LOS DERECHOS ECONÓMICOS Y SOCIALES EN LOS PLANES DE

Anuncio
LOS DERECHOS ECONÓMICOS Y SOCIALES EN LOS PLANES DE
RESCATE CIUDADANO: APROXIMACIONES TEÓRICAS Y EVIDENCIAS
DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
David Casassas
Universidad de Barcelona, Departamento de Sociología
Correo electrónico: [email protected]
Resumen. Tal como se ha analizado desde la teoría social y política, la conformación de
sociedades democráticas exige la garantía de conjuntos de recursos materiales e
inmateriales que empoderen a individuos y grupos para desarrollar de forma efectiva
planes de vida propios. Esta es la razón por la que la naturaleza incondicional de los
derechos ha sido vista con frecuencia como un mecanismo para la articulación de
posiciones de invulnerabilidad desde las que los actores sociales puedan erigir formas
de interdependencia respetuosas de la libertad de todos. En efecto, desde los tiempos de
Thomas Paine, la perspectiva de derechos ha jugado un papel central en la definición de
lo que significa ser un actor libre, tanto en la esfera política como en la (re)productiva.
Sin ir más lejos, los teóricos contemporáneos de la "justicia predistributiva" insisten en
el hecho de que conferir recursos ex-ante a través de estructuras legales es preferible a
asistir ex-post a quienes salen perdiendo en el contexto de unas relaciones sociales no
escogidas e inevitables. En efecto, la desposesión de recursos materiales e inmateriales
tiende a impedir el despliegue de múltiples formas de trabajo (re)productivo y cívicopolítico con sentido y controlables por parte de todos los sujetos implicados. Este texto
muestra cómo esta perspectiva teórica halla un interesante eco en el seno de
movimientos sociales contemporáneos enfrentados a los problemas propios del
"precariado", unos movimientos sociales que en múltiples ocasiones reclaman la
presencia de verdaderos "planes de rescate ciudadano". En particular, este trabajo pone
de relieve que, tanto en el Sur de Europa como en América del Norte y del Sur, estos
movimientos sociales aspiran a construir paquetes de derechos económicos y sociales de
naturaleza universal e incondicional con los que puedan contradecir la dinámica
desposeedora del capitalismo, acaso más notoria tras la gestión neoliberal de la crisis. Si
el consenso social que dio lugar al capitalismo "reformado" posterior a la Segunda
Guerra Mundial ha sido roto de forma unilateral por parte de las élites -sostienen los
movimientos sociales aquí analizados-, quizás llegó el momento para legítimamente
recuperar el objetivo al que las poblaciones trabajadores renunciaron cuando firmaron
dicho consenso: el control de la producción y de la vida política toda. Así, paquetes de
medidas que garanticen derechos económicos y sociales pueden constituir una
herramienta importante para que la población precarizada o amenazada por la
precariedad pueda hacerse con arreglos (re)productivos que amplíen su "democracia
real".
Palabras clave: movimientos sociales, trabajos, planes de rescate ciudadano, derechos
económicos y sociales, democracia.
Financiación: Este texto ha sido elaborado en el marco del proyecto de investigación
FFI2015-63707-P del Ministerio de Economía y Competitividad.
1
1. Un marco teórico-normativo: soberanía económica como democratización de los
trabajos
La presente investigación parte de una definición de la democracia como aquel proyecto
(o conjunto de proyectos) colectivo(s) orientado(s) al establecimiento de ciertos
conjuntos de normas que permitan a individuos y grupos co-determinar de forma
efectiva la naturaleza de nuestras relaciones sociales. Esto vale para todos los ámbitos
de la vida social, lo que incluye todos aquellos donde se realiza alguna forma de trabajo
(remunerado o/y no remunerado). La democracia, pues, nos capacita para definir qué
aspiramos a hacer -de ahí su dimensión "activa"- y para escapar de lo que se nos impone
heterónomamente -de ahí su dimensión "protectora"-. Lo opuesto a la democracia es el
despotismo y la tiranía, que deben entenderse como la capacidad de un agente (o de un
conjunto de ellos) para interferir arbitrariamente en nuestros procesos de toma de
decisiones -sean esas interferencias efectivas o meramente potenciales-.
Más concretamente, la democracia económica es la capacidad individual y
colectiva de decidir "qué hacer" en términos de producción, reproducción y
participación en la vida política -y dejamos de lado de momento la cuestión de la
naturaleza legal de los espacios en los que actuamos: espacios de propiedad privada,
proyectos cooperativos autogestionados, ámbitos de titularidad y gestión estatal, etc.-.
Pero, ¿qué implica exactamente la fórmula "qué hacer"? La democracia económica
puede equipararse a la capacidad de determinar en qué centros y puestos de trabajo
queremos actuar -lo que significa definir, más allá del hecho de que tal trabajo u otro
esté pagado por los mercados o no, qué consideramos "trabajo" y "centro y puesto de
trabajo"-; a la capacidad de decidir con quién queremos trabajar; a qué ritmo y con qué
frecuencia; para generar qué tipo de bienes (in)materiales y escenarios sociales, etc.
Como puede observarse, la democracia económica es una capacidad que opera tanto a
nivel individual como colectivo.
Pero veámoslo con niveles todavía superiores de concreción que nos permitan
apuntar a condiciones institucionales de posibilidad. La democracia económica es la
cuádruple capacidad de (i) decidir en qué relaciones sociales deseamos "entrar" para
trabajar -esto es, dónde/cómo/cuándo/con quiénes/para lograr qué-; (ii) determinar la
naturaleza (in)material del espacio en el que hemos decidido situarnos y trabajar, lo que
2
exige la capacidad de desarrollar una "voz" que sea efectivamente escuchada1; (iii) optar
por "salir" de este espacio en caso de que su naturaleza o funcionamiento contradigan
abiertamente aquello que deseamos para nuestras vidas; y (iv) en caso de que optemos
por irnos, la capacidad de recurrir a un escenario social fuera del espacio/puesto de
trabajo previo que esté lejos de suponer un lodazal impracticable donde no podamos
hacer nada "por nuestra cuenta", como James Harrington (1992: 269) diría, sino que
constituya un espacio que ofrezca herramientas para segundas y ulteriores
oportunidades, esto es, para reiniciar de forma efectiva nuestras vidas (re)productivas en
otros términos y condiciones, en unos términos y condiciones definidos "por nuestra
cuenta".
