A DOS AÑOS DEL BICENTENARIO DE MARX: SU LEGADO EN

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A DOS AÑOS DEL BICENTENARIO DE MARX: SU LEGADO EN
EL SIGLO XXI
Resumen: La crisis iniciada en 2008 ha echado por tierra la ilusión de que el capitalismo era el
sistema definitivo, dejando al descubierto muchas de sus debilidades. Lejos del Fin de la Historia,
nos encontramos de nuevo en una etapa histórica en la que las certezas que hace una década
dominaban la concepción socio-económica general se han venido abajo. La crisis actual ha
destapado tendencias que, bajo el modelo neoliberal, se venían desarrollando de forma opaca
ocultadas detrás de unas notables tasas de crecimiento económico. Dichas tendencias son, en la
actualidad, el núcleo de los principales problemas socio-económicos que sufre nuestra sociedad: el
auge de la desigualdad y la permanencia de tasas de desempleo cada vez mayores, así como el
empobrecimiento y la precarización de un número cada vez un mayor de trabajadoras y
trabajadores.
Desde las ciencias sociales no podemos seguir estudiando la realidad socio-económica con los
paradigmas que han dominado la sociología y el resto de las disciplinas sociales durante las últimas
décadas. Las concepciones y estudios sociológicos se han dispersado a partir de la llamada
posmodernidad hacia planteamientos y temáticas cada vez más alejados de las principales
problemáticas sociales, problemáticas que se han intensificado en la actualidad y para cuyo
abordaje nuestras ciencias sociales no cuentan con un paradigma consistente y de conjunto que sirva
de alternativa al margo hegemónico. Precisamente por este motivo planteamos la necesidad de
retomar planteamientos críticos capaces de desentrañar la compleja y multidisciplinar realidad
socio-económica actual. Por ello, y a partir de las aportaciones académicas más recientes,
reivindicamos la conveniencia de recuperar las concepciones de un paradigma científico-social que
gracias a su carácter trans-disciplinar y a su rica tradición y desarrollo consideramos el más
adecuado para plantear una verdadera revisión crítica: el marxismo.
En 2018 se cumplirá el bicentenario del nacimiento del maestro alemán, el cual transformó para
siempre tanto de la Historia de las Ciencias Sociales como la Historia de nuestra civilización.
Parece contradictorio que sea precisamente el propio sistema capitalista el que, con sus tendencias
sistémicas, haya traído de vuelta a la actualidad al científico social que mas lo criticó. Con todo, es
lógico que así sea si se concibe en términos marxistas: es pura dialéctica. El planteamiento que
desarrollaremos en este artículo utiliza algunas de las concepciones centrales de Marx que son hoy
plenamente vigentes una vez que la Historia parece estar demostrando que el modelo de bienestar y
la clase media surgida de él pueden ser fenómenos transitorios. Por limitaciones de espacio nos
remitiremos a dos de sus aportaciones centrales. Expondremos el planteamiento ontológico y
material: la vigencia actual de la concepción de clases y su oposición mutua, y paralelamente
observaremos el ámbito ideológico como super-estructura condicionada por las relaciones
económicas, que sirve de sistema de legitimación de relaciones de dominación y explotación.
Palabras clave: Clase, Fuerza de trabajo, Capital, desigualdad, ideología
Coautores: Erika Valero Alzaga y Peio Salazar Martinez de Iturrate
Euskal Herriko Unibertsitatea
1
I. Reaparición del antagonismo entre Capital y Fuerza de trabajo
Tras el colapso del sistema liberal decimonónico que desembocó en las dos guerras mundiales, un
capitalismo reformado surgió con el modelo de bienestar, inspirado fundamentalmente en las tesis
keynesianas que abogaban por una intervención política activa que equilibrara los desajustes
producidos por el libre mercado, principalmente a través del fortalecimiento de la demanda
agregada y de mecanismos de redistribución de la riqueza. Así, los gobiernos laboristas y socialdemócratas de los años de post-guerra trataron de responder a las exigencias de la acumulación de
capital y a la necesaria distribución de la riqueza mediante la tutela del mercado por parte del
Estado. Este fenómeno se plasmaría en el conocido como Pacto social-demócrata, por el cual, el
capital aceptaba proceder a un mejor reparto de los beneficios con la clase trabajadora y el trabajo,
por su parte, renunciaba a la lucha revolucionaria, desechando la posibilidad de emular el ejemplo
soviético. En la Europa capitalista, las tres décadas que siguieron a la II Guerra Mundial – los
treinta gloriosos – se caracterizaron por una expansión económica constante, la edificación de los
Regímenes de Bienestar y el auge de lo que se conocería como la clase media.
