LOS DERECHOS ECONÓMICOS Y SOCIALES EN LOS PLANES DE RESCATE CIUDADANO: APROXIMACIONES TEÓRICAS Y EVIDENCIAS DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES David Casassas Universidad de Barcelona, Departamento de Sociología Correo electrónico: [email protected] Resumen. Tal como se ha analizado desde la teoría social y política, la conformación de sociedades democráticas exige la garantía de conjuntos de recursos materiales e inmateriales que empoderen a individuos y grupos para desarrollar de forma efectiva planes de vida propios. Esta es la razón por la que la naturaleza incondicional de los derechos ha sido vista con frecuencia como un mecanismo para la articulación de posiciones de invulnerabilidad desde las que los actores sociales puedan erigir formas de interdependencia respetuosas de la libertad de todos. En efecto, desde los tiempos de Thomas Paine, la perspectiva de derechos ha jugado un papel central en la definición de lo que significa ser un actor libre, tanto en la esfera política como en la (re)productiva. Sin ir más lejos, los teóricos contemporáneos de la "justicia predistributiva" insisten en el hecho de que conferir recursos ex-ante a través de estructuras legales es preferible a asistir ex-post a quienes salen perdiendo en el contexto de unas relaciones sociales no escogidas e inevitables. En efecto, la desposesión de recursos materiales e inmateriales tiende a impedir el despliegue de múltiples formas de trabajo (re)productivo y cívicopolítico con sentido y controlables por parte de todos los sujetos implicados. Este texto muestra cómo esta perspectiva teórica halla un interesante eco en el seno de movimientos sociales contemporáneos enfrentados a los problemas propios del "precariado", unos movimientos sociales que en múltiples ocasiones reclaman la presencia de verdaderos "planes de rescate ciudadano". En particular, este trabajo pone de relieve que, tanto en el Sur de Europa como en América del Norte y del Sur, estos movimientos sociales aspiran a construir paquetes de derechos económicos y sociales de naturaleza universal e incondicional con los que puedan contradecir la dinámica desposeedora del capitalismo, acaso más notoria tras la gestión neoliberal de la crisis. Si el consenso social que dio lugar al capitalismo "reformado" posterior a la Segunda Guerra Mundial ha sido roto de forma unilateral por parte de las élites -sostienen los movimientos sociales aquí analizados-, quizás llegó el momento para legítimamente recuperar el objetivo al que las poblaciones trabajadores renunciaron cuando firmaron dicho consenso: el control de la producción y de la vida política toda. Así, paquetes de medidas que garanticen derechos económicos y sociales pueden constituir una herramienta importante para que la población precarizada o amenazada por la precariedad pueda hacerse con arreglos (re)productivos que amplíen su "democracia real". Palabras clave: movimientos sociales, trabajos, planes de rescate ciudadano, derechos económicos y sociales, democracia. Financiación: Este texto ha sido elaborado en el marco del proyecto de investigación FFI2015-63707-P del Ministerio de Economía y Competitividad. 1 1. Un marco teórico-normativo: soberanía económica como democratización de los trabajos La presente investigación parte de una definición de la democracia como aquel proyecto (o conjunto de proyectos) colectivo(s) orientado(s) al establecimiento de ciertos conjuntos de normas que permitan a individuos y grupos co-determinar de forma efectiva la naturaleza de nuestras relaciones sociales. Esto vale para todos los ámbitos de la vida social, lo que incluye todos aquellos donde se realiza alguna forma de trabajo (remunerado o/y no remunerado). La democracia, pues, nos capacita para definir qué aspiramos a hacer -de ahí su dimensión "activa"- y para escapar de lo que se nos impone heterónomamente -de ahí su dimensión "protectora"-. Lo opuesto a la democracia es el despotismo y la tiranía, que deben entenderse como la capacidad de un agente (o de un conjunto de ellos) para interferir arbitrariamente en nuestros procesos de toma de decisiones -sean esas interferencias efectivas o meramente potenciales-. Más concretamente, la democracia económica es la capacidad individual y colectiva de decidir "qué hacer" en términos de producción, reproducción y participación en la vida política -y dejamos de lado de momento la cuestión de la naturaleza legal de los espacios en los que actuamos: espacios de propiedad privada, proyectos cooperativos autogestionados, ámbitos de titularidad y gestión estatal, etc.-. Pero, ¿qué implica exactamente la fórmula "qué hacer"? La democracia económica puede equipararse a la capacidad de determinar en qué centros y puestos de trabajo queremos actuar -lo que significa definir, más allá del hecho de que tal trabajo u otro esté pagado por los mercados o no, qué consideramos "trabajo" y "centro y puesto de trabajo"-; a la capacidad de decidir con quién queremos trabajar; a qué ritmo y con qué frecuencia; para generar qué tipo de bienes (in)materiales y escenarios sociales, etc. Como puede observarse, la democracia económica es una capacidad que opera tanto a nivel individual como colectivo. Pero veámoslo con niveles todavía superiores de concreción que nos permitan apuntar a condiciones institucionales de posibilidad. La democracia económica es la cuádruple capacidad de (i) decidir en qué relaciones sociales deseamos "entrar" para trabajar -esto es, dónde/cómo/cuándo/con quiénes/para lograr qué-; (ii) determinar la naturaleza (in)material del espacio en el que hemos decidido situarnos y trabajar, lo que 2 exige la capacidad de desarrollar una "voz" que sea efectivamente escuchada1; (iii) optar por "salir" de este espacio en caso de que su naturaleza o funcionamiento contradigan abiertamente aquello que deseamos para nuestras vidas; y (iv) en caso de que optemos por irnos, la capacidad de recurrir a un escenario social fuera del espacio/puesto de trabajo previo que esté lejos de suponer un lodazal impracticable donde no podamos hacer nada "por nuestra cuenta", como James Harrington (1992: 269) diría, sino que constituya un espacio que ofrezca herramientas para segundas y ulteriores oportunidades, esto es, para reiniciar de forma efectiva nuestras vidas (re)productivas en otros términos y condiciones, en unos términos y condiciones