Conviene advertir aquí que tener el derecho a salir no nos fuerza a salir, del
mismo modo que tener el derecho al divorcio no nos fuerza a divorciarnos. Bien
mirado, tener el derecho a salir nos capacita para construir y alimentar formas de
"quedarnos" más fuertemente respetuosas con la democracia, pues incrementa nuestro
poder de negociación a la hora de co-determinar la naturaleza de relaciones sociales más
satisfactorias y duraderas. Así, el derecho a salir no ha de ser visto como un camino
hacia un mundo atomizado hecho de individuos disociados, sino como parte del entorno
institucional que ha de consolidar nuestra libertad y nuestra autonomía dentro del
espacio y del puesto de trabajo, en caso de que queramos permanecer en él, o fuera de
ese espacio, si finalmente decidimos salir. Así, conviene identificar una dialéctica
"salida-y-estabilización" cuyo potencial civilizador no puede pasar desapercibido a la
hora de evaluar la capacidad de individuos y grupos para romper (o no hacerlo)
relaciones sociales a lo largo de todo su ciclo vital.
En el mundo moderno, este tetrágono de "la entrada, la permanencia, la salida y
el reinicio" que analizamos aquí ha sido asociado recurrentemente a nuestra relación
con los mercados -y, en especial, con los mercados de trabajo-. En efecto, la naturaleza
democrática de nuestra relación con la esfera mercantil tiene mucho que ver con el logro
del proyecto, de inspiración polanyiana, de garantizar a individuos y grupos la
capacidad, primero, de decidir si se quiere entrar en los mercados en muchos ámbitos de
la vida social -si no en todos ellos-; segundo, en caso de que opten por entrar en ellos, la
capacidad de disputar políticamente y co-determinar el funcionamiento de tales
1
Para un persuasivo análisis de los avatares de la "voz" en los centros y espacios de trabajo, véase Herzog
(2015).
3
mercados; en tercer lugar, en caso de que opten por entrar en ellos y se dé un declive en
el funcionamiento de los mercados al que individuos y grupos no puedan hacer frente y
contrarrestar, la capacidad de salir de ellos; y en cuarto lugar, en caso de que salgan de
ellos, la capacidad de recurrir a vías alternativas para erigir otros tipos de relaciones
sociales a lo largo del tiempo. De acuerdo con esta perspectiva, el problema moral de
los mercados no reside en los mercados en sí -los mercados distan de ser instituciones
sociales intrínsecamente degradantes-, sino en la falta de esta capacidad de decidir con
sentido cuándo y cómo (des)mercantilizar recursos y actividades, empezando por la
fuerza de trabajo2.
2. Democracia económica como control sobre la (re)producción: ¿qué papel
corresponden a los derechos sociales?
2.1 Los derechos económicos y sociales como proyecto democratizador post-neoliberal
Recientemente, "planes de rescate ciudadano" que contenían paquetes de derechos
económicos y sociales han sido presentados por movimientos sociales post-crash de
numerosas regiones del mundo como una forma de conferir a individuos y grupos la
capacidad de "entrar, permanecer sin ser dominados, salir y volver a empezar" de la que
hemos estado hablando. Estos "planes de rescate ciudadano", que se han formulado de
forma especialmente explícita en ciudades como Barcelona, Madrid, Milán, Nueva
York o Santiago de Chile, han apelado a las potencialidades de los derechos
económicos y sociales a la hora de empoderar a los actores sociales con herramientas
adecuadas para erigir una interdependencia que respete sus deseos y que promueva de
forma efectiva sus proyectos y planes de vida (Casassas et al., 2015; Fumagalli, 2010).
Pero pongamos todo ello en perspectiva histórica, pues sólo a través del análisis de su
contexto socio-histórico puede entenderse cómo y por qué los proyectos
transformadores emergen y toman una cierta forma conceptual.
Como es bien sabido, el llamado "consenso social posterior a la Segunda Guerra
Mundial" -o "consenso social de posguerra mundial" o "consenso fordista"- estableció
lo que sigue. Por un lado, se ofrecía a las clases trabajadoras grados relevantes de
2
Todas estas preocupaciones fueron ampliamente discutidas por Polanyi (1944). Ni que decir tiene, la
dialéctica "salida-permanencia" que se analiza en este artículo halla inspiración conceptual en el trabajo
de Hirschman (1970).
4
seguridad socioeconómica a través de la garantía de empleos con salarios decentes para
la población masculina y de la implantación de políticas públicas que entraban en
acción en casos de infortunio y para cubrir ciertas necesidades sociales. Por supuesto,
dicho logro, que se hallaba hondamente enraizado en luchas sindicales y de los
movimientos antifascistas, supuso cierta victoria por parte de las poblaciones
trabajadoras, pues consiguieron contener y reducir la aridez de los mercados de trabajo
y de las condiciones de vida propias del capitalismo.
Por el otro lado, empero, estas poblaciones trabajadoras tuvieron que renunciar
explícitamente al viejo objetivo central del movimiento obrero contemporáneo, a saber:
el control de la producción. La lucha tanto por la propiedad como por la organización
del trabajo en el seno de la empresa desapareció de la agenda política de las
organizaciones sociales y políticas de los trabajadores. Ni que decir tiene, ello
constituyó una enorme derrota para el movimiento obrero, pues tratar de controlar la
producción siempre había significado tratar de controlar qué hacemos, cómo vivimos,
qué somos. En otros términos, el pacto social supuso una enorme pérdida de soberanía
económica por arte de las clases populares (Casassas et al., 2015)3.
Pero hoy el pacto está roto. De hecho, ha sido roto de manera unilateral por parte
de las élites neoliberales desde mediados de la década de 1970. Además, la naturaleza
desposeedora de este giro del capitalismo se ha intensificado con la gestión por parte de
las élites de la crisis económica que presenciamos desde 2008. En efecto, las políticas
neoliberales han supuesto reformas laborales que han disminuido la capacidad de los
trabajadores de hacer previsiones, de hacer planes y de desplegar proyectos de vida
estables, del mismo modo que han implicado la pérdida o la erosión de derechos
sociales y el incremento de la precariedad. En este contexto, la seguridad económica ya
no se halla garantizada por parte de los mercados de trabajo, sea porque no podemos
acceder a ellos -las tasas de desempleo se han disparado-, sea porque ya no obtenemos
de los mercados de trabajo todo lo que realmente necesitamos para ganarnos la vida y
sostener un hogar. Además, todo este escenario está suponiendo un incremento de la
sumisión de las mujeres, pues menos derechos sociales significan mayores niveles de
3
Para un análisis de la conformación de dicho pacto social tanto en Estados Unidos como en Europa,
véase Davis (2000) y Zunz, Schoppa y Hiwatari (2004).
5
explotación dentro del hogar, donde las mujeres tienden a todos los servicios en especie
que, anteriormente, se esperaba que el Estado ofreciera4.
