Num037 007

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N
Entrevista
con Monseñor
Enrique y
Tarancón
o es necesario insistir, una vez más, en el decisivo papel
que a Monseñor Tarancón le ha correspondido desempeñar
en la vida del catolicismo español contemporáneo. En un número
de «Cuenta y Razón» como el presente, especialmente dedicado a
la última Encíclica, nos ha parecido que nada sería mejor que
preguntarle a él sobre sus opiniones. Pero no nos hemos limitado a
la Encíclica porque Monseñor Tarancón, que sigue ejercitando su
función pastoral en conferencias y artículos, es, además, una guía
prudente y siempre valiosa para interpretar la realidad presente de
nuestro catolicismo. Siempre con cordialidad, y con esa sabiduría
serena que se desprende de su persona, en estos términos ha
respondido a nuestras preguntas.
JAVIER TUSELL
Javier Tusell.—En primer lugar quisiera
preguntarle qué es lo que más le ha impresionado de la Encíclica. Uno de los articulistas
que escriben en este número de la revista dice
precisamente que es una Encíclica inquietante.
¿Qué es lo que más le ha impresionado de
ella?
Cardenal Tarancón.—A mí, quizás, lo que
más me ha impresionado es que el Papa hace
un estudio de la realidad actual y ve que las
previsiones que se habían hecho no dan
resultado. Él escribe la Encíclica a años de la
«Populorum Progressio», cuando ya Pablo VI
había indicado que el progreso es en nombre
de la paz pero que no se puede hablar de un
progreso hoy en la Humanidad si no es de
todos y para todos los hombres. Esta visión
que hace el Papa de la actualidad consiste en
cómo, en vez de solucionarse o al menos
aminorarse el problema, se agrava y la
diferencia norte-sur es mayor. Quizás es lo que
más me ha sorprendido de la Encíclica del Papa, porque me da la
impresión de que pone el dedo en la llaga, una llaga que deben
de contemplar todos los que tienen responsabilidades públicas en
el mundo. Tal y como están llevando las cosas ahora (incluso los
acuerdos internacionales de ayuda al subdesarrollo, no son de todos los gobiernos, sólo de un tanto por ciento), a pesar de
los planes que había hecho y que parecía que podía mirarse
con un poquitín de esperanza el futuro, la realidad es que el problema se agrava. Eso es, quizás, lo que más ha llamado la
atención.
J. T.—¿Le llama la atención porque usted lo ve de otra manera?
C. T.—Yo no me he dado cuenta hasta que el Papa lo ha
expuesto así, porque yo que, por temperamento, soy un poco optimista y creía que las cosas iban mejorando, pero lo evidente es que
no solamente no iban mejorando sino que han empeorado. Esta es
la cuestión que a mí me preocupa.
Ahora el Papa, con un tono un poco profético, ha hablado de LAS
las «estructuras de pecado» y esto es otra cosa, porque lo que hace ESTRUCTURAS
es una clasificación de todas las estructuras que son las que, por lo DE PECADO
que se ve, después de tantos años no solamente no han iniciado el
camino de la solución sino que lo han agravado. A esto llama
«estructuras de pecado», y quizá es lo que más me ha llamado la
atención. La suya parece una voz profética; para los creyentes el
que haya estructuras de pecado es muy significativo pero, dicho
para los no creyentes, esta realidad que el papa señala creo que,
además, puede ser un aldabonazo muy fuerte.
/. T.—Otra cosa que llama la atención es que, en el fondo, el
Papa hace una apelación a una modificación de la actitud interior,
quiero decir que por un lado denuncia esas «estructuras de pecado», pero añade, además, la necesidad de esta modificación de la
actitud interior. ¿Es que para la Iglesia los problemas del subdesarrollo no pueden solucionarse sin esa modificación de esa actitud
interior?
