Num025 014

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Hipólito Escolar
La producción editorial
durante la guerra civil
La demanda
de libros
A los seis meses del inicio de la guerra, principios de 1937, en la zona republicana vivían doce millones de
personas, mientras-que en la nacionalista eran sólo once. Sin embargo al
terminar este año, habían pasado por
conquista a esta última, principalmente por la de las provincias de Málaga, Vizcaya, Santander y Asturias,
dos millones, con lo que aventajaban a
la primera en tres.
El número de analfabetos en una y
otra zona fue similar, pues si en Castilla la Vieja y León eran escasos, en
cambio, abundaban en Galicia, Extremadura, Andalucía y Canarias. Los
lectores de libros debían de ser más,
no muchos, en la zona republicana
por abundar en ella la población urbanizada. En efecto, de las diez ciudades más pobladas, con más de 100.000
habitantes, seis, con 2,8 millones, estaban en ella, mientras que únicamente había cuatro en la otra con
poco más de 600.000, aunque en 1937
el paso de Málaga y Bilbao a la zona
nacionalista hizo subir la población
Cuenta y Razón. núm.25
Diciembre 1986
de las grandes urbes nacionalistas al
millón. Esta influencia estaba corregida, en parte, porque de las doce universidades, ocho cayeron en la zona
nacionalista, aunque no las más importantes, las de Madrid y Barcelona,
las que contaban con mayor número
de catedráticos.
El número de personas con estudios
superiores y medios, que proporcionan gran número de lectores, era superior en la zona republicana, como
también lo era el de profesionales del
libro (autores, editores y bibliotecarios) si bien, por haberse producido el
Alzamiento en época veraniega, algunos habituados a la lectura que habitualmente vivían en la zona en poder
del Gobierno estaban de vacaciones
en lugares que correspondieron a los
sublevados, como los editores Ruiz
Castillo y Bergua, los arabistas Miguel
Asín Palacios y Ángel González Falencia, los bibliotecarios Miguel Artigas, Agustín Gómez Iglesias y el poeta
Manuel Machado.
Sin embargo, la mayoría fue sorprendida en su domicilio en la zona
republicana y por ello no es sorprendente que un gran número de los escritores e intelectuales emigrados sa-
lieran huyendo de la zona republicana, como José Ortega y Gasset, Gregario Marañan, Ramón Pérez de
Ayala, creadores de ¡grupo Al Servicio
de la República, que tanto influyó en
el derrocamiento de la monarquía.
Juan Ramón Jiménez, Azorín, Teófilo Hernando, Ramón Menéndez Pidal, Pedro Salinas, Américo Castro,
José Castillejo, Albero Jiménez Fray
y José Moreno Villa. Prácticamente
no hubo emigración desde la zona nacional y, en cambio, ésta recogió algunos de los huidos de la otra, como Eugenio d'Ords, Concha Espina, Wenceslao Fernández Flórez, Ernesto Jiménez Caballero, Manuel Aznar, José
Pía, Pedro Laín Entralgo, Juan Ramón Masoliver y el doctor Jiménez
Díaz. Y hubiera podido acoger a más
si las autoridades, obsesionadas por el
morbo intelectual, no hubieran denegado su entrada.
En las grandes capitales de la zona
republicana la gente se entregó a la
lectura con una afición que no se había conocido en tiempos anteriores y
no se ha vuelto a repetir. Veamos las
posibles razones.
En primer lugar, había un ambiente
favorable a la lectura de libros porque
para los frentepopulistas era esencial
la democracia y consideraban la lectura como un medio muy apropiado
para consolidarla. Facilitaba la formación profesional, que permitía a
los hombres elevar su situación, colaborar en la elevación de los demás
mediante un trabajo de mayor rendimiento y, por consiguiente, la movilidad social. Pero principalmente permitía la formación intelectual, necesaria para la comprensión y solución
de los problemas sociales, y para la
aparición de nuevas gentes, afectas a
la República, capaces de desempeñar
cargos públicos y puestos directivos.
Por otra parte, había una abundante oferta de libros baratos, editados
unos por los partidos políticos y el
Gobierno a precios populares sobre
temas de actualidad, de cortas dimensiones y de fácil comprensión, y otros,
muy baratos, que se ofrecían en los corrillos en la calle procedentes de saldos de editoriales desaparecidas,
como la CIAP, o incautadas, cuyos
nuevos propietarios o administradores, agobiados por dificultades de financiación, precisaban convertir en
dinero parte de las existencias de almacén.