definidos "por nuestra cuenta". Conviene advertir aquí que tener el derecho a salir no nos fuerza a salir, del mismo modo que tener el derecho al divorcio no nos fuerza a divorciarnos. Bien mirado, tener el derecho a salir nos capacita para construir y alimentar formas de "quedarnos" más fuertemente respetuosas con la democracia, pues incrementa nuestro poder de negociación a la hora de co-determinar la naturaleza de relaciones sociales más satisfactorias y duraderas. Así, el derecho a salir no ha de ser visto como un camino hacia un mundo atomizado hecho de individuos disociados, sino como parte del entorno institucional que ha de consolidar nuestra libertad y nuestra autonomía dentro del espacio y del puesto de trabajo, en caso de que queramos permanecer en él, o fuera de ese espacio, si finalmente decidimos salir. Así, conviene identificar una dialéctica "salida-y-estabilización" cuyo potencial civilizador no puede pasar desapercibido a la hora de evaluar la capacidad de individuos y grupos para romper (o no hacerlo) relaciones sociales a lo largo de todo su ciclo vital. En el mundo moderno, este tetrágono de "la entrada, la permanencia, la salida y el reinicio" que analizamos aquí ha sido asociado recurrentemente a nuestra relación con los mercados -y, en especial, con los mercados de trabajo-. En efecto, la naturaleza democrática de nuestra relación con la esfera mercantil tiene mucho que ver con el logro del proyecto, de inspiración polanyiana, de garantizar a individuos y grupos la capacidad, primero, de decidir si se quiere entrar en los mercados en muchos ámbitos de la vida social -si no en todos ellos-; segundo, en caso de que opten por entrar en ellos, la capacidad de disputar políticamente y co-determinar el funcionamiento de tales 1 Para un persuasivo análisis de los avatares de la "voz" en los centros y espacios de trabajo, véase Herzog (2015). 3 mercados; en tercer lugar, en caso de que opten por entrar en ellos y se dé un declive en el funcionamiento de los mercados al que individuos y grupos no puedan hacer frente y contrarrestar, la capacidad de salir de ellos; y en cuarto lugar, en caso de que salgan de ellos, la capacidad de recurrir a vías alternativas para erigir otros tipos de relaciones sociales a lo largo del tiempo. De acuerdo con esta perspectiva, el problema moral de los mercados no reside en los mercados en sí -los mercados distan de ser instituciones sociales intrínsecamente degradantes-, sino en la falta de esta capacidad de decidir con sentido cuándo y cómo (des)mercantilizar recursos y actividades, empezando por la fuerza de trabajo2. 2. Democracia económica como control sobre la (re)producción: ¿qué papel corresponden a los derechos sociales? 2.1 Los derechos económicos y sociales como proyecto democratizador post-neoliberal Recientemente, "planes de rescate ciudadano" que contenían paquetes de derechos económicos y sociales han sido presentados por movimientos sociales post-crash de numerosas regiones del mundo como una forma de conferir a individuos y grupos la capacidad de "entrar, permanecer sin ser dominados, salir y volver a empezar" de la que hemos estado hablando. Estos "planes de rescate ciudadano", que se han formulado de forma especialmente explícita en ciudades como Barcelona, Madrid, Milán, Nueva York o Santiago de Chile, han apelado a las potencialidades de los derechos económicos y sociales a la hora de empoderar a los actores sociales con herramientas adecuadas para erigir una interdependencia que respete sus deseos y que promueva de forma efectiva sus proyectos y planes de vida (Casassas et al., 2015; Fumagalli, 2010). Pero pongamos todo ello en perspectiva histórica, pues sólo a través del análisis de su contexto socio-histórico puede entenderse cómo y por qué los proyectos transformadores emergen y toman una cierta forma conceptual. Como es bien sabido, el llamado "consenso social posterior a la Segunda Guerra Mundial" -o "consenso social de posguerra mundial" o "consenso fordista"- estableció lo que sigue. Por un lado, se ofrecía a las clases trabajadoras grados relevantes de 2 Todas estas preocupaciones fueron ampliamente discutidas por Polanyi (1944). Ni que decir tiene, la dialéctica "salida-permanencia" que se analiza en este artículo halla inspiración conceptual en el trabajo de Hirschman (1970). 4 seguridad socioeconómica a través de la garantía de empleos con salarios decentes para la población masculina y de la implantación de políticas públicas que entraban en acción en casos de infortunio y para cubrir ciertas necesidades sociales. Por supuesto, dicho logro, que se hallaba hondamente enraizado en luchas sindicales y de los movimientos antifascistas, supuso cierta victoria por parte de las poblaciones trabajadoras, pues consiguieron contener y reducir la aridez de los mercados de trabajo y de las condiciones de vida propias del capitalismo. Por el otro lado, empero, estas poblaciones trabajadoras tuvieron que renunciar explícitamente al viejo objetivo central del movimiento obrero contemporáneo, a saber: el control de la producción. La lucha tanto por la propiedad como por la organización del trabajo en el seno de la empresa desapareció de la agenda política de las organizaciones sociales y políticas de los trabajadores. Ni que decir tiene, ello constituyó una enorme derrota para el movimiento obrero, pues tratar de controlar la producción siempre había significado tratar de controlar qué hacemos, cómo vivimos, qué somos. En otros términos, el pacto social supuso una enorme pérdida de soberanía económica por arte de las clases populares (Casassas et al., 2015)3. Pero hoy el pacto está roto. De hecho, ha sido roto de manera unilateral por parte de las élites neoliberales desde mediados de la década de 1970. Además, la naturaleza desposeedora de este giro del capitalismo se ha intensificado con la gestión por parte de las élites de la crisis económica que presenciamos desde 2008. En efecto, las políticas neoliberales han supuesto reformas laborales que han disminuido la capacidad de los trabajadores de hacer previsiones, de hacer planes y de desplegar proyectos de vida estables, del mismo modo que han implicado la pérdida o la erosión de derechos sociales y el incremento de la precariedad. En este contexto, la seguridad económica ya no se halla garantizada por parte de los mercados de trabajo, sea porque no podemos acceder a ellos -las tasas de desempleo se han disparado-, sea porque ya no obtenemos de los mercados de trabajo todo lo que realmente necesitamos para ganarnos la vida y sostener un hogar. Además, todo este escenario está suponiendo un incremento de la sumisión de las mujeres, pues menos derechos sociales significan mayores niveles de 3 Para un análisis de la conformación de dicho pacto social tanto en Estados Unidos como en Europa, véase Davis (2000) y Zunz, Schoppa y Hiwatari (2004). 