LA CRISIS ECONÓMICA Y LOS CONFLICTOS DERIVADOS DE LA ¿PERDURABILIDAD DEL MODELO

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LA CRISIS ECONÓMICA Y LOS
CONFLICTOS DERIVADOS DE LA
REAGRUPACIÓN FAMILIAR EN ESPAÑA:
¿PERDURABILIDAD DEL MODELO
FAMILISTA?
Marta Donat López
María Dolores López Martín-Lagos
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Nombre: Marta Donat López
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RESUMEN
España se caracteriza por su particular modelo familista, así como también en otros países del sur
de Europa. A consecuencia de la crisis económica vivida en España desde 2007, muchas personas
ya emancipadas o con sus propias familias ya configuradas han tenido la necesidad de volver al
hogar de sus padres. Esta circunstancia ha mostrado una vez más el modelo familista, en el que
prima la solidaridad por lazos familiares entre generaciones diversas. No obstante, ello choca con
valores como la individualidad, la independencia y la privacidad, asociados con las sociedades
occidentales desarrolladas. En gran medida se vuelve a convivir por necesidad y no por voluntad
propia, lo cual puede generar emociones negativas como la frustración o la pérdida de autoestima o
autonomía. Así, España se caracteriza por su modelo familista pero, ¿hasta qué punto se renuncia a
la individualización e independencia por ser solidario con la familia? Quizás ello conlleva a que
aumenten los conflictos en el hogar, pero ¿en qué medida? ¿Qué tipo de conflictos? ¿Qué
generación parece ser la más perjudicada? ¿Se podrían establecer tipologías en función del perfil de
las personas que retornan a su hogar de origen?
PALABRAS CLAVE: crisis económica, reagrupación, modelo familista, conflictos, boomerang
kids.
AGRADECIMIENTOS
A mi tutora y directora de tesis María Dolores López Martín-Lagos, por guiarme y dotar de
dinámica y originalidad a este trabajo.
A la Universidad de Granada, por proporcionar en cierta medida algunos recursos requeridos para
llevar a cabo la investigación.
A mis amigos y conocidos, los cuales me han proporcionado de primera mano las personas con el
perfil requerido para llevar a cabo las entrevistas.
1. INTRODUCCIÓN
1.1. Interés del trabajo, objetivo y antecedentes.
La emancipación de los jóvenes del hogar de sus padres es un fenómeno que en los últimos años
cobra protagonismo en mayor medida por parte de la investigación social por el retraso del mismo
(Aday, 2015, p.2; Berngruber, 2013, p.1; Burn & Szoeke, 2016, p.9; Mitchell, 2004, p.115; South &
Lei, 2015). Durante la fase de expansión económica, la emancipación era un fenómeno creciente
tanto en el número de jóvenes que se lanzaban a ella como en la cada vez más temprana edad en la
que se realizaba; el porcentaje de españoles entre 18 y 34 años que dejaron de vivir con los padres
pasó del 35,1% en 2002 al 44,9% en 2007. Sin embargo, desde principios de 2008 la crisis
económica ha empujado proporciones crecientes de jóvenes emancipados a volver a casa de sus
padres. En este mismo periodo la tendencia a emanciparse se ha ralentizado: en el cuarto trimestre
de 2004 el número de los que se independizaron se incrementó en un 5,6% respecto al año anterior;
a finales de 2008 este aumento fue tan sólo del 1,5% (CJE, 2009), por lo que estamos tratando de un
fenómeno muy susceptible a los ciclos económicos.
Algunos datos europeos muestran el progresivo retraso de la emancipación que se ha producido en
general y la gran diferencia que se da entre distintos países de Europa, donde España destaca como
el segundo lugar donde la emancipación es más tardía, siguiendo a Grecia. Al concluir 2014 la
media europea para emanciparse estaba en los 26,2 años; España en los 29,1 y Suiza 20,8 (un
contraste de casi 10 años de edad) (Peña-López, 2015). En el segundo trimestre de 2015 se sigue
contemplando una disminución en el número de personas de menos de 30 años que se han
emancipado en España (CJE, 2015).
Konietzka & Huinink (2003) destacan que la salida del hogar de los padres no supone siempre ser
un solo evento, sino que puede ser un proceso reversible. Es decir, los jóvenes pueden salir y
regresar una o más veces antes de que la independencia residencial se convierta en un suceso
permanente y completo (Berngruber, 2015). Así, lo mismo ocurre con la vuelta al hogar con los
progenitores tras la emancipación; no es un fenómeno nuevo, puesto que es un hecho que ya
estudiaron algunos como Clemens et. al. (1985), Hartung & Sweeney (1991), Gee, Mitchell &
Wister (1995) y Goldscheider & Goldscheider (1994), aunque sí es cierto que está en plena
emergencia por el progresivo aumento de jóvenes que vuelven a su hogar, lo cual evidencian
algunos investigadores como Beaupré (2008), Berngruber (2013), Otters (2015) South & Lei (2015)
y Stone, Berrington & Falkingham (2014), entre otros. Diversas investigaciones en ciencias sociales
han nombrado este fenómeno como boomerang (Berngruber, 2013; Gentile, 2010; Goldfarb, 2014;
Kaplan, 2009; Mitchell, 1996, 1998, 2004; Otters & Hollander, 2015; Sandberg-Thoma, et. al.