A la oferta correspondió una fuerte
demanda motivada por la escasez de
mercancías y bienes, así como por la
inflación monetaria y la certeza de
que si los republicanos perdían la guerra, lo que cada día parecía más claro,
el dinero no valdría porque los nacionalistas tenían nuevos billetes y no
reconocerían, como venían anunciando, el dinero depositado en las cuentas
corrientes de los bancos.
Además, la lectura sirvió para huir
de la sórdida y trágica realidad a muchas personas que por prudencia procuraban permanecer en casa la mayor
parte del tiempo, y combatían la soledad y el aislamiento leyendo. Un caso
extremo, en este sentido, fue el de un
individuo que, según se contaba al final de la guerra, se había leído entera
la Enciclopedia Espasa-Calpe, empezando por la letra A y terminando en
laZ.
Hay una diferencia notable, como
cabía esperar, por lo que se refiere a la
demanda y producción de libros entre
los dos bandos. Destaquemos, en primer término, que en la zona nacionalista no se suscitó entre la gente un interés superior al normal por la lectura
de libros. Los motivos son claros; no
había tantas personas habituadas a
leer, la lectura era mirada con recelo
en ciertos sectores y los libros publicados carecían de alicientes bastantes
para crear nuevos lectores.
El tema de interés principal era el
desarrollo de la contienda, cuya información facilitaban a diario la prensa y
la radio. La prensa era leída por muy
pocas personas por abundar los analfabetos, ser pocos los habituados a su
lectura diaria y no preocuparse las autoridades nacionalistas de aumentar
su difusión. Sus lectores se encontraban principalmente en las ciudades,
donde vivía un porcentaje pequeño de
la población, y eran raros en los medios rurales. En cambio, en la zona republicana, la prensa experimentó una
gran expansión y aparecieron numerosas publicaciones periódicas, producidas, en su mayoría, por y para las
unidades militares. Reflejaban la lucha entre los partidos y por ello su finalidad, más que informativa, era la
captación política.
En cambio, la radio se convirtió, en
una y otra zona, en el más eficaz medio de comunicación y era escuchada
por la casi totalidad de la población,
especialmente el informativo de la
hora de cenar, en el que se leía el parte
de operaciones militares. Tanto influyó en la gente esta escucha diaria, a
la que no estaba habituada por ser la
radio un fenómeno reciente, que muchos años después de la guerra, en los
pueblos, el noticiario de la noche seguía denominándose «el parte».
En la lectura de libros hubo en la
zona nacionalista interés elevado por
los temas religiosos (se pasó de la magistocracia de los republicanos a la
clerocracia de los nacionalistas), por
la literatura testimonial de los que habían sufrido cautiverio y persecución
en zona roja, por las acciones militares, por la justificación moral del Alzamiento, por la configuración política posterior del país y por las biogra-
fías de los jefes militares convertidos
en héroes (Franco, Queipo, Mola,
Goded, Saliquet, Dávila y Aranda,
principalmente) y de reyes y príncipes
españoles, como Felipe II e Isabel la
Católica. También hubo oferta de literatura y especialmente de poesía sobre motivos de la contienda.
En la zona republicana, sin faltar
las descripciones de la actividad bélica y de las persecuciones en la otra
zona, abundaban más los temas políticos, principalmente discursos e informes, y más aún la literatura de
puro consumo, de aventuras y rosa.
Sobresalen los libros poéticos inspirados en la contienda y no faltan narraciones con la misma motivación. Se
advierte, en una y otra zona, que la
mayoría de los escritores consagrados
prefirieron el silencio.
La producción editorial
en la zona republicana
No es posible reconocer la totalidad
de los títulos publicados durante la
guerra porque dejó de publicarse Bibliografía Española, que si no toda, al
menos, recogía una parte importante
de la producción, y no se imprimió
durante la contienda una publicación
similar. Tampoco es posible reconstruirla recurriendo al Depósito Legal
o al Registro de la Propiedad Intelectual, que no funcionaron, salvo ocasionalmente y en pocas capitales. Ni
siquiera es posible acudir a los catálogo de las casas editoriales. No se han
conservado muchos y probablemente
bastantes publicaciones no fueron incluidas en ningún catálogo. Hemos
recurrido, como obra base, al Catálogo General de la Librería Española
1931-1950 y hemos ampliado las
obras en él contenidas con citas bibliográficas sueltas y con las encontradas en las bibliografías que han caído en nuestras manos, cuya enumeración alargaría innecesariamente este
trabajo.
