Andrés Pedreño Cánovas, Elena Gadea Montesinos, Marta Latorre Catalán

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Nuevos y viejos conflictos jornaleros en Murcia, 1890-2012
Andrés Pedreño Cánovas, Elena Gadea Montesinos, Marta Latorre Catalán
Universidad de Murcia
Carlos de Castro Pericacho
Universidad Autónoma de Madrid
Resumen
Esta comunicación pretende analizar la evolución histórica de la conflictividad de los
obreros agrícolas de la Región de Murcia, que actualmente constituye uno de los polos
más importantes en cadenas globales de producción agrícola. A diferencia de lo
ocurrido en otras regiones, la conflictividad jornalera en la región de Murcia ha estado
prácticamente ausente hasta los años 70. A partir de entonces, gracias a la
restructuración de la agricultura industrial y a la creciente asalarización de los
trabajadores agrícolas, se creó un movimiento jornalero que protagonizaría importantes
episodios de conflictividad en torno a la reivindicación de una norma salarial. Esta
estrategia del nuevo movimiento jornalero pretendía homologar a los trabajadores
agrícolas al estatus de ciudadanía social y suponía el abandono de la mítica
reivindicación de la tierra, que había vertebrado históricamente las escasas
movilizaciones obreras. No obstante, esta estrategia pronto se vería truncada por la
expansión de la desregulación del mercado de trabajo de los años 80-90, por el
incremento de los flujos migratorios de finales de los 90 y por las estrategias
empresariales de segregación étnica y de género para movilizar una fuerza de trabajo.
En la actualidad se ha consolidado una estructura productiva basada en grandes
empresas y en un mercado de trabajo compuesto principalmente por trabajadores
inmigrantes, lo que puede dar lugar a la expresión de otro tipo de conflictividades. Esta
comunicación pretende explicar esta evolución histórica de la conflictividad jornalera
según la estructura de propiedad de la producción agraria y la cultura política de los
jornaleros.
Palabras clave
Conflictos laborales, agricultura intensiva, etnosegmentación étnica
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1. La configuración de la agricultura industrial
En la Región de Murcia, situada en el mediterráneo español, la agricultura
intensiva se desarrolla a partir de la década de los ochenta, con el trasvase Tajo-Segura,
la entrada de España en la Comunidad Económica Europea y la formación del Mercado
Único Europeo.
En la configuración de este modelo, basado en la producción de frutas y
hortalizas destacan cinco procesos: la especialización en productos hortofrutícolas, que
sustituyen los antiguos cultivos de secano; la intensificación productiva, mediante la
especialización de cultivos y la incorporación de innovaciones tecnológicas y
organizacionales, que traerán consigo una desestacionalización del producto agrícola
hasta conseguir ciclos anuales de producción; la expansión o ampliación de las
superficies cultivadas por medio de la transformación de los terrenos de secano en
regadío; la centralización productiva, con la creación de grandes empresas y
cooperativas cultivadoras-exportadoras; y la integración de actividades de producción
agrícola y de transformación de productos agrarios en alimentarios (Segura, Pedreño y
De Juana 2002).
Estos procesos han generado un modelo que hace insuficiente el trabajo familiar,
que ha quedado reducido a las orientaciones menos intensivas y a las explotaciones de
menor tamaño. Por ello, la asalarización se revela como un elemento fundamental para
el desarrollo y la consolidación una agroindustria que genera “no sólo un destacado
aumento de la demanda de trabajo sino también, y especialmente, una profunda
reestructuración de la composición de la fuerza de trabajo y del mercado de trabajo”
(Segura y Pedreño, 2006:385). La centralidad de la relación salarial en la expansión del
modelo generó un fuerte incremento de la demanda de trabajo asalariado “justo en un
momento histórico, los años 80 y 90, en que se estaban desactivando las bolsas
tradicionales de jornaleros por el trasvase hacia otros sectores económicos” (Segura,
Pedreño y De Juana, 2002:87).