2015; Snyder, 2014; South & Lei, 2015; Stone, et. al. 2014; Veevers & Mitchell, 1998) con lo que
se describe el comportamiento de los jóvenes que después de vivir fuera de su hogar de origen por
un tiempo, regresan con sus padres (Beaupré et. al., 2008). Otros como Paseluikho (2000) lo
etiquetan como reagrupamiento.
Desde un punto de vista del ciclo de vida, dejar la casa paterna supone un cambio importante en el
paso de la juventud a la edad adulta (Berngruber, 2015). La perspectiva del ciclo de vida
proporciona un marco útil para explorar por qué los adultos jóvenes se van o regresan a casa de sus
padres (Putney y Bengston, 2003), puesto que la etapa que respecta a la juventud y a la futura
emancipación supone un punto de inflexión (Stone, Berrington & Falkingham, 2014). Este punto de
vista reconoce la posibilidad de reversión de transición que supone esa vuelta al hogar de origen
(Shanahan, 2000). Así, el papel del ciclo vital en las salidas y vueltas a casa es muy importante,
pero hay una multiplicidad de factores que influyen y determinan estos acontecimientos. Además,
los factores que impulsan a los jóvenes fuera de la casa de sus padres no siempre son los mismos
que los factores que los impulsan hacia atrás (South & Lei, 2015). Estos factores y acontecimientos
como el retraso de la emancipación y el aumento de jóvenes boomerang conllevan un cambio en el
ciclo de vida de la familia (Hartung & Sweeney, 1991). Este aumento progresivo tanto de la edad en
la que se emancipan los jóvenes como del número de jóvenes que tras emanciparse regresan a su
hogar se debe a las continuas dificultades del acceso al mercado inmobiliario, propiciadas por la
subida en los precios de compraventa alquiler de la vivienda y, sobre todo, al mal posicionamiento
de los jóvenes frente al mercado laboral, que impide alcanzar una emancipación económica tal
como para poder acceder a una vivienda de forma autónoma (CJE, 2015). La motivación que lleva a
emanciparse influye en la probabilidad de la vuelta al hogar de origen, como muestra Beaupré
(2008); emanciparse por motivos formativos o laborales aumenta esa probabilidad. Este estudio
también muestra como la edad al emanciparse puede ser un indicativo ante la probabilidad de
volver; a mayor edad de emancipación, menor riesgo de vuelta.
Investigaciones a cerca de este fenómeno han centrado su análisis y/o destacado en sus resultados
aspectos concretos a cerca de la probabilidad de que un joven vuelva a su hogar de origen. Algunos
han llevado a cabo un análisis distinguiendo por etnia u origen en lo que respecta al muestreo en la
metodología (Mitchell, 2004); otros han visibilizado en sus resultados y conclusiones un
determinado patrón de comportamiento en la emancipación y la vuelta al hogar en función de la
raza, etnia u origen (Beaupré, 2008; Berngruber, 2015; Britton, 2013; Gee, et. al., 2005; Mitchell,
et. al., 2000; Sandberg-Thoma, Snyder & Jang, 2015). Lo mismo ocurre con el género; algunas
investigaciones han llevado a cabo un análisis más concreto analizando las experiencias de las
madres de los hijos boomerang (Martín-Lagos, 2014; Schwarts, 2015) y otros han detectado
diferencias en los patrones de comportamiento boomerang en función del género (Berngruber,
2015; Sandberg-Thoma, Snyder & Jang, 2015 y Stone, Berrington & Falkingham, 2014) y de la
clase social (Aassve et al 2002;. Furlong & Cartmel 2007; Iacovou 2002). Otros factores como la
edad o el nivel formativo también aumentan o reducen la probabilidad de la vuelta al hogar
(Berngruber, 2015; Goldscheider, 1999; Newman, 2012). La estructura y forma del hogar también
son variables determinantes en ello (Berngruber, 2015; Otters, 2015), así como también la relación
que se da entre padres e hijos; el hecho de que tengan buena relación o bien ésta se caracterice por
ser conflictiva es un factor determinante en el hecho de regresar (Berngruber, 2015). La educación
de los padres también aparece como influyente, así como también el papel de la victimización física
y/o sexual (South & Lei, 2015). Por su parte, Sandberg-Thoma, Snyder & Jang (2015) han añadido
otras variables independientes como el consumo de drogas y de alcohol, así como también los
problemas mentales en los jóvenes.
Se ha estudiado bastante la vuelta al hogar, pero no la corresidencia tras el regreso (Schwartz &
Ayalon, 2015), y ello todavía resulta ser más interesante en el contexto de crisis económica y
financiera en el que nos encontramos; también cabe incidir en la poca cantidad de investigación en
relación a los factores y las consecuencias de volver a casa con los padres (Stone, Berrington &
Falkinham, 2014). Sandberg-Thoma (2015) ha comprobado que los boomerang tienen relaciones
más negativas que los que nunca se han emancipado porque quizás se han ido por su mala relación
con los padres, por lo que resulta interesante estudiar los boomerang si lo que queremos estudiar es
la relación conflicto-solidaridad (Ward & Spitze, 2007). Por otra parte siempre se saca la visión
negativa de este fenómeno y no se tienen en cuenta algunos factores que pueden propiciar a mostrar
un punto de vista más positivo en lo que respecta tanto a ese regreso como a la convivencia (Henig,
2010).