En total hemos analizado más de
dos millares de títulos, de los que hemos excluido los libros de texto por su
escasa o nula representatividad. Nos
hemos limitado a los impresos en
1937 y 1938, y sólo hemos recogido
algunos pocos de 1936 y 1939, cuando teníamos la seguridad de que habían aparecido en tiempo de guerra.
Representan, a nuestro parecer, al
menos dos tercios de los publicados,
muestra, pensamos, sobradamente representativa para nuestro propósito
de tener una idea de la transformación
de la industria editorial, de su funcionamiento y de su orientación temática.
El número de títulos de la zona republicana fue, al parecer, ligeramente
superior y se centró en las tres grandes
capitales, Barcelona, Madrid y Valencia, aunque Barcelona se llevó las tres
cuartas partes, cerca del millar. Fuera
de ellas, en Tarragona, Gerona y Santander, más en nueve pueblos catalanes, se publicaron alguna pocas obras,
menos del 2%.
En esta zona los partidos políticos,
bien con su nombre, bien a través de
editoriales propias existentes al iniciarse la contienda o creadas con posterioridad por ellos, fueron los grandes productores de libros nuevos. En
ellos, como en la prensa, difundían su
ideología porque no sólo había que
ganar la guerra, sino estar en condiciones de hacerse con el poder cuando
llegara la paz. Además, defendían la
cusa republicana y. colaboraban al
triunfo final, exaltando las acciones
victoriosas de la guerra, el proceder
del pueblo en la defensa de su causa y
las medidas políticas del Gobierno, al
tiempo que denigraban el comportamiento del enemigo.
Destaca entre los editores políticos
el Partido Comunista, cuya prepotencia en los campos político y militar y
cuyo deseo de erigirse en campeón de
la lucha en la zona republicana,
creando el Ejército Popular y una férrea disciplina, y unificando, bajo su
dirección, los partidos proletarios y
los sindicatos, tuvo su reflejo en la actividad intelectual e informativa y naturalmente en la edición tanto de carteles y publicaciones periódicas como
de libros.
Editó con el nombre del partido,
pero también con el de editoriales y
asociaciones ligadas a él. La empresa
de mayor empeño fue la Distribuidora
de Publicaciones, que dispuso de las
editoriales Nuestro Pueblo y Estrella,
dirigidas por Rafael Giménez Siles.
La primera editó a García Lorca, Antonio Machado, Pedro Garfias, José
Herrera Petere, Miguel Hernández y
Ramón J. Sender, entre otros, y publicó una colección, Biblioteca Popular
de Cultura Técnica, orientada a la divulgación cultural; la segunda, obras
infantiles.
Mayor número de títulos produjo
Europa América, cuyas obras eran de
pequeñas dimensiones y poco precio.
Otros sellos editoriales fueron el del
propio partido, Prensa Obrera, Juventudes Socialistas Unificadas, Los
Amigos de la Unión Soviética, Socorro Rojo y Cultura Popular. Editaron,
en total, unas 250 obras en Barcelona,
Madrid y Valencia.
El segundo puesto es para CNT y
FAI, que editaron unas cincuenta
obras, con su propio nombre o con el
de las editoriales Libertad, Solidari-
dad Obrera, Nervio, Nuevo Mundo,
Juventudes Libertarias y Tierra y Libertad. El POUM, no obstante haber
sido suprimido antes de cumplirse el
año del inicio de la contienda, publicó
más de una docena de obras en la Editorial Marxista. Muy escasa fue la
producción del Partido Socialista,
una docena escasa. Ciertamente su
peso político había bajado mucho, a
pesar de que durante casi toda la guerra hubo al frente del Gobierno un socialista, primero Largo Caballero y
luego Negrín. Menor fue aún porque
menor, fue su influencia y poder, la
producción de Izquierda Republicana, el socio del Frente Popular depreciado en la contienda, aunque en los
primeros momentos tuvo más ministros que ningún otro partido, no faltó
su presencia en ningún Gobierno y la
presidencia de la República fue ocupada por su jefe, Azaña.