Como muestra de la importancia histórica de Marx, podemos señalar que aquella etapa de
reformulación del sistema capitalista que dio lugar al Estado de Bienestar fue el resultado de lo que
autores como Merton (1995) o Lamo de Espinosa (2001) han denominado la Profecía autocumplida
o Paradoja de la Predicción Social: una predicción social cuyo objeto es un sujeto (la clase
burguesa y la clase trabajadora en este caso) puede propiciar su auto-cumplimiento (la revolución
bolchevique) o su auto-negación (el fascismo y posteriormente el Estado de Bienestar) si el sujeto o
los sujetos objeto de la predicción tienen conocimiento de la misma.
Los años 80 trajeron nuevamente un cambio de paradigma con la liberalización de los mercados
financieros, la ruptura del Pacto social-demócrata y el inicio de la tendencia del declive paulatino de
la clase media. Estos sucesos fueron posibles como consecuencia de una estrategia política de los
Estados más ideológicamente comprometidos (Reino Unido de Thatcher y EEUU de Reagan) que
buscaban la desvinculación política de la economía y el establecimiento del libre mercado.
El modelo neoliberal que surge en la década de los 80 encierra en su esencia una dimensión central
que ha sido omitida tanto académica como mediáticamente a partir de la consolidación del
paradigma neoliberal: la pervivencia de clases socio-económicas y su oposición mutua. Este modelo
se ha logrado implantar gracias a la función ideológica del que llamaremos «dogma neoliberal»,
basado en la idea de que para solucionar los principales problemas socio-económicos es necesario
alcanzar y mantener altas tasas de crecimiento económico y para lograrlo es preciso maximizar la
rentabilidad del capital, aunque sea a costa de los intereses de la mayoría de la población.
2
De este modo, el «dogma neoliberal» ha servido para poner al conjunto de la población bajo el
mismo objetivo teleológico: el crecimiento económico. En teoría su consecución permitiría mejorar
el bienestar del conjunto de la población. La curva de Kuznets, concebida en 1955, se viene
utilizando como corolario de los postulados neoliberales para defender la idea de que aunque el
desarrollo económico acelerado puede, en sus primeras fases, producir un aumento de la
desigualdad, existe un punto de inflexión a partir del cual la tendencia se invierte dando lugar a
mayores niveles de igualdad (Revelli, 2005: 39-40).
Figura nº 1: La curva de Kuznets
No obstante, el balance de las cuatro últimas décadas de modelo neoliberal demuestra que la
realidad es opuesta a este planteamiento: el crecimiento económico de dicho periodo solo ha sido
aprovechado por la élite socio-económica de los estratos más ricos de la población, cúspide de la
pirámide socio-económica, que ha visto incrementar su riqueza hasta niveles sin precedentes. La
mayoría de la población, sobre todo aquella que se sitúa en por debajo del percentil 90 (9 de cada 10
ciudadanos), sufre un estancamiento o incluso una disminución de su renta.
Esta tendencia hacia la desigualdad, como veremos a continuación, no es contingente ni afecta a la
ciudadanía de forma aleatoria, sino que se explica por la divergencia entre la rentabilidad del
capital y los ingresos generados por la fuerza de trabajo. Llegados a este punto, debemos cuestionar
el planteamiento ontológico neoliberal, el individualismo reduccionista, mientras replanteamos la
necesidad de concebir la realidad socio-económica a partir de categorías grupales: las clases socioeconómicas.