Teniendo en cuenta toda esa revisión del objeto de estudio, nos centramos más bien en la relación
que se da en la familia, la convivencia, la solidaridad y el conflicto, elaborando tipologías en
función de esas relaciones. Así, el objetivo general consiste en desentrañar los conflictos y cuidados
que se establecen o mantienen en el seno del hogar en función de los factores que llevan a una
vuelta a casa de los padres y de factores estructurales, a priori determinantes, como la crisis
económica.
1.2. Marco teórico
Fenómenos demográficos que alteran la estructura de las familias y los hogares
En la actualidad el modelo de familia predominante en las sociedades occidentales continua siendo
el de la familia nuclear; no obstante, se ha producido una diversificación en las formas de
convivencia. Algunos autores como Meil (1999) utilizan la terminología de modelo postmoderno,
basado en el predominio de la individualidad y la privacidad. Así, nos encontramos en u contexto
en el que se dan una pluralidad de formas y una gran diversidad de itinerarios (Villanueva, s.f., p.4).
Diversos son los cambios demográficos que han propiciado la diversificación en la composición el
hogar, como son la caída de la nupcialidad y el aumento de la cohabitación, así como también el
aumento del divorcio y el consecuente aumento en el número de hogares y de hogares en transición.
La reducción de la mortalidad y el aumento de la esperanza de vida también propician el hecho de
que se produzca una mayor coexistencia entre generaciones. Alberdi (1999, p. 81) se refiere a estos
nuevos tipos de hogar con la expresión familias más largas y estrechas para describir que el tiempo
de residencia en un tipo de hogar se dilata a la vez que se hace más pequeño el número de personas
que viven bajo el mismo techo; estas son las denominadas “bean pole families” en la literatura
anglosajona (Brannen, 2003). Cabré et. al. (2000, p.224) por su parte, utilizan la expresión de
verticalización de la familia para explicar el aumento del número de generaciones emparentadas
(Villamueva, s.f., p.7). Otros como Newman (2012) hablan de familias acordeón para referirse a un
tipo de estructura familiar multigeneracional en la que a diferencia de otros tipos de familia
extendida, se trata de aquellas en las que los jóvenes o bien no han logrado emanciparse o por el
contrario han retornado tras independizarse. La estructura familiar es importante en este estudio,
puesto que algunos como Beaupré (2008) han demostrado que influye en la probabilidad de volver
a casa; los jóvenes pertenecientes a familias más tradicionales tienen menos probabilidad de volver
al hogar con sus padres.
No obstante, no todos los cambios en las formas en las que se constituye un hogar y en la
multiplicidad de éstas se debe a factores sociodemográficos. Investigaciones sobre la corresidencia
multigeneracional evidencian que la mayoría de los padres e hijos prefieren vivir de forma
independiente por razones relativas a la autonomía y la privacidad; se observó una gran disminución
en los individuos y las parejas de ancianos que corresidían con sus hijos mayores en el siglo XX en
los Estados Unidos (Costa, 1997; McGarry y Schoeni, 2000; Ruggles, 2005). Los economistas han
explicado esto centrándose en el papel de los aumentos en los ingresos, citando el fuerte aumento de
los beneficios de la Seguridad Social y las condiciones económicas generales que han hecho que la
vida independiente sea más factible y concluyen que se prefiere la independencia a la corresidencia
(Bianchi et al. 2006). Por tanto, si la mayoría de los padres y jóvenes prefieren no corresidir, cabe
poner en relieve cómo los factores que influyen en la corresidencia de la familia multigeneracional
no son necesariamente sociodemográficos, sino también de naturaleza económica (Fix y
Zimmermann, 2001) o algunos valores preestablecidos. Se ha demostrado que factores como la
bajada de ingresos, el aumento del desempleo y los problemas financieros aumentan la probabilidad
de un retraso en la emancipación o de volver a casa con la familia (Manacorda & Moretti, 2006;
Mitchell, 2004; Avery, et. al., 1992; Choi, 2003; Smits, et. al., 2010; Sandberg-Thoma, et. al., 2015;
Sassier, et. al., 2008).
La crisis económica en España; burbuja inmobiliaria
A partir del texto de Torres (2010) vemos como la crisis en España comenzó a ser visible bastante
antes de que la crisis financiera internacional emergiera a la superficie económica, puesto que la
crisis española estaba más relacionada con el estallido de la burbuja inmobiliaria que con la
contaminación de los bancos españoles por las hipotecas basura. Lo que ocurrió es que la crisis
financiera que se extendió por todo el mundo acentuó las consecuencias de la particular crisis
española. En definitiva, la crisis financiera internacional ha supuesto un aumento de los problemas
que ya se daban en el ámbito interno español.
La debilidad del mercado interno, la carencia de recursos endógenos que no fueran de la
construcción y el endeudamiento, así como también la dependencia de la financiación externa, el
problema estructural de precios que padece la economía española y el déficit exterior desmesurado,
habían ido dejando la economía española sin apenas capacidad de ajuste cuando comenzaron a
producir (al mismo tiempo) las señales de desconfianza de los mercados externos manifestadas en la
reducción del crédito exterior, incluso antes de que estallara la crisis hipotecaria de 2007 y la
contención de los precios acompañado del frenazo de la actividad inmobiliaria. Cuando estalló la
crisis en el resto del mundo lo que ocurrió es que el modelo productivo español ya estaba en
decadencia debido a sus propios problemas internos.