C. T.—Yo diría que el Papa, en esta cuestión, no hace más que
aplicar un principio más bien general, porque las estructuras,
cuando son malas, no se solucionan si no cambian las personas
antes y si no cambian las motivaciones de las personas. Por lo
tanto lo que el Papa está haciendo es la aplicación del principio de
que esas estructuras de pecado suponen que no nos hemos convertido interiormente para iniciar una solución. Esto lo han dicho
varios Papas en el transcurso de los tiempos: que lo interesante es
el cambio de las personas y de las motivaciones interiores, que
tengamos conciencia y seamos solidarios. No sólo en el aspecto
cristiano, sino en el aspecto humano, porque como no se cambien
esas motivaciones interiores, y, mientras siga siendo el lucro y el
egoísmo el aliciente principal, la situación no tiene remedio
/. T.—A veces leyendo los textos de la doctrina social en la
Iglesia (y yo lo he experimentado concretamente con esta Encíclica) uno se pregunta hasta qué punto los pontífices no están a la
búsqueda de una tercera vía qe no se sabe bien en qué consiste.
C. T.—Me parece que ha habido un tiempo bastante largo eh
que los Papas estaban buscando una vía intermedia entre capitalismo y comunismo. Para entendernos, creo que este Papa ha cambiado el planteamiento; lo cambió, a mi juicio, ya en «Laborem
exercens» cuando dijo de una manera clara: «No me interesa si
capitalismo o comunismo, lo que me interesa es que la economía
y todo vaya en servicio del hombre». Ése es un planteamiento
muy distinto y esto lo ha hecho este Papa. Hasta este Papa, incluso
en la misma «Populorum Progressio» de Pablo VI, yo diría que
estaba, más bien, queriendo corregir los defectos de los dos sistemas para buscar una vía intermedia con las ventajas de los dos,
para entendernos. Yo creo que este Papa ha cambiado este problema. Yo ahora no veo ese buscar; él está atacando a todos porque
precisamente es esa raíz la que está podrida, que es la actitud
interior. El Papa busca y dice: «Ante todo en la vida y en la vida
EN SERVICIO
DEL
HOMBRE
política y social, todo en la vida económica particularmente, hay
que pensar cómo mejoramos al hombre y cómo va todo en servicio del hombre». Esto es lo que no tenemos.
/. T.—¿Usted cree que los españoles se enteran de un mensaje
como éste?
C. T.—Yo creo que el ochenta y tantos por ciento de los españoles ni se enteran. Del 16 al 17 por 100 que pueden enterarse no
quedan más que un 4 o 5 por 100 que pretendan entender de
verdad lo que dice el Papa y de ese porcentaje no queda más que
un 2 o 3 por 100 que estén dispuestos a asumirlo. Esta es mi
impresión. Pero eso diría yo de los españoles, de los que se llaman
creyentes, y de los que se llaman agnósticos, pero también, lo que
es mucho más serio, yo lo diría de muchos sacerdotes, religiosos y
religiosas. Esto es yo creo una cosa atávica en España. Estos problemas nos han parecido (así como el infierno, las cosas de dogma,
nos parecían serias), todo este aspecto, esta proyección humana
que tiene el Evangelio aquí en España la habíamos olvidado prácticamente, y podía darse el caso de uno de comunión diaria, siendo injustísimo con los trabajadores y con todas las leyes habidas y
por haber, haciendo todas las trampas posibles, porque creíamos
que ambas cosas eran compatibles. Creo que ahora se van sensibilizando algunos grupos de católicos, algunos grupos de sacerdotes
sobre esa realidad, pero son un porcentaje todavía muy reducido.
Esta es mi impresión.
