Num124 007

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El doctor Marañón
ausculta los males
de la universidad española
JULIO AGUILAR RUIZ*
E
l mundo universitario constituye la
gran pasión y preocupación del
doctor Marañón. A él dedica muchas
de sus páginas, lo mismo en sus prólogos a
libros ajenos, que en artículos, discursos,
ensayos e incluso biografías. Tiene con ella
Marañón una relación no exactamente de
amor-odio, pero sí muy parecida a la del
amante que reprende al objeto de sus
desvelos porque querría encontrarlo lo más
exquisito posible. Desde este fresco surtidor
* Profesor de Historia en el Instituto de Guernika -Lumo.
han de entenderse sus críticas afiladas, que,
aunque lo son, no dejan de aventar un polen
constructivo, un afán reformador de lo caduco
e inservible, para que esa institución pueda
hacer frente a su decorosa misión de
formación de los mejores. Él mismo lo va a
expresar claramente, para que no haya lugar
al equívoco, en el discurso pronunciado en
noviembre 1950 con motivo del centenario del
nacimiento de don Ramón Pelayo, marqués de
Valdecilla: “La Universidad, en un país
cualquiera, se puede discutir; pero se tiene
necesariamente que respetar y que amar”(1).
Se tiene, sí, que “respetar y que amar”, pero
no con el amor ciego y atolondrado que no lo
es. Antes bien, hay que huir del espíritu
acomodaticio y tener el arresto de honradez
suficiente, que muchas veces supone merma
de las posibilidades de medro, para denunciar
sus defectos. Así lo había hecho en 1937 en
“Los amigos del padre Feijoo”, de Vida e
Historia, al alabar la condición no universitaria
del médico catalán del siglo XVIII Gaspar
Casal, una de las figuras más admiradas por
el doctor, y a quien considera en Las ideas
biológicas del padre Feijoo nada menos que el
valor médico español más firme de la
centuria, en crítica afilada al ambiente
teorizante de la Universidad de aquel tiempo
(O C, IX, 143):
“Gaspar Casal, catalán de origen, de Gerona,
como ha averiguado recientemente el doctor
Peyrí, tuvo la suerte de no ser universitario. Si
lo hubiera sido, su innata capacidad para la
observación se habría ahogado en el ambiente
estúpidamente teórico de las aulas, como sin
duda ocurrió con muchos otros hombres bien
dotados de su tiempo”.
Casi a renglón seguido, celebra la aparición de
genuinos buscadores de la verdad en el
ámbito tranquilo del campo o de las mismas
pequeñas capitales de provincia, que quiere
decir lo mismo que al margen de la
Universidad, lo que lejos de ser un desdoro
constituye una ventaja, piensa el doctor (O C,
IX, 144):
“En la vida sin prisa de la capital de provincia,
o en la misma aldea, al margen de los centros
oficiales, florecen, con frecuencia, ingenios
sencillos, a veces cabezas geniales, sin
contacto con la superficie aparatosa del saber
actual, superficie hecha, frecuentemente, de
momentáneas curiosidades; pero, en cambio,
en conexión profunda con el eje eterno de la
sabiduría, que se mueve allá dentro, con el
mismo ritmo majestuoso de los mundos,
indiferentes al ir y venir caprichoso de la
moda”.
Quienes han visto en Marañón una especie de
prototipo de atildamiento y engolamiento,
paradigma hispano de varón envarado e
impartidor a manos llenas de irritantes dosis
de moralina, adalid de un panfilismo
trasnochado(2), encontrarán en el estudio de
su concepción del magisterio información y
demostración palpable de que su juicio,
admítase al menos como posibilidad, puede
ser injusto. Podrán resultarles antipáticas
determinadas ideas políticas del personaje,
concretas tomas de posición, si es que así
puede llamárselas, pero no podrán negar la
evidencia de la negación de esos defectos en
su decidida actitud ante el mundo, que sí ve él
envarado, en ocasiones, de la Universidad. Y,
quizá, pocas veces se esté en presencia de un
Marañón más audaz, y, desde luego, menos
envarado, que el que translucen estas líneas
sobre la pedagogía, que a fines del siglo XX
pueden no suponer novedad, pero que insertas
en el marco de siete décadas largas atrás
dan(3), con exactitud fotográfica, su imagen
más puntual de contestatario, y, por lo tanto,
de hombre nada dispuesto a rendirse a ese
antes citado espíritu acomodaticio (O C, III,
137):
“Toda la pedagogía, con gloriosas
excepciones, tiende a hacer del joven un ser
gregario, sin esquinas ni asperezas, conforme
con las ideas que transmite la tradición y con
los
modos
psicológicos
consagrados;
pensando y sintiendo a la zaga de lo que
piensan y sienten los viejos”.