3
La clase no puede ser una cuestión cuantitativa pues una diferenciación así sería arbitraria al no
haber un elemento real que determine donde termina una y empieza otra. Se debe establecer una
referencia cualitativa sustancial en relación a la función dentro de la estructura social y que esté
relacionada con las principales tendencias económicas en materia de distribución. Siendo así, la
forma más lógica de definir las clases sociales depende de la función que realicen los individuos en
el sistema económico. En el sistema económico, las funciones se estructuran en torno a dos factores
elementales: los recursos y el trabajo, que bajo el sistema capitalista adquieren las formas de
capital y fuerza de trabajo.
En este sentido, podemos considerar que en el actual sistema capitalista la división socio-económica
más elemental a nivel funcional es aquella que distingue a los que acumulan y/o gestionan capital,
posibilitando la creación, desarrollo y financiación de actividades económicas como las empresas,
de los que aportan la fuerza de trabajo en dichas actividades e instituciones económicas. A nivel de
individuo, este criterio implica diferenciar a quienes poseen suficiente capital como para vivir de su
rentabilidad, productividad y/o gestión de aquellos que no poseen suficiente capital y se ven
obligados a vender su fuerza de trabajo a los poseedores de los recursos y los medios de
producción.
No es casualidad que nos refiramos a estos dos elementos, capital y fuerza de trabajo. En los
S.XVIII y S.XIX, en el apogeo de la economía clásica, éstos elementos ya servían para definir las
principales clases sociales. Autores como Adam Smith, Ricardo y especialmente Marx,
desarrollaron sus constructos teóricos a partir de los mismos.
El análisis de la realidad social desde la una perspectiva marxista nos permite estudiar el aumento
de las desigualdades en función del factor clase socio-económica. Autores como Krugman (2005),
Husson (2012; 2013b), Zabalo (2012), Stockhammer (2010) Navarro (2006) o Álvarez, Luengo y
Uxó (2013) han tratado de explicar la actual crisis económica y el auge de las desigualdades como
consecuencia de la pérdida de peso de las rentas salariales frente a las rentas de capital: los
asalariados cada vez perciben una menor parte del valor generado en la producción que es
acaparada por los beneficios de la clase capitalista.
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Gráfico 1: Participación salarial en la Renta (Porcentaje del PIB destinada a rentas asalariadas)
Fuente: AMECO
No obstante, podemos considerar que una de las obras con mayor repercusión en esta materia en lo
que llevamos de siglo es El Capital en el Siglo XXI de Thomas Piketty (2014). Este autor desarrolla
sus planteamientos sobre la desigualdad en torno a las concepciones de Capital y Trabajo, en
concreto sobre la divergencia entre los ingresos derivados de la venta de la fuerza de trabajo y
aquellos generados por la rentabilidad del capital. Piketty ha logrado explicar el auge, a medio y
largo plazo, de una desigualdad económica sistemática y endémica generada por la relación entre
los elementos de producción (Capital y Fuerza de Trabajo) y el proceso de distribución de la
riqueza ajustado por éstos.
La obra de Piketty se fundamenta en una ley que parece evidente y lógica 1: si [r > g] a largo plazo,
la desigualdad crecerá inexorablemente a favor de quienes obtengan sus ingresos del acerbo de
capital poseído. Según Piketty “cuando la tasa de rendimiento del capital supera de modo
constante la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso –lo que sucedía hasta el S.XIX y
amenaza con volverse la norma en el S.XXI-, el capitalismo produce mecánicamente desigualdades
insostenibles, arbitrarias” (Piketty, 2014: 15). De modo que, situándose habitualmente la tasa de
rentabilidad del capital entre el 4 o 5%, se necesitaría un alto crecimiento económico (superior al
3% anual de forma sostenida a lo largo de las décadas) para evitar que “los patrimonios heredados
dominen por mucho a los patrimonios constituidos a lo largo de una vida de trabajo, y que la
concentración del capital alcance niveles muy elevados y potencialmente incompatibles con los
valores meritocráticos y los principios de justicia social” (Piketty, 2014: 42). Si analizamos el
desarrollo histórico de las economías reales, tal y como lo demuestra el propio Piketty,
1
Donde r es la tasa media de rentabilidad del capital y g la tasa de crecimiento económico
5
comprobamos que no ha existido periodo de alto crecimiento económico sostenido que no haya
terminado en crisis.