EL
IMPACTO
DEL
VATICANO
II
J. T.—No sé si eso se puede poner erí relación con el impacto
que tuvo en España el Vaticano II. Usted ha dicho, en alguna ocasión (y me parece que es muy cierto) que la Iglesia española, entendida como los católicos españoles pero también como la jerarquía,
mediante un proceso muy doloroso cambió en un determinado momento como consecuencia del impacto del Vaticano II. Yo he leído
recientemente esta entrevista larga que se hace al Arzobispo de
París, que se ha publicado en Francia, y él dice que le Vaticano II
fue para ellos, para él, una «evidencia serena», es decir, el constatar que estaban en una línea que era correcta. Pero en España ¿no
pasó al revés?
C. T.—Pasó al revés. Aquí teníamos en principio, en el terreno
sociopolítico, un Estado confesional, que no aprobaba así sin más
ni más el Concilio, pero vino el Concilio en unos momentos en
que, cuando terminó, yo diría que el desarrollo de España ya estaba en marcha y la sociedad iba por un camino mientras se anquilosaba un poco el Régimen, y al mismo tiempo la iglesia cambiaba
y entonces creo que hubo una disfuncionalidad entre Iglesia y
Régimen y una sociedad que, al cambiar el tren de vida, podríamos decir al abrirse más a Europa, fue siguiendo caminos distintos. Es cuando vienen las dificultades, podríamos decir, dentro de
la Iglesia y cuando, por fin, la Iglesia se pone en camino pero con
traumas. Consecuencia de eso fue que cuando quisimos poner a la
Iglesia (y eso fue en los años setenta) en el camino claro del Concilio Vaticano II, incluso diciendo que nosotros no decíamos que
era consustancial un gobierno católico, sino al revés, entonces el
trauma se produjo y hubo no solamente un recelo sino algo de
persecución contra grupos de Iglesia. De modo que la situación de
Francia era distinta a la nuestra y la nuestra, primero por el entorno político pero, además, en España hemos vivido siempre un
catolicismo a nuestra manera creyendo que era la única manera
de vivirlo (ahí está lo malo porque el orgullo también aparece en
eso); entonces creíamos que todos los demás y todo el resto de
Europa estaba equivocada en su planteamiento, pero no cabe
duda que el Concilio Vaticano II aceptaba esa orientación. Aquí
en España hubo algo (claro, tú eras joven y no te podías dar cuenta, pero eres historiador y, por lo tanto, sabes de esas cosas) que,
fue parecido a la autocrítica en los años cincuenta. Aquí se produjeron algunas cositas no del todo exactas, si se quiere, pero fue un
atisbo. Desde entonces la jerarquía toma en serio aquellas acusaciones que les hacían. Quienes las hacían eran seglares, en su mayoría, porque primero fueron seglares exclusivamente pero después se sumaron, sobre todo, los sacerdotes que estaban con los
Movimientos de Acción Católica. Yo mismo escribí una pastoral
que era examen de conciencia y autocrítica, pero en la autocrítica
no me atreví a profundizar, y lo digo con toda honradez ahora,
señalé lo positivo pero no me atreví a darle respaldo total porque
me hubiera encontrado con. la contra no solamente de la mayoría
de nuestros católicos, que no lo entendían, sino de los Obispos de
entonces. Por eso las circunstancias aquí deben considerarse más
prolemáticas.
/. T.—Pero ¿cree usted que ya hemos superado definitivamente
esos traumas, es decir, que hemos llegado al punto de equilibrio?
C. T.—No. Tú comprenderás que cuando se produce un cambio, un cambio brusco, puede incluso cambiar mentalidades pero
no hábitos. Es una cosa distinta; los hábitos no se cambian aunque
uno cambie de mentalidad, porque están ahí. Es algo parecido, me
atrevo a decir, a lo que ha pasado con la Democracia en España;
estamos en democracia con hábitos de dictadura en los que mandan y en los que obedecemos, porque cuarenta años de régimen
personal crean unos hábitos en todos.
J.T.—Vamos aprendiendo...
C. T.—Estamos queriendo aprender, pero tenemos en contra
el hábito contrario que nos lleva por unos caminos que no son los
correctos. Algo parecido a lo que ha pasado con la Democracia.