Tomando como excusa las reclamaciones a
los médicos, aprovecha para volver sobre la
responsabilidad de los malos enseñantes. Hay
que aclarar que en su concepción del
desarrollo del ejercicio médico entra la
aceptación del error humano, como no podía
ser de otra manera, pero aquí se refiere a
equivocaciones de bulto; pues bien, el
reproche del enfermo, y de la entera sociedad,
señala Marañón en Vocación y ética, en 1935,
que se dirige siempre hacia el médico, dejando
libres de censura a quienes antes han
abdicado de su cometido (O C, IX, 370)(4):
“Pero el juez que ha de atender su
reclamación cometerá la más atroz injusticia
si condena de plano al médico que ignora los
diagnósticos y los tratamientos elementales, y
no a los profesores que le dieron el título,
capacitándole para ejercer, con tan exiguo
caudal de conocimientos, la Medicina”.
Marañón recapacita sobre su más sentida
vocación, la de enseñar, sin la cual, el
profesor, que no maestro, queda rehén de la
desgana rutinaria, que es como decir huérfano
del sentido de responsabilidad inherente a su
aristocrática misión. La pertinacia del doctor
en el tratamiento de este problema informa de
su existencia y del empeño, que puede a
veces parecer excesivamente riguroso, en el
cumplimiento del propio deber. Mas esa
tenacidad hay que entenderla a la luz de su
ideal aristocrático de vida, que le obliga, de
buen grado, a una pauta de comportamiento
ordenada en el canon de la seriedad del vivir,
que algunos confunden, como dice él a veces,
con la tristeza, y no tienen nada que ver. La
ocasión para realizar esta reflexión acerca de
su vocación de maestro se la brinda, en este
caso, su discurso Mi amor a la Universidad,
pronunciado en Oporto en 1946 (O C, II,
426)(5):
“La enseñanza ha sido mi vocación de
siempre, y la que espero que nunca me
abandonará. Y esta enseñanza mía, que
quisiera exhibir ante vosotros, no ha sido la
profesional y protocolaria de ir a la cátedra a
recitar mi lección. Sino la de procurar que
cada palabra pronunciada o escrita y que
cada gesto mío, en cada uno de mis días,
estuviesen impregnados de las dos razones
inequívocas del enseñar; es decir, del sentido
de la responsabilidad, y del anhelo de la
claridad”.
El divorcio entre enseñanza y vida es el
principal mal que acecha a la Universidad, y
encuentra su causa, según piensa el doctor, en
defectos como el burocratismo, el método
oposicionista y el gremialismo. Por otro lado,
se muestra intrépido en su concepción crítica
de la adquisición del conocimiento, desde la
atalaya de sus casi 66 años y en el marco
asfixiante de un régimen nada proclive al
ejercicio de esa digna facultad crítica, ni en la
plaza pública ni en el ágora más refinada de la
Universidad. Así lo hace, en efecto, en el
artículo “La enseñanza en el mundo actual”,
publicado en Gaceta Médica Española, el 3 de
marzo de 1953 (O C, IV, 887):
“Lo que importa es enseñar modos. Modos de
conducta; modos de aprender, que no es
recibir los hechos y prenderlos en la memoria,
sino saber buscarlos por uno mismo, saber
criticarlos, dudar de ellos cuando es preciso y
acaso prescindir airosamente de lo que
parecía verdad. Y junto con esto, lo que
importa es salir de la Universidad con el alma
definitivamente recta(6)”.