Al alejarse del espejismo que supuso la irrupción de la clase media en la segunda mitad del S.XX.
y explicar los procesos que generan el progresivo aumento de la desigualdad, Piketty aporta nuevas
referencias que nos permiten proponer la siguiente definición de clase socio-económica: la
pertenencia de una persona – o núcleo familiar - a una clase social depende de su fuente principal
de ingresos, sea (A) a través de la posesión y/o gestión de capital, o (B) del empleo de la propia
fuerza de trabajo.
Por lo tanto, retomamos el planteamiento marxista sobre el antagonismo de clases que explica la
relación mutua, a razón inversa, entre ganancias del capital y del trabajo: “La parte del capital, la
ganancia, aumenta en la misma proporción en que disminuye la parte del trabajo, el salario, y
viceversa” (Marx, 1975: 90). En este mismo artículo, Marx aclara más adelante que “con el rápido
aumento del capital, aumentan los ingresos del obrero, al mismo tiempo se ahonda el abismo social
que separa al obrero del capitalista, y crece a la par el poder del capital sobre el trabajo, la
dependencia de este con respecto al capital” (Marx, 1975: 91). Como explica Piketty, la
distribución de la riqueza entre los salarios y los beneficios, o entre los ingresos por trabajo o por
rentabilidad del capital, constituye la primera dimensión del conflicto distributivo que ya se
manifestaba en las sociedades tradicionales. Con todo, siguiendo a este último, la Revolución
industrial viene a “exacerbar este conflicto capital-trabajo” (Piketty, 2014: 53).
Cabe señalar que con la llegada de la sociedad postindustrial se produjo una intensa reducción de
los obreros industriales, principal referencia de la clase trabajadora en la época de Marx. A pesar de
que la concepción marxista de clase trabajadora siempre se ha relacionado con el sector industrial,
una comprensión más profunda de su legado teórico a la luz de las nuevas aportaciones de los
autores antes mencionados nos permite establecer una definición más amplia de la que
tradicionalmente se ha relacionado con la teoría marxista. Los planteamientos de Piketty
demuestran el carácter crucial –a la hora de determinar el futuro económico de una persona – de
contar o no con la posesión de capital suficiente como para no necesitar vender la fuerza de trabajo.
II. La hegemonía del capital
Los análisis de Piketty muestran tendencias económicas a largo plazo poco optimistas y exponen la
creciente importancia que la rentabilidad del capital adquiere en esta situación: “la tasa de
rendimiento puro del capital –en general de 4-5%– siempre fue superior a la tasa de crecimiento
6
mundial a lo largo de la historia, pero la diferencia se estrechó mucho durante el S.XX, y
principalmente en la segunda mitad de ese siglo cuando el crecimiento mundial alcanzó el 3,5 - 4%
anual. Muy probablemente, la diferencia debería aumentar de nuevo durante el S.XXI a medida que
se desacelere el crecimiento. Según el escenario central, la tasa de crecimiento mundial podría ser
del orden de 1,5% anual entre 2050 y 2100, aproximadamente el mismo nivel que en el S.XIX”
(Piketty, 2014: 389). Por lo tanto, hay motivos para considerar como excepcional y transitoria la
época de los treinta gloriosos en la que prosperó la llamada “clase media” .