5 explotación dentro del hogar, donde las mujeres tienden a todos los servicios en especie que, anteriormente, se esperaba que el Estado ofreciera4. El gran interrogante, de importantes efectos sociales y civilizatorios, que se plantea en este punto se puede sintetizar como sigue: ¿qué hacer cuando un pacto se rompe? Con mayor precisión: ¿qué puede hacer la parte perjudicada -y traicionadacuando un pacto lo rompe de forma unilateral la otra parte? Como se planteó anteriormente, un pacto tiende a incluir una victoria y una renuncia -así ocurrió de forma clara en el caso del pacto social de posguerra mundial-. Dado que la recuperación de las condiciones que dieron forma al pacto social de posguerra mundial parece políticamente inviable -las élites económicas no parecen dispuestas a volver al tipo de regímenes impositivos y de políticas públicas que caracterizaron el pacto en cuestión-, la parte perjudicada -y traicionada- puede sentirse legitimada para tratar de recuperar aquello a lo que renunció como consecuencia de la firma e implantación del viejo pacto, a saber: el control de la producción, el control de las muchas vías a través de las cuales los humanos operamos para satisfacer colectivamente nuestras necesidades. Pero, ¿cómo plantear la cuestión de las posibles formas de concebir y lograr el control de la producción -y de la reproducción, cabe añadir- bajo las circunstancias del presente? Obviamente, no se está sugiriendo aquí que la presencia de derechos económicos y sociales constituya una respuesta única, unívoca y omnicomprensiva a esta pregunta; lo que se pretende defender es que la presencia de derechos económicos y sociales de naturaleza universal e incondicional puede ayudar a resituar el control de la (re)producción -de nuestras vidas enteras, si se quiere- en la agenda social y política, pues la presencia de derechos económicos y sociales, especialmente cuando sus garantías se proveen de forma universal e incondicional, confieren aquello que las poblaciones trabajadoras perdieron como resultado de la firma del viejo pacto fordista, a saber: poder de negociación. En efecto, al garantizar incondicionalmente la existencia social de la gente, los derechos económicos y sociales confieren a los actores sociales la capacidad de "decir no" (Widerquist, 2013) a vidas que no desean vivir y de organizar los trabajos -las vidas- "por su cuenta". Por lo menos, así es como el debate sobre los derechos económicos y sociales ha tomado forma en el seno de los movimientos sociales de ciudades como las mencionadas algo más arriba: Barcelona, Madrid, Milán, 4 David Harvey (2003, 2007) y Guy Standing (2009, 2011) han explicado muy convincentemente cómo se ha desplegado históricamente este proceso y qué efectos está teniendo en la vida cotidiana de la gente común. 6 Nueva York o Santiago de Chile, entre muchas otras (Casassas et al., 2015; Casassas y Manjarín, 2014). 2.2 Un poder de negociación que refuerza la democracia En otras palabras, los derechos sociales pueden ayudar a contradecir la naturaleza desposeedora del capitalismo, que el teórico marxista David Harvey (2003) ha visto como un proceso de "acumulación por desposesión" y que el propio Marx había descrito con todo lujo de detalles en el capítulo XXIV del primer volumen de El Capital, una "acumulación por desposesión" cuyos efectos desestructuradores de las trayectorias laborales y vitales del conjunto de la población trabajadora Guy Standing (2011, 2014) analiza actualmente de forma bien pormenorizada. Se podría objetar que lo que Marx sostenía es que la desposesión capitalista nos deja específicamente sin medios de producción, no sin derechos. No obstante, los derechos económicos y sociales no son "sólo" derechos: gracias a su incondicionalidad y gracias al poder de negociación que se deriva de ella-, los derechos sociales terminan permitiendo el control de unos recursos fácilmente convertibles o traducibles en términos de: tiempo para concebir y poner en práctica, individual o colectivamente, una vida verdaderamente propia, hecha "por nuestra cuenta" -y tiempo también para que, en dicho empeño, podamos recurrir a la intermediación del Estado, de sindicatos y de otras organizaciones, así como para crear y alimentar varias formas de autogestión-; la capacidad de explorar opciones alternativas y de correr riesgos quizás fructíferos -la correlación positiva entre propensión al riesgo y un poder de negociación que ensanche libertades no debe pasar desapercibida (Casassas y Loewe, 2001; Elster, 1989); y el "derecho al crédito", en el doble sentido del "derecho a recursos financieros" y el "derecho a la confianza social": un flujo constante de recursos garantizados por los poderes públicos -en eso se concretan los derechos económicos y sociales- debe ser entendido también como el derecho políticamente garantizado a segundas, terceras y subsiguientes oportunidades para poner en marcha y sostener proyectos (re)productivos 7 verdaderamente propios, lo cual es extremadamente importante para poder constituir un entorno socioeconómico realmente democrático e inclusivo5. Por todo ello, se puede afirmar que los derechos económicos y sociales van más allá de los recursos en los que se concretan, pues éstos actúan como herramientas que nos ayudan a organizar la producción y la reproducción de acuerdo con nuestros deseos y planes de vida. Efectivamente, el poder de negociación que se deriva de esta corriente incondicional de recursos permite a individuos y grupos ensayar otras formas de trabajo, otros caminos para articular arreglos productivos y reproductivos, otras relaciones sociales en el seno de un mundo que verdaderamente pueda ser hecho en común (Casassas, 2016a). Exploremos ahora con mayor detenimiento algunas esferas en las que el potencial democratizador del poder de negociación puede desplegarse y ponerse de manifiesto: En la esfera del trabajo asalariado, los actores sociales necesitan hallarse empoderados tanto para salir de aquellos espacios en los que los propietarios interfieran arbitrariamente en su vida cotidiana, como para, en caso de que opten por permanecer, poder amenazar creíblemente a los propietarios con su posible marcha y, así, negociar mejores condiciones de trabajo y de vida. Efectivamente, la llamada "democracia económica" o "democracia industrial" -en inglés, "workplace democracy"- no puede verse reducida a un regalo que empresarios bondadosos deciden caprichosamente ofrecer a sus trabajadores, puesto que ello colocaría a estos últimos en la situación de aquellos esclavos que eran tratados con respeto pero que, no obstante, seguían siendo esclavos, esto es, sujetos de derecho ajeno o alieni iuris. Si el objetivo es una democracia económica efectiva, los trabajadores necesitan recursos incondicionales para enfrentarse a procesos de negociación con oportunidades reales de co-determinar el funcionamiento del centro de trabajo. Huelga decir que tanto las centrales sindicales como los movimientos sociales de trabajadores precarios o en riesgo de precariedad se oponen hoy a las reformas laborales y constitucionales que laminan derechos sociales pensemos en la España de los últimos años- porque son conscientes de la pérdida de poder de negociación que se puede derivar de la derogación de estos mecanismos jurídicos de protección social. 5 Estoy en deuda con Michael R. Krätke por una conversación altamente fructífera sobre estas cuestiones. 8 Pero la vida productiva puede ir más allá de los muros de la empresa capitalista. Los trabajadores necesitan también poseer la capacidad de decidir con sus compañeros y compañeras dejar de realizar trabajo asalariado para terceros y constituir espacios productivos cooperativos y autogestionados donde puedan contar con niveles superiores de control sobre las actividades que se llevan a cabo y sobre el modo en que se llevan a cabo. La desmercantilización de la fuerza de trabajo y la creación de espacios productivos de este tipo constituye otra expresión del tipo de "democracia económica" que la presencia de derechos económicos y sociales hace posible6. De ahí que las personas y plataformas partidarias de la llamada "economía social y solidaria" participen bien a menudo en las iniciativas para la defensa y conquista de varios tipos de derechos económicos y sociales. La democracia económica debe alcanzar también la esfera doméstica. En efecto, el ideal de la organización democrática de todo el trabajo que necesita ser llevado a cabo en todos los ámbitos de nuestras sociedades apunta señaladamente a la capacidad de las mujeres de obtener divisiones más justas de tareas en el ámbito de la reproducción y los cuidados. La naturaleza incondicional de los derechos sociales constituye una suerte de contrapoder doméstico que permite que las mujeres cuestionen y disputen las formas actuales de división sexual del trabajo y propongan y, si es necesario, impongan otros arreglos con respecto a las tareas de cuidados. Asimismo, en la medida en que las beneficiarias de tales derechos sociales sean las personas, individualmente, y no los hogares, podrá decirse que los derechos sociales pueden convertirse en una herramienta especialmente útil para combatir formas intrafamiliares de dominación patriarcal (Pateman, 2006). En suma, la democracia económica no es posible sin formas sólidas de "democracia doméstica", y nos asisten varias razones para pensar que los derechos sociales pueden jugar un papel importante en la promoción de esta última. Así lo están viendo varios feminismos que, por mucho que se abran a múltiples formas de autogestión, hallan en las estructuras de derechos, hoy como ayer, un mecanismo protector que es preciso mantener, si no ampliar. En términos más generales, nuestras vidas están hechas de una gran cantidad de actividades que no se hallan remuneradas por los mercados de trabajo -o sólo intermitentemente-. Varios tipos de trabajos de cuidados constituyen un buen ejemplo 6 Erik Olin Wright (2006) ha analizado minuciosamente el vínculo entre derechos sociales y formas cooperativas de organizar la producción a propósito de la propuesta de la renta básica. 9 de ello, pero lo mismo puede decirse de otros ámbitos, tales como la educación continua a lo largo del ciclo vital o el trabajo artístico. Asimismo, el mero acto de intentar abrirse camino profesionalmente -y mantenerse, alimentar esa trayectoria y reconectar con ella en caso de infortunio- supone cantidades ingentes de tiempo y de trabajo no remunerado: inversión en experiencia y reconocimiento profesional, establecimiento de redes con otros actores, etc.7. Un ejemplo muy claro de ello puede encontrarse en la actividad de aquellos que establecen un negocio o una cooperativa autogestionada y necesitan trabajar con pocos o nulos ingresos hasta que alcanzan el umbral de rentabilidad. En todos estos casos, el vínculo con respecto a las fuentes habituales de pago del trabajo se rompen, lo que significa que los actores sociales pierden importantes recursos -principalmente renta, pero también todos los derechos actualmente asociados a la práctica de un trabajo remunerado- a la hora de negociar los términos y condiciones en que desean llevar a cabo todas estas actividades -trabajos de cuidados, educación continua, trabajo artístico, tareas de emprendeduría, etc.-. Si la democracia económica tiene que ver con la capacidad de co-determinar qué hacemos y cómo, necesitamos hallarnos material e inmaterialmente protegidos cuando legítimamente decidimos cortar temporal o permanentemente nuestra relación con los mercados de trabajo. Una estructura de derechos sociales nos puede ofrecer una "protección activadora" de este tipo. La esfera política constituye otro espacio donde llevamos a cabo varias formas de trabajo (remunerado o no) que es altamente valioso tanto para los individuos como para la sociedad en su conjunto. Sea bajo esquemas de democracia directa y participativa o en el seno de las instituciones propias de la democracia representativa, necesitamos recursos como tiempo y ciertas dotaciones iniciales para poder tomar decisiones genuinas con efectos reales en la realidad. Del mismo modo que, en el siglo V a.n.e., los demócratas revolucionarios atenienses introdujeron una remuneración -el misthón- para asegurar la independencia personal y, por lo tanto, política de las personas que debían desempeñar cargo público o, simplemente, participar en el ágora (Raventós, 2007), una estructura de derechos concretada en garantías conferidas incondicionalmente puede constituir la condición material de una vida libre y autónoma en las múltiples ágoras de nuestro tiempo. 