Siguiendo con su artículo La enseñanza en el
mundo actual, cree Marañón que la
aparatosidad de los planes de enseñanza es
nociva para el alumno. Lo que éste necesita
es, tomando las palabras de un recurso
expresivo del doctor madrileño, una prueba de
concentración, y no de dilución(7) (O C, IV,
888):
“Salvo las esenciales nociones que sirven de
base común y eterna a toda cultura inicial y
las que deben orientar el pensamiento de los
estudiantes, la Universidad no puede
pretender informar al joven del inmenso
caudal de conocimientos que vanamente
aspiran a abarcar los planes de enseñanza
actuales(8)”.
Sin salir del mismo artículo, piensa Marañón
que la razón de ser de la Universidad es
insuflar lo que él denomina “espíritu
universitario”, que es la base para la
adquisición autónoma del conocimiento y para
la inserción del joven universitario en la
corriente de la vida fecunda (O C, IV, 888):
“La Universidad sólo debe enseñar un
conjunto de actividades y de modos de ser,
que fuera de ella son difíciles de adquirir y
que constituyen el espíritu universitario, el cual
consiste en amar a la verdad sobre todas las
cosas y sin dogmatismos(9)”.
Otra vez en La enseñanza en el mundo actual,
y en consonancia con lo que se viene
expresando, cabe destacar la poca
importancia que concede Marañón al
conocimiento de los contenidos concretos de
cada asignatura. Su valor siempre aparece
subordinado a la verdadera enseñanza, la de
los modos. La cualidad del aristócrata de la
enseñanza, que es el maestro genuino, es la
de la ausencia de ese divorcio entre tarea
educativa y vida, que es el sedimento que
permanece en el tiempo, capaz de desafiar a
la capa de olvido con que el paso de los años
cubre las meras enseñanzas recibidas de tal o
cual materia, de las que sólo queda un eco
apagado, un residuo al fin y al cabo (O C, IV,
889):
“Cualquiera de los que tenemos ya la vida
hecha, si hacemos un riguroso examen de
conciencia, comprobaremos invariablemente
que en lo que sabemos ahora, en lo que es
nuestra personalidad definitiva, en lo que nos
ha hecho más o menos eficaces en la
existencia, apenas hay más que remotos
detritus del material directo del saber que nos
enseñaron en la etapa universitaria. En
cambio, si tuvimos la suerte de estar al lado
de maestros que nos mostraron, con su
palabra y con su ejemplo, las normas del
espíritu universitario, a medida que el tiempo
pasa, echamos de ver, en el callado pero
perenne fructificar de la buena semilla, todo lo
que les debemos(10)”.
Es interesante destacar que la crítica, siempre
positiva, del doctor Marañón a la realidad de
una Universidad caduca, uno de cuyos vicios
de raíz era la de la elección del profesorado
por el inadecuado método de las oposiciones,
es una constante de la que hay fe hasta el
final de su vida, con una insistencia que es
reflejo de su valiente actitud de protesta,
incluso cuando la protesta era norma
descartada del talante de la España oficial. La
valiente
crítica
marañoniana
al
anquilosamiento de la Universidad, al espíritu
gremial que la lastra, es, pues, una constante a
lo largo de su obra. Vamos a destacar cuatro
momentos de sus últimos años en los que
prosigue en su denuncia. Y, además, interesa
repetirlo, en un ambiente nada favorable a la
manifestación de cualquier disconformidad
con lo vigente. Así, el gremialismo, el espíritu
endogámico y el burocratismo esterilizantes
son denunciados, sin aspavientos pero con
firmeza, con ocasión del artículo “Drogas
nuevas”, aparecido en ABC, de Madrid, en 17
de septiembre de 1957 (O C, IV, 977):
“La crisis universal de la Universidad sólo se
puede conjurar por la incorporación de todo lo
que no es propiamente universitario al corazón
de la Universidad y, por lo tanto, por la
desaparición de lo que corroe hoy a la
Universidad, o sea privilegio pedagógico, el
espíritu del cuerpo, el coto cerrado, el sentido
exclusivo de la enseñanza y de la
administración burocrática de los grados de la
sabiduría”.