La sociedad que se desarrolla en estas condiciones económicas adquiere el carácter, en términos de
Piketty, de «hiper-patrimonial», realzando la importancia del factor Clase, tal y como se ha
definido anteriormente: “en una sociedad prácticamente estancada desde un punto de vista
económico, las riquezas acumuladas en el pasado adquieren inevitablemente una importancia
desmedida” (Piketty, 2014: 184).
Estamos en condiciones de hablar de Clases porque la pertenencia a una u otra no depende del
mérito personal ni de la trayectoria vital individual; al contrario, la Clase es una condición que se
hereda vía familiar. Según las estimaciones de Piketty “casi una sexta parte de cada generación
recibirá en herencia más de lo que la mitad de la población gana con su trabajo a lo largo de toda
una vida (y que en gran medida es la misma mitad que casi no recibe ninguna herencia)” 2 (Piketty,
2014: 463). Por lo tanto, uno de cada seis individuos de cada generación, sin más mérito que el
haber nacido en una determinada familia, llegan al mundo con por lo menos una vida de trabajo de
ventaja sobre la mitad de su generación. Ventaja que tendrán muchas posibilidades y facilidades de
reproducir de forma ampliada gracias a los mecanismos del sistema capitalista, potenciados por el
modelo neoliberal a través de la promoción del libre mercado. Sólo el periodo de las dos guerras
mundiales permitió un reequilibrio en la extrema desigualdad en patrimonios que el sistema
capitalista decimonónico había generado a costa de crear una enorme masa social de desposeídos
(Piketty, 2014: 300).
A partir de estas aportaciones de Piketty (y a la luz de otros datos actuales sobre el espectacular
aumento de la desigualdad en las últimas décadas) estamos en condiciones de refutar la
anteriormente explicada Curva de Kuznetz. La Tesis de Piketty demuestra precisamente lo contrario:
una vez alcanzado cierto umbral en la relación entre el acervo de capital y ingresos nacionales (la
cantidad de recursos en forma de capital con los que cuenta una sociedad y el flujo de ingresos
anuales que representa su actividad económica) el ritmo del crecimiento disminuye, lo que beneficia
2
Piketty establece este cálculo para el conjunto de países desarrollados estudiados por él. En el caso del Estado
español, donde la desigualdad económica es aún mayor, el dato es aún más dramático.
7
directamente a los poseedores del capital acumulado. Piketty establece este umbral en 6 o 7 a 1, es
decir, que cuando una economía nacional alcanza una cantidad de recursos acumulados que es 6 o 7
veces mayor al flujo de actividad económica anual, dicha sociedad habría alcanzado el umbral a
partir del cual mantener las altas tasas de crecimiento económico previas se hace insostenible, lo
que echa por tierra la creencia capitalista sobre crecimiento ilimitado. Aquí se destapa la trampa del
dogma neoliberal: plantea un objetivo teleológico insostenible a medio plazo pero cuya persecución
permite imponer los intereses del capital a través de políticas como la bajada de salarios, la
flexibilidad en el mercado de trabajo, fiscalidad regresiva, desregulación laboral, etc.
III. Las diferencias intra-clases: gestores y proletarios
Con nuestra concepción de clase socio-económica no queremos omitir las importantes diferencias y
divergencias que existen en el interior de las clases. Existen diversas realidades intermedias e
híbridas que implican la coexistencia de posesión de capital y el uso de la fuerza de trabajo en
múltiples formas. Las clases socio-económicas son tipos ideales que se materializan a menudo en
sujetos que no siempre cumplen de forma absoluta con una u otra condición: ni la posesión de
capital implica la inexistencia de trabajo por parte del poseedor, ni la venta de fuerza de trabajo
implica la nula posesión de recursos. Además, la clase es algo mudable: determinadas trayectorias
vitales pueden producir el cambio de clase a lo largo de la vida. Pero la existencia de porosas
fronteras y de una minoría de individuos que las traspasan no pueden servir de pretexto para la
omisión del importante factor clase e insistimos en que este criterio – que considera la pertenencia a
una u otra clase social en función de cual es la fuente principal de ingresos – sigue siendo válido y
útil.