El gran interrogante, de importantes efectos sociales y civilizatorios, que se
plantea en este punto se puede sintetizar como sigue: ¿qué hacer cuando un pacto se
rompe? Con mayor precisión: ¿qué puede hacer la parte perjudicada -y traicionadacuando un pacto lo rompe de forma unilateral la otra parte? Como se planteó
anteriormente, un pacto tiende a incluir una victoria y una renuncia -así ocurrió de
forma clara en el caso del pacto social de posguerra mundial-. Dado que la recuperación
de las condiciones que dieron forma al pacto social de posguerra mundial parece
políticamente inviable -las élites económicas no parecen dispuestas a volver al tipo de
regímenes impositivos y de políticas públicas que caracterizaron el pacto en cuestión-,
la parte perjudicada -y traicionada- puede sentirse legitimada para tratar de recuperar
aquello a lo que renunció como consecuencia de la firma e implantación del viejo pacto,
a saber: el control de la producción, el control de las muchas vías a través de las cuales
los humanos operamos para satisfacer colectivamente nuestras necesidades.
Pero, ¿cómo plantear la cuestión de las posibles formas de concebir y lograr el
control de la producción -y de la reproducción, cabe añadir- bajo las circunstancias del
presente? Obviamente, no se está sugiriendo aquí que la presencia de derechos
económicos y sociales constituya una respuesta única, unívoca y omnicomprensiva a
esta pregunta; lo que se pretende defender es que la presencia de derechos económicos y
sociales de naturaleza universal e incondicional puede ayudar a resituar el control de la
(re)producción -de nuestras vidas enteras, si se quiere- en la agenda social y política,
pues la presencia de derechos económicos y sociales, especialmente cuando sus
garantías se proveen de forma universal e incondicional, confieren aquello que las
poblaciones trabajadoras perdieron como resultado de la firma del viejo pacto fordista, a
saber: poder de negociación. En efecto, al garantizar incondicionalmente la existencia
social de la gente, los derechos económicos y sociales confieren a los actores sociales la
capacidad de "decir no" (Widerquist, 2013) a vidas que no desean vivir y de organizar
los trabajos -las vidas- "por su cuenta". Por lo menos, así es como el debate sobre los
derechos económicos y sociales ha tomado forma en el seno de los movimientos
sociales de ciudades como las mencionadas algo más arriba: Barcelona, Madrid, Milán,
4
David Harvey (2003, 2007) y Guy Standing (2009, 2011) han explicado muy convincentemente cómo se
ha desplegado históricamente este proceso y qué efectos está teniendo en la vida cotidiana de la gente
común.
6
Nueva York o Santiago de Chile, entre muchas otras (Casassas et al., 2015; Casassas y
Manjarín, 2014).
2.2 Un poder de negociación que refuerza la democracia
En otras palabras, los derechos sociales pueden ayudar a contradecir la naturaleza
desposeedora del capitalismo, que el teórico marxista David Harvey (2003) ha visto
como un proceso de "acumulación por desposesión" y que el propio Marx había descrito
con todo lujo de detalles en el capítulo XXIV del primer volumen de El Capital, una
"acumulación por desposesión" cuyos efectos desestructuradores de las trayectorias
laborales y vitales del conjunto de la población trabajadora Guy Standing (2011, 2014)
analiza actualmente de forma bien pormenorizada.
Se podría objetar que lo que Marx sostenía es que la desposesión capitalista nos
deja específicamente sin medios de producción, no sin derechos. No obstante, los
derechos económicos y sociales no son "sólo" derechos: gracias a su incondicionalidad y gracias al poder de negociación que se deriva de ella-, los derechos sociales terminan
permitiendo el control de unos recursos fácilmente convertibles o traducibles en
términos de:

tiempo para concebir y poner en práctica, individual o colectivamente, una vida
verdaderamente propia, hecha "por nuestra cuenta" -y tiempo también para que, en
dicho empeño, podamos recurrir a la intermediación del Estado, de sindicatos y de otras
organizaciones, así como para crear y alimentar varias formas de autogestión-;

la capacidad de explorar opciones alternativas y de correr riesgos quizás
fructíferos -la correlación positiva entre propensión al riesgo y un poder de negociación
que ensanche libertades no debe pasar desapercibida (Casassas y Loewe, 2001; Elster,
1989); y

el "derecho al crédito", en el doble sentido del "derecho a recursos financieros" y
el "derecho a la confianza social": un flujo constante de recursos garantizados por los
poderes públicos -en eso se concretan los derechos económicos y sociales- debe ser
entendido también como el derecho políticamente garantizado a segundas, terceras y
subsiguientes oportunidades para poner en marcha y sostener proyectos (re)productivos
7
verdaderamente propios, lo cual es extremadamente importante para poder constituir un
entorno socioeconómico realmente democrático e inclusivo5.
Por todo ello, se puede afirmar que los derechos económicos y sociales van más
allá de los recursos en los que se concretan, pues éstos actúan como herramientas que
nos ayudan a organizar la producción y la reproducción de acuerdo con nuestros deseos
y planes de vida. Efectivamente, el poder de negociación que se deriva de esta corriente
incondicional de recursos permite a individuos y grupos ensayar otras formas de trabajo,
otros caminos para articular arreglos productivos y reproductivos, otras relaciones
sociales en el seno de un mundo que verdaderamente pueda ser hecho en común
(Casassas, 2016a).
Exploremos ahora con mayor detenimiento algunas esferas en las que el
potencial democratizador del poder de negociación puede desplegarse y ponerse de
manifiesto:

En la esfera del trabajo asalariado, los actores sociales necesitan hallarse
empoderados tanto para salir de aquellos espacios en los que los propietarios interfieran
arbitrariamente en su vida cotidiana, como para, en caso de que opten por permanecer,
poder amenazar creíblemente a los propietarios con su posible marcha y, así, negociar
mejores condiciones de trabajo y de vida. Efectivamente, la llamada "democracia
económica" o "democracia industrial" -en inglés, "workplace democracy"- no puede
verse reducida a un regalo que empresarios bondadosos deciden caprichosamente
ofrecer a sus trabajadores, puesto que ello colocaría a estos últimos en la situación de
aquellos esclavos que eran tratados con respeto pero que, no obstante, seguían siendo
esclavos, esto es, sujetos de derecho ajeno o alieni iuris. Si el objetivo es una
democracia económica efectiva, los trabajadores necesitan recursos incondicionales
para enfrentarse a procesos de negociación con oportunidades reales de co-determinar el
funcionamiento del centro de trabajo. Huelga decir que tanto las centrales sindicales
como los movimientos sociales de trabajadores precarios o en riesgo de precariedad se
oponen hoy a las reformas laborales y constitucionales que laminan derechos sociales pensemos en la España de los últimos años- porque son conscientes de la pérdida de
poder de negociación que se puede derivar de la derogación de estos mecanismos
jurídicos de protección social.
5
Estoy en deuda con Michael R. Krätke por una conversación altamente fructífera sobre estas cuestiones.
8

Pero la vida productiva puede ir más allá de los muros de la empresa capitalista.