En octubre de 1959, en el marco de una
conferencia titulada “Sobre la enseñanza”,
pronunciada en la sesión del cincuentenario
del ICAI (Areneros), el diagnóstico de
Marañón es particularmente interesante y, tal
vez, contradictorio. Porque, a la vez que
concede la cualidad de verdadera aristocracia
al papel que ha desempeñado la institución
universitaria en el pasado, muestra ahora la
contraparte, el obstáculo que el espíritu
aristocrático supone en un mundo en el que la
enseñanza se derrama como aceite por todas
las capas sociales (O C, III, 918):
“Las universidades, mientras la vida del
espíritu era una actividad reducida a grupos,
cumplieron su papel con eficacia y con una
categoría que la dio rango de verdadera
aristocracia. Pero esto último lo convirtió en
un
valor
minoritario
y
restringido,
inexorablemente, limitado para el futuro”.
Algo contradictorio, porque siempre que habla
en su obra de verdadera aristocracia (o
legítima, auténtica, genuina, espiritual, de la
virtud personal) es para ensalzarla. No se
entiende, por lo tanto, que suponga una
limitación para el futuro el “rango de
verdadera aristocracia” de la Universidad. A
no ser que las maneras aristocráticas hayan
pasado a ser una cáscara vacía de substancia.
O, simplemente, quizá el empleo que hace en
este caso de la palabra “verdadera” no es
equivalente a “genuina, legítima”, sino que se
trata de un mero recurso expresivo. Sigue
diciendo en la misma página que “esta
aristocracia, de (sic) la que no ha podido
renunciar, la ha anquilosado ante la invasión
de los claustros, en proporciones increíbles
por las masas”(11). Es más, piensa Marañón
que el reducto aristocrático de la Universidad
es el único que ha resistido a las revoluciones:
“Todas
las
aristocracias
fueron
desapareciendo o transformándose por los
avances de la democracia evolutiva o por las
revoluciones. Pero la Universidad, con
apariencias distintas, se inmovilizó, con
técnica de organización, y no la han podido
transformar los ensayos más avanzados”(12).
Continúa Marañón su reflexión destacando el
aura de prestigio que acompaña al profesor
universitario,
el
“aristocraticismo
del
profesor”, como dic e (O C, III, 91):
“Ni en los gremios militares(13), ni en ninguno
de los civiles, se guarda el empaque jerárquico
del profesor, aunque pueda en muchos casos
ser compatible con la más rigurosa modestia
material.
Es evidente que esta reciedumbre del espír itu
universitario, que no hay que decir que tiene
también aspectos eficaces, tiene, en general,
consecuencias graves, y la fundamental es el
que podemos llamar el empaque o el
aristocraticismo del profesor, que muchas
veces él mismo no advierte; y es, entonces,
especialmente peligroso. El saber, hoy, es
diametralmente opuesto al saber antiguo;
porque, antes, el saber era, repitámoslo, una
aristocracia y hoy es, en sus formas precisas
y en sus aspiraciones, la auténtica y legítima
democracia”.
Pero en estas líneas la palabra equivale a
“empaque”. Se hace complicado el análisis de
esta conferencia, “Sobre la enseñanza”,
porque el concepto de lo aristocrático parece
zigzaguear a lo largo de sus líneas. Resulta
ahora que ese aristocraticismo es un defecto,
podría decirse con palabras actuales “una
imagen”, conscientemente creada o, lo que es
peor para el doctor madrileño, inducida en el
profesor, que la lleva como algo tan natural
que ni tan siquiera se da cuenta.
La tercera ocasión se la brinda el artículo
“Enseñanza y oposiciones”, publicado en Ya,
de Madrid, el 22 de noviembre de 1959 (O C,
IV, 1047):
de lo que más amamos, de la Universidad
española, estancada y falta de brío creador”.
“Nuestra censura fundamental afecta a la
Universidad oficial, a la que quiero con amor
filial, que no debe excluir la censura. La
Universidad actuó durante muchos siglos
sobre minorías con un maravilloso espíritu de
aristocracia. Pero esta misma aristocracia la
anquilosó ante la invasión de los claustros por
las masas. El universitario conservó un rasgo
diferencial y una limitación frente a todo lo no
universitario. Un caballero de Calatrava
puede ser hoy un buen burgués, pero el joven
de extracción más humilde, en cuanto ingresa
en el claustro de una universidad, conserva
esa diferenciación compatible a veces con la
pobreza, pero intangible e inmodificable. El
saber del hombre actual, la verdad es que no
cabe en las universidades oficiales”.