No olvides que la postura esa de España en el terreno religioso no
es de cuarenta años, sino de siglos. Esos son unos hábitos no de
personas, o sea que eso ha cristalizado en costumbres, en escala de
valores, en modos de pensar, en el sentir de la gente, y, claro, para
todo esto, lo sabéis perfectamente, para cambiarlo, no basta un
decreto, ni una Constitución, ni un Concilio. Porque eso lo que
hace es sólo abrir caminos y dar motivaciones para que se produzca esto y se puedan vencer con unos hábitos contrarios a los hábitos anteriores.
/. T.—Usted debió pasar muchas amarguras a finales de los
años sesenta y comienzos de los setenta...
C. T.—Yo pasé algunas amarguras, como es natural. Sin embargo yo te digo que, en los momentos incluso más difíciles que
tuve yo estaba interiormente en paz porque yo preveía perfectamente que el mundo habría de ir adelante; lo único que no podía
NO SE HAN
SUPERADO
LOS
HÁBITOS
ser es quedarnos estancados. Yo preveía el porvenir de España no
manteniendo todo lo posible el régimen anterior^ sino una cosa
distinta, en política, una democracia y, en la Iglesia, un acercamiento al mundo, en diálogo con todos. Por eso lo veía tan claro,
porque me daba la impresión, por una parte, de que la sociedad
indicaba ese cambio pero yo veía, además, clarísimamente la moción del Espíritu que nos estaba forzando, a nosotros, hasta algunas veces de forma violenta. Entonces, sufriendo como tenía que
sufrir decía: «Me parece que, al menos, esta postura puede ser
buena para la Iglesia y para España». Y eso me daba una paz, una
tranquilidad, ¿entiendes?
J. T.—Y en general no perdió usted esa paz...
C. T.—No la he perdido. Hubo algún momentito cuando parecía que se alteraba el horizonte, porque había mentalidades tan
cerradas que no querían ver ni un resquicio de luz, que la perdía...
Pero era cuestión de unos minutos porque después, yo he dicho
algunas veces a los Obispos, la tarea entonces era muy difícil, pero
era apasionante, estábamos preparando el futuro, y estábamos
dando los pasos para que la Iglesia pueda, en este nuevo milenio,
el nuevo milenio que va a comenzar, no por la influencia que ha
tenido hasta ahora en la sociedad, que eso no es conveniente (ha
tenido una influencia de poder, una influencia política) sino "de
una manera eficaz porque gane en credibilidad, al estar más cerca
de los problemas de los hombres, al cambiar la imposición por el
diálogo, etc., que es esta nueva comente, ganar credibilidad y entonces tiene una influencia mayor, aunque no tenga poder.
J. T.—Usted, en el libro-entrevista que le hizo Martín Descalzo, decía que era un labrador valenciano y «suelo saber por donde
van los vientos». Ahora mismo ¿no será que los vientos ahora mismo en la Iglesia española se están pasando demasiado hacia otro
lado?
C. T.—A mí me da la impresión de que no solamente en la
Iglesia, creo que en la misma sociedad y los propios dirigentes
políticos están pasando un poco de miedo. ¿A dónde vamos?, ¿en
qué va a parar todo eso? Creo que, en política, incluso económicamente, pasan cosas raras, cosas extrañas y creo que la gente está
atemorizada. Creo que es lo que está pasando en la Iglesia y no
solamente en la Iglesia. Me está dando la impresión de que aquí en
España nos está pasando un poco eso, estamos desorientados y
con ganas de querer asirnos a lo que sea, incluso políticamente.
Porque, en fin, tú me perdonarás, porque estás en el campo de la
política, pero todos los políticos que podíamos decir personas que
te puedes fiar un poco de ellas que son honradas, que son buenas y
muchas de ellas son cristianas, ¿no?, a mí me parece que están
desconcertados. Esto mismo está pasando en todos los planos.