Los trabajadores necesitan también poseer la capacidad de decidir con sus compañeros y
compañeras dejar de realizar trabajo asalariado para terceros y constituir espacios
productivos cooperativos y autogestionados donde puedan contar con niveles superiores
de control sobre las actividades que se llevan a cabo y sobre el modo en que se llevan a
cabo. La desmercantilización de la fuerza de trabajo y la creación de espacios
productivos de este tipo constituye otra expresión del tipo de "democracia económica"
que la presencia de derechos económicos y sociales hace posible6. De ahí que las
personas y plataformas partidarias de la llamada "economía social y solidaria"
participen bien a menudo en las iniciativas para la defensa y conquista de varios tipos de
derechos económicos y sociales.

La democracia económica debe alcanzar también la esfera doméstica. En efecto,
el ideal de la organización democrática de todo el trabajo que necesita ser llevado a
cabo en todos los ámbitos de nuestras sociedades apunta señaladamente a la capacidad
de las mujeres de obtener divisiones más justas de tareas en el ámbito de la
reproducción y los cuidados. La naturaleza incondicional de los derechos sociales
constituye una suerte de contrapoder doméstico que permite que las mujeres cuestionen
y disputen las formas actuales de división sexual del trabajo y propongan y, si es
necesario, impongan otros arreglos con respecto a las tareas de cuidados. Asimismo, en
la medida en que las beneficiarias de tales derechos sociales sean las personas,
individualmente, y no los hogares, podrá decirse que los derechos sociales pueden
convertirse en una herramienta especialmente útil para combatir formas intrafamiliares
de dominación patriarcal (Pateman, 2006). En suma, la democracia económica no es
posible sin formas sólidas de "democracia doméstica", y nos asisten varias razones para
pensar que los derechos sociales pueden jugar un papel importante en la promoción de
esta última. Así lo están viendo varios feminismos que, por mucho que se abran a
múltiples formas de autogestión, hallan en las estructuras de derechos, hoy como ayer,
un mecanismo protector que es preciso mantener, si no ampliar.

En términos más generales, nuestras vidas están hechas de una gran cantidad de
actividades que no se hallan remuneradas por los mercados de trabajo -o sólo
intermitentemente-. Varios tipos de trabajos de cuidados constituyen un buen ejemplo
6
Erik Olin Wright (2006) ha analizado minuciosamente el vínculo entre derechos sociales y formas
cooperativas de organizar la producción a propósito de la propuesta de la renta básica.
9
de ello, pero lo mismo puede decirse de otros ámbitos, tales como la educación continua
a lo largo del ciclo vital o el trabajo artístico. Asimismo, el mero acto de intentar abrirse
camino profesionalmente -y mantenerse, alimentar esa trayectoria y reconectar con ella
en caso de infortunio- supone cantidades ingentes de tiempo y de trabajo no
remunerado: inversión en experiencia y reconocimiento profesional, establecimiento de
redes con otros actores, etc.7. Un ejemplo muy claro de ello puede encontrarse en la
actividad de aquellos que establecen un negocio o una cooperativa autogestionada y
necesitan trabajar con pocos o nulos ingresos hasta que alcanzan el umbral de
rentabilidad. En todos estos casos, el vínculo con respecto a las fuentes habituales de
pago del trabajo se rompen, lo que significa que los actores sociales pierden importantes
recursos -principalmente renta, pero también todos los derechos actualmente asociados
a la práctica de un trabajo remunerado- a la hora de negociar los términos y condiciones
en que desean llevar a cabo todas estas actividades -trabajos de cuidados, educación
continua, trabajo artístico, tareas de emprendeduría, etc.-. Si la democracia económica
tiene que ver con la capacidad de co-determinar qué hacemos y cómo, necesitamos
hallarnos material e inmaterialmente protegidos cuando legítimamente decidimos cortar
temporal o permanentemente nuestra relación con los mercados de trabajo. Una
estructura de derechos sociales nos puede ofrecer una "protección activadora" de este
tipo.

La esfera política constituye otro espacio donde llevamos a cabo varias formas
de trabajo (remunerado o no) que es altamente valioso tanto para los individuos como
para la sociedad en su conjunto. Sea bajo esquemas de democracia directa y
participativa o en el seno de las instituciones propias de la democracia representativa,
necesitamos recursos como tiempo y ciertas dotaciones iniciales para poder tomar
decisiones genuinas con efectos reales en la realidad. Del mismo modo que, en el siglo
V a.n.e., los demócratas revolucionarios atenienses introdujeron una remuneración -el
misthón- para asegurar la independencia personal y, por lo tanto, política de las personas
que debían desempeñar cargo público o, simplemente, participar en el ágora (Raventós,
2007),
una
estructura
de
derechos
concretada
en
garantías
conferidas
incondicionalmente puede constituir la condición material de una vida libre y autónoma
en las múltiples ágoras de nuestro tiempo.
7
Guy Standing (2011, 2014) muestra con claridad que estas son algunas de las tareas y actividades más
importantes que los trabajadores precarios contemporáneos deben asumir.
10

Finalmente, los derechos sociales pueden ayudarnos a articular estos
conglomerados de distintos tipos de trabajo de un modo flexible. El valor de la
flexibilidad ha sido abrazado muy a menudo por sectores empresariales que aspiraban a
reducir costes erosionando las protecciones legales e institucionales de los trabajadores,
lo que ha hecho del discurso de la flexibilidad una estrategia por lo pronto sospechosa.
Sin embargo, los humanos necesitamos vidas flexibles en las que autónomamente
realicemos tareas distintas de acuerdo con nuestras necesidades, que van variando a lo
largo de nuestro ciclo vital. ¿Cuándo y cómo llevar a cabo trabajo productivo y cuándo
y cómo dedicarnos a tareas de cuidados? ¿Cuándo y cómo abrir las puertas al trabajo
artístico o de emprendeduría? ¿Y qué cantidades y combinaciones de estos trabajos
queremos en cada periodo de nuestras vidas? Estas preguntas han de ser respondidas por
los propios individuos y grupos, lo que significa que el viejo imaginario fordista de un
único trabajo -empleo, cabría decir- para toda la vida ha de ser cuestionado y, de hecho,
es cuestionado por movimientos sociales contemporáneos que ven el (poco probable)
retorno a las vidas monolíticas alrededor de una sola actividad propias del fordismo
como un signo inequívoco de una importante falta de soberanía económica (Casassas et
al., 2015; Standing, 2014): "lo peor sería volver a ser normal", rezaba una pintada que
pudo verse en Madrid durante la oleada de movilizaciones que siguieron al estallido del
15-M (Standing, 2014: 144). Nuevamente, fuentes de recursos incondicionales
vinculados a estructuras de derechos económicos y sociales bien definidas capacitarían
a las clases trabajadoras para que gobernasen ellas mismas la flexibilidad de un modo
efectivamente seguro, lo que ampliaría su libertad efectiva para elegir qué trabajo(s)
hacer, cuándo, cómo y en qué proporciones8. Marx y Engels (1970: 34) habían hecho
suya esta misma aspiración en un famoso e inspirador pasaje de su Ideología alemana:
"[...] A partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada
cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le
viene impuesto y del que no puede salirse; el hombre es cazador, pescador,
pastor o crítico, y no tiene más remedio que seguirlo siendo, si no quiere
verse privado de los medios de vida; [...] en la sociedad comunista, donde
cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino
que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la
8
"Flexiguridad efectiva" podría constituir un término apropiado para denominar el objetivo normativo e
institucional que se está discutiendo aquí.