Así, este contexto económico derivado de la crisis ha propiciado diversos cambios en el ámbito
social. Se ha producido un aumento en la vulnerabilidad social, así como también se ha
incrementado la desigualdad social, siempre teniendo en cuenta que ambos procesos no son
fenómenos nuevos generados por la crisis, sino que son más bien características estructurales de la
sociedad española que con la crisis resultan más evidentes (López y Renes, 2011, p. 189). Por tanto,
la principal consecuencia de los procesos descritos anteriormente, desde el punto de vista social, es
que “la sociedad española presenta un reparto de la riqueza cada vez más desigual, lo que se ha
acrecentado en la etapa de crisis. Según la Encuesta Financiera de las Familias, el ratio de
desigualdad entre el 25% de hogares más ricos y más pobres pasó de 39,3 en 2005 a 50,4% en el
primer trimestre de 2009” (Colectivo Ioé, 2011, p.180).
Factores como el desempleo, las bajadas salariales, los impagos, el aumento del tamaño de los
hogares debido a la cohabitación, etc. y sus consecuencias como los recortes en calidad de vida, el
aumento del desajuste entre el nivel de estudios y el empleo (demasiados jóvenes cualificados y
pocos empleos en su ámbito, lo que lleva que éstos se mantengan más tiempo en su hogar parental
debido a las pocas perspectivas de futuro laborales, por lo que continúan formándose sin
emanciparse o bien regresan para seguir estudiando) y la disminución o la falta de políticas sociales
para reducir el impacto de la crisis entre los ciudadanos, entre otros, son factores que pueden
suponer una fuente de estrés, desmotivación y angustia para ellos. Algunos estudios como el de
Aday (2015) han calificado como síndrome de retraso el hecho de que, como resultado de la crisis
económica, muchos jóvenes al perder su trabajo tienen que volver a convivir con su familia, así
como también deben postergar su emancipación por estas circunstancias, por lo que “la transición a
la edad adulta se produce en el contexto de la familia” (Aday, 2015; p. 1). South & Lei (2015), por
su parte, inciden en la hipótesis de que la adversidad económica generada por la gran recesión
dificulta a los jóvenes establecer y mantener un hogar independiente. En este contexto, la
disponibilidad de un empleo estable o permanente en el mercado laboral es un factor importante en
la decisión de los jóvenes para volver o no (Berngruber, 2015).
Estas consecuencias a nivel individual o psicológico afectan de la misma forma a las relaciones
interpersonales entre grupos de iguales, por lo que pueden aparecer (sino aumentar) problemas y
conflictos en las familias. La Encuesta Foessa (2009, 2013) evidencia un aumento de la
conflictividad de los hogares a partir del número de hogares donde se han producido malos tratos
físicos y psicológicos en los últimos años. Esta incidencia se multiplica por cinco en los hogares
con algún miembro desempleado (11,5%) y por diez en los hogares donde todos los miembros
activos están en paro (22,5%) (Virto, 2014, p. 133). Es decir, las tensiones vividas por cada uno de
los individuos afectados por la crisis puede conllevar que esa tensión o angustia se vea reflejada a
nivel social, sobretodo con los demás individuos con los que se convive, ya que es con quienes más
contacto e interacción tienen a diario; con la familia. Newman (2012) es un buen punto de partida
para considerar que los procesos económicos afectan y se reflejan en los lazos familiares,
concretamente en las relaciones de una persona joven con sus padres (Snyder, 2014).
España; ejemplo de solidaridad familiar (modelo familista)
España se incluye dentro del modelo mediterráneo europeo, así como también otros países del sur
de Europa, marcado por una intensa relación de apoyo familiar, denominada en ocasiones de
solidaridad (Albertini, 2010; Martín-Lagos, 2014). Algunos como Albertini (2010) nombran a ese
intercambio de recursos pacto intergeneracional, en el que la solidaridad entre generaciones dentro
de la familia conforman el nivel privado de éste. Bengston, por su parte, conceptualiza la
solidaridad familiar intergeneracional como un “constructo multifacético y multidimensional en el
que se reflejan seis elementos distintos de interacción entre padre e hijo: el afecto, la asociación, el
consenso, el intercambio de recursos, el refuerzo de las normas del familismo y la estructura de
oportunidades para la interacción entre padres e hijos (Bengston, 1991).
A consecuencia de la crisis económica vivida en España desde 2007, muchos jóvenes ya
emancipados han tenido la necesidad de volver al hogar de sus padres, por lo que este fenómeno ha
aumentado progresivamente. Resultados obtenidos en el último Barómetro de la Familia, The
Family Watch (2014) muestran como una de cada diez familias ha visto a uno de sus miembros
volver al hogar después de un proceso de emancipación (Virto, 2014, p. 128). Además, cabe
destacar que mientras que en los países del norte de Europa las ayudas a los hijos no están
condicionadas por una situación de necesidad, en la Europa mediterránea y el apoyo de los padres
está más dirigido a los hijos más necesitados (Albertini, 2010). Esta circunstancia ha mostrado una
vez más el modelo familista (Bengston y Roberts, 1991), en el que prima la solidaridad por lazos
familiares entre generaciones diversas. Así, las redes familiares y sociales adquieren un papel
crucial para rescatar a sus núcleos más cercanos de realidades de intensa necesidad (Virto, 2014).