En definitiva, su crítica a los aspectos caducos
de la Universidad viene inspirada por el
anhelo de mejora, lejos, por lo tanto, del estéril
polemismo. Sus consideraciones en este
campo, tan sobradamente conocido para él,
son llamadas a la estricta exigencia del deber,
al alto sentido de la responsabilidad, que es
característica del aristócrata de la virtud
personal. Si la Universidad no sabe estar a la
altura de su impagable misión, es porque, en
una u otra medida, ese nervio aristocrático se
bate en retirada. El resultado es el divorcio
entre enseñanza y vida, con lo que aquélla
degenera en la rutina gris e infecunda de unas
clases asépticas impartidas por profesionales
de la enseñanza, unas veces con
conocimientos, otras incluso sin ellos, pero
faltos en ambos casos de la impronta del
maestro, que es savia tonificante que expande
su fruto más allá del marco estático de las
aulas. Pero esos profesores, a veces pedantes
y fatuos, son, por lo menos parcialmente, una
consecuencia dolorosa del mismo sistema de
elección y del espíritu gremialista, y es en los
claustros universitarios donde afirma el doctor
que todavía se acomoda, en frase no menos
audaz que dura, “el último reducto del clásico
cacique español”.
Y, más cerca aún del final, se publica en
enero de 1960, en el Boletín del Instituto de
Patología Médica, de Madrid, el artículo “El
doctor Severo Ochoa, Premio Nobel”(14), en
el que a la alegría por el hecho en sí de la
obtención del premio por un compatriota,
añade Marañón la guinda amarga de la atonía
de la Universidad española, que hace buscar
aires más propicios, más allá de las fronteras,
a investigadores de la valía de Ochoa (O C,
IV, 1051):
“Nuestros lectores, como todos los médicos
de España, han sido suficientemente
informados, al detalle, de la trascendencia de
los hallazgos de esta admirable pareja(15) de
investigadores, que, sin duda, enriquecerán
todavía, con nuevos hechos, nuestro
conocimiento de la vida. Así como también las
circunstancias en que se ha formado y
triunfado Ochoa. Y esto es lo más importante,
por lo que necesariamente sugiere de crítica
***
Notas
(1) (O C, II, 453): “Recuerdo al marqués de Valdecilla”,
discurso pronunciado en el salón rectoral de la
Universidad Central de Madrid, el 6 de noviembre de
1950, en el centenario del nacimiento del excelentísimo
señor don Ramón Pelayo de la Torriente.
Fue editado por la Fundación Valdecilla, bajo el título
Homenaje al excelentísimo señor marqués de Valdecilla.
(6) Aparece la misma idea en 1953: “Se discute en todo
Imprenta C. Bermejo, 35 pp.
el mundo sobre la enseñanza”, de Efemérides y
comentarios, con una variante (O C, IX, 602): “(...) y,
Se publicó también en diciembre de 1950, en la revista
acaso, prescindir airosamente de lo que parecía verdad.
Gaceta Médica Española, con el título “Ante el
‘La esencia entera de la educación —decía Diderot —
centenario del marqués de Valdecilla”.
consiste en provocar la duda y la interrogación’. Y junto
con esto, lo que importa es salir de la Universidad con el
(2) Laín Entralgo, en su fina Introducción a las Obras
Completas
de
Gregorio
Marañón
ha
alma definitivamente recta”.
dejado
convenientemente perfilada la cuestión (O C, I,
(7) Desde hoy, se puede rendir homenaje a sus agudas
LXXXVIII): “Erraría, sin embargo, quien de estos
dotes de auscultación: este afán teórico de abarcarlo
pensamientos dedujese que la moral de Marañón es
todo, lo divino y lo humano, ha encontrado su más
solemne y envarada, como la de cualquiera de esos que
enojosa expresión en la actualidad, en la que los alumnos
andan por el mundo disfrazados de apóstoles. (...).
son fatigados por todo un rosario de asignaturas, con
Comprender a los demás, descubrir la más o menos
unos libros cada vez más voluminosos, por razones de
amplia validez de la razón de ser de su persona y su
mero negocio, en detrimento de esas primordiales
conducta, dista mucho de la entrega habitual a un blando
nociones que deben constituir el eje del carro de la
panfilismo”.
enseñanza.