11
sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace
cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a
aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche
apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar,
sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico,
según los casos. Esta plasmación de las actividades sociales, esta
consolidación de nuestro propio producto en un poder material erigido
sobre nosotros, sustraído a nuestro control, que levanta una barrera ante
nuestra expectativa y destruye nuestros cálculos, es uno de los momentos
fundamentales que se destacan en todo el desarrollo histórico anterior".
Es por todas estas razones por lo que los derechos económicos y sociales pueden
ser presentados como una herramienta que favorece el objetivo normativo que se ha
defendido en el primer epígrafe de este trabajo: individuos y grupos necesitan vías
democráticas para entrar, permanecer sin relaciones de dominación, salir y reiniciar
todo tipo de relaciones sociales, empezando por las relaciones que tienen lugar en el
ámbito del trabajo. La incondicionalidad de los derechos sociales nos confiere dosis
relevantes de poder de negociación para oponernos a relaciones sociales que no
deseamos y para alimentar y desarrollar otras relaciones sociales a las que aspiramos
pero que no podemos alcanzar porque, como consecuencia de la desposesión, nos
vemos forzados a "aceptar" lo que se nos "ofrece" en los mercados de trabajo
capitalistas. En otros términos: al garantizar nuestra existencia social, las estructuras de
derechos juegan un papel crucial para que todos y todas podamos decidir
autónomamente cómo vivir nuestras vidas (Casassas, 2016a, 2016b).
Y ello es algo que no era posible ni bajo el capitalismo de Estado del Bienestar,
donde la centralidad del trabajo asalariado como mecanismo fundamental para la
estructuración de las sociedades bloqueaba una miríada de posibles proyectos
productivos y reproductivos que sólo emergen cuando trabajo e ingresos -y otros
recursos obtenidos a través del empleo- son desacoplados y la garantía incondicional de
recursos materiales e inmateriales pone en funcionamiento todo tipo de proyectos de
vida, remunerados o no. Como se ha mencionado ya, varios movimientos sociales
parecen haber apreciado esta potencialidad de los derechos sociales en tiempos de
malestares sociales varios, tiempos en los que el viejo pacto social fordista ha sido roto
unilateralmente por las élites y una indignación hondamente enraizada en un
12
sentimiento de traición alimenta ambiciones sociales y políticas sin precedentes
(Casassas et al., 2015; Casassas y Manjarín, 2014). Marco Revelli (2010) lo dejó
meridianamente claro cuando citó un grafiti que encontró en un muro del Politecnico di
Torino: "Ci avete tolto troppo, adesso rivogliamo tutto" ("Nos habéis quitado
demasiado, ahora volvemos a quererlo todo"). ¿Pueden los derechos económicos y
sociales constituir una herramienta que nos ayude a conquistar dicho "todo"?
3. Respuestas "constituyentes" ante la ruptura del pacto: la lógica de derechos en
los planes de rescate ciudadano de los movimientos sociales contemporáneos
3.1 ¿Hacia procesos constituyentes?
Los planes de rescate ciudadano que se analizan en este trabajo, pues, nacen ante la
evidencia de que nos encontramos ante un verdadero proceso “deconstituyente”,
dirigido por parte de las oligarquías estatales e internacionales, del orden logrado tras la
Segunda Guerra Mundial y de lo inscrito en las constituciones nacidas en esa posguerra
-en Europa, las constituciones italiana y portuguesa se hallan entre las socialmente más
avanzadas-,
unas
constituciones
que,
en
parte,
eran
herederas
del
mejor
constitucionalismo social de entreguerras -pensemos en la Constitución mexicana de
1917 y en la de la República de Weimar- (Pisarello, 2014).
Pero, ¿qué hacer ante tales procesos deconstituyentes? ¿Qué “movimiento de
autodefensa” (Polanyi, 1944) están planteando las poblaciones trabajadoras? Por un
lado, conviene identificar una “respuesta defensiva” que pasa por la lucha por mantener
los derechos conquistados durante décadas de reforma del capitalismo. Pensemos, por
ejemplo, en el movimiento de l@s Yay@flautas, quienes, en parte, tratan de impedir
que sus hij@s y niet@s dejen de disfrutar de los derechos que debemos a las luchas
populares libradas durante el tardofranquismo y los primeros años de democracia. Al
igual que l@s Yay@flautas, otros movimientos y “mareas” que, grosso modo, podemos
asociar al 15-M aspiran también a poner freno a los recortes neoliberales de derechos
sociales y de sus garantías materiales.
Pero conviene identificar también ciertas respuestas que “pasan a la ofensiva” y
que, por ello, pueden ser vistas como verdaderas “respuestas constituyentes” (Casassas
y Manjarín, 2014). En efecto, no son pocos los movimientos sociales que, hoy, plantean
13
la necesidad de un “proceso destituyente” del “proceso deconstituyente” neoliberal que
pueda abrir verdaderos “procesos constituyentes” que permitan lograr escenarios
sociales si cabe más democráticos que los logrados a partir del pacto social de posguerra
que está quedando hecho añicos. Recordemos que en el pacto social de posguerra las
clases trabajadoras perdían soberanía económica, pues renunciaban explícitamente al
control de la producción como objetivo político y civilizatorio. Pues bien, en este
contexto de ruptura de este pacto, nos encontramos con lemas políticos harto
reveladores: “No es la crisis, es el capitalismo”, se escuchaba en las calles y plazas del
15-M. L@s propi@s Yay@flautas, además de defender derechos conquistados, ahora
en peligro de desaparición, han tratado de obtener, para sus hij@s y niet@s, derechos
emergentes como el derecho a una renta básica incondicional y recursos públicocomunes que permitan superar la lógica del capitalismo de Estado del Bienestar y
apuntar a la necesidad de mayores niveles de control de la (re)producción, esto es, de
nuestras vidas. De ahí que se hable de verdaderas “respuestas constituyentes”.
Pero, ¿cómo explicar que haya actores sociales que aspiren a pasar a la ofensiva
(“constituyente”) en el contexto de verdaderos procesos “deconstituyentes” dirigidos
por las oligarquías? La respuesta a dicho interrogante la hallamos, de nuevo, en la
pintada de la que dio cuenta Marco Revelli (2010) y en el mecanismo que la explica:
“Nos habéis quitado demasiado, ahora volvemos a quererlo todo”. A esta pintada
podemos añadir también otro lema, en este caso de origen anglosajón: “We don’t want a
bigger piece of the pie, we’re taking the whole fucking bakery” (“No queremos un
pedazo mayor de la tarta, estamos tomando toda la jodida panadería”). O el lema de la
plataforma española Juventud Sin Futuro: “Sin casa, sin curro, sin pensión: ¡sin miedo!”