No obstante, ello choca con valores como la individualidad, la independencia y la privacidad,
asociados con las sociedades occidentales desarrolladas. Es por ello que en este contexto puede que
se vuelva a convivir por necesidad y no por voluntad propia, lo cual puede generar emociones
negativas como la frustración o la pérdida de autoestima o autonomía.
Algunos autores sostienen, sin embargo, que la relación familiar también puede ser de conflicto
(Bengtson, et. al., 2002; Schwartz, 2015). Así, frente al modelo de solidaridad se contrapone el de la
ambivalencia (Lüsche y Pillemer, 1998), el cual señala que las relaciones intergeneracionales son
ambivalentes; tanto positivas como negativas. Estas relaciones son afectadas también por cuestiones
más estructurales, como son las posiciones sociales y las expectativas de rol, lo cual puede generar
conflictos (Beaupré, 2008; Martín-Lagos, 2014, p. 211). Si a ello le añadimos el factor de
inestabilidad financiera y económica derivado de la crisis, posiblemente afectan todavía más esos
factores estructurales tanto en el reagrupamiento como en la dinámica relacional que se produce en
el hogar tras esa vuelta. Algunos como Virto (2014) identifican los primeros síntomas de
agotamiento de la solidaridad familiar; la sobrecarga, la conflictividad, las adicciones, los
transtornos mentales y las adicciones, entre otros.
En el caso de los países mediterráneos y concretamente en el caso español, se han producido
muchos cambios intensos en muy poco tiempo debido a la crisis económica, donde “la institución
familiar ha asumido el déficit institucional y se ha convertido en catalizadora de la crisis”
(Villanueva, s.f., p. 17). Cabe citar el fuerte carácter institucional de la familia, puesto que se sigue
contemplando a ésta como “obligada” a ayudarse a sí misma, entre sus miembros. En España
tenemos unos valores y una cultura muy familistas que como ya hemos dicho, quizás choquen con
la actual sociedad de consumo en la que prima la individualidad y la privatización; mientras que la
mayoría de la gente preferiría vivir independientemente, las realidades financieras con frecuencia
conllevan a los hijos y padres a vivir unos con otros para sobrevivir (Keene & Batson, 2010). Esos
valores familistas se reflejan en la evolución de los hogares según la ayuda que reciben u ofrecen,
donde aparece la solidaridad recíproca como patrón de ayuda más desarrollado -2007, 45,40% de
ayuda mutua, 2013, 52,60% de la misma-, con lo que vemos cómo ha descendido. (Virto, 2014, p.
124). En la Encuesta Mundial de Valores (2010-2014) vemos como se reflejan mayores valores
familistas en los países del sur; en la consideración de la familia como “muy importante” España
(91,1%) y Turquía (95,4%) cuentan con un mayor porcentaje en comparación con Alemania
(77,6%) y Holanda (85,5%). En la misma encuesta acerca de la confianza que se tiene en la familia,
vemos diferencias significativas similares; en la visión de “una confianza plena” España (93,6%) y
Turquía (93,7%) cuentan con un mayor porcentaje en comparación con Alemania (75,9%) y
Holanda (58,6%). A partir de los datos de las Estadísticas Comunitarias de Vida (Eurostat), se
observaba cómo el 36,5% de los jóvenes españoles de 25 a 34 años vivían con sus padres, mientras
que en países como Reino Unido, Francia o Dinamarca, el porcentaje de jóvenes de entre 25 y 34
años que vivían con sus padres era del 16,6%, el 12,2% y el 1,3% respectivamente. Resultados de
algunos estudios como el de Albertini (2010) han confirmado que “en el sur de Europa la
corresidencia en el mismo hogar es la estrategia más utilizada por los padres para ayudar a los hijos
que se encuentren en momentos especialmente críticos de su transición a la vida adulta” (Albertini,
2010; p. 79).
Así, se está produciendo un cambio de patrón por medio de la reagrupación de las familias como
medio para afrontar la crisis, puesto que “las políticas poco generosas hacia las jóvenes
generaciones y un Estado de bienestar con un enfoque familístico fomenta en parte el retraso de la
independencia residencial de los jóvenes” (Albertini, 2010; p. 79). “Al fallar el Estado de Bienestar
se están produciendo estrategias de reagrupamiento familiar. La familia se une para apoyarse y
reducir gastos y el abuelo sirve de ingreso y en ocasiones es el único sustento de muchas familias,
debido a que siguen percibiendo su pensión. Son personas que han acogido a sus hijos porque han
perdido la casa, les han desahuciado o están en paro y no pueden pagar el alquiler” (Domínguez,
2014); (Toledo, 2014).
La importancia del factor emocional
Tras la emancipación, los jóvenes tienen unas pretensiones tanto económicas como sociales para
mejorar su estatus; a lo largo de su independencia intentan seguir manteniendo o aumentando su
nivel de estatus. Al encontrarse en una situación económica delicada, esas pretensiones se pueden
ver condicionadas por ello y se configura una percepción de incertidumbre y riesgo. Esta sociedad
en la que nos encontramos, denominada “del riesgo” por algunos como Ulrich Beck (1998), es
considerada como una fase de desarrollo de la sociedad moderna donde los riesgos sociales,
políticos y económicos e industriales tienden cada vez más a escapar de las instituciones de control
y protección de la sociedad.