7 Guy Standing (2011, 2014) muestra con claridad que estas son algunas de las tareas y actividades más importantes que los trabajadores precarios contemporáneos deben asumir. 10 Finalmente, los derechos sociales pueden ayudarnos a articular estos conglomerados de distintos tipos de trabajo de un modo flexible. El valor de la flexibilidad ha sido abrazado muy a menudo por sectores empresariales que aspiraban a reducir costes erosionando las protecciones legales e institucionales de los trabajadores, lo que ha hecho del discurso de la flexibilidad una estrategia por lo pronto sospechosa. Sin embargo, los humanos necesitamos vidas flexibles en las que autónomamente realicemos tareas distintas de acuerdo con nuestras necesidades, que van variando a lo largo de nuestro ciclo vital. ¿Cuándo y cómo llevar a cabo trabajo productivo y cuándo y cómo dedicarnos a tareas de cuidados? ¿Cuándo y cómo abrir las puertas al trabajo artístico o de emprendeduría? ¿Y qué cantidades y combinaciones de estos trabajos queremos en cada periodo de nuestras vidas? Estas preguntas han de ser respondidas por los propios individuos y grupos, lo que significa que el viejo imaginario fordista de un único trabajo -empleo, cabría decir- para toda la vida ha de ser cuestionado y, de hecho, es cuestionado por movimientos sociales contemporáneos que ven el (poco probable) retorno a las vidas monolíticas alrededor de una sola actividad propias del fordismo como un signo inequívoco de una importante falta de soberanía económica (Casassas et al., 2015; Standing, 2014): "lo peor sería volver a ser normal", rezaba una pintada que pudo verse en Madrid durante la oleada de movilizaciones que siguieron al estallido del 15-M (Standing, 2014: 144). Nuevamente, fuentes de recursos incondicionales vinculados a estructuras de derechos económicos y sociales bien definidas capacitarían a las clases trabajadoras para que gobernasen ellas mismas la flexibilidad de un modo efectivamente seguro, lo que ampliaría su libertad efectiva para elegir qué trabajo(s) hacer, cuándo, cómo y en qué proporciones8. Marx y Engels (1970: 34) habían hecho suya esta misma aspiración en un famoso e inspirador pasaje de su Ideología alemana: "[...] A partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le viene impuesto y del que no puede salirse; el hombre es cazador, pescador, pastor o crítico, y no tiene más remedio que seguirlo siendo, si no quiere verse privado de los medios de vida; [...] en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la 8 "Flexiguridad efectiva" podría constituir un término apropiado para denominar el objetivo normativo e institucional que se está discutiendo aquí. 11 sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos. Esta plasmación de las actividades sociales, esta consolidación de nuestro propio producto en un poder material erigido sobre nosotros, sustraído a nuestro control, que levanta una barrera ante nuestra expectativa y destruye nuestros cálculos, es uno de los momentos fundamentales que se destacan en todo el desarrollo histórico anterior". Es por todas estas razones por lo que los derechos económicos y sociales pueden ser presentados como una herramienta que favorece el objetivo normativo que se ha defendido en el primer epígrafe de este trabajo: individuos y grupos necesitan vías democráticas para entrar, permanecer sin relaciones de dominación, salir y reiniciar todo tipo de relaciones sociales, empezando por las relaciones que tienen lugar en el ámbito del trabajo. La incondicionalidad de los derechos sociales nos confiere dosis relevantes de poder de negociación para oponernos a relaciones sociales que no deseamos y para alimentar y desarrollar otras relaciones sociales a las que aspiramos pero que no podemos alcanzar porque, como consecuencia de la desposesión, nos vemos forzados a "aceptar" lo que se nos "ofrece" en los mercados de trabajo capitalistas. En otros términos: al garantizar nuestra existencia social, las estructuras de derechos juegan un papel crucial para que todos y todas podamos decidir autónomamente cómo vivir nuestras vidas (Casassas, 2016a, 2016b). Y ello es algo que no era posible ni bajo el capitalismo de Estado del Bienestar, donde la centralidad del trabajo asalariado como mecanismo fundamental para la estructuración de las sociedades bloqueaba una miríada de posibles proyectos productivos y reproductivos que sólo emergen cuando trabajo e ingresos -y otros recursos obtenidos a través del empleo- son desacoplados y la garantía incondicional de recursos materiales e inmateriales pone en funcionamiento todo tipo de proyectos de vida, remunerados o no. Como se ha mencionado ya, varios movimientos sociales parecen haber apreciado esta potencialidad de los derechos sociales en tiempos de malestares sociales varios, tiempos en los que el viejo pacto social fordista ha sido roto unilateralmente por las élites y una indignación hondamente enraizada en un 12 sentimiento de traición alimenta ambiciones sociales y políticas sin precedentes (Casassas et al., 2015; Casassas y Manjarín, 2014). Marco Revelli (2010) lo dejó meridianamente claro cuando citó un grafiti que encontró en un muro del Politecnico di Torino: "Ci avete tolto troppo, adesso rivogliamo tutto" ("Nos habéis quitado demasiado, ahora volvemos a quererlo todo"). ¿Pueden los derechos económicos y sociales constituir una herramienta que nos ayude a conquistar dicho "todo"? 