2. Estrategias empresariales de vulnerabilización de la mano de obra
La agricultura intensiva murciana tuvo que enfrentarse, desde finales de los años
80, a una acuciante necesidad de mano de obra al tiempo que, para ser competitiva,
necesitaba mantener estables los costes laborales. Para Segura, Pedreño y De Juana, “la
gestión de estas incertidumbres ha sido posible por la formación de una nueva estructura
social jornalera”, que tiene como principales protagonistas a mujeres e inmigrantes
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(2002:87) y la reproducción, en la nueva agricultura industrial, de las viejas pautas de la
relación salarial del jornalerismo tradicional (eventualidad, pago a jornal, extrema
flexibilidad, informalidad, paternalismo, etc.), como forma de contener los costes
laborales y de impedir a los trabajadores
El empleo de trabajadores vulnerables en el campo murciano es anterior a su
configuración como agricultura intensiva de exportación. Hasta la llegada de la
inmigración, mujeres, gitanos y temporeros procedentes de Andalucía tenían un peso
importante como jornaleros y trabajadores temporales. Para Segura, Pedreño y De Juana
(2002), el empleo de los primeros trabajadores marroquíes en la agricultura se inscribe
en una estrategia de segmentación respecto a la mano de obra local que acabará por
extinguir el movimiento organizativo de jornaleros agrícolas de mediados de los años
ochenta. Con posterioridad, a raíz de los procesos de regularización de la década de los
noventa, serán estos trabajadores marroquíes los que planteen reivindicaciones de
mejora laboral. Una situación que “exasperaba a los empresarios, quienes comenzaron a
decir que los marroquíes son conflictivos e improductivos por su cultura. Así, se va a
proceder a un nuevo giro en la segmentación, sustituyendo a la mano de obra marroquí
por la de otros orígenes (ecuatorianos, subsaharianos, europeos del Este, etc.), a veces
hasta mediante el reclutamiento organizado, con el fin de obtener la máxima disciplina
en los tajos” (Segura, Pedreño y De Juana, 2002:90). Los empresarios son conscientes
de que la vulnerabilidad de los trabajadores inmigrantes es mayor en los primeros
momentos del proceso migratorio, cuando muchos de estos trabajadores se encuentran
en una situación legal precaria y las presiones del proyecto migratorio son mayores; por
ello, han favorecido la sustitución de unos colectivos por otros. Los procesos de
sustitución étnica se han legitimado en factores culturales, aunque es evidente que la
lógica que le subyace es la búsqueda constante de empleados “sumisos”. Los procesos
de selección de los trabajadores contratados en origen también ilustran esta búsqueda y
movilización de categorías sociales vulnerables.
Junto con la movilización de categorías sociales frágiles, se han desarrollado
estrategias empresariales que producen y reproducen las situaciones de vulnerabilidad
de estos trabajadores y que les impiden ganar poder de negociación. Durante la década
de los noventa, la inserción laboral de los inmigrantes, muchos de ellos en situación
irregular, estaba prácticamente limitada a la agricultura como jornaleros que, en la
mayoría de casos, trabajaban sin contrato y sin alta en la Seguridad Social. En los
últimos años, como destacan diversos estudios realizados en la Región de Murcia
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(Colino, 2007) y en el Campo de Cartagena (Torres, 2007; Gadea, 2008), este escenario
ha evolucionado hacia una situación de menor economía sumergida, aunque ésta se
sigue manteniendo en niveles elevados. En este proceso de disminución de la economía
sumergida han intervenido diversos factores, entre los que destacan la regularización de
muchos trabajadores inmigrantes y la propia transformación del tejido productivo hacia
un modelo de grandes empresas, donde las situaciones de trabajo sin contrato habrían
disminuido en relación con las pequeñas explotaciones tradicionales, que siguen
manteniendo importantes bolsas de economía informal. Sin embargo, aunque en menor
medida que en décadas anteriores, la economía sumergida persiste.
A pesar de que en los últimos años muchos extranjeros han podido regularizar su
situación, la constante llegada de inmigrantes y las restricciones que establece la
legislación de extranjería han provocado que esa “bolsa” de trabajadores irregulares se
haya mantenido. Son, principalmente, estos inmigrantes “sin papeles” los que engrosan
las filas de la economía sumergida, sobre todo en las pequeñas explotaciones agrícolas,
donde las condiciones de trabajo suelen ser extremadamente flexibles e informales. La
agricultura ha sido tradicionalmente el sector de entrada al mercado laboral para la
inmensa mayoría de los vecinos inmigrantes, no sólo porque se ha configurado como un
“nicho laboral” para estos colectivos sino también, y sobre todo, porque en la
agricultura era y es posible encontrar trabajo cuando se está en situación irregular.
Además de la economía sumergida, en retroceso pero todavía presente en
determinadas explotaciones y momentos del ciclo agrícola, la extensión de prácticas
irregulares constituye otra de las características de las relaciones laborales y la
organización del trabajo en el campo.