La incertidumbre derivada de la crisis económica conlleva un nivel de tensión constante que
evidentemente repercutirá en el ámbito social. Aquí tomamos en cuenta la posición de Arlie
Hochschild, la cual rechaza el hecho de que las emociones sean principalmente un proceso
biológico; incide en que la biología tiene parte de influencia en ellas, pero además añade los
elementos que influyen socialmente. Indica que “los factores sociales no entran sólo antes o después
de las emociones, sino que entran en juego interactivamente durante la experiencia de una emoción”
(Hochschild, 1983, p. 211); (Bericat, 2000, p.159). Por tanto, la tensión económica y social que se
produce debido a la crisis económica influye y tiene un papel importante en la interiorización de las
emociones y en la forma de canalizarlas. Por otro lado, Kemper tampoco duda en que las emociones
tengan una naturaleza biológica, pero también “remite a la situación social en la que se inscribe el
sujeto para explicar su desencadenamiento interior” (Bericat, 2000, p. 152). De esta forma orienta
su teoría a indagar el papel que cumplen los factores sociales externos al individuo en las emociones
del mismo.
Puede que se produzca un aumento de tensiones o conflictos, puesto que diversas generaciones con
trayectorias vitales e intereses distintos puede que les suponga un esfuerzo la convivencia; se da un
choque generacional. También puede llevar a problemas de autoestima al sentirse incapaces de
cumplir con sus expectativas anteriores a su necesidad de volver al hogar de origen; es lo que
Walther y Stauber (2002) denominan “trayectorias fallidas”, debido a que son decisiones que
conllevan una importante frustración, pérdida de autoestima o autonomía, al haber tenido que
abortar procesos de emancipación. Otros como South & Lei (2015) lo denominan como
“transiciones fracaso” y toman como ejemplo de ello la pérdida de un trabajo o la disolución de una
relación sentimental. Así, el retorno al hogar de origen o el forzoso retraso de los procesos de
autonomía suponen una importante pérdida de libertad y un sentimiento de fracaso (Virto, 2014, p.
128-133). Estos jóvenes que ya han vivido la independencia pueden tener dificultades en volver a
aceptar las normas de sus padres, y por otra parte muchos padres ven mermada su privacidad, su
autonomía y su independencia como resultado de la nueva cohabitación (Mitchell, 1998;
Berngruber, 2015). Estudios como el de Dennerstein (2002) muestran un aumento significativo en
el estado de ánimo positivo y en el bienestar y una disminución de los problemas cotidianos
asociado con la salida del último hijo del hogar familiar, mientras que otros vieron este periodo
como una fuente de crisis y estrés para los padres, en particular para las madres (Oliver, 1982; Van
der Pers, Mulder, y Steverink, 2014; Schwartz & Ayalon, 2015) por la pérdida de la función
materna, entre otros factores. White y Edwards (1990) también mostraron una mejora en la
satisfacción marital de los padres cuando todos los hijos han dejado el hogar (Burn & Szoeke,
2016).
No obstante, aunque se suele ver la vuelta al hogar con los padres como un hecho negativo para
éstos, no es siempre el caso. Fingerman et. al. (2012) han divisado una relación en la que una mayor
participación de los padres en la vida de los jóvenes se asocia con un mayor bienestar de los
jóvenes. Esa vuelta al hogar puede que alivie a los padres de responsabilidades que originan algún
tipo de estrés, o bien puede disminuir el sentimiento de soledad en algunos casos, así como también
suponer una fuente de apoyo financiera (Silverstein, et. al., 2002; Burn y Szoeke, 2016). De la
misma forma, esa vuelta también puede que tenga efectos positivos para los jóvenes; algunos hacen
hincapié en el valor interno de la vida en el hogar, en particular en los servicios prestados por las
madres, tales como cocinar y limpiar (Mitchell, 2004). Muchos jóvenes también hacen hincapié en
la importancia de lo social y en el apoyo emocional que les proporcionan sus padres (Mitchell,
2004; Beaupré, 2008; Burn & Szoeke, 2016). Además, el número de retornos al hogar familiar
también puede tener un efecto; los padres que están más satisfechos son aquellos que tienen hijos
que han vuelto al hogar varias veces en comparación con aquellos que han regresado por primera
vez (Mitchell, 1998). Ello sugiere que los padres son capaces de adaptarse a la conmoción inicial
después del primer evento boomerang (Burn & Szoeke, 2016).
2. METODOLOGÍA
El análisis de los boomerang kids se ha realizado en mayor medida mediante técnicas cuantitativas,
puesto que se han estudiando sobretodo las causas que han llevado a que se lleve a cabo la vuelta al
hogar de origen, diferenciando por factores sociodemográficos en lo que respecta a la frecuencia de
este acontecimiento social (género, clase social, edad, origen, etnia, formación, estructura familiar,
entre otros). No obstante, en este estudio se pretende estudiar de forma detallada las relaciones
intergeneracionales entre padres e hijos después de que éstos hayan regresado al hogar de sus
progenitores. Resulta de interés indagar en las variaciones de las dinámicas relacionales que se han
producido en el “antes” y el “después” (cuando se ha convivido antes de que se produzca la
emancipación y cuando se ha regresado) para visibilizar las consecuencias de esa vuelta en la
convivencia, teniendo siempre en cuenta el posible papel determinante de variables y/o agentes
externos como la crisis económica en esas posibles variaciones o cambios en el contexto familiar.