Dentro de la clase capitalista existen varias formas de posesión o gestión de capital. Quienes
disfrutan de la rentabilidad de la simple posesión son considerados como rentistas. Llamaremos
inversores a los que viven de las inversiones activas de su capital. Los capitalistas que gestionan
directamente el capital que poseen pertenecen a la importante categoría de empresarios.
Finalmente, denominaremos ejecutivos, directivos o gestores a quienes viven de forma asalariada y
comisionada de la gestión de capital ajeno. Los intereses de estos grupos sub-clases no siempre
coinciden, diferencia que también varía en función de la cantidad de capital acumulado: quienes se
sitúan en la parte baja de esta clase pueden compartir intereses con la clase trabajadora.
Dentro de la clase trabajadora también se dan importantes diferencias. En ella se incluyen formas
híbridas como los trabajadores/as autónomos/as o pequeños empresarios que sin el criterio
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adecuado podrían ser inclasificables. Según nuestro criterio, trabajador/a es aquel que obtiene los
recursos necesarios para su vida principalmente a partir del empleo de su trabajo, sea vendiendo la
fuerza de trabajo a un empresario o institución pública, sea trabajando por cuenta propia y con
recursos propios (trabajadores/as autónomos/as) o incluso aquellos/as trabajadores/as autónomos/as
que cuentan con empleados/as que le presten ayuda en un tipo de actividad económica (pequeños/as
empresarios/as).
Existe otra categoría de diferencias entre trabajadores/as que son centrales para esta definición: las
formas de «capital incorporado». Los/as trabajadores/as venden fuerza de trabajo, pero éstos/as
llevan incorporado en su persona otras formas sustanciales de capital (recursos incorporados en un
sentido bourdieauno), sea a nivel formativo (científicos, técnicos o profesionales), a nivel de
capacidad (deportistas de élite) o cultural simbólico (celebrities del mundo del de la cultura y el
espectáculo). Gracias a estos recursos son capaces de superar la competencia del mercado laboral
ofreciendo capacidades y cualidades que, debido a su escasez, les permiten alcanzar estatus y
salarios superiores a los del resto de trabajadores/as.
En el mercado laboral el equilibrio entre la fuerza trabajo que se oferta y la que se demanda está
sujeto a las mencionadas capacidades y cualidades de los trabajadores. En él, pueden surgir dos
tipos de escasez: de trabajadores o de puestos de trabajo. Esta situación genera dos tipos de
competencias:
-
Competencia entre los empleadores: si la vacante de trabajo a ocupar requiere de
capacidades, cualidades o formación con escasez de oferta entre los trabajadores, aquellos/as
que puedan por capacidad, cualidad o formación optar a dicho puesto podrán elegir la
empresa/institución que mejores condiciones le ofrezca. Se trata por lo tanto de una elección
incentivada.
-
Competencia entre trabajadores/as: si la vacante de trabajo requiere capacidades, cualidades
y formación que existen en abundancia entre los/as trabajadores/as, éstos/as últimos/as
deberán competir entre sí para optar a dicho puesto. En esta situación la empresa puede
establecer las condiciones más favorables para su rentabilidad conforme la competencia
entre trabajadores/as sobre-ofertados/as obligue a éstos/as a disminuir sus expectativas
laborales.
Recordemos que en el libre mercado, tal y como Marx identificó, no hay mecanismos más allá de la
competencia y del precio que ajusten el equilibrio de mercado; de tal manera, estos dos tipos de
competencias se manifestarán en el precio de la fuerza del trabajo: el salario del trabajador. La
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primera competencia genera el auge de los salarios beneficiando a una élite de trabajadores/as con
grandes honorarios. En el segundo caso, por el contrario, se genera una competencia a la baja que se
manifiesta en salarios mínimos legales, condiciones laborales al servicio de la rentabilidad del
capital y degradación general de las condiciones socio-económicas. Este factor es el que puede
explicar el auge de tendencias como el desempleo, la pobreza laboral y la precariedad.