Las irregularidades laborales presentan una gran diversidad de formas. El
recurso a prácticas irregulares es un modo de contener los costes salariales bien
directamente (pagando salarios inferiores a los que marcan los convenios, cotizando a la
Seguridad Social menos días de los trabajados...), bien de manera indirecta,
manteniendo al trabajador en unas condiciones laborales que permiten a los empresarios
disponer y prescindir de ellos libremente. En este último caso, la eventualidad se ha
convertido en una característica central del empleo en la agricultura murciana,
reproduciendo la tradicional figura del temporero en un mercado de trabajo que, en la
actualidad, ha reducido la estacionalidad. Las formas de relación laboral que
caracterizan a la agricultura murciana establecen un marco que limita fuertemente el
poder de negociación de los trabajadores inmigrantes.
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3. Prácticas de conflictividad laboral
La conflictividad laboral en la agricultura intensiva puede ser narrada como una
continua lucha de los trabajadores por contrarrestar las estrategias empresariales de
vulnerabilización y de conversión en mano de obra fácilmente sustituible. En grandes
líneas podríamos distinguir tres etapas o periodos en la organización de las relación
laborales y la expresión de la conflictividad: una primera etapa, desde finales del siglo
XIX hasta los años 60 del siglo XX, en la que podemos hablar de regulación
paternalista del conflicto; una segunda etapa, desde los años 60 hasta los años 80, en la
que los factores reguladores de carácter asociativo ganan protagonismo en la gestión de
las relaciones laborales; y una tercera etapa, que se inicia a finales de los años 80 y se
extiende hasta la actualidad, en la que el modelo de regulación iniciado en la etapa
anterior entra en crisis.
Desde finales del siglo XIX hasta los años 60 del siglo XX las relaciones
laborales en la agroindustria murciana se caracterizan por una regulación de tipo
paternalista, en la que el conflicto en torno a las condiciones de trabajo se mantenía
latente. Esto es así debido a la fuerte interrelación entre el trabajo agrícola asalariado y
las estrategias de supervivencia de los hogares campesinos. La funcionalidad del trabajo
en la emergente industria agroalimentaria para la comunidad local y para las estrategias
familiares de supervivencia habría permitido “una relativa cohesión social, que impedía,
siempre en términos relativos, una problematización, por parte de la comunidad, de las
relaciones de explotación inherentes a la división social del trabajo y, sobre todo, de las
relaciones de opresión patriarcal derivadas de la división sexual del trabajo, pilar
fundamental de la estabilidad social de dinámica de industrialización en sus orígenes”
(Pedreño 1998: 165). La falta de alternativas laborales en estos territorios también
jugará a favor de la feminización de la fuerza de trabajo y de la contención del conflicto.
Además, durante el franquismo, estas relaciones laborales se dan en el marco de un
modelo de gestión de las relaciones laborales de carácter corporativista, que sostiene
que es posible armonizar los intereses de empresarios y trabajadores, y reprimirá
cualquier acto de desobediencia o cuestionamiento de las reglas establecidas.
La feminización de la fuerza de trabajo, la ausencia de alternativas laborales y el
marco de gestión de las relaciones laborales impuesto por el franquismo favorecerán el
mantenimiento de condiciones laborales altamente precarias y la disponibilidad de un
ejército de reserva, a la vez que garantizan la contención del conflicto y el
disciplinamiento de los trabajadores mediante la amenaza con el despido.
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Como señala Bayona (2006), el exceso de mano de obra y facilidad con que se
podía despedir a los trabajadores creaba un ambiente de desamparo y de inseguridad en
el trabajo.
A partir de los años 60, con los planes desarrollistas del franquismo, se inicia así
una fase de modernización de la agroindustria murciana que transformará no sólo la
estructura del sector y sus procesos productivos, sino también las relaciones laborales y
la gestión de los conflictos. Entre los años 60 y 80 se producirá la ampliación del
tamaño de las empresas y la modernización de las instalaciones, con el establecimiento
de líneas de producción mecanizadas, a la vez que se empezaban a introducir nuevas
variedades y productos para alargar los periodos de campaña (Manzanares 2005). Estas
transformaciones iniciaron un proceso de distanciamiento con una comunidad local
también en proceso de cambio. Como apunta Pedreño, “los estrechos lazos que habían
sustentado la explotación campesina y los primeros pasos de la industria conservera se
resquebrajan. Las fábricas crecen considerablemente con la dinámica de producción de
masa, los mercados de trabajo se ensanchan concurriendo masivamente trabajadores que
vienen de localidades lejanas, los mecanismos reguladores institucionales introducen
nuevas reglas de juego, aparece la conflictividad laboral y el sindicalismo como factor
de regulación de las presiones competitivas de la economía hacia la comunidad local”
(Pedreño 1998: 168).
Durante los años 60 y 70, y especialmente a partir de la llegada de la
democracia, los sindicatos llevarán adelante una intensa labor para sustituir las
regulaciones informales de tipo patriarcal por regulaciones formales que aproximaran
las relaciones laborales a las de otros sectores industriales.