El protagonismo de los partidos políticos en el campo editorial muestra
que el poder lo ejercían ellos, no el
Gobierno, que realizó pocas publicaciones, una treintena, y de escaso valor. Son publicaciones ocasionales,
que no obedecen a ningún plan, quizá
porque las ideologías y proyectos para
el futuro de los partidos coaligados artificialmente, o mejor, contra natura,
en el Frente Popular, eran tan divergentes e irreconciliables que la mejor
postura del órgano de gobierno común fue guardar silencio.
En cambio, la Generalitat de Catalunya tenía claro que había que ir.por
atún y a ver al duque, es decir, que
además de colaborar al triunfo de la
causa común a través del libro, la ocasión venía que ni pintiparada para desarrollar el libro en lengua catalana.
Editó más de sesenta obras, casi todas
en catalán, a su nombre y al de la Editorial La Forja. Entre las otras editoriales (Llibreria Catalonia, Editorial
Barcino, Verdaguer, Oasis, etc.), que
publicaron mayoritaria o exclusivamente en catalán (que representan la
tercera parte de los aparecidos en Barcelona), sobresale La rosa deis vents,
dirigida por José Janes, cuya singularidad consiste en que la casi totalidad
de su producción, una centena, constituía, podíamos decir, una isla en el
mar rojo de la guerra, por su carácter
meramente literario.
Las unidades militares, que llegaron
a publicar medio centenar de diarios y
cerca de 300 publicaciones con periodicidad superior, editaron pocas publicaciones unitarias, una docena hemos recogido, si bien muchas más deben haberse perdido por su pequeño
formato y limitada distribución. Entre
todas ellas destaca, faltaría más, el famoso Quinto Regimiento (Alberti,
Sender, entre otros), brazo militar del
Partido Comunista y base del posterior
Ejército Popular.
Dentro de las editoriales no adscritas a ningún partido político, aunque
claramente defensoras de la causa republicana, está Ediciones Españolas,
con una veintena de títulos, de categoría intelectual y en la línea de la revista
Hora de España, que, como la revista
valenciana Nuestra Cultura publicó
algunas obras. Son quizá, junto con la
Editorial Nuestro Pueblo, las de más
categoría intelectual y política de las
que actuaron en la zona republicana.
Entre los autores de Ediciones Españolas están Emilio Prados, Herrera Petere, Sender, los hispanoamericanos Nicolás Guillen y Juan Marinello, y el
católico prorrepublicano Jacques Maritain; entre los de Hora de España, sus
colaboradores-Arturo Serrano Plaja,
Antonio Sánchez Barbudo y Juan Gil
Albert.
Hay un contraste muy marcado entre las editoriales políticas, que no tenían problemas económicos, y las pri-
vadas, autogestionadas, que se vieron
obligadas a renunciar a las veleidades
ideológicas para que sus trabajadores
consiguieran el pan de cada día, aunque fuera a costa de reeditar obras de
carácter burgués y reaccionario, como
las novelas rosa, o de autores contrarios a la causa republicana.
La actividad de las editoriales privadas existentes en la zona republicana
al iniciarse la guerra o se paralizó o sufrió un gran cambio. Exceptuadas las
que constituían pequeños negocios familiares, las demás fueron incautadas,
es decir, sus dueños fueron despojados
de la propiedad, que pasó a poder de
los sindicatos, o se constituyeron en régimen de cooperativa entre los trabajadores. La mayoría de los dueños que
no habían sido asesinados no osó presentarse en la empresa por miedo a serlo, o a ser encarcelados si aún no habían sido detenidos. Alguno, con todo,
que gozaba de la simpatía de los obreros, fue bien recibido y tenido como un
miembro más de la cooperativa.
La política de los comités de los trabajadores fue de pura supervivencia.
Nada del riesgo de programar novedades, tarea reservada a las editoriales de
los partidos políticos. Si la casa tenía
imprenta, ésta se dedicaba exclusiva o
preferentemente a trabajos encargados
de la calle, como periódicos, revistas,
carteles, libros o simplemente impresos administrativos. Se vendía, también, el fondo editorial y, si la demanda de algunos títulos era fuerte y segura
la venta, se reeditaban. Por otro lado,
no había recursos económicos para la
fuerte financiación que exige la actividad editorial y la demanda de impresos
de los partidos y de la Administración
era muy elevada.