Debido a que nos interesa conocer en profundidad las pautas de convivencia y adecuándonos a la
medición de nuestro objetivo general, que se trata de ver en qué medida se mantiene el modelo
familista o se superpone el de la ambivalencia o conflicto, resulta pertinente analizar el discurso de
los individuos analizados.
La realización de entrevistas semi-estructuradas nos ha permitido profundizar dentro del objeto de
estudio, obteniendo información muy detallada que nos servirá para realizar un buen análisis. Se
han llevado a cabo 15 entrevistas en Granada a jóvenes de entre 18 y 35 años, puesto que nos
interesa conocer las diferencias en función de la edad, y de distintas clases sociales (clase media
alta, clase media, clase media baja), ya que también nos interesa conocer los distintos discursos en
función de las clases sociales que se hayan emancipado y hayan regresado al hogar familiar en los
últimos 8 años (durante la crisis económica). En lo que respecta a la formación, se han escogido a
jóvenes de similares características académicas, por lo que esta variable no aparezca como
determinante. Se ha buscado paridad en el sexo, de forma que haya un mismo número de hombres y
mujeres para así evitar cualquier tipo de sesgo al respecto. Elaborando un esquema en función de
las motivaciones que han llevado a volver a convivir con los padres (teniendo en cuenta tanto las
investigaciones anteriores como los datos obtenidos mediante los métodos cuantitativos), se ha
pretendido abarcar todas las tipologías que han ido surgiendo, de forma que la relación entre
solidaridad y conflicto que se estudia en el contexto familiar tenga representantes de todos los
factores posibles por los que se regresa y de esta forma el análisis gane representatividad.
3. PRINCIPALES RESULTADOS
Inicialmente se han agrupado los factores reales en lo que respecta a la vuelta al hogar de origen en
tres grandes motivaciones:
•
Hogar familiar como fuente de seguridad permanente a la que recurrir
El regreso al hogar familiar puede verse como un recurso perenne, puesto que la casa familiar
supone ser la red de seguridad para los jóvenes más importante, además de un refugio ante las
dificultades (Beaupré, 2008). Se puede recurrir buscando seguridad en términos económicos, como
por ejemplo ante las consecuencias de una recesión económica y/o la pérdida de un empleo
(DaVanzo & Goldscheider, 1990), o bien en términos no económicos (en búsqueda de apoyo social
y emocional, entre otros).
Entre los casos calificados como no económicos se encuentran los casos de mujeres jóvenes
embarazadas, puesto que tanto el parto como el embarazo disminuyen la probabilidad de que los
individuos sigan lejos de sus padres (Michelin et al., 2008) y facilita el hecho de volver al hogar de
origen porque los adultos jóvenes pueden confiar en sus padres el cuidado infantil (Smits et al.,
2010); (Sandberg-Thoma, 2015). También podríamos añadir los casos de matrimonios o
convivencias fallidas (DaVanzo & Goldscheider, 1990; Hartung & Sweeney, 1991; Mitchell, Wister
& Gee, 2000).
•
Regresar para salir con más fuerza
La crisis económica parece haber promovido este tipo de vueltas, sobretodo en clases sociales algo
más acomodadas. Como consecuencia de la crisis económica, al no haber trabajo, la formación se
extiende en el tiempo y los jóvenes estudian más y se emancipan más tarde y, en su caso, regresan
para poder continuar formándose con mayor comodidad y aumentando sus posibilidades para
dedicarse a lo que realmente les interesa. En las investigaciones existentes a cerca de los boomerang
kids, es bastante señalado el hecho de volver al hogar de los padres para utilizar el domicilio
familiar como una base para volver al mismo tiempo que aumentan sus participaciones financieras
(Burn y Szoeke, 2016). En estos casos se continúa con la etapa formativa y se utiliza también como
forma de acumular recursos económicos para salir de casa de nuevo con un mayor impulso, lo que
disminuirá las probabilidades de éxito en lo que respecta a la nueva salida, dotándose de mayor
seguridad.
•
Volver para ayudar a los padres por diversas circunstancias
No todas las circunstancias en las que se regresa al hogar con los padres tienen un sentido de
solidaridad parental, sino que también ocurre al contrario. En algunos casos son los padres los que
tienen problemas de salud (Hareven & de Gruyere, 2014; Keene & Batson, 2010 y South & Lei,
2015), lo que anima a los jóvenes a regresar con ellos. En otras ocasiones debido a las dificultades
económicas optan por volver a casa para compartir los gastos con los padres y así unidos hacer
frente a estas circunstancias contextuales (Hartung & Sweenwy, 1991).
