¿Qué concepto de Salvación desde la perspectiva del Diálogo Interreligioso? Soy de la opinión que en este siglo XXI y en este nuevo milenio las religiones se van a jugar su credibilidad en el concepto de salvación que presenten y demuestren en el compromiso real en la historia. ¿Cómo plantear el tema de la salvación hoy en el tiempo actual? ¿Dice algo a las personas de nuestro siglo este concepto que en definitiva une a todas las religiones? ¿Qué concepto de salvación presenta el cristianismo a la sociedad y a las demás religiones? ¿Qué concepto de salvación aportan los humanismos ateos? Al inicio de los años setenta el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez señalaba con acierto que “una cuestión sobre la que se ha escrito poco es: ¿qué significa para el mundo y para el hombre ser salvado? Y siguiendo a Y. Congar, añade: “es necesario volver a preguntarnos muy seriamente sobre la idea que nos hacemos de la salvación. Casi no hay una noción teológica implicando consecuencias inmediatas, muy concretas y muy importantes, que haya sido dejada en tanta vaguedad, y que reclame, de la manera más urgente, una elaboración adecuada”1. Todavía más recientemente, el mismo Juan Pablo II insistía en que “no es obvio para el hombre en qué consiste nuestra salvación”2. El desafío que nos viene de los humanismos ateos La Modernidad nace con el desafío lanzado por Kant al definir la Ilustración “como la salida del hombre de su minoría de edad” y por lo tanto bajo el lema “atrévete a pensar (sapere aude)”3. La salvación viene de asumir la realidad mundana sin asumir respuestas que vienen fuera de este mundo, y será la ciencia y la razón las que darán una respuesta a los enigmas del hombre. Este reto lo asumirá con más fuerza la segunda Ilustración poniendo las bases no tanto en teorizar la realidad sino en transformarla. La segunda ilustración estará centrada en un espíritu de sospecha. Creo que con acierto el pensador Paul Ricoeur denominó a Marx; Nietzsche y Freud los maestros de la sospecha. Es la crítica de Karl Marx a la undécima tesis del filósofo alemán Feuerbach afirmando que la filosofía hasta Hegel sólo ha hecho interpretar el mundo, ahora hay que transformarlo. La religión para Marx nos ha evadido de la realidad, de luchar por cambiar el mundo. La lucha por la justicia y la supresión de la propiedad privada y la igualdad de clases es lo que hará el mundo más justo y feliz. La religión ha sido el mejor aliado de la clase capitalista, de la clase burguesa para así tener adormecida y explotada a la clase obrera. ¿Cómo? Proyectando el paraíso y la felicidad en un más allá. Aunque seas pobre aquí no importa, en el más allá estarás mejor. Por eso la religión la define más como “el suspiro de la criatura oprimida. La religión es el corazón en un mundo sin corazón. La religión es el opio del pueblo”4. Son muchas las observaciones que se pueden hacer a Marx y a sus planteamientos, pero es un toque de atención a las religiones a veces muy preocupadas por la ortodoxia y poco por la ortopraxis. Más preocupadas de poseer la verdad que hacer la verdad. Queramos o no pero nuestro mundo actual es heredero y vive el espíritu marxista, pues es el trabajo, el esfuerzo humano lo que va transformar el mundo. Nuestro mundo es pragmático. La religión no nos da de comer ni ayuda para solucionar nuestros problemas. Los ateos convencidos y solidarios creen que la 1 Teología de la liberación. Perspectivas, Sígueme, Salamanca 1990, 14 ed., 189. Cf. Discurso al Congreso de Misionología en la Pontificia Universidad Urbaniana (/-12-1989): AAS 81 (1989), 310311. 3 Para el texto del año 1784 titulado ¿Qué es la Ilustración? de Kant, seguimos la traducción castellana publicada en la Revista “Isegoría” 25 (2001), 287-291, aquí 287. Para un análisis desde la situación actual del texto de Kant envío al estudio de Susan Neiman, ¿Qué es la Ilustración? en “Revista de Occidente 282, noviembre (2004), 58-68. 4 K. Marx- F. Engels, Sobre la religión (ed. De H. Assmann y R. Mate), Sígueme, Salamanca 1974, 94. 