3. Respuestas "constituyentes" ante la ruptura del pacto: la lógica de derechos en los planes de rescate ciudadano de los movimientos sociales contemporáneos 3.1 ¿Hacia procesos constituyentes? Los planes de rescate ciudadano que se analizan en este trabajo, pues, nacen ante la evidencia de que nos encontramos ante un verdadero proceso “deconstituyente”, dirigido por parte de las oligarquías estatales e internacionales, del orden logrado tras la Segunda Guerra Mundial y de lo inscrito en las constituciones nacidas en esa posguerra -en Europa, las constituciones italiana y portuguesa se hallan entre las socialmente más avanzadas-, unas constituciones que, en parte, eran herederas del mejor constitucionalismo social de entreguerras -pensemos en la Constitución mexicana de 1917 y en la de la República de Weimar- (Pisarello, 2014). Pero, ¿qué hacer ante tales procesos deconstituyentes? ¿Qué “movimiento de autodefensa” (Polanyi, 1944) están planteando las poblaciones trabajadoras? Por un lado, conviene identificar una “respuesta defensiva” que pasa por la lucha por mantener los derechos conquistados durante décadas de reforma del capitalismo. Pensemos, por ejemplo, en el movimiento de l@s Yay@flautas, quienes, en parte, tratan de impedir que sus hij@s y niet@s dejen de disfrutar de los derechos que debemos a las luchas populares libradas durante el tardofranquismo y los primeros años de democracia. Al igual que l@s Yay@flautas, otros movimientos y “mareas” que, grosso modo, podemos asociar al 15-M aspiran también a poner freno a los recortes neoliberales de derechos sociales y de sus garantías materiales. Pero conviene identificar también ciertas respuestas que “pasan a la ofensiva” y que, por ello, pueden ser vistas como verdaderas “respuestas constituyentes” (Casassas y Manjarín, 2014). En efecto, no son pocos los movimientos sociales que, hoy, plantean 13 la necesidad de un “proceso destituyente” del “proceso deconstituyente” neoliberal que pueda abrir verdaderos “procesos constituyentes” que permitan lograr escenarios sociales si cabe más democráticos que los logrados a partir del pacto social de posguerra que está quedando hecho añicos. Recordemos que en el pacto social de posguerra las clases trabajadoras perdían soberanía económica, pues renunciaban explícitamente al control de la producción como objetivo político y civilizatorio. Pues bien, en este contexto de ruptura de este pacto, nos encontramos con lemas políticos harto reveladores: “No es la crisis, es el capitalismo”, se escuchaba en las calles y plazas del 15-M. L@s propi@s Yay@flautas, además de defender derechos conquistados, ahora en peligro de desaparición, han tratado de obtener, para sus hij@s y niet@s, derechos emergentes como el derecho a una renta básica incondicional y recursos públicocomunes que permitan superar la lógica del capitalismo de Estado del Bienestar y apuntar a la necesidad de mayores niveles de control de la (re)producción, esto es, de nuestras vidas. De ahí que se hable de verdaderas “respuestas constituyentes”. Pero, ¿cómo explicar que haya actores sociales que aspiren a pasar a la ofensiva (“constituyente”) en el contexto de verdaderos procesos “deconstituyentes” dirigidos por las oligarquías? La respuesta a dicho interrogante la hallamos, de nuevo, en la pintada de la que dio cuenta Marco Revelli (2010) y en el mecanismo que la explica: “Nos habéis quitado demasiado, ahora volvemos a quererlo todo”. A esta pintada podemos añadir también otro lema, en este caso de origen anglosajón: “We don’t want a bigger piece of the pie, we’re taking the whole fucking bakery” (“No queremos un pedazo mayor de la tarta, estamos tomando toda la jodida panadería”). O el lema de la plataforma española Juventud Sin Futuro: “Sin casa, sin curro, sin pensión: ¡sin miedo!” Recordemos cómo opera el mecanismo de fondo, que nace de la rabia y de la indignación: si la oligarquía rompe unilateralmente un pacto que garantizaba ciertas seguridades pero que tampoco resultaba plenamente satisfactorio en términos de libertad y democracia efectivas, las clases trabajadoras se sienten legitimadas para recuperar para la agenda política de hoy el objetivo al que había renunciado con motivo del pacto en cuestión: el control de la vida económica y social toda. Ejemplos de demandas y de prácticas “constituyentes” los encontramos, en primer lugar, en la lucha por paquetes de políticas públicas de naturaleza universal e incondicional (o, en otros términos, en la lucha por “planes de rescate ciudadano”) que logren consagrar verdaderas estructuras de derechos económicos y sociales –pues, como 14 se ha visto, la incondicionalidad de la política pública nos confiere dosis relevantes de poder de negociación para democratizar las relaciones económicas y sociales-; y, en segundo lugar, en la lucha por espacios y recursos autogestionados y, quizás, desmercantilizados que nos permitan definir y gobernar -esto es, controlar- nuestro día a día en dimensiones esenciales de nuestras vidas: pensemos en las redes de apoyo mutuo, en actividades culturales gratuitas en centros sociales, en los huertos urbanos y en las cooperativas de consumo, en espacios para el conocimiento y la formación libres, en los espacios de crianza, en las cooperativas de vivienda, en formas de autogestión de la salud y los cuidados, en tiendas de ropa gratis, en formas de transporte compartido y cuasi-gratuito, en los bancos del tiempo, etc. Todos estas iniciativas -y muchas máspueden hallarse, en mayor o en menor medida y con acentos y matices distintos, en (o al calor de) el movimiento del 15-M, en Occupy Wall Street, en el Movimento Passe Livre de Brasil, en el movimiento estudiantil chileno, en el Movimiento #YoSoy132 mexicano, etc. Muchos de estos movimientos echan a andar alrededor de demandas concretas, no necesariamente anticapitalistas, y terminan haciendo enmiendas mucho más generales al modo en que el capitalismo opera en España, Estados Unidos, Brasil, Chile y México -y en los continentes respectivos-. 3.2 La lógica de derechos en los planes de rescate ciudadano Pero, ¿en qué consisten exactamente los planes de rescate ciudadano de los que se habla en este trabajo? Los planes de rescate ciudadano son entendidos por los movimientos sociales como verdaderos “paquetes de medidas”. En efecto, ninguna medida aislada -ni la renta básica, ni el acceso a la vivienda, etc.