Claro vosotros veis que la Iglesia está cambiando, pero yo creo que
en todos los campos está pasando un poco; el cambio que se ha
EL FUTURO producido ha sido terrible pero es que todavía ese cambio no se ha
SIN consolidado. Incluso culturalmente nos vendéis unas cosas como
CONSOLIDAR cultura (o nos venden, vamos) que son muchas veces menos cultura y muchas veces son contra la cultura. Incluso eso mismo, que a
mí me hacía gracia, de las elecciones francesas que todos dicen el
CAMBIO
ESTÁBAMOS
PREPARANDO
socialismo gana pero ahora viene la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas, y no es así. Yo diría que la gente busca
no sabe qué; está buscando un acomodo.
/. T.—Sí, eso es evidente y está muy bien dicho, como lo dice
usted. Ahora ¿no hay a veces también un cierto peligro de pasarse,
por ejemplo hay gente que no ve demasiado un clima de persecución, de los católicos por ser católicos, que no es tan palpable como
pueda parecer para ellos...?
C. T.—Yo creo que no hay esa persecución. Algunas cosas que NO HAY
se han dicho no creo que se deban a esa persecución sino a que PERSECUCIÓN
temen que alguna ambientación que se hace solapadamente sea DE CATÓLICOS
para que el cristiano y lo católico tenga la menor influencia posible en la política y en la sociedad. Creo que éste es el significado de
algunas de las manifestaciones que se han hecho, pero no se parece
nada a una persecución. Yo no hablaría de persecución en España
ahora y de los católicos; ahora bien, un querer minar todo aquello
que, por ser valores morales o por ser virtudes naturales, pueden
dar a los hombres una madurez para saber juzgar y para poder
hacer uso, de su responsabilidad y de su libertad, eso no les interesa
y lo están minando y son también valores de orden cristiano. ¿Me
entiendes lo que quiero decir? Esto me parece que es lo que temen
y, por eso, se hacen algunas manifestaciones que quizás, dichas
así, suenen mal porque efectivamente yo no podría hablar de una
persecución en España ahora. Creo que <no es correcto.
/. T.—Pero si hay un cierto deseo de que la Iglesia no esté
presente con un mensaje moral...
C. T.—Yo diría otra cosa, es que confunden la relación Iglesia
y Estado y confunden incluso el papel de la política en todo humano y la presencia de las fuerzas sociales, entre ellas la Iglesia. Porque las fuerzas sociales son necesarias para que la autoridad, sea
del orden que fuese, pero sobre todo en una Democracia, pueda
estar frenada; tiene que haber unas fuerzas sociales que tengan que
ver con la sociedad. Si no el individuo, delante del Estado, es un
pelele con el que el Estado hace lo que le da la gana. Entonces
todo aquello que tenga una fuerza social, no solamente la Iglesia,
les parece un peligro. Yo no creo que haya un afán de descristianización, para entendernos.
/. T.—Pero hay una primacía excesiva de lo político...
C. T.—Por una parte hay una primacía excesiva de lo político,
pero, por otra, se teme todo aquello que ayude a los hombres a
pensar, a referirse por su cuenta, agrupándose en organizaciones
sociales, o sea, todo aquello que sea una cosa que surge espontáneamente de la sociedad y que pueda tener una influencia social.
La Iglesia supone separación del Estado porque la religión es una
cosa de conciencia. Incluso creo que, en vez de potenciar las fuerzas sociales, entendiendo que es una cosa distinta lo religioso de lo
social, se considera que molestan y por eso no se las apoya. Pero
eso en general; creo que entra en esa táctica eso que algunos han
denunciado como si hubiese una discriminación de los cristianos
en la España actual.