2 1 solidaridad con las próximas generaciones y dejarles un mundo habitable es lo que traerá salvación. El donde vamos y qué será después de este mundo no interesa. En este sentido quiero recordar el diálogo entre el escritor U. Eco y el cardenal Carlo Maria Martín y que ha sido publicado en la obra conjunta “En qué creen los que no creen”5. Dentro de los muchos temas que ambos autores debaten, hay una pregunta que puede interesar a cualquier creyente, y es esta: ¿qué razones confiere a su obrar quien pretende afirmar y profesar principios morales, que puede exigir incluso el sacrificio de la vida, pero no reconoce un Dios personal? ¿Dónde encuentra el no creyente la luz del bien? La respuesta estriba en la coherencia de obrar honestamente por dejar a las próximas generaciones un mundo digno en donde vivir. Para el filósofo alemán Ludwig Feuerbach, el ser humano ha vivido alienado dando lo mejor de su existencia a un ser superior. El secreto de la teología es la antropología. La religión ha usurpado lo mejor del ser humano (la bondad, el amor….). Hay que devolver la confianza al mismo hombre. Porque Homo homini Deus est. Friedrich Nietzsche, hijo también del espíritu ilustrado, sostiene que el hombre debe salir de esa minoría de edad, fruto de la religión y de la moral cristiana. Hasta ahora nos han engañado con una moral del deber. Ha llegado el momento de superar una moral de tu debes y pasar a una moral cuyo imperativo sea “tu puedes”. Hay que crear “el Superhombre” responsable de su propia moral y de lo que hasta ahora nos han impuesto. El padre del psicoanálisis Simon Freud verá la religión como una neurosis obsesiva. El hombre cree y se refugia en la religión en Dios porque tiene miedo. Freud al igual que más tarde pensará el matemático y filósofo Bertrand Rassell cree que la religión y la idea de Dios la ha creado el miedo. Como el niño que tiene miedo busca el apoyo en el padre terreno, el hombre adulto ante el temor busca refugio en un ser superior. De aquí podemos deducir el concepto de salvación en sentido terreno, increyente, secularizado que nuestra sociedad postmoderna ha heredado: La salvación viene y se instaura por la liberación de estructuras injustas. Marx lo vio en el exterior. Hay que eliminar el concepto de salvación religiosa. Hay que suprimir la división de clases alzándose contra los que tienen el poder. El hombre ha vivido alienado con ideas religiosas que le han evadido de la transformación de la realidad, y esto interesaba a la clase burguesa para mantenerse en el poder. Marx critica a Feuerbach en no haber ido al fondo, pues veía la alienación en la psicología del hombre, en el proyectar lo mejor del hombre en otro ser fuera de este mundo. Nietzsche va a pedir al hombre que sea el mismo, que no se apoye en mandatos que vienen de fuera, y un vivir a la intemperie, solo frente a la realidad, creando su propia moral. Freud se concentrará en la creación del hombre adulto, no obrando por miedo y por temor a un castigo. ¿Qué decir de todo esto? ¿Qué alternativa pone el cristianismo y las religiones a la salvación propuesta por el humanismo ateo? 2. La visión cristiana de la salvación Somos conscientes de la división que se ha creado en la teología entre historia de la salvación al margen de la historia profana. Ha habido una concepción dualista de la historia, a pesar de que la Biblia hay una relación entre creación y salvación. Hemos separado el crecimiento del reino y la promoción humana, la salvación del pecado y la liberación de las distintas opresiones humanas históricas. Hay que hablar más bien de un solo proceso humano asumido por Cristo. Sobre esto sostiene el teólogo Gustavo Gutiérrez: “No hay dos historias, una profana y otra sagrada, sino solo un devenir humano asumido por Cristo, señor de la historia. Su obra redentora abarca todas las dimensiones de la existencia y la conduce a su pleno cumplimiento. La historia de la salvación es la 5 U. Eco y C. M. Martín, ¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el fin del milenio, Ed. Temas de hoy, Madrid 1997. 