Recordemos cómo opera el mecanismo de fondo, que nace de la rabia y de la
indignación: si la oligarquía rompe unilateralmente un pacto que garantizaba ciertas
seguridades pero que tampoco resultaba plenamente satisfactorio en términos de libertad
y democracia efectivas, las clases trabajadoras se sienten legitimadas para recuperar
para la agenda política de hoy el objetivo al que había renunciado con motivo del pacto
en cuestión: el control de la vida económica y social toda.
Ejemplos de demandas y de prácticas “constituyentes” los encontramos, en
primer lugar, en la lucha por paquetes de políticas públicas de naturaleza universal e
incondicional (o, en otros términos, en la lucha por “planes de rescate ciudadano”) que
logren consagrar verdaderas estructuras de derechos económicos y sociales –pues, como
14
se ha visto, la incondicionalidad de la política pública nos confiere dosis relevantes de
poder de negociación para democratizar las relaciones económicas y sociales-; y, en
segundo lugar, en la lucha por espacios y recursos autogestionados y, quizás,
desmercantilizados que nos permitan definir y gobernar -esto es, controlar- nuestro día a
día en dimensiones esenciales de nuestras vidas: pensemos en las redes de apoyo mutuo,
en actividades culturales gratuitas en centros sociales, en los huertos urbanos y en las
cooperativas de consumo, en espacios para el conocimiento y la formación libres, en los
espacios de crianza, en las cooperativas de vivienda, en formas de autogestión de la
salud y los cuidados, en tiendas de ropa gratis, en formas de transporte compartido y
cuasi-gratuito, en los bancos del tiempo, etc. Todos estas iniciativas -y muchas máspueden hallarse, en mayor o en menor medida y con acentos y matices distintos, en (o al
calor de) el movimiento del 15-M, en Occupy Wall Street, en el Movimento Passe Livre
de Brasil, en el movimiento estudiantil chileno, en el Movimiento #YoSoy132
mexicano, etc. Muchos de estos movimientos echan a andar alrededor de demandas
concretas, no necesariamente anticapitalistas, y terminan haciendo enmiendas mucho
más generales al modo en que el capitalismo opera en España, Estados Unidos, Brasil,
Chile y México -y en los continentes respectivos-.
3.2 La lógica de derechos en los planes de rescate ciudadano
Pero, ¿en qué consisten exactamente los planes de rescate ciudadano de los que se habla
en este trabajo? Los planes de rescate ciudadano son entendidos por los movimientos
sociales como verdaderos “paquetes de medidas”. En efecto, ninguna medida aislada -ni
la renta básica, ni el acceso a la vivienda, etc.- es una panacea. Se precisan auténticos
conjuntos de recursos integrados en “cartas de derechos” como las salidas de las
asambleas del movimiento Occupy Wall Street o del 15-M (Madrilonia, 2012). Además,
tal como señala Guy Standing (2014), la propia presencia de la “carta” crea la identidad
colectiva del movimiento social, pues constituye una matriz conceptual y de acción
sociopolítica en la que todos los actores se pueden identificar, tanto programática como
simbólicamente -así había ocurrido también con el movimiento de los cartistas ingleses
del siglo XIX (Thompson, 2012)-.
¿Y qué incluyen tales cartas, tales planes de rescate ciudadano? Obviamente, no
puede ofrecerse aquí una respuesta de validez universal, pues el peso de cada
15
reivindicación es contingente a las circunstancias socioeconómicas y a la trayectoria
política de cada país. Sin embargo, sí puede afirmarse que constituyen elementos
habituales en dichos “paquetes de medidas” cuestiones como la vivienda o la tierra -los
casos de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca en España y del Movimiento de los
Trabajadores Rurales Sin Tierra en Brasil son paradigmáticos-; la sanidad -pensemos en
la Marea Blanca española o en el movimiento de doctores griegos que, ante las
restricciones en el acceso de la población a la sanidad pública, han optado por la
articulación de redes de hospitales autogestionados-; la renta básica incondicional -en
países como Brasil, Finlandia, Holanda, India o Namibia, entre otros, se han lanzado o
se están lanzando pruebas piloto, y en Suiza se está preparando un referéndum sobre
dicha propuesta, la cual, dicho sea de paso, había aparecido también en las “cartas” del
15-M y de Occupy Wall Street-; la derogación de las reformas laborales más lesivas
para con las condiciones de trabajo de la población -tanto la acción de los sindicatos
tradicionales como eventos del tipo del EuroMayDay, que trata de unir a los
trabajadores precarios del conjunto de Europa, persiguen dicho objetivo-; el transporte pensemos en el Movimento Passe Livre en Brasil o las luchas que se están librando en
favor de un transporte público al alcance de la gente común en ciudades como
Barcelona o Madrid-; la alimentación -en países latinoamericanos como Bolivia o
Brasil, las reivindicaciones de los movimientos por la soberanía alimentaria adquieren
cada día una mayor centralidad política, tal y como lo hacen también en los países del
Norte-; el agua -varias ciudades italianas y ciudades españolas como Barcelona o
Madrid han asistido en los últimos años a una verdadera lucha de clases por la
titularidad jurídica y la gestión del agua, lucha que ha tenido resultados bien diversos-; o
la energía -iniciativas cooperativistas como Som Energia han puesto sobre la mesa la
necesidad de hablar también de soberanía energética en el contexto de una más que
necesaria transición verde-.
Si de lo que se trata es de recuperar el control de la (re)producción como
horizonte político -y en el segundo epígrafe de este texto ya se ha analizado qué puede
significar tal objetivo-, es preciso tender hacia la desmercantilización de los recursos
citados en el párrafo anterior. Tal y como sugiere el Plan de Rescate Ciudadano que
proponía el colectivo Madrilonia (2012) con ocasión del primer aniversario del 15-M,
“¿qué sería de nuestras vidas si no tuviéramos que supeditar nuestra capacidad de
trabajo a conseguir un salario para pagar las necesidades básicas: vivienda, agua,
16
alimentación, etc.?” Ciertamente, la presencia de estructuras de derechos que nos
confieran recursos de muchos tipos de manera incondicional nos garantizaría posiciones
de invulnerabilidad social que nos permitirían dedicar nuestra “capacidad de trabajo” no
a suplicar frenéticamente un empleo para poder cubrir nuestras necesidades básicas -o,
en ausencia de él, a suplicar un subsidio condicionado-, sino a poner en marcha
proyectos (re)productivos más acordes con nuestros deseos, talentos y aspiraciones
individuales y colectivas. En definitiva, lo que está en juego son niveles mayores de
libertad a la hora de escoger y desarrollar una vida propia; lo que está en juego es poder
vivir “por nuestra cuenta”, como hemos visto que había dicho Harrington; lo que está en
juego es, en suma, la democracia efectiva o “real”.
