La red de victimas y culpables

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La red de víctimas y culpables
Soy Marcos Devetach y hace un par de semanas encontré mi diario de cuando era detective o
mi profesión estaba “activa”. Uno de los mejores casos que tuve fue el de Marita Verón, lo
recuerdo muy bien, aunque haya sido una desgracia lo que le pasó a mi vieja compañera y
actual amiga. Uno de los relatos que escribí fue este:
Me describo como una persona a la que le atraen los misterios y las cosas ocultas, soy muy
detallista. Hace un par de días me encontré en la comisaría con una tal Susana, persona a la
que veía muy ocupada y por sobre todas las cosas preocupada. Me tomé el atrevimiento de
preguntarle cuál era su motivo para estar en la comisaría y me contó que su hija había desaparecido. Hablando un largo rato sobre el tema finalizamos la charla aceptando quedar en contacto. Cuando llegué a mi casa hice un resumen de todo lo que me había dicho, ya que había
quedado con un gran interés en resolver este caso y, aunque no fuera yo el que hiciera la tarea de detective sino Susana, decidí convertirme en su ayudante. En mi cabeza transitaban
toda clase de datos.
María de los Ángeles Verón tenía 23 años al momento de ser secuestrada el 3 de abril de 2002.
Hasta entonces vivía con su pareja, David Catalán. Tuvieron una hija llamada Sol Micaela. Juntos habían instalado un negocio que comenzó como despensa y se fue ampliando hasta convertirse en un mercadito con amplia gama de productos. Estaba ubicado en un barrio nuevo
del norte de la ciudad de Tucumán, en Villa Mariano Moreno.
Una de las cosas que recuerdo con mucho detalle es que tenía una vecina, Patricia Soria, que
era enfermera en la maternidad de San Miguel de Tucumán. Ésta le comentó a Marita que su
novio, un tal Miguel Ardiles, era jefe de personal en la clínica y podría recomendarla para evitar las largas esperas en ser atendida. “Allí sólo tenés que pagar veinte pesos”, le dijo. Marita
confiaba en que todo saldría bien, y también tenía en cuenta que el médico particular le cobraba trescientos quince pesos y allí solo tendría que pagar veinte.
Fue a la maternidad y buscó a Ardiles. Éste la hizo anotar con la enfermera, la atendió el médico Tomás Rojas, quién le indicó un Papanicolaou y una radiografía de ovarios. La citaron para
que al día siguiente llevara su documento para ser sellado y fueron muy insistentes en esto.
“Quédate tranquila mamá, cuando tenga que hacerme los estudios vos me acompañas”, le dijo
a Susana.
Ese día Susana tuvo el presentimiento de que algo no estaba bien y al ver que Marita no regresaba a la hora que había dicho que lo haría, salió con su esposo a buscarla a la Maternidad. Allí
descubrió que Ardiles era personal de limpieza y que todo había sido un engaño. Al preguntar
en toda la maternidad, una mujer muy anciana de pelo canoso, con una actitud sospechosa,
confesó a Susana que el tal Ardiles no era quien decía ser.
Luego de enterarse de esto Susana buscó a su hija por las calles aledañas y por el centro de la
ciudad sin resultados. Decidió hacer la denuncia, pero la policía en un comienzo no quiso tomarla. Finalmente ante su insistencia, la dejaron asentada. Con el tiempo se descubriría que
estaban involucrados. Trataron de convencer a Susana de que no volvería a encontrarla.
Según Susana, Marita no había llamado a ninguna de sus amigas de su grupo más íntimo.
Tampoco sus familiares sabían nada. Esto me resultaba muy raro. La mayoría de mis conclu1
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siones terminaban en la trata de personas, gente involucrada en el secuestro y la prostitución.
Yo estaba muy bien informado de esto ya que había entrevistado hace un tiempo a las religiosas de la congregación de Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor que trabajan con las mujeres que se encuentran en situación de prostitución y son víctimas de trata.
Preguntando por la zona roja de su ciudad, recibieron la primera pista de que Marita podía
estar en La Rioja, de un hombre que decía haberla visto acompañada de dos hombres con un
aspecto muy peculiar. Mientras, la policía y la justicia desviaban la investigación o les hacían
seguir pistas falsas; seguían insistiendo que este caso era falso o que nunca podrían saber nada
más de ella. Susana recibía informaciones falsas como que en las cámaras de seguridad nunca
habían visto nada sospechoso (pero no quisieron mostrarle las grabaciones) o que ninguno de
los empleados de la maternidad sabían algo sobre una tal Marita o María de loa Ángeles, lo
cual me pareció muy sospechoso ya que dos secretarias de la maternidad me confesaron que
la habían visto y la describieron a la perfección según una foto que me mostró Susana de ella.