El primer puesto por el número de
títulos le corresponde a Editorial Juventud, unos sesenta, que se redujo a
reediciones en castellano de su fondo.
Más de la mitad eran novelas rosa, seguidas por novelas de aventuras y biografías, entonces muy de moda. Aunque el número de sus títulos fue inferior, unos cuarenta, Editorial Labor se
acercó o superó, por el volumen de su
producción, a la de Juventud. No encontramos ni obras literarias ni escritas en catalán, salvo una. Eran, en general, grandes manuales y tratados traducidos de obras extranjeras con pocas
excepciones. Les siguen en importancia Bosch, Gustavo Gili (que editó la
obra más importante aparecida durante la guerra, la Historia de la Literatura-Española, de Ángel Valbuena Prat),
Luis Miracle, Apolo, Araluce y Cervantes.
En Madrid destaca Espasa-Calpe,
con medio centenar de títulos, de los
que sólo tres fueron novedades. Entre
los autores reeditados están Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Gregorio Marañón y Casona. Le sigue de lejos Biblioteca Nueva, que realizó varias reediciones de su fondo (Miró y Valera), y
Signo, que cultivó las novedades de carácter poético y político.
La producción editorial
en la zona nacionalista
Como la industria editorial estaba al
iniciarse la guerra en la zona republicana, fue preciso improvisarla en la
nacionalista. Surgió espontáneamente
para atender a la demanda y una de sus
características por esta razón fue su
dispersión geográfica en 62 localidades, en todas las capitales de provincia,
excepción hecha de Teruel, más en
veinte poblaciones no capitales, como
Vigo, Gijón, El Ferrol, Jerez de la
Frontera y San Fernando, las ciudades
africanas de Ceuta, Melilla, Larache,
Tetuán y Tánger, las universitarias de
Santiago de Compostela y La Laguna,
y las sedes episcopales de Sigüenza y
Calahorra. Pero también en pequeños
pueblos, como el andaluz de Arcos de
la Frontera, los vascos Pasajes, Rentería, Vergara, Tolosa, Sestao y Zarauz,
o los modestos Serradilla, de cáceres, y
Porreras, de Mallorca.
Estas son las localidades en que se
imprimieron los libros, muchas veces
por editoriales domiciliadas en otros
lugares. Además, de muchas obras
sólo conocemos el lugar y el nombre
del impresor, no el del editor, bien porque no figura en el libro, a veces por ser
el autor su propio editor, bien porque,
figurando, no ha sido recogido en los
repertorios bibliográficos que hemos
manejado. Existe también el problema
de las librerías con imprenta, que podían imprimir obras por encargo o por
cuenta propia, es decir, como editores.
Finalmente, muchos editores improvisados descuidaron los detalles técnicos y no especificaron claramente
quién era el editor, quién el impresor y
quién, en caso de necesidad, el distribuidor. A veces se considera suficiente
mencionar el nombre de la colección.
Es curioso, y explicable, que en la
zona nacionalista, según nuestros datos, aparecieran sin mención de la editorial el 40% de las obras, mientras que
en la republicana el porcentaje fue la
mitad. La razón es que en esta última
era difícil encontrar papel e imprenta
para ediciones privadas y las condiciones no eran las adecuadas para que el
autor gastase el poco dinero de que pudiera disponer sin la esperanza del correspondiente beneficio. El procedimiento normal era buscar una editorial política u oficial. En cambio, en la
zona nacionalista, si bien no había
apenas editoriales políticas y eran escasos los recursos financieros de las
modestas y jóvenes editoriales, cualquier persona podía disponer de su dinero libremente y tener la esperanza
de recuperarlo e incluso de obtener beneficios, aparte de la satisfacción de
exponer sus ideas y contar su historia o
sus experiencias y colaborar, al mismo
tiempo, al triunfo de la causa nacionalista.
Por otro lado, las editoriales oficiales imprimían sus obras en talleres de
diversas localidades y algunos de los
nuevos editores no tenían una sede fija.