Quizás por todo ello, la recuperación del discurso de derechos por parte de los
movimientos sociales contemporáneos -“Las personas primero” es el sugerente título
del Plan de Rescate Ciudadano que el citado grupo Madrilonia propuso en 2012equivale a una impugnación en toda regla de la lógica de Marshall (1950) de las
“generaciones de derechos”: no existen derechos cívicos y políticos -nos dicen los
movimientos sociales que aquí se analizan- si no son al mismo tiempo derechos
económicos y sociales y si no nos sitúan en el seno de comunidades vivas, densas y no
fracturadas; o, dicho de otra forma, los derechos cívicos y políticos, como los que nos
capacitan para el ejercicio de la democracia y para una vida en condiciones de libertad,
tienen unos fundamentos materiales que conviene no soslayar9. De ahí la presencia de
los derechos económicos, sociales y culturales en los movimientos sociales subyacentes
al “nuevo constitucionalismo latinoamericano” -pensemos en países como Bolivia, entre
otros-. Y de ahí también la conceptualización de los recortes en sanidad, educación o
vivienda como “actos criminales” contra las posibilidades de una vida en común digna y
civilizada -así se expresaba en febrero de 2013 la portavoz de la Plataforma de
Afectados por la Hipoteca al dirigirse al vicesecretario general de la Asociación
Española de la Banca (AEB) con motivo de la tramitación de la Iniciativa Legislativa
Popular en favor de la “dación en pago” en el Congreso de los Diputados-.
9
Del mismo modo, tampoco los derechos económicos y sociales son derechos sin la presencia de
derechos cívico-políticos. En efecto, sin canales de participación y de control de los mecanismos
institucionales para la satisfacción de los derechos económicos y sociales, éstos se convierten, en el mejor
de los casos, en dádivas caprichosas de gobernantes benevolentes.
17
Conclusiones: ¿unos movimientos sociales con la mirada puesta más allá del
capitalismo (de Estado del Bienestar)?
Todo lo que se ha analizado hasta este punto nos permite sugerir que los movimientos
sociales estudiados parecen hacer suya la crítica rawlsiana del capitalismo, incluido el
capitalismo reformado con Estado del Bienestar (Rawls, 2001). Dicha crítica tenía dos
grandes vertientes.
En primer lugar, nos decía Rawls, bajo el capitalismo de Estado del Bienestar las
instituciones políticas operan ex-post, esto es, se limitan a asistirnos en caso de
infortunio. En cambio, una sociedad justa debería garantizarnos recursos ex-ante -esto
es, de manera incondicional- a fin de que nos hallemos empoderados para poder formar
y desplegar proyectos vitales en condiciones de ausencia de coerción a lo largo de todo
nuestro ciclo vital. “No queremos un pedazo mayor de la tarta, estamos tomando toda la
jodida panadería”, hemos visto que decían actores relevantes dentro de los movimientos
sociales post-crash anglosajones. Y si tomamos “toda la jodida panadería”, es porque
aspiramos a hacernos con las herramientas necesarias -paquetes de medidas, recursos
garantizados a través de planes de rescate ciudadano, etc.- para que, desde el principio,
podamos vivir vidas verdaderamente propias.
En la misma dirección, el debate sobre la "predistribución", que apunta a esa
necesidad de proveer recursos ex-ante, incondicionalmente, está irrumpiendo con fuerza
como síntoma, si se quiere académico, de que se alzan voces en los movimientos
sociales y políticos de muchos lugares del mundo en contra de unos regímenes de
bienestar por un lado ya recortados y quizás añorados, pero también a todas luces
insuficientes si de lo que se trata es de descondicionalizar el derecho a la existencia
social autónoma, si de lo que se trata es de garantizar como un derecho la posibilidad de
erigir trayectorias de vida y de trabajo -dentro o fuera de los mercados de trabajo- libres
de formas de coerción y arbitrariedad10.
En segundo lugar, Rawls nos alertaba de que, en el capitalismo de Estado del
Bienestar, las instituciones políticas son presa fácil de poderes económicos privados
desembridados, lo que hace que las decisiones sobre la vida compartida estén limitadas
10
Para una revisión del debate sobre la "predistribución", véase Thomas (2016). Asimismo, la propuesta
de una "democracia de propietarios (de recursos público-comunes)" (O'Neill y Williamson, 2012) parte
de un diagnóstico de las relaciones sociales y laborales propias del capitalismo parecido al que realiza
John Rawls.
18
a "unas pocas manos". Quizás por ello, el 15-M aseguraba que conviene "no gastar ni un
euro más para rescatar a los bancos" y que es preciso re-regular en clave
democratizadora la acción de los agentes que operan en el sector financiero. Asimismo,
los planes de rescate ciudadano han planteado a menudo la necesidad de una auditoría
ciudadana de la deuda -así se ha planteado en países tan dispares como Ecuador,
España, Grecia e Islandia, entre otros-, sobre todo ante la evidencia de que los Estados
tienden a hacer dejación de funciones y no trabajan en esta dirección. ¿Qué deuda es
legítima -se preguntan quienes proponen tales auditorías ciudadanas de la deuda- y qué
deuda ha sido contraída bajo condiciones de coacción que exigen no sólo su
reestructuración, sino incluso el rechazo de su pago, esto es, una negativa a aceptar los
dictados de unos poderes económicos que escapan a todo control democrático?
Lo que se sugiere en este punto es que una "base" de derechos sociales como la
que se ha planteado en este trabajo puede no ser suficiente para garantizar el carácter
democrático de las relaciones sociales si dicha base no se ve complementada por cierto
"techo", esto es, por un conjunto de mecanismos institucionales orientados a evitar las
grandes acumulaciones de poder económico privado. Dicha tarea puede hacerse bien
limitando de forma directa el alcance de las desigualdades económicas a través de
impuestos y de otras medidas niveladoras, bien introduciendo marcos reguladores que
impidan que los actores económicos más poderosos puedan llevar a cabo prácticas que
erosionen la libertad y la democracia11. Ciertamente, incluso cuando los individuos y los
grupos son empoderados incondicionalmente con un conjunto relevante de recursos que
los ayude a crear y desplegar proyectos de vida propios, las perspectivas de la
democracia son más bien limitadas cuando estos mismos individuos y grupos tratan de
desarrollar sus proyectos en el seno de contexto socioeconómicos -ciertos mercados, por
ejemplo- que han sido destruidos o inhabilitados por la voracidad de actores
económicos poderosos capaces de introducir barreras de entradas y convertir el espacio
económico y social en un coto privado de caza, en un espacio exclusivo y excluyente.