- es una panacea. Se precisan auténticos conjuntos de recursos integrados en “cartas de derechos” como las salidas de las asambleas del movimiento Occupy Wall Street o del 15-M (Madrilonia, 2012). Además, tal como señala Guy Standing (2014), la propia presencia de la “carta” crea la identidad colectiva del movimiento social, pues constituye una matriz conceptual y de acción sociopolítica en la que todos los actores se pueden identificar, tanto programática como simbólicamente -así había ocurrido también con el movimiento de los cartistas ingleses del siglo XIX (Thompson, 2012)-. ¿Y qué incluyen tales cartas, tales planes de rescate ciudadano? Obviamente, no puede ofrecerse aquí una respuesta de validez universal, pues el peso de cada 15 reivindicación es contingente a las circunstancias socioeconómicas y a la trayectoria política de cada país. Sin embargo, sí puede afirmarse que constituyen elementos habituales en dichos “paquetes de medidas” cuestiones como la vivienda o la tierra -los casos de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca en España y del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra en Brasil son paradigmáticos-; la sanidad -pensemos en la Marea Blanca española o en el movimiento de doctores griegos que, ante las restricciones en el acceso de la población a la sanidad pública, han optado por la articulación de redes de hospitales autogestionados-; la renta básica incondicional -en países como Brasil, Finlandia, Holanda, India o Namibia, entre otros, se han lanzado o se están lanzando pruebas piloto, y en Suiza se está preparando un referéndum sobre dicha propuesta, la cual, dicho sea de paso, había aparecido también en las “cartas” del 15-M y de Occupy Wall Street-; la derogación de las reformas laborales más lesivas para con las condiciones de trabajo de la población -tanto la acción de los sindicatos tradicionales como eventos del tipo del EuroMayDay, que trata de unir a los trabajadores precarios del conjunto de Europa, persiguen dicho objetivo-; el transporte pensemos en el Movimento Passe Livre en Brasil o las luchas que se están librando en favor de un transporte público al alcance de la gente común en ciudades como Barcelona o Madrid-; la alimentación -en países latinoamericanos como Bolivia o Brasil, las reivindicaciones de los movimientos por la soberanía alimentaria adquieren cada día una mayor centralidad política, tal y como lo hacen también en los países del Norte-; el agua -varias ciudades italianas y ciudades españolas como Barcelona o Madrid han asistido en los últimos años a una verdadera lucha de clases por la titularidad jurídica y la gestión del agua, lucha que ha tenido resultados bien diversos-; o la energía -iniciativas cooperativistas como Som Energia han puesto sobre la mesa la necesidad de hablar también de soberanía energética en el contexto de una más que necesaria transición verde-. Si de lo que se trata es de recuperar el control de la (re)producción como horizonte político -y en el segundo epígrafe de este texto ya se ha analizado qué puede significar tal objetivo-, es preciso tender hacia la desmercantilización de los recursos citados en el párrafo anterior. Tal y como sugiere el Plan de Rescate Ciudadano que proponía el colectivo Madrilonia (2012) con ocasión del primer aniversario del 15-M, “¿qué sería de nuestras vidas si no tuviéramos que supeditar nuestra capacidad de trabajo a conseguir un salario para pagar las necesidades básicas: vivienda, agua, 16 alimentación, etc.?” Ciertamente, la presencia de estructuras de derechos que nos confieran recursos de muchos tipos de manera incondicional nos garantizaría posiciones de invulnerabilidad social que nos permitirían dedicar nuestra “capacidad de trabajo” no a suplicar frenéticamente un empleo para poder cubrir nuestras necesidades básicas -o, en ausencia de él, a suplicar un subsidio condicionado-, sino a poner en marcha proyectos (re)productivos más acordes con nuestros deseos, talentos y aspiraciones individuales y colectivas. En definitiva, lo que está en juego son niveles mayores de libertad a la hora de escoger y desarrollar una vida propia; lo que está en juego es poder vivir “por nuestra cuenta”, como hemos visto que había dicho Harrington; lo que está en juego es, en suma, la democracia efectiva o “real”. Quizás por todo ello, la recuperación del discurso de derechos por parte de los movimientos sociales contemporáneos -“Las personas primero” es el sugerente título del Plan de Rescate Ciudadano que el citado grupo Madrilonia propuso en 2012equivale a una impugnación en toda regla de la lógica de Marshall (1950) de las “generaciones de derechos”: no existen derechos cívicos y políticos -nos dicen los movimientos sociales que aquí se analizan- si no son al mismo tiempo derechos económicos y sociales y si no nos sitúan en el seno de comunidades vivas, densas y no fracturadas; o, dicho de otra forma, los derechos cívicos y políticos, como los que nos capacitan para el ejercicio de la democracia y para una vida en condiciones de libertad, tienen unos fundamentos materiales que conviene no soslayar9. De ahí la presencia de los derechos económicos, sociales y culturales en los movimientos sociales subyacentes al “nuevo constitucionalismo latinoamericano” -pensemos en países como Bolivia, entre otros-. Y de ahí también la conceptualización de los recortes en sanidad, educación o vivienda como “actos criminales” contra las posibilidades de una vida en común digna y civilizada -así se expresaba en febrero de 2013 la portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca al dirigirse al vicesecretario general de la Asociación Española de la Banca (AEB) con motivo de la tramitación de la Iniciativa Legislativa Popular en favor de la “dación en pago” en el Congreso de los Diputados-. 9 Del mismo modo, tampoco los derechos económicos y sociales son derechos sin la presencia de derechos cívico-políticos. En efecto, sin canales de participación y de control de los mecanismos institucionales para la satisfacción de los derechos económicos y sociales, éstos se convierten, en el mejor de los casos, en dádivas caprichosas de gobernantes benevolentes. 17 Conclusiones: ¿unos movimientos sociales con la mirada puesta más allá del capitalismo (de Estado del Bienestar)? Todo lo que se ha analizado hasta este punto nos permite sugerir que los movimientos sociales estudiados parecen hacer suya la crítica rawlsiana del capitalismo, incluido el capitalismo reformado con Estado del Bienestar (Rawls, 2001). Dicha crítica tenía dos grandes vertientes. En primer lugar, nos decía Rawls, bajo el capitalismo de Estado del Bienestar las instituciones políticas operan ex-post, esto es, se limitan a asistirnos en caso de infortunio. En cambio, una sociedad justa debería garantizarnos recursos ex-ante -esto es, de manera incondicional- a fin de que nos hallemos empoderados para poder formar y desplegar proyectos vitales en condiciones de ausencia de coerción a lo largo de todo nuestro ciclo vital. “No queremos un pedazo mayor de la tarta, estamos tomando toda la jodida panadería”, hemos visto que decían actores relevantes dentro de los movimientos sociales post-crash anglosajones. Y si tomamos “toda la jodida panadería”, es porque aspiramos a hacernos con las herramientas necesarias -paquetes de medidas, recursos garantizados a través de planes de rescate ciudadano, etc.