2 entraña misma de la historia humana. La acción salvífica de Dios trajina toda la existencia humana. La cuestión es ¿la teología ha logrado forjar las categorías que permitan pensar y expresar en forma adecuada la perspectiva unitaria de la historia?”6. Otro aspecto importante para plantear el tema de la salvación es: ¿Cómo se puede hablar de la salvación en donde las personas hemos perdido el concepto de gratuidad? Nuestra sociedad es enormemente pragmática y funcionalista. Las cosas y las personas valen en cuanto producimos, hacemos y tenemos. La Ilustración estuvo marcada por el deseo de saber, de pensar, pero un saber para dominar. Se ha pretendido ser adulto al margen del sentido del ser en sí. Tú vales lo que tienes, y lo que eres. Por eso Juan Pablo II en su encíclica “Fides et Ratio” ha reclamado una vuelta a la metafísica, a la filosofía (Cf. n. 55). Pues a la verdad se accede no solamente con la razón, sino con la fe. “La Fe y la Razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo” (cfr. Ex 33, 18; 1 Jn 3, 2). Frente a esto considero que urge partir de una liberación de la propia teología, que ha mantenido en ciertas corrientes un concepto alienante de salvación. ¿Por qué? Porque hemos pensado en una salvación centrada en lo soteriológico, del pecado. Hemos marginado la liberación de las estructuras que oprimen. Y aquí por desgracia tenemos que afirmar que hemos privatizado la fe en lo individual, en falsos espiritualismos, arrancando al cristianismo su aguijón de protesta. La Ley ha predominado sobre la gracia. Urge plantear la liberación también individual que habla de la libertad de tantas dependencias que no nos dejan vivir una libertad para. Si no se da esta dimensión terminamos marginando la Utopía de Jesús. Existe una mentalidad fatalista en la que se piensa que nada se puede cambiar, y mejor por lo tanto refugiarse en el más allá. Y finalmente el otro nivel de salvación que sería la soteriológica, del pecado que es el origen de todos los males. Pero el pecado puede convertirse en instrumento para oprimir, para hacer de él un instrumento de temor. Jesús no miró la culpa, sino el sufrimiento de las personas (ej. la parábola del samaritano, la pecadora arrepentida...). Sabemos que muchos pecadores estuvieron marginados y expulsados de la sociedad por ser pecadores). El teólogo español José María Castillo ha analizado magistralmente esta cuestión en su última obra “Víctimas del pecado”7. Dice así: “Víctimas del pecado son, por supuesto, los pecadores. Pero no sólo ellos. También lo son todos los que, por causa de cosas que se tienen por “pecado”, se ven obligados a sufrir situaciones insoportables. Y -lo que es peor- los que se ven tirados en las cunetas de los caminos de la vida porque los observantes, que no están dispuestos a “pecar”, pasan de largo y los dejan abandonados en su lenta y mortal agonía. Más aún, si todo este asunto se piensa despacio, pronto se da uno cuenta de que también son víctimas del pecado la religión (y todo lo que eso lleva consigo) e incluso Dios. Por eso es importante ser sensibles a todo lo humano, que (en cuanto eso es posible) los haga también semejantes a Dios, que en Jesús, se humanizó y se fundió con todo lo verdaderamente humano, hasta superar y vencer la deshumanización que todos llevamos en la sangre misma de tantas ideas y comportamientos que son el origen y la causa de demasiadas soledades, indignidades y sufrimientos”8. Estos tres niveles: el estructural, individual y el soteriológico se condicionan mutuamente pero no se confunden. ¿Por qué? La salvación soteriológica no viene de nuestros esfuerzos exclusivos, sino de Cristo, por pura gratuidad. A esa liberación-salvación, que crea el hombre nuevo sólo se llega a través de la aceptación del don liberador de Cristo, que supera toda expectativa. Pero, y dada la profunda interrelación existente entre los tres niveles, también es verdad que “toda lucha contra la explotación y la alineación, en una historia que es fundamentalmente una, es un intento por hacer retroceder el egoísmo, la negación del amor. Por 6 Teología de la liberación, o.c, p. 194. Ed. Trotta, Madrid 2004. 