A esta situación le añadimos el desequilibrio previo entre el trabajo ofertado por la clase trabajadora
y el trabajo demandado por la clase capitalista. El auge de la productividad, la incorporación de la
mujer al trabajo asalariado, la deslocalización industrial y la migración de trabajadores/as a países
ricos han intensificado la tendencia hacia el desajuste entre la alta cantidad de trabajo ofertado y la
disminución de trabajo demandado, produciéndose un desequilibrio central: la carencia de puestos
de trabajo o la sobreabundancia de trabajadores/as.
Precisamente este desequilibrio entre la oferta y demanda laboral, y las diferencias entre
trabajadores/as nos permite detectar la intensificación de un fenómeno central en la actualidad: la
«proletarización» de una parte cada vez mayor de la clase trabajadora. En su momento, Marx ya
predijo que la progresiva división del trabajo y el aumento de la productividad implicaría el
desequilibrio en la relación productiva entre capital y el trabajo: cada vez sería necesaria una
cantidad menor de trabajo para la misma producción, por lo que la tendencia generada implica que
el capital adquiriere primacía sobre el trabajo. Esta situación ya fue definida por Keynes (1977)
como equilibrio en sub-desempleo.
El concepto proletario, popularizado a partir de las aportaciones marxistas, tiene su origen histórico
en el antiguo Imperio Romano. Los proletarios eran la clase urbana más pobre; su capacidad para
reproducirse era utilizada por los mandatarios romanos para nutrir sus ejércitos de soldados.
Encontramos intensas similitudes entre aquella clase y la situación de una parte importante de la
clase trabajadora actual. Si consideramos que el ejército y las conquistas militares eran la principal
actividad económica del Imperio Romano (Faulkner, 2013) y que utilizaban a la prolífica clase
proletaria para formar sus ejércitos, entendemos su semejanza con la función del proletariado actual
dentro del sistema capitalista: nutrir al capital del ejército de trabajadores que éste necesita
relegando al resto a la reserva que supone el desempleo.
Hasta ahora la proletarización ha afectado sobre todo a la capas más bajas de la clase trabajadora,
pero muchos de los fenómenos producidos en los últimos años han intensificado este proceso: la
masificación de estudios formativos, la sustitución paulatina del sector industrial (con uso intensivo
de fuerza de trabajo) por el sector servicios (sin capacidad para generar los puestos de trabajo
destruidos en el sector industrial) y la destrucción masiva de puestos de trabajo a partir de la crisis
10
de 2008. En el Estado español los datos referidos al mercado laboral ilustran este proceso de
proletarización sufrido por una buena parte de la clase trabajadora, así como el aumento de la
desigualdad. Los datos que aparecen a continuación reflejan por un lado, el aumento de la
temporalidad y la reducción de la jornada laboral en nuestro mercado de trabajo, y por otro, el
incremento de la desigualdad medido con el coeficiente de Gini. En oposición, el número de
capitalistas con activos de inversión de un millón de dólares o más, se ha incrementado en 50.900
(en un 40%) desde los inicios de la crisis, según el Informe Anual de la Riqueza en el Mundo 2015
(Capgemini y RBC Wealth Management).
Tabla I: variación del número de ocupados en función del tipo del contrato y la jornada laboral en 2015
con respecto a 2011
Total
asalariados
No asalariados
Asalariados
con Asalariados con
contrato indefinido contrato temporal
- 161 700
+ 102 900
- 251 000
+ 89 300
A tiempo completo - 543 000
+ 93 100
- 469 700
- 73 400
A tiempo parcial
+ 9 800
+ 218 600
+ 162 800
TOTAL
+ 381 300
Fuente: INE
Tabla II: Evolución de la desigualdad (Índice de Gini) de 2008 a 2013
2008
Índice de Gini
2009
32,20
2010
32,80
2011
33,40
2012
33,30
2013
34,00
34,60
Fuente. INE
Estos datos evidencian que en los contratos de trabajo formalizados durante la crisis se impone la
temporalidad frente al contrato indefinido y la jornada parcial frente a la completa. La fase de
prosperidad y alto crecimiento económico del modelo neoliberal no logró bajar en el Estado español
la tasa de riesgo de pobreza por debajo del 20% (22,3% en 2008); la crisis viene a agravar el
fenómeno incrementado el riesgo de pobreza que afecta al 27,8% de la población en 2014, con
especial incidencia en jóvenes de clase trabajadora y en familias con hijos/as (Population et
conditions sociales, Eurostat).