(3)
la
(8) Es lo mismo que se recoge, con ligerísimas variantes
conferencia “El deber de las edades”, pronunciada por
Efectivamente,
porque
forman
parte
de
de estilo, que no afectan al contenido, en estas líneas de
primera vez el julio de 1927, en el Ateneo Guipuzcoano.
“1953: Se discute en todo el mundo sobre la enseñanza”,
Segunda versión en la Residencia de Señoritas de
de Efemérides y comentarios (O C, IX, 603): “Salvo las
Madrid, en febrero de 1928.
esenciales nociones que sirven de base común y eterna a
toda cultura inicial, las cuales deben, claro es, seguir
Se publicó íntegramente, con nuevas aportaciones, en
orientando el pensamiento de los estudiantes, la
Amor, conveniencia y eugenesia, en su tercera edición,
Universidad no puede pretender informar al joven del
en 1931 (O C, VIII, 439-466).
inmenso caudal de conocimientos que vanamente aspiran
a abarcar los planes actuales de enseñanza”.
Se recoge también en (O C, IX, 235): Ensayos liberales.
Madrid, 1946.
(9) Puede leerse casi lo mismo en el ya citado “1953: Se
discute en todo el mundo sobre la enseñanza”, de
El pasaje citado aparece exactamente igual en las tres
Efemérides y comentarios (O C, IX, 604): “La
ocasiones.
Universidad sólo debe enseñar un conjunto de nobles
actividades y modos de ser, que fuera de ella son
(4) La cita está tomada de Vocación y ética y otros
difíciles de adquirir y que constituyen el espíritu
ensayos, obra publicada en 1946, con la adición de tres
universitario; el cual, precisando, consiste en amar a la
nuevos ensayos. Pero el titulado La responsabilidad
verdad sobre todas las cosas y sin dogmatismos.”
social del médico, del que se ha tomado el párrafo, había
aparecido ya en 1935.
(10) Afirma lo mismo en “1953: Se discute en todo el
mundo
sobre
la
enseñanza”,
de
Efemérides
y
(5) Discurso pronunciado al ser nombrado doctor
comentarios, con la única variación de que ése “perenne
honoris causa por la Facultad de Medicina de Oporto, el
fructificar de la buena semilla”, se convierte aquí (O C,
13 de noviembre de 1946.
IX, 604) en “perenne fructificar de aquella buena
semilla”.
(11) (O C, III, 918): “Sobre la enseñanza”. Conferencia
pronunciada en la sesión del cincuentenario del ICAI
(Areneros), en octubre de 1959.
(12) Ídem, pp. 918-919.
(13) Del cuerpo de Artillería decía en Liberalismo y
comunismo, de 1937, que era “el de mayor espíritu
aristocrático”. Tal vez no sea una contradicción lo que
afirma ahora, de un lado porque han pasado veintidós
años, y de otra parte porque el que no se guarde “el
empaque jerárquico del profesor” en los gremios
militares, ni, como dice, tampoco en los civiles, no
quiere decir que no exista en estos dos últimos, sino
simplemente que tiene otra connotación o distinto grado.
(14) Realiza una reflexión parecida en (O C, II, 607):
“Severo Ochoa”, su penúltimo discurso: “Yo no quiero
en estas breves palabras sino insistir una vez más, a
propósito de Severo Ochoa, en dos cosas fundamentales
para nuestro país. Estas dos cosas son: primero, la
absoluta necesidad de que exista en España una ciencia
experimental, que ahora, prácticamente, no existe. Y
segundo, que esa ciencia experimental no puede crearse
mandando los muchachos a la Universidad para que
obtengan un certificado y al extranjero con unas becas de
unos meses, para que vuelvan luego a España a hacer
oposiciones a cátedra y a ganarse la vida como puedan”.
(15) Se refiere también al colaborador de Severo Ochoa,
el doctor Arthur Kornberg.
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