8 Ibid., 17. 7 3 ello, todo esfuerzo por construir una sociedad justa es liberador…..es ya obra salvadora, aunque no sea toda la salvación”9. El peligro está en reducir la salvación a uno de esos tres niveles. En este sentido habla el teólogo belga Van Nieuwenhove del principio de “implicación recíproca no reductiva”. Es decir ni verticalismos, ni horizontalismos en la visión de la salvación. Autonomía humana pero a su vez acentuar la gratuidad de la gracia. La reflexión sobre la relación entre la salvación operada por Dios y la acción liberadora del hombre muestra la necesidad de definir más exactamente las relaciones existentes entre la promoción humana y esta salvación, entre la construcción del mundo y el cumplimiento escatológico. ¿Qué ha aportado como original el cristianismo en el progreso humano? En primer lugar el Reino de Dios, que fue el mensaje central de Jesús de Nazaret y que se resume en dos valores centrales: la fraternidad y la esperanza. Ante todo recuperar la fraternidad, en medio de un mundo cada vez más individualista y fragmentado. En este sentido sabemos que algo menos de un cuarto de la población mundial se apropia de casi el 85% de los ingresos totales. El activo de las 385 personas más ricas del mundo es igual al ingreso combinado del 45% más pobre de la población mundial, de 6100 millones de seres humanos. 800 millones de personas carecen de trabajo. Mil millones de personas padecen hambre crónica. Por no mencionar que los tres futbolistas mejor pagados del mundo, que juegan en España, ganan al año 38, 9 millones de euros. ¿No es esto el fracaso de la familia humana? ¿Qué salvación aportamos a nuestros hermanos los excluidos? ¿Qué teología hacemos si callamos frente a esta escandalosa realidad? Esta situación no nos puede dejar neutrales, y mucho menos atrincherar nuestra fe en el ámbito de lo privado. Estas cifras nos ayudan a tomar conciencia de que la pobreza y la masa inmensa de pobres que existen en nuestra historia no es una casualidad, sino que, como escribe Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis “es causa de la desigual distribución de los medios de subsistencia, destinados desde el principio a todos los hombres” (n. 9). Y en n. 37 de esta misma encíclica el Papa se cuestiona: ¿Qué es lo que hace que esta historia esté mal hecha? Y señala dos motivos: el absolutizado afán de ganancia exclusiva y la sed de poder a cualquier precio”. En este sentido estoy de acuerdo con el siguiente pensamiento de un teólogo contemporáneo que afirma: “La teología española ha realizado la mayor parte del último tramo de su travesía histórica bajo la mirada del incrédulo. Necesita rectificar y hacer más decididamente el camino del teologizar bajo la mirada de los pobres”10. Y el segundo es la esperanza, en un mundo prometeico en el que piensa que esta historia es lo absoluto, y en el que el hombre se cree el verdadero y único salvador. Por eso: ¿Desde quién pensamos la historia? ¿Desde qué lógica? ¿Desde las víctimas o desde los que dan la espalda a los que viven desde la otra espalda del mundo? El biblista J. Jeremías indicaba que la señal por excelencia de la presencia del reinado de Dios en la historia era la evangelización de los pobres, causa precisamente de que la oferta salvífica de Jesús resultase “sumamente escandalosa”. Ya dijimos en nuestra introducción que Dios es el que inicia un diálogo con esta humanidad, pero no de cualquier forma, sino desde abajo, desde los últimos. “Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4). Pero del más chiquito tiene la memoria muy viva. La verdadera universalidad es la que brota de asumir la particularidad. J. Lois, “Salvación”, en A. Torres Queiruga (Dir.), 10 palabras clave en religión, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 1992, 115-148, aquí 129-130. 