… hubo varios factores que dijeron, pues miren señores, entre que ha llegado la
democracia, que han aparecido las primeras leyes que le han dicho a los empresarios del
sector que los almacenes no son sus casas sino sus empresas, donde la máquina, el
capataz y los trabajadores ocupan un lugar con la importancia que cada uno tiene en su
puesto. Ahí empezamos a decir, lo queremos por convenio. Este convenio va desde aquí
hasta aquí, se paga este salario por hora. (…) Se empieza a hablar de que también
tenemos derecho a los mismos conceptos y a las mismas retribuciones que tiene
cualquier otro trabajador de otro tipo de industria (representante sindical).
Una de las reivindicaciones más importantes de estas primeras negociaciones fue
el establecimiento del contrato fijo-discontinuo que formalizaba la relación laboral
trabajador-empresa y trataba de romper con las regulaciones informales que hasta ese
momento habían marcado el reclutamiento y reconocía la antigüedad en el puesto de
trabajo.
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[En la conserva] se empezó a utilizar el contrato fijo-discontinuo, que simple y
llanamente es un contrato estable que dice que yo estoy vinculada a esa empresa por
campañas, es decir, si esa empresa va hacer fresa, si yo soy la persona número cinco en
antigüedad en su empresa me tiene que llamar a mí a trabajar antes que al número seis,
que será otra mujer con menos antigüedad que yo (representante sindical).
El trabajo sin contrato y, por tanto, sin cotización a la Seguridad Social, era una
práctica muy extendida en el sector, que tradicionalmente ha presentado altos niveles de
economía sumergida. Esto suponía que los trabajadores, en especial las mujeres, no
tenían derecho a prestaciones sociales por enfermedad, desempleo o jubilación. Estaban,
por tanto, excluidas de los derechos de ciudadanía que otorga el empleo.
Otra de las cuestiones centrales de la negociación colectiva en los años 60 y 70
fue la determinación del salario y la inclusión en el mismo de prestaciones que en otros
sectores industriales estaban reconocidas, como el cobro de las vacaciones y de las
pagas extraordinarias.
… en Murcia, en el precio por hora, y en la conserva, se incluye nuestro precio
por hora, incluye el salario base, la parte proporcional de las vacaciones, la parte
proporcional de los festivos anuales, de los festivos locales, de mis dos pagas
extras… Se empieza a hablar de que también tenemos derecho a los mismos
conceptos y a las mismas retribuciones que tiene cualquier otro trabajador de
otro tipo de industria (representante sindical).
Con la regulación de la relación laboral el sindicalismo trataba de influir sobre
las formas de reclutamiento y, de este modo, contener las estrategias empresariales de
sustitución de los trabajadores y de formación de un ejército de reserva. Los
empresarios, por su parte, acabaron asumiendo que el nuevo contexto sociopolítico les
obligaba a negociar con los representantes sindicales, aunque intentaron limitar los
acuerdos de mejora de las condiciones laborales y salariales a los trabajadores fijos de
manera que no se extendieran a los trabajadores eventuales, mayoritarios en el sector
(Manzanares, 2006).
… eran empresarios acostumbrados a hacer el ordeno y mando, eran abogados
que contrataban que venían de unas leyes muy favorables a ellos, pero sin
embargo hubo un ánimo de diálogo, de decir “esto hay que cederlo porque está
gente se está organizando”. Yo me acuerdo de huelgas en el sector de cítricos
(…) con 15 y 20 días de duración. Mujeres en la calle diciendo que hasta aquí
hemos llegado. Ahora eso es impensable y en aquéllos momentos convencer a
esas mujeres de que había llegado el momento… Te estoy hablando de mujeres
mayores… (representante sindical).
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La mejora de las condiciones laborales y salariales en la agroindustria no se jugó
únicamente en las mesas de negociación colectiva, ni fue un proceso exento de
desacuerdos. Los años 80 fueron el escenario de intensos procesos de conflictividad
laboral marcados por huelgas en la industria conservera, contra el cierre de empresas, y
en los campos y almacenes de la nueva agricultura intensiva, por la reivindicación del
contrato fijo-discontinuo, la obtención del derecho al seguro de desempleo y la
abolición del Régimen Especial Agrario de la Seguridad Social y la inclusión de los
trabajadores agrícolas en el Régimen General de la Seguridad Social. Como señala
Pedreño (1999), los jornaleros agrícolas protagonizarán importantes movilizaciones a lo
largo de 1976, con huelgas por la subida de los salarios por encima del Salario Mínimo
Interprofesional y el fin de la discriminación salarial entre hombres y mujeres.