J. T.—Hay otro peligro, otra sensación en otro tipo de cristia-
PRIMACÍA
EXCESIVA DE
LO POLÍTICO
nos, que es la de pasar desde un mundo muy seguro a un mundo
en el que no se sabe qué es lo correcto o lo no correcto, no se sabe
bien quién manda, todo es más o menos opinable. Hay cristianos
que se sienten desorientados, incluso no solo el cristiano de la fe
del carbonero sino también otro tipo de cristiano.
C. T.—Cuando hay, en una institución como es la Iglesia, una
renovación profunda, una renovación que incluso puede llegar
hasta lo doctrinal no en cuanto al dogma, pero sí en el estilo en
que se presentan las verdades, es normal que haya un desconcierto, incluso un desconcierto de ideas para los mismos teólogos.
Entonces en esa búsqueda de formas, de caminos, de presentaciones nuevas, es normal que haya un pluralismo que, acostumbrados a una sociedad absoluta, destroza a muchos, incluso desconcierta a muchísimos, porque lo malo no es que hagan esa
búsqueda, es que las hipótesis de trabajo las presentan como si
fuesen tesis. O sea, a mí me parece bien que teólogos elaboren
hipótesis mirando al futuro pero que, en unas clases normales,
para seminaristas, pongamos por caso, todas estas hipótesis se presenten como tesis, me parece peligrosísimo, porque entonces parece
que ¡a fe pierda su base y su fundamento porque hay una variedad
de opiniones y de pareceres. Esto es una cosa explicable. Yo creo
que por eso este Papa quiere conseguir una clarificación, esto es, lo
que él pretende principalmente, pero todo eso es difícil, porque,
claro, cómo se va a cambiar en un tiempo determinado a una gran
masa de personas y es un poco más difícil cuando se produce un
cambio poco, profundo. Lo cual quiere decir que no hemos
llegado al final de esa etapa. Pero yo estoy convencido de que,
dentro de unos años, eso vendrá ya a decantarse y en buscar
cauces más amplios, que den, dentro de la aventura, que siempre
es el cristianismo...
J. T.—Qué bonito es eso...
C. T.—Porque es verdad. Dentro de la aventura que siempre
será el cristianismo, se llegará a unas bases de cierta seguridad y
eso creo que vamos a encontrarlo.
J. T.—¿Y usted cree que hemos avanzado mucho, suficientemente, en los últimos años? ¿Usted cree que en esa búsqueda, no
sé, de una situación más clara, más estable, se ha avanzado suficientemente?
LA
AÑORANZA
DEL
PASADO
C. T.—No se ha avanzado suficientemente porque está surgiendo, como consecuencia de ello y del desconcierto, la añoranza
del pasado, en todos los órdenes. Ahora yo creo que esta produciéndose otra vez el fenómeno de los que buscan la instalación que
antes teníamos y otros que, quizás por ir contra esa instalación, se
lanzan al vacío. Hoy están apareciendo estas dos tendencias; yo
creo que tardarán cinco o seis años en desaparecer. Yo, claro,
desde que he dejado la Presidencia de la Conferencia Episcopal,
desde hace unos años, lo digo honradamente, desde entonces, veo
que las cosas están cambiando y está apareciendo ese contraste
cada día más preocupante y no solamente en el aspecto interno de
la Iglesia. Yo me había hecho la ilusión de que el enfrentamiento
entre los españoles, sobre todo por motivo religioso, el clericalismo y anticlericalismo, creía no que habían desaparecido, pero que
estaba la cosa más natural, después del cambio, que costó más de
lo que parece. Pero, claro, es que nos faltaba cultura, en España la
cultura era baja, y después vosotros, los educadores con esos planes y cosas raras que hacéis de educación a mí me habéis armado
un lío, hijo mío. Yo no soy profesional en eso pero creo que están
perdiendo las universidades, es un poco de desbarajuste. A mí me
da esa impresión, perdóname...