- para que, desde el principio, podamos vivir vidas verdaderamente propias. En la misma dirección, el debate sobre la "predistribución", que apunta a esa necesidad de proveer recursos ex-ante, incondicionalmente, está irrumpiendo con fuerza como síntoma, si se quiere académico, de que se alzan voces en los movimientos sociales y políticos de muchos lugares del mundo en contra de unos regímenes de bienestar por un lado ya recortados y quizás añorados, pero también a todas luces insuficientes si de lo que se trata es de descondicionalizar el derecho a la existencia social autónoma, si de lo que se trata es de garantizar como un derecho la posibilidad de erigir trayectorias de vida y de trabajo -dentro o fuera de los mercados de trabajo- libres de formas de coerción y arbitrariedad10. En segundo lugar, Rawls nos alertaba de que, en el capitalismo de Estado del Bienestar, las instituciones políticas son presa fácil de poderes económicos privados desembridados, lo que hace que las decisiones sobre la vida compartida estén limitadas 10 Para una revisión del debate sobre la "predistribución", véase Thomas (2016). Asimismo, la propuesta de una "democracia de propietarios (de recursos público-comunes)" (O'Neill y Williamson, 2012) parte de un diagnóstico de las relaciones sociales y laborales propias del capitalismo parecido al que realiza John Rawls. 18 a "unas pocas manos". Quizás por ello, el 15-M aseguraba que conviene "no gastar ni un euro más para rescatar a los bancos" y que es preciso re-regular en clave democratizadora la acción de los agentes que operan en el sector financiero. Asimismo, los planes de rescate ciudadano han planteado a menudo la necesidad de una auditoría ciudadana de la deuda -así se ha planteado en países tan dispares como Ecuador, España, Grecia e Islandia, entre otros-, sobre todo ante la evidencia de que los Estados tienden a hacer dejación de funciones y no trabajan en esta dirección. ¿Qué deuda es legítima -se preguntan quienes proponen tales auditorías ciudadanas de la deuda- y qué deuda ha sido contraída bajo condiciones de coacción que exigen no sólo su reestructuración, sino incluso el rechazo de su pago, esto es, una negativa a aceptar los dictados de unos poderes económicos que escapan a todo control democrático? Lo que se sugiere en este punto es que una "base" de derechos sociales como la que se ha planteado en este trabajo puede no ser suficiente para garantizar el carácter democrático de las relaciones sociales si dicha base no se ve complementada por cierto "techo", esto es, por un conjunto de mecanismos institucionales orientados a evitar las grandes acumulaciones de poder económico privado. Dicha tarea puede hacerse bien limitando de forma directa el alcance de las desigualdades económicas a través de impuestos y de otras medidas niveladoras, bien introduciendo marcos reguladores que impidan que los actores económicos más poderosos puedan llevar a cabo prácticas que erosionen la libertad y la democracia11. Ciertamente, incluso cuando los individuos y los grupos son empoderados incondicionalmente con un conjunto relevante de recursos que los ayude a crear y desplegar proyectos de vida propios, las perspectivas de la democracia son más bien limitadas cuando estos mismos individuos y grupos tratan de desarrollar sus proyectos en el seno de contexto socioeconómicos -ciertos mercados, por ejemplo- que han sido destruidos o inhabilitados por la voracidad de actores económicos poderosos capaces de introducir barreras de entradas y convertir el espacio económico y social en un coto privado de caza, en un espacio exclusivo y excluyente. Así, la conformación de un "techo" no puede ser desatendida. Si el argumento es la 11 Esta es la razón por la que tanto F.D. Roosevelt como J.M Keynes estaban convencidos de que los "monarcas económicos" tenían que ser combatidos para poner fin al rentismo y a cualquier forma de uso especulativo de los recursos y del espacio económico. Efectivamente, los conjuntos de oportunidades de los actores económicos más poderosos debían ser, si no destruidos, por lo menos drásticamente restringidos. Para un análisis de este periodo de la historia social y política norteamericana, véase Sunstein (2004). 19 democracia, la historia no puede terminar con los recursos asociados a ciertos conjuntos de derechos sociales12. Por ambas razones -los límites de las políticas que operan condicionalmente, esto es, ex-post; y las dificultades de unos esquemas políticos que desatienden la cuestión del control de las grandes acumulaciones de poder económico privado-, parece razonable pensar, con Rawls, que conviene ir más allá del propio capitalismo reformado con las instituciones propias del Estado del Bienestar y aspirar a dotarnos de instrumentos materiales e inmateriales para recuperar la capacidad de construir vidas verdaderamente propias. Como se ha observado, así lo están planteando movimientos sociales post-neoliberales en latitudes bien diversas. Referencias bibliográficas Casassas, D. (2016a). Economic sovereignty as the democratization of work: the role of basic income. Basic Income Studies, en prensa. Casassas, D. (2016b). La centralidad de los trabajos en la revolución democrática: ¿qué aporta la perspectiva de derechos? En D. Casassas (Coord.), Revertir el guión. Trabajos, derechos y libertad (pp. 21-41). Madrid: Los Libros de la Catarata. Casassas, D. et al. (2015). Indignation and claims for economic sovereignty in Europe and the Americas: renewing the project of control over production. En P. Wagner (Ed.), African, American and European Trajectories of Modernity. Past Oppression, Future Justice? (pp. 258-287). Edinburgh: Edinburgh University Press. Casassas, D., De Wispelaere, J. (2016). Republicanism and the political economy of democracy. European Journal of Social Theory, 19 (2), 283-300. 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