Elementos esenciales en la convivencia antes y tras el regreso
El modelo familista tiene una estrecha relación con los tres factores aquí mencionados, puesto que
en otras sociedades una vez emancipados los padres no acogen de la misma forma a los hijos para
que sigan formándose o ahorrando y así en un futuro emanciparse de una forma más segura. De una
forma todavía más clara aparece esta familiaridad cuando los jóvenes recurren a sus familias antes
que a otros tipos de redes sociales (amigos, vecinos, servicios sociales, etc.) ante problemas como
separaciones o convivencias fallidas, sobretodo con la tenencia de hijos, sobretodo en los estratos
sociales más bajos. Llama la atención también la solidaridad recíproca que se produce en las
familias, lo cual se visibiliza cuando los hijos regresan al hogar familiar ante problemas de salud y/o
económicos de los padres para aportar apoyo emocional y/o económico a éstos; en otras sociedades
se suele recurrir a servicios sociales como estrategia más común, aunque también tenemos que tener
en cuenta que aquí toman parte los recursos económicos y el sistema de bienestar característico de
la sociedad en concreto de la que estemos tratando.
Se han encontrado muchas diferencias con respecto al punto de vista a cerca de la convivencia
familiar antes de la emancipación y tras el regreso; se alega en gran medida al hecho de que una vez
que se goza de independencia se empieza a tomar conciencia de las responsabilidades que conlleva
mantener un hogar, por lo que se adquiere madurez en ese sentido. Así, en la vuelta al hogar con los
padres la mayoría de jóvenes afirman tener una convivencia más pacífica, en la que los conflictos se
producen en menor medida. También podemos extraer de ello la presión social que, a pesar de que
no se manifieste de forma clara y de que debido a la crisis económica este fenómeno de regreso se
está convirtiendo en algo más común y se ha normalizado en gran medida, conlleva a que todavía
no esté muy bien visto el regreso al hogar tras ser emancipado y rozar la treintena y seguir viviendo
con los padres. Se sigue viendo como un signo de fracaso y/o debilidad; aunque la convivencia
parece ser buena tras el regreso (en algunos casos afirman que incluso mejor que antes de
emanciparse), todos los jóvenes tienen en mente llevar a cabo un nuevo movimiento emancipatorio
con proyección a que sea definitivo.
Cabe mencionar las diferencias que se han encontrado en función de la clase social; hay menos
conflictos en la clase media y media-alta que en la clase media baja y baja. También la causa del
regreso está influenciada por la estructura social; la clase media y media-alta suele regresar más
bien como una estrategia de impulso para seguir formándose o para poder ahorrar y salir con más
fuerza, con más recursos y así evitar una nueva vuelta.
Así, el factor económico es importante, pero más determinante resulta ser la clase social; aparecen
menos conflictos y el regreso es más positivo en los hogares mejor posicionados económicamente,
puesto que este factor afecta a las relaciones familiares socio-afectivas. De la misma forma,
podemos relacionar el factor económico con la causa de la vuelta; no tiene las mismas
consecuencias en la convivencia y en las relaciones afectivas que el regreso se deba por una pérdida
de trabajo o por no tener más recursos económicos que permitan continuar con una vida
independiente al hecho de haberse separado o el hecho de querer volver para seguir formándose;
parece que se llevan mejor estas últimas situaciones en el contexto familiar.
Cabe mencionar también la importancia de la estructura familiar, la cual influye; en las familias más
desestructuradas aparece un mayor nivel de conflicto en las relaciones familiares antes y después de
la emancipación, aunque no hay diferencias significativas con las familias más estructuradas como
para señalar a este factor como determinante.
Finalmente debemos tratar los aspectos de género, puesto que en las jóvenes que han regresado por
causas como una separación o un divorcio se las acoge de mejor forma que a los jóvenes, sobretodo
el padre, a lo que se argumenta con el sentimiento de protección adherido a las mujeres. También se
refleja el aspecto de género en gran medida en el hecho que tras el regreso las jóvenes ayudan más a
sus padres en las labores del hogar, así como también dan más apoyo económico y afectivo a los
mismos.
4. CONCLUSIONES
Hemos comprobado que el modelo familista se mantiene y se sigue dando en todos los hogares de
una forma u otra, aunque es cierto que en momentos de tensión económica aparece el conflicto o el
modelo de ambivalencia. El modelo familista se da en mayor o menor medida en función de la clase
social, lo que hay que tener en cuenta.
En la mayoría de casos, con el regreso de los jóvenes las relaciones familiares no varían mucho,
sino que más bien se amplifican; en los casos en que las relaciones eran conflictivas, continúan
siéndolo o incluso más, mientras que en las familias en las que a penas habían conflictos, las
relaciones todavía son más satisfactorias si cabe. Por tanto, el factor económico parece influenciar
en cierta forma a la dinámica de la convivencia, pero no aparece como determinante. La clase social
sí parece ser un factor determinante respecto a ello, lo que apoya el hecho de que la crisis
económica no ha afectado ni está afectando a todos los hogares por igual. Los hogares que se han
visto más afectados por las circunstancias económico financieras muestran más conflictividad y
problemáticas, los cuales son los de clase media-baja.
Esta investigación es un apartado de un proyecto presentado a I+D+i en el apartado de retos, el cual
se amplificará realizando grupos de discusión a los padres y madres de estos jóvenes para así
obtener una perspectiva que aborde ambas generaciones, las cuales están involucradas. De la misma
forma se realizará todo este trabajo en distintas zonas españolas, para obtener una visión global de
esta realidad que azota nuestro país en la actualidad.
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