/. T.—A mí, que soy profesional de la educación, me da más
impresión que a usted... Pasando a un terreno que ya no es estrictamente religioso, usted decía en la entrevista con Martín Descalzo
que en el fondo aquí nadie ha aprendido a ser demócrata. Esto lo
decía usted hace unos años y me parece que todavía ese aprendizaje
no se ha realizado por completo, ¿no?
C. T.—Yo creo que hay un grupo de personas que han conseguido aprender y lo digo con honradez, hay algún grupo de personas. Pero, en general, no. Yo diría que la inmensa masa del pueblo
español y no me refiero a los de escasa cultura, hasta gentes de
cultura media y de cultura superior, quizá la mayor parte, no
hayamos aprendido todavía a regirnos con un espíritu auténtico
de democracia. Es que el espíritu de la auténtica democracia, que
asume ya el pluralismo como exigencia de la democracia y la libertad, se enfrenta a esa mentalidad monolítica que teníamos los
españoles que pensaba en eso como la libertad de producir desórdenes y entonces el miedo a los desórdenes tiende a cortar la libertad. Me da la impresión, como escribí en «Vida Nueva» de la
semana pasada, de que, en la Iglesia y fuera de la Iglesia, hoy se
tiene miedo a la libertad y, claro, es porque tenemos todavía las
resonancias del pasado en nosotros, los hábitos, que decíamos antes, que no se cambian en una generación.
/. T.—Largo lo pone usted, sí, pero probablemente sea cierto...
C. T.—Yo creo que, si la labor educativa, con un consenso de
todos se hubiese emprendido con seriedad, yo creo que habríamos
dado pasos mayores de los que hemos dado ahora. Porque la juventud actual, la juventud universitaria (a lo mejor yo estoy equivocado, tú la conoces mejor; yo ahora la conozco un poco mejor
que antes porque antes, en Madrid y en la Conferencia Episcopal,
no tenía tiempo); ahora donde me llamen, que haya jóvenes, sobre
todo con inquietud intelectual, yo nunca digo que no a ir, si es
posible. Me está dando la impresión de que los jóvenes se sienten
decepcionados porque no les damos lo que ellos querrían ahora;
ésta es la impresión que me dan. Hay grupos ya grandes, ya sé que
quizás la mayoría todavía están en el pasotismo y que buscan la
evasión en el sexo y en la droga, pero yo estoy notando un cambio
en los jóvenes y creo que no reciben de nosotros la respuesta adecuada.
/. T.—Usted le decía también a Martín Descalzo hace unos
años, por lo menos él lo transcribió así: «Mi postura es que un
socialismo moderado no está mal». Ahora, que ha pasado tiempo
y por supuesto sin pedirle a usted una opinión política y, menos,
partidista, ¿cómo ve usted esta experiencia?
C. T.—Yo diría que hoy todo el que quiera ser cristiano y
LA MAYORÍA
NO HA
APRENDIDO
A REGIRSE
CON
ESPÍRITU
DEMOCRÁTICO
SE NOTA
UN
CAMBIO
EN LOS
JÓVENES
quiera defender al hombre no tiene más remedio que coger algunos postulados que decían los socialistas, en el sentido de la distribución de los bienes, del respeto a todos los derechos de las personas, etc. Hasta ahora no cabe duda que eran más postulados de los
socialistas que de la derecha pero esto debe entrar en el plan normal de todo cristiano y de todo político honrado. En este sentido
diría yo que hay aspectos del socialismo y del comunismo que
tienen sus cosas buenas también porque en el Evangelio hay muchos elementos que nosotros nos hemos dejado arrebatar tontamente y, sin embargo, están ahí. El mismo Jesucristo, que viene
para salvarnos, nos exige dar pan a los hambrientos. Además con
un respeto a la persona que no coacciona y alguno que no quiere,
como aquel joven, le deja marchar y no repite el ofrecimiento.
Todo esto que eran valores que parece que el socialismo tenía y
que no estaba en el capitalismo exagerado, creo que son valores
que son indispensables. Creo que no se puede hacer una política
sin ellos.
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