimonializables, en la medida en que los sujetos se
visibilizan rápidamente, se espera que si el Estado y sus instituciones, que si los
gestores y expertos, dan lugar al involucramiento y la participación de aquellos,
será posible gestar espacios de contención cultural y social con el patrimonio de la
mano. No obstante, como se ha observado, no siempre la participación social
garantiza mejores experiencias de gestión, porque en realidad la participación no es
un locus que se construye sin relaciones históricas de poder, y porque es en el
quien o quienes toman las decisiones y desde ahí generan procesos de negociación
y disputas, desde donde es necesario pensar y repensar sobre la posible gestión del
patrimonio inmaterial.
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
25 de 26
Bibliografía Citada
Appadurai, Arjun (2005) “Memoria, Archivo y Aspiraciones” en: Construir
Bicentenarios: Argentina, Caras y Caretas, The New School, Buenos Aires.
Arizpe, L. y Nalda, E. (2002) “Patrimonio Cultural, turismo y desarrollo” en:
Iberoamérica 2002. Diagnóstico y propuestas para el desarrollo cultural, N.García
Canclini (coordinador académico), OEI-Santillana, Madrid-México.
Arizpe, Lourdes (2004) “El patrimonio cultural intangible en un mundo interactivo”
en: Memorias Patrimonio Intangible. Resonancia de nuestras tradiciones, ICOM,
CONACULTA-INAH, Fundación Televisa, México.
Benjamin, Roberto: "As festas populares como processos comunicacionais:
revisitando o pensamento de Luiz Beltrâo" en: Revista de Investigaciones
Folclóricas, vol. 17: 55-60, 2002.
Carozzi, María Julia (2003) “El reconocimiento de las formas populares y locales de
la memoria en las políticas del patrimonio cultural” en: El espacio cultural de los
mitos, ritos, leyendas, celebraciones y devociones, Temas de Patrimonio 7, Alvarez
y Lacarrieu (coordinadores editoriales), Comisión para la Preservación del
Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, GCBA.
De Barros Laraia, Roque (2004) “Patrimonio imaterial: conceitos e implicacoes” en:
Patrimonio imaterial, perfomance cultural e (re)tradicionalizacao, Teixeira, J.,
Carvalho Garcia, M., Gusmao, R. (org.), TRANSE/CEAM, ICS, IDA, Universidade de
Brasilia.
Dias, Carla (2006).“Ser paneleira não é brincadeira” - estratégias de associação
política na construção de uma categoria profissional” en: Arquitos do Museu
Nacional, Vol. 64, N° 3, Río de Janeiro.
Goncalves, José R. (2005) “Ressonancia, materialidade e subjetividade: as culturas
como patrimonios” en: Horizontes Antropológicos. Patrimonio Cultural 23, Porto
Alegre.
Hannerz, Ulf (1996) Conexiones trasnacionales. Cultura, gente, lugares. Frónesis,
Cátedra Universitat de Valéncia, España.
Londres, Cecilia (2004) “Patrimonio e Perfomance: uma relacao interessante” en:
Patrimonio imaterial, perfomance cultural e (re)tradicionalizacao, Teixeira, J.,
Carvalho Garcia, M., Gusmao, R. (org.), TRANSE/CEAM, ICS, IDA, Universidade de
Brasilia.
Palerm, Angel y Palerm, Juan Vicentge (1989) Guía para la clasificación de los datos
culturales biblioteca de ciencias sociales, Colección de antropología social, Serie
manuales n° 1, UAM-Iztapalapa, México.
Boletín Gestión Cultural Nº 17: Gestión del Patrimonio Inmaterial. ISSN: 1697-073X
URL: www.gestioncultural.org/boletin/2008/bgc17-patrimonioinmaterial.htm
26 de 26
Descargar