En esa provincia comenzaron a aparecer indicios más fuertes y testigos que afirmaban haber
visto a Marita o haber estado con ella. Con el testimonio de una víctima rescatada de la casa
de Daniela Melhein, Fátima M., empezaron a surgir nombres como Liliana Medina, gran madama que regenteaba varios prostíbulos de la provincia, sus hijos Gonzalo Gómez y el Chenga
Gómez, que también estaban en el “negocio familiar”. Fátima sostuvo haber dormido junto a
Marita en la casa de Melhein en Yerba Buena, Tucumán, adonde había sido trasladada desde
La Rioja y luego vuelta a trasladar, según afirmó Fátima cuando la interrogué. En estas instancias yo prácticamente ya había confirmado mi conclusión o teoría.
Este caso es uno de los más extraños que tuve ya que muchas personas eran sospechosas o
parecian serlo.
La justicia de La Rioja demoraba los procedimientos y por eso Susana, en 2003, le solicitó al
entonces Ministro de Justicia y Seguridad de la Nación, Doctor Gustavo Béliz, que gestionara la
intervención de Gendarmería. En el primer allanamiento que se hizo con ellos, encontramos a
Andrea R., quien se hallaba secuestrada y era oriunda de La Pampa. Ella dijo que compartió
cautiverio con Marita, y la vio ser amenazada por Liliana Medina con que iban a matar a su hija
Micaela y a su madre.
Todo esto nos llevó a que otra víctima que logró escapar en mayo de 2003 de la casa de Medina, Andrea D., quién afirmó haber estado presente el día que llevaron a Marita a La Rioja y
declaró que ella le comentó que había dejado una bebé con su mamá. Ella también aseguró
haber visto como la llevaban a la peluquería para teñirla de rubio y cómo le colocaban lentes
de contacto de color claro. La verdad cuando yo interrogaba a las testigos no podía creer la
maldad en el secuestro de una persona, alejarla de toda su familia, transformarla y prostituirla,
vender su cuerpo por algo que no tiene comparación con la dignidad de una persona que es el
dinero. Pero este tema no requiere de mi opinión sino de mi ayuda.
Varios juicios se realizaron pero ninguno sirvió para confirmar lo que nosotros creíamos.
Volviendo a la zona roja de la ciudad, pero un poco más retirado del centro encontramos una
bolsa que parecía contener algo adentro y estaba camuflada con restos de comida y ropa rota.
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Nos llamó mucho la atención, entonces, sin tocar nada, fuimos a observar. Susana reconoció
que la remera tajeada era de Marita. Como había un par de dudas y ninguno de los dos quería
tocar nada, llamamos a la policía científica, la cual no tardó mucho tiempo en llegar. Al principio se negaban a realizar su trabajo, pero luego de mucha insistencia por parte de Susana lo
hicieron. De todas formas yo recogí algunas pistas claves. Lo que nos dimos cuenta fue que el
cuerpo siempre estuvo ahí, según la autopsia llevaba varios días varado en el campito fuera de
la ciudad.
Llegando casi a un año de investigación, descubrimos quien fue la culpable y el cuerpo de Marita fue reconocido. La culpable fue su vecina Patricia Soria, y los dos hombres con los que la
vieron a Marita caminar por la zona roja de la ciudad eran Ardiles y Tomás Rojas, cómplices
claves de Patricia. ¿Porqué ella cometió semejante crimen? No lo sabemos y por los interrogatorios que se realizaron creo que nunca lo vamos a saber. Pero repito que este caso fue muy
peculiar, ya que todos involucraban a todos.
Lo que me queda de este caso es una gran amistad con Susana y la satisfacción de haber sido
parte de un caso resuelto.
Qué bien que me hace leer este diario, me recuerda esas tardes oscuras tratando incansablemente de ayudar a Susana y a toda su familia. Y creo que con esto termino de contarles uno de
mis mejores casos.
A través de él investigué y aprendí mucho sobre este flagelo mundial. Supe de la existencia de
organizaciones y congregaciones que trabajan incansablemente para ayudar y acompañar a
mujeres que han sufrido situaciones como la de Marita o que estén en riesgo, o en contexto de
prostitución, entre ellas la de las hermanas Oblatas, cuyo trabajo merece toda mi admiración.
Alumna: Martina López Arena
Curso: 3º año A
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