Este proceso de regulación de las relaciones laborales se verá truncado a finales
de los años 70, cuando el sector conservero entra en crisis ante la dificultad de adaptarse
al nuevo contexto de creciente globalización económica y reestructuración productiva.
Como apuntan diversos autores (Segura, 1995; Pedreño, 1998), la industria conservera
tendrá problemas para responder a la nueva norma de consumo y a las condiciones de
un mercado cada vez más competitivo. El resultado será una serie de crisis sucesivas
que afectarán primero a las pequeñas empresas de carácter familiar y, posteriormente, a
las grandes empresas conserveras
La industria conservera tratará de afrontar la crisis del sector mediante
estrategias de informalización, lo que implica una expansión del empleo sumergido y
una precarización de las condiciones laborales, en definitiva, un intento por parte de los
empresarios de erosionar las conquistas laborales del periodo anterior, en un contexto de
pérdida de poder por parte de los sindicatos (Pedreño, 1998).
A finales de la década de los 80, el manipulado de frutas y hortalizas en fresco
cobra cada vez más importancia, desplazando a la conserva como protagonista de la
industria agroalimentaria en Murcia. En este primer momento, los sindicatos trataron de
transferir las relaciones laborales de la conserva a los almacenes de manipulado.
…conforme evolucionó el tipo de agricultura intensiva, el tipo de producto y el
tipo de manufactura, se fueron trasladando las mismas condiciones laborales, las
mismas formas de contratar, las mismas formas de llamar al trabajo, las mismas
formas de hacer los horarios laborales, etcétera… lo que fue es trasladándose de
la primera industria agroalimentaria normalizada, que fue la conserva, se fue
trasladando paulatinamente a las otras tres, que iniciaron con una fuerte entrada
su actividad, que fue la hortaliza, el tomate y la fruta de hueso (representante
sindical).
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Las reivindicaciones se centrarán, como sucedió con la industria conservera, en el
establecimiento de contratos fijos-discontinuos y el reconocimiento de derechos propios
del régimen general.
Conseguir que se respetara la antigüedad del trabajador, que los fijos
discontinuos aparecieran en un listado por antigüedad de incorporación a la
empresa, que se consiguiera la clasificación por categorías profesionales para
que hubiera una organización del trabajo (…), queríamos tener nuestra futura
pensión, nuestra baja por enfermedad, si dábamos a luz tener una maternidad y
un descanso protegido si luego había que acompañar al hijo al colegio…
(representante sindical).
El reconocimiento de las cualificaciones y la especialización en el puesto de trabajo será
otra de las reivindicaciones fundamentales en este momento. El trabajo en la agricultura
se ha construido tradicionalmente como una actividad descualificada, como parte de una
estrategia empresarial que permitía, por un lado, la sustitución y rotación de los
trabajadores y, por otro, la contención de los salarios.
…nuestra categoría es no cualificada, cuando en realidad cualquier
manipulación exige una formación y un conocimiento. Porque es que lo
detectaréis si vais a las empresas. Es que la mujer incluso para la innovación ha
tenido que cambiar el envasado, adaptar la imagen de cómo presento el producto
en el mercado. Hemos pasado de las cajas de 20 kilos a unas bandejitas donde el
producto está delimitado a la vista para que se vea bien el color, la forma…. Esa
evolución ha implicado que las mujeres y hombres que manipulan se hayan
tenido que ir especializando y formando, no cabe duda. Pero no hemos
conseguido salir de la categoría de auxiliar, de encajadora, empaquetadora… no
cualificada. Es un trabajo no cualificado en el fondo (representante sindical).
Los empresarios han tratado de contrarrestar las acciones sindicales de
regulación y de frenar las demandas de los trabajadores, para lo que han desarrollado
diversas estrategias. Algunas de ellas, como la sustitución de las plantillas y el recurso a
formas de reclutamiento que debilitan la relación empresario-trabajador ya las hemos
visto en apartados anteriores; otras se han centrado en limitar el poder de negociación de
los trabajadores, apostando por formas de contratación temporal y dificultando la
sindicación de los trabajadores y, por tanto, la presencia de delegados sindicales en la
empresa. La eventualidad y la rotación de los trabajadores, como prácticas laborales
habituales en la agroindustria, establecen un marco que favorece la contención de las
demandas laborales y limita fuertemente el poder de negociación de los trabajadores.
Junto a estas condiciones, los miembros de sindicatos entrevistados destacan las
presiones de las empresas para dificultar tanto la afiliación como la existencia de
comités de empresa e, incluso, para influir en la representación sindical.
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