Podían imprimir en cualquier lugar,
dar a distribuir sus obras en una empresa especializada y vivir en la ciudad
que les resultara más cómoda y conveniente, generalmente en una de Castilla La Vieja, cerca del poder político, o
en la Bella Easo, hermosa y grata ciudad, que parecía no haber cerrado su
temporada veraniega, y donde residían
refugiados acomodados y desde donde,
en pocos minutos, se podía alcanzar,
como ahora, la frontera si las cosas se
complicaban.
Las nuevas editoriales surgieron de
la ampliación de negocios de librería
con alguna experiencia editorial o distribuidora, y de imprentas que normalmente tenían algo que ver con la librería o la edición. Hubo también refugiados de la otra zona relacionados
con la edición que montaron editoriales, y editores de Madrid y Barcelona,
sorprendidos en la zona nacional o refugiados en ella, que trataron de sostenerse reeditando obras de sus antiguos
catálogos, pero principalmente novedades adecuadas a la nueva demanda.
En general, las empresas continuaron en manos de sus propietarios, aunque algunos fueron perseguidos, multados o encarcelados. Unos pocos fueron
despojados de sus bienes por delitos o
responsabilidades políticas, como se
decía. Pero aun así, lo normal fue que el
negocio continuara, llevado por un familiar o un nuevo propietario, en el régimen anterior de libre empresa. Las
editoriales, con arreglo a las normas del
mercado por las que se regía la economía de los nacionalistas, perseguían fines económicos o, si su creación se debía a motivaciones económicas, procuraban la supervivencia económica y los
máximos beneficios.
De todas formas, la escasez de libros
y el interés por algunos temas, como la
vida de losjefes militares y la narración
de los sufrimientos de los escapados de
la otra zona, sobre la que existía una
enorme curiosidad, permitieron a algunos de los nuevos editores montar
negocios rentables, que siguieron funcionando al acabar la guerra, aunque
su actividad fue decayendo a medida
que renacía la industria editorial en
Barcelona y Madrid.
En comparación con la otra zona las
editoriales de los partidos políticos,
que no tuvieron apenas actividad a excepción de la Comunión Tradicionalista, que editó seis obras, y Falange, y
que terminaron por desaparecer después de la unificación política de marzo de 1937, publicaron pocas y ocasionales obras, lo mismo que las editoriales oficiales, entre las que destacan la
Editora Nacional y la Delegación, más
tarde Jefatura Nacional, de Propaganda del partido único.
Las publicaciones de la Delegación
de Propaganda fueron dirigidas en
1937 por el cura navarro Fermín
Yzurdiaga, falangista retórico donde
los haya habido, director del diario falangista Arriba España, de Pamplona,
en el que se había reunido un plantel
notable de colaboradores, como Rafael García Serrano, Pedro Laín Entralgo, Martín Almagro, Gonzalo Torrente Ballester, Luis Rosales y Luis
Felipe Vivanco, a los que se unió Eu-
genio D'Ors. Editó una revista lujosísima, Jerarquía, y dio este nombre a una
colección de obras de gran empeño,
entre otras la tercera edición de Genio
de España, de Ernesto Giménez Caballero, El Poema de la Bestia y el Ángel,
de José María Pemán, ilustrado por
Carlos Sáenz de Tejada, ambos en gran
formato. También obras literarias entonces muy famosas, como Madrid de
corte a checa, de Agustín de Foxá y Eugenio o la proclamación de la primavera, de Rafael García Serrano. A Yzudiaga le sucedió Dionisio Rirdruejo,
como Jefe Nacional de Propaganda del
primer gobierno franquista, 1938, que
heredó este equipo y lo amplió con
otros intelectuales, como Antonio Tovar, Melchor Fernández Almagro y
Eugenio Montes.
En los catálogos de las editoriales
nacionalistas abundan las novedades y
son raras las reediciones. La razón es
simple. Las pocas y pequeñas empresas con actividad antes de la guerra tenían un fondo editorial escaso. Por
otro lado, la censura era muy severa y
no se podían publicar obras que molestaran a la Iglesia, por ejemplo las
que figuraban en el índice romano, ni
las de ideología contraria. Es más, estaban prohibidas las de autores que no
eran afectos al Movimiento Nacional.
El total de los títulos editados en la
zona nacionalista debió de ser ligeramente inferior en un 10% al de los producidos en la otra zona, cifra, por otra
parte, muy elevada con relación a las
cifras de antes de la contienda cuando
estas provincias no llegaban a editar el
10% de las obras publicadas en España. Ninguna ciudad alcanzó las cifras
de Barcelona, ni las de Madrid, pero
Zaragoza y Valladolid superaron a Valencia.