11
Pero estas tendencias no son sólo fenómenos económicos: el factor ideológico en el ámbito político
y social ha sido clave. La orientación socio-política y económica de corte neoliberal desarrollada
durante las últimas décadas ha fortalecido la posición del gran capital frente a la mayoría de los
trabajadores/as con cada vez menor poder de negociación, intensificando así las tendencias que
degradan sus condiciones laborales.
La reforma laboral aprobada por el Gobierno del PP en el 2012, al favorecer la flexibilización del
mercado laboral y debilitar el papel de los mecanismos susceptibles de proteger a la clase
trabajadora, se inserta en esta tendencia histórica. Como señala un manifiesto suscrito por 55
catedráticos de Derecho del trabajo y la seguridad social en referencia a la reforma laboral del PP,
“el texto legislativo, […] implanta un verdadero sistema de excepción en las relaciones laborales,
otorgando poderes exorbitantes al empresario a la vez que destruye las bases fundamentales del
poder contractual colectivo autónomo en la regulación de las condiciones de trabajo” (Manifiesto,
2012)
IV. Conclusiones
La primera conclusión a destacar sugiere, tal y como ha demostrado Piketty, que las tendencias que
generan algunas de las importantes problemáticas sociales de nuestro tiempo como el desempleo, el
empobrecimiento y la precarización son de carácter sistémico y están implícitas en este sistema de
libre mercado capitalista. Nuestra aportación ha sido la de señalar que dichas tendencias responden
a una desigualdad generada en torno a los elementos sustanciales de la concepción marxista de clase
social: el capital y el trabajo. En este sentido, es importante reiterar las aportaciones de Piketty en
relación a los mecanismos de un sistema que favorece inexorablemente la acumulación y
concentración progresiva de capital.
Por otro lado, hemos explicado que a las mencionadas relaciones de producción y distribución les
ha acompañado el discurso neoliberal, con una clara función ideológica. El objetivo ideológico de
dicho modelo ha venido a legitimar y propiciar una serie de transformaciones que a partir de los 80
permitieron crear nuevas condiciones de rentabilidad para el capital privado acumulado en la fase
anterior. Así, el dogma neoliberal ha servido para situar bajo un mismo objetivo, el crecimiento
económico, al conjunto de la población. Un objetivo que se ha perseguido además de forma
tecnocrática mediante políticas y transformaciones que de forma sustancial consolidan los intereses
de la clase capitalista en detrimento de los dispositivos que trataban de asegurar cierto bienestar
para la clase trabajadora.
12
En este sentido, los mecanismos del sistema capitalista neoliberal no sólo favorecen la acumulación
y concentración de capital sino también el acceso de la élite capitalista a ciertos recursos
inmateriales como el poder y el conocimiento, que son utilizados como herramientas de
legitimación del status quo.
Por último, respondiendo al objetivo de este artículo, concluimos que las principales aportaciones
teóricas de Marx siguen siendo hoy en día plenamente vigentes si se interpretan en los términos
adecuados. Concepciones como las clases sociales o la función ideológica de gran parte de la superestructura merecen, por si mismas, ser consideradas como explicaciones válidas de un proceso
histórico como el actual, en el que se están produciendo importantes transformaciones que deben
abordarse por las diferentes ciencias sociales desde una mirada crítica y con el firme propósito de
ofrecer respuestas en beneficio de la mayoría social.
Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo,
pero de lo que se trata es de transformarlo
K. Marx, undécima tésis de Feurbach
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Bibliografía
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