10 J. Victoria Cormenzana, Religión, Dios, Iglesia en la sociedad española, en “Cuadernos de Fe y Secularidad”, Sal Terrae, Santander 1997, 10. 9 4 Con el teólogo y mártir Ignacio Ellacuría: “El valor universal de la salvación cristiana no estriba en que la salvación caiga únicamente sobre todos los hombres, sino en que todos los hombres son llamados a convertirse”, y por ello la salvación de todos estriba en “ponerse al servicio de las demandas del pueblo oprimido, porque este servicio exigirá, por una parte, el dejar toda forma directa o indirecta de opresión y, por otra parte, abrirá un campo sin límites al mandato del amor y del servicio”11. Por eso con Julio Lois diremos “que si los pobres son los destinatarios primeros y directos de la oferta salvífica que Dios nos hace a todos en Jesús, parece lógico concluir que la opción por los pobres proporciona la perspectiva hermenéutica mejor para captar en qué consiste lo cristiano de la salvación. Cuando la soteriología no se construye desde esa perspectiva hermenéutica, fácilmente se llega a una universalización precipitada de los destinatarios de la salvación, que puede dificultar el saber de qué salvación y de qué liberación nos habla Jesús”12. Y otra cuestión dentro del planteamiento sobre la salvación es la relación entre libertad y salvación. Y aquí surge la cuestión: Si Dios salva, ¿qué espacio queda para el ser humano libre y adulto? Si Dios es el sujeto que conduce la historia hacia su plenitud, ¿no queda el ser humano inevitablemente relegado a la condición de espectador paciente y resignado? Frente a esto se constata que el mundo occidental se muestra incómodo, pues considera que tal salvación, así gratuitamente entendida, que procede de lo alto, entra en contradicción con lo que más hondamente identifica al ser humano: la libertad y autonomía para realizarse a sí mismo y para ser sujeto responsable de la historia. O con otras palabras: ¿Quién es el sujeto de la historia? ¿El ser humano o Dios? Aquí quiero responder con lo que dice Pablo en su carta a los Corintios: “La libertad de ser cooperadores de la obra de Dios” (1 Cor 3, 9). ¿Qué salvación han de presentar las religiones hoy? Hay un pensamiento que nos viene de San Agustín que dice: “El que te creó sin que tú lo quisieras, no te va salvar si tú no lo quieres”. Actualmente muchas personas siguen la corriente ideológica de la “Nueva Era” en la que se piensa que el hombre va salvarse a sí mismo. Esta misma visión ya se dio con el pelagianismo en el siglo IV. El cristianismo sostiene que la salvación definitiva está en Dios. “Nos creaste para Ti Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti”. Pero para mí el problema más crucial de la salvación en todas las religiones es la solidaridad con las víctimas. Y sostengo que la visión atea de la salvación no da una respuesta. Sí lo veo desde la resurrección de Cristo. Por eso la cuestión no es quién se va salvar al final, o en qué religión o ideología vas a encontrar la salvación, sino en la capacidad de saber estar de parte de aquellos que por desgracia se van de este mundo habiendo vivido una vida indigna. ¿Fuera de Cristo no hay salvación? Efectivamente. Pero esta afirmación la tenemos que tomar en serio en primer lugar los cristianos. Porque la resurrección es la solidaridad con un Dios que ha resucitado a una víctima inocente, y esta es la anticipación de que la última palabra de la historia es la vida, y es la reconciliación de Dios con toda la humanidad. Este don no es exclusivo nuestro, es un don que debemos ofrecer a la humanidad. “Demos gratis lo que gratis hemos recibido”. Pero esta misma coherencia se la pedimos a los demás fieles de otras religiones: que sean coherentes con un concepto de salvación que esté de parte de las víctimas de la historia. En esto se juegan su credibilidad las religiones hoy y en el futuro. 11 12 Citado por J. Lois, a.c., 142. Ibidem. 5