El núcleo de mayor producción (360
obras), cerca de una tercera parte, corresponde a Castilla y León, por la
gran producción de Valladolid (128) y
Burgos (127) y las relativamente elevadas de Avila (36) y Salamanca (35), debido a que en las dos primeras ciudades
y en Salamanca, que formaban una especie de eje alargado hasta Vitoria y
San Sebastián, estaba asentada la estructura administrativa de la zona.
Sobresalió entre las editoriales de
esta región la Librería Santarén, de Valladolid, con más de sesenta títulos, entre los que abundan los relatos de guerra, las obras literarias (Pemán, Concha Espina y Francisco Cossío), las
biografías, etc. Merecen destacarse
igualmente Biblioteca Nueva, que publicó, en Valladolid y en Zaragoza,
obras de Pío Baroja, Manuel Machado
e históricas, así como Razón y Fe, la
editorial de los jesuítas, cultivadora de
obras religiosas; Sigirano Díaz y Señen
Martín, en Avila, tuvieron una notable producción, con 29 y 7 títulos respectivamente, entre los que destacaban biografías de los jefes militares y
relatos de sufrimientos en las cárceles
rojas.
Otro centro editorial, con una producción inferior (216), lo constituyó
Andalucía, especie de virreinato de
Queipo de Llano unido al resto de la
zona por el istmo extremeño, que contaba con tres ciudades universitarias,
Sevilla, Cádiz y Granada, en las que se
imprimieron respectivamente 74, 59 y
62 obras. Aquí destaca Establecimientos Cerón, de Cádiz, que disponía de
un buen taller gráfico, y actuaba como
librería y editorial. Publicó unas cuarenta obras, varias de Pemán, que, al
parecer, estaba ligado a la empresa, y
un buen número dedicadas a la Marina. En Granada el primer puesto es
para Librería Prieto, que sacó a la luz
una veintena de títulos: relatos de la
guerra, de los sufrimientos en las cárceles rojas, biografías, obras políticas y
dos novelas.
Les sigue en importancia el grupo
del nordeste, Aragón, Navarra y Rioja,
con 181 obras, de las cuales 133 fueron
impresas en Zaragoza y 36 en Pamplona. El primer puesto (23 títulos) es
para la Librería General, de Zaragoza,
que publicó obras sobre las acciones
militares, políticas, testimonios de las
cárceles rojas, intentos de justificar el
Alzamiento y reediciones de dos novelas de Wenceslao Fernández Flórez,
Fantasmay Visiones de neurastenia.
El cuarto grupo les corresponde a las
provincias vascas, con 141 obras, impresas en San Sebastián (65), Bilbao
(50) y Vitoria (16). Las demás lo fueron
en pueblos. En Bilbao estuvo instalada
la Editora Nacional hasta la conquista
de Barcelona, aunque los colaboradores intelectuales residían en Burgos.
Muy importante en este grupo norteño
fue la actividad de Editorial Española,
de San Sebastián, con dos docenas de
obras: literarias, acciones militares,
pensamiento político. Importancia similar tuvo la Librería Internacional,
con docena y media de títulos, cuyo
mayor éxito fue la biografía de Franco
que escribió Joaquín Arraras, de la que
se vendieron cientos de miles de ejemplares. Abundan las obras de pensamiento político, entre otras una Antología de Acción Española, la revista de
pensamiento reaccionario que se publicó durante la República, novelas y
otros temas.
Muy baja fue la producción de Galicia (66), quizá por su situación excéntrica, de la que corresponden 18 obras
a La Coruña y otras tantas a Vigo. En el
norte, Asturias y Santander, se imprimieron aún menos (53), de las que 44
lo fueron en Santander, que contaba
con un buen taller de artes gráficas, Aldus. En Mallorca el número de obras
fue de importancia relativa (28) y en
las Islas Canarias, de 15, menos que en
Marruecos, donde llegaron a impri-
mirse 19, principalmente en Ceuta
y el gobierno republicano, y en
Extre-Melilla. Por último en
Castilla la Nue- madura contamos
sólo con 20, de las va, dominada
casi en su totalidad por cuales 11
en
Toledo.
H.E.*
* Ex-directorde la Biblioteca Nacional.
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