Así, la conformación de un "techo" no puede ser desatendida. Si el argumento es la
11
Esta es la razón por la que tanto F.D. Roosevelt como J.M Keynes estaban convencidos de que los
"monarcas económicos" tenían que ser combatidos para poner fin al rentismo y a cualquier forma de uso
especulativo de los recursos y del espacio económico. Efectivamente, los conjuntos de oportunidades de
los actores económicos más poderosos debían ser, si no destruidos, por lo menos drásticamente
restringidos. Para un análisis de este periodo de la historia social y política norteamericana, véase
Sunstein (2004).
19
democracia, la historia no puede terminar con los recursos asociados a ciertos conjuntos
de derechos sociales12.
Por ambas razones -los límites de las políticas que operan condicionalmente,
esto es, ex-post; y las dificultades de unos esquemas políticos que desatienden la
cuestión del control de las grandes acumulaciones de poder económico privado-, parece
razonable pensar, con Rawls, que conviene ir más allá del propio capitalismo reformado
con las instituciones propias del Estado del Bienestar y aspirar a dotarnos de
instrumentos materiales e inmateriales para recuperar la capacidad de construir vidas
verdaderamente propias. Como se ha observado, así lo están planteando movimientos
sociales post-neoliberales en latitudes bien diversas.
Referencias bibliográficas
Casassas, D. (2016a). Economic sovereignty as the democratization of work: the role of
basic income. Basic Income Studies, en prensa.
Casassas, D. (2016b). La centralidad de los trabajos en la revolución democrática: ¿qué
aporta la perspectiva de derechos? En D. Casassas (Coord.), Revertir el guión. Trabajos,
derechos y libertad (pp. 21-41). Madrid: Los Libros de la Catarata.
Casassas, D. et al. (2015). Indignation and claims for economic sovereignty in Europe
and the Americas: renewing the project of control over production. En P. Wagner (Ed.),
African, American and European Trajectories of Modernity. Past Oppression, Future
Justice? (pp. 258-287). Edinburgh: Edinburgh University Press.
Casassas, D., De Wispelaere, J. (2016). Republicanism and the political economy of
democracy. European Journal of Social Theory, 19 (2), 283-300.
Casassas, D., Loewe, G. (2001). Renta Básica y fuerza negociadora de los trabajadores.
En D. Raventós (Coord.), La Renta Básica. Por una ciudadanía más libre, más
igualitaria y más fraterna (pp. 205-222). Barcelona: Ariel.
12
Una aproximación más detallada al vínculo entre "la base" y "el techo" puede hallarse en Casassas y De
Wispelaere (2016).
20
Casassas, D., Manjarín, E. (2014). Basic income within contemporary Spanish protest
cycles: constituent proposals for the democratization of (re)productive life. Ponencia
presentada en el 15º Congreso de la Basic Income Earth Network: “Re-democratizing
the Economy”, Montreal, 27-29 de Junio de 2014.
Davis, M. (2000). Prisoners of the American Dream: Politics and Economy in the
History of the US Working Class. London: Verso.
Elster, J. (1989). Nuts and Bolts for the Social Sciences. Cambridge: Cambridge
University Press.
Fumagalli, A., Intelligence Precaria (2010). La proposta di welfare metropolitano: quali
prospettive per l'Italia e per l'area milanese. Quaderni di San Precario, 1, 223-259.
Harrington, J. (1992) [1656]. The Commonwealth of Oceana and A System of Politics.
Ed. J. G. A. Pocock. New York: Cambridge University Press.
Harvey, D. (2003). The New Imperialism. Oxford: Oxford University Press.
Harvey, D. (2007). A Brief History of Neoliberalism. Oxford: Oxford University Press.
Herzog, L. (2015). Epistemic Equality and the Regulation of Companies. Ponencia
presentada en el Workshop "Justice and Democracy in the Firm", Universitat de
Barcelona, 7 de Septiembre de 2015.
Hirschman, A.O. (1970). Exit, Voice, and Loyalty. Responses to Decline in Firms,
Organizations, and States. Cambridge, MA: Harvard University Press.
Madrilonia (2012). Las personas primero: Plan de Rescate Ciudadano (en línea).
http://www.madrilonia.org/2012/05/plan-de-rescate-ciudadano/, acceso 4 de Mayo de
2016.
21
Marshall, T.H. (1950). Citizenship and Social Class, and Other Essays. Cambridge:
Cambridge University Press.
Marx, K., Engels, F. (1970) [1844-1845]. La ideología alemana. Barcelona: Grijalbo.
O'Neill, M., Williamson, T. (Eds.) (2012). Property-Owning-Democracy: Rawls and
Beyond. Oxford: Wiley-Blackwell.
Pateman, C. (2006). Democratizing Citizenship: Some Advantages of a Basic Income.
En B. Ackerman, A. Alstott, P. Van Parijs (Eds.), Redesigning Distribution (pp. 101119). London-New York: Verso.
Pisarello, G. (2014). Procesos constituyentes. Caminos para la ruptura democrática.
Madrid: Trotta.
Polanyi, K. (1944). The Great Transformation. The Political and Economic Origins of
Our Time. Boston: Beacon Press.
Raventós, D. (2007). Las condiciones materiales de la libertad. Barcelona: El Viejo
Topo.
Rawls, J. (2001). Justice as Fairness: A Restatement (ed. E. Kelly). Cambridge, MA:
Harvard University Press.
Revelli, M. (2010). La prima generazione arrabbiata del post-crescita (en línea).
www.megachip.info, acceso 4 de Mayo de 2016.
Standing, G. (2009). Work after Globalization. Building Occupational Citizenship.
Cheltenham, UK y Northampton, USA: Edward Elgar.
Standing, G. (2011). The Precariat: The New Dangerous Class. London: Bloomsbury.
22
Standing, G. (2014). A Precariat Charter: From Denizens to Citizens. London y New
York: Bloomsbury Academic.
Sunstein, C. (2004). The Second Bill of Rights: FDR's Unfinished Revolution, And Why
We Need It More Than Ever. New York: Basic Books.
Thomas, A. (2016). Republic of Equals: Predistribution and Property-Owning
Democracy. New York: Oxford University Press.
Thompson, E.P. (2012). La formación de la clase obrera en Inglaterra. Madrid: Capitán
Swing.
Widerquist, K. (2013). Independence, Propertylessness, and Basic Income. A Theory of
Freedo1m as the Power to Say No. New York: Palgrave Macmillan.
Wright, E.O. (2006). Basic income as a socialist project. Basic Income Studies, 1 (1), 110.
Zunz, O., Schoppa, L., Hiwatari, N. (Eds.) (2004). Social Contracts under Stress: The
Middle Classes of America, Europe, and Japan at the Turn of the Century. New York:
